Hola chicas, aquí les dejo mi primer aporte, en mi primera participación en la Guerra Florida. Espero que les guste.
"CORAZÓN ENCADENADO"
Capítulo 1
Por Lu de Andrew
Capítulo 1
Por Lu de Andrew
-Quiero conocer a mi padre.
La solemne declaración del pequeño de once años, detuvo a su madre en el umbral de la puerta de la cocina. Esa mañana su turno en el hospital comenzaba a las diez de la mañana, pero como lo hacía los días de escuela, preparaba el desayuno y lunch para que su hijo asistiera a clases. En esos momentos, mientras su pequeño desayunaba como de costumbre, se disponía a correr hacía sus recámaras para poner en orden los quehaceres de la casa antes de salir a trabajar. Pero lo que escuchó la dejó paralizada. Sintió una especie de entumecimiento al recordar al padre de su hijo, aunque era un absurdo juego de su mente porque su hijo era la viva imagen de su padre. Con el pelo rubio ligeramente quebrado, un poco más alto que los demás chicos de su edad, caminaba con el porte y la elegancia propia de un Andrew. Todo en él le recordaba a quien había sido su esposo, pero eran sus ojos celestes y esa mirada un tanto melancólica, lo que en realidad la hacían perder su tranquilidad y autocontrol.
-¿Ma´?
Dio media vuelta y lo miró directamente a los ojos.
-Anthony, mi amor, te he dicho miles de veces que yo le informé a tu padre cuando estaba embarazada. Él… bueno…
-Ya sé que si hubiera querido conocerme, nos hubiera buscado. Pero simplemente solo quiero conocerlo para preguntarle por qué. Por qué no deseó ni siquiera conocerme.
Candy se acercó hasta él y lo rodeó en un abrazo. Sus ojos azules tenían lágrimas contenidas, era su hombrecito, tan pequeño, todavía era un niño y se comportaba en esos momentos con la madurez de alguien adulto. Pero también había dolor en sus ojos y ella lo comprendió, pues se había hecho mil veces la misma pregunta.
-Quiero verlo ma´, me entiendes, ¿verdad? – Ella asintió sin decir palabra alguna, no quería exponerlo a un dolor innecesario. – Además, necesitas saber si en realidad estás divorciada de él. No quieres cometer bigamia, ¿cierto?
Ella sonrió ante la astucia de su hijo.
-Hay veces que lamento que seas tan inteligente. ¿Cómo puede alguien de tu edad comprender lo que es la bigamia?
-Investigué todo lo necesario cuando Terry te pidió matrimonio.
-¡Wow! – Exclamó Candy horrorizada. – He creado un monstruo. – Declaró con un intento de broma haciendo sonreír a su hijo. – Creí que no te gustaba Terry.
-Y no me gusta. Pero si él te hace feliz, y en realidad quieres casarte con él, no quiero que tengas problemas.
Esa respuesta la hizo decidirse. Si Anthony estaba dispuesto a aceptar a Terry como su esposo, ella estaba dispuesta a enfrentarse a quien le rompió el corazón doce años atrás.
-El año escolar termina dentro de mes y medio, viajaremos a Chicago entonces.
-Puedo hablar con la señorita Taylor, estoy seguro que me permitirá hacer los exámenes finales antes.
-¿Tantos deseos tienes de ir?
Anthony no contestó. En ese momento el camión escolar llegó y con un beso rápido a su madre se despidió de ella.
Ella entonces se permitió llorar. Lloraba de nuevo después de doce años de haber prometido no volver a hacerlo. Mientras se secaba el rostro bañado en lágrimas decidió que haría cualquier cosa para que Anthony pudiera estar contento. Subió hasta su recámara con menos ímpetu que de costumbre. Y se dispuso a hacer las llamadas necesarias para su pronta partida, esperando ansiosamente que su partida se retrasara lo suficiente.
