ADVERTENCIA contenido erótico, lenguaje descriptivo.
one shot
Quienes me conocen, tienen varias teorías acerca de esas pequeñas manchas obscuras bajo mis ojos.
Ser periodista es muy demandante, es cierto, el hacerse cargo de un hogar también lo es.
El hombre de mi vida es pasión que me da vida y me agota, me drena y me llena inundándome infundiéndome su esencia que mezclada con la mía entrelazan el hilo divino del universo.
Amo la dureza y fragilidad unidas en ese punto de nuestros cuerpos donde colisionamos de manera incesante.
Otras veces la rudeza da paso a la ternura, intercambios de suaves roces cargados de dulzura, delicadeza, suavidad y afecto. Una variedad a la cual le di la bienvenida desde que se presentó en uno de nuestros encuentros, emoción inesperada por su parte y añorada por la mía.
Al reconciliarnos, el viene a mi todavía enturbiado, trastornado, crudo como cuando nos conocimos y estaba enojado con el mundo, aparentando ser su salvador, bueno de las mujeres. Pero en esos instantes es justo lo que necesito. Su boca en mi entrepierna. Su lengua hundiéndose en mi, saboreándome hasta el éxtasis. Y yo le regalo cada reverberante gemido que proviene desde mis entrañas y que lo hace endurecerse más.
El dialoga con su lengua en mi clítoris y yo le contesto recompensándolo con suspiros que van deformándose en puro placer auditivo correspondiéndole con lo que el llamaba aplausos en su antigua línea de trabajo.
Quiero que se restriegue en mi hasta cubrir la superficie completa de mi vulva estimulando mi clítoris mientras me penetra y entonces rompe su silencio con rugidos placenteros que me acarician los sentidos incrementando mi libido ya exacerbada.
De manera eficaz se entierra en mi para calmar esa necesidad, el vacío en mi vientre que sabe perfectamente con qué remediar.
Mis eróticos recuerdos provocan más humedad entre mis piernas y ahí acostada y dispuesta, esperando por él hacen que la anticipación sea casi dolorosa.
Justo en este momento me doy cuenta de lo mucho que me ha ayudado a sanar con su “terapia” como él audazmente le llama. Amo sorprenderlo y dejarme envolver por su voz que en apariencia imperturbable toca con sus notas más graves cada uno de mis puntos erógenos.
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Desde el momento en el que puso pie en la alcoba fijó su mirada en la de ella, había perdido la cuenta de las veces que le había hecho hincapié en que los ojos eran el arma infalible para elevar la libido. El brillo en los cobaltos fue el único indicio de que al hombre se le hizo agua la boca. Candy se relamió los labios. —Huele a pecosa traviesa y ansiosa— El caminó desabotonando su camisa mientras su manzana de adán se movía ante el suculento festín que estaba por degustar. Se sentó en la cama cerca de ella pero aun no hizo ademán alguno por tocarla. —Veamos qué tenemos aquí— pasó la palma de su mano recorriendo solo superficialmente deteniéndose sobre las erecciones de sus pechos, su vientre, su sexo. La mujer se contoneaba persiguiendo la calidez de su tacto. —Siempre tan receptiva— El experto escultor moldeaba con voz y manos la caliente materia prima a su disposición. Ahora acariciaba la suave piel abultada que para ese momento se encontraba hinchada y se salía del triángulo de su tanga. La tela atrapada entre sus labios la torturaba, pues con cada movimiento realizado, rozaba la sensible perla entre sus piernas provocando que la humedad acumulada la empapara amenazando con desbordarse.
