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Estábamos sentados en la orilla del lago cuando pasó. Ella iba vestida con su traje de montar y tenía el cabello ensortijado como pocas veces. Algunas hojas secas habían caído sobre su cabello y el rubor de sus mejillas no se había aplacado.
Entonces me di cuenta, acceder a que marchase nuevamente iba a ser insoportable para mí.
No es que no me importara su formación profesional. A fin de cuentas, había sido titulada de enfermera contra todo designio de la tía, soportando las envidias de algunas compañeras y la crítica de otras debido al apellido, y de cualquier manera lo logró . Pero ahora... yo tenía un mundo de responsabilidades. Viajaba muchísimo, de modo que nos veíamos demasiado poco. Si ella se iba a Cornell, lo más seguro es que nos veríamos mucho menos, aunque eso era casi irónico después de todas las artimañas de las que me había valido para cambiar eso.
Allá ella tendría otros amigos y seguramente otros muchachos se interesarían en ella. Siempre era así donde quiera que ella fuese, los muchachos terminaban impresionados por su belleza y por su carácter. También esa sonrisa tan maravillosa era la causante de que otros tantos corazones se aceleraran y, aunque ya había lidiado con ello de un modo mas o menos respetable, no terminaba de gustarme ni un poco.
Qué difícil ser cabeza de una familia tan llena de prejuicios que me había orillado a retirarme de mi función de tutor que siempre llevé legalmente con ella, pero al final, las cosas no habían sido tan malas.
Desde el momento que el abogado entregó los documentos que remitían a Candy a su apellido anterior, sin el Andley agregado, la tía se había serenado. Inclusive se podía decir que había dejado de atacar tan fuertemente a Candy.
También Eliza se comenzó a comportar distinto. El hecho de que no viese a Candy como una "igual" suya, la había relajado bastante. Ya no se atrevía a ofenderla, por temor de que toda su familia fuese retirada de la protección del clan. Yo lo había hablado con la tía: accedía a revocar mi decisión de entregar a Candy mi apellido (a fin de cuentas, Candy me lo había suplicado muchas veces), pero eso no significaba que me desentendiera de ella o que no la iba a defender en caso de futuros ataques.
Cuando pasaron dos años después de haber sido nombrado patriarca, la llevé conmigo a un viaje que duró dos meses.
Fue maravilloso verla florecer en la mujer que está frente a mí ahora, pero esos meses, con las damas de compañía dispuestas por mi tía y los miles de eventos programados, no charlamos mucho realmente. Ella siempre tenía una cosa importante que hacer entre su incansable deseo de aprender todo y yo... yo hacía lo que fuese que a ella le hiciera feliz.
El día que recibimos la misiva de la señorita Poni aclarándonos sobre una situación que se había presentado respecto a Candy, o mejor dicho, respecto a quienes se suponían era la familia de Candy, me di cuenta que había sido acertado que hubiésemos modificado su estatus legal.
Y no lo digo porque crea que la humilde señora que llegó al orfanato fuese mala, sino que se libró de otros muchos ataques que hubiera recibido por parte de mi familia. Si Candy no era una Andley, la señora Masterson tampoco iría tras el dinero de ella, como una supuesta heredera.
Candy sufrió -de verdad que sufrió- al darse cuenta de lo cerca que había estado de ella varias veces, pero entendió que si no se conocieron antes, fue quizá lo mejor. Si hubiese llegado a su vida a los diez (que fue cuando su situación de salud y económica ya no era tan mala), seguramente nunca nos hubiéramos vuelto a ver -ni conocido a mis sobrinos-, a pesar de todo lo trotamundos que yo he sido.
Candy quiso preguntar sobre su padre, pero la mujer tenía mucho miedo de decirle quien era.
Tuvo temor de ser rechazada.
El padre de Candy (fue lo único que ella le dijo), había sido el hijo de una persona importante que no se había enterado de su embarazo. Ella marchó de su casa, amparada por otro de los criados que se llegó a casar con ella, pero al nacer Candy, enfermaron los dos.
Desgraciadamente, su nivel de pobreza era extrema. El hombre había estado al borde de la muerte por lo menos media docena de veces. Ella, había tenido que soportar los peores trabajos, vivir en los lugares más deprimentes.. No podía llevar a Candy a sitios así.
Sin embargo, cuando comenzó la guerra, había tenido acercamientos. Necesitaba saber de ella. De aquella que ya era toda una señorita, y fue que supo que Candy había sido adoptada a los 13 años.
Me supongo que fue un golpe muy fuerte para ella. Por eso dejó de insistir por un buen tiempo, hasta que llegó a sus oídos el hecho de que ella había vuelto a la colina de Poni.
Y fue precisamente en esos días que vacacionaba conmigo, que la señora Masterson se atrevió a ir a la colina. No la encontró, desde luego, pero quería tener la oportunidad de hablar con ella.
