El nombre de algunos personajes corresponden a sus debidos autores. Yo lo soy de la idea que leerán a continuación.
Nota: Lo relatado referente a Candy es pasado. Terry presente; y en un determinado futuro es que estarán…
Conforme Terry se rascaba la nuca pensando en lo último dicho de su jefe, a éste precisamente miraba alejarse de él que, conociendo muy bien el camino hacia su camerino se dirigió, topándose a metros de arribar a Karen.
Ella platicaba con otro compañero de tablas; y al divisar al probable actor principal de la nueva obra, un tanto enemiga, primero lo miró de arriba hacia abajo, después se despidió de con quien estuviera hablando para acercarse a Terry y saber de él:
– ¿Y bien?
– Bien ¿qué?
– ¿Ya se lo dijiste?
– Decirle ¿qué?
Posando en jarras se alzaría la voz para indagar:
– ¿Qué me prometiste anoche?
– Mientras no haya sido matrimonio
– ¡Imbécil! – lo calificaron; y a su obvio olvido, le recordaron – Me dijiste que hablarías con Hathaway para que me diera la oportunidad de audición.
– ¿En serio? –. El gesto de él reflejó la ignorancia de lo que se le hablaban. En cambio Karen sería burda al decir:
– A no ser que anoche seres del planeta Marte se llevaran al verdadero Terry Grandchester y en su lugar dejarán a este olvidadizo y… oye – lo miraron con atención – ¿por qué estás tan ojeroso?
– Porque aproveché la visita y me fui a bailar con una marciana de Lowell – famoso astrónomo de la época.
– ¡Estúpido payaso! – exclamó la castaña no pudiendo contener las risas de la bromista contestación de su compañero que diría, conteniéndose también las carcajadas:
– Lo siento – Terry volvió a rascarse la nuca. – Francamente lo olvidé
– Sí, me estoy dando cuenta y me gustaría saber ¿qué es lo que te pasa?
– Nada. Y si no te importa voy a descansar un rato, prometiéndote ésta vez hablar con él en cuanto tenga la primera oportunidad.
– Hazlo, aprovechando de que Zelma pasó por aquí despotricando cosas de ti y afirmando que no quiere trabajar contigo
– ¿De verdad?
– ¿Qué le hiciste? – quisieron saber. Sin embargo…
– Karen…
– Sí, sí. Vete a descansar – con una mano se le indicó el camino; y previo a tomarlo, se le dijo:
– Muchísimas gracias por tu autorización.
Habiendo sido sardónico y habiendo mostrado una franca sonrisa, el guapo actor se dispuso a ingresar a su camerino.
Allá y después de haber aventado los libretos sin importarle dónde y cómo cayeran se dirigió a un diván. En ello y sin recato alguno dejó caer su esbelto cuerpo quedando sus largos brazos extendidos, su cabeza colgada y también sus castaños cabellos, mientras que sus enigmáticos ojos color índigo se posaban en una blanca pared, no entendiendo por qué se sentía exactamente como sus compañeras lo veían: distraído y sinceramente con pocos bríos.
Bueno, eso se debía a que una parte de su sueño era verdad. Había estado soñando con Susana. Y ésta, desde su fría morada, le gritaba pidiéndole desgarradoramente ayuda; y él, desde arriba, con una antaña pose característica de él: rebelde, le respondía que en vida le hubo dado la suficiente y que ahora, estando muerta, ya le dejara en paz. No obstante…
– Terry, no seas así con ella. Mírala en qué condiciones está. Ten un poquito de paciencia y sé amoroso. Se lo merece por todo lo que hizo por ti.
– Candy – el guapo actor la nombró como en su pesadilla; y en ella, mirando a la pecosa de su vida, le suplicó. – No me pidas eso, por favor. No lo hagas, porque entre tú y ella…
– ¡Demonios! – Terry despotricó cerrando y apretando los párpados. Además sus manos las llevó a la cabeza diciéndose: – ¿por qué siempre tienes que aparecer tú con lo mismo? ¿por qué no me dejas en paz? ¿por qué no puedo librarme de esto? ¿por qué…? No, no, no. Debo hacer algo rápido para acabar con esta tortura o muy pronto terminaré loco. Pero ¿qué? ¿cómo? ¿acaso… es una señal? Es verdad, ella ya no está. Sin embargo…
Con una actitud decidida, el artista se puso de pie y a la puerta se dirigió, siendo esa la primera de tres que buscó y atravesó.
