“SECOND ROUND”
Entre el Ring y el Corazón
Entre el Ring y el Corazón
El aire en el sótano era pesado y denso, impregnado con el olor agrio del sudor que se entremezclaba con la humedad. La multitud, ávida de emociones, se agolpaba alrededor del improvisado ring. La lona gastada del cuadrilátero estaba rodeada de cajas de madera convertidas en asientos improvisados.
En una esquina, Dunde, conocido como el Diamante del Boxeo, se preparaba. Su cuerpo esculpido resplandecía con el sudor de la anticipación, sus músculos tensos como cables. Sus ojos irradiaban determinación y confianza, reflejando la mirada desafiante de un guerrero invicto y hambriento de gloria.
En la esquina opuesta, su adversario permanecía en el anonimato. Una figura sombría, envuelta en la oscuridad de una capucha, ocultando su identidad. Sus ojos, fríos y desprovistos de emoción, parecían escudriñar los rincones más oscuros del alma humana. Rumores susurraban que luchaba por razones más allá del mero deporte; una lucha por la supervivencia, por deudas impagas y secretos inconfesables.
El árbitro, con el rostro marcado por la fatiga y la experiencia, entró en el ring, su voz resonando en las húmedas paredes del sótano. "¡Escuchen todos! Reglas simples: no golpes bajos, no mordidas. ¡Que comience la pelea!"
El sonido estridente del timbre reverberó en el recinto. La multitud se inclinó hacia adelante, expectante y ansiosa por presenciar el espectáculo sangriento que estaba por desplegarse. Dunde lanzó sus guantes con furia controlada, como martillos en busca de su objetivo. Su oponente se desplazaba con la gracia de una sombra, esquivando cada golpe con movimientos fluidos y calculados.
Costillas, mandíbula, sien: cada golpe era un eco de poder y resistencia, el sonido de carne chocando contra carne resonando en el sótano. La multitud rugía, sus voces fusionándose en un coro primitivo de anticipación y excitación, alimentando la energía del combate.
Pero el luchador sin nombre tenía una estrategia meticulosa y calculada. Absorbía los golpes de Dunde con una serenidad casi sobrenatural, rodando con el impacto como el océano absorbe las embestidas de las olas. Sus ojos nunca abandonaban el rostro de Dunde, brillando con una intensidad silenciosa, calculando cada movimiento, esperando pacientemente el momento adecuado para desatar su propia tormenta.
Y entonces sucedió. La guardia de Dunde bajó por una fracción de segundo. El luchador sin nombre aprovechó la oportunidad y lanzó un torbellino de rápidos jab, acertando en la cabeza de Dunde. Su puño conectó con la mandíbula del boxeador, como un trueno. Dunde tambaleó, con sangre salpicando desde su boca.
La multitud contuvo el aliento, susurros de expectación vibrando en el aire cargado. Dunde, firme en pie a pesar del embate, no flaqueó ante el desafío. En cambio, una sonrisa audaz se curvó en sus labios, un halo de sangre fundiéndose con el sudor en su frente. El luchador sin nombre, consciente de la fuerza implacable que tenía frente a él, retrocedió con precaución, sus pasos marcados por la prudencia.
Pero Dunde, con una determinación ardiente reflejada en sus ojos centelleantes, se enderezó con la firmeza de un guerrero antiguo. Su corazón latía al compás de una furia renovada, cada gancho zurdo, iba impulsado por una mezcla indómita de orgullo y dolor. El luchador sin nombre, ya no tan ágil como al principio, se vio obligado a resistir, su cuerpo marcado por el dolor y su rostro hinchado por el castigo infligido.
A medida que la última ronda se aproximaba, el sótano se sumió en un silencio cargado de anticipación, como si el universo mismo contuviera la respiración para presenciar el desenlace. Dunde y el luchador sin nombre se enfrentaron, dos titanes maltrechos pero indomables, cada uno aferrado a su honor y su destino entrelazado en un duelo épico. Sus miradas se encontraron en un choque de emociones intensas: desafío, desesperación, y el inexorable destino que los había unido.
