Este creepyfic es continuación de El Retrato de Rose Mary, y es inspiración de los cuentos de Dross (aprovecho para recomendarles lean “Luna de Plutón” y “Festival de blasfemias”, del augusto autor Angel David Revilla, alias Dross). Espero les guste, ya saben, los personajes pertenecen a Mizuki e Igarashi, el collage lo armé buscando cuadros malditos en Internet.
LA CASA DE LOS RETRATOS
La casa del bosque es lóbrega, abandonada desde hace mucho tiempo, cerrada por los dueños actuales, debido a los trágicos acontecimientos que se dieron en ella hace unos años. La versión oficial que se conoció fue la muerte de los señores Brown, Vincent y Rosemary, a causa de un accidente. De dicho accidente no se sabía nada. Pocos conocían la verdad a fondo: el asesinato de Rosemary por mano de su marido y el posterior suicidio del capitán Brown.
Enclavada en lo recóndito del bosque, dicha casa permanecía cerrada. Imposible venderla, puesto que el bosque formaba parte de la inmensa propiedad que los Andley poseían en Lakewood. Un hombre práctico como George Johnson, había tocado el tema de echarla abajo y construir otra cabaña en su lugar. Sin embargo, madame Aloy no aceptó dicho consejo.
Sí, la casa del bosque había sido testigo de un acto muy horrendo, pero también guardaba recuerdos muy queridos para la anciana matriarca del clan. Por lo tanto, sería el siguiente patriarca, William Albert Andley, quien tomaría la decisión final sobre el destino de la casa del bosque. Pero para eso, faltaban muchos años. El futuro jefe de clan era apenas un niño.
Sin embargo, a pesar de su edad, el joven señor Andley ha dado orden para que se respete la fauna y la flora de su bosque. Y de vez en cuando, sus paseos le llevan a la casa del bosque, incluso ha entrado en ella, pero el ambiente es tan pesado y se respira tanta tristeza, que prefiere con mucho, acampar al aire libre.
Entre los que conocen la verdad oculta tras la muerte de los esposos Brown, se encuentran los sirvientes más antiguos de la casa, quienes de tácito acuerdo, ocultan la misma, celosos del honor familiar. Y si alguna vez se crearon chismes entre los más recientes criados contratados por la anciana dama, matriarca del clan, estos se acallaron con el consiguiente despido de los chismosos. Nadie, fuera del guardabosques, la doncella de compañía de Aloy Andley y, por supuesto, el administrador George Johnson, saben a bien lo que sucedió. Y aún ellos, ignoran el papel de la protagonista principal: Rose Mary, una mujer altiva, de ojos verdes y cabello rojo, quien fue la mente y la incitadora para el asesinato de la dulce Rosemary, de ojos verdes y cabello rubio.
A lo largo de los años, los bien cuidados alrededores del bosque han dado como resultado una profusión de fauna muy apetecible para cualquier cazador que se respete. Los ciervos, las liebres y conejos, las ardillas, patos que ocupan el lago inmenso en el cual nadan. Además, el río que corre a lo largo de la propiedad es un hervidero de peces comestibles y no. La veda de caza en este lugar corre durante todo el año. Y tomando en cuenta que el bosque de Lakewood es privado, nadie puede hacer nada al respecto.
Así, los cazadores que se ven tentados a cazar en Lakewood, lo hacen furtivamente. Sin embargo, hay todo un equipo de guardianes, pagados exclusivamente para cuidar el bosque y a sus habitantes, son sumamente eficientes y tienen una puntería envidiable, por lo que pocos insensatos se atreven a cruzar los lindes de la propiedad. Y aún así, hay quien lo intenta, a pesar del peligro de ser entregados a las autoridades por invasión de propiedad privada, o de recibir un tiro, en caso de no acatar una advertencia.
OoO
David Blair conocía la fama del bosque de Lakewood, ¿cómo no ceder a la tentación de cazar en él? Preparó todo lo necesario con sumo cuidado, y para evitar problemas, no dio aviso a su familia de lo que pretendía hacer. Sus padres no sospecharían de que su hijo veinteañero se ausentase todo el fin de semana de casa, ya que no era la primera vez que lo hacía y no dejaba dicho donde pasaba esos días.
El bosque era todo lo que prometía y mucho más. Y en esa primera incursión, el muchacho se dio a la tarea de una caza menor: conejos y una que otra ardilla. Utilizando arco y flecha, pues sabía que no podría poner trampas, ni disparar impunemente. Sin embargo, se planteó la posibilidad de regresar un día y cazar uno de los inmensos ciervos que vagaban libremente por el bosque. Se cuidó de no ser descubierto por el grupo de guardabosques que cuidaban la propiedad durante todo el día.
