No me pude aguantar de pensar en una gatita como George o para George...
espero que les guste, va la música con el texto.....
Gracias por pasar
espero que les guste, va la música con el texto.....
Petitte
Se pasea por la casa, con caminar reposado, casi flotando, sin hacer ruido. Rodea el escritorio y se detiene a su lado, lo ve concentrado, muy concentrado, espera y camina hacia el gramofóno que continua con la música. Ella lo observa y él levanta la cabeza y la ve. Petite, le dice levantando la pluma y ella ronronea y espera hasta que él termine, sabe que después comerán juntos. Aún la chimenea no necesita leños de repuesto.
Petite (pequeña) había llegado a la vida de George de improviso, como lo hicieron muchas de las cosas importantes en su vida. La historia de los dos arrancó de noche, ella estaba en la entrada de su departamento y bastaron dos mirada ¡solo dos miradas! Para que George le permitiera entrar al que sería desde aquel momento su hogar.
La química entre ambos fue instantánea, el afecto se creó y creció a media que pasaba el tiempo. Ella siempre fue así pequeña, casi diminuta, suave, discreta, pensativa. Durante los primeros días juntos, George la sorprendía mirándolo sin perderle gesto y poco a poco se sintió acompañado.
Petite, quien en un principio era solo Petit entró en sociedad el día que en medio del trabajo George contó a Albert sobre su querida huésped y este lo acompaño esa misma noche al departamento para conocerla y más tarde apadrinarla. Albert amó a la gatita desde que cruzaron sus ojos y aprovecho la ocasión para aclararle a George que era una señorita.
Petite ahora mira por la ventana, ha comenzado a llover, pero George aún no lo nota, está trabajando y ella lo sabe, pero no le molesta, así, justamente así le gusta compartir con él, también las risas, también los silencios.
Petite, era una gatita hermosa, tranquila, muy observadora y detallista, su pequeño cuerpo era de un negro aterciopelado y partes claras en su rostro. Nunca George averiguo cuál era su raza, a él parecía no importarle y ella lo entendía como una muestra más de su real afecto, por eso, cuando lo recordaba se paseaba entre sus piernas agradecida.
Ella no precisaba de juegos audaces ni salidas, ella disfrutaba mirar el fuego de la chimenea, el eterno girar del gramofóno, acompañar a George a leer el diario o mirar los cristales de la lámpara en el comedor. Petite solía esperarlo cada tarde en la ventana hasta que él regresara. Cuando lo divisaba en la acera sentía como le saltaba el corazón y cuando escuchaba las llaves en la puerta se alegraba, volteaba cuando él la abría y esperaba que la llamara para subir a sus brazos.
Petite adoraba reposar en el regazo de George, sobre todo cuando este leía o escuchaba Chopin y en las noches de Schubert sabía que era mejor dejarlo pensar, aunque algunas veces él la busco para acariciar su pelaje, sentado en el sillón mientras se le escapaban algunas lágrimas, eso ella lo sabía bien y se preocupaba por él.
Como las visitas no venían a menudo ella no sufría grandes sobresaltos, pero si era Albert, entonces ella se dejaba querer, Mademoiselle Johnson, como este le decía, era el sobrenombre que la hacía ronronear, pero no cambiaba por nada el Ma Petite Chérie que George le regalaba y le hacía sentir querida.
Ya él ha terminado su trabajo, lo sabe bien porque ha cerrado los libros y ha puesto definitivamente la pluma en el cajón. Ella levanta su cabecita y le acompaña a preparar la cena mientras él le comenta algo de los negocios que ella, por supuesto, no entiende pero que le parece sumamente importante, por lo que lo escucha atentamente.
La lluvia no ha cesado pero eso a ella no le importa, ambos se han quedado dormidos en el sillón. Tarde muy tarde ella se despierta y lo despierta a él para que se acueste y ella entrara a su canasto. Se considera una gatita feliz.
Petite (pequeña) había llegado a la vida de George de improviso, como lo hicieron muchas de las cosas importantes en su vida. La historia de los dos arrancó de noche, ella estaba en la entrada de su departamento y bastaron dos mirada ¡solo dos miradas! Para que George le permitiera entrar al que sería desde aquel momento su hogar.
La química entre ambos fue instantánea, el afecto se creó y creció a media que pasaba el tiempo. Ella siempre fue así pequeña, casi diminuta, suave, discreta, pensativa. Durante los primeros días juntos, George la sorprendía mirándolo sin perderle gesto y poco a poco se sintió acompañado.
Petite, quien en un principio era solo Petit entró en sociedad el día que en medio del trabajo George contó a Albert sobre su querida huésped y este lo acompaño esa misma noche al departamento para conocerla y más tarde apadrinarla. Albert amó a la gatita desde que cruzaron sus ojos y aprovecho la ocasión para aclararle a George que era una señorita.
Petite ahora mira por la ventana, ha comenzado a llover, pero George aún no lo nota, está trabajando y ella lo sabe, pero no le molesta, así, justamente así le gusta compartir con él, también las risas, también los silencios.
Petite, era una gatita hermosa, tranquila, muy observadora y detallista, su pequeño cuerpo era de un negro aterciopelado y partes claras en su rostro. Nunca George averiguo cuál era su raza, a él parecía no importarle y ella lo entendía como una muestra más de su real afecto, por eso, cuando lo recordaba se paseaba entre sus piernas agradecida.
Ella no precisaba de juegos audaces ni salidas, ella disfrutaba mirar el fuego de la chimenea, el eterno girar del gramofóno, acompañar a George a leer el diario o mirar los cristales de la lámpara en el comedor. Petite solía esperarlo cada tarde en la ventana hasta que él regresara. Cuando lo divisaba en la acera sentía como le saltaba el corazón y cuando escuchaba las llaves en la puerta se alegraba, volteaba cuando él la abría y esperaba que la llamara para subir a sus brazos.
Petite adoraba reposar en el regazo de George, sobre todo cuando este leía o escuchaba Chopin y en las noches de Schubert sabía que era mejor dejarlo pensar, aunque algunas veces él la busco para acariciar su pelaje, sentado en el sillón mientras se le escapaban algunas lágrimas, eso ella lo sabía bien y se preocupaba por él.
Como las visitas no venían a menudo ella no sufría grandes sobresaltos, pero si era Albert, entonces ella se dejaba querer, Mademoiselle Johnson, como este le decía, era el sobrenombre que la hacía ronronear, pero no cambiaba por nada el Ma Petite Chérie que George le regalaba y le hacía sentir querida.
Ya él ha terminado su trabajo, lo sabe bien porque ha cerrado los libros y ha puesto definitivamente la pluma en el cajón. Ella levanta su cabecita y le acompaña a preparar la cena mientras él le comenta algo de los negocios que ella, por supuesto, no entiende pero que le parece sumamente importante, por lo que lo escucha atentamente.
La lluvia no ha cesado pero eso a ella no le importa, ambos se han quedado dormidos en el sillón. Tarde muy tarde ella se despierta y lo despierta a él para que se acueste y ella entrara a su canasto. Se considera una gatita feliz.
Gracias por pasar