Mauretania de “Su gracia”
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarashi y TOEI Animation Co., Tokio, 1976. Usados en este fic sin fines de lucro.
Capítulo 4. Denudare
Por un momento Terry no supo ni qué hacer, ni qué decir. Se quedó ahí de pie, sin que ninguna de sus extremidades le obedeciera. Parecía un adolescente; el mismo adolescente de más de veinte años atrás, solo que tuvo cuidado de esta vez no abrir la boca para decir tonterías. Sus ojos apenas parpadeaban, se habían quedado perplejos ante la esplendorosa visión frente a él. Afortunadamente no era el único, pues la mujer a unos cuántos pasos estaba en el mismo estado. Era claro que estaba tan sorprendida como lo estaba su gracia. Y sí: Tenía la misma mirada que aquélla adolescente en el Muretania.
-Siento lo mucho la muerte de tu esposa – estúpida Candy, eso jamás fue lo primero que habría querido decirle después de tantos años.
-No importa – Terry quiso regresar las palabras. Siempre las había pensado, pero haberlas dicho en voz alta, le pareció demasiado cruel.
Afortunadamente, la mujer frente a él parecía comprender todos sus lenguajes y se sintió aliviado cuando notó que ella no lo juzgaba, sino que además una ligera línea curva se dibujaba en sus labios, comprendiendo perfectamente a qué se refería. Susana había muerto dos años atrás, siempre sola, allá en Nueva York, mientras que su flamante esposo se las arreglaba para huir continuamente de ella, poniendo como pretexto al principio la actuación, después sus responsabilidades en los negocios y hacia los últimos años había sumado la vejez de su padre y su necesidad de soporte en los asuntos de su título en la cámara de los lores. Terrence prefería la soledad de su villa que el ajetreado mundo de Broadway, pero se había asegurado de visitar a su esposa al menos cada dos meses, de proveer para ella todo lo que necesitaba y de que el tiempo que la visitaba su atención fuera exclusiva para ella. Eso sí: esquivando los audaces avances de ella para que la llevara a vivir a Londres, con él. Susana jamás conoció la villa de su esposo ni en Londres, ni en Escocia.
Finalmente, Terrence logró que sus pies se movieran y vio cómo Cany se ruborizaba por su cercanía. Su corazón irremediablemente comenzó a latir con rapidez y con una audacia que no se conocía presionó la pequeña naricita de ella ocasionando que la mujer sonriera como una estúpida y tartamudeara su nombre.
-No entiendo nada. ¿Qué haces aquí?
-Archie… él me trajo – su voz sonó desconcertada, ella tampoco sabía muy bien qué estaba haciendo ahí. Aunque tenía una idea.
-¿El elegante?
-Archie, Terry.
-Terry… - él repitió su hombre, como queriendo atraparlo para siempre. Ella lo decía diferente. Solo Terry.
-Llegó a la villa después de la subasta, dijo que te lo habías ganado y que esta vez debía hacer lo que él me había insistido por tantos años. Y aunque Albert protestó un poco, Archie prácticamente me tomó del brazo, le exigió a Albert que le dijera dónde encontrarte, me metió al auto y manejó hasta aquí. No eres nada difícil de localizar, por cierto.
-¿Y por qué el elegant… Archie -corrigió- quería que hablaras conmigo?
-Dijo que habías llegado al precio. Dijo que debías saberlo todo.
-¿Al precio? ¿Diez mil libras esterlinas era todo lo que tenía que pagar para hablar contigo? – preguntó indignado –. Pues vaya que el elegante te tiene en alta estima – usó tal tono de sarcasmo que a Candy se le erizó la piel. Luego Terry, con delicadeza le ofreció su brazo para invitarla a caminar con él.
Era muy extraño ese reencuentro. Él había soñado con que al volverla a ver le haría el amor de inmediato, en esa banca en que había estado sentado, por ejemplo, a plena luz del día, cuando el zoológico hubiera cerrado, por supuesto. Sin embargo, Terry sentía cosas completamente distintas a la pasión en este momento. Los ojos de Candy eran de paz y todo lo que lo embargaba en su interior era armonía.
-Lo mismo le dijo su esposa… eso de las diez mil libras esterlinas.
-¿Su esposa?
-Por supuesto, su esposa; eso dije. Archie y Annie tienen ocho hermosas hijas y al final, un pequeño y guapísimo Alistar. Son muy felices.
Terry ya no hizo ningún comentario. Era obvio que el elegante había sido muy inteligente para esconder sus sentimientos de la señorita pecosa, pero no los había ocultado de él. La mirada de esta mañana en la subasta no era la de un amigo o la de un hermano, él lo sabía, pero le guardaría el secreto. Al menos había seguido adelante con su vida y ahora tenía el privilegio de ser padre de nueve hijos.