Al estar en la calle, un tanto desesperado miró a su izquierda y derecha por no saber hacia dónde dirigirse. De pronto un relinchido de caballo se unió al bullicio citadino y lo sacó de su cavilación, volviéndolo así a la “cordura” y tomar la dirección hacia el frente.
Allá había una cafetería; y de tan solo verla recordó que poco alimento en él tenía así que, para despejarse de sus “locuras” ingresó.
La mesera que ya lo conocía, al divisarlo en el interior, con una mano le indicó la disponibilidad del siempre reservado que Terry iba a ocupar.
Agradeciéndole el gesto con una leve inclinación de cabeza el actor a su lugar se condujo, llevándosele inmediatamente su acostumbrado té.
– Gracias, Señora Mildred.
– De nada, muchachito. ¿Qué dice el trabajo hoy?
– No mucho. ¿Y qué tal aquí?
– En espera de un grupo que ha reservado la otra mitad del lugar.
– Me parece bien.
– Así que, dime qué más te traigo antes de dedicarme a ellos
– Lo que tenga de especial del día
– Salmón con vegetales de la estación
– Perfecto.
– Entonces, en seguida te lo mando, hijo.
– Gracias – volvió a decir el joven. Y sabiendo que presto se quedaría solo posó sus ojos en el ventanal, observando a través de su cristal a un contingente vestido de blanco que venía por la calle en dirección al local.
Por supuesto, aquellos uniformados pusieron de nervios a su pobre corazón y ser. Y no tanto porque ella pudiera estar entre ellos sino porque… precisamente ellos le ayudaron a decidir. Entonces, Terry poniéndose nuevamente de pie e yendo en busca de una salida se despidió de la encargada del lugar.
Sí, a Chicago iría. Iría a buscarla. Y después de verla y hablarle… con suerte, su suerte pudiera cambiar. No obstante…
Dispuesta a irse para ayudarle al Doctor Martin, Candy White tuvo que ir en la búsqueda de su padre adoptivo. Éste visitaba el Banco Central, matriz de una cadena de sucursales.
George Johnson fue el encargado de recibirla y acompañarla hasta donde su jefe; y él, tan guapo como siempre, se mostró muy feliz de verla ahí.
– Estaba a punto de ir al Hogar de Pony.
Los dos rubios amigos en un abrazo se fundieron diciendo ella:
– Siendo así, hubiera aguardado con un poco más de paciencia tu llegada.
– No, no. Estoy feliz de que fueras tú la que tomara la iniciativa
– Lo que me indica – ella se separó para reprocharle – que “a punto” no iba a ser pronto
– Candy, lo siento
– No, Albert – le tomó su mano. – Yo lo entiendo. No es fácil el lugar que has tomado.
– Y que me temo… tendrás que hacer tú también
– ¿Cómo? – Candy se sobresaltó; y por hacerlo, dos pasos de distancia puso entre los dos amigos, diciendo uno:
– Verás… yo… Ven, sentémonos juntos –. Y a la elegante sala se dirigieron. Ulteriormente y cada uno en sus asientos…
– ¿Debo… volver a la mansión? – la cual varias veces tuvo que dejar.
– Me temo que sí. La tía Elroy…
– No me dirás que es ella la que me quiere de vuelta, ¿cierto?
– No he podido hacerla desistir.
– Pero, Albert…
– Te puedo asegurar que su actitud es otra.
– Quizá, pero… ¿qué de los Legan?
– Ellos no están aquí.
– ¿Seguro?
– Por supuesto – lo hubo dicho él. Y Candy…
– Albert, no sé. Yo vine a ti porque…
– ¿Has tomado finalmente una decisión de lo que quieres hacer con respecto a tu vida?
– Según yo sí.
– ¿Y de qué se trata?
– De…
– William – la voz de George irrumpió en el lugar – disculpa que les interrumpa pero… ya están aquí los doctores.
– ¡¿Doctores?! – repitió Candy mirando con susto a su tutor que sería cuestionado con: – ¿por qué? ¿qué hacen aquí? ¿volviste a tener problemas con tu amnesia?
– No, no, pequeña – que tuvieron que tomarla por los hombros para serenarla. – No soy yo. Es sobre unos proyectos hospitalarios.
– Si es así… entonces te dejo
– No, no – volvió a decirse, poniéndose únicamente de pie el rubio que explicaría: – No me tomará mucho tiempo en atenderlos. Aguarda aquí, por favor.
– Está bien.
– A no ser – se cambiaba de opinión – que quieras venir y acompañarme. Así te enteras de lo que se trata y tal vez hasta interesarte.
. . .
