Susurros del Ring
Prólogo.
En el vibrante corazón de Filadelfia, donde el sol acaricia con fervor la tierra rojiza y el aire palpita al ritmo de la música, entrelazan sus destinos dos almas cuyas pasiones desafían las convenciones. Terry, un joven universitario de linaje inglés, poseedor de una presencia imponente y una mirada que se funde con el azul zafiro de sus ojos, se erige como un prodigio del boxeo, cuyas gestas lo han elevado a la categoría de leyenda local. Sin embargo, en lo más íntimo de su ser, alberga un secreto: un amor ardiente por Candy, una joven de cabello rubio desordenado, cuyos largos rizos dictan la cadencia de su peinado, adornada con unos ojos de esmeralda y una sonrisa de celestial fulgor. Aunque está a punto de culminar sus estudios en el instituto, ella persiste en habitar un universo poblado de romanticos sueños.
Candy, a pesar de su corta edad, emana una madurez que contrarresta su aparente fragilidad. Su alma, rebosante de sensibilidad, halla en la escritura de cartas de amor un refugio donde plasmar sus anhelos y ensueños en cada trazo. Terry, inadvertidamente, se convierte en el destinatario de estos susurros del corazón, que alcanzan su ser como un soplo de brisa fresca en medio del áspero mundo de sus triunfos y desafíos pugilísticos.
Las sendas de Terry y Candy se entrelazan cuando Anthony, el hermano de ella y mejor amigo del joven boxeador, se ve inmerso en un torbellino de intrigas y combates clandestinos, relegando sus aspiraciones de alcanzar la cima en la categoría de pesos pesados. A pesar de las advertencias de Terry y las dulces súplicas de Candy, Anthony, empujado por sus demonios internos, anhela la adrenalina y la gloria del ring clandestino, ajeno a las consecuencias de su osadía.
La tragedia, en su sombría quietud, aguarda paciente el momento propicio para irrumpir. En este drama envolvente, donde los puños se alzan en busca de gloria y los suspiros susurran historias de amor, se entrelazan temas como la amistad, la traición, la pérdida, la redención y el poder transformador del amor genuino para trascender cualquier adversidad. Hay miradas que se resisten a ser veladas y secretos que deben permanecer ocultos.
En el cuadrilatero del amor, siempre resuena un eco de tortuosa rendición y evocadora reminiscencia ¿Podrá el amor verdadero superar los obstáculos y vencer a las sombras?
Sumérgete en esta historia donde las emociones palpitan en cada página y prepárate para un torbellino de adrenalina, romance y suspenso.
Round 1
GANCHO AL CORAZON
En el interior del gimnasio, un torbellino de actividad reinaba bajo la tenue luz de las lámparas colgantes. El aire estaba impregnado de una mezcla de aromas: el sudor de los cuerpos en esfuerzo, el cuero de los guantes de boxeo, la tiza de las pesas y un toque a desodorante barato. El ritmo trepidante de la música rock marcaba el compás de los entrenamientos, creando una atmósfera electrizante.
En un rincón del gimnasio, Anthony, con el rostro enrojecido por el esfuerzo y la ira, golpeaba con furia un pera de velocidad, liberando su frustración en cada golpe seco. Sus músculos tensos se contraían y expandían con cada movimiento, mientras sus gruñidos resonaban en el local como el rugido de un animal salvaje.
A pocos metros de distancia, Candy observaba la escena con una mezcla de emociones: preocupación, tristeza y una pizca de atracción por la intensidad que emanaba de Anthony. Su mirada recorrió el gimnasio, deteniéndose en los carteles de antiguos campeones que adornaban las paredes, en las pesas apiladas en perfectas torres de metal y en el grupo de jóvenes que entrenaban con entusiasmo, ajenos al drama que se desarrollaba a su alrededor.
Un rayo de sol se colaba por una ventana rota, iluminando una mota de polvo que danzaba en el aire. El silencio momentáneo acentuó el sonido de la respiración agitada de Anthony, quien finalmente se detuvo, exhausto y derrotado. Se dejó caer sobre un banco de madera, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas en la nuca.