-¿Qué fue ese teatro de la subasta? ¿Por qué no recuperaste esa estola cuando te enteraste de ella? La CUNARD publicó una lista de los objetos perdidos que aún poseía antes de subastarlos. Si tanto la querían recuperar, solo era cuestión de tomarla.
-Yo no sabía nada de esa estola. Ni siquiera la recordaba, hasta esta mañana. Aquella ocasión de desembarque la tomé, pero finalmente decidí usar…
-Un abrigo – la interrumpió Terry – un abrigo rojo.
-Lo recuerdas… - ella sonrió con cierta satisfacción, su vanidad había sido alimentada, su ego se fue al cielo.
-Imposible de olvidar – fue la única respuesta.
-Tía Candy – un pequeño que apenas caminaba tiró de su vestido.
-¡Stear! ¿Qué haces aquí?
-Mamá dijo guena dea visitar zófico. Papi dijo que menga quí a cuidate.
-¿Annie los trajo? – Candy se inclinó para tomar al pequeño en sus brazos. Mientras levantaba al pequeño Stear y buscaba a su familia los vio cerca, pero no tanto como para evitar la privacidad de la pareja.
-¡Hola, Terry! – Annie saludó a Terrence a lo lejos, agitando la mano, como si fueran buenos amigos.
Annie tenía una sonrisa dulce, era muy femenina. La maternidad la había convertido en una mujer muy atractiva. Terry le devolvió el saludo haciendo una reverencia para ella.
-Entonces… me decías: La estola.
-La carnada.
-¿La carnada?
-Eso dijo Archie, así la llamó. Pero de verdad, yo no sabía. Hasta que venía en el auto y le pedí a Archie que me explicara. Él dijo que habías llegado al precio y yo quería saber por qué decía eso.
-A las diez mil libras – concluyó Terry mientras la guiaba para que sentara en una banca, a la vista de la familia Cornwell.
-No – Candy sentó al pequeño Stear en la banca y luego, con el atrevimiento de siempre llevó su mano al bolsillo del abrigo de Terry.
No encontró nada en el primer bolsillo, así que continuó buscando en el otro. Era obvio que Terrence extrañaba esos atrevimientos y que los disfrutaba. Puso sus manos en alto, permitiendo la intromisión de la pecosa casi divertido. Era igual que siempre, bastaba que ella estuviera cerca para sentirse más ligero.
-Esto… - le dijo mostrando la estola en su mano.
-Me descubriste. Soy culpable.
-Neal y Archie dicen que si has guardado mi estola por casi veintitrés años, entonces, mereces saberlo todo. Dice Archie que llegaste al precio y Neal parece apoyarlo.
-Sigo sin entender…
-Pues esas son las piezas que tengo del rompecabezas de esta mañana. Supuse que tú tendrías más piezas.
-No. Yo no tengo nada, puedes volver a manosearme… no encontrarás nada – le dijo socarrón.
-Archie, Albert y Neal esta mañana estaban dispuestos a volver a América igual que como vinimos, pero cuando sacaste la estola para burlarte de ellos los desarmaste. Llegaste al precio. Al menos eso fue lo que me dijeron Archie y Neal. Ya habías hecho mucho pujando por la estola, pero lo que hiciste al final le dio la razón a Archie. Así que me tomó del brazo y me trajo hasta aquí.
-Tía Candy. Yo mamá. ¿Cuedo cuidate dede éjos?
-Claro que sí, Stear. Ve con tu mamá. Y gracias por cuidarme – el pequeño hizo maniobras para bajar de la banca y luego caminó hacia sus padres. Archie lo recibió envolviéndolo en sus brazos y llenándolo de besos.
-¿Y qué es lo que quiere el elegante que me digas? ¿Qué es lo que debo saber?
-Mi historia.
-La conozco. Partiste de Nueva York y luego tomaste tu lugar en la familia Andrew una vez que Albert se descubrió como la cabeza del clan. Eso me dijiste aquella vez en Chicago. Cuando mi compañía montó Hamlet. Cuando…
-No es tan sencilla, en realidad. Yo estuve varios años alejada de la familia. Cuando tu compañía llegó con Hamlet a Chicago fue uno de los primeros espectáculos que se montaron tras la pandemia del 18 al 19. Era mil novencientos…
-Veinte – volvió a interrumpir Terry – dieciséis de julio de mil novecientos veinte.
-Otra vez… lo recuerdas – nostalgia pura era lo que había en las palabras de Candy.
-No sé cómo te dejé ir después de lo que pasó entre nosotros esa noche.
-No me dejaste ir, yo me escabullí – ella no pudo soportar la intensidad de los zafiros que la miraban y bajó la cabeza.