¿Qué puede decirle una madre a una hija que abandonó poco después que nació? Creo que las que hablaron fueron las lágrimas. Pero, aunque Candy no la rechazó, tampoco quiso que le diera su apellido. Es que... ¿Cómo decirse hija de un hombre que no era siquiera su padre, al que nunca había conocido?
Y por lo que supe, tampoco llegó a conocerlo. El hombre había muerto el invierno anterior a ese encuentro.
Ahora, Candy quería retomar sus estudios. Tenía 21 años, era una joven soltera. No le tenía miedo a la adversidad y desde luego que no tenía temor al rechazo de sus probables compañeros de carrera. Estaba decidida a ser médico. Yo debía apoyarla. Pero por primera vez estaba aterrado con la idea.
- Te has quedado callado demasiado tiempo -me dijo. Yo traté de sonreír, pero la sonrisa fue mas bien una mueca extraña.
- No sé qué haré con la idea de que estés sola en aquel lugar.
- No creo que esté sola. Pienso en hacer amigos. También buscaré trabajo.
- No necesitas conseguir un trabajo. Ya sabes que yo pagaré todo. No puedo permitir que carezcas de nada que necesites e incluso que quieras.
- No puedo depender de ti eternamente, Albert. No soy tu responsabilidad. Creí que ya lo habíamos hablado.
- Tú dijiste que no querías recibir dinero, yo te dije que eso no entraba en discusión. La única manera de no ser considerada mi heredera universal era que aceptaras el dinero que mensualmente te mando. Eso y los regalos.
- Actuaste demasiado astutamente... No pensaba que me darías mensualidades tan elevadas y regalos tan caros.
- Como si hicieras uso de ambas cosas! -sonreí, pero la sonrisa era apenas un atisbo.
- Tus regalos sí los uso... a veces... Pero es que yo no voy a fiestas importantes ni necesito ropa tan delicada. Dime, ¿dónde guardo la pulsera que obviamente no tengo donde lucir? Todavía estoy asombrada de haber recibido de vuelta el emblema que te regresé y lo sigo guardando oculto entre la ropa de lo mucho que temo perderlo.
Eso me hizo sonreír más ampliamente. El saberla portadora nuevamente del emblema era algo que me satisfacía mucho.
- Ese te pertenece desde siempre. Lo supe desde que te lo vi cuando nos reencontramos.
- Ojalá hubiera sabido desde entonces quien eras -dijo ella con un deje de nostalgia.
Yo carraspee. Ya lo habíamos conversado varias veces y ninguna había sido lo suficientemente satisfactoria. Me preguntaba el por qué siempre le miraba esa expresión de nostalgia al llegar a ese punto.
Cierto que ella me había dicho hacía unos años que el emblema era de su.. Su príncipe -todavía me ruborizo con ello, no puedo evitarlo-, pero era una niña de seis años que idealizó a un adolescente que estaba pasando por sus propias adversidades. Acababa de perder a mi hermana y estaba relegado a vivir en el anonimato, alejándome más de Anthony - hijo de Rosemary lo veía cuando ella vivía todavía gracias a la terquedad de mi hermana, pero después ni siquiera eso me permitieron-. Golpes tan fuertes que apenas estaba procesando. Y Candy, siempre tuvo ese amor infantil muy arraigado. Hasta Anthony.
Suspiro porque no puedo evitarlo. Pensar en mi sobrino y en ella me deja siempre una sensación extraña en el pecho. No puedo negar que desearía que no hubiese muerto, pero a la vez, me supongo que si hubiera vivido, quizá ya se hubiesen casado. Eso es lo que me causa esa sensación. Anthony no habría descansado hasta hacerla su esposa y yo.. Yo no hubiera sido importante en su vida, como me supongo que lo soy. Esa posibilidad me golpea a veces, pero trato de sobreponerme pronto.
- Te has quedado callado nuevamente.
- ¿Qué hubiera cambiado si lo hubieras sabido desde entonces?
Entonces es ella quien comienza a ruborizarse escandalosamente. Trata de ponerse de pie, pero le tomo del brazo con delicadeza y a la vez con la fuerza suficiente para que no escape como lo ha hecho siempre que le pregunto.
Nunca la había visto tan de cerca estando ruborizada. Es un encanto. Sus ojos verdes se ven enormes, destilan reflejos dorados entre los distintos tonos de verde. Siempre me han cautivado, pero nunca he querido demostrarlo. La veo nerviosa, está temblando!
Balbucea algo incomprensible y veo sus labios. Si fuesen otras circunstancias me habría reído por su pobre intento de decir algo coherente, pero no puedo. No puedo porque lo que más deseo en este momento es besarla. Así como he deseado hacerlo desde hace años.
Me forzo a verla a los ojos nuevamente y lo que descubro en ellos me deja sin aliento. Ella también mira mis labios, esos destellos dorados han desaparecido, provocando que sus ojos se vean ligeramente más oscuros. Lo hace un instante antes de darse cuenta que he recaído en ello. Su rubor -si es posible-, aumenta más y se zafa de mi mano para ponerse de pie abruptamente.