Nota: Lo relatado referente a Candy es pasado. Terry presente; y en un determinado futuro es que estarán…
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Frente a frente una vez más
Capítulo 2
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Frente a frente una vez más
Capítulo 2
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Conforme Terry se rascaba la nuca pensando en lo último dicho de su jefe, a éste precisamente miraba alejarse de él que, conociendo muy bien el camino hacia su camerino se dirigió, topándose a metros de arribar a Karen.
Ella platicaba con otro compañero de tablas; y al divisar al probable actor principal de la nueva obra, un tanto enemiga, primero lo miró de arriba hacia abajo, después se despidió de con quien estuviera hablando para acercarse a Terry y saber de él:
– ¿Y bien?
– Bien ¿qué?
– ¿Ya se lo dijiste?
– Decirle ¿qué?
Posando en jarras se alzaría la voz para indagar:
– ¿Qué me prometiste anoche?
– Mientras no haya sido matrimonio
– ¡Imbécil! – lo calificaron; y a su obvio olvido, le recordaron – Me dijiste que hablarías con Hathaway para que me diera la oportunidad de audición.
– ¿En serio? –. El gesto de él reflejó la ignorancia de lo que se le hablaban. En cambio Karen sería burda al decir:
– A no ser que anoche seres del planeta Marte se llevaran al verdadero Terry Grandchester y en su lugar dejarán a este olvidadizo y… oye – lo miraron con atención – ¿por qué estás tan ojeroso?
– Porque aproveché la visita y me fui a bailar con una marciana de Lowell – famoso astrónomo de la época.
– ¡Estúpido payaso! – exclamó la castaña no pudiendo contener las risas de la bromista contestación de su compañero que diría, conteniéndose también las carcajadas:
– Lo siento – Terry volvió a rascarse la nuca. – Francamente lo olvidé
– Sí, me estoy dando cuenta y me gustaría saber ¿qué es lo que te pasa?
– Nada. Y si no te importa voy a descansar un rato, prometiéndote ésta vez hablar con él en cuanto tenga la primera oportunidad.
– Hazlo, aprovechando de que Zelma pasó por aquí despotricando cosas de ti y afirmando que no quiere trabajar contigo
– ¿De verdad?
– ¿Qué le hiciste? – quisieron saber. Sin embargo…
– Karen…
– Sí, sí. Vete a descansar – con una mano se le indicó el camino; y previo a tomarlo, se le dijo:
– Muchísimas gracias por tu autorización.
Habiendo sido sardónico y habiendo mostrado una franca sonrisa, el guapo actor se dispuso a ingresar a su camerino.
Allá y después de haber aventado los libretos sin importarle dónde y cómo cayeran se dirigió a un diván. En ello y sin recato alguno dejó caer su esbelto cuerpo quedando sus largos brazos extendidos, su cabeza colgada y también sus castaños cabellos, mientras que sus enigmáticos ojos color índigo se posaban en una blanca pared, no entendiendo por qué se sentía exactamente como sus compañeras lo veían: distraído y sinceramente con pocos bríos.
Bueno, eso se debía a que una parte de su sueño era verdad. Había estado soñando con Susana. Y ésta, desde su fría morada, le gritaba pidiéndole desgarradoramente ayuda; y él, desde arriba, con una antaña pose característica de él: rebelde, le respondía que en vida le hubo dado la suficiente y que ahora, estando muerta, ya le dejara en paz. No obstante…
– Terry, no seas así con ella. Mírala en qué condiciones está. Ten un poquito de paciencia y sé amoroso. Se lo merece por todo lo que hizo por ti.
– Candy – el guapo actor la nombró como en su pesadilla; y en ella, mirando a la pecosa de su vida, le suplicó. – No me pidas eso, por favor. No lo hagas, porque entre tú y ella…
– ¡Demonios! – Terry despotricó cerrando y apretando los párpados. Además sus manos las llevó a la cabeza diciéndose: – ¿por qué siempre tienes que aparecer tú con lo mismo? ¿por qué no me dejas en paz? ¿por qué no puedo librarme de esto? ¿por qué…? No, no, no. Debo hacer algo rápido para acabar con esta tortura o muy pronto terminaré loco. Pero ¿qué? ¿cómo? ¿acaso… es una señal? Es verdad, ella ya no está. Sin embargo…
Con una actitud decidida, el artista se puso de pie y a la puerta se dirigió, siendo esa la primera de tres que buscó y atravesó.
Al estar en la calle, un tanto desesperado miró a su izquierda y derecha por no saber hacia dónde dirigirse. De pronto un relinchido de caballo se unió al bullicio citadino y lo sacó de su cavilación, volviéndolo así a la “cordura” y tomar la dirección hacia el frente.