-Habían pasado cinco años sin vernos y de pronto estabas ahí. Todo explotó en cuando te vi. Pero volviste a dejarme, pese a que ambos sabíamos más que nunca que nos amábamos. Que no había tiempo ni distancia que acabara con lo que sentíamos. Ya habíamos pasado cinco años separados y estábamos más enamorados. No pudiste haber fingido lo que sucedió esa noche. Yo sé que no lo fingiste; soy actor y tú no estabas actuando. Te entregaste a mí y me hiciste el hombre más feliz del mundo, aunque fuera por una sola noche.
-Me arrepentí de haberme ido sin despedir, me arrepentí de que no pudieran encontrarme ni tú ni nadie. Unos meses después te fui a buscar, pero te encontré como un hombre casado. Así que volví sobre mis pasos.
-Cuando desperté esa mañana fue la peor de mi vida. Te busqué en mi cama, a mi lado; me prometiste que al despertar ahí estarías, pero no fue así, estaba vacía, no cumpliste tu promesa – Terry trató de ocultar un nudo que tenía en su garganta –. Abandoné mi compañía por segunda vez en plena gira para buscarte y después de eso Robert ya no quiso saber de mí. Lo perdí todo nuevamente, pero ya no estaba dispuesto a volver a perderme a mí mismo. Lo único que tenía era mi palabra empeñada a Susana, así que cumplí con mi promesa.
-Lo supe desde siempre, no tienes que explicarlo – ella estaba avergonzada.
-Tía Candy. Dijo tío Aber que tan quí – el pequeño había vuelto con una sonrisa, se veía feliz de ir a buscar a su tía Candy. Era obvio que la adoraba.
-Gracias, Stear. Dile que espere un poco, por favor.
-¡Vaya! Toda la familia Andrew está aquí.
-Ten por seguro que estar aquí es lo último que Albert hubiera querido. Él prefiere el status quo. No está de acuerdo con Archie, pero como siempre, termina por dejarnos hacer lo que consideremos mejor y me parece que ahora está confiando en Archie.
-Cada vez entiendo menos.
-Terry… - los ojos de Candy se tornaron atemorizados. Como si lo que tuviera que decir la estuviera matando.
-¿Qué sucede, Candy? – por alguna razón Terrence se sintió invadido por los nervios y la emoción. Se acercó a ella y la obligó a mirarlo a los ojos enmarcando delicadamente el rostro pecoso que adoraba entre sus varoniles manos. Ella sintió que sucumbía de nuevo ante las reacciones que ese hombre provocaba.
Los ojos de ambos se comunicaron, fueron la ayuda perfecta para decir lo que los labios no se atrevían. Los de ella estaban humedecidos, pero bailaban con una esperanza y un brillo nunca antes visto y los de él eran de asombro puro y maravilloso.
-¿Es eso cierto, Candy? – apenas pudo preguntar - ¿dónde está? – Terry se levantó para ir directo hacia el elegante, estaba seguro que él le diría lo que la pecosa no podía decirle.
-¡Espera, Terry, él no sabía nada de esto hasta hace un par de días!
-¿Él? ¿Es un varón? ¡¡Tengo un hijo!! ¡¡Por Dios Candy!! ¿Cómo crees que yo puedo pensar en otra cosa? – Terry se detuvo y se volvió hacia ella. La notó tan apesadumbrada que no pudo hacer otra cosa más que atraerla hacia él, hacia su pecho, como tantas veces lo había deseado.
Archie y Annie se llevaron a sus hijos de esa ala del zoológico. Supieron que finalmente Terry lo sabía y que necesitaban su espacio.
Terry y Candy quedaron a solas, abrazados, con el sol terminando de ponerse. La obscuridad empezaba a enmarcar el cielo en tonos violetas y ellos buscaban dentro de sí el valor para continuar. Por un sagrado momento Terry comprendió que la mujer que abrazaba, la mujer de su vida, también sufría y que cualquier posible reproche de su parte podría esperar. Tenía muchos, por supuesto, pero ella estaba ahí, temblando en sus brazos, sollozando, buscando consuelo. Comprendió que ella era lo más importante en su vida.
Terry escondió su rostro en el cabello que lo enloquecía y permitió que las lágrimas se escaparan libremente. Acarició su espalda y la dejó llorar también. Lentamente el tiempo hizo lo suyo y ambos se tranquilizaron con el tibio mutuo contacto. Terry posó su frente sobre la frente de Candy y murmuró hermosas palabras de consuelo. Hermosas promesas de protección y de amor mientras sentía sus delicadas manos aferrarse a él casi con desesperación.
-¿Ya me dirás dónde está mi hijo?
-Está con Albert. Sólo él puede controlarlo. Suele decirme que es como controlarnos a ti y a mi juntos. Piensa que es agotador y en ocasiones hasta aterrador – Candy sonrió ligeramente y eso alivió el corazón de Terry.