- Necesitamos regresar. La señorita Poni seguro que ya me espera de vuelta.
Yo trago en seco. Apenas puedo creer que ella me mirase de ese modo, pero seguro que ha sido el reflejo de mi forma de mirarla. Ella nunca... digo, no me ha visto sino como un amigo, ¿no?
- Antes de irnos, quiero que sepas una cosa -ella apenas se atreve a mirarme. Esta nerviosa y bastante avergonzada. Yo respiro profundo, poniéndome de pie, no sé como se va a tomar esto-. Estoy aterrado con la idea de que te marches. No puedo ni quiero ser un estorbo en tus planes, pero tampoco negar que no me gustan ni un ápice. Serás una gran doctora, lo sé, pero esos años que estarás estudiando fuera me están torturando desde antes de que empiecen.
Ella va perdiendo gradualmente el rubor. Está sorprendida. Yo me siento avergonzado porque sé que ser sincero también representa que suene un tanto egoísta, pero no puedo evitarlo.
- pero.. tú casi no vienes...
Trago en seco otra vez. Con lo que fue llegar y recibir la noticia de que ella se iba a ir a estudiar a otro lado, yo no pude decirle las buenas nuevas.
- Es probable que me asiente en un lugar por un buen tiempo. Habíamos pensado en Londres y también en regresar a Escocia, pero mi principal opción era lo más cerca de ustedes. Chicago fue sede importante para los negocios del clan, pero con tantos parientes dedicados a las empresas de la familia, lo ideal era encontrar un punto menos atendido. Las opciones eran Boston, Filadelfia y también Nueva York.
Hablar de Nueva York no me gusta mucho. Aprecio a Terry, quien vive ahí, pero no olvido que fue el amor adolescente de Candy durante casi tres años. Sean o no amigos ahora, la sensación de querer cuidarla de él no se calma. La vi llorar demasiadas veces por su causa y el hecho de que no sea un hombre libre no termina de dejarme muy tranquilo.
Aunque... creo que perdí la cuenta de las veces que le aconsejé que terminara con esa relación. Él no está enamorado de ella y no creo que nunca lleguen a casarse, pero siempre ha insistido que tiene un deber para con Susana. ¿Cuanto llevan juntos? ¿Cuatro años?
Si yo creyera que él podría hacer feliz a Candy... pero sé que Candy no podría interponerse entre ambos. A veces pienso que lo ha olvidado por completo, pero otras siento miedo de que no sea así. De que vuelva a sufrir.
Candy me mira. Su expresión ha cambiado por completo. Parece que...
- Eso es maravilloso! - casi grita, echándose como lo hacía siempre, a mis brazos.
El aroma de su cabello me golpea y debilita ligeramente. Siempre me pasa cuando me abraza pero debo reconocer que ahora me domino menos. Ella es tan delicada.. pero tiene toda la capacidad de volverme papilla en sus manos.
Tenerla entre mis brazos a veces es una tortura. Quisiera decirle todo lo que siento, pero siempre que he tratado ha llegado George o nos ha interrumpido Archie. Una vez me atrapó la hermana María y aunque en el viaje pude haberlo hecho si hubiera querido, no quise arriesgarme a hacerla sentir mal si es que mi confesión no le agradaba. Preferí que ese viaje fuese para ella solo diversión.. aunque para mí a veces fue casi insoportable. Tenerla tan cerca, tantas horas... Si no hubiesen ido las damas de compañía quizá no hubiese sido tan fuerte.
Y, dicho y hecho. Algo rompe la burbuja en la que estamos inmersos. La yegua que Candy montaba resopla nerviosa. También el caballo que yo estaba montando se nota inquieto. Empieza a hacer ruido en el suelo con los cascos al golpearlo.
Alguien se acerca y no reconoce sus pisadas y Candy también se ha dado cuenta porque se tensa en mis brazos. Levanta su carita y me mira con sus enormes ojos.
- Alguien viene -susurra.
Yo asiento y aunque lo hago con reticencia, la separo de mí para decirle con un gesto que se esconda en algún lado. Ella toma un par de piedras del suelo y las mete en la pechera y casi de inmediato se trepa sobre uno de los árboles mas frondosos que tenemos cerca. Debería hacer lo mismo, pero no puedo dejar los caballos a riesgo de que alguien se los lleve y no por su valor económico. La yegua es la favorita de Candy.
Les tomo de las riendas para alejarlas del camino donde pueden ser vistas y me dispongo a llevarlas a una parte más apartada de donde nos encontramos, pero apenas lo hago, me doy cuenta que la persona de quien oímos las pisadas está demasiado cerca. No me gusta ni tampoco a los caballos.
