El nombre de algunos personajes corresponden a sus debidos autores. Yo lo soy de la idea que leerán a continuación.
“¿Y qué podría yo querer?” fue lo que Neil, capítulos anteriores, hubo preguntado. Y Eliza…
– ¿A Candy?
Jugando una y otra vez con sus monedas, entre sus choques, Legan hermano dijo:
– No. Hace mucho que verdaderamente dejó de importarme
– ¿Entonces?
Viendo como una a una de sus monedas iban cayendo…
– Está bien. Vayamos a Wisconsin
– ¿Lo dices en serio? – un corazón brincó debido a la emoción que sintió.
– Tanto que… – una dorada pieza de la mano de Neil salió disparada hacia su hermana que conforme la atrapaba oía de ello: – no me importará perderla con tal de que te compres lo mejor para ir a esa reunión.
– ¿Con qué propósito? – se inquirió.
– ¿Quieres ir o no?
– Sí, pero
– Entonces… no preguntes más y encárgate de tu apariencia.
– ¿Y qué le diremos a la tía abuela?
– ¿Habrá necesidad de?
– Voy a tener que ir con la empleada y…
Irritado, Neil se movió de aquel diván no habiendo razón de cuestionar sino responder…
– Está bien. ¿Partimos esta misma noche?
– Yo más bien sugeriría que nos largáramos ya
– Pero…
– ¡No volveré a preguntarte si quieres ir o no! – furioso el menor de los Legan hubo gritado. Y la pelirroja sorprendida de ello dijo:
– Voy por mi bolso – porque él ya había metido las monedas en la bolsita de piel y ésta en el bolsillo de su pantalón.
Sin embargo en el momento de verlo ir en busca de una puerta…
– ¿No vas a esperarme?
– Pensé que tenías urgencia por salir de aquí
– Sí, pero… no puedo dejar sola a la tía
– Ni tampoco pretenderás que la llevemos, ¿verdad?
– Al menos a Chicago. Allá y en la mansión…
– ¿Estás loca? – sin gritar una boca, una mirada reflejaba enojo. – Además, ellos ignoran – Albert y Archie – que estamos aquí. Y para serte honesto lo que menos quiero es verlos sino la cara de Grandchester cuando sepa que le han comido el mandado. Así que – unos dedos se chasquearon – apúrate porque yo me largo en este momento.
Y luego de pasados muchos más incluyendo la maldad en el envío de una nota…
La palabra ¡presuntuoso! pese a que se la había ganado, de la boca de Candy nunca salió; y eso se debía a la presencia que con ojos atónitos miraban justo detrás de Terry que, consternado de una palidez que se maquilló repentinamente en un semblante, comenzó a girarse para toparse con un burlón Neil Legan.
– Buenas noches, “mis queridos” ex-compañeros de colegio – la copa de champagne que sostenía la dirigió a ellos. – Dichosa la vida que me ha permitido volver a verlos.
– Es… una lástima que no pueda decir lo mismo – Terry hubo respondido y veía de la misma manera.
– ¡Por supuesto! – exclamó el trigueño – y menos con las novedades que viniste a hallar, ¿cierto?
– Neil… – alguien quiso sonar tranquilo y a la vez amenazante. Sin embargo…
– ¿Qué? – aquél, socarrón, bebió de su copa.
– ¿Por qué no vas a…?
– ¿... fastidiar a otros? –; sí, no obstante: – No, con ustedes estoy divirtiéndome mucho, sobretodo… – al haber sido ese, fastidiarlos, su único propósito con ir y ahora de la parálisis y nerviosismo de Candy que a cierta distancia había divisado a Eliza quien estaba justo a lado de Tiberius consiguientemente de haber cavilado que si Neil estaba ahí ¡claro! su hermana también.
Terry, por su parte, al percatarse de la insistente mofa de Neil debido al inesperado comportamiento de Candy, hacia ella se volvió para tratar de serenarla. Empero… eso no fue necesario ya que la rubia en el momento de sentirse “bien” emprendió la huida; no entendido dos ¿por qué? y el tercero riéndose más de su fechoría.
Correr tras de ella, por supuesto, él quiso hacerlo, impidiéndoselo un prometido y el causante de ello que decía:
– En fin comportamiento idóneo de los de su baja clase
– ¿Te lo parece?
– Oh, se me olvidaba que a ti no –. Con su comentario mordaz, la mano de Neil hizo una invitación. Sin embargo…
– Ten mucho cuidado con lo que dices y haces, Neil – que bocón respondería:
– ¿Y si no?