-Por eso prefiere el status quo, sabe que tomaré a mi familia.
-Eso creo. Aunque comprende perfecto el valor de la familia. Él tiene seis hijos. Todos son varones, sin embargo, siempre dice que Terry es el mayor de todos.
-¿Terry?
-Por supuesto. No podría haberlo llamado de ninguna otra manera. Es idéntico a ti. Cuando me mira, es como si tú me miraras.
-¿Qué fue lo que le dijiste de mí?
-Todo lo que una madre le dice a sus hijo cuando está enamorada de su padre, excepto tu nombre.
-Quiero verlo.
-Ven – ella lo tomó de la mano, colocando su mano delante de la Terry al enlazarla, pero Terry de inmediato corrigió la posición de las manos y colocó la de él al frente de la de ella.
-Así está mucho mejor. Yo te guío – le dijo mientras besaba su mano y le sonreía como si el sol estuviera saliendo de nuevo.
Caminaron hacia donde Candy sabía que Archie había estacionado el auto, estaba segura que Albert también se habría estacionado ahí, puesto que el pequeño Stear le había dicho que ya estaban aquí. Vieron un numeroso grupo de jóvenes aun disfrutando de los alrededores del zoológico pero sin alejarse mucho y finalmente, recargado en la puerta de un lujoso auto estaba un jovencito, como de catorce años al que Terry pudo identificar fácilmente porque era idéntico a él. Fue como si hubiese tenido un espejo que eliminara años a la edad. Incluso la mirada era la misma: Arrebatada, retadora, profunda e intensa.
Cuando vio aparecer a su madre de la mano de ese hombre se puso a la defensiva, incluso después de que Albert y Archie le dijeron algo que la pareja no alcanzó a escuchar, el chico conservó los puños cerrados y los dientes apretados.
-Creo que ya entiendo a lo que se refiere Albert – murmuró Terry al oído de Candy totalmente conmovido – parece que quiere “señor engreído, suelte a mi madre”.
-A mí más bien me parece que quiere tomar su fuete y ahuyentarnos, tal como ahuyentaste a Neal aquella tarde en el colegio, tiene el mismo desafío en los ojos.
-¿Cómo has podido con él, señorita pecosa?
-Igual que como pude contigo.
-Pobre… - miró a su hijo y tradujo sus sentimientos –. Está celoso porque te tengo de la mano, Candy – su voz fue analítica –. Creo que nunca te había visto con nadie ¿verdad?
-Nunca, por supuesto – ella trató de liberarse, pero Terry se lo impidió. Se detuvo a una distancia prudente y por supuesto que Candy también lo hizo. El joven estaba temblando, pero solo su padre podía notarlo.
Terry trató de pensar rápido, tratando de adivinar qué es lo que él hubiera deseado en un momento así, por lo que simplemente le sonrió y le extendió una mano, como una invitación para que se acercara.
El chico se acercó pausado, como reconociendo el terreno que pisaba. Pero eso sí, sin dejar de mirar a la pareja frente a él. Ese hombre tenía fuerza en su mirada y al mismo tiempo una infinita ternura. Pareciera como si estuviera muy necesitado de amor. La forma en que ahora abrazaba a su madre, tal como si quisiera protegerla y al mismo él también quisiera protegerse era nueva para el chico. Jamás había visto así a su madre tampoco. Refugiada en él, como un animalito herido gravemente que busca alivio. Él nunca había visto las heridas de su madre. Ella siempre había sido fuerte, independiente, pero abrazando a ese hombre era otra… ahora, aunque la veía herida, le parecía más fuerte que nunca.
-Quiero abrazarte, Terry – esa era una voz segura, una voz en la que el chico hallaba consuelo. Ese hombre frente a él parecía adivinar lo que realmente deseaba en su corazón.
Siempre había añorado la presencia de su padre, aunque sus tíos se esmeraran por ser paternales con él. ¿Si había amado tanto a su madre, por qué no estaba con ella, con ellos?
Finalmente, el jovencito llegó al alcance de sus padres y Terry lo recibió en un abrazo profundo en el que envolvió también a Candy. Todo era nuevo para los tres, pero se sentía como la gloria misma. Había mucho que decir, había mucho que debían aclarar, pero había también mucho tiempo para eso. Terry se prometió que sería el mejor esposo y padre del mundo mientras percibía cómo el latir de sus corazones acompasaban sus respiraciones y se convertían en uno solo.
