::: ALSS ::: RECUERDOS COMPARTIDOS ::: Agente Janik AC.

Y nada más fue que al mirarlo, toda ella se estremeció.

Sus rubios cabellos, sus ojos de cielo y esa sonrisa que nunca olvidó.

— Eres mucho más linda cuando sonríes — recordaba. — ¿Aún era linda? — preguntó en voz alta, sorprendiendo a su padre.
— Claro que eres linda — respondió — pero hoy, simplemente estás deslumbrante — le sonrió dejando un ligero beso en la mejilla.

Tomó un sorbo al champán que estaba bebiendo, recordando el día que lo conoció. Sus padres la llevaron a presentar el pésame a su familia. Ella quedó asombrada ante la cantidad de personas vistiendo faldas, la rubia pequeñita los miraba, unas veces con tristeza y otras con una ligera sonrisa. Sintiendo el ambiente fúnebre, ella simplemente sacó su mano de la de su padre y deambuló por los jardines. Y fue cuando lo vio por primera vez.

Estaba recargado en un árbol abrazado a una gaita y llorando suavemente, sin ruidos, solo el temblor fino de sus hombros lo delataba. Lo miró detenidamente y él no parecía darse cuenta. Era tanto su dolor y tristeza que pronto ella también estaba llorando. Cuando sus sollozos se hicieron más sonoros, fue que él levantó su rostro y ella quedó sorprendida de esas pupilas azules aún húmedas. Ese mirar parecía como un cielo soleado después de llover.

Y entonces, él pronunció esas palabras que quedarían impresas en su corazón.

No recuerda más de ese encuentro, solo tiene que creer lo que le han dicho. Ella se quedó dormida y él la llevaba en sus brazos.

Luego ya no lo volvió a ver. Habían pasado muchos años, Candy era una enfermera y estudiante de medicina. De él poco sabía y ahora estaba frente a ella.

Ya no era aquel joven un poco delgaducho. Había madurado, continuaba delgado pero con músculos bajo la piel, aún tenía ese mirar azul pero ahora tenía un brillo pícaro y mundano. Su sonrisa ahora tenía un ligero mohín coqueto y descarado que lo hacía verse mucho más atractivo.

Su instinto le decía que en ese momento era peligroso acercarse pero se sentía irremediablemente atraída, como la abeja a la miel.

Sus miradas irremediablemente se encontraron.

Celeste y esmeralda, se miraron sorprendidos y fascinados.

La piel se le erizó y un revoloteo en su cuerpo recorrió su espalda, para luego concentrarse en su estómago. Estas eran las mariposas de las que siempre escuchó hablar. De esa sensación en el estómago cuando te enamoras, de cuando encuentras al amor de tu vida. Nunca imaginó que sería él pero sin saber por qué, estaba feliz. Era como si estuvieran predestinados a compartir una vida, con sus penas y alegrías. Bajó la cabeza tratando de ocultar su rubor por lo que estaba pensando y sintiendo en su corazón, bajo la intensa mirada de aquellos ojos.

— Hola — escuchó — ¿Me recuerdas? — él preguntó.

Entonces su sonrisa se ensanchó y sus ojos verdes se iluminaron.

Y todo a su alrededor desapareció