Después de los saludos y escuchar las tonterías de los niños y Candice, me convencí de que no podía seguir ahí o terminaría durmiendo. Caminé por los alrededores del pequeño edificio, observé los animales que tenían en el corral y vi a uno de los niños ordeñar una vaca.
—Eso parece peligroso —pensé en voz alta.
—En realidad no lo es, ves que el niño lo hace con delicadeza. La vaca no siente dolor alguno, por eso está muy quieta —Albert se paró junto a mí, por fin estábamos a solas.
—Es interesante ver como los niños tan pequeños se arriesgan, tal vez no parezca peligroso, pero lo es —afirmé asustada al imaginar una tragedia en el corral— ¿Y si la vaca se asusta y golpea al niño?
—Todo es posible, pero me parece que este niño es un experto. ¿Quieres seguir caminando? —asentí y mientras caminábamos Albert me contaba su experiencia en el zoológico.
—Este es el gallinero y al igual que con la vaca hay un niño encargado de recoger los huevos. Parece que hoy no lo han hecho, ¿te gustaría intentarlo? —me animó William.
—¡No, claro que no! No me gustaría, las gallinas no son tan inocentes, las he visto enojadas y picoteando.
Él se echó a reír y esta vez no entendía el por qué. Cuando por fin se tranquilizó, lo cuestioné.
—¿Me puedes explicar de que te ríes?
—Dices que has visto a las gallinas enojadas, ¿le viste acaso el ceño fruncido?
—No, claro que no, pero… —él volvió a soltar otra carcajada, yo me había convertido en su bufón, me crucé de brazos y al final terminé riendo con él, mi respuesta ciertamente fue algo absurda—. De acuerdo, no arrugan el ceño, en efecto, no podría saber si esos animales se enojan, pero recuerdo que una vez a Neal lo picoteo una.
Subimos por una colina hasta llegar a un gran árbol, con sus ramas meciéndose encima de nosotros. Nos sentamos a ver el atardecer, ya que Candy había organizado un pícnic debajo del árbol para nosotros cuatro.
—Este es mi padre árbol —me dijo como si el tronco fuese un ser humano— aquí pasé toda mi infancia.
—Ah, ¿sí?, qué raro llamarle padre a un árbol. Es gracioso —me burlé sin poder evitarlo.
—Sí, lo es —respondió Candy con semblante serio y luego se volvió a su amiga— Paty, ¿te gustaría quedarte unos días conmigo? Así tendremos tiempo para ponernos al día, tengo mucho que contarte.
—Me encantaría, pero no traje mi valija.
—George la puede traer —dije de inmediato— ¿verdad, tío?
—Por supuesto, le pediré a la mucama que guarde tus cosas y con gusto George te las trae mañana.
De regreso a la mansión platicamos de la vida salvaje que vivió durante años, su recorrido por África y Londres. Y su miedo por tomar el mando del clan. Albert es un hombre guapo y muy interesante, sin duda lo juzgué mal cuando lo conocí, bien dicen que las apariencias engañan. Yo igual me sinceré con él, sentía el deber de aclararle mi situación con su hija adoptiva; así que le confesé que si traté a Candy tan mal, fue porque yo no deseaba su compañía. Estaba acostumbrada a estar con mi hermano y ella era una intrusa en nuestras vidas, pero lo que me hizo odiarla, fue que Anthony la prefiriera a ella y no a mí.
—¿Querías mucho a mi sobrino?
—Sí. Anthony fue mi primer amor, me dolió mucho su muerte, fue un duro golpe que me costó superar… creo que aún no lo he superado.
—Anthony era como un ángel, a todos nos dolió su partida prematura, pero eres joven y bella, no puedes seguir estancada en el pasado. Deberías salir más seguido, conocer muchachos, hijos de las amistades de tu padre o con los hermanos de tus amigas.
—Y si no quiero…
—Tienes que querer, no hacerlo significa que entonces estás muy mal. Y que el recuerdo de Anthony sigue vivo, eso te hace daño.
—Tío, ¿se puede enamorar uno de manera repentina?
—Por supuesto, el amor a primera vista también existe. Tal vez algún día lo experimentes.