Está de sobra explicar el gozo del Duque de Grandchester cuando supo de la existencia de su nieto. Para su beneplácito era idéntico a su hijo, es decir, idéntico a Eleonor y lo amó desde el primer instante. Se convirtió en un abuelo modelo y consentidor, que se la pasaba solapando a su nieto en sus ocurrencias y Terry se vio en la necesidad de ser él quien pusiera límites a ese chico que era tan rebelde como él.
Lo único que entristecía al abuelo era saber que pese al rancio abolengo de su familia, el primogénito de su hijo no podría jamás heredar su título, tampoco ninguno de los títulos de cortesía que su familia había acumulado a través de su antigüedad (la familia Grandchester era de las pocas antiquísimas familias cuyo apellido era el mismo que su título y poseía títulos de cortesía de marqués, conde y vizconde); su nieto ni siquiera podría usar un tratamiento menor, por haber nacido fuera del matrimonio, pero eso parecía no importarle en lo más mínimo al jovencito. A decir verdad, Terry muchas veces deseó también haber él nacido fuera del matrimonio, pero sus padres sí se habían casado, aunque fue algo muy secreto.
-Si yo no hubiese sido el heredero aparente, seguro que mi padre me habría dejado hacer lo mismo que le permite a mi hijo.
El Duque de Grandchester organizó la boda a pesar de las protestas de los novios que hubieran preferido mil veces algo discreto, pero eso no era suficiente para el corazón del anciano que se moría por saldar todas las cuentas con su hijo. Hizo detener por un par de semanas del desguace del Mauritania, contrató el mejor organizador de bodas y convirtió el viejo salón de fiestas en el más elegante salón de baile.
En medio de la algarabía de la boda, mientras la orquesta tocaba swing, Terry tomó a su esposa y la sacó del salón. La llevó al corredor de observación, ahí donde tuvieron su primera conversación.
-Yo ya te había visto – le confesó.
-¿De qué hablas?
-Aquella noche, aquí mismo. Yo ya sabía quién eras tú y ya había decidido que yo sería el amor de tu vida – se rio de su confesión. Lucía extremadamente guapo con ese rubor en el rostro – esa noche me quedé con ganas de besarte, no pienso dejar que me vuelva a suceder.
Terrences tomó a su esposa y la besó con la mayor dulzura primero, después tuvo que hacer gala de todo su autocontrol para que el beso que se había convertido en apasionado no se convirtiera en una entrega plena, quizás otro día se inmiscuiría a hurtadillas en el Mauretania, no esta noche, con tanta gente, era imposible. Afortunadamente, el desguace necesitaría mucho tiempo.
Justo nueve meses después, el Duque de Grandchester tuvo en sus brazos a Richard Grandchester, Conde de Saint Vincent, el heredero aparente del Marqués de Saint Vincent -su padre-.
oOoOoOoOoOoOoOo
De mi escritorio: Gracias bellas amigas por haberle dado una oportunidad a esta pequeña historia que aunque fue pequeñita me obligó a buscar información sobre el Mauretania, sus interiores, sus planos, sus acabados, sus colores. Quizás no lo usé mucho en la historia, pero siempre es necesario para saber dónde y cómo están mis personajes.
Malinalli., para la Guerra Florida. 5 de abril de 2018. Torreón, Coahuila, México.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarashi y TOEI Animation Co., Tokio, 1976. Usados en este fic sin fines de lucro.
Capítulo 4. Denudare
Por un momento Terry no supo ni qué hacer, ni qué decir. Se quedó ahí de pie, sin que ninguna de sus extremidades le obedeciera. Parecía un adolescente; el mismo adolescente de más de veinte años atrás, solo que tuvo cuidado de esta vez no abrir la boca para decir tonterías. Sus ojos apenas parpadeaban, se habían quedado perplejos ante la esplendorosa visión frente a él. Afortunadamente no era el único, pues la mujer a unos cuántos pasos estaba en el mismo estado. Era claro que estaba tan sorprendida como lo estaba su gracia. Y sí: Tenía la misma mirada que aquélla adolescente en el Muretania.
-Siento lo mucho la muerte de tu esposa – estúpida Candy, eso jamás fue lo primero que habría querido decirle después de tantos años.
-No importa – Terry quiso regresar las palabras. Siempre las había pensado, pero haberlas dicho en voz alta, le pareció demasiado cruel.
Afortunadamente, la mujer frente a él parecía comprender todos sus lenguajes y se sintió aliviado cuando notó que ella no lo juzgaba, sino que además una ligera línea curva se dibujaba en sus labios, comprendiendo perfectamente a qué se refería. Susana había muerto dos años atrás, siempre sola, allá en Nueva York, mientras que su flamante esposo se las arreglaba para huir continuamente de ella, poniendo como pretexto al principio la actuación, después sus responsabilidades en los negocios y hacia los últimos años había sumado la vejez de su padre y su necesidad de soporte en los asuntos de su título en la cámara de los lores. Terrence prefería la soledad de su villa que el ajetreado mundo de Broadway, pero se había asegurado de visitar a su esposa al menos cada dos meses, de proveer para ella todo lo que necesitaba y de que el tiempo que la visitaba su atención fuera exclusiva para ella. Eso sí: esquivando los audaces avances de ella para que la llevara a vivir a Londres, con él. Susana jamás conoció la villa de su esposo ni en Londres, ni en Escocia.