Terry acortó la distancia, poniendo su zapato encima del de Legan que oiría amenazadoramente:
– Hace un tiempo me di el placer de golpearte. Dámelo ahora y te juro que te mataré si te atreves a volver a incomodarla.
– ¿Me amenazas tú cuando lo entendería de su próximo marido?
– Así estuviera ya casada, ten por seguro que lo haré.
Y porque entre más y más Terry ponía discretamente su peso en lo que pisaba, Neil, sintiéndose lastimado removió su pie y…
– Hola, Terry – saludó Eliza a su arribo y al haberse quedado sola por ir Tiberius a donde Candy. Entonces el actor con la más grande de las descortesías se retiró, queriendo saber la pelirroja… – ¿Qué pasó?
Empero y así como Terry, Neil la dejó con la palabra en la boca y sola; estado que la rubia no estaba porque…
– Candy, linda, ¿estás bien?
No, no lo estaba; por eso había corrido a una solitaria terraza. Entre Terry y los hermanos Legan la habían puesto muy inquieta. Aquél por lo que en su vida representaba. Los otros porque su presencia sólo significaba: problemas. Además, ellos sabían lo que entre ellos dos había pasado, y de ese, Tiberius lo desconocía. También…
– ¿Qué sucede?
Ulteriormente de pasar saliva Candy dijo:
– Nada. Sólo…
– Estás temblando – la mano que el galeno militar tomara, se lo confirmaba.
– De repente, me han dado muchos escalofríos.
– ¿Te sientes mal? – la mano libre del prometido de Candy se hizo de una húmeda frente
– No lo creo. Quizá fue el hecho de ver… mucha gente. Pero en unos instantes volveré a estar bien – para aseverárselo ella sonrió, lo abrazó y en su pecho apoyó su mejilla, cerrando los ojos y pidiendo interna y fervientemente que su temor, su inquietud pasara pronto. Pero principalmente…
– Eliza Legan me ha dicho…
– ¡¿Qué?! – a la mención de su nombre, Candy volvió a sobresaltarse. Y la mirada del doctor Lenard conforme analizaba su hermoso rostro, le decía:
– Que su hermano quiere participar con nosotros
– ¿Neil? – el entrecejo de Candy se frunció.
– Sí. Que trae una suma de dinero que… ayudará mucho con nuestros planes.
Con lo dicho, la mirada de la rubia bajó hasta la altura de un pecho. Y ahí y por ende:
– ¿Lo dudas? – se le cuestionó a ella; y precisamente ella indagaría:
– ¿Tú?
– Con tu actitud lo has logrado. Había pensado que por tratarse de tu familia…
– No te olvides que Albert es el jefe de todo y de todos
– ¿Lo que significa…?
– Nuestro trabajo no es averiguar la procedencia del dinero sino alcanzar nuestras metas. El problema sería…
– … qué tanto nos estuviéramos comprometiendo
– … y las condiciones a someternos si lo aceptamos
– A pesar del paso de los años, no confías en ellos, ¿verdad?
– ¿Lo harías tú conociendo lo que un día los dos hicieron y el propio Michael te contó?
– Tienes toda la razón – dijo Lenard y Candy sonrió, también de la caricia que le ofrecían a su mejilla y de: – Estás muy hermosa esta noche.
– Gracias – dijo ella que oiría:
– ¿Lista para volver?
– ¿No te importa hacerlo tú primero y yo en un par de minutos más?
– Mientras me asegures que lo harás…
– Lo haré, por supuesto.
– Bien – respondió Tiberius; y achicó la distancia para dejar un beso en la blanca frente de Candy que posteriormente lo vería partir, teniendo así ella el espacio y la libertad para resoplar y pensar, principalmente en el problema en que estaba metida. Terry. Los Legan. ¿Por qué habían vuelto para mortificarla así? ¿por qué…?
El desagradable olor a cigarro invadió su pensamiento. Y en cierta dirección Candy giró la cabeza divisando únicamente una lucecita que de una altura bajaba hacia otra.
Curiosa la rubia fue acercándose; y por alguna razón su corazón comenzó a latir con rapidez. Pero al llegar hasta ella un aroma inconfundible, se detuvo. La oscuridad no le ayudaba a distinguir de quién se trataba. Sin embargo ¿había necesidad? No, porque era él que al haber observado el camino tomado, él se fue por otro. Y por lo mismo y desde un barandal…
– ¡¿Qué haces ahí?! – la voz de ella sonó un tanto irritada.
– Todo, menos lo que estás pensando
– ¿Ah, sí? – Candy posó en jarras; y creyéndose invadida en su privacidad preguntaba: – ¿y qué es?
– ¿Que te estoy espiando?