—Me gusta cuando te hinchas así por mí, ¿estás inquieta amor?—
Ella se retorcía soltando breves quejidos, pucheros que denotaban su necesidad de él. —No te entiendo pecosa, apareces ante mí con estas diminutas prendas que fuiste a elegir con algo especial en mente, tomándote el tiempo de desvestirte, arreglarte, y ahora ¿quieres que te las quite tan rápido?— la reprendió negando con su cabeza.— Deja que por lo menos las admire un poco más, hay varios elementos que sería una pena pasar por alto. Por ejemplo la manera en la que este encaje rosa pálido bordea tu monte de Venus y la elección de la translúcida prenda negra me permite ver tu fina línea de rizos rubios, lo cual, me da a saber lo mucho que te preparaste para mí al haber sacado una cita para la depilación, teniendo cuidado de no remover todo, pues sabes que me gusta entrelazar mis dedos aquí — le dijo apreciativo, acunando posesivo su fino vello por encima de la transparencia.
—Debo pues corresponder a las atenciones de mi amada esposa con la misma dedicación con la que este encuentro fue planeado. Sabes cuanto valoro los detalles.
Pero, te diré una cosa podemos converger, no te removeré esta excusa de tanga todavía, aún así podemos jugar. —Dijo con una sonrisa maquiavélica y sensual, mientras sus ojos depredadores se clavaban en los de ella antes de levantar la fina tela para tocar sus rizos evitando el contacto donde más lo necesitaba.
Un siseo abandonó la boca de Candy cuando Terry elevó la palma de su mano y con dedos largos jaló la traviesa tela que friccionaba contra su clítoris dejándola desprovista de ese tortuoso placer. —Mira nada más, te has mojado, ¿Qué voy a hacer contigo ahora?
No quiero estropear ese bonito mohawk tan perfectamente peinado.— Al fin hubo el susurro de un contacto entre pieles, acariciaba los rubios rizos a ambos lados de la abertura hasta que en apariencia se apiadó de ella frotando con su pulgar la pequeña protuberancia erecta. El quejido añorante que soltó la pecosa iba impregnado de su hambre de él. Su pene recibió el mensaje dando un respingo en sus pantalones.
Terry seguía fingiendo una calma que hacía tiempo había perdido, su esposa cada vez más audaz en cuestiones de alcoba se las arreglaba para sorprenderlo con sus juegos y afectarlo incluso a él que se jactaba de ser buen actor. En esta ocasión, había llegado a casa para encontrarla esposada de manos a la cabecera sobre sábanas blancas de fresco algodón egipcio. Tan considerada, sabiendo que dada su temperatura corporal él no toleraba cubrirse con nada más. Y ella al terminar siempre enredada en sus extremidades le bastaba para mantenerse caliente en más de un sentido.
Sabía que algo tramaba su traviesa,— después de escuchar a Raymond el encargado en turno de su edificio, avisarle de su arribo en cuanto entró al elevador que le llevaría directamente a su penthouse. El joven hombre intentaba hacer acopio de su autocontrol para no salirse del papel ya que su público era por demás exigente, tarea que resultaba imposible desde que habían iniciado con sus terapias.
Sin dejar de frotar con su pulgar él introdujo dos dedos en su interior y Candy perdió la capacidad para pensar. El estremecimiento que la recorrió avivó el fuego en ambos.
El dedicado amante llevo sus dedos a su boca saboreándolos replicando sobre ellos los movimientos que tantas veces había sentido ella sobre su sexo.
—¿Te he dicho que soy un adicto? Si, me has hecho adicto a tu sabor, a tu olor y a la textura de ese brebaje que emana de ti mi pecosa hechicera. — Al fin terminó de retirarse la camisa dejando sus pectorales y abdominales bien marcados para deleite de su esposa. Pero los vellos que guiaban a la protuberancia en su entrepierna eran el objeto de sus deseos ella quería lamerlos y ansiaba exponer su carne dura, meter lo que pudiera en su boca y hacerlo a él perder el control hasta derramarse en ella. Terry sonrió siguiendo la verde mirada obscurecida.—Todavía no, además sabes que debes pedirlo si lo quieres— le dijo introduciendo la mano en sus pantalones para acariciarse y ajustarse la erección en las molestas, pero todavía necesarias prendas inferiores. Se deslizó por la cama, la tomó por el pie izquierdo depositando un camino de besos húmedos hasta la cara interna de su muslo. Repitió el mismo procedimiento con la otra pierna, chupando y succionando con esa boca que prometía el cielo y el infierno a partes iguales. —Terry, por favor—Rogó la rubia estremeciéndose a causa del rastro húmedo que los besos recibidos iban marcando sobre su piel.—¿Por favor qué, mi amor?— le preguntaba sádico.
