[center]Hola de nuevo a todas! Las saludo estando en artículo mortis, jajaja. Bueno, lo cierto es que he estado un poco enferma por eso tardé en publicar este aporte. Gracias por su espera y espero les guste.[center]
Vivía en Londres.
William Albert Andrew levantó la vista del meticuloso informe que le acababa de entregar el investigador privado que había contratado hacía apenas una semana. En realidad solo le interesaba saber en dónde se encontraba “ella”, absolutamente nada más. Según su tía, “era imperativo que localizara a esa mujer y arreglara el divorcio para que finalmente, después de tantos años, después de tanta insistencia, se comprometiera con Elisa. Y eso haría.
-Muy bien Whitman, al parecer vales tu peso en oro, en tan solo una semana has investigado todo acerca de mi…esposa. – Afortunadamente su voz salió normal, con una sonrisa de medio lado trató de aparentar total tranquilidad, mientras su corazón latía tan deprisa que sentía que si no hablaba se oiría en todo el lugar.
-En realidad no fue tan difícil, señor. Desde que su esposa abandonó el país solo ha residido en Londres.
-Y yo que pensé que después de abandonar ese departamento sin dejar rastro, su paradero sería muy difícil de rastrear.
-En realidad con la dirección que me proporcionó, señor, no pude averiguar nada. La casera me informó que, efectivamente, una joven pareja vivía en el lugar, pero definitivamente no era su esposa.
-¿Cómo?
-Le mostré la fotografía que usted me proporcionó, y la señora afirmó que nunca la había visto en su vida. Me describió a los ocupantes de la vivienda y la mujer era alta, más bien castaña y un poco rellenita.
-Pero…¡pero cuando yo la visité, me dijo que una mujer rubia era la que había vivido ahí!
Se levantó de su asiento, con solemnidad y abrió la ventana con un gesto lleno de parsimonia. Se quedó dándole la espalda al investigador por algunos minutos tratando de calmar sus atribulados pensamientos. Whitman así lo comprendió.
-¿Exactamente qué quieres decir? La mujer pudo equivocarse, en realidad, ¿cómo puede recordar algo que sucedió hace tantos años? – Por fin habló mirando al hombre frente a frente.
-La casera asegura, con evidente vergüenza y arrepentimiento, que alguien le dio una buena fortuna para que le dijera eso.
La confusión e incredulidad se reflejó en el rostro del rubio. ¿Cómo podía ser? Todavía recordaba la infame carta que destrozó su corazón. Aunque sabía que no podía culparla enteramente, él había actuado de manera ridícula al tratar de ocultarle los problemas en los que se vio envuelto.
Sí, en realidad se había comportado como un necio, George le había dicho que le hablara a Candy con la verdad. Pero sencillamente no deseaba lastimarla, no quería que supiera lo mucho que su familia la rechazaba y hasta donde había sido capaz de llegar su tía con tal de separarlos. Y ahora, en una gran ironía, había terminado cediendo a los deseos de la misma y se casaría con Elisa. En realidad, pensó él, había accedido en una especie de tregua para con su tía. Durante los pasados doce años, él se había mantenido apartado de ella, consciente de todo el daño que le causó. Prácticamente la desterró de sus propiedades, le negó el habla, apartó sus negocios de los de ella dejándola a merced de sus socios a los que ella había manipulado, no era invitada en las fiestas familiares, y cuando se llegaban a encontrar, evitaba su compañía dirigiéndose a ello con un escueto: “Señora”. Sí, en realidad su tía pagó por lo que le había provocado y más, pues al no tener en quien descargar su frustración, decepción y coraje ante la traición y abandono que Candy, se desquitó con su tía. Y seguiría así, de no ser porque el pasado año, Elroy había sufrido un infarto. Solo acudió a verla después de que Rosemary intercediera por ella, así supo que en realidad su tía estaba muy enferma, pues su hermana nunca había hecho algo así. En un acuerdo tácito entre ambos, decidieron tratar de olvidar el pasado, y su relación empezó a mejorar, pero Albert sabía que nunca volvería a ser lo mismo. Y finalmente poco a poco, Elroy comenzó a hablarle del futuro, necesitaba un heredero, no solo por el prestigio familiar sino para que sintiera la dicha de ser padre. Y Elisa era la candidata perfecta, durante todos esos años, ella lo había apoyado incondicionalmente, así que cedió a los ruegos, más no exigencias, de su tía.
