Además de mi participación en el fic grupal, que están leyendo, ¿verdad? vengo con otra aportación. Sí, es también para mi bello y el cual no puedo vivir. Un mini-fic que ha brotado de la nada y que muy gustosa vengo a compartir en esta Guerra Florida 2016.
La humedad en Lakewood era sumamente desesperante; pero la aburrición lo era más. Dos meses se estaban cumpliendo de que los Legan se mudaran allá. Lo habían hecho aprovechándose de que el Tío Abuelo William no estaba por los alrededores. Tampoco el receloso primo Archie, pero sí la señora Elroy que para nada le molestaba la presencia de sus encantadores sobrinos.
Uno de ellos, en el interior del solar y sentado a horcajadas en un diván, en lo que en la boca sostenía un cigarro y por las fosas nasales salía el humo, sus dos manos estaban entretenidas con las monedas doradas y plateadas que tenía en frente. Una a una las había contado. ¿Cuántas veces? ¡Qué importaba! Y porque la duda saltaba de repente, las pocas que yacían en una bolsa de piel fueron rápidamente vaciadas para ser contadas una vez más. Lo haría consiguientemente de inhalar con profundidad y exhalar largamente viendo con deleite como el humo se dispersa y aromatiza el lugar, área que en ese instante era visitado por su hermana y…
– ¡Cielos, Neil! ¡¿Qué demonios es lo que quemas?! ¡¿tus neuronas que por eso huele tan feo?!
– Cállate, Elisa – sardónica. – O mejor lárgate si tu única intención de venir hasta acá es molestar.
– Es que en serio… ¡apesta! Y tú… – se acercaron a él – ni se diga. ¿Cuándo fue la última vez que te bañaste, eh? Además… ¿de dónde has sacado ese dinero?
Sin vacilación se dijo:
– De una tumba
– ¡Neil! – unos ojos también expresaron absortos.
– Quieres que te diga porque huelo así, ¿cierto? Bueno…
– ¿Profanaste alguna y de ahí ha salido… eso? – las monedas que se señalaban con cierto temor.
– Si te digo que sí, ¿habrá algún problema?
– A no ser que te hayas vuelto loco o…
– De algún modo debíamos tener dinero, ¿no? –. Agarrado un puño, éste se levantó. Y de cierta altura soltaron su contenido diciéndose: – O dime ¿te ha gustado vivir de las migajas que te da mensualmente el honorable tío abuelo?
– Bueno, querido hermano, eso… solamente a ti tengo que agradecértelo por la brillante idea que tuviste de casarte con la dama de establo. Aunque… – Elisa fue a sentarse al pie del diván; y desde ahí: – ya han pasado algunos años de aquello y tú… no sigues enamorado de ella, ¿verdad?
– ¿Lo sigues tú del actorcete?
– ¿Terry?
– Por lo que escucho, sí, al no olvidarte de su nombre.
– Eso sería imposible y no tanto porque me guste. En las notas de sociales siempre aparece algún dato interesante acerca de él.
– Será porque de actor tiene lo que yo de trabajador.
– No, más bien se trata de lo caritativo que resultó.
– ¿Grandchester? – Neil lo nombró con toda la burla posible.
– Y es muy probable que él y Candy estén muy pronto de volverse a ver.
– ¿Y eso… debería importarme? – el gesto de Legan indicaba que no. Sin embargo…
– ¿No te gustaría ver sus reacciones?
– ¿Y para qué? Mucho me he ahorrado con verles a todos sus caras.
– Sí, pero… no sé
– ¡Brillante deducción, hermanita!
– Neil, déjate de ironías y mejor préstame atención.
La mano de Elisa fue a posarse sobre las monedas “oscuras” de Neil. Y éste obstruido y distraído de su actividad, posó sus ojos en su hermana que le diría:
– Terry Grandchester ha prometido invertir una cuantiosa suma de dinero en un proyecto. Éste es nada menos la construcción de dos hospitales infantiles que serán entregados completamente equipados.
Cruzándose de brazos el trigueño en su pose indiferente cuestionaba:
– ¿Y debo sentirme feliz por enterarme de eso?
– Claro que no pero…
– Elisa, de verdad –, una mano se quitó – no me interesa saberlo si no saber cuánto tengo.
– Pues a mí sí. Y lo que no sabes es que Terry Grandchester está relacionado con la hija de su jefe.
– Y si lo está, ¿dónde diablos metió a la lisiada?
– Murió
– Roguemos por ella
– ¡Neil!
– Elisa… escucha,
– No, tú hazlo.
– ¿Cómo piensas obligarme?
– ¿Revelando tu secreto?
– ¿Ah, sí? ¿y cuál es ese?
– ¿La procedencia de ese dinero?
– Oh – ¿vale decir lo sarcástico que fueron? – ¿y a quién se lo dirás? ¿a las estúpidas rosas de Anthony? Vamos, hermana. No te engañes, porque a mí… va a ser muy difícil que me infundas miedo.
– Bueno, entonces platiquemos; porque me aburro muchísimo estando aquí. En cambio si fuéramos a Wisconsin…
– ¿Wisconsin? ¿y qué diantres hay allá?
– Candy White y su prometido, el doctor Lenard Segundo. El afortunado director de uno de los nosocomios que Terry Grandchester donará.
– ¿Y qué te hace suponer que ella no lo sabe?
– ¡¿Bromeas?! La muy mustia quiere saber nada de su pasado.
– Aún así… no, no me emociona ir.
– ¡Neil!
– En serio, Elisa.
– ¡Por favor –, ¿suplicaron? – sácame de este encierro!
– ¿A cambio de qué?
– ¡De lo que quieras!