―¡Eh, Anthony! ¡Aquí te buscan en la salida, querido! ―exclamó Robert Hathaway, el manager y entrenador de las jóvenes promesas del boxeo, con su voz resonando como un eco amistoso en el bullicioso gimnasio.
El alboroto se apoderó del espacio, los gritos de los chicos llenaron el área de boxeo con una energía vibrante. Las burlas y chiflidos se entremezclaban en el aire, tejiendo una sinfonía de camaradería y jovialidad. ―¡Anthony, a la reja con todo y chivas! ―coreaban sus compañeros entre risas, creando una atmósfera de complicidad y diversión.
Anthony detuvo la pera de velocidad en un movimiento fluido, como si estuviera bailando al ritmo de su propio latido. Un destello de determinación cruzó su mirada, reflejando la intensidad de su espíritu. Con un último golpe, digno de un guerrero preparándose para la batalla, levantó su mochila y se lanzó hacia la gran puerta del gimnasio con una determinación palpable en cada paso.
Los pasos apresurados de Anthony resonaban sobre el bullicio de sus compañeros de entrenamiento. Al llegar al imponente portón de hierro forjado del antiguo gimnasio, su rostro estaba enrojecido y su respiración agitada.
Anthony se acercó a su hermana con pasos vacilantes, las palabras tropezando unas con otras en su afán por disculparse.
―¡Perdóname, bebeshita! ―exclamó, con una mirada cargada de pesar y remordimiento, mientras extendía sus brazos hacia ella en un gesto de súplica.
―¡No me toques, Anthony! Eres un cretino. Si no ibas a cumplir tu promesa, mejor no... ―la joven detuvo su reproche al observar cómo Anthony, como siempre hacía, se postraba a sus pies. Con una mezcla de exasperación y resignación, continuó: ―Levántate, tonto. Además de miserable e irresponsable, ahora eres un auténtico payaso.
―Dime, ¿cómo puedo pedirte perdón? ―rogó Anthony, con los ojos llenos de arrepentimiento y los labios formando un puchero lastimero.
―Solo hay una manera, Anthony. No vuelvas a decir "te olvidé". Por favor, porque eso hace aún más dolorosa mi existencia ―la joven dejó escapar un suspiro cargado de tristeza y dolor. Anthony conocía el profundo desprecio que su hermana sentía al ser ignorada, una herida que se había arraigado desde su infancia al creerse responsable de la tragedia familiar y sentirse abandonada por su padre. Con voz entrecortada por la emoción, continuó: ―Desde que estaba en el jardín de infantes, te has olvidado de mí, y eso me llena de tristeza.
―No llores, mi solecito. Lo que pasa es que no soy bueno con el tiempo. Creo que mi organización deja mucho que desear ―respondió Anthony con una sonrisa irónica, desviando la atención hacia su cabello, que irradiaba destellos dorados como los rayos del sol al atardecer.
La joven de cabello dorado, con un gesto de impotencia que resquebrajaba su habitual serenidad, llevó instintivamente las manos a su cabeza, intentando domar el revoltijo de rizos rebeldes que enmarcaban su rostro.
—¡Basta, Anthony! —exclamó Candy, su voz resonando con una mezcla de indignación y determinación mientras giraba con un movimiento grácil sobre sus pies.
—Tranquila, pecosa. El lobo con piel de cordero que buscas está de nuevo a tus pies —dijo Terry con una sonrisa socarrona que marcaba hoyuelos en sus mejillas, mientras sujetaba a Candy con firmeza en sus brazos.
La joven, al chocar contra el torso fornido de Terry, sintió un electrizante cosquilleo que recorrió su espina dorsal como una ola de calor.
—Perdón —susurró Candy, manteniendo su rostro cerca del pecho de Terry, sintiendo una corriente eléctrica vibrar entre ellos, una conexión que no podía negar ni ignorar.