Y entonces, en un estallido de movimientos y determinación, Dunde desató su movimiento característico: el Corte del Diamante. Su doble cruzado, salió expulsado como un relámpago de justicia, en medio de la oscuridad, encontró su objetivo en la sien del luchador sin nombre. La figura envuelta en la capucha se desplomó como un títere abandonado por su titiritero.
La multitud estalló en vítores, un coro estruendoso de celebración y admiración. Dunde se erigió victorioso, su figura bañada en la gloria de su triunfo, aunque su cuerpo llevaba las marcas de la batalla librada. Mientras tanto, el luchador sin nombre yacía en silencio, sus secretos yacen enterrados bajo el peso de la lona del ring, y sus motivaciones ocultas para siempre en la penumbra del olvido. El árbitro alzó la mano de Dunde en un gesto de reconocimiento, pero en los ojos del Diamante no había jubilosa exaltación, solo la carga pesada de la supervivencia, de deudas saldadas y pecados cometidos.
Los días habían transcurrido con la parsimonia de un río lento para Anthony. Las peleas clandestinas, una vez su principal pasión, habían cedido terreno ante el llamado de sus estudios universitarios, un sendero que había abandonado en favor del excitante mundo del boxeo callejero. Sin embargo, el peso de la culpa había aguijoneado su conciencia, instándolo a retomar su camino profesional. Su compañero de clases, con palabras de aliento, había sembrado la semilla del regreso en su mente.
En cuanto a Candy, su hermana menor, su vida estaba marcada por el ajetreo del instituto y las responsabilidades domésticas. Siguiendo el protocolo familiar, conocía de memoria la rutina: esconder los rastros de los daños en bolsas de basura, mantener el silencio, inclinar la cabeza ante la adversidad y reprimir las lágrimas, consideradas signo de debilidad en un mundo donde la fortaleza era un imperativo.
Al levantar las bolsas de basura, su mirada barrió el espacio que los rodeaba. Las paredes desnudas, desprovistas de adornos, clamaban por la presencia de algo más que el vacío. Ya no quedaba ni un solo jarrón donde depositar flores, pero un pensamiento fugaz, la idea de que tal vez Terry le trajera flores hoy, hizo brotar una sonrisa casi imperceptible en sus labios.
Con las pesadas bolsas entre sus manos, se encaminó hacia el contenedor del patio trasero. Al alzar la vista hacia el cielo, se encontró con la inesperada visión de nubes limpias y despejadas, como si el universo mismo le ofreciera un respiro. Fatigada, se dejó caer en el columpio del porche, permitiendo que sus pies descalzos rozaran el suelo de madera gastada. El aroma embriagador de las flores en plena primavera impregnaba el aire, brindándole un bálsamo para el alma cansada.
Con una curiosidad inocente, su mirada se deslizó hacia la casa del vecino, donde las ventanas abiertas acogían la brisa primaveral con un susurro acogedor.
Observó el tejado adornado con flores azules, que brillaban con una luminosidad suave, como si el sol les dedicara una sonrisa cómplice. Cada rayo de luz que se filtraba en la casa vecina parecía iluminar el ambiente con una delicadeza encantadora, mientras las cortinas violetas se movían con gracia, como si bailaran al ritmo de una melodía silenciosa.
A menudo había deseado encontrar algún motivo para disfrutar del porche de su vecina. Absorta en sus pensamientos, apenas percibió el momento en que el vecino se aproximó a la puerta de su casa. Terry, jovial y despreocupado, salió al pórtico con un gesto relajado, acompañado de un bostezo que denotaba una serena calma. La camisa que vestía realzaba su figura atlética con una elegancia natural, atrayendo la atención de Candy de manera sutil pero inevitable. Aunque se conocían desde siempre, últimamente lo veía con una nueva perspectiva: más seguro, más misterioso y, sin duda, más atractivo.
一¡Hola, vecina!一, saludó Terry con elegancia, apoyándose en la barandilla del porche. Sus ojos se encontraron con los de ella, provocando un leve rubor en las mejillas de Candy, quien se aferraba a la columna de madera con una mezcla de nerviosismo y emoción.
一Hola 一respondió ella, su voz apenas audible.
A pesar de que solían hablar con frecuencia, desde el último conflicto en la casa de Candy, un incómodo silencio se había instalado entre ellos, como una barrera impenetrable.
