** Musas Ardley ** Mariposa de chocolate: Castigando ** Apología No. 1 para George Johnson** Minific de corte erótico **
Bueno, vengo con mi primer aporte para este año, que ha sido muy intenso para mí, con asuntos personales que requieren toda mi atención. Universo alterno, no olviden que los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarashi. Algunos personas son creación mía. Pensé en subir un yaoi que tengo con mi mero amor hermoso, pero no deseo saturar el Rosa Oscuro con el mismo tema, así que se quedará pendiente para más adelantito (como hubiese dicho mi mamá).
La mirada altanera siembre la había molestado; prácticamente la conocía desde que nació y ahora… a poco más de veinte años de ese acontecimiento, la forma en que la miraba él, estaba cambiando. La mirada de ella le atraía, ¿cómo era posible? Eliza Leagan siempre había antipática con él, por no decir desdeñosa y hasta grosera, como lo era con todos los que consideraba inferiores a ella. Había sido una niña y una adolescente petulante y se había convertido en una mujer frívola y prejuiciosa, tal como lo era Sarah Leagan. George había sufrido en carne propia los desaires de la joven Leagan (y de la mayor también, dicho sea de paso), y por caballerosidad, jamás se había quejado de ello. Incluso cuando habían sido lo suficientemente graves como para propinarle un par de nalgadas. Pero si no lo hizo cuando era una niña, ya ahora, convertida en una mujer, no sería posible ese placer.
Poco la había visto desde que Eliza se casara, haría cosa de un par de meses. Y de pronto, la tenía sorpresivamente en su oficina, donde él trabajaba concentrado en los últimos movimientos de la banca; ni siquiera llamó, sino que entró estrepitosamente y con su aire malhumorado y arisco de siempre.
-¿Qué haces aquí? –preguntó George, con tono sorprendido.
-¿Así le habla a Eliza Leagan, George Johnson?
Se plantó frente a él, con el escritorio de pro medio, y le miró a través de un par de largas y rizadas pestañas, George levantó una ceja escéptico ¿todavía se atrevía a hablarle de manera grosera?
-¿Acaso cree que porque se casó con Marianne Andley me puede tutear? –agregó la pelirroja.
Rodeó el escritorio y se inclinó sobre él, con una sonrisa burlona en la cara.
-No, señor Johnson, a mí no me importa que haya usted “emparentado” con los Andley. Para mí, siempre será el asistente del tío abuelo William.
-¿En verdad, señorita Leagan? –replicó George con la voz peligrosamente contenida.
-¡Así es! –una mirada desdeñosa retó los ojos oscuros.
-Creo que usted se merece que le demuestre que no soy sólo el “asistente” de sir William, sino un hombre hecho y derecho.
-¡¿Sí?!–la voz estridente de la joven mujer sonó escéptica y se elevó un par de decibeles.
-¿Qué le parece de esta manera?
George se levantó del sillón ejecutivo de un ágil movimiento, haciendo que Eliza se echara hacia atrás, pero el caballero, más fuerte y alto, le sujetó con presteza, llevándole las manos a la espalda e inmovilizándola firmemente con una mano, mientras con la otra la atraía por la espalda hacia su cuerpo y comenzaba a acariciarle el cabello rojo y deslizando los dedos largos por las vértebras dorsales, hasta detenerse en el redondeado trasero femenino, cubierto por la tela del vestido. Geroge fue más allá e inclinó cabeza, hasta que su aliento cubrió la boca y la nariz de Eliza.
-¿Querías saber si soy un hombre? –preguntó con voz vibrante-. Ahora lo averiguarás, señorita Eliza.
Le plantó un furioso beso, atacándola profundamente con la lengua, hasta que la mujer perdió el aliento y él sintió cómo las piernas femeninas se aflojaban, George le sujetaba por la nuca.
-¿Qué le parece, señorita Eliza? ¿Soy o no soy un hombre completo? –murmuró el hombre, lamiendo el lóbulo derecho de la mujer.