—Con una condición —musitó Terry, inclinando la barbilla para encontrarse con la mirada de Candy, sus ojos brillando con una chispa traviesa mientras acariciaba con ternura el cabello rubio de la joven—. Dime, ¿qué tan lejos has llegado esta vez? ¿Dónde te dejó plantada este bribón? Siento tu mente tan agitada que parece que estás a punto de estallar. ¿O será que soy yo quien te pone así?
Una carcajada espontánea escapó de los labios de Terry, contagiando a Candy con su contagiosa alegría. Ella, al sentir su agitación interior, alzó lentamente la mirada, sus ojos verdes reflejaban una mezcla de determinación y una pizca de molestia.
—Váyanse al diablo, par de payasos —dijo Candy con un tono entre divertido y molesto, empujando con delicadeza a Terry, sintiéndose vulnerable ante la mirada de los demás, y con sus emociones a flor de piel.
一Vamos Candy, no te enojes, pequeña pecosa, mi pecho es tu refugio一. susurró Terry entre risas, su voz destacando entre el estruendo del gimnasio, mientras una sonrisa traviesa iluminaba su rostro. El guapo castaño anhelaba que aquel accidental abrazo hubiera durado una eternidad.
一¡No te pases de la raya, chacal!一 replicó Anthony con una mueca de desaprobación, lanzando un puño en tono juguetón hacia el hombro de su amigo一. Mírala, ella es un ángel, mi pequeña hermanita y tú un tramposo lobo feroz.
Al escuchar la palabra "hermanita", Candy sintió un cosquilleo en el estómago y apretó los ojos con fuerza. Anhelaba que Terry la viera como una mujer atractiva y cautivadora en un mundo dominado por hombres rudos. Pero él siempre la veía como la princesa de su mejor amigo. Nunca lograría borrar la imagen de ella jugando con muñecas de niña.
El olor a sudor y cuero impregnaba el aire del gimnasio, mientras el sonido metálico de las pesas chocando entre sí creaba una sinfonía en el ambiente.
一Tranquilo, hermano, ya sabes que toda mi dote es para ti 一rió Terry, su risa destacando entre los sonidos del gimnasio, mientras se acariciaba el brazo con gesto adolorido.
Anthony simplemente negó con la cabeza, una sombra de preocupación surcando su rostro.
一¡Oye, Candy! no te molestes en caminar hasta el estacionamiento. El auto se averió, así que vamos a tener que caminar a casa ¡No me hagas pucheros! se que has caminado bastante desde el instituto hasta aquí, pero… 一Alzó lo brazos en un gesto de derrota. El corazón de Anthony latía con fuerza en su pecho, como un tambor en un ritual tribal, mientras la urgencia lo impulsaba a pedirle nuevamente disculpas a su hermana.
一¡Athony! 一exclamó Candy, mirando sus viejos zapatos desgastados. Sus acompañantes no pudieron evitar notarlo.
一No te preocupes, hermanita 一dijo Anthony, posando una sonrisa ladina. Con ternura, acaricio la mejilla de Candy一. En pocos días te compraré unos zapatos de marca, esos que salen en las revistas y te vuelven loca. Quiero que te veas y te sientas como la reina que eres.
Las promesas de Anthony brotaban como un torrente de emociones. Su voz transmitía la complejidad de sus sentimientos, una mezcla de falsa alegría y una culpa apenas velada. Un nudo de preocupación se formó en el estómago de Candy, mientras escuchaba las promesas de su hermano.
―No, Anthony 一dijo Candy, bajando la mirada y jugueteando con los pulgares como solía hacer desde niña, para calmar su ansiedad. Un velo de tristeza nubló sus ojos, evidenciando el peso de las palabras de su hermano.
El torrente de emociones fluía de los labios de Anthony, como un río desbordado que arrastra todo a su paso, mientras la complejidad de sus sentimientos se reflejaba en las palabras que pronunciaba.