—Pero… ¿y si ya me pasó?, si estoy enamorada de alguien.
—Entonces sugiero que disfrutes la etapa del cortejo, y que atesores cada momento compartido, el amor inocente y dulce es lo mejor. ¿Lo conozco? —concluyó sin quitarme la mirada de encima.
—¿Perdón? —no pensé que me preguntaría nada y ahora que le diría.
—Qué si conozco al afortunado.
—Ah… Sí.
—¿De verdad? ¿Quién es? —inquirió sonriendo.
Me quede en silencio por unos minutos, perdiéndome en la calma de sus ojos claros. En mi interior podía escuchar mis latidos acelerados, la voz no me salía, era el efecto de su sonrisa o esa mirada la que me tenían así. Hablé muy despacio con la mandíbula temblando.
—Es usted, tío.
La expresión de desconcierto apareció en su rostro, y yo aproveché para acercarme y seducirlo.
—Estoy enamorada de usted, tío. No sé cómo paso… pero me enamoré.
Él pareció recomponerse y tomar su autocontrol de hombre impávido.
—Debes estar confundida, apenas me conoces.
—Pero usted dice que existe el amor a primera vista y eso fue lo que me pasó contigo —lo tuteé, trataba de no hacerlo delante de mi tía, ni delante de las personas, pero cuando estábamos solos, me permitía hablarle en confianza— Quién lo manda hacer tan lindo y amable, casi nadie se porta así conmigo —me arriesgué y acaricié su brazo.
No estaba mintiendo, era la primera vez que alguien se preocupaba por mí y me prestaba atención de verdad, me veía directo a los ojos cuando me hablaba, con esa mirada suave y amorosa. Sin embargo, en este preciso momento, mientras yo hablaba, él miraba por la ventanilla con el ceño arrugado, hasta que me oyó decir que nadie se portaba así conmigo.
—No te conocen, tú te pones una coraza muy dura desde que te levantas, es difícil ver tus cualidades debajo de ella.
Sus palabras me dolieron en lo más profundo de mi ser y mis ojos se cristalizaron, esta vez fui yo la que giré mi cabeza para que no me viera.
—Siempre es lo mismo, ya no me sorprende. El amor no está hecho para mí —dije, al principio fue real, pero al final quise que me compadeciera.
—No digas eso —agarró mi mano— eres muy linda, física e internamente. Cualquier hombre moriría por una mujer como tú.
—Cualquiera menos tú —lo solté, no soportaba esa mirada de compasión— creo que sueño muy alto, primero Anthony, después Terry y ahora usted. Soy una tonta.
—Jamás digas eso. Anthony era muy joven para saber lo que quería y Terry, su corazón le perteneció a Candy desde el mismo instante que la conoció. Ellos son almas gemelas…
—¿Y tú, Albert? ¿Qué te lo impide?
Se quedó en silencio, mirándome sin saber qué responder.
—Te quiero, tío. No sé cómo pasó, pero te quiero —él no dijo nada, solo dejó que lo abrazara y yo coloqué mi cabeza en su hombro—. Me gustaste desde que te conocí.
Le di un beso en la mejilla, él puso su mano en mi barbilla y entonces se inclinó hasta que su boca cubrió la mía.
—Llegamos… lo siento, señor.
George volvió a cerrar la puerta y Albert ante la interrupción siguió mirándome fijamente. Yo por dentro saltaba de felicidad, pero tenía que hacerme la difícil. Me paré y bajé del auto, lo dejé sin saber qué reacción tuvo al verme bajar, corrí hasta mi habitación, cerré la puerta y tomé un cojín de una silla, para poder ahogar mis gritos de felicidad.
—¡Lo logré, lo logré! —repetía dando brinquitos en el cuarto, y tocando mis labios, cerraba los ojos y mi cuerpo vibraba nuevamente.
Durante la cena no dijimos nada, solo la tía Elroy era la que hablaba, pero ni cuenta se dio de nuestro silencio. Su única conversación giró en torno a la relación de Candy y Terry, la última de la pareja del año era que el duque haría acto de presencia en Nueva York, esos eran los encabezados de los diarios y la huérfana no nos dijo nada.