Una hora después, yacía recostada en su cama pensando en cómo la vida, o los planetas, o el destino (aunque no creía en ninguna de las dos últimas su desesperación la hacía desvariar), se habían unido contra ella. Increíblemente el hospital había decidido darle un mes de vacaciones que tenía acumuladas. En la escuela de Anthony, la profesora Taylor decidió aplicar al niño los exámenes finales ese mismo día. Su casa la cuidaría su vecina que casi nunca se hallaba en casa y precisamente en esos momentos tenía el siguiente mes libre. Terry que al principio se había opuesto terminantemente a dejarla ir sola con su hijo, a ver al que podría ser aún su esposo, al final convino que si tardaba más de una semana en regresar, dejaría las grabaciones de su película e iría por ella. Según él, no le tomaría mucho tiempo averiguar si seguía casada o no. Al parecer no comprendía del todo el interés de su hijo por conocer a su padre. En momentos como ese, no estaba muy segura de aceptar su propuesta, si Terry permanecía ajeno a los sentimientos e inquietudes de su hijo, lo mejor sería terminar con él. Aunque no sabía cuándo habían comenzado.
Lo conoció cuando en una escena de una película salió malherido y lo llevaron al hospital para curar sus heridas. Durante dos meses le rogó continuamente para que saliera con él, le mandaba flores, regalos, y toda clase de cosas cursis. Hasta que finalmente accedió a salir con él, advirtiéndole de antemano su situación legal. Pero a él no le importó y durante los ocho meses pasados estuvieron saliendo, y aunque solo habían compartido un solo beso, él le propuso matrimonio.
Matrimonio. Esa palabra le hizo rememorar su extinta unión marital.
Ella y su prima Annie Britter acababan de terminar la preparatoria y decidieron tomarse un año sabático antes de asistir a la universidad. Sus tíos, con quienes vivía desde la muerte de sus padres a sus seis años de edad, aunque no estaban muy convencidos de dejarlas partir solas con dieciocho años cumplidos, las dejaron partir.
En la escuela habían llevado un curso intensivo de primeros auxilios impartido por la Cruz Roja, así que cuando les hablaron de hacer un voluntariado en algún lugar al norte de África, accedieron gustosas.
Durante tres meses viajaron con el equipo médico y estaban felices de poder ayudar a la pobre gente que se mostraba extasiada por el servicio médico que les ofrecían. En una de las aldeas, se encontraron con un equipo enviado por la UNICEF, y ahí fue cuando lo conoció.
No era doctor, pero tenía los suficientes conocimientos médicos para trabajar mano a mano con los doctores. Era alto, rubio, sus ojos celestes la enamoraron la primera vez, y su cuerpo demostraba que era alguien que le gustaba el ejercicio, no tenía un ápice de grasa en su cuerpo, y aunque no era musculoso, ella sabía que tenía un cuerpo bien formado. Cuando sonreía, se le formaba un hoyuelo en el lado izquierdo de su mejilla, que hacía que su corazón latiera más rápido y descontrolado. Era extremadamente guapo. Pero lo que más la conquistó, fue la manera en que trataba a los enfermos, a los niños, se preocupaba realmente por ellos.
Tenían muchas cosas en común, se llevaban de las mil maravillas, trabajaban bien juntos, y cuando platicaban, se extraían de la realidad. Después de un mes en esa población, el equipo de la Cruz Roja, tenía que trasladarse a otra aldea, así que se separarían. Ella obviamente se entristeció, pero él con toda la gallardía del mundo, la invitó una noche antes de que partieran a dar un paseo bajo las estrellas.
Fue una noche mágica, él la tomó de la mano e intempestivamente se arrodilló frente a ella y ahí, con la luna como testigo, le pidió matrimonio. La amaba desde la primera vez que la vio y no soportaría la vida sin ella.
Una semana después, viajaban a Chicago para conocer a la familia de él, que irónicamente había resultado pertenecer a una familia de gran abolengo escocés, así que de pronto se vio convertida en la esposa de William Albert Andrew.
Y como ella lo esperaba, no recibieron con gran entusiasmo la noticia de su matrimonio con una gran nadie. Su tía, Elroy Andrew, aunque se esforzaba no podía aceptarla por completo. Su hermana, Rosemary y su esposo George Johnson, la recibieron con los brazos abiertos. Pero la gran piedra en el zapato fueron, la hijastra de Elroy, Sara Leagan y su pretensiosa hija Elisa.
Durante un par de semanas disfrutaron de su matrimonio, pese a las hostilidades que los rodeaban. Albert le propuso mandar a su tía a otra casa, pero ella se opuso y le dijo que no podía hacerle eso.
Fue al inicio de su segundo mes de casados, cuando todo comenzó a cambiar. Albert se retrajo visiblemente de ella, y hasta emocionalmente. Mientras ella pasaba la mayor parte del día tratando de aprender el manejo de la casa, a él no lo veía, por las noches trataba de esperarlo despierta pero él llegaba muy tarde y no la despertaba. Solo se comunicaban por medio de mensajes, y una noche en que finalmente estaba despierta; cuando se acostó a su lado, ella quiso besarle. Pero él detuvo su mano y le dijo que estaba muy cansado.