Eliza gimió de placer y el varón pudo sentir cómo comenzaba a vibrar, George bajó la mano de la nuca, acariciando con suavidad la espalda de Eliza, quien se retorció un poco.
-No, por favor –suplicó Eliza, sin contener la excitación estaba padeciendo por el varón.
-¿La señorita Eliza suplicando? –se burló George-. Eso es nuevo.
La volvió a besar, mientras le acariciaba las nalgas a través de la falda.
-¡Recuerde que soy una mujer casada! –gritó ahogadamente Eliza.
-Me parece que quien primero lo olvidó fue usted, “señora”.
George le levantó la falda, descubriendo una braga diminuta, en lugar de los largos y abultados fondos y calzones que las damas bien nacidas usaban.
-¡Vaya que lo has olvidado! ¿verdad?
George acarició las bien formadas nalgas de Eliza sobre la sedosa tela.
-¿Cómo sabías que adoro la lencería fina en una mujer? –preguntó y la beso nuevamente, mordisqueando seductoramente los labios femeninos-. ¿Acaso a tu marido le gusta verte con ella?
-¿Cuál marido? –jadeó Eliza.
George se dio cuenta de que la tenía en la bolsa y que la mujer se le entregaría sin reservas en pocos momentos, así que la soltó. Eliza le rodeó el cuello con los brazos, atrayéndolo y plantándole un beso furioso, mordiéndole hasta causarle dolor. George desató las cintas y desabotonó la falda de la mujer, que cayó con rapidez y suavidad, revelando un par de torneadas piernas, cubiertas por medias de seda. Eliza se descalzó con lentitud y deliberada seducción; soltó a George y se dirigió al sofá de cuero negro y, apoyando primero una pierna y luego la otra en el asiento, se deshizo de las medias y del liguero, quedando semidesnuda ante el francés.
Eliza se acarició la pierna izquierda, todavía levantada sobre el sofá, con lujuriosa ansiedad, volvió la mirada, ya lúbrica y clavó los ojos en el rostro de George.
-¿Acaso necesita una invitación impresa, señor Johnson? –preguntó con voz un tanto impaciente.
George sonríe triunfante, satisfecho por la reacción de la pelirroja, se retira la corbata y desabrocha los botones de su impecable camisa blanca, se saca el cinturón y con deliberada lentitud, se descalza y se deshace del pantalón negro, quedando en mangas de camisa y en bóxer. Acercándose a la mujer, la toma por la cintura, de forma que ella queda de espaldas a él y la acerca, sintiendo los glúteos femeninos, apenas cubiertos por la diminuta braga de seda y encaje, a la vez que ella siente el bulto que se endurece con rapidez en la pelvis del varón. George comienza a acariciar las caderas con suavidad, pasando los dedos con cuidado por la piel femenina con delicadeza.
-¿Esto viniste a buscar, señorita Eliza? –empujó su propia cadera, a fin de que la mujer sintiera su creciente masculinidad, y al mismo tiempo la atrajo todavía más hacia él-. Pues lo tendrás… todo para ti, como castigo a tu altanería, señorita Leagan.
Eliza reclinó la cabeza hacia el pecho del caballero, ofreciendo sus labios al alto hombre que la sujeta, George acepta y la besa brevemente.
-Hace años que mereces un castigo ejemplar a tu soberbia ¿sabes? –continuó mientras acariciaba el viente plano de la mujer-. Date de santos que no soy un hombre violento, porque de otra manera, ya te hubiera colocado boca abajo sobre mis rodillas y recibirías la mayor tunda de tu vida –volvió a besarla-. Pero es necesario castigar tu altanería y frivolidad. Así que dilo Eliza, reconoce que mereces ser castigada.
George acabó por volverla hasta quedar frente a frente a ella, mirándola con ojos oscurecidos de pasión y con gesto severo exigió:
-¡Obedece! Di que mereces ser castigada, o de lo contrario sí te azotaré.
