El nombre de algunos personajes corresponden a sus debidos autores. Yo lo soy de la idea que leerán a continuación.
A pesar de la determinante decisión de ir a buscarla, durante el trayecto a Chicago, en la mente de Terry rondaba: ¿dónde diablos se dirigiría primero? ¿al Hogar de Pony donde estaban sus madres de crianza? ¿a la Clínica Feliz donde la vio por última vez? ¿o dar con la ubicación de los Andrew? Bueno, para sus planes, el tan mencionado Tío Abuelo William, el padre adoptivo de ella, era la mejor opción; sin embargo, al arribar a la ciudad un impulso lo condujo al antiguo trabajo de Candy: el reconocido Hospital Santa Juana. Aquella vieja construcción que le recordara como antaño, al majestuoso Colegio San Pablo donde vivió los mejores días de su vida a lado de la única mujer que amó.
No obstante, rememorar los motivos que los separaron no venían al caso sino entrar y cerciorarse de que ella no estuviera ahí pese a que él lo sabía. Sabía que en un ayer hubo sido expulsada de todos los otros hospitales de Chicago. ¿Pero qué tal si con el paso del tiempo las cosas hubieran cambiado?
Conociendo con exactitud a donde conducirse, Terry allá fue. Y como en aquella pasada ocasión, tocó la ventanilla de primeros auxilios-recepción.
Una mujer de cabellos grisáceos lo atendió.
– ¿En qué puedo servirle, señor?
– Señorita, deseo ver a un persona
– ¿De quién se trata?
– Candice… White
Los ojos negros de la auxiliar de la salud se clavaron en él; y porque él temió ser reconocido desvió su mirada a dos mujeres que también lo miraban.
– ¿Cuál es su nombre? – preguntó la enfermera
– Terry… Graham
– ¿Algún pariente de ella?
– No, sólo… amigos.
– Siendo así, lamento informarle que la señorita White no está aquí.
– ¿No? – indagó el actor; y la enfermera…
– No.
– ¿Sabe dónde?
– Bueno, ella… – la empleada del hospital apuntaba con su índice; y conforme lo hacía – pudiera decirle con exactitud.
Seguida la dirección, los ojos de Terry se toparon con una morena. Ésta atendía a dos chiquillos que aguardaban a ser consultados.
Divisados sus aspectos, el actor se acercó. Y al hacerlo…
– Disculpe, señorita –. Ella entregó un biberón y se dispuso a decir:
– Dígame, caballero.
– ¿Annie? – él la identificó asombrándole recordar su nombre; y ella…
– ¡Terry! – también, notándose en sus rostros la obvia sorpresa. – ¿Qué haces aquí? – fue la cuestión de Brighton.
– Bueno, yo… ¿son tus hijos? – preguntó él.
– Sólo uno – precisamente el del biberón. – El otro… es mi hermanito
– Oh – expresó Terry y en su mente – ¡su hijo! –; pero del segundo se diría:
– También adoptado, como yo –; las últimas dos letras habían sonado con su característica actitud: tímida.
– ¿Y estás sola?
– Por supuesto que no. Espero a ser atendida por… mi esposo
Frunciendo el ceño, el actor cuestionaría:
– ¿Archivald se convirtió en doctor?
– ¡¿Quién?! – lo expresaron meramente con susto; y puesto otro tanto en otro rostro, se indagaría:
– ¿No lo es?
La cabeza de Annie negó. Suficiente razón para adivinar que aquella relación no hubo funcionado y…
– Vaya – exclamó el actor. Y para no importunarla más… – Annie, me ha dado gusto saludarte.
– ¿Te vas?
– Así es. Cuídate y… – él sólo hizo un adiós manual y se dio la vuelta. Sin embargo…
– Candy está en Wisconsin
– ¿Lo está? – respondió Terry frunciendo gravemente el ceño y habiéndose girado con rapidez.
– Sí; y muy pronto a…
– ¿Casarse? – él indagó.