Pero no escapó a la tormenta que cayó desde la tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse, y que sumió al bosque en una noche oscura, llena de viento y gélidas gotas de lluvia que pronto lo ensoparon. A la preocupación de que lo pescaran los guardias, se unió la de resguardarse de la lluvia y de los rayos y truenos que llenaban de hórridos sonidos el lugar. David Blair llegó a tropezones, arrastrando su furtiva caza, hasta la puerta principal de la casa del bosque, se le elevaba lóbrega y bañada por la luz de los rayos que caían del cielo, cuando dos enormes nubes chocaban entre ellas, mientras vaciaban su carga de agua sobre la tierra.
-Tal parece que se concentraron sobre mí –se quejó en voz baja el muchacho.
La puerta principal se encontraba cerrada con llave, por lo que a David no le quedó de otra que dar una vuelta a la casa, buscando la forma de ingresar a ella. La puerta que llevaba al sótano, se encontraba igualmente cerrada con una enorme cadena y un candado que no había manera de violar. No le quedaba de otra que romper una de las ventanas de la planta baja. David se asomó a través de la más próxima a la entrada, tratando de ver algo a través del sucio cristal. No tuvo éxito y buscó una gran roca, a fin de romper el vidrio y las tablas de madera que cegaban el marco. Total, los guardias pensarían que la tormenta lo había hecho y si no era así, bueno, no se quedaría a averiguar.
El interior era frío, aunque aterido por la lluvia, no se percató de ello de manera inmediata. No pudo encender un fuego, pues no encontró nada qué quemar, amén de que podía delatarse. Sin embargo, sobre la enorme chimenea, observó lo que parecía un cuadro enorme y que mostraba rastro de haber sido quemado. La tela dejaba ver lo que parecía el rostro de una mujer, aunque lo único que pudo distinguir, cuando un rayo iluminó el salón donde se encontraba, fue un par de ojos verdes de mirada maliciosa, tendiendo a la perversidad.
David Blair tragó saliva y se encaminó fuera del salón, caminando con lentitud, mientras sus ojos se adaptaban lo mejor posible a la oscuridad que le rodeaba. Encontró la adornada escalera que conducía al primer piso, donde seguramente se encontraban las alcobas y subió poco a poco, chorreando agua y con los conejos fuertemente sujetos, como si con ese gesto pudiera protegerse de algún mal.
El ambiente de la casa, que no era silencioso gracias a la tormenta, estaba lleno de algo que hablaba de maldad. Y en un atisbo de clarividencia, David tuvo la certeza que la mujer del cuadro era la responsable de la atmósfera cargada de pesadez que envolvía la enorme casa.
-Aquí pasó algo muy malo –se dijo en voz alta.
Hablarse a sí mismo no era tanto por entretenerse, ni explicarse lo que sentía, sino por escuchar una voz conocida (aunque fuese la suya). David Blair llegó a una de las primeras alcobas del piso superior de la casa del bosque y penetró a en ella, a través de una puerta que respondió con un irritante chirrido que indicaba que necesitaba se aceitaran los goznes. ¿Cómo era posible que dicha habitación se encontrara en una oscuridad todavía mayor que el resto de la casa? David dejó la puerta abierta e ingresó tanteando delante de él, temeroso de tropezar y caer, haciéndose daño.
Cuando pudo ver algo en el interior de la alcoba, distinguió un enorme escritorio de madera, así como una estantería llena de libros, así como una cama matrimonial. Seguramente era la alcoba principal de la casa. Una pesada cortina caía en la pared frente a la puerta por donde entró él. Y en un intento por dejar entrar la luz, David se acercó para descorrerla, buscando casi a ciegas el cordón para hacerlo. Después de varios minutos, logró su objetivo y se alejó de la pared, escudriñando hacia el exterior, a fin de checar si la tormenta amainaría en poco tiempo o aún continuaría descargando su furia.
Un ramalazo de miedo le estremeció cuando descubrió una serie de retratos en la pared que acababa de descubrir. Pero en lugar de los rostros apacibles que deberían adornar los marcos, las caras retorcidas de una serie de sujetos horribles, entre los que se contaban varias mujeres, le observaban atentamente, o eso le pareció a él. Su corazón se agitó hasta el punto de que sentía la sangre golpear en sus oídos.
Eran horribles. ¿Serían los antepasados de la familia Andley? ¡Dios! ¿Qué clase de maldad ocultaría esa familia?
Paseó la mirada hasta un caballero de cabellera castaña y revuelta, de ojos cafés llenos de maldad y en cuya boca se adivinaba la concupiscencia de quien se deja llevar en torbellino por el pecado y el vicio.
Otro retrato presentaba a una mujer de ojos claros y desencajados, llenos de tristeza y dolor, pero la boca se torcía en un gesto de odio. El rostro pálido y los cabellos dorados no mostraban orden alguno.
En otro retrato, David distinguió a un chiquillo de apenas un par de años, casi un bebé, cuya boca se abría en un grito de dolor, con el congestionado rostro lleno de lágrimas.
No soportó más y se dio media vuelta, corriendo para alejarse de dichos rostros, que le llenaban de congoja y miedo. Dejó la caza en el piso en su prisa por salir y bajó las escaleras corriendo, hasta llegar al salón principal. Trató de recuperar el aliento y calmar su alocado corazón. Un trueno, más estrepitoso que los anteriores, le hizo saltar y levantar la vista, hasta posarla en el cuadro sobre la chimenea.
