así que prosigan bajo su propio riesgo
OJERAS, Epilogo de Disturbed.
DISTURBED
CH1 ORGASMO
Por Elby 8a
—Te ves peculiarmente exquisita esta noche. —Le besó los nudillos y le dio una vuelta sobre su eje admirando los preparativos que había llevado a cabo para su encuentro. Importante era el hecho de apreciar en voz alta esos pequeños detalles impregnados de la esencia de la dama en cuestión. Ahí estaba la clave de su éxito, sin reclamos, jamás un parpadeo, un nervioso jugueteo de los dedos o exhalación que pasara desapercibido. Era su deber tomar en cuenta las reacciones, su cuerpo le hablaba más que sus palabras y él era un experto en el lenguaje del cuerpo. Se le daba de manera natural sobresalir en donde los otros hombres fallaban. Una palabra hacía la diferencia entre el orgasmo y la insatisfacción. Él era rápido con la lengua en más de un sentido.
Solo unas costosas bragas de encaje y medias de seda hasta los muslos con sus Loui Vouitton de vértigo, las ahora perfectas tetas al aire. El no pudo evitar inclinarse para lamerle un pezón. La rubia se estremeció, le sonreía mordiendo su labio inferior, humedeciéndose por la anticipación de lo que vendría. Le llevó a la cama instándola a que se sentara. Piel cremosa contrastando con sus sábanas azul rey de algodón Egipcio. El dio un paso atrás y deslizó el saco por sus brazos como una caricia a sus bíceps, abandonándolo sobre la alfombra sin romper el contacto visual con ella, el mensaje era claro, nada era más importante que la compañía presente. Continuó desanudándose la corbata botándola tras el. A ella le gustaba que el portara traje en sus encuentros, -algo que ver con su gallardía de hombros anchos y unas nalgas para morirse enfundadas en sedoso y ligero casimir tan suave al tacto- tenía un raro fetiche con la vestimenta de hombre de negocios y él estaba ahí para complacerla con un traje confeccionado a la medida por sastre inglés por supuesto. Desabotonó la parte superior de su camisa mostrando parte de sus clavículas, se retiró las mancuernillas para arremangarse y ponerse manos a la obra. Esta era su noche especial. Y Terrence Graham no era sino dedicado. Extendió la mano para soltarle el cabello que había estado recogido, le pasó los dedos por el pelo acariciando el cuero cabelludo con sus yemas, haciéndola ronronear bajo su toque. Pasó de lo delicado a lo rudo en un parpadeo, los excitantes contrastes que la tenían al borde, siempre a la expectativa. Se agachó y tomándola por la nuca la atrajo hacia él besándola, recorriendo su boca con su lengua, amoldando sus labios succionando y mordiendo. ¡Hambriento! Era bueno que estuviera sentada ya que las piernas le temblaron, sus besos le arrebataban la cordura, el ritmo feroz en ellos era el mismo que aplicaba a su sexo. Ella moría por sentir su cálida piel sobre ella. En su interior. Extendiéndola. Colocando una rodilla sobre la cama se cernió sobre ella, obligándola a recostarse mientras sus pies todavía calzados se apoyaban en la alfombra —¡Esos tacones son espectaculares, y hacen que tu culo se vea maravilloso! me da pena quitarlos así que.. he decidido no hacerlo. Ahora, Ábrete— Ella era una mujer elocuente, demasiadas veces la habían acusado de parlanchina, pero con Terry, se quedaba muda. La manera en que pronunciaba cada palabra, hacía del lenguaje sucio un afrodisíaco imprescindible en sus encuentros.
La tomó por sorpresa al bajarse de la cama e hincarse entre sus piernas, subiendo por debajo de sus muslos para cogerla de las caderas y acomodarla a manera que sus corvas reposaban en sus hombros y las zapatillas colgaban por su espalda.
—Te comeré hasta beberme tu orgasmo, aunque no creo que tardes mucho hermosa, puedo ver lo empapada que estas.— Abrió su boca y sin quitarle las bragas le cubrió con ella su sexo y succiono a través del delicado encaje arrancándole su primer grito de la noche. Su aliento, pura bruma abrasadora que nublaba su mente, que la fundía por dentro a estado líquido. Con sus dedos hizo aun lado la tela que se pegó cubriendo uno de sus labios, separándola, observando el ya excitado brote que sobresalía necesitado. —Hermosa, ¿hay algo que desees?— el tigre cual gran felino amaba jugar con sus presas. La dama quería retorcer sus caderas, empujarlas hasta su rostro y la prodigiosa lengua, pero había ya pasado demasiadas noches con él -jamás las suficientes- como para saber que rompería sus reglas.