-¿Señor? – La voz del detective lo devolvió a la realidad.
-Perdón, es solo que…
-Yo lo entiendo, sé que tal vez desea estar solo para asimilar todo esto, pero es mi deber informarle cómo localicé a su esposa. – Albert asintió casi imperceptiblemente para animarlo a continuar. – Una vez que averigüé que su esposa nunca había estado en ese lugar, investigué más a fondo a sus familiares, fue así como descubrí que cuando su esposa salió de Chicago, se reunió con sus tíos en Connecticut, pasó ahí casi dos meses y finalmente partió hacia Londres donde trabaja en un hospital como enfermera.
Albert no contestó nada, con lentitud regresó a su asiento y después de unos minutos, despidió al investigador.
Paseó su mirada por toda la habitación, normalmente no solía atender ninguna clase de problemas o inconvenientes cuando estaba en Lakewood, pero ahora se había visto forzado a hacerlo, Elisa le había dicho que si deseaban hacer su compromiso público, era necesario que localizara a su esposa y arreglara el divorcio.
Se restregó el rostro con ambas manos. Todo lo creído hasta ahora, los fundamentos que había creado para no salir como loco buscando a Candy después de enterarse que tenía a un amante, se habían derrumbado. ¿Qué rayos había pasado? ¿Quién pudo haber pagado a esa mujer para que mintiera descaradamente? Su mente le dio una respuesta: su tía Elroy. Estaba seguro que Whitman había investigado quien lo había hecho, pero ni siquiera se le ocurrió preguntarle cuando estaba frente a él. Y lo vería de nuevo hasta que regresaran a Chicago así que tendría que esperar a preguntar. Pero, ¿sería posible que su tía estuviera detrás de todo eso? Y peor aún, la carta que aún conservaba estaba escrita de puño y letra de Candy, ¿o no?
Abrió el último cajón, el que mantenía cerrado con llave y tomó entre sus manos la carta que había definido su futuro.
La miró como si fuera la primera vez que lo hacía, pero no fue necesario abrirla para leerla, se la sabía de memoria.
Querido Albert:
Sé que me prometiste que hablaríamos a tu regreso, pero no puedo esperar. Es difícil para mí darme cuenta de las cosas y saber que nuestro matrimonio ha sido un verdadero martirio y fiasco. No puedo seguir contigo, lo lamento. Estoy consciente que me odiarás después de esto pero…no puedo seguir ocultándolo más tiempo.
Estoy enamorada y no es precisamente de ti. Lo nuestro fue un espejismo, algo hermoso mientras duró, pero he conocido a alguien que me hace verdaderamente feliz, alguien que no me abandona por sus absurdos negocios, alguien que me va a cuidar para siempre.
Siento mucho decirte esto mediante una carta pero, es mejor así. Te agradezco lo que intentaste darme, pero no fue suficiente. Adiós para siempre.
Candy.
Cerró los ojos con desesperación tratando de olvidar el dolor que le produjeron aquellas palabras. Pero siguió recordando cómo al regreso de su viaje, encontró la carta sobre su cómoda. Cómo, al bajar corriendo las escaleras, Hopkins le informó que la señora había salido de la casa cinco días después de su viaje. Cómo, el mismo Hopkins le informó de igual manera que había llevado personalmente a la señora a cierta dirección, algo demasiado extraño pero que en esos momentos no había advertido. Y cómo, la casera de apartamentos, le había dicho aún antes de preguntarle, que la joven rubia de ojos verdes que había habitado el lugar, se había marchado esa misma mañana con su apuesto prometido.