Terry, al notar el malestar de Candy, también mostró señales de incomodidad, revelando que algo de lo dicho le había afectado, como una grieta en un muro sólido. Tratando de restar un poco de importancia al tema, Terry hizo sonar un par de llaves en su mano.
一Mi carro está aquí 一proclamó Terry con un brillo travieso en los ojos, y los hermanos recibieron la noticia con una mezcla de alivio y expectación. Sin embargo, en el rostro del inglés se insinuó por una sombra de astucia , una malicia apenas perceptible. Rodó los ojos con desdén y, como si sus pensamientos tomaran forma en el aire, agregó: 一Pero sabes, Anthony, creo que no quiere que me acerque demasiado a su encantadora hermanita.
Candy y Anthony observaron cómo Terry, sin hacer ruido ni despedirse, se desvanecía de su vista, adentrándose en el gimnasio con una determinación palpable, golpeando los sacos de boxeo con una ferocidad envidiable.
一Maldito 一gruñó Anthony, sus instintos más primitivos tomando el control, mientras cargaba a su hermana sobre su hombro y se apresuraba a alejarse, dejando tras de sí una estela de palabras bruscas provenientes de Candy.
Terry observaba la escena de los hermanos con una mezcla de ternura y gracia. Sus ojos se posaban en los alborotados rizos rubios de Candy, que danzaban con cada movimiento de Anthony 一mi Pequeña infiernito一, murmuró para sí mismo, mientras veía cómo el trozo de papel que Candy, sostenía entre sus manos se rendía al vaivén del aire. Un suspiro escapó de sus labios, cargado de la dulce frustración de no poder atrapar esos momentos fugaces.
Horas más tarde, Candy se encontraba de nuevo sumergida en la oscuridad de su sala, solo acompañada por el tacto reconfortante de un rosario que apretaba con fuerza entre sus manos, buscando en sus cuentas un consuelo que parecía esquivo; su corazón doliente se encontraba al par de los trozos de cristal que la rodeaban.
En otra parte de la ciudad, un rugido rasgó el aire nocturno, una advertencia sonora que cortaba la quietud con un presagio ominoso.Con una sorna abasallante, ajustó sus guantes, como si estuviera preparándose para dominar el ring con una confianza desafiante. Apartó la mirada de sus hermanos y observó cómo los demás boxeadores se congregaban en el centro de un improvisado cuadrilátero. Con un movimiento brusco, chocaron sus guantes, un sonido metálico que reverberó en el espacio circundante, como un aviso de la batalla inminente.
"¡Dunde, Dunde, Dunde!", clamaba la multitud, vitoreando a Dunde, el diamante del boxeo callejero, mientras el ambiente se cargaba con una electricidad palpable.
Era la señal que esperaba. “Dunde” se abrió paso entre la maraña de espectadores, sus ojos destellando con una ferocidad reprimida que apenas ocultaba su determinación. Se plantó frente a su oponente, un hombre corpulento con una mirada penetrante que parecía desafiar demostrando su valía. Sin necesidad de palabras, “Dunde” elevó sus puños una vez más y los chocó contra los de su rival, sellando un pacto silencioso pero cargado de una intensidad palpable.
continuará.
Queremos expresar nuestro más sincero agradecimiento por acompañarnos en esta nueva aventura.
Aunque desconocemos hacia dónde nos llevará, tenemos la firme convicción de que nuestras letras
despertarán todos sus sentidos y se fusionarán con la energía
del apasionante mundo del boxeo callejero.
Les quiere: An Le Mon & SrMcfaber
Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia. Si te sientes identicado con la historia, es por que en algun momento la viviste.
Aunque desconocemos hacia dónde nos llevará, tenemos la firme convicción de que nuestras letras
despertarán todos sus sentidos y se fusionarán con la energía
del apasionante mundo del boxeo callejero.
Les quiere: An Le Mon & SrMcfaber
Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia. Si te sientes identicado con la historia, es por que en algun momento la viviste.
Última edición por an le mon el Mar Abr 23, 2024 12:01 pm, editado 1 vez