** Musas Ardley ** Eliza ** Apología No. 2 para Eliza Leagan** Creepyfic**
Les regalo un creepy pequeñito. La idea es gracia a Pride, el dueño del canal El Orgullo del Operador. Y es para quienes gustan de ver a Eliza en problemas. Espero les guste. Universo alterno. Ya saben, los personajes son propiedad de Mizuki e Igarashi.
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Eliza es una niña muy inteligente y bonita, eso no se puede negar; a sus cuatro años, parece una muñequita, peinada siempre de caireles que, con sumo cuidado, le hace su doncella, bajo la supervisión de su madre, vestida siempre con trajes de exquisitas telas que resaltan su tez blanca, sus cabellos rojizos y sus enormes ojos color marrón.
Siendo hija única, es la niña de papá y mamá, educada esmeradamente. Aunque no se puede negar que es una niña sumamente mimada, tal como lo constatan sus primos Andley, quienes son víctimas de las bromas pesadas de la pequeña Eliza, a quien están obligados a tratar como una dama, según palabras de la tía abuela.
Desde su más tierna infancia, Eliza sabe que sus caprichos se cumplen al pie de la letra, y que tanto su padre como su madre, son sus más rendidos esclavos, pendientes siempre del bienestar de ella. Y la niña sabe ejercer el control que ha adquirido sobre sus progenitores de manera eficaz para salirse siempre con la suya.
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La noche que escuchó los ruidos bajo su cama, despertó sobresaltada, asustada a pesar de la tenue lamparilla que siempre resplandecía en su inmensa alcoba, llena de juguetes y de los caros muebles franceses que su mamá adquirió para ajuarear la habitación de su única hija.
-¡Mamá, papá! –chilló con brío, mientras brincaba rauda de la cama y corría hasta la habitación de sus padres.
-¿Qué pasa, hijita? –preguntó con prontitud Raymond Leagan, al sentir como su hija trepaba por la cama, hasta acurrucarse entre él y su esposa.
-¡Hay un monstruo bajo mi cama! –dijo la pequeña Eliza, ovillándose bajo la cobija.
Sarah y Raymond Leagan se levantaron presurosos, llegándose a la habitación infantil, con su hija corriendo tras ellos. Mientras Eliza permanecía en el quicio de la puerta, ve como sus padres revisan exhaustivamente todos los rincones de su alcoba, asegurándose que no hay nada que asuste a su niña. Entre besos y mimos, la acuestan nuevamente en su camita y la dejan.
-No hay de qué temer, hijita, duerme –pide con voz suave su padre, mientras le da el último beso en la frente.
Ese ritual de acudir al imperioso grito de Eliza y revisar la habitación, continuó por años.
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A los siete años de edad, Eliza es una niña mimada y caprichosa, que cuenta con pocas amigas, cosa que no le interesa mucho, porque ella sabe muy bien, que no hay nadie el mundo que se le iguale. Sus padres le dan todo lo que desea, sin reparar en otra cosa como no sea en cumplir los deseos de su única hija. La niña es sumamente inteligente, y se ha dado cuenta de que la manera en que sus padres la tratan, es muy diferente de los pocos niños que la rodean. Ha escuchado a los Cornwell platicar que a ellos no los miman tanto como a ella.
¡Vamos! Que sus primos exigieran la presencia de sus padres durante las noches, como ella hace frecuentemente, no serían tolerados, alegando los tíos Cornwell que esas son imaginaciones de niños pequeños. La mente maquiavélica de Eliza, ha llegado a la conclusión de que ella es el centro del universo. Sobre todo del de sus padres, a quienes tiene a sus pies para atenderla. Así, muchas noches, los gritos infantiles no son provocados por ruidos bajo la cama (imaginarios o no), sino por el deseo de ver correr a sus padres desde su propia habitación y rebuscar por todos los rincones de su alcoba, en busca de “monstruos”.
Esa se ha vuelto una de sus diversiones preferidas: esperar la noche y, en el silencio de la oscuridad, llamarles fingiendo un miedo que ya hace meses no siente. ¡Qué divertido es ver a papá subido en las sillas, buscando sobre el armario! Y ver a mamá, metiéndose hasta la cintura, bajo la cama o inclinada en el clóset, revolviendo cosas y con el cabello destrenzado y revuelto. La más de las veces, la pequeña oculta la cara entre las cobijas, para aguantar la risa. Sus padres nunca reprochan la evidente burla de su hija, se limitan a revisar la habitación, desearle buenas noches y continuar con su sueño, dejando a Eliza con una sensación de triunfo que la llena de soberbia.
Una noche, no pudo aguantar las carcajadas, cuando su padre perdió el equilibrio de la silla donde se encontraba trepado, revisando la lámpara que ilumina desde techo, cayendo y lanzando un sonoro quejido por el dolor.
-¿Qué es tan gracioso, nena? –pregunta su padre, mientras se pone en pie, frotándose los riñones, adoloridos por el porrazo recibido.
-¡Tú! –acaba por decir Eliza, entre risas-. Cada vez que los llamo en la noche, vienen corriendo y revisan todo. ¡Me gusta que me obedezcan y me hagan caso! –confiesa la señorita de la casa, con un aire de suficiencia chocante, la faz y los ojos llenos de deleite.
Raymond y Sarah miran a su hija.
Saben que han criado una niña caprichosa y difícil de manejar. Pero no han podido evitarlo, después de la tragedia sufrida. ¿Qué importa que los demás no la toleren si para ellos es su tesoro más valioso? Sin embargo, se han dado cuenta de que Eliza no sabe el peligro que corre durante las noches. Sarah y Raymond se miran significativamente, la madre sale primero de la habitación infantil, seguida por su esposo, quien se para un momento desde la puerta. Antes de salir y cerrar la habitación, mira a su hija, quien continúa con una sonrisa burlona en su bonito rostro.
-Una sola vez no escuchamos a tu hermano y no acudimos a su llamado, Eliza –confiesa en voz baja y seria.
Esa noche, Eliza no pudo dormir, atenta a cualquier ruido en su habitación.
***FIN***