En ese momento aparece. Trae una pierna del pantalón hecho girones. Los zapatos sucios y no trae saco. Su figura la reconozco sin necesidad de verle la cara. ¿Qué diantres haces aquí después de tanto tiempo y en esas condiciones? Debiera reírme, pero no lo hago. Tiene una cara de fastidio, enojado consigo mismo por lo que seguro fue el accidente que le quitó todo lo que él presume de su encanto "natural".
- ¿Qué es lo que te ha pasado?
- Me ha tumbado la bestia que tiene por caballo. Ha salido corriendo y yo creí que lo había hecho hacia el lago pues miré la marca de los cascos en el terreno.
- ¿Es que tú no tienes tus propios caballos?-pregunté en un retintin molesto. No me gustaba que maltratara los animales en general, pero mucho menos los de mi propiedad y seguro que eso había hecho antes de que fuera derribado.
- Vine a ver a la tía abuela. Me dijo que ha llegado un telegrama y que era urgente que Candy lo leyera.
Lo miré con leve sospecha, pero pese a que Neil no es el miembro del clan que más estimo, es capaz de cualquier cosa por congraciarse con la tía, así sea ir caminando en esa pinta, no está lejos de sus alcances hacerlo.
Candy se baja de un salto que sorprende al moreno de mi sobrino político porque se ha dado cuenta de que viene lastimado. Su profesión siempre por delante aunque Neil no sea poseedor de sus afectos.
- Sientate primero, quiero ver qué tan mal está tu rodilla.
Neil se sonroja y no sé si es vergüenza, humillación o si está furioso, pero accede. La herida no es profunda pero se ve bastante aparatosa. Candy le insiste que debe arrancarle la tela al pantalón para poder lavarle, pero él se niega terminantemente. Dice que necesita regresar y mandar a uno de los criados para que den con el caballo que ha perdido. Con suerte, el animal habrá regresado solo, así que accedemos. Candy monta la yegua y yo ayudo a Neil a subir a mi caballo justo después de que he subido yo. No pienso soltarle las riendas de mis animales sabiendo que no las trata bien porque seguro por ello lo han tumbado.
- ¿En cual de todos has venido?
- Yo que sé! El primero que vi fue uno negro pero no tenía intenciones de subirme en él, así que el criado me ha ensillado otro. Era de pelo claro pero tienes varios que se le parecen.
Asentí. Era cierto, pero cualquier jinete suele preguntar el nombre del animal que monta, así sea solamente por curiosidad. Sirve llamarlo si el animal se pone nervioso y mucho más si se escapa, como fue el caso.
Yo miraba a Candy de reojo. Estaba decepcionado por la interrupción porque no había cosa que me supusiera más dolor que seguirme callando mis sentimientos y había estado a punto de decirle..
De decirle quizá no -lo reconozco-, sino de demostrarle lo que siento por ella, pero parecía que nunca nos dejaban lo suficientemente solos. Si no hubiese mirado esa expresión en su mirada, quizá me habría sentido menos tentado, pero tengo que admitir que desde hace tiempo mis sentimientos son tan fuertes que no puedo tolerar seguir callando.
Si me aceptará o me rechazará es algo que no lo sé, pero llevo demasiado tiempo ocultándolos y sufriendo el quedarme callado.
Por eso dispuse dejarme de tanto viaje y establecerme en un solo sitio. Quizá con ello el vernos sería más fácil.. Si conseguía sacarla del Hogar de Poni y darle empleo en base a mis contactos con algún hospital donde me instalara, quizá podríamos vivir lo suficientemente cerca para vernos todos los días y cortejarla por primera vez. Pero Cornell estaba en una ciudad mas pequeña y menos comercial de Nueva York. Probablemente nuestras actividades no nos permitan vernos sino los fines de semana. ¿Podría lidiar yo con eso?
Prefería mil veces abrir oficinas donde ella viviera y viajar a Nueva York cuando por negocios tuviera que hacerlo, pero necesitaba la aprobación de varios del consejo.
Soy el patriarca, pero no soy un dictador. Desde que tomé el cargo me di cuenta que era mejor tomar en cuenta sus opiniones y así llegar a acuerdos (mi padre se hubiera retorcido en su tumba de saberlo, pues jamás fue así, ni hubiera estado de acuerdo en que yo cediera parte de mi autoridad a nadie). Pero estábamos en épocas muy distintas. Después de la guerra la visión del mundo y los negocios habían cambiado mucho.
Llegamos a la mansión de Lakewood muy rápidamente. Tal como pensé, el animal había regresado solo y David le estaba quitando la montura.
Se trataba de Rayo, y me sorprendí de que fuese el que tiró a Neil. Era un animal veloz pero muy noble. A saber qué le había hecho Neil.
Candy por su parte, traía el ceño fruncido. No le gustaban los telegramas por considerarlos portadores de malas noticias.
Dorothy fue quien la encontró de camino. Lo tenía en la mano y estaba nerviosa.
Yo me acerqué lentamente, justo en el momento en que Candy palidecía con el telegrama abierto entre sus dedos.
Apenas me dio tiempo de sostenerla entre mis brazos cuando las fuerzas le fallaron.