—Eliza —Albert agarró mi antebrazo para detenerme y yo sonreí antes de voltearme hacia él— acompáñame al despacho.
—Para qué —dije molesta.
—Deja esa actitud, que no te va conmigo. No después de lo que pasó en el auto —dijo en voz baja.
Me crucé de brazos en cuanto cerró la puerta.
—¡Eres una niña para mí!
—¿Niña? El esposo de la hija de los Moore, es veinte años mayor que ella y parecen estar enamorados.
—No sé cómo esos hombres pueden casarse con una mujer a la que le llevan tantos años de diferencia, pero no es mi caso.
Mi orgullo estaba herido, crecí escuchando que era una joven bella, pero tal parece que todo era mentira.
—¿Dime la verdad? ¿Te parezco fea? Contigo he cambiado, hasta conviví con todos esos huérfanos y me gustó. Y, además, cuando me besaste en el auto no parecía que pensaras en mí como una niña.
—Eso fue un error, me dejé llevar por tus encantos, eres una mujer hermosa, Eliza. Pero me temo que ves un espejismo en mí, deja que tu corazón sane y te darás cuenta de que no me amas.
—¿Un error? —repetí dolida— tal vez tengas razón y seas solo un espejismo.
Salí con un nudo en la garganta, era Eliza Leagan y no me rebajaría ante nadie, ni siquiera por el patriarca de los Ardlay.
—¿Cuándo regresas, hijo? Si no fuera por Eliza, me quedaría sola, y ahora en esta condición —la tía se cayó de los últimos escalones al bajar de su recamará y ahora tenía que estar en cama.
—No tengo fecha, tía, pero si quieres puedes venir conmigo, te contrataré una enfermera o incluso Candy puede cuidarte.
—¿Yo al cuidado de Candice? Prefiero quedarme aquí, esa muchacha es una atolondrada y más ahora que está enamorada.
—Eliza, puedes acompañarme al despacho, quisiera hacerte unos encargos respecto a mi tía.
Camine detrás de él, aunque de vez en vez Albert se detenía para esperarme y yo disminuía mis pasos.
—Dígame, tío, qué se le ofrece.
—No me gustaría irme y dejarte así.
—Así cómo —pregunté desdeñosa.
—Así molesta. Te agradezco que te quedes cuidando a mi tía, sabes que son bienvenidas a la residencia de la ciudad cuando quieran —le sostuve la mirada y él intentó tocarme la cara, pero yo me alejé.
—Gracias. Si era todo lo que tenía que decir, lo dejo. Que tenga buen viaje, tío.
—Eliza —me detuvo por el hombro, me di cuenta de sus intenciones, él quería besarme, lo vi en sus ojos. Sonreí y me paré de puntitas, le di un beso en la comisura de los labios, no fue un beso rápido, al contrario, permití que mis labios acariciaran la piel sensible cerca de su boca y parte de su barbilla; él no pudo resistirse, cerró los ojos mientras su mano bajaba lentamente por mi espalda y finalmente me besó. Pensé en detenerlo y hacerme del rogar, aún no le perdonaba que pensara que fuera una niña para él y un error, pero deseaba con todo mi ser, sentir sus labios sobre los míos.
—Que tenga buen viaje, tío — me separé de él y no hice caso cuando me pidió que me detuviera. Corrí a encerrarme en el cuarto de la tía abuela, ella estaba durmiendo y yo me permití soñar que quizás, él cambiaría de idea— Si te quiero Albert, te quiero de verdad. Te quiero junto a mí —suspiré, aún podía sentir su dulce sabor en mi boca.
Las siguientes semanas, Albert se fue a la residencia de Chicago y yo decidí quedarme con la tía abuela. No volvimos a cruzar palabras en esos días, él tuvo la intención haciendo llamadas por el teléfono candelabro que hacía tres años habían instalado en la mansión, preguntando por mí, pero yo no lo dejé.