-Yo… -jadeó Eliza y bajó los ojos.
-¡Eso no! –George le levantó la barbilla-, mírame a los ojos y dilo –la voz del varón se endureció al exigir la respuesta.
Acabó por colocar su gran mano entre las piernas de Eliza, quien las apretó instintivamente, pero no pudo evitar que el hombre sintiera la humedad que escapaba de sus partes íntimas, revelando el deseo que sentía por él.
-¡Dilo! –exigió nuevamente George.
-Merezco ser castigada –musitó Eliza, sonrojándose.
George sonrió altanero él mismo.
-Bien hecho, señorita –la soltó y se alejó un par de pasos de ella, paseando la mirada con total descaro sobre el cuerpo femenino-. Muy bien, pues voy a castigarte: desnúdate con lentitud para mí, quiero que me seduzcas y verte en toda tu gloria, y quita esa sonrisa de suficiencia de tu cara, nena.
George mostraba una faceta totalmente desconocida en él, tenía a la señorita Leagan a su merced, y vaya que iba a disfrutar ese momento. Eliza comenzó a desabotonar la chaquetilla de su traje.
-Con lentitud, dije –aclaró George.
Eliza obedeció y poco a poco se desposó de la ropa, hasta que quedó totalmente desnuda y expuesta ante el hombre.
-Acércate –ordenó George.
Eliza se acercó con una expresión ruborizada al sentirse contemplada por el hombre.
-Vas aprendiendo, ¿no es así, niña soberbia?
-Sí… -musitó ella.
-Desvísteme –ordenó George.
Eliza le quitó la camisa y la camiseta, dejando el amplio torso del varón desnudo. No resistió la tentación y acarició el pecho varonil. George le acarició la espalda y deslizó las manos por los costados, logrando que la muchacha se retorciera entre sus manos, los ojos de Eliza mostraban ya cierta humildad y George aprovechó para acariciar los pechos turgentes, haciéndola soltar un gruñido de placer, mientras el hombre rozaba los pezones con los pulgares, hasta lograr que se erectaran y se endurecieran.
-Eres hermosa y toda una mujer, Eliza –alabó George-. Por eso abusas de tu poder, ¿no es verdad?
-Sí, George –jadeó la chica.
-Termina de desnudarme –ordenó George con tono firme.
Nunca se sintió Eliza tan humilde ni tan vulnerable como cuando deslizó el bóxer de su próximo amante por las piernas, teniendo que inclinarse para que él sacara las piernas. Nunca se había sentido tan sumisa como cuando le despojó de los oscuros calcetines. Con una expresión totalmente desconocida en ella, posó los ojos en el rostro masculino, que rezumaba orgullo.
-Ahora, quiero verte a placer, levanta los brazos y coloca las palmas en tu nuca y gira ante mí.
Esto hizo que los pechos se elevaran un poco, mostrando la hermosa figura de la mujer, que se sentía totalmente apasionada por el hombre, giró con lentitud, a fin de seducirlo y lo logró, como constató al mirar la erección con la que contaba.
-¡Muy bien, señorita! –alabó George con los ojos llenos de deseo.
George se sentó en el sofá y la llamó.
-Recibirá tu castigo por completo. Di que me deseas y que quieres que te haga el amor –ordenó.
La muchacha desnuda se mantenía ruborizada y llena de pasión, no ansiaba nada más en el mundo que él la penetrara profundamente, y este juego ya duraba demasiado.
-Te deseo George, quiero que me hagas el amor y me hagas tuya –pidió con tono humilde.
-Pídeme que te ame –George la acercó a él, colocó la mano entre las piernas de la chica y comenzó a acariciar el pubis, roznado el clítoris, ya maduro.
-Por favor, George –gimoteó Eliza, gimiendo de placer-. Tómame, por favor, hazme tu mujer.