Finalmente, Terrence logró que sus pies se movieran y vio cómo Cany se ruborizaba por su cercanía. Su corazón irremediablemente comenzó a latir con rapidez y con una audacia que no se conocía presionó la pequeña naricita de ella ocasionando que la mujer sonriera como una estúpida y tartamudeara su nombre.
-No entiendo nada. ¿Qué haces aquí?
-Archie… él me trajo – su voz sonó desconcertada, ella tampoco sabía muy bien qué estaba haciendo ahí. Aunque tenía una idea.
-¿El elegante?
-Archie, Terry.
-Terry… - él repitió su hombre, como queriendo atraparlo para siempre. Ella lo decía diferente. Solo Terry.
-Llegó a la villa después de la subasta, dijo que te lo habías ganado y que esta vez debía hacer lo que él me había insistido por tantos años. Y aunque Albert protestó un poco, Archie prácticamente me tomó del brazo, le exigió a Albert que le dijera dónde encontrarte, me metió al auto y manejó hasta aquí. No eres nada difícil de localizar, por cierto.
-¿Y por qué el elegant… Archie -corrigió- quería que hablaras conmigo?
-Dijo que habías llegado al precio. Dijo que debías saberlo todo.
-¿Al precio? ¿Diez mil libras esterlinas era todo lo que tenía que pagar para hablar contigo? – preguntó indignado –. Pues vaya que el elegante te tiene en alta estima – usó tal tono de sarcasmo que a Candy se le erizó la piel. Luego Terry, con delicadeza le ofreció su brazo para invitarla a caminar con él.
Era muy extraño ese reencuentro. Él había soñado con que al volverla a ver le haría el amor de inmediato, en esa banca en que había estado sentado, por ejemplo, a plena luz del día, cuando el zoológico hubiera cerrado, por supuesto. Sin embargo, Terry sentía cosas completamente distintas a la pasión en este momento. Los ojos de Candy eran de paz y todo lo que lo embargaba en su interior era armonía.
-Lo mismo le dijo su esposa… eso de las diez mil libras esterlinas.
-¿Su esposa?
-Por supuesto, su esposa; eso dije. Archie y Annie tienen ocho hermosas hijas y al final, un pequeño y guapísimo Alistar. Son muy felices.
Terry ya no hizo ningún comentario. Era obvio que el elegante había sido muy inteligente para esconder sus sentimientos de la señorita pecosa, pero no los había ocultado de él. La mirada de esta mañana en la subasta no era la de un amigo o la de un hermano, él lo sabía, pero le guardaría el secreto. Al menos había seguido adelante con su vida y ahora tenía el privilegio de ser padre de nueve hijos.
-¿Qué fue ese teatro de la subasta? ¿Por qué no recuperaste esa estola cuando te enteraste de ella? La CUNARD publicó una lista de los objetos perdidos que aún poseía antes de subastarlos. Si tanto la querían recuperar, solo era cuestión de tomarla.
-Yo no sabía nada de esa estola. Ni siquiera la recordaba, hasta esta mañana. Aquella ocasión de desembarque la tomé, pero finalmente decidí usar…
-Un abrigo – la interrumpió Terry – un abrigo rojo.
-Lo recuerdas… - ella sonrió con cierta satisfacción, su vanidad había sido alimentada, su ego se fue al cielo.
-Imposible de olvidar – fue la única respuesta.
-Tía Candy – un pequeño que apenas caminaba tiró de su vestido.
-¡Stear! ¿Qué haces aquí?
-Mamá dijo guena dea visitar zófico. Papi dijo que menga quí a cuidate.
-¿Annie los trajo? – Candy se inclinó para tomar al pequeño en sus brazos. Mientras levantaba al pequeño Stear y buscaba a su familia los vio cerca, pero no tanto como para evitar la privacidad de la pareja.
-¡Hola, Terry! – Annie saludó a Terrence a lo lejos, agitando la mano, como si fueran buenos amigos.
Annie tenía una sonrisa dulce, era muy femenina. La maternidad la había convertido en una mujer muy atractiva. Terry le devolvió el saludo haciendo una reverencia para ella.
-Entonces… me decías: La estola.
-La carnada.
-¿La carnada?
-Eso dijo Archie, así la llamó. Pero de verdad, yo no sabía. Hasta que venía en el auto y le pedí a Archie que me explicara. Él dijo que habías llegado al precio y yo quería saber por qué decía eso.