– Lo siento. Ella creyó que tú…
– ¿Sabes exactamente dónde está?
– No con precisión. Pero Albert…
– ¿Albert?
– Él es su padre adoptivo
– ¡¿Cómo?!
– Lo supimos al poco tiempo que tú y que ella… bueno…
– Sí, está bien.
– Lo siento – volvió a decir la morena al notarlo bastante desconcertado.
– No… no. No te preocupes – y aprovechándose de sentirse un poquito mejor – Annie, ¿dónde puedo verlo?
– En el Banco Central, ahí pueden darte información referente a él.
– Bien. Muchas gracias y…
– Adiós, Terry.
– Sí, adiós, Annie.
Con un cúmulo de emociones entre dolorosas y sorpresivas, Terry se dirigió al punto señalado. No obstante el propósito de verlo ese mismo día se vio importunado por un trío de reporteros, que en el momento de identificarlo quisieron abordarlo. Él, el primer coche que estuvo disponible; y desde el hotel que pidiera fuera llevado, se comunicó con su viejo amigo. La cita: en Bob’s Saloon y en cuanto el magnate terminara con sus obligaciones.
Hecho así, George fue el encargado de llevarlo. Archie por su parte, de la oficina se dirigió a la casa de una linda novia que se consiguiera después de terminada su relación con Annie. ¿La causa? Simple falta de amor. Uno que la morena encontrara dentro del tiempo que la señora Brighton cayera enferma y por su médico visitada a todas horas, lo que bastó para darse otra oportunidad. Chance que la ojo-azul no lamentaba; lo que sí, era la situación de su amiga-hermana. Empero el toparse con Terry y saber que irían a donde le dijeran de ella, provocó en la morena una sonrisa. Mueca que se mostraba en otro rostro; y no tanto porque no estuviera contento de verlo sino…
– ¿No tuviste otro lugar dónde citarme?
El que ya llevaba cierto tiempo aguardando por él decía:
– ¿Qué de malo tiene éste?
– No, quizá nada, pero…
– ¿No vas a decirme que te preocupa lo que digan los demás si te ven aquí, cierto?
– Por supuesto que no – respondió Albert moviendo la silla para sentarse frente a Terry que lo miraba atenta y burlonamente, lo que conjugó con:
– En mis más locos desvaríos te hubiera imaginado el padre de Candy
– Para todos fue la misma sorpresa. ¿Tú cómo lo supiste?
– Hasta eso, es reciente el dato compartido y proviene de una muy buena fuente. ¿Quieres tomar algo? – el actor ofreció; y antes de llamar al barman se le dijo:
– No, así estoy bien. Y tú…
– No te preocupes, ya no padezco ciertos problemas que necesiten ser resueltos con un balde de agua.
– Aquello fue necesario – dijo uno; y el otro…
– Por supuesto –; permaneciendo los dos con sus miradas fijas hasta que se dijo:
– Me da gusto oírlo, inclusive el verte.
– Sí, a mí también – y una mano ahora sí amiga se extendió, y otra la aceptó diciendo el dueño de la segunda:
– Te ves bien.
– Para serte honesto, Albert, es sólo por fuera.
– ¿Es decir…?
– ¿Es necesario?
– Es mejor hablar claro.
– Siendo así… sábete que estoy aquí por Candy.
– Bien – dijo el rubio – pero sábete ahora tú que ella no está aquí.
– Sí, lo sé, sino en Wisconsin
– Así es.
– Comprometida también.
– Con un buen hombre
– Me alegra
– ¿Lo dices en serio?
– Aunque no… debo aceptar que ha sido el camino que eligió. Es la forma en que ha elegido para vivir como tú un día me lo comentaste.
– No fue fácil, y estoy seguro que contigo tampoco.
Terry negó con la cabeza; y de su boca:
– Susana ha muerto, por eso decidí venir a buscarla. Sin embargo, creo que he llegado tarde.