Se había desmayado.
(Continuará....)
Capítulos laaargos porque serán pocos..
Entonces me di cuenta, acceder a que marchase nuevamente iba a ser insoportable para mí.
No es que no me importara su formación profesional. A fin de cuentas, había sido titulada de enfermera contra todo designio de la tía, soportando las envidias de algunas compañeras y la crítica de otras debido al apellido, y de cualquier manera lo logró . Pero ahora... yo tenía un mundo de responsabilidades. Viajaba muchísimo, de modo que nos veíamos demasiado poco. Si ella se iba a Cornell, lo más seguro es que nos veríamos mucho menos, aunque eso era casi irónico después de todas las artimañas de las que me había valido para cambiar eso.
Allá ella tendría otros amigos y seguramente otros muchachos se interesarían en ella. Siempre era así donde quiera que ella fuese, los muchachos terminaban impresionados por su belleza y por su carácter. También esa sonrisa tan maravillosa era la causante de que otros tantos corazones se aceleraran y, aunque ya había lidiado con ello de un modo mas o menos respetable, no terminaba de gustarme ni un poco.
Qué difícil ser cabeza de una familia tan llena de prejuicios que me había orillado a retirarme de mi función de tutor que siempre llevé legalmente con ella, pero al final, las cosas no habían sido tan malas.
Desde el momento que el abogado entregó los documentos que remitían a Candy a su apellido anterior, sin el Andley agregado, la tía se había serenado. Inclusive se podía decir que había dejado de atacar tan fuertemente a Candy.
También Eliza se comenzó a comportar distinto. El hecho de que no viese a Candy como una "igual" suya, la había relajado bastante. Ya no se atrevía a ofenderla, por temor de que toda su familia fuese retirada de la protección del clan. Yo lo había hablado con la tía: accedía a revocar mi decisión de entregar a Candy mi apellido (a fin de cuentas, Candy me lo había suplicado muchas veces), pero eso no significaba que me desentendiera de ella o que no la iba a defender en caso de futuros ataques.
Cuando pasaron dos años después de haber sido nombrado patriarca, la llevé conmigo a un viaje que duró dos meses.
Fue maravilloso verla florecer en la mujer que está frente a mí ahora, pero esos meses, con las damas de compañía dispuestas por mi tía y los miles de eventos programados, no charlamos mucho realmente. Ella siempre tenía una cosa importante que hacer entre su incansable deseo de aprender todo y yo... yo hacía lo que fuese que a ella le hiciera feliz.
El día que recibimos la misiva de la señorita Poni aclarándonos sobre una situación que se había presentado respecto a Candy, o mejor dicho, respecto a quienes se suponían era la familia de Candy, me di cuenta que había sido acertado que hubiésemos modificado su estatus legal.
Y no lo digo porque crea que la humilde señora que llegó al orfanato fuese mala, sino que se libró de otros muchos ataques que hubiera recibido por parte de mi familia. Si Candy no era una Andley, la señora Masterson tampoco iría tras el dinero de ella, como una supuesta heredera.
Candy sufrió -de verdad que sufrió- al darse cuenta de lo cerca que había estado de ella varias veces, pero entendió que si no se conocieron antes, fue quizá lo mejor. Si hubiese llegado a su vida a los diez (que fue cuando su situación de salud y económica ya no era tan mala), seguramente nunca nos hubiéramos vuelto a ver -ni conocido a mis sobrinos-, a pesar de todo lo trotamundos que yo he sido.
Candy quiso preguntar sobre su padre, pero la mujer tenía mucho miedo de decirle quien era.
Tuvo temor de ser rechazada.
El padre de Candy (fue lo único que ella le dijo), había sido el hijo de una persona importante que no se había enterado de su embarazo. Ella marchó de su casa, amparada por otro de los criados que se llegó a casar con ella, pero al nacer Candy, enfermaron los dos.
Desgraciadamente, su nivel de pobreza era extrema. El hombre había estado al borde de la muerte por lo menos media docena de veces. Ella, había tenido que soportar los peores trabajos, vivir en los lugares más deprimentes.. No podía llevar a Candy a sitios así.
Sin embargo, cuando comenzó la guerra, había tenido acercamientos. Necesitaba saber de ella. De aquella que ya era toda una señorita, y fue que supo que Candy había sido adoptada a los 13 años.
Me supongo que fue un golpe muy fuerte para ella. Por eso dejó de insistir por un buen tiempo, hasta que llegó a sus oídos el hecho de que ella había vuelto a la colina de Poni.
Y fue precisamente en esos días que vacacionaba conmigo, que la señora Masterson se atrevió a ir a la colina. No la encontró, desde luego, pero quería tener la oportunidad de hablar con ella.
¿Qué puede decirle una madre a una hija que abandonó poco después que nació? Creo que las que hablaron fueron las lágrimas. Pero, aunque Candy no la rechazó, tampoco quiso que le diera su apellido. Es que... ¿Cómo decirse hija de un hombre que no era siquiera su padre, al que nunca había conocido?