– ¡¿Y no lo haces?!
– Absolutamente no, porque tú estás allá arriba y yo… aquí abajo – sentado en una solitaria banca que como otras yacía instalada a mitad del césped; y desde donde lo había visto y escuchado todo, inclusive el pesado resuello que ella lanzó a modo de rendición.
– ¿Por qué? – lo preguntó Candy otra vez
– Ya te lo dije. Ignoraba…
– ¿Por qué volviste? – fue la completa cuestión. Y otra saldría así:
– ¿Te hubiese gustado que no?
– Me hubiera gustado antes de romper un corazón
– No habrá necesidad si me dices que lo amas
– ¿Y tú? – obviamente se preguntó haciendo referencia a ella; en cambio él bromearía al haber adivinado ningún cambio en sus sentimientos:
– Bueno, no niego que es un buen hombre y…
– ¿De qué demonios hablas?
– ¿De qué hablas tú? – él, apagando su tabaco, fingió; y ella retomaría la seriedad para saber:
– ¿Cuándo murió?
– No hace mucho
– Y…
– Candy…
– Entiende que es importante para mí saberlo
– ¿Qué?
– ¿La hiciste feliz?
– Tanto… que la maté de felicidad
– ¿Es decir…? – inquirió Candy no escuchándolo a él en los siguientes segundos ya que, ella arriba y él abajo plus un balcón en medio, “Romeo” trepó con habilidad para llegar hasta “Julieta” que de momento retrocedió un paso debido al miedo combinado con la emoción de haberlo visto acortar la distancia y detenerse a pocos centímetros de ella y…
– Procuré darle lo que se merecía. Amor no, porque ese…
La mano de Candy ya se había posado en el pecho de Terry, impidiéndole así acercarse más. Además él, que ya había invadido una distancia, por la breve cintura había colado su mano y ahora y peligrosamente mientras aproximaba su guapo rostro le confesaba:
– Te amo, Candy. Te amo, y por tus reacciones sé que tú también. Así que… hoy de ti depende si deseas ser verdaderamente feliz.
– P-pero…
– Shh – él musitó, sintiendo ella su cálido aliento muy cerca de la comisura de sus labios. Unos que se fueron entreabriendo conforme unos ojos se fueron cerrando.
. . .
Frente a frente una vez más
Capítulo 8
. . .
Frente a frente una vez más
Capítulo 8
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“¿Y qué podría yo querer?” fue lo que Neil, capítulos anteriores, hubo preguntado. Y Eliza…
– ¿A Candy?
Jugando una y otra vez con sus monedas, entre sus choques, Legan hermano dijo:
– No. Hace mucho que verdaderamente dejó de importarme
– ¿Entonces?
Viendo como una a una de sus monedas iban cayendo…
– Está bien. Vayamos a Wisconsin
– ¿Lo dices en serio? – un corazón brincó debido a la emoción que sintió.
– Tanto que… – una dorada pieza de la mano de Neil salió disparada hacia su hermana que conforme la atrapaba oía de ello: – no me importará perderla con tal de que te compres lo mejor para ir a esa reunión.
– ¿Con qué propósito? – se inquirió.
– ¿Quieres ir o no?
– Sí, pero
– Entonces… no preguntes más y encárgate de tu apariencia.
– ¿Y qué le diremos a la tía abuela?
– ¿Habrá necesidad de?
– Voy a tener que ir con la empleada y…
Irritado, Neil se movió de aquel diván no habiendo razón de cuestionar sino responder…
– Está bien. ¿Partimos esta misma noche?
– Yo más bien sugeriría que nos largáramos ya
– Pero…
– ¡No volveré a preguntarte si quieres ir o no! – furioso el menor de los Legan hubo gritado. Y la pelirroja sorprendida de ello dijo:
– Voy por mi bolso – porque él ya había metido las monedas en la bolsita de piel y ésta en el bolsillo de su pantalón.
Sin embargo en el momento de verlo ir en busca de una puerta…
– ¿No vas a esperarme?
– Pensé que tenías urgencia por salir de aquí
– Sí, pero… no puedo dejar sola a la tía
– Ni tampoco pretenderás que la llevemos, ¿verdad?
– Al menos a Chicago. Allá y en la mansión…
– ¿Estás loca? – sin gritar una boca, una mirada reflejaba enojo. – Además, ellos ignoran – Albert y Archie – que estamos aquí. Y para serte honesto lo que menos quiero es verlos sino la cara de Grandchester cuando sepa que le han comido el mandado. Así que – unos dedos se chasquearon – apúrate porque yo me largo en este momento.