—¡Oh por dios! Terry, tu lengua, ¡por favor!— el tono suplicante, ella era una chica necesitada y no le importaba que lo supiera, al contrario, sabía que sería recompensada por su honestidad. Él le regaló su sonrisa depredadora.
—¡Deja ir todas tus preocupaciones y Permíteme ser el guía liberador de tu cuerpo!—Amaba esa frase suya, expresaba a la perfección lo que él aportaba a su vida. Si mayor preámbulo barrio de abajo hacia arriba arrastrando su humedad hasta frenar en su clítoris, torturándolo por los lados hasta que lo golpeó justo en el centro. El vientre trémulo, jadeos de éxtasis puro, crudo, sin reservas, su amante la cogía con la lengua, incrementando la imperiosa necesidad de desahogo con cada penetración. Al fin el añorado estremecimiento llegó. Él se puso de pie, encajando sus bragas entre sus dedos y despojándola de ellas. Quedó desparpajada y sin aliento. —Esa es mi señal, tu sonrisa de “bien cogida”, ahora vamos a respaldarla.— Se removió la camisa y bajó sus pantalones, desnudándose por completo. La luz del sol que se filtraba a través de las cortinas parecía querer delinear la masculina silueta que se revelaba para regocijo de sus pupilas. La vista desde su angulo en la cama, para comérselo. Magníficos montículos musculosos mientras se daba la vuelta para tomar un sobre del cofre sobre la cómoda. Lo rompió con sus dientes sacando el preservativo encarándola de nuevo, la quemó con su mirada y tomó el miembro entre sus piernas frotándolo duro.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó, los profundos tonos masculinos de puro sexo y tentación.—Eso espero, porque vas a tomar cada centímetro que te dé, toda la noche.—le advertía mientras desenrollaba el condón sobre su eje —Una y otra vez.— Había escuchado eso antes, pero sabía que no eran promesas vanas. Él quería decir cada maldita palabra. Se subió a la cama en donde la rubia extendida yacía más que dispuesta. —Abraza tus rodillas y no las sueltes hasta que te indique lo contrario.— le ayudó a flexionarlas, pegándolas a su pecho pero manteniéndolas un poco separadas. Fijando su mirada donde emanaba la prueba de sus orgasmos.
Se frotó contra ella, no dentro, sino de manera superficial, ella sintió toda su gloriosa y gruesa longitud pesada sobre sus labios y clítoris masturbándola volviéndola más resbaladiza delo que jamás se había sentido. —Eres una ricura— dijo casi gruñendo. —Suéltate—Se detuvo unos segundos para acomodarle las zapatillas ahora recargadas en sus hombros. Entró en ella con agónica lentitud. Y el infierno se hizo presente en esa barra que se abría paso en su interior. Deseando que incrementara su velocidad. —Más— fue lo único que logró salir de ella. El contesto rodando sus caderas, asegurándose de recorrer cada parte de ella en ese movimiento. —¿Estas segura?— preguntó con tono maquiavélico, en esta ocasión ella apenas logró asentir. Salió y arremetió contra ella arrebatándole jadeos incesantes con cada despiadada embestida. Se inclinaba para recorrer sus senos con una de sus manos mientras que con la otra la sujetaba por la cadera. Ella quiso enganchar sus manos en su cuello y el maldijo por lo bajo, con su mano cubrió la de ella en su cuello por un instante antes de alejarla, besándole la muñeca y extendiéndole el brazo por sobre su cabeza. —Déjalas ahí hermosa, vas a necesitar sostenerte de algo—
En un momento le tomó los tobillos con una sola de sus manos, sosteniéndolos en lo alto, mientras arremetía contra ella. La presión que ejercía en él la volvía loca, tornándola en trémula carne a punto de explotar junto con la ultima neurona a la que se aferraba su lado racional. EL ritmo implacable de las caderas chocando, sonidos húmedos, los jadeos habían sido suplantados por gritos desenfadados rindiéndose al gozo. Era criminalmente delicioso y valía cada centavo. Él volteó un poco la cabeza y le lamió el empeine. —Eres seda que me envuelve— dijo apretando los dientes y Terry se perdió en el desenfrenado golpeteo. Ella estaba cerca, él podía sentir el estremecimiento, las venas palpitantes, carne húmeda que le abraza, lo acoge dándole la tan añorada atención y en reciprocidad ayuda a su femineidad torturada por el imbécil marido.