Candy desesperada contoneaba sus caderas mientras Terry se recostaba boca abajo en la cama, acomodándose entre sus piernas, acercando más su cara a ella. —Me gusta observarte así de cerca.— el acto de sentir su aliento sobre su sensible piel casi la lleva al éxtasis por si solo, provocando temblores en sus piernas, él se las posó sobre sus hombros mientras entrelazaba sus brazos alrededor de sus muslos para mantenerla en su lugar.
—Es hora de mi dosis diaria y tú querida eres mi única proveedora.— Se tomó la molestia de acomodar la prenda, enredándola un poco en su mano descubriéndola por enfrente solo lo justo y para poder darle tironcitos que le acariciaran su culo. Probando la eficacia de la maniobra jaló provocando un estremecimiento ante la estimulación entre sus mejillas.—¿Te gusta? Se que prefieres mis dedos o algo más, pero por lo pronto esto tendrá que bastar, hoy tengo otros planes para ti. Me beberé hasta la ultima gota de tus éxtasis— habló en plural y sabía que respaldaba sus promesas, era un hombre de palabra. El primer lengüetazo fue despiadado enviándola al borde del precipicio.
—Deja ir todas tus preocupaciones y Permíteme ser el guía liberador de tu cuerpo—
Sus labios curvándose hacia arriba fue lo último que vio mientras recordaba esa icónica frase que la había afectado desde su primer intercambio, obligándole a su cuerpo a obedecer. Él le separó los pliegues, se movió rápido,y de repente su cabeza se hundió entre sus muslos. El aliento caliente avivó su vulva, y luego su boca se abrió y su lengua estaba sobre su clítoris recorriendo la franja sintiendo la rugosa textura de su lengua de abajo hacia arriba. Echó la cabeza hacia atrás y arañó la ropa de cama mientras la lamía. El placer golpeó con fuerza, vio manchas, y luego un clímax la atravesó. Ella gritó, su cuerpo se sacudió. Terry gruñó y enterró su rostro más cerca, su lengua despiadada sobre y dentro de ella recogiendo sus jugos en expertos movimientos adictivos.
Ella se resistió pero no pudo escapar cuando otra ola de éxtasis la atravesó.
Candy hervía hipersensible. No era solo el exquisito placer carnal, era la combinación de emociones al saber que este hombre antes inalcanzable era suyo, eso hacía que su corazón latiera tan fuerte que sentía como si fuera a latir directamente fuera de su pecho. Iba a matarla con su lengua, con la desesperación que él tenía de alimentarse de ella. La joven gimió, gritó y llegó al clímax de nuevo cerrando los ojos. No hubo descenso lento después de que ella se vino. Solo necesidad y explosiones de éxtasis extremo. Terry se levantó y le dio la vuelta poniéndola en cuatro. Al fin le arrancó la tanga y alcanzó la parte delantera de sus pantalones.
—¿Qué estás haciendo?— preguntó incoherente. La sorprendió cuando los abrió, empujando el material negro hacia abajo. La visión de su gruesa y tensa carne liberada no era algo que ella pudiera dejar de ver. Él era realmente grande y estaba realmente duro.
—Te voy a coger, voy a follarte tan jodidamente delicioso que pedirás por más, aunque sepas que mañana volverás a tener esas ojeras de las que todos a tu alrededor están hablando.— fue su promesa mientras se hundía en ella hasta la base y empezó a mover sus perversas caderas. Sus testículos oscilaban golpeando entre sus piernas. Él era un hombre de palabra.