一¡Hace un calor insoportable, hoy! ¿no lo crees? mi mente no parece querer colaborar ni con las tareas ni con el entrenamiento ,一confesó Terry, rompiendo el incómodo silencio que los envolvía. 一Siento que mi adrenalina está deshidratada.
Terry saltó por encima de los barandales del porche con una mezcla de gracia y entusiasmo, cruzó el césped para unirse a Candy. En su camino, ejecutó unos cabeceos juguetones y lanzó algunos golpes al aire de manera despreocupada. La risa de Candy brotó espontánea ante la escena, resonando como una melodía alegre en el tranquilo vecindario.
一¿Debería pagarte por ese espectáculo?, 一bromeó Candy, aún riendo. 一Sabes que no sé nada de boxeo, vecino.
一Lo sé. Tú, eres toda una experta en el arte de las palabras, especialmente si vienen envueltas en un aura de oscuridad y romanticismo, 一observó Terry, con una sonrisa que sugería complicidad.
一¡Para nada! 一negó Candy de inmediato, con una expresión de fingido disgusto. 一Ni siquiera llegaría a leer la introducción.
El silencio volvió a envolver el ambiente, pero esta vez no era incómodo. Era como si estuvieran compartiendo un momento íntimo, un efímero paréntesis en medio del bullicio del mundo exterior.
一¿Cómo has estado, Candy?一 preguntó Terry con cautela, acercándose a ella con paso seguro, como si estuviera cruzando un puente entre dos mundos.
El corazón de Candy dio un vuelco; rara vez la llamaba por su nombre. Siempre solía usar apodos cariñosos, así que escuchar su nombre pronunciado de esa manera le produjo una sensación extraña pero agradable.
Candy bajó la mirada, su semblante triste resaltado aún más por su gesto. Sin embargo, había algo en la forma en que Terry la miraba que la hacía sentir comprendida, que la hacía creer que tal vez, solo tal vez, todo estaría bien.
Terry se acomodó en el columpio junto a Candy. La brisa de la tarde le acarició la nuca mientras sentía sus rodillas casi rozarse con las de ella. Un silencio cómodo se instaló entre los dos, roto solo por el chirrido del columpio y las risas lejanas de los niños jugando en la calle.
一Felices dulces dieciséis, Candy 一dijo finalmente, tras un momento en el que pareció buscar las palabras adecuadas. Su voz sonó un poco más ronca de lo habitual一. Estoy seguro de que será un año increíble, lleno de aventuras que ni siquiera te imaginas.
Candy asintió con una sonrisa tímida, pero sus ojos color esmeralda se perdieron un momento en los niños que correteaban.
一Sí, susurró. Y también… 一dudó, mordiéndose el labio inferior.
一¿Nuevos sentimientos? 一completó Terry, con una voz suave.
La mejilla de Candy se sonrojó.
一Es extraño, Terry 一confesó, mirándolo con una intensidad que lo dejó sin aliento. 一Te conozco desde que éramos pequeños, siempre has sido el amigo inseparable de mi hermano, el vecino buena onda que nos salva de apuros. Pero… 一bajó la voz a un susurro, 一últimamente te veo diferente. Es como si te estuviera descubriendo por primera vez.
Un calor recorrió el cuerpo de Terry. Las palabras de Candy resonaron en su interior,confirmando sus propias sospechas. Extendió una mano con lentitud, y con la punta de sus dedos rozó la de ella. Una corriente eléctrica pareció saltar entre ellos, erizando sus vellos.
El sol estival bañaba el columpio con una luz dorada, como si pintara el momento con un brillo especial. Terry giró hacia Candy, su mirada recorrió el rostro de su pecosa, con una intensidad que la hizo contener la respiración.
一Candy 一murmuró, su voz ronca por una emoción repentina, 一te he visto crecer desde que eras una niña con pecas y rizos que desafiaban cualquier peinado. Eras un torbellino de energía y risas, siempre lista para una nueva aventura. 一Hizo una pausa, como para saborear el recuerdo 一Y ahora一, continuó, sus ojos brillaban con un afecto que nunca antes se había atrevido a mostrar .一eres una mujer en toda regla. Una flor que ha florecido en toda su belleza, inteligente, valiente y con una luz propia que te hace brillar.