—¡Ah, mmm... DIOS, TERRY!— grito en reconocimiento y agradecimiento a su proveedor de orgasmos. Abrió los ojos, no quería perderse ese momento especial en que veía su fascinante esencia sin riendas. Recibió tres embestidas más, las facciones desfiguradas por la tensión y él al fin dejó fluir la liberación de su arduo trabajo. Se detuvo con el sudor en su frente. Se inclinó hacia ella recargado sobre sus manos y le sonrió antes de retirarse de ella. El obscuro cabello alborotado le añadía a ese aire díscolo que era adictivo. Sus manos masajearon sus pechos y sus pezones reaccionaron al instante. Terry se paseo la lengua por sus definidos labios aun enrojecidos por el cunniligus.
—Tengo la mejor idea para tu boob fest, —Desechó el preservativo —por cierto, no te preocupes, si tienen el bamboleo suficiente para excitar. — Iré por el champagne, mientras te recuperas.— Le dijo saliendo hacia la cocina ya con una semierección por delante.
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Ha logrado hacer las pases con esa necesidad suya. Como un vampiro que se alimentara de la escoria. Él únicamente provee de sus servicios a las damas necesitadas de atención, aquellas descuidadas, infravaloradas e incluso humilladas por los cornudos. Él es honesto, con cada una de ellas. Les envuelve en su peculiar versión del infierno llevándoles al éxtasis celestial, en múltiples ocasiones, a cambio de una pequeña fortuna.
Podrías llamarle gigoló, prostituto pero el prefería llamarse coleccionista de orgasmos.
Venirse, llegar, acabar, correrse, clímax, le petite mort. En verdad moría un poco en cada intercambio y Esa era su vida. Hacía de sus orgasmos su propósito de vida. Prefería enterrarse en los cuerpos de sus clientas y ofrecerles su “fuck-therapy”, a escuchar sus penas por tiempo indefinido sin poder hacer algo que realmente aliviara sus frustraciones. Lograba mayores beneficios en una sola cogida que en años de sesiones de psicoterapias. Sin rodeos, iba directo al punto. Les daba lo que realmente necesitaban. Un boost de autoconfianza, y ¿el extra? ayudarles a mantenerse en forma mejor que cualquier video casete de Jane Fonda. Él lograba elevar su temperatura corporal mucho mejor que un sauna, ellas rompían en sudor mientras obtenían un entrenamiento completo e infinitamente más satisfactorio y relajante. Era por ello que había decidido escucharles liberarse, llegar más profundo de lo que cualquier terapia psicológica podría hacerlo. Además, era realista. Le gustaba comer coño. Había algo poderoso en hacer que las mujeres se vinieran para él. La manera en la que se abrían desenfadadas. Hasta la más tímida sucumbía ante las atenciones de su ávida lengua. Sí, él seguía ejerciendo, solo que de otra manera.
La ubicación era clave, su departamento en Manhattan justo en el centro de todo proveía de la cercanía suficiente ya fuera para un furtivo encuentro rápido, o la decadencia de un all nighter. El elevador que se activaba por medio de llave y que realizaba una corrida cada vez, directo a su destino, otorgaba privacidad incluso entre los residentes quienes rara vez coincidían. Debía reconocer que su decoradora había logrado crear una atmósfera de mimo al que sus exigentes damas estaban acostumbradas.
—¡Tengo el mejor trabajo del mundo!
Soy un hombre de hábitos, hábitos insaciables.—
El amor es inexistente. Ha sido creado como las tarjetas de San Valentín por pura mercadotecnia. Ha sido transformado en sentimiento a través de la necedad de un pensamiento repetitivo del colectivo. Es algo caduco que estorba para dar rienda suelta a lo que las personas son en realidad. Pero él aprovecha esa creencia así que finje, pretende hasta que lo siente, porque regala fantasías. Todos nos vendemos ante el mejor postor, el simplemente decidió hacerlo más literal. Hacer de su droga un medio para lograr su objetivo.
Eso es a lo que él llama una situación de ganar-ganar.
Su religión el hedonismo.
Ven tu estarás en control.