Sintiéndose un fracaso, decidió tomar un curso de enfermería. Necesitaba alguna distracción. Dos meses después, dos noches antes de su graduación, preparó una cena especial para darle la noticia a su esposo. Pero como de costumbre, no llegó. Al día siguiente le dejó un mensaje escrito, junto a una invitación al evento, con Hopkins, el mayordomo. El día de su graduación esperó, y esperó, y esperó. Se sentía furiosa, decepcionada, pero sobre todo frustrada.
Así, cuando llegó a casa, él estaba ya en su habitación. Se le veía demacrado y cansado, lo miró esperanzada, esperando que él le diera alguna explicación pero cuando Albert le devolvió la mirada y le dedicó una sonrisa un tanto triste y hasta cierto punto melancólica. Al instante sintió que su coraje y todos los demás que sentía hacia él se desvanecía.
Albert abrió sus brazos y ella corrió a refugiarse en ellos, ya nada importaba estando entre sus brazos. Esa noche se amaron con tal intensidad que sobraron las palabras, en susurros entrecortados se declararon su amor. Y después, mientras dormían abrazados, ella pensó que todo saldría bien.
A la mañana siguiente durante el desayuno, Albert le informó que ese mismo día saldría de viaje. Sus ánimos se fueron al suelo, fue entonces que decidió que tenían que hablar. Así se lo hizo saber a él, pero Albert le dijo que hablarían a su regreso. En esos momentos le informó el mayordomo que su cuñado lo esperaba en la biblioteca.
Cuando Albert se fue, ella quiso correr a refugiarse a su habitación para tranquilizarse un poco. Albert le había prometido hablar con ella y explicarle todo lo ocurrido. Sin embargo, Elisa y Sara tenían otros planes, se presentaron ante ella exigiéndole que las escuchara. Y así lo hizo, para su propio mal.
Le acusaron de abrumar a Albert con sus “insignificantes problemas”, él estaba en esos momentos manejando una situación muy delicada con sus negocios y ella no hacía más que causarle otras preocupaciones. Pero claro, ella que podía saber, ella era una gran nadie. No sabía administrar una casa, mucho menos ser un apoyo para el cabeza de familia. Le pondría en ridículo cuando la presentara ante sus refinadas amistades y solo él tendría que cargar con la vergüenza de su fracaso como esposa. Ella nunca encajaría en la sociedad a la que ellos pertenecían, así que, ¿por qué perder el tiempo y ponerse al mismo tiempo en ridículo, y firmaba de una buena vez el divorcio? Después de todo, Albert pensaba pedírselo, aunque no sabía de qué manera hacerlo. Con un escueto “Piénsalo”, la dejaron sola con sus cavilaciones.
Diez minutos después bajaba hacia la biblioteca buscando a su esposo. Solo pensaba preguntarle si en realidad quería separarse de ella, si ya no la amaba. Pero al llegar al lugar, encontró la puerta entornada, y lo que escuchó le dio la respuesta que buscaba.
“No puedo hacerle eso a Candy, George. ¿Sabes lo que pensaría?”
“No sería tan malo, William. Estoy seguro que tu esposa lo
comprenderá, en especial si le dices…lo de la casa.”
“Aún no puedo hablar con ella, ella piensa que…bueno, que todo está bien. No puedo decirle que…nunca pensé que todo esto sucedería con nuestro matrimonio.”
Lo último lo dijo con un suspiro de…cansancio y desesperación. Ella no quiso seguir escuchando más. Tomó una decisión, no soportaba que por su culpa, Albert tuviera tantos problemas. Sí, ella concordaba con Albert, ella tampoco pensó que su matrimonio trajera tantos problemas, y, aunque no sabía qué tan grandes eran, ni qué implicaban, lo mejor sería alejarse un tiempo. Así que con lágrimas en los ojos, comenzó a empacar. Una vez que terminó, se encontró sentada frente a su secreter.
Querido Albert:
Sé que me prometiste que hablaríamos a tu regreso, pero no puedo esperar. Es difícil para mí darme cuenta de las cosas y saber que nuestro matrimonio te ha acarreado problemas, aunque no puedo imaginar cuales son, estoy segura que mi ausencia te ayudará a solventarlos.