Tragó saliva. Los ojos verdes refulgían en la quemada tela, manchada de hollín. Y la mente de David se empezó a llenar de malos pensamientos: se veía en el sótano oscuro de esa casa, con la mujer junto a él, de la cual apenas distinguía los cabellos rojos.
-Mata a tus padres y seré tuya.
El muchacho saltó, como si lo hubiesen quemado. La voz, aunque seductora, era mala. Comenzó a temblar, tanto de angustia, como de miedo y frío. Se dirigió fuera del salón, buscando otra habitación donde pasar la noche. No se atrevió a regresar al piso superior y terminó en la amplia cocina, donde se ovilló bajo la mesa casi desvencijada y se acurrucó en el piso lleno de polvo. El frío le mantenía tiritando, por lo que acabó buscando en los cajones de uno de los muebles donde seguramente se guardaba mantelería. Corrió con suerte y encontró dos manteles enormes y en colores claros, llenos de polvo y telarañas, los sacudió y se envolvió en ellos, después de despojarse de parte de la ropa mojada que le cubría y que colocó sobre las sillas de la mesa debajo de la cual se mantuvo esa noche.
La tormenta cedió poco a poco, llenando de silencio el bosque y por ende, la casa del bosque. Sin embargo, David Blair no pudo dormir. No tanto por lo mojado que se encontraba, o por lo incómodo de su posición. Sino porque cada vez que cerraba los ojos, y la verdad aún sin cerrarlos, creía escuchar una serie de murmullos malévolos: voces que le aconsejaban matar a su familia, llantos y gritos de dolor de mujeres y niños, voces coléricas de hombres que llevaban a cabo acciones bajas, ruines y viles.
La tensión le llevó al borde del llanto, aunque ya no era un chiquillo, por lo que trató de controlarse lo más posible. Tanto dolor y tanta maldad lo atacaban desde su mente. Y sabía muy bien quien era la causante de semejante agonía. Los planes de volver a Lakewood se iban evaporando conforme pasaban las horas, nunca más se arriesgaría a acercarse nuevamente a esa horrible casa, la cual guardaba secretos tan oscuros. Seguramente esa familia era una de las más perversas que él conocería jamás. Sólo era cuestión de echar un vistazo a la serie de horribles cuadros que se guardaban en la alcoba principal. ¿Qué familia tendría semejante espectáculo en su propio dormitorio?
La madrugada trajo el sol, el sol trajo la luz y la luz disipó las tinieblas y los horribles susurros que poblaron la noche de David Blair. Bajo esta luz, la mente del muchacho, a pesar de no haber descansado, se mostró lúcida y decidió marcharse con sumo cuidado, a fin de no ser descubierto por los guardabosques. En primera, guardó los manteles que había usado como mantas y comprobó si sus ropas se encontraban secas.
Aún estaban húmedas, por lo que decidió dar un poco más de tiempo para vestirse y salir. Recordó que había dejado los conejos en la alcoba principal y que igualmente había dejado corrida la espesa cortina que cubría los retratos.
-Tendré que volver a subir –decidió.
Murmurando para sí, a fin de que el valor que la mañana le trajo no se esfumara, subió a la planta superior y entró por la puerta que había dejado abierta, a fin de recoger su botín y arreglar la habitación como la había encontrado.
OoO
Un asustado joven de unos veinte años llegó corriendo hasta la carretera y, descalzo como estaba, en mangas de camisa, continuó su carrera hasta donde pudo, y cuando una carreta pasó, le hizo señas para que lo llevara. Tuvo la suerte no ser detenido por los guardabosques, pero nunca más regresaría a Lakewood.
Henry, el guardabosques principal, acabó por entrar esa mañana a la abandonada casa del bosque. Nada se mostraba diferente al día en el que él y la cuadrilla de trabajadores cerraron la casa, por órdenes de madame Aloy y el señor Johnson. La chimenea estaba llena de hollín de la última vez que se encendió. La pared sobre ella todavía mostraba las señas del cuadro que adornó durante un tiempo muy corto el salón principal y que ahora se encontraba desnuda.
Henry subió para inspeccionar la planta superior, encontrando los conejos muertos en la alcoba principal que los señores Brown ocupaban cuando pasaban días en la casa del bosque. Se dio cuenta de que había entrado un intruso, cuando vio la pesada cortina de damasco corrida y las ventanas que ocupaban esa pared dejando pasar la luz.
-Así que el intruso ni siquiera tuvo la decencia de volver a correr la cortina sobre las ventanas –comentó mientras él lo hacía, con la boca fruncida por el enojo.
La casa del bosque no contaba con ningún retrato en su interior, todos los que había en ella habían sido trasladados a la mansión principal, por orden de la señora Aloy, excepto el de Rose Mary, que fue quemado por indicaciones de Johnson.
*** FIN ***