– Está enamorada, Terry. Luchó bastante para sobrellevarte.
– Entiendo.
– Terry – Albert lo llamó – lo siento.
– Está bien. ¿Qué más podía esperar? ¿que ella aguardara por mí eternamente?
– Ella sigue creyendo que estás unido a otra.
– Lo estuve sí, y no sabes lo mucho que agradezco que ya no.
– Terry…
– No te preocupes, Albert. Este paso que he dado era necesario para yo poder seguir viviendo y no aferrado a algo que yo creí podía ser y nunca fue.
– Tú también encontrarás una buena mujer
– Lo hice en un ayer, pero por inexperto… bueno, es todo lo que quise saber. Asegurarme de lo que se me dijo y... haberlo escuchado de ti…
– Estarás bien
– Claro que sí.
Sorprendido de la entereza de su amigo que se despidió de él inclusive sonriente, Albert, en su asiento, lo vio partir, ignorando que afuera…
Veinte pasos había avanzado y con el veintiuno, Terry se detuvo. No negaba que lo enterado y lo confirmado, había sido un puñal que le estaba atravesando lentamente el corazón. Pero de una cosa estaba seguro, la pecosa merecía ser feliz con o sin él. Y él debía hacer lo mismo. ¿Acaso no era una promesa? Entonces no quedaba de otra más que cumplirla. Sí, eso trataría de hacer. Con Susana muerta, Candy comprometida y él libre…
– ¿Señor Grandchester? – se dijo a un lado de su persona. Y debido al momento crucial-tormentoso que pasaba, se hubo olvidado de todo y…
Al girar la cabeza consiguientemente de haber escuchado su nombre, un flashazo deslumbró sus ojos, percatándose sus oídos de varias voces que lo bombardeaban con sus cuestiones.
Chicago era pocamente visitado por personajes de su talle y la única oportunidad de hacerlo era porque:
– ¿Presentará obra en la ciudad?
– ¿Cuándo estrenará en Nueva york?
– ¿Cuál es su relación con el Señor Andrew?
– ¿Desde cuándo se conocen?
– ¿Acaso colaborará a lado de su hija en la construcción de los hospitales infantiles?
– ¿Asistirá a la fiesta de caridad que dará la Fundación Lenard para el recabo de donaciones?
– Señores, por favor, dejen en paz al señor Grandchester – con quien se presentarían luego de haberse dado paso – Teniente Paul Darlington.
– Mucho gusto.
– El gusto es más nuestro.
– Se lo agradezco
– No, no lo haga porque… es en verdad tenerlo en la ciudad
– Una que pronto dejaré. Así que si me lo permiten…
– Señor Grandchester – lo llamaron, habiendo Terry emprendido sus pasos, los cuales serían interrumpidos para pedir: – concédame unos minutos de su tiempo.
– Lo siento, yo…
– Considere que mi petición no es personal sino… colectiva
– ¿Disculpe?
– Soy representante de gente que necesita ayuda.
– ¿Ah sí? Qué bien – dijo él no queriendo prestar atención; sin embargo llevándolo a su costado…
– Sólo necesitamos de su presencia para esta noche. Aunque… ya si después quiere colaborar de otra manera… piense que es…
– Sí, sí. Ya me lo dijo: para gente que necesita ayuda
– Niños principalmente
– Niños – Terry repitió recordando a la enfermera Flammy.
– Sin hogar, sin padres.
– Sin padres – como ella… como él. Entonces… – ¿qué desean?
– Hoy hacerse presente en el salón de eventos más importante de Chicago. Mañana, quiero mostrarle lo que ya se ha hecho con nuestra buena causa, pero queremos hacer más.
– Está bien.
– Y si no es mucho abusar… que se presente en Wisconsin
– ¿Dónde?
– Wisconsin. Allá está nuestro fundador y compañía, y tienen también un evento programado para la recaudación. Su asistencia sería mucho más llamativa y…
. . .