Y por lo que supe, tampoco llegó a conocerlo. El hombre había muerto el invierno anterior a ese encuentro.
Ahora, Candy quería retomar sus estudios. Tenía 21 años, era una joven soltera. No le tenía miedo a la adversidad y desde luego que no tenía temor al rechazo de sus probables compañeros de carrera. Estaba decidida a ser médico. Yo debía apoyarla. Pero por primera vez estaba aterrado con la idea.
- Te has quedado callado demasiado tiempo -me dijo. Yo traté de sonreír, pero la sonrisa fue mas bien una mueca extraña.
- No sé qué haré con la idea de que estés sola en aquel lugar.
- No creo que esté sola. Pienso en hacer amigos. También buscaré trabajo.
- No necesitas conseguir un trabajo. Ya sabes que yo pagaré todo. No puedo permitir que carezcas de nada que necesites e incluso que quieras.
- No puedo depender de ti eternamente, Albert. No soy tu responsabilidad. Creí que ya lo habíamos hablado.
- Tú dijiste que no querías recibir dinero, yo te dije que eso no entraba en discusión. La única manera de no ser considerada mi heredera universal era que aceptaras el dinero que mensualmente te mando. Eso y los regalos.
- Actuaste demasiado astutamente... No pensaba que me darías mensualidades tan elevadas y regalos tan caros.
- Como si hicieras uso de ambas cosas! -sonreí, pero la sonrisa era apenas un atisbo.
- Tus regalos sí los uso... a veces... Pero es que yo no voy a fiestas importantes ni necesito ropa tan delicada. Dime, ¿dónde guardo la pulsera que obviamente no tengo donde lucir? Todavía estoy asombrada de haber recibido de vuelta el emblema que te regresé y lo sigo guardando oculto entre la ropa de lo mucho que temo perderlo.
Eso me hizo sonreír más ampliamente. El saberla portadora nuevamente del emblema era algo que me satisfacía mucho.
- Ese te pertenece desde siempre. Lo supe desde que te lo vi cuando nos reencontramos.
- Ojalá hubiera sabido desde entonces quien eras -dijo ella con un deje de nostalgia.
Yo carraspee. Ya lo habíamos conversado varias veces y ninguna había sido lo suficientemente satisfactoria. Me preguntaba el por qué siempre le miraba esa expresión de nostalgia al llegar a ese punto.
Cierto que ella me había dicho hacía unos años que el emblema era de su.. Su príncipe -todavía me ruborizo con ello, no puedo evitarlo-, pero era una niña de seis años que idealizó a un adolescente que estaba pasando por sus propias adversidades. Acababa de perder a mi hermana y estaba relegado a vivir en el anonimato, alejándome más de Anthony - hijo de Rosemary lo veía cuando ella vivía todavía gracias a la terquedad de mi hermana, pero después ni siquiera eso me permitieron-. Golpes tan fuertes que apenas estaba procesando. Y Candy, siempre tuvo ese amor infantil muy arraigado. Hasta Anthony.
Suspiro porque no puedo evitarlo. Pensar en mi sobrino y en ella me deja siempre una sensación extraña en el pecho. No puedo negar que desearía que no hubiese muerto, pero a la vez, me supongo que si hubiera vivido, quizá ya se hubiesen casado. Eso es lo que me causa esa sensación. Anthony no habría descansado hasta hacerla su esposa y yo.. Yo no hubiera sido importante en su vida, como me supongo que lo soy. Esa posibilidad me golpea a veces, pero trato de sobreponerme pronto.
- Te has quedado callado nuevamente.
- ¿Qué hubiera cambiado si lo hubieras sabido desde entonces?
Entonces es ella quien comienza a ruborizarse escandalosamente. Trata de ponerse de pie, pero le tomo del brazo con delicadeza y a la vez con la fuerza suficiente para que no escape como lo ha hecho siempre que le pregunto.
Nunca la había visto tan de cerca estando ruborizada. Es un encanto. Sus ojos verdes se ven enormes, destilan reflejos dorados entre los distintos tonos de verde. Siempre me han cautivado, pero nunca he querido demostrarlo. La veo nerviosa, está temblando!
Balbucea algo incomprensible y veo sus labios. Si fuesen otras circunstancias me habría reído por su pobre intento de decir algo coherente, pero no puedo. No puedo porque lo que más deseo en este momento es besarla. Así como he deseado hacerlo desde hace años.
Me forzo a verla a los ojos nuevamente y lo que descubro en ellos me deja sin aliento. Ella también mira mis labios, esos destellos dorados han desaparecido, provocando que sus ojos se vean ligeramente más oscuros. Lo hace un instante antes de darse cuenta que he recaído en ello. Su rubor -si es posible-, aumenta más y se zafa de mi mano para ponerse de pie abruptamente.