Candy sintió un calor subir por su cuello hasta las mejillas. Las palabras de Terry resonaban en su interior, despertando sentimientos que había intentado ignorar.
一Y tú, Terry, 一dijo con voz apenas audible, 一siempre has sido más que el amigo inseparable de mi hermano. Eres el chico fuerte que podría tumbar a cualquiera en el ring, pero también, el que ayudaba a la señora Jackson con las compras sin esperar nada a cambio. El que recitaba poesía bajo los árboles cuando nadie te mira.
Una sonrisa ladeada se dibujó en los labios de Terry.
一Supongo que todos tenemos nuestras facetas ocultas .一admitió con un tono divertido.
Se balancearon en el columpio en un silencio cómodo, pero cargado de ansiedad. La brisa cálida acariciaba sus mejillas, llevando consigo el perfume del verano y el zumbido perezoso de las abejas.
Candy rompió el silencio, su voz temblaba ligeramente.
一¿Crees en el destino, Terry? 一preguntó, sus ojos estaban fijos en los de él.
Él la miró fijamente, como si buscara descifrar el torbellino de emociones en su mirada.
一Quizás, 一respondió con suavidad .一¿Por qué lo preguntas?
Un rubor intenso cubrió el rostro de Candy. Se acercó un poco más a Terry, sus hombros rozándose.
一Porque 一susurró, su aliento cálido contra su piel .一creo que estábamos destinados a ser más que vecinos. Más que amigos.
En ese momento, con el sol como testigo y sus corazones latiendo al unísono, el silencio habló por ellos. La mano de Terry cubrió la de Candy, y una corriente eléctrica recorrió sus cuerpos, confirmando lo que ambos ya sabían.
Las palabras de Candy colgaron en el aire, pesadas con una emoción que la hacía temblar. 一Terry, he estado esperando este momento, 一confesó, su voz apenas un susurro. 一Esperándote a ti...
El sol estival se filtraba a través de las hojas de los árboles, bañando el columpio con una luz tenue y dorada. En ese halo mágico, Terry se inclinó hacia ella. Sus labios se rozaron primero, un tierno tanteo cargado de timidez y anhelo. Luego, con un movimiento más decidido, Terry capturó su boca en un beso.
El mundo alrededor desapareció. El único sonido era el latido acelerado de sus corazones y el suave balanceo del columpio. El beso era una mezcla embriagadora de dulzura y anhelo reprimido. Para Candy, sabía a verano, a esperanza y a la promesa de algo extraordinario.
Al separarse, ambos respiraban con dificultad, sus ojos perdidos el uno en el otro. Terry apoyó su frente contra la de ella, dejando que sus respiraciones se sincronizaran.
一Feliz cumpleaños, mi pequeño infiernito 一susurró, su voz se mantenía ronca por la emoción. Candy sonrió con una mezcla de timidez y satisfacción, 一¿Sabes que me he condenado por ti? 一preguntó con un tono juguetón, pero sus ojos brillaban con una seriedad que no podía ocultar.
Candy negó con la cabeza. Los ávidos dedos de Terry, acariciaban suavemente su mejilla. El anhelo en su mirada era innegable. Sin poder resistirse más, Terry, se inclinó de nuevo y la besó con una intensidad que la dejó sin aliento. Su sabor era una adictiva mezcla de dulzura y rebeldía que lo volvía loco.
En ese momento perfecto, suspendidos en el tiempo, un sonido discordante los arrancó de su burbuja. La puerta de la casa de Candy se cerró de golpe, “shattering” la quietud con un estruendo que resonó como un presagio. Una tormenta se desataba en el interior de la casa, separándolos bruscamente y dejando en el aire un sabor a incertidumbre que eclipsó la dulzura del beso.
Escrito en conjunto
An Le Mon
SrMcfaber
"la dupla literaria"
An Le Mon
SrMcfaber
"la dupla literaria"
Queremos agradecer de corazón a todas las chicas
que han dedicado su tiempo a leer nuestra historia.
Su apoyo significa mucho para nosotros.
que han dedicado su tiempo a leer nuestra historia.
Su apoyo significa mucho para nosotros.