– De lo que quiera – repitieron; y poniendo una mirada pensativa se preguntaba: – ¿y qué podría yo querer?
. . .
Frente a frente una vez más
by
Estrella
. . .
Frente a frente una vez más
by
Estrella
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La humedad en Lakewood era sumamente desesperante; pero la aburrición lo era más. Dos meses se estaban cumpliendo de que los Legan se mudaran allá. Lo habían hecho aprovechándose de que el Tío Abuelo William no estaba por los alrededores. Tampoco el receloso primo Archie, pero sí la señora Elroy que para nada le molestaba la presencia de sus encantadores sobrinos.
Uno de ellos, en el interior del solar y sentado a horcajadas en un diván, en lo que en la boca sostenía un cigarro y por las fosas nasales salía el humo, sus dos manos estaban entretenidas con las monedas doradas y plateadas que tenía en frente. Una a una las había contado. ¿Cuántas veces? ¡Qué importaba! Y porque la duda saltaba de repente, las pocas que yacían en una bolsa de piel fueron rápidamente vaciadas para ser contadas una vez más. Lo haría consiguientemente de inhalar con profundidad y exhalar largamente viendo con deleite como el humo se dispersa y aromatiza el lugar, área que en ese instante era visitado por su hermana y…
– ¡Cielos, Neil! ¡¿Qué demonios es lo que quemas?! ¡¿tus neuronas que por eso huele tan feo?!
– Cállate, Elisa – sardónica. – O mejor lárgate si tu única intención de venir hasta acá es molestar.
– Es que en serio… ¡apesta! Y tú… – se acercaron a él – ni se diga. ¿Cuándo fue la última vez que te bañaste, eh? Además… ¿de dónde has sacado ese dinero?
Sin vacilación se dijo:
– De una tumba
– ¡Neil! – unos ojos también expresaron absortos.
– Quieres que te diga porque huelo así, ¿cierto? Bueno…
– ¿Profanaste alguna y de ahí ha salido… eso? – las monedas que se señalaban con cierto temor.
– Si te digo que sí, ¿habrá algún problema?
– A no ser que te hayas vuelto loco o…
– De algún modo debíamos tener dinero, ¿no? –. Agarrado un puño, éste se levantó. Y de cierta altura soltaron su contenido diciéndose: – O dime ¿te ha gustado vivir de las migajas que te da mensualmente el honorable tío abuelo?
– Bueno, querido hermano, eso… solamente a ti tengo que agradecértelo por la brillante idea que tuviste de casarte con la dama de establo. Aunque… – Elisa fue a sentarse al pie del diván; y desde ahí: – ya han pasado algunos años de aquello y tú… no sigues enamorado de ella, ¿verdad?
– ¿Lo sigues tú del actorcete?
– ¿Terry?
– Por lo que escucho, sí, al no olvidarte de su nombre.
– Eso sería imposible y no tanto porque me guste. En las notas de sociales siempre aparece algún dato interesante acerca de él.
– Será porque de actor tiene lo que yo de trabajador.
– No, más bien se trata de lo caritativo que resultó.
– ¿Grandchester? – Neil lo nombró con toda la burla posible.
– Y es muy probable que él y Candy estén muy pronto de volverse a ver.
– ¿Y eso… debería importarme? – el gesto de Legan indicaba que no. Sin embargo…
– ¿No te gustaría ver sus reacciones?
– ¿Y para qué? Mucho me he ahorrado con verles a todos sus caras.
– Sí, pero… no sé
– ¡Brillante deducción, hermanita!
– Neil, déjate de ironías y mejor préstame atención.
La mano de Elisa fue a posarse sobre las monedas “oscuras” de Neil. Y éste obstruido y distraído de su actividad, posó sus ojos en su hermana que le diría:
– Terry Grandchester ha prometido invertir una cuantiosa suma de dinero en un proyecto. Éste es nada menos la construcción de dos hospitales infantiles que serán entregados completamente equipados.
Cruzándose de brazos el trigueño en su pose indiferente cuestionaba:
– ¿Y debo sentirme feliz por enterarme de eso?
– Claro que no pero…
– Elisa, de verdad –, una mano se quitó – no me interesa saberlo si no saber cuánto tengo.
– Pues a mí sí. Y lo que no sabes es que Terry Grandchester está relacionado con la hija de su jefe.
– Y si lo está, ¿dónde diablos metió a la lisiada?
– Murió
– Roguemos por ella
– ¡Neil!
– Elisa… escucha,
– No, tú hazlo.
– ¿Cómo piensas obligarme?
– ¿Revelando tu secreto?
– ¿Ah, sí? ¿y cuál es ese?
– ¿La procedencia de ese dinero?
– Oh – ¿vale decir lo sarcástico que fueron? – ¿y a quién se lo dirás? ¿a las estúpidas rosas de Anthony? Vamos, hermana. No te engañes, porque a mí… va a ser muy difícil que me infundas miedo.
– Bueno, entonces platiquemos; porque me aburro muchísimo estando aquí. En cambio si fuéramos a Wisconsin…
– ¿Wisconsin? ¿y qué diantres hay allá?
– Candy White y su prometido, el doctor Lenard Segundo. El afortunado director de uno de los nosocomios que Terry Grandchester donará.
– ¿Y qué te hace suponer que ella no lo sabe?
– ¡¿Bromeas?! La muy mustia quiere saber nada de su pasado.
– Aún así… no, no me emociona ir.
– ¡Neil!
– En serio, Elisa.
– ¡Por favor –, ¿suplicaron? – sácame de este encierro!
– ¿A cambio de qué?
– ¡De lo que quieras!
– De lo que quiera – repitieron; y poniendo una mirada pensativa se preguntaba: – ¿y qué podría yo querer?
Gracias por su atención