No quiero que lo nuestro acabe, pero si lo consideras necesario…si lo consideras necesario, te concederé el divorcio. Solo te pido que no tomes ninguna decisión sin hablar primero conmigo, no quiero perderte… Te amo.
Pero necesito salir de tu casa, así que me voy. A casa de mis tíos. Te dejo la dirección de ellos en Connecticut, finalmente no pudimos ir a visitarlos, pero ahí estaré esperándote. Necesito despejar mi mente y ver las cosas desde otra perspectiva, este distanciamiento nos ayudará.
Después de escribir con total claridad la dirección de sus tíos, se despidió con un: Con todo mi amor, Candice Andrew.
Y se fue. Solo que al pasar de las semanas y al cumplirse un mes y él no acudía a ella, su tío llamó a la casa preguntando por el señor Andrew. La respuesta fue clara, Albert había regresado cinco días después de su partida y no había vuelto a salir desde ese entonces. Fue un golpe tan fuerte para ella que perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, su tío le dijo que podía hablar de nuevo y esta vez pedir comunicación directa con Albert, pero ella se negó con rotundidad. Su conclusión lógica era que, si deseaba verla, había tenido más de tres semanas para acudir a ella. Pero al parecer, ya no quería saber nada de ella. Se quedó dos semanas más en casa de sus tíos, esperando inconscientemente que él llegara por ella, pero no lo hizo así y decidió aceptar un trabajo en una clínica al otro lado del océano, lejos del país, lejos de él.
Dos meses después, ya establecida en Londres y un poco más repuesta, puso atención a sus claros síntomas. La interrupción de su periodo, náuseas matutinas, mareos, un gusto loco por los pepinillos cubiertos de mermelada de zarzamora, cansancio… Estaba embarazada.
Esa maravillosa noticia le trajo luz a su mundo, después de mucho meditarlo, le escribió una carta a Albert para informarle que sería padre. Pero recibió la misma respuesta a su anterior carta, un silencio mortal. Interpretando su mutismo, ella llegó a la conclusión de que así, él le demostraba que ya no quería saber nada de ella, mucho menos de su hijo. En el fondo se sentía culpable, si ella no lo hubiera abandonado…
-¿Má? ¿Estás en casa?
La llegada de su pequeño, la hizo incorporarse y darse cuenta que estaba llorando. Secándose las lágrimas con rapidez, fue al encuentro de su hijo. Se horrorizó al darse cuenta que ya eran más de las tres de la tarde.
-Sí corazón, aquí estoy.
-¡La señorita Taylor accedió a aplicarme los exámenes! – Estaba entusiasmado, observó Candy. Sus bellos ojos celestes brillaban como nunca antes.
-Lo sé. – Con una sonrisa en los labios lo acercó a ella tomándolo de los hombros, lo llevó a la cocina para darle de comer. – Hablé con ella por la mañana… y también con mi jefe en el hospital y con Terry.
-¿De verdad?
-Sí. – Esperó un momento para seguir hablando, el silencio reinó un momento. Anthony esperaba con expectación. – Y creo que tienes que comenzar a empacar si quieres que partamos en dos días.
Anthony la abrazó con fuerza.
-Por eso te quiero tanto, gracias por comprenderme.
-¿Cómo no hacerlo si eres lo más preciado para mí? Anda, sube a lavarte para que comamos.
Mientras veía como su hijo se alejaba, su corazón se encogió al comprender que muy pronto vería de nuevo a quien fuera el amor de su vida. Sintiendo un ligero temblor en su cuerpo, metió la comida en el horno, después levantó el auricular. Haría las reservaciones en la aerolínea que la llevaría a Chicago. Pero al llegar, primero visitaría a sus tíos a quienes Anthony consideraba sus abuelos. Ahora ya vivían en un pueblo llamado Lakewood, en Chicago. No sabía por qué, pero el nombre de ese pueblo le recordaba algo, aunque no sabía qué.
En efecto, no recordaba la ocasión en que Albert le había dicho que en ese lugar la familia Andrew, tenía una residencia que consideraban casi ancestral. Y también había olvidado cuando él le había informado que en el próximo verano la llevaría a conocerla pues todos viajaban hacia la residencia para disfrutar del inicio de la estación. Y no prestó atención al calendario, en menos de dos semanas el verano daría inicio...
CONTINUARÁ...