No pudo evitar sentirse culpable, debía haberle hablado desde un principio del boicot de su tía contra su matrimonio. Elroy había puesto en su contra a varios socios de la empresa diciéndole que su matrimonio era la ruina para todos ellos, entre líneas le aconsejaron que se divorciara de Candy y consiguiera un matrimonio más ventajoso.
Obviamente no cedió al chantaje, y fue cuando se sumió en largas jornadas de trabajo, se enfrentó a los hombres, ¿Quién rayos se creían para pensar que tenían algún poder en sus decisiones? Y cuando su tía vio que esa táctica no funcionó, entonces recurrió a algo más bajo.
Contrató a un abogado para investigar si su matrimonio era legal, pues se había realizado en ese pueblo lejano de África. Por eso tuvo que viajar, porque no quiso delegarle ese tema a nadie más, viajó hasta ese lugar e hizo todo lo posible para demostrar la legalidad de su matrimonio. En realidad solo fueron leves conflictos los ocasionados, pero por temor de hacerle daño a Candy al decirle que su familia no la aceptaba y que su tía decía que vivían en concubinato, no le dijo absolutamente nada. Por eso no pasaba mucho tiempo con ella, para no herirla. Y finalmente estaba el tema de la casa.
Rosemary le había dicho muy claramente que en una casa no podía haber dos señoras. Le comunicó que su tía dejó muy en claro que la única señora de la casa era ella. A Candy se le trataba como a una invitada más. No podía cambiar u ordenar nada porque los criados le preguntaban primero a la señora Elroy, era una situación insoportable. Por eso él había decidido que su tía viviría en otro lugar, ya le había comprado una casa para que dejara en paz a Candy. Pero también temía comunicárselo a su esposa, pues ella le había dejado claro que no quería que su tía saliera de la casa por su culpa. Porque había sido eso, temor, un gran temor a decepcionarla, a no ser el hombre que ella se merecía. Y ese temor lo había llevado a su fracaso matrimonial.
Y después de todos esos años se daba cuenta que sus temores eran ridículos, pero la amaba tanto, que su miedo a perderla… lo había llevado a comportarse como un reverendo idiota.
Y ahora estaba esa incertidumbre, ¿qué había pasado exactamente con Candy? ¿Por qué no la buscó después de ir a ese departamento? ¿Qué haría ahora? Una necesidad imperiosa de hablar con ella llegó a su corazón, necesitaba saber.
-Albert ya estamos listos, te estamos esperando. Por cierto, Elisa no nos acompañará salió con la tía Elroy al pueblo, al parecer ambas necesitan comprobar la calidad de los alimentos que ingerimos, aunque es más probable que sea porque Elisa quiere demostrar que pronto será la nueva señora de la casa, y desea demostrar que ella es quien tiene la autoridad.
Albert arqueó una ceja ante el comentario sarcástico de su hermana. Ya sabía que Elisa estaba fundamentando su autoridad con todos los sirvientes, y no sabía qué le molestaba más, si eso o que su tía le diera todo su apoyo. No pudo evitar sentir cierto resentimiento en contra de su tía por el trato que le dispensó a la propia Candy.
-Es mejor así, Rose. Me altera los nervios escuchar sus gritos histéricos ante cualquier cosa que vemos u oímos mientras galopamos.
Esa tarde habían decidido salir a cabalgar, su hermana, su cuñado, sus sobrinos Archie y Stear, con la novia del último Paty, una amiga de Archie, Neal, Elisa y Albert. Les gustaba recorrer la propiedad a todo galope, y detenerse frente al arroyo mientras organizaban un picnic.
-No sé porque vas a casarte con ella si no la soportas. – Resignadamente su hermana lo tomó del brazo suspirando audiblemente. Ella desde el mismo principio se había opuesto a esa decisión.