Frente a frente una vez más
Capítulo 6
. . .
Frente a frente una vez más
Capítulo 6
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A pesar de la determinante decisión de ir a buscarla, durante el trayecto a Chicago, en la mente de Terry rondaba: ¿dónde diablos se dirigiría primero? ¿al Hogar de Pony donde estaban sus madres de crianza? ¿a la Clínica Feliz donde la vio por última vez? ¿o dar con la ubicación de los Andrew? Bueno, para sus planes, el tan mencionado Tío Abuelo William, el padre adoptivo de ella, era la mejor opción; sin embargo, al arribar a la ciudad un impulso lo condujo al antiguo trabajo de Candy: el reconocido Hospital Santa Juana. Aquella vieja construcción que le recordara como antaño, al majestuoso Colegio San Pablo donde vivió los mejores días de su vida a lado de la única mujer que amó.
No obstante, rememorar los motivos que los separaron no venían al caso sino entrar y cerciorarse de que ella no estuviera ahí pese a que él lo sabía. Sabía que en un ayer hubo sido expulsada de todos los otros hospitales de Chicago. ¿Pero qué tal si con el paso del tiempo las cosas hubieran cambiado?
Conociendo con exactitud a donde conducirse, Terry allá fue. Y como en aquella pasada ocasión, tocó la ventanilla de primeros auxilios-recepción.
Una mujer de cabellos grisáceos lo atendió.
– ¿En qué puedo servirle, señor?
– Señorita, deseo ver a un persona
– ¿De quién se trata?
– Candice… White
Los ojos negros de la auxiliar de la salud se clavaron en él; y porque él temió ser reconocido desvió su mirada a dos mujeres que también lo miraban.
– ¿Cuál es su nombre? – preguntó la enfermera
– Terry… Graham
– ¿Algún pariente de ella?
– No, sólo… amigos.
– Siendo así, lamento informarle que la señorita White no está aquí.
– ¿No? – indagó el actor; y la enfermera…
– No.
– ¿Sabe dónde?
– Bueno, ella… – la empleada del hospital apuntaba con su índice; y conforme lo hacía – pudiera decirle con exactitud.
Seguida la dirección, los ojos de Terry se toparon con una morena. Ésta atendía a dos chiquillos que aguardaban a ser consultados.
Divisados sus aspectos, el actor se acercó. Y al hacerlo…
– Disculpe, señorita –. Ella entregó un biberón y se dispuso a decir:
– Dígame, caballero.
– ¿Annie? – él la identificó asombrándole recordar su nombre; y ella…
– ¡Terry! – también, notándose en sus rostros la obvia sorpresa. – ¿Qué haces aquí? – fue la cuestión de Brighton.
– Bueno, yo… ¿son tus hijos? – preguntó él.
– Sólo uno – precisamente el del biberón. – El otro… es mi hermanito
– Oh – expresó Terry y en su mente – ¡su hijo! –; pero del segundo se diría:
– También adoptado, como yo –; las últimas dos letras habían sonado con su característica actitud: tímida.
– ¿Y estás sola?
– Por supuesto que no. Espero a ser atendida por… mi esposo
Frunciendo el ceño, el actor cuestionaría:
– ¿Archivald se convirtió en doctor?
– ¡¿Quién?! – lo expresaron meramente con susto; y puesto otro tanto en otro rostro, se indagaría:
– ¿No lo es?
La cabeza de Annie negó. Suficiente razón para adivinar que aquella relación no hubo funcionado y…
– Vaya – exclamó el actor. Y para no importunarla más… – Annie, me ha dado gusto saludarte.
– ¿Te vas?
– Así es. Cuídate y… – él sólo hizo un adiós manual y se dio la vuelta. Sin embargo…
– Candy está en Wisconsin
– ¿Lo está? – respondió Terry frunciendo gravemente el ceño y habiéndose girado con rapidez.
– Sí; y muy pronto a…
– ¿Casarse? – él indagó.