- Necesitamos regresar. La señorita Poni seguro que ya me espera de vuelta.
Yo trago en seco. Apenas puedo creer que ella me mirase de ese modo, pero seguro que ha sido el reflejo de mi forma de mirarla. Ella nunca... digo, no me ha visto sino como un amigo, ¿no?
- Antes de irnos, quiero que sepas una cosa -ella apenas se atreve a mirarme. Esta nerviosa y bastante avergonzada. Yo respiro profundo, poniéndome de pie, no sé como se va a tomar esto-. Estoy aterrado con la idea de que te marches. No puedo ni quiero ser un estorbo en tus planes, pero tampoco negar que no me gustan ni un ápice. Serás una gran doctora, lo sé, pero esos años que estarás estudiando fuera me están torturando desde antes de que empiecen.
Ella va perdiendo gradualmente el rubor. Está sorprendida. Yo me siento avergonzado porque sé que ser sincero también representa que suene un tanto egoísta, pero no puedo evitarlo.
- pero.. tú casi no vienes...
Trago en seco otra vez. Con lo que fue llegar y recibir la noticia de que ella se iba a ir a estudiar a otro lado, yo no pude decirle las buenas nuevas.
- Es probable que me asiente en un lugar por un buen tiempo. Habíamos pensado en Londres y también en regresar a Escocia, pero mi principal opción era lo más cerca de ustedes. Chicago fue sede importante para los negocios del clan, pero con tantos parientes dedicados a las empresas de la familia, lo ideal era encontrar un punto menos atendido. Las opciones eran Boston, Filadelfia y también Nueva York.
Hablar de Nueva York no me gusta mucho. Aprecio a Terry, quien vive ahí, pero no olvido que fue el amor adolescente de Candy durante casi tres años. Sean o no amigos ahora, la sensación de querer cuidarla de él no se calma. La vi llorar demasiadas veces por su causa y el hecho de que no sea un hombre libre no termina de dejarme muy tranquilo.
Aunque... creo que perdí la cuenta de las veces que le aconsejé que terminara con esa relación. Él no está enamorado de ella y no creo que nunca lleguen a casarse, pero siempre ha insistido que tiene un deber para con Susana. ¿Cuanto llevan juntos? ¿Cuatro años?
Si yo creyera que él podría hacer feliz a Candy... pero sé que Candy no podría interponerse entre ambos. A veces pienso que lo ha olvidado por completo, pero otras siento miedo de que no sea así. De que vuelva a sufrir.
Candy me mira. Su expresión ha cambiado por completo. Parece que...
- Eso es maravilloso! - casi grita, echándose como lo hacía siempre, a mis brazos.
El aroma de su cabello me golpea y debilita ligeramente. Siempre me pasa cuando me abraza pero debo reconocer que ahora me domino menos. Ella es tan delicada.. pero tiene toda la capacidad de volverme papilla en sus manos.
Tenerla entre mis brazos a veces es una tortura. Quisiera decirle todo lo que siento, pero siempre que he tratado ha llegado George o nos ha interrumpido Archie. Una vez me atrapó la hermana María y aunque en el viaje pude haberlo hecho si hubiera querido, no quise arriesgarme a hacerla sentir mal si es que mi confesión no le agradaba. Preferí que ese viaje fuese para ella solo diversión.. aunque para mí a veces fue casi insoportable. Tenerla tan cerca, tantas horas... Si no hubiesen ido las damas de compañía quizá no hubiese sido tan fuerte.
Y, dicho y hecho. Algo rompe la burbuja en la que estamos inmersos. La yegua que Candy montaba resopla nerviosa. También el caballo que yo estaba montando se nota inquieto. Empieza a hacer ruido en el suelo con los cascos al golpearlo.
Alguien se acerca y no reconoce sus pisadas y Candy también se ha dado cuenta porque se tensa en mis brazos. Levanta su carita y me mira con sus enormes ojos.
- Alguien viene -susurra.
Yo asiento y aunque lo hago con reticencia, la separo de mí para decirle con un gesto que se esconda en algún lado. Ella toma un par de piedras del suelo y las mete en la pechera y casi de inmediato se trepa sobre uno de los árboles mas frondosos que tenemos cerca. Debería hacer lo mismo, pero no puedo dejar los caballos a riesgo de que alguien se los lleve y no por su valor económico. La yegua es la favorita de Candy.
Les tomo de las riendas para alejarlas del camino donde pueden ser vistas y me dispongo a llevarlas a una parte más apartada de donde nos encontramos, pero apenas lo hago, me doy cuenta que la persona de quien oímos las pisadas está demasiado cerca. No me gusta ni tampoco a los caballos.
En ese momento aparece. Trae una pierna del pantalón hecho girones. Los zapatos sucios y no trae saco. Su figura la reconozco sin necesidad de verle la cara. ¿Qué diantres haces aquí después de tanto tiempo y en esas condiciones? Debiera reírme, pero no lo hago. Tiene una cara de fastidio, enojado consigo mismo por lo que seguro fue el accidente que le quitó todo lo que él presume de su encanto "natural".
