¿Cómo sería la cotidianidad entre Albert y Candy, si se cambiaran los roles? Esta loquera es resultado de ese experimento.
Alberta
Por
Sdness
La joven, avanzaba a grandes zancadas, proyectaba toda ella, turbación. Y en su rostro se podía observar una gran contrariedad. La chica crispaba dientes y puños, debido a la tensión que le embargaba.
Al observarle, era casi imposible no asociar su aspecto físico, su forma de andar con la de un felino.
De constitución atlética, y poseedora de una altura poco común en una chica, 1.80 m, de piel ligeramente bronceada, larga melena rubio-paja, y unos enigmáticos ojazos azules. De físico atractivo le atraían la atención de las miradas masculinas, algo que la chica solía detestar,
Finalmente, después de algunos minutos, llegó a su destino, un solar apartado del bullicio de la gente y que le proporcionaba algo de privacidad. Era allí, en ese lugar, donde solía acudir cuando la frustración le hacía presa, era un remanso de paz para ella. Y esta vez, necesitaba con urgencia de esa tranquilidad que solía transmitirle es pequeño espacio.
-¡Diablos, estoy tan furiosa, que hubiera sido capaz de partirle la cara, maldito bribón!. Mascullaba aún con furia la rubia, quien ya había tomado asiento en una banca próxima.
Después de largos minutos, la chica logró serenarse.
-Bueno, de cualquier forma ya había pensado seriamente, en renunciar, ahora debo de pensar que voy hacer par que él, no se entere de este incidente y de mi despido laboral. En este punto, en el que se prodigaba así misma ánimos, le sobresalto un pensamiento.
-¡Mi dulce niño! ¿Cómo le explicare mi despido? Lo mejor, será no comentarle nada, dejaré que las cosas se vayan acomodando por sí, solas- Y lanzó un profundo suspiro que alivió su perturbado ánimo.
Esta forma de pensar contrastaba con su forma de ser y de actuar, pues gustaba de enfrentar los problemas de forma directa, pero en esta ocasión, consideraba que la mejor decisión era ocultar el altercado sufrido con su superior. Conocía muy bien a C., y sabía de lo que era capaz, sí se enteraba de que su jefe había intentado sobrepasarse con ella.
-¡No, ni pensarlo!- Ya en un pasado reciente, habíanse enfrentado su jefe y C., aunque sólo quedó en un intercambio de palabras y amago de golpes, no pasó a mayores. Pero, esta vez, temía de lo que fuera capaz su chico.
Cerro sus hermosos ojazos y esbozo una sonrisa enamorada –Bueno, sí sabía de lo que era capaz C., le conocía como a la palma de su mano, con sólo mirarle, sabía cual era su estado de ánimo, incluso se había dado entre ellos, una gran empatía, que podía adivinar sus pensamientos.
Un pensamiento, atrajo a otro, y comenzaron a fluir los recuerdos. El día que le conoció, ella se encontraba pérdida, no recordaba nada de su pasado, el médico (De aquel caritativo dispensario) que la atendió le diagnosticó, amnesia parcial causada sin duda, por fuerte traumatismo.
Por compasión, le dieron albergue en el pequeño dispensario, y el médico la recomendó en un pequeño restaurantito, como mesera y lava-loza. Fueron, días difíciles, pues, aunque recordaba como hacer las cosas cotidianas, no recordaba ni su nombre, ni su pasado, nada.
Un día, mientras limpiaba una de las mesas, uno de los parroquianos quiso pasarse de “mano larga” con ella
-¿Qué hay linda? ¿Por qué tan solita?-Atrayéndola hacía él.
-¡No, por favor, déjeme!- Luchaba la rubia por soltarse de aquel atrevido.
-¡Vamos nena, sé que te gusto, no lo niegues!- Siguió forcejeando con su captor, que la tenía
asida de la muñeca y con el otro brazo, le rodeaba la cintura. Todo, ante la mirada impasible del resto de comensales y de su mismo patrón.
-No, no. ¡Suélteme!- Ya enardecida.
-¿Acaso es usted sordo o tiene retraso mental?- Una voz, detrás suyo, se alzo amenazante.
-¡Con un demonio! ¿Quién es el entrometido?-Rugió aquel bastardo, levantándose de su mesa, sin soltar a la chica.
-¡La joven, le ha dicho, que la suelte! Y parece, que usted, no comprende o no entiende el idioma. Cuando, una chica, dice ¡No, es NO!- Volteando y encarando al valentón.
Alberta y el tío, que la molestaba quedaron muy sorprendidos, al observar al hombre que había salido en su defensa. Un menudo rubio, de apariencia frágil, de ensortijados cabellos rubios y unos enormes ojos verdes. Su cara salpicada de pecas, le daban la apariencia de un niño.
-JAJAJAJAJAJAJA, ¿Y tú mocoso insolente, te atreves a molestarme? Te daré la lección de tu vida, para que aprendas a no entrometerte donde no te llaman.