– Lo siento. Ella creyó que tú…
– ¿Sabes exactamente dónde está?
– No con precisión. Pero Albert…
– ¿Albert?
– Él es su padre adoptivo
– ¡¿Cómo?!
– Lo supimos al poco tiempo que tú y que ella… bueno…
– Sí, está bien.
– Lo siento – volvió a decir la morena al notarlo bastante desconcertado.
– No… no. No te preocupes – y aprovechándose de sentirse un poquito mejor – Annie, ¿dónde puedo verlo?
– En el Banco Central, ahí pueden darte información referente a él.
– Bien. Muchas gracias y…
– Adiós, Terry.
– Sí, adiós, Annie.
. . .
Con un cúmulo de emociones entre dolorosas y sorpresivas, Terry se dirigió al punto señalado. No obstante el propósito de verlo ese mismo día se vio importunado por un trío de reporteros, que en el momento de identificarlo quisieron abordarlo. Él, el primer coche que estuvo disponible; y desde el hotel que pidiera fuera llevado, se comunicó con su viejo amigo. La cita: en Bob’s Saloon y en cuanto el magnate terminara con sus obligaciones.
Hecho así, George fue el encargado de llevarlo. Archie por su parte, de la oficina se dirigió a la casa de una linda novia que se consiguiera después de terminada su relación con Annie. ¿La causa? Simple falta de amor. Uno que la morena encontrara dentro del tiempo que la señora Brighton cayera enferma y por su médico visitada a todas horas, lo que bastó para darse otra oportunidad. Chance que la ojo-azul no lamentaba; lo que sí, era la situación de su amiga-hermana. Empero el toparse con Terry y saber que irían a donde le dijeran de ella, provocó en la morena una sonrisa. Mueca que se mostraba en otro rostro; y no tanto porque no estuviera contento de verlo sino…
– ¿No tuviste otro lugar dónde citarme?
El que ya llevaba cierto tiempo aguardando por él decía:
– ¿Qué de malo tiene éste?
– No, quizá nada, pero…
– ¿No vas a decirme que te preocupa lo que digan los demás si te ven aquí, cierto?
– Por supuesto que no – respondió Albert moviendo la silla para sentarse frente a Terry que lo miraba atenta y burlonamente, lo que conjugó con:
– En mis más locos desvaríos te hubiera imaginado el padre de Candy
– Para todos fue la misma sorpresa. ¿Tú cómo lo supiste?
– Hasta eso, es reciente el dato compartido y proviene de una muy buena fuente. ¿Quieres tomar algo? – el actor ofreció; y antes de llamar al barman se le dijo:
– No, así estoy bien. Y tú…
– No te preocupes, ya no padezco ciertos problemas que necesiten ser resueltos con un balde de agua.
– Aquello fue necesario – dijo uno; y el otro…
– Por supuesto –; permaneciendo los dos con sus miradas fijas hasta que se dijo:
– Me da gusto oírlo, inclusive el verte.
– Sí, a mí también – y una mano ahora sí amiga se extendió, y otra la aceptó diciendo el dueño de la segunda:
– Te ves bien.
– Para serte honesto, Albert, es sólo por fuera.
– ¿Es decir…?
– ¿Es necesario?
– Es mejor hablar claro.
– Siendo así… sábete que estoy aquí por Candy.
– Bien – dijo el rubio – pero sábete ahora tú que ella no está aquí.
– Sí, lo sé, sino en Wisconsin
– Así es.
– Comprometida también.
– Con un buen hombre
– Me alegra
– ¿Lo dices en serio?
– Aunque no… debo aceptar que ha sido el camino que eligió. Es la forma en que ha elegido para vivir como tú un día me lo comentaste.
– No fue fácil, y estoy seguro que contigo tampoco.
Terry negó con la cabeza; y de su boca:
– Susana ha muerto, por eso decidí venir a buscarla. Sin embargo, creo que he llegado tarde.
