Aqui estoy participando en el Reto felino que nos propuso Wendolyn
espero que les guste ....
El Rucio es un gato rechoncho, el Rucio es un gato peleador de pocos amigos y mil desencuentros, el Rucio es uno de aquellos gatos de los que la gente se aleja. El Rucio tiene su historia.
El Rucio nació en la calle y la calle es su hogar, de sus padres no supo mucho, pero al Rucio eso lo tiene sin cuidado. Al Rucio le dicen Rucio, porque su pelaje original era así, algo amarillento, pero eso ya casi no se ve, pero el nombre le quedó. Desde pequeño se las arreglo solo y a su manera, porque es así, el Rucio tiene sus maneras y de ahí no lo mueve nadie, ni el perro rabioso de la cantina ni el silbato del tranvía. El Rucio tiene su Ley y todos los de su calle lo saben.
El Rucio vivía su vida salvaje con alegría, no había conocido otra. Comía restos de cualquier cosa y bebía restos de lo que fuera, y como en la calle del Rucio había una cantina, desde la más tierna infancia Rucio había bebido inimaginables cocteles alcohólicos y eso le parecía natural.
No era agraciado, su pelaje era disparejo, sucio, era gordo pero sin que afectara su agilidad y el Rucio se ufanaba de que nunca, pero nunca, un parasito había sobrevivido en su cuerpo, todo un logro en aquel ambiente.
El Rucio conoció a su amigo (porque el Rucio no tiene amo, sería una contradicción) una noche helada de invierno, cuando el abultado, mal oliente y repugnante Señor García calló como fulminado a las puertas de la cantina después de una jornada de lascivia y alcohol. García quedó inconsciente en la vereda y de ahí nadie lo sacó y el Rucio que es un buscador nato de la sobrevivencia, encontró que era un encantador bulto que le proporcionaría calor aquella gélida noche.
Y así el Rucio se acurrucó en algún pliegue de García, sin darle más vueltas a su fortuna, hasta que pasó algo inesperado. El Rucio se olió a sí mismo en García. Era como si hubiera encontrado su otro YO. De la sorpresa, el Rucio, pasó al estupor, después lo miró con detenimiento, luego procedió a lamerlo entero y ya casi al alba la realidad se le imponía, ese hombre, García, era de su misma especie: Sucio hasta la saciedad, mal oliente, tosco, rechoncho, desinfectado por el alcohol y despreciado por todos los transeúntes.
Esa fue la primera vez que el Rucio durmió en familia, por lo menos esa fue su impresión.
Cuando García despertó ese medio día, encontró a ese gato observándolo, trató de ahuyentarlo pero este no se movió. Mientras caminaba, a duras penas, el Rucio caminaba a la par y cuando comenzó a beber aquella tarde el Rucio lo miró orgulloso desde la puerta. García lentamente se acostumbró a la presencia del Rucio y el Rucio sintió que por primera vez tenía a alguien a quien proteger y se hizo responsable de su amigo García. En otras palabras el Rucio adoptó a García, aunque tuvo la delicadeza de hacerle creer que solo eran amigos.
Cuando García bebía, el Rucio lo miraba, cuando García se dormía, donde callera, el Rucio velaba su sueño, si alguien quería robarle algunas monedas al bulto inconsciente de García, el Rucio ponía tal fiereza, que hacía desistir al más decidido de los ladrones, y si García se trenzaba en una disputa ¡Que D’s libre al contrincante! por que el Rucio no dejaba anatomía sin magullar.
Que feliz vida llevaba el Rucio ahora. Y quizás ustedes preguntaran ¿que recibía el Rucio a cambio? Migajas de García: algún sorbo de alcohol, alguna sobra de fiambre, algún patadón dado con cariño (o sin el) y algunas veces un paseo en carreta, y eso sería todo, pero para el Rucio, eso era la gloria, porque recuerden, el Rucio nunca tuvo a nadie hasta que llegó García.