Allá había una cafetería; y de tan solo verla recordó que poco alimento en él tenía así que, para despejarse de sus “locuras” ingresó.
La mesera que ya lo conocía, al divisarlo en el interior, con una mano le indicó la disponibilidad del siempre reservado que Terry iba a ocupar.
Agradeciéndole el gesto con una leve inclinación de cabeza el actor a su lugar se condujo, llevándosele inmediatamente su acostumbrado té.
– Gracias, Señora Mildred.
– De nada, muchachito. ¿Qué dice el trabajo hoy?
– No mucho. ¿Y qué tal aquí?
– En espera de un grupo que ha reservado la otra mitad del lugar.
– Me parece bien.
– Así que, dime qué más te traigo antes de dedicarme a ellos
– Lo que tenga de especial del día
– Salmón con vegetales de la estación
– Perfecto.
– Entonces, en seguida te lo mando, hijo.
– Gracias – volvió a decir el joven. Y sabiendo que presto se quedaría solo posó sus ojos en el ventanal, observando a través de su cristal a un contingente vestido de blanco que venía por la calle en dirección al local.
Por supuesto, aquellos uniformados pusieron de nervios a su pobre corazón y ser. Y no tanto porque ella pudiera estar entre ellos sino porque… precisamente ellos le ayudaron a decidir. Entonces, Terry poniéndose nuevamente de pie e yendo en busca de una salida se despidió de la encargada del lugar.
Sí, a Chicago iría. Iría a buscarla. Y después de verla y hablarle… con suerte, su suerte pudiera cambiar. No obstante…
. . . . .
Dispuesta a irse para ayudarle al Doctor Martin, Candy White tuvo que ir en la búsqueda de su padre adoptivo. Éste visitaba el Banco Central, matriz de una cadena de sucursales.
George Johnson fue el encargado de recibirla y acompañarla hasta donde su jefe; y él, tan guapo como siempre, se mostró muy feliz de verla ahí.
– Estaba a punto de ir al Hogar de Pony.
Los dos rubios amigos en un abrazo se fundieron diciendo ella:
– Siendo así, hubiera aguardado con un poco más de paciencia tu llegada.
– No, no. Estoy feliz de que fueras tú la que tomara la iniciativa
– Lo que me indica – ella se separó para reprocharle – que “a punto” no iba a ser pronto
– Candy, lo siento
– No, Albert – le tomó su mano. – Yo lo entiendo. No es fácil el lugar que has tomado.
– Y que me temo… tendrás que hacer tú también
– ¿Cómo? – Candy se sobresaltó; y por hacerlo, dos pasos de distancia puso entre los dos amigos, diciendo uno:
– Verás… yo… Ven, sentémonos juntos –. Y a la elegante sala se dirigieron. Ulteriormente y cada uno en sus asientos…
– ¿Debo… volver a la mansión? – la cual varias veces tuvo que dejar.
– Me temo que sí. La tía Elroy…
– No me dirás que es ella la que me quiere de vuelta, ¿cierto?
– No he podido hacerla desistir.
– Pero, Albert…
– Te puedo asegurar que su actitud es otra.
– Quizá, pero… ¿qué de los Legan?
– Ellos no están aquí.
– ¿Seguro?
– Por supuesto – lo hubo dicho él. Y Candy…
– Albert, no sé. Yo vine a ti porque…
– ¿Has tomado finalmente una decisión de lo que quieres hacer con respecto a tu vida?
– Según yo sí.
– ¿Y de qué se trata?
– De…
– William – la voz de George irrumpió en el lugar – disculpa que les interrumpa pero… ya están aquí los doctores.
– ¡¿Doctores?! – repitió Candy mirando con susto a su tutor que sería cuestionado con: – ¿por qué? ¿qué hacen aquí? ¿volviste a tener problemas con tu amnesia?
– No, no, pequeña – que tuvieron que tomarla por los hombros para serenarla. – No soy yo. Es sobre unos proyectos hospitalarios.
– Si es así… entonces te dejo
– No, no – volvió a decirse, poniéndose únicamente de pie el rubio que explicaría: – No me tomará mucho tiempo en atenderlos. Aguarda aquí, por favor.
– Está bien.
– A no ser – se cambiaba de opinión – que quieras venir y acompañarme. Así te enteras de lo que se trata y tal vez hasta interesarte.
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Chicas, de verdad, es un gusto estar aquí y compartirles,
Chicas, de verdad, es un gusto estar aquí y compartirles,