– Está enamorada, Terry. Luchó bastante para sobrellevarte.
– Entiendo.
– Terry – Albert lo llamó – lo siento.
– Está bien. ¿Qué más podía esperar? ¿que ella aguardara por mí eternamente?
– Ella sigue creyendo que estás unido a otra.
– Lo estuve sí, y no sabes lo mucho que agradezco que ya no.
– Terry…
– No te preocupes, Albert. Este paso que he dado era necesario para yo poder seguir viviendo y no aferrado a algo que yo creí podía ser y nunca fue.
– Tú también encontrarás una buena mujer
– Lo hice en un ayer, pero por inexperto… bueno, es todo lo que quise saber. Asegurarme de lo que se me dijo y... haberlo escuchado de ti…
– Estarás bien
– Claro que sí.
. . .
Sorprendido de la entereza de su amigo que se despidió de él inclusive sonriente, Albert, en su asiento, lo vio partir, ignorando que afuera…
Veinte pasos había avanzado y con el veintiuno, Terry se detuvo. No negaba que lo enterado y lo confirmado, había sido un puñal que le estaba atravesando lentamente el corazón. Pero de una cosa estaba seguro, la pecosa merecía ser feliz con o sin él. Y él debía hacer lo mismo. ¿Acaso no era una promesa? Entonces no quedaba de otra más que cumplirla. Sí, eso trataría de hacer. Con Susana muerta, Candy comprometida y él libre…
– ¿Señor Grandchester? – se dijo a un lado de su persona. Y debido al momento crucial-tormentoso que pasaba, se hubo olvidado de todo y…
Al girar la cabeza consiguientemente de haber escuchado su nombre, un flashazo deslumbró sus ojos, percatándose sus oídos de varias voces que lo bombardeaban con sus cuestiones.
Chicago era pocamente visitado por personajes de su talle y la única oportunidad de hacerlo era porque:
– ¿Presentará obra en la ciudad?
– ¿Cuándo estrenará en Nueva york?
– ¿Cuál es su relación con el Señor Andrew?
– ¿Desde cuándo se conocen?
– ¿Acaso colaborará a lado de su hija en la construcción de los hospitales infantiles?
– ¿Asistirá a la fiesta de caridad que dará la Fundación Lenard para el recabo de donaciones?
– Señores, por favor, dejen en paz al señor Grandchester – con quien se presentarían luego de haberse dado paso – Teniente Paul Darlington.
– Mucho gusto.
– El gusto es más nuestro.
– Se lo agradezco
– No, no lo haga porque… es en verdad tenerlo en la ciudad
– Una que pronto dejaré. Así que si me lo permiten…
– Señor Grandchester – lo llamaron, habiendo Terry emprendido sus pasos, los cuales serían interrumpidos para pedir: – concédame unos minutos de su tiempo.
– Lo siento, yo…
– Considere que mi petición no es personal sino… colectiva
– ¿Disculpe?
– Soy representante de gente que necesita ayuda.
– ¿Ah sí? Qué bien – dijo él no queriendo prestar atención; sin embargo llevándolo a su costado…
– Sólo necesitamos de su presencia para esta noche. Aunque… ya si después quiere colaborar de otra manera… piense que es…
– Sí, sí. Ya me lo dijo: para gente que necesita ayuda
– Niños principalmente
– Niños – Terry repitió recordando a la enfermera Flammy.
– Sin hogar, sin padres.
– Sin padres – como ella… como él. Entonces… – ¿qué desean?
– Hoy hacerse presente en el salón de eventos más importante de Chicago. Mañana, quiero mostrarle lo que ya se ha hecho con nuestra buena causa, pero queremos hacer más.
– Está bien.
– Y si no es mucho abusar… que se presente en Wisconsin
– ¿Dónde?
– Wisconsin. Allá está nuestro fundador y compañía, y tienen también un evento programado para la recaudación. Su asistencia sería mucho más llamativa y…
Gracias por su atención