-Ya no sé si es una buena decisión.
-¡Por supuesto que no lo es! Perdóname hermano pero Elisa es una arpía, al igual que su madre. Sé que te has sentido apoyado por ella en los últimos años, pero esa mujer no es para ti. Además, siempre he sospechado que ellas tuvieron algo que ver con…lo de Candy.
-¿Por qué lo dices? – Le preguntó extrañado, nunca habían tocado ese tema.
-Las vi salir de su recamara el día que ella se fue.
-¿Por qué nunca lo habías mencionado?
-¿Acaso habías querido hablar de ese tema?
Avergonzado, le dio la razón a su hermana había prohibido tocar ese tema, de hecho, se había vuelto tabú en la familia. Pero ahora sintió que era diferente, le abrió el corazón a su hermana y le habló de todo lo sucedido, desde la carta de Candy, hasta el descubrimiento del investigador. Rosemary se quedó impactada.
-Ahora entiendo por qué no querías hablar del tema, yo también hubiera reaccionado igual. Pero con esto que descubrió el investigador… cambia todo, Albert. Debes hablar con ella.
-Y en el caso que ella quiera verme, ¿qué le digo? ¿Por qué me dejaste una carta confesándome que te ibas con tu amante, y ahora resulta que todo es una mentira?
-¡Vaya! Aquí están. – George los interrumpió. – Ya todos estamos esperándoles en las caballerizas, ¿qué esperan? ¿Y por qué tienen esas caras? Parece que hubieran visto un fantasma.
-No pasa nada, George. Vamos Rose, hablaremos de esto en otra ocasión, ahora salgamos a distraernos un poco. – Albert decidió que hablaría con su hermana y cuñado en otra ocasión, necesitaba su apoyo y consejo.
-¡Por fa, ma´! Déjame salir solo, ya lo he hecho otras veces y todo ha salido bien.
-Pero conocías el terreno que pisabas, Anthony. Este lugar no lo conoces.
-Sí lo conozco.
-¿Cómo lo vas a conocer si hace apenas una semana que llegamos y no has montado una sola vez?
-El abuelo me llevó ayer.
Candy miró a su tío. Habían llegado a Lakewood una semana antes. Anthony le pidió que pasaran algunos días con sus “abuelos”, antes de salir a ver a su padre. Aunque lo cierto era que el niño ya no estaba tan seguro de querer conocerlo, después de todo, si no había querido conocerlo en once años, ¿qué le aseguraba que lo deseara ahora?
-Me habías prometido que no montarían sin mí, tío.
-Candy, te preocupas demasiado, hija, Cleopatra es muy dócil y se llevó muy bien con Tony ayer. ¿Por qué no lo dejas que conozca los alrededores? Es un pueblo muy tranquilo.
-¿Y si le pasa algo?
-No me pasará nada, ma´. Ándale…y te prometo que… que…arreglaré mi cuarto por todo un mes.
Candy entornó los ojos. Su hijo era un completo desastre en lo referente a su dormitorio. Cuando ella no prestaba atención o su horario en el hospital interfería con sus quehaceres domésticos, Anthony creaba tal revoltijo y caos, que la ropa limpia se mezclaba con la sucia. En una ocasión, encontró comida rancia en los cajones de la cómoda donde debía ir su ropa interior.
Era una oferta tentadora, pero sentía cierta aprehensión al respecto. Pero la mirada de su hijo, esa expresión soñadora y decidida al mismo tiempo, ese brillo travieso que adquirían sus ojos ante la expectativa y sobre todo esa sonrisa que le derretía su corazón de madre. ¿Cómo podría decirle que no?
-Está bien. – Dijo por fin. - Pero no te alejes demasiado del terreno.
-¡Pero, ma´! El terreno del abuelo apenas y sirve para trotar lentamente.
-Anthony, estás terminando con mi paciencia. Pero está bien, cabalga hasta donde fuiste ayer con el abuelo, solo cuídate mucho por favor.