- ¿Qué es lo que te ha pasado?
- Me ha tumbado la bestia que tiene por caballo. Ha salido corriendo y yo creí que lo había hecho hacia el lago pues miré la marca de los cascos en el terreno.
- ¿Es que tú no tienes tus propios caballos?-pregunté en un retintin molesto. No me gustaba que maltratara los animales en general, pero mucho menos los de mi propiedad y seguro que eso había hecho antes de que fuera derribado.
- Vine a ver a la tía abuela. Me dijo que ha llegado un telegrama y que era urgente que Candy lo leyera.
Lo miré con leve sospecha, pero pese a que Neil no es el miembro del clan que más estimo, es capaz de cualquier cosa por congraciarse con la tía, así sea ir caminando en esa pinta, no está lejos de sus alcances hacerlo.
Candy se baja de un salto que sorprende al moreno de mi sobrino político porque se ha dado cuenta de que viene lastimado. Su profesión siempre por delante aunque Neil no sea poseedor de sus afectos.
- Sientate primero, quiero ver qué tan mal está tu rodilla.
Neil se sonroja y no sé si es vergüenza, humillación o si está furioso, pero accede. La herida no es profunda pero se ve bastante aparatosa. Candy le insiste que debe arrancarle la tela al pantalón para poder lavarle, pero él se niega terminantemente. Dice que necesita regresar y mandar a uno de los criados para que den con el caballo que ha perdido. Con suerte, el animal habrá regresado solo, así que accedemos. Candy monta la yegua y yo ayudo a Neil a subir a mi caballo justo después de que he subido yo. No pienso soltarle las riendas de mis animales sabiendo que no las trata bien porque seguro por ello lo han tumbado.
- ¿En cual de todos has venido?
- Yo que sé! El primero que vi fue uno negro pero no tenía intenciones de subirme en él, así que el criado me ha ensillado otro. Era de pelo claro pero tienes varios que se le parecen.
Asentí. Era cierto, pero cualquier jinete suele preguntar el nombre del animal que monta, así sea solamente por curiosidad. Sirve llamarlo si el animal se pone nervioso y mucho más si se escapa, como fue el caso.
Yo miraba a Candy de reojo. Estaba decepcionado por la interrupción porque no había cosa que me supusiera más dolor que seguirme callando mis sentimientos y había estado a punto de decirle..
De decirle quizá no -lo reconozco-, sino de demostrarle lo que siento por ella, pero parecía que nunca nos dejaban lo suficientemente solos. Si no hubiese mirado esa expresión en su mirada, quizá me habría sentido menos tentado, pero tengo que admitir que desde hace tiempo mis sentimientos son tan fuertes que no puedo tolerar seguir callando.
Si me aceptará o me rechazará es algo que no lo sé, pero llevo demasiado tiempo ocultándolos y sufriendo el quedarme callado.
Por eso dispuse dejarme de tanto viaje y establecerme en un solo sitio. Quizá con ello el vernos sería más fácil.. Si conseguía sacarla del Hogar de Poni y darle empleo en base a mis contactos con algún hospital donde me instalara, quizá podríamos vivir lo suficientemente cerca para vernos todos los días y cortejarla por primera vez. Pero Cornell estaba en una ciudad mas pequeña y menos comercial de Nueva York. Probablemente nuestras actividades no nos permitan vernos sino los fines de semana. ¿Podría lidiar yo con eso?
Prefería mil veces abrir oficinas donde ella viviera y viajar a Nueva York cuando por negocios tuviera que hacerlo, pero necesitaba la aprobación de varios del consejo.
Soy el patriarca, pero no soy un dictador. Desde que tomé el cargo me di cuenta que era mejor tomar en cuenta sus opiniones y así llegar a acuerdos (mi padre se hubiera retorcido en su tumba de saberlo, pues jamás fue así, ni hubiera estado de acuerdo en que yo cediera parte de mi autoridad a nadie). Pero estábamos en épocas muy distintas. Después de la guerra la visión del mundo y los negocios habían cambiado mucho.
Llegamos a la mansión de Lakewood muy rápidamente. Tal como pensé, el animal había regresado solo y David le estaba quitando la montura.
Se trataba de Rayo, y me sorprendí de que fuese el que tiró a Neil. Era un animal veloz pero muy noble. A saber qué le había hecho Neil.
Candy por su parte, traía el ceño fruncido. No le gustaban los telegramas por considerarlos portadores de malas noticias.
Dorothy fue quien la encontró de camino. Lo tenía en la mano y estaba nerviosa.
Yo me acerqué lentamente, justo en el momento en que Candy palidecía con el telegrama abierto entre sus dedos.
Apenas me dio tiempo de sostenerla entre mis brazos cuando las fuerzas le fallaron.
Se había desmayado.
(Continuará....)
Capítulos laaargos porque serán pocos..