-A las diez mil libras – concluyó Terry mientras la guiaba para que sentara en una banca, a la vista de la familia Cornwell.
-No – Candy sentó al pequeño Stear en la banca y luego, con el atrevimiento de siempre llevó su mano al bolsillo del abrigo de Terry.
No encontró nada en el primer bolsillo, así que continuó buscando en el otro. Era obvio que Terrence extrañaba esos atrevimientos y que los disfrutaba. Puso sus manos en alto, permitiendo la intromisión de la pecosa casi divertido. Era igual que siempre, bastaba que ella estuviera cerca para sentirse más ligero.
-Esto… - le dijo mostrando la estola en su mano.
-Me descubriste. Soy culpable.
-Neal y Archie dicen que si has guardado mi estola por casi veintitrés años, entonces, mereces saberlo todo. Dice Archie que llegaste al precio y Neal parece apoyarlo.
-Sigo sin entender…
-Pues esas son las piezas que tengo del rompecabezas de esta mañana. Supuse que tú tendrías más piezas.
-No. Yo no tengo nada, puedes volver a manosearme… no encontrarás nada – le dijo socarrón.
-Archie, Albert y Neal esta mañana estaban dispuestos a volver a América igual que como vinimos, pero cuando sacaste la estola para burlarte de ellos los desarmaste. Llegaste al precio. Al menos eso fue lo que me dijeron Archie y Neal. Ya habías hecho mucho pujando por la estola, pero lo que hiciste al final le dio la razón a Archie. Así que me tomó del brazo y me trajo hasta aquí.
-Tía Candy. Yo mamá. ¿Cuedo cuidate dede éjos?
-Claro que sí, Stear. Ve con tu mamá. Y gracias por cuidarme – el pequeño hizo maniobras para bajar de la banca y luego caminó hacia sus padres. Archie lo recibió envolviéndolo en sus brazos y llenándolo de besos.
-¿Y qué es lo que quiere el elegante que me digas? ¿Qué es lo que debo saber?
-Mi historia.
-La conozco. Partiste de Nueva York y luego tomaste tu lugar en la familia Andrew una vez que Albert se descubrió como la cabeza del clan. Eso me dijiste aquella vez en Chicago. Cuando mi compañía montó Hamlet. Cuando…
-No es tan sencilla, en realidad. Yo estuve varios años alejada de la familia. Cuando tu compañía llegó con Hamlet a Chicago fue uno de los primeros espectáculos que se montaron tras la pandemia del 18 al 19. Era mil novencientos…
-Veinte – volvió a interrumpir Terry – dieciséis de julio de mil novecientos veinte.
-Otra vez… lo recuerdas – nostalgia pura era lo que había en las palabras de Candy.
-No sé cómo te dejé ir después de lo que pasó entre nosotros esa noche.
-No me dejaste ir, yo me escabullí – ella no pudo soportar la intensidad de los zafiros que la miraban y bajó la cabeza.
-Habían pasado cinco años sin vernos y de pronto estabas ahí. Todo explotó en cuando te vi. Pero volviste a dejarme, pese a que ambos sabíamos más que nunca que nos amábamos. Que no había tiempo ni distancia que acabara con lo que sentíamos. Ya habíamos pasado cinco años separados y estábamos más enamorados. No pudiste haber fingido lo que sucedió esa noche. Yo sé que no lo fingiste; soy actor y tú no estabas actuando. Te entregaste a mí y me hiciste el hombre más feliz del mundo, aunque fuera por una sola noche.
-Me arrepentí de haberme ido sin despedir, me arrepentí de que no pudieran encontrarme ni tú ni nadie. Unos meses después te fui a buscar, pero te encontré como un hombre casado. Así que volví sobre mis pasos.
-Cuando desperté esa mañana fue la peor de mi vida. Te busqué en mi cama, a mi lado; me prometiste que al despertar ahí estarías, pero no fue así, estaba vacía, no cumpliste tu promesa – Terry trató de ocultar un nudo que tenía en su garganta –. Abandoné mi compañía por segunda vez en plena gira para buscarte y después de eso Robert ya no quiso saber de mí. Lo perdí todo nuevamente, pero ya no estaba dispuesto a volver a perderme a mí mismo. Lo único que tenía era mi palabra empeñada a Susana, así que cumplí con mi promesa.
-Lo supe desde siempre, no tienes que explicarlo – ella estaba avergonzada.
-Tía Candy. Dijo tío Aber que tan quí – el pequeño había vuelto con una sonrisa, se veía feliz de ir a buscar a su tía Candy. Era obvio que la adoraba.
-Gracias, Stear. Dile que espere un poco, por favor.