La tía Elroy se negaba a pasar unas semanas en la residencia de la ciudad. Decía que nada mejor que el aire de campo para su salud, y yo insistía que no dejara mucho tiempo solo a Albert, que ahora muchas mujeres matarían por ser la señora Ardlay. No era mentira, habían pasado quince días y un periódico relataba el romántico encuentro del heredero de los Ardlay con la hija de un magnate de Nueva York; no lo permitiría, él era mío y no dejaría que viniera alguien más a robarme lo que me pertenecía. Esta vez no sucedería.
—No lo sé Eliza, la muchacha es de buena familia. William ya está en edad de casarse, ha hecho de su vida lo que ha querido, yo creo que ya es tiempo de que siente cabeza, necesita un heredero y una esposa que cuide de él. Yo ya estoy vieja, no podré morir tranquila hasta que lo vea felizmente casado.
—Pero tía, puede ser de buena familia, pero ¿y que me dice de sus sentimientos?, y si solo lo busca por interés. Qué tal y su familia esté en bancarrota.
—Aunque esté en bancarrota, mientras sea de buena cuna, no le veo inconveniente.
—¿No?, cómo puede decir eso… A esa mujer se le ve lo ramera por los ojos.
—¡Eliza!, qué vocabulario tan aberrante es ese.
—Discúlpeme tía, pero es que tenemos que ir, yo también quiero ir a esas fiestas con mi tío. Puedo conseguir un pretendiente digno de mi apellido —agregué desesperada.
A los dos días viajamos a Chicago, pero al llegar, George nos dijo que William viajaría al día siguiente a Nueva York.
—Me alegra que al fin se decidieran a venir. Mañana viajaré a Nueva York por asuntos que no pueden esperar, pero regresaré pronto.
—¿Qué asuntos? ¿A caso vas a ver a la mujer con la que apareciste en todos los tabloides? —arremetí llena de celos.
—Eliza, ¡cómo te atreves a hablarle así a Williams! Muchachita igualada, es tu tío y no tienes por qué cuestionarle nada; lo que vaya a hacer a Nueva York no debe de importarte.
Albert no dijo nada, solo me observó fijamente, mientras mi cuerpo temblaba de rabia.
—Lo siento, tío —articulé apretando los dientes y abandoné la sala.
Era muy tarde, ya estaba durmiendo cuando alguien llamó a la puerta. Al abrir vi a Albert muy serio parado en el umbral, se metió y cerró tras él.
—¿Me puedes explicar que fue toda esa escena que hiciste en la sala?
—La tía ya me reprendió, no hace falta que tú lo hagas. Perdón, qué usted lo haga —me corregí.
—Estás muy equivocada, Eliza. Pero yo soy el culpable por ilusionarte, me disculpo por el beso…
—¡Otra vez con lo mismo! —exploté al oír la misma excusa— Ahora entiendo por qué huiste tanto tiempo de tu responsabilidad como patriarca, porque no tienes agallas tío abuelo. Tienes miedo y prefieres huir antes que aceptar un compromiso. Tienes razón, eres culpable, pero también yo lo soy, por soñar que puede ser posible algo que evidentemente no lo es. Vete, huye a Nueva York, desposa a esa mujer, bésala mientras piensas en mí. Porque aunque lo niegues, te has enamorado de mí y al menos me queda esa satisfacción.
—Eres una niña caprichosa Eliza, no puedes tener todo lo que deseas.
—Sí, sí… Eso también ya me lo dijiste, qué soy una niña, ya lo dejaste en claro, ahora vete. Vete y ya no vuelvas a buscarme, señor William Albert Ardlay, porque yo ya no lo recibiré.
Me vio desconcertado y luego, inesperadamente, soltó una carcajada.
—Eres una fierecilla, Eliza. Mi fierecilla —afirmó— rodeándome con sus brazos— voy a cerrar un negocio, eso es todo. Pensaba… —comenzó a decir, como dudando si continuar— te tenía una sorpresa a mi regreso, pero veo que estás muy ansiosa.
—¿Así? ¿Qué sorpresa?
Por respuesta solo recibí una sonrisa ladina y después un inesperado beso con sabor a coñac, acompañado de suspiros y un torrente de emociones brotando desde mis entrañas.
Continuará…
Última edición por Lady Ardlay el Dom Abr 07, 2024 9:57 pm, editado 3 veces