Este año no vengo con ningún bando, pero vengo a echar porras!
Y a dar uno que otro aporte, como éste.
Espero les guste.
Y a dar uno que otro aporte, como éste.
Espero les guste.
LA BRISA DEL MAR
La vista al imponente océano llenaba toda la vista a mi alrededor.
Pensar en él fue inevitable.
El golpe de recuerdos me abstrajo de la realidad, dejándome sentir por un breve instante, la cálida brisa de aquel maravilloso día que pasamos retozando en las blancas arenas de esa isleta perdida.
El agua turquesa lavaba nuestros pies cubiertos de arena, el sol abrasaba nuestra caliente piel, que aún llevaba las marcas de las caricias que no podíamos dejar, el hambre, la sed, esas trivialidades podían esperar.
Cinco años han pasado desde la última vez que le vi, tan altivo, tan galante. Llevaba smoking blanco, como todos los demás, anhelé que fuera un invitado, era él quien se iba a casar. A la siguiente mañana le encontré, demasiado temprano para quien estuviera amaneciendo de su noche de bodas, no pude evitarlo, me acerqué.
Sin siquiera pedirlo, caminó junto a mi, necesitaba hablar, pude ver que no estaba feliz. Su ahora esposa estaba sedada en la habitación, las náuseas matutinas no dan reposo ni un día, “así que por eso se casaron”, creí pensar, pero mi lengua fue más rápida que mi reaccionar, me miró con resignación, y como si necesitaras sacarlo de muy dentro respondió “y aunque no sea mío, lo querré igual.”
Nunca entenderé qué lo llevó a dar ese paso, la historia contada a pedazos hablaba de un amor no correspondido y olvidado, otro amor perdido y nunca recuperado, un viaje, una aventura, una consecuencia, un corazón roto, una vida inocente. “Alguna vez la amé”, dijo al final, y en ese instante le di lo que por la noche él debía reclamar.
Paro el auto en el mirador, los inquietos ojitos celestes que viajan a mi lado me ven con infinito amor, jamás volví a saber de él, pero su recuerdo quedó plantado en mi vientre y vivirá por siempre en mi corazón.
Mi pequeño Albert, tal vez un día puedas conocer a tu papá.
Pensar en él fue inevitable.
El golpe de recuerdos me abstrajo de la realidad, dejándome sentir por un breve instante, la cálida brisa de aquel maravilloso día que pasamos retozando en las blancas arenas de esa isleta perdida.
El agua turquesa lavaba nuestros pies cubiertos de arena, el sol abrasaba nuestra caliente piel, que aún llevaba las marcas de las caricias que no podíamos dejar, el hambre, la sed, esas trivialidades podían esperar.
Cinco años han pasado desde la última vez que le vi, tan altivo, tan galante. Llevaba smoking blanco, como todos los demás, anhelé que fuera un invitado, era él quien se iba a casar. A la siguiente mañana le encontré, demasiado temprano para quien estuviera amaneciendo de su noche de bodas, no pude evitarlo, me acerqué.
Sin siquiera pedirlo, caminó junto a mi, necesitaba hablar, pude ver que no estaba feliz. Su ahora esposa estaba sedada en la habitación, las náuseas matutinas no dan reposo ni un día, “así que por eso se casaron”, creí pensar, pero mi lengua fue más rápida que mi reaccionar, me miró con resignación, y como si necesitaras sacarlo de muy dentro respondió “y aunque no sea mío, lo querré igual.”
Nunca entenderé qué lo llevó a dar ese paso, la historia contada a pedazos hablaba de un amor no correspondido y olvidado, otro amor perdido y nunca recuperado, un viaje, una aventura, una consecuencia, un corazón roto, una vida inocente. “Alguna vez la amé”, dijo al final, y en ese instante le di lo que por la noche él debía reclamar.
Paro el auto en el mirador, los inquietos ojitos celestes que viajan a mi lado me ven con infinito amor, jamás volví a saber de él, pero su recuerdo quedó plantado en mi vientre y vivirá por siempre en mi corazón.
Mi pequeño Albert, tal vez un día puedas conocer a tu papá.