-¡Gracias, ma´! Eres un amor. – Su madre se ganó un sonoro beso, y un abrazo rápido. Anthony pasó volando hacia el lugar donde guardaban al único ejemplar equino que sus abuelos se habían permitido tener, después de la venta de su casa en Connecticut.
Candy no entendía la razón por la sus tíos se habían mudado específicamente a esa parte del país. Ellos le habían dicho que querían pasar sus días más tranquilos y la comunidad de Lakewood era el lugar perfecto para ello. Su casa, aunque pequeña, era acogedora, contaba con tres habitaciones que servían perfectamente para alojar a sus hijas. Annie que seguía viajando por el mundo con su esposo, los visitaba algunos meses al año. Y para Candy, esa era la primera vez que acudía de visita, pues no se sentía cómoda encontrándose en el mismo estado en que vivían los Andrew.
-Bien, hija, tu tía está preparando un pastel de chocolate que estoy seguro se derretirá en tu boca.
Tomando a Candy de los hombros, la condujo hasta la cocina de donde, efectivamente, provenía un delicioso olor a pastel recién horneado. Candy sonrió con ternura recordando su niñez, y deseando con el corazón haber heredado la habilidad que su tía tenía para cocinar. Porque ella era un desastre, al igual que su hijo en lo referente a su habitación…
Anthony había cabalgado hasta el cansancio, aunque era decir mucho dado que no estaba tan acostumbrado a la montura. Su madre le había pagado clases de equitación en Hyde Park Stables, lo que supuso horas extras de trabajo en la clínica, por eso después de sentirse seguro arriba del caballo, le había dicho a su mamá que ya no era necesario seguir asistiendo.
Ahora, sentado sobre una roca, a lado de un hermoso lago, meditaba en la decisión que había tomado y que lo había llevado hasta ese lugar. Estaba arrepentido de haber insistido tanto en conocer a su padre, ¿en qué había pensado? No quería saber y palpar por cuenta propia el desprecio del hombre que le dio la vida. Así que, mientras el sonido del agua corriendo, y el canto de los pájaros de fondo para tranquilizarlo, decidió que hablaría con su mamá, podrían quedarse en casa de sus abuelos hasta el fin de sus vacaciones y regresarían a casa, como si nada hubiera pasado. Sí, era la mejor decisión que podría tomar, tenía a su mamá que había sido madre y padre por igual, le había sacado a delante sin faltarle absolutamente nada, desde su punto de vista, tenía más que algunos niños de su clase que contaban con su padre en casa. Y la amaba con todo lo que su pequeño corazón podía amar.
Una vez completamente decidido, volvería a casa para hablar con su mamá. En el instante en que montó de nuevo a Cleopatra, escuchó un estrépito, varios jinetes se acercaban a él.
El aire le había sentado bien, pensó Albert al dirigirse cabalgando al arroyo, todos estaban muy animados, excepto él, aunque trataba de mostrar su mejor ánimo, al menos su mente se había despejado. Lo que empañaba un poco el ambiente, era Neal y su inseparable rifle de caza, ya hasta hastiado de tener que repetirle que saliera sin el, pero siempre salía con la misma excusa: Podría tener la oportunidad de cazar algún zorro y no desperdiciaría la ocasión.
Con esos pensamientos en mente, no advirtió lo que sucedía a su alrededor hasta ya muy tarde. Como un poseso, Neal salió disparado cabalgando a toda velocidad mientras gritaba:
-¡Oye, tu! ¡Estás invadiendo propiedad privada, será mejor que salgas de aquí!
Todos giraron hacia el lugar donde vieron un jinete mirando hacia su dirección. En ese instante sonó un disparo rompiendo la tranquilidad del lugar. Un jadeo de horror de parte de los presentes, acompañado de gritos colectivos, sacaron a Albert de su letargo emocional. Pudo observar como ante el ruido estruendoso, el caballo, asustado y encabritado, se paraba en sus patas traseras y lanzaba despedido a, quien a pesar de la distancia pudo distinguir, era un jovencito.