Y luego de pasados muchos más incluyendo la maldad en el envío de una nota…
. . . . .
La palabra ¡presuntuoso! pese a que se la había ganado, de la boca de Candy nunca salió; y eso se debía a la presencia que con ojos atónitos miraban justo detrás de Terry que, consternado de una palidez que se maquilló repentinamente en un semblante, comenzó a girarse para toparse con un burlón Neil Legan.
– Buenas noches, “mis queridos” ex-compañeros de colegio – la copa de champagne que sostenía la dirigió a ellos. – Dichosa la vida que me ha permitido volver a verlos.
– Es… una lástima que no pueda decir lo mismo – Terry hubo respondido y veía de la misma manera.
– ¡Por supuesto! – exclamó el trigueño – y menos con las novedades que viniste a hallar, ¿cierto?
– Neil… – alguien quiso sonar tranquilo y a la vez amenazante. Sin embargo…
– ¿Qué? – aquél, socarrón, bebió de su copa.
– ¿Por qué no vas a…?
– ¿... fastidiar a otros? –; sí, no obstante: – No, con ustedes estoy divirtiéndome mucho, sobretodo… – al haber sido ese, fastidiarlos, su único propósito con ir y ahora de la parálisis y nerviosismo de Candy que a cierta distancia había divisado a Eliza quien estaba justo a lado de Tiberius consiguientemente de haber cavilado que si Neil estaba ahí ¡claro! su hermana también.
Terry, por su parte, al percatarse de la insistente mofa de Neil debido al inesperado comportamiento de Candy, hacia ella se volvió para tratar de serenarla. Empero… eso no fue necesario ya que la rubia en el momento de sentirse “bien” emprendió la huida; no entendido dos ¿por qué? y el tercero riéndose más de su fechoría.
Correr tras de ella, por supuesto, él quiso hacerlo, impidiéndoselo un prometido y el causante de ello que decía:
– En fin comportamiento idóneo de los de su baja clase
– ¿Te lo parece?
– Oh, se me olvidaba que a ti no –. Con su comentario mordaz, la mano de Neil hizo una invitación. Sin embargo…
– Ten mucho cuidado con lo que dices y haces, Neil – que bocón respondería:
– ¿Y si no?
Terry acortó la distancia, poniendo su zapato encima del de Legan que oiría amenazadoramente:
– Hace un tiempo me di el placer de golpearte. Dámelo ahora y te juro que te mataré si te atreves a volver a incomodarla.
– ¿Me amenazas tú cuando lo entendería de su próximo marido?
– Así estuviera ya casada, ten por seguro que lo haré.
Y porque entre más y más Terry ponía discretamente su peso en lo que pisaba, Neil, sintiéndose lastimado removió su pie y…
– Hola, Terry – saludó Eliza a su arribo y al haberse quedado sola por ir Tiberius a donde Candy. Entonces el actor con la más grande de las descortesías se retiró, queriendo saber la pelirroja… – ¿Qué pasó?
Empero y así como Terry, Neil la dejó con la palabra en la boca y sola; estado que la rubia no estaba porque…
– Candy, linda, ¿estás bien?
No, no lo estaba; por eso había corrido a una solitaria terraza. Entre Terry y los hermanos Legan la habían puesto muy inquieta. Aquél por lo que en su vida representaba. Los otros porque su presencia sólo significaba: problemas. Además, ellos sabían lo que entre ellos dos había pasado, y de ese, Tiberius lo desconocía. También…
– ¿Qué sucede?
Ulteriormente de pasar saliva Candy dijo:
– Nada. Sólo…
– Estás temblando – la mano que el galeno militar tomara, se lo confirmaba.
– De repente, me han dado muchos escalofríos.
– ¿Te sientes mal? – la mano libre del prometido de Candy se hizo de una húmeda frente
– No lo creo. Quizá fue el hecho de ver… mucha gente. Pero en unos instantes volveré a estar bien – para aseverárselo ella sonrió, lo abrazó y en su pecho apoyó su mejilla, cerrando los ojos y pidiendo interna y fervientemente que su temor, su inquietud pasara pronto. Pero principalmente…
– Eliza Legan me ha dicho…
– ¡¿Qué?! – a la mención de su nombre, Candy volvió a sobresaltarse. Y la mirada del doctor Lenard conforme analizaba su hermoso rostro, le decía:
– Que su hermano quiere participar con nosotros
– ¿Neil? – el entrecejo de Candy se frunció.
– Sí. Que trae una suma de dinero que… ayudará mucho con nuestros planes.