Alberta, al ver la desventaja del rubiecito contra aquel hombrón, intervino en su defensa, tratando de calmar los ánimos del tipejo.
-¡Por favor, no es necesario llegar a los golpes! ¿Sí gusta un café de cortesía? Con gusto se lo sirvo- El sacar la cara por el jovencito, enardeció más a aquel bruto. Arrojando con violencia a Alberta, que cayó al piso toda desmadejada ante la fuerza de aquel hombre.
-¡Cretino, te voy a enseñar como se trata a una dama!- Saltó el joven rubio sobre aquel coloso de carne.
¿Cómo fue, que ese chico sometió al grandulón hombrete? Es la fecha, que no se lo explica, pero el rubio, era bueno para los golpes. Y logró la rendición de aquel atrevido, no sin antes, obligarle a pedir disculpas de rodillas a ella.
Luego, de aquel penoso incidente, C., se convirtió en su ángel guardián. Ambos jóvenes tenían tanto en común, rebeldes antes los convencionalismos sociales, poseían almas generosas y compartían también, la orfandad, ella por un pasado que no recordaba y C., porque lo habían abandonado siendo un recién nacido. Ambos rubios amaban la libertad sobre todas las cosas.
Y así como Alberta se ufanaba de conocer a C., lo mismo le ocurría al jovencito con ella, con una sola mirada sabía cual era su estado de ánimo, lo que le agrada o desagradaba e incluso, se anticipaba a sus deseos. Había entre ellos una complicidad implícita en sus mutuos silencios, en sus sonrisas, en sus miradas.
-¡Un dólar por tus pensamientos!- Escuchó a sus espaldas una voz que inyectaba optimismo.
-¿Cómo sabías que estaba aquí?- La chica se giró sorprendida ante su interlocutor, de momento y luego sonrío para sí, él, siempre acudía a ella, para reconfortarle en sus malos momentos, con una cálida sonrisa. Entre ellos existía una mágica conexión, difícil de explicar. Alberta sólo sabía que cuando más lo necesitaba C., siempre estaba a su lado.
-Tina, te compre un helado, un pajarito chismoso me comentó que aquí te encontraría- Guiñándole pícaramente.
Alberta le obsequió como única respuesta, una sincera sonrisa. A ella, le bastaba tenerlo cerca para que todo mal rato se disipara. El joven sentóse junto a ella, se deleitaron contemplando el espectacular marco que la naturaleza les obsequiaba. No hacían falta las palabras entre ellos, sus corazones palpitaban al unísono.
Alberta
Por
Sdness
Con especial dedicatoria para Fran Delher.
La joven, avanzaba a grandes zancadas, proyectaba toda ella, turbación. Y en su rostro se podía observar una gran contrariedad. La chica crispaba dientes y puños, debido a la tensión que le embargaba.
Al observarle, era casi imposible no asociar su aspecto físico, su forma de andar con la de un felino.
De constitución atlética, y poseedora de una altura poco común en una chica, 1.80 m, de piel ligeramente bronceada, larga melena rubio-paja, y unos enigmáticos ojazos azules. De físico atractivo le atraían la atención de las miradas masculinas, algo que la chica solía detestar,
Finalmente, después de algunos minutos, llegó a su destino, un solar apartado del bullicio de la gente y que le proporcionaba algo de privacidad. Era allí, en ese lugar, donde solía acudir cuando la frustración le hacía presa, era un remanso de paz para ella. Y esta vez, necesitaba con urgencia de esa tranquilidad que solía transmitirle es pequeño espacio.
-¡Diablos, estoy tan furiosa, que hubiera sido capaz de partirle la cara, maldito bribón!. Mascullaba aún con furia la rubia, quien ya había tomado asiento en una banca próxima.
Después de largos minutos, la chica logró serenarse.
-Bueno, de cualquier forma ya había pensado seriamente, en renunciar, ahora debo de pensar que voy hacer par que él, no se entere de este incidente y de mi despido laboral. En este punto, en el que se prodigaba así misma ánimos, le sobresalto un pensamiento.
-¡Mi dulce niño! ¿Cómo le explicare mi despido? Lo mejor, será no comentarle nada, dejaré que las cosas se vayan acomodando por sí, solas- Y lanzó un profundo suspiro que alivió su perturbado ánimo.
Esta forma de pensar contrastaba con su forma de ser y de actuar, pues gustaba de enfrentar los problemas de forma directa, pero en esta ocasión, consideraba que la mejor decisión era ocultar el altercado sufrido con su superior. Conocía muy bien a C., y sabía de lo que era capaz, sí se enteraba de que su jefe había intentado sobrepasarse con ella.
-¡No, ni pensarlo!- Ya en un pasado reciente, habíanse enfrentado su jefe y C., aunque sólo quedó en un intercambio de palabras y amago de golpes, no pasó a mayores. Pero, esta vez, temía de lo que fuera capaz su chico.