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Gracia spor pasar y leer!
espero que les guste ....
El Rucio
El Rucio es un gato rechoncho, el Rucio es un gato peleador de pocos amigos y mil desencuentros, el Rucio es uno de aquellos gatos de los que la gente se aleja. El Rucio tiene su historia.
El Rucio nació en la calle y la calle es su hogar, de sus padres no supo mucho, pero al Rucio eso lo tiene sin cuidado. Al Rucio le dicen Rucio, porque su pelaje original era así, algo amarillento, pero eso ya casi no se ve, pero el nombre le quedó. Desde pequeño se las arreglo solo y a su manera, porque es así, el Rucio tiene sus maneras y de ahí no lo mueve nadie, ni el perro rabioso de la cantina ni el silbato del tranvía. El Rucio tiene su Ley y todos los de su calle lo saben.
El Rucio vivía su vida salvaje con alegría, no había conocido otra. Comía restos de cualquier cosa y bebía restos de lo que fuera, y como en la calle del Rucio había una cantina, desde la más tierna infancia Rucio había bebido inimaginables cocteles alcohólicos y eso le parecía natural.
No era agraciado, su pelaje era disparejo, sucio, era gordo pero sin que afectara su agilidad y el Rucio se ufanaba de que nunca, pero nunca, un parasito había sobrevivido en su cuerpo, todo un logro en aquel ambiente.
El Rucio conoció a su amigo (porque el Rucio no tiene amo, sería una contradicción) una noche helada de invierno, cuando el abultado, mal oliente y repugnante Señor García calló como fulminado a las puertas de la cantina después de una jornada de lascivia y alcohol. García quedó inconsciente en la vereda y de ahí nadie lo sacó y el Rucio que es un buscador nato de la sobrevivencia, encontró que era un encantador bulto que le proporcionaría calor aquella gélida noche.
Y así el Rucio se acurrucó en algún pliegue de García, sin darle más vueltas a su fortuna, hasta que pasó algo inesperado. El Rucio se olió a sí mismo en García. Era como si hubiera encontrado su otro YO. De la sorpresa, el Rucio, pasó al estupor, después lo miró con detenimiento, luego procedió a lamerlo entero y ya casi al alba la realidad se le imponía, ese hombre, García, era de su misma especie: Sucio hasta la saciedad, mal oliente, tosco, rechoncho, desinfectado por el alcohol y despreciado por todos los transeúntes.
Esa fue la primera vez que el Rucio durmió en familia, por lo menos esa fue su impresión.
Cuando García despertó ese medio día, encontró a ese gato observándolo, trató de ahuyentarlo pero este no se movió. Mientras caminaba, a duras penas, el Rucio caminaba a la par y cuando comenzó a beber aquella tarde el Rucio lo miró orgulloso desde la puerta. García lentamente se acostumbró a la presencia del Rucio y el Rucio sintió que por primera vez tenía a alguien a quien proteger y se hizo responsable de su amigo García. En otras palabras el Rucio adoptó a García, aunque tuvo la delicadeza de hacerle creer que solo eran amigos.
Cuando García bebía, el Rucio lo miraba, cuando García se dormía, donde callera, el Rucio velaba su sueño, si alguien quería robarle algunas monedas al bulto inconsciente de García, el Rucio ponía tal fiereza, que hacía desistir al más decidido de los ladrones, y si García se trenzaba en una disputa ¡Que D’s libre al contrincante! por que el Rucio no dejaba anatomía sin magullar.
Que feliz vida llevaba el Rucio ahora. Y quizás ustedes preguntaran ¿que recibía el Rucio a cambio? Migajas de García: algún sorbo de alcohol, alguna sobra de fiambre, algún patadón dado con cariño (o sin el) y algunas veces un paseo en carreta, y eso sería todo, pero para el Rucio, eso era la gloria, porque recuerden, el Rucio nunca tuvo a nadie hasta que llegó García.
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Gracia spor pasar y leer!