Con lo dicho, la mirada de la rubia bajó hasta la altura de un pecho. Y ahí y por ende:
– ¿Lo dudas? – se le cuestionó a ella; y precisamente ella indagaría:
– ¿Tú?
– Con tu actitud lo has logrado. Había pensado que por tratarse de tu familia…
– No te olvides que Albert es el jefe de todo y de todos
– ¿Lo que significa…?
– Nuestro trabajo no es averiguar la procedencia del dinero sino alcanzar nuestras metas. El problema sería…
– … qué tanto nos estuviéramos comprometiendo
– … y las condiciones a someternos si lo aceptamos
– A pesar del paso de los años, no confías en ellos, ¿verdad?
– ¿Lo harías tú conociendo lo que un día los dos hicieron y el propio Michael te contó?
– Tienes toda la razón – dijo Lenard y Candy sonrió, también de la caricia que le ofrecían a su mejilla y de: – Estás muy hermosa esta noche.
– Gracias – dijo ella que oiría:
– ¿Lista para volver?
– ¿No te importa hacerlo tú primero y yo en un par de minutos más?
– Mientras me asegures que lo harás…
– Lo haré, por supuesto.
– Bien – respondió Tiberius; y achicó la distancia para dejar un beso en la blanca frente de Candy que posteriormente lo vería partir, teniendo así ella el espacio y la libertad para resoplar y pensar, principalmente en el problema en que estaba metida. Terry. Los Legan. ¿Por qué habían vuelto para mortificarla así? ¿por qué…?
El desagradable olor a cigarro invadió su pensamiento. Y en cierta dirección Candy giró la cabeza divisando únicamente una lucecita que de una altura bajaba hacia otra.
Curiosa la rubia fue acercándose; y por alguna razón su corazón comenzó a latir con rapidez. Pero al llegar hasta ella un aroma inconfundible, se detuvo. La oscuridad no le ayudaba a distinguir de quién se trataba. Sin embargo ¿había necesidad? No, porque era él que al haber observado el camino tomado, él se fue por otro. Y por lo mismo y desde un barandal…
– ¡¿Qué haces ahí?! – la voz de ella sonó un tanto irritada.
– Todo, menos lo que estás pensando
– ¿Ah, sí? – Candy posó en jarras; y creyéndose invadida en su privacidad preguntaba: – ¿y qué es?
– ¿Que te estoy espiando?
– ¡¿Y no lo haces?!
– Absolutamente no, porque tú estás allá arriba y yo… aquí abajo – sentado en una solitaria banca que como otras yacía instalada a mitad del césped; y desde donde lo había visto y escuchado todo, inclusive el pesado resuello que ella lanzó a modo de rendición.
– ¿Por qué? – lo preguntó Candy otra vez
– Ya te lo dije. Ignoraba…
– ¿Por qué volviste? – fue la completa cuestión. Y otra saldría así:
– ¿Te hubiese gustado que no?
– Me hubiera gustado antes de romper un corazón
– No habrá necesidad si me dices que lo amas
– ¿Y tú? – obviamente se preguntó haciendo referencia a ella; en cambio él bromearía al haber adivinado ningún cambio en sus sentimientos:
– Bueno, no niego que es un buen hombre y…
– ¿De qué demonios hablas?
– ¿De qué hablas tú? – él, apagando su tabaco, fingió; y ella retomaría la seriedad para saber:
– ¿Cuándo murió?
– No hace mucho
– Y…
– Candy…
– Entiende que es importante para mí saberlo
– ¿Qué?
– ¿La hiciste feliz?
– Tanto… que la maté de felicidad
– ¿Es decir…? – inquirió Candy no escuchándolo a él en los siguientes segundos ya que, ella arriba y él abajo plus un balcón en medio, “Romeo” trepó con habilidad para llegar hasta “Julieta” que de momento retrocedió un paso debido al miedo combinado con la emoción de haberlo visto acortar la distancia y detenerse a pocos centímetros de ella y…
– Procuré darle lo que se merecía. Amor no, porque ese…
La mano de Candy ya se había posado en el pecho de Terry, impidiéndole así acercarse más. Además él, que ya había invadido una distancia, por la breve cintura había colado su mano y ahora y peligrosamente mientras aproximaba su guapo rostro le confesaba:
– Te amo, Candy. Te amo, y por tus reacciones sé que tú también. Así que… hoy de ti depende si deseas ser verdaderamente feliz.
– P-pero…
– Shh – él musitó, sintiendo ella su cálido aliento muy cerca de la comisura de sus labios. Unos que se fueron entreabriendo conforme unos ojos se fueron cerrando.
Gracias por su atención.
PRÓXIMAMENTE EL FINAL
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