George la soltó y la acomodó ante él, y así sentado, la penetró de manera profunda, ayudado por la gravedad, sintiendo las piernas de la mujer a sus costados. El suave cuero del sofá sirvió de lecho. Eliza estaba totalmente llena por el miembro viril del francés, mientras George la sujetaba fuertemente y la embestía con fuerza y pasión, murmurando incoherencias al oído de su nueva amante.
-¿Esto buscabas desde que entraste en mi despacho, señorita Eliza? –le murmuró en un momento dado.
Eliza gimió un poco adolorida por la fuerza con la que el hombre la tomaba.
-Sí George. Hace mucho que te deseo –acabó por confesar-. Eres todo un hombre y ten quiero para mí. ¡Más fuerte, por favor! –exigió con tono altanero.
-¡Volvemos a las andadas! –George aumentó la fuerza, arrancando un grito de placer de la mujer al hacerla llegar al orgasmo, al instante siguiente llegó él, sujetando fuertemente a la chica, hasta enterrarle los dedos en la espalda, la cual Eliza arqueaba entre convulsiones y lágrimas de placer.
Poco a poco, se calmaron y recuperaron la respiración.
-De tu mano George –Eliza tomó la mano derecha de George-, recibiría cualquier castigo –se inclinó y besó con reverencia la palma del varón.
-Cuantas veces lo requiera, señorita Leagan –dijo George, acariciando el cabello rojo.
Casi acababan de vestirse cuando se escucharon golpes en la puerta.
-Adelante –dijo Eliza, mientras se arreglaba el cabello.
William Andley entró a la oficina de su concuño y lanzó un suspiro exasperado al descubrir a la pareja.
-¿Viniste a despedirte? –preguntó a modo de saludo, mirando a la mujer.
-Algo así –comentó con petulancia la pelirroja, arreglando unos mechones sueltos de su peinado.
-Johnson se nos hace tarde, debemos partir en cinco minutos –avisó William.
-Ya mandé mi equipaje a la estación.
Replicó George acomodándose la corbata y el cuello de la camisa ante el espejo del baño de su oficina.
-Lo traje y se lo entregué al chofer antes de entrar –informó la mujer.
-¡Con razón! –William sonrió divertido-. Y aprovechaste la oportunidad, ¿no es así? Se nota la atmósfera cargada de sensualidad.
-¡Hey cuidado! –advirtió George-. Eso no se dice ante una dama.
Salió acicalado y compuesto, como probo caballero que era, la mujer se acercó a él y recibió un beso en los labios.
-¡Ya, por favor, basta! –suplicó William-. Es demasiado con ustedes –fijó la mirada en ella-. La tía Aloy quiere verte –ante el cejo fruncido de la chica sonrió malicioso-. Y prepárate, porque ya se enteró.
Un bufido hizo reír a los dos hombres.
-Era demasiada diversión para durar mucho tiempo –se quejó la joven-. Iré esta tarde a verla.
-No te preocupes, Candy estará ahí para apoyarte.
-Menos mal, nos vemos al regreso.
Besó a George en la boca y a William en la mejilla y salió con aire arrogante.
-No sé si compadecerme de ella o de la tía Aloy –comentó William-. ¿Listo? –se volvió a George-. ¿Cómo es posible que siempre que viene te encierres con ella por horas?
-No exageres –George se adelantó y salió primero-. Además, ¿no haces lo mismo con tu esposa cuando ella viene?
William se encogió de hombros, caminando tras de George.
-¿Crees que madame Aloy la reprenda por pintarse el cabello de rojo? –preguntó George, ahora inquieto.
-Como te dije, no sé a quién compadecer, si a mi tía o a Marianne, las dos tienen un carácter fuerte, así que no sufras. Además, tu esposa es la consentida de la tía abuela.
Acabaron por encaminarse a la salida del Corporativo, pues el viaje de negocios no podía esperar más.
***FIN***