George, Archie y Stear, se apresuraron hasta donde el joven yacía tirado, mientras las mujeres corrían apresuradas tras de ellos, Neal, satisfecho con su hazaña, observaba de lejos montado en su caballo. Por nada del mundo pensaba acudir en su ayuda como todos esos ridículos. Muy pronto su hermana sería la dueña legítima de todo eso y él, en consecuencia, sería amo y señor de esas tierras.
Pero se olvidaba de Albert. Quien ese momento, se acercaba a pasos rapidos hasta Neal totalmente molesto. Estirando sus brazos hacia él, tomó a Neal de las solapas de la elegante chaqueta de montar. Lo jaló desde esa altura, y prácticamente lo arrastró hacia el suelo donde lo puso sin muchas ceremonias de pie.
-¿Qué rayos te pasa? ¡Eres un imbécil! ¡Pudiste provocar la muerte de alguien! – Albert lo zarandeaba con fuerza, tratando de evitar dar rienda suelta a su coraje y asestarle una golpiza, que era lo que se merecía. - ¡Si algo le pasa a ese joven, te aseguro que yo mismo daré parte a las autoridades!
Aventándolo contra el caballo, Neal fue a dar al suelo. Había palidecido y no hizo nada más que observar desde su posición como Albert se acercaba al grupo reunido alrededor del cuerpo que yacía inconsciente sobre el césped.
Todos estaban consternados. George estaba de arrodillado a lado del joven tomándole el pulso. Archie había salido a buscar al médico, los demás solo observaban, pero Rosemary estaba de pie a lado de su esposo. Estaba casi blanca del susto, y había ahogado un gemido, pues se estaba cubriendo la boca cuando miró a su hermano llena de consternación. Alarmado, Albert casi corrió hasta ella.
-¿Qué pasa? – Ella dejó vagar su mirada entre su hermano y el jovencito. Albert lo notó y con el ceño fruncido se inclinó a lado de George quien palpaba con sumo cuidado el cuerpo para comprobar que no tuviera alguna fractura.
Lo que vio le dejó claramente sorprendido. Tal parecía que el tiempo había retrocedido muchos años. El rostro inerte del jovencito, era idéntico a Albert cuando era adolescente, él comprendió que su hermana se hallara en tal estado de ánimo, ella le llevaba solo cinco años, pero Rose ya había sido mayor de edad cuando su hermano pasó por la turbulenta pubertad. Así que, sí, ella sabía cómo lucía su hermano a esa edad. Y el parecido guardado entre el joven y su hermano, era extraordinario. Cualquiera diría que era su…hijo.
Ese pensamiento rondaba en la mente de los adultos, cuando un leve gemido procedente del jovencito les llamó la atención.
Anthony sentía un fuerte dolor en la cabeza, un zumbido retumbaba dentro de ella y sentía que su cuerpo estaba entumecido. Haciendo un esfuerzo por abrir los ojos, empezó a ser consciente de voces apagadas a su alrededor.
Albert se acercó más al jovencito, vio que trataba, con dificultad, de abrir sus ojos. Poco a poco sus parpados se entornaron y los abrió. Notó que los ojos del niño, eran celestes con iridiscencias verdes.
Anthony pudo distinguir lo que le rodeaba. Observó rostros desconocidos a su alrededor, un hombre moreno se inclinaba sobre él, su expresión delataba preocupación.
-Tranquilo – Le dijo el hombre.- No te muevas, el caballo te tiró y estamos esperando que llegue el médico.
Anthony asintió muy imperceptiblemente. Cerró momentáneamente sus ojos y miraron al hombre que acompañaba a quien le habló. Abrió desmesuradamente los ojos, no podía creerlo.
-¡Papá!
Albert sintió un golpe en el estómago. Palideció de inmediato sin saber qué decir.
CONTINUARÁ...