Cerro sus hermosos ojazos y esbozo una sonrisa enamorada –Bueno, sí sabía de lo que era capaz C., le conocía como a la palma de su mano, con sólo mirarle, sabía cual era su estado de ánimo, incluso se había dado entre ellos, una gran empatía, que podía adivinar sus pensamientos.
Un pensamiento, atrajo a otro, y comenzaron a fluir los recuerdos. El día que le conoció, ella se encontraba pérdida, no recordaba nada de su pasado, el médico (De aquel caritativo dispensario) que la atendió le diagnosticó, amnesia parcial causada sin duda, por fuerte traumatismo.
Por compasión, le dieron albergue en el pequeño dispensario, y el médico la recomendó en un pequeño restaurantito, como mesera y lava-loza. Fueron, días difíciles, pues, aunque recordaba como hacer las cosas cotidianas, no recordaba ni su nombre, ni su pasado, nada.
Un día, mientras limpiaba una de las mesas, uno de los parroquianos quiso pasarse de “mano larga” con ella
-¿Qué hay linda? ¿Por qué tan solita?-Atrayéndola hacía él.
-¡No, por favor, déjeme!- Luchaba la rubia por soltarse de aquel atrevido.
-¡Vamos nena, sé que te gusto, no lo niegues!- Siguió forcejeando con su captor, que la tenía
asida de la muñeca y con el otro brazo, le rodeaba la cintura. Todo, ante la mirada impasible del resto de comensales y de su mismo patrón.
-No, no. ¡Suélteme!- Ya enardecida.
-¿Acaso es usted sordo o tiene retraso mental?- Una voz, detrás suyo, se alzo amenazante.
-¡Con un demonio! ¿Quién es el entrometido?-Rugió aquel bastardo, levantándose de su mesa, sin soltar a la chica.
-¡La joven, le ha dicho, que la suelte! Y parece, que usted, no comprende o no entiende el idioma. Cuando, una chica, dice ¡No, es NO!- Volteando y encarando al valentón.
Alberta y el tío, que la molestaba quedaron muy sorprendidos, al observar al hombre que había salido en su defensa. Un menudo rubio, de apariencia frágil, de ensortijados cabellos rubios y unos enormes ojos verdes. Su cara salpicada de pecas, le daban la apariencia de un niño.
-JAJAJAJAJAJAJA, ¿Y tú mocoso insolente, te atreves a molestarme? Te daré la lección de tu vida, para que aprendas a no entrometerte donde no te llaman.
Alberta, al ver la desventaja del rubiecito contra aquel hombrón, intervino en su defensa, tratando de calmar los ánimos del tipejo.
-¡Por favor, no es necesario llegar a los golpes! ¿Sí gusta un café de cortesía? Con gusto se lo sirvo- El sacar la cara por el jovencito, enardeció más a aquel bruto. Arrojando con violencia a Alberta, que cayó al piso toda desmadejada ante la fuerza de aquel hombre.
-¡Cretino, te voy a enseñar como se trata a una dama!- Saltó el joven rubio sobre aquel coloso de carne.
¿Cómo fue, que ese chico sometió al grandulón hombrete? Es la fecha, que no se lo explica, pero el rubio, era bueno para los golpes. Y logró la rendición de aquel atrevido, no sin antes, obligarle a pedir disculpas de rodillas a ella.
Luego, de aquel penoso incidente, C., se convirtió en su ángel guardián. Ambos jóvenes tenían tanto en común, rebeldes antes los convencionalismos sociales, poseían almas generosas y compartían también, la orfandad, ella por un pasado que no recordaba y C., porque lo habían abandonado siendo un recién nacido. Ambos rubios amaban la libertad sobre todas las cosas.
Y así como Alberta se ufanaba de conocer a C., lo mismo le ocurría al jovencito con ella, con una sola mirada sabía cual era su estado de ánimo, lo que le agrada o desagradaba e incluso, se anticipaba a sus deseos. Había entre ellos una complicidad implícita en sus mutuos silencios, en sus sonrisas, en sus miradas.
-¡Un dólar por tus pensamientos!- Escuchó a sus espaldas una voz que inyectaba optimismo.
-¿Cómo sabías que estaba aquí?- La chica se giró sorprendida ante su interlocutor, de momento y luego sonrío para sí, él, siempre acudía a ella, para reconfortarle en sus malos momentos, con una cálida sonrisa. Entre ellos existía una mágica conexión, difícil de explicar. Alberta sólo sabía que cuando más lo necesitaba C., siempre estaba a su lado.
-Tina, te compre un helado, un pajarito chismoso me comentó que aquí te encontraría- Guiñándole pícaramente.
Alberta le obsequió como única respuesta, una sincera sonrisa. A ella, le bastaba tenerlo cerca para que todo mal rato se disipara. El joven sentóse junto a ella, se deleitaron contemplando el espectacular marco que la naturaleza les obsequiaba. No hacían falta las palabras entre ellos, sus corazones palpitaban al unísono.