-¡Vaya! Toda la familia Andrew está aquí.
-Ten por seguro que estar aquí es lo último que Albert hubiera querido. Él prefiere el status quo. No está de acuerdo con Archie, pero como siempre, termina por dejarnos hacer lo que consideremos mejor y me parece que ahora está confiando en Archie.
-Cada vez entiendo menos.
-Terry… - los ojos de Candy se tornaron atemorizados. Como si lo que tuviera que decir la estuviera matando.
-¿Qué sucede, Candy? – por alguna razón Terrence se sintió invadido por los nervios y la emoción. Se acercó a ella y la obligó a mirarlo a los ojos enmarcando delicadamente el rostro pecoso que adoraba entre sus varoniles manos. Ella sintió que sucumbía de nuevo ante las reacciones que ese hombre provocaba.
Los ojos de ambos se comunicaron, fueron la ayuda perfecta para decir lo que los labios no se atrevían. Los de ella estaban humedecidos, pero bailaban con una esperanza y un brillo nunca antes visto y los de él eran de asombro puro y maravilloso.
-¿Es eso cierto, Candy? – apenas pudo preguntar - ¿dónde está? – Terry se levantó para ir directo hacia el elegante, estaba seguro que él le diría lo que la pecosa no podía decirle.
-¡Espera, Terry, él no sabía nada de esto hasta hace un par de días!
-¿Él? ¿Es un varón? ¡¡Tengo un hijo!! ¡¡Por Dios Candy!! ¿Cómo crees que yo puedo pensar en otra cosa? – Terry se detuvo y se volvió hacia ella. La notó tan apesadumbrada que no pudo hacer otra cosa más que atraerla hacia él, hacia su pecho, como tantas veces lo había deseado.
Archie y Annie se llevaron a sus hijos de esa ala del zoológico. Supieron que finalmente Terry lo sabía y que necesitaban su espacio.
Terry y Candy quedaron a solas, abrazados, con el sol terminando de ponerse. La obscuridad empezaba a enmarcar el cielo en tonos violetas y ellos buscaban dentro de sí el valor para continuar. Por un sagrado momento Terry comprendió que la mujer que abrazaba, la mujer de su vida, también sufría y que cualquier posible reproche de su parte podría esperar. Tenía muchos, por supuesto, pero ella estaba ahí, temblando en sus brazos, sollozando, buscando consuelo. Comprendió que ella era lo más importante en su vida.
Terry escondió su rostro en el cabello que lo enloquecía y permitió que las lágrimas se escaparan libremente. Acarició su espalda y la dejó llorar también. Lentamente el tiempo hizo lo suyo y ambos se tranquilizaron con el tibio mutuo contacto. Terry posó su frente sobre la frente de Candy y murmuró hermosas palabras de consuelo. Hermosas promesas de protección y de amor mientras sentía sus delicadas manos aferrarse a él casi con desesperación.
-¿Ya me dirás dónde está mi hijo?
-Está con Albert. Sólo él puede controlarlo. Suele decirme que es como controlarnos a ti y a mi juntos. Piensa que es agotador y en ocasiones hasta aterrador – Candy sonrió ligeramente y eso alivió el corazón de Terry.
-Por eso prefiere el status quo, sabe que tomaré a mi familia.
-Eso creo. Aunque comprende perfecto el valor de la familia. Él tiene seis hijos. Todos son varones, sin embargo, siempre dice que Terry es el mayor de todos.
-¿Terry?
-Por supuesto. No podría haberlo llamado de ninguna otra manera. Es idéntico a ti. Cuando me mira, es como si tú me miraras.
-¿Qué fue lo que le dijiste de mí?
-Todo lo que una madre le dice a sus hijo cuando está enamorada de su padre, excepto tu nombre.
-Quiero verlo.
-Ven – ella lo tomó de la mano, colocando su mano delante de la Terry al enlazarla, pero Terry de inmediato corrigió la posición de las manos y colocó la de él al frente de la de ella.
-Así está mucho mejor. Yo te guío – le dijo mientras besaba su mano y le sonreía como si el sol estuviera saliendo de nuevo.
Caminaron hacia donde Candy sabía que Archie había estacionado el auto, estaba segura que Albert también se habría estacionado ahí, puesto que el pequeño Stear le había dicho que ya estaban aquí. Vieron un numeroso grupo de jóvenes aun disfrutando de los alrededores del zoológico pero sin alejarse mucho y finalmente, recargado en la puerta de un lujoso auto estaba un jovencito, como de catorce años al que Terry pudo identificar fácilmente porque era idéntico a él. Fue como si hubiese tenido un espejo que eliminara años a la edad. Incluso la mirada era la misma: Arrebatada, retadora, profunda e intensa.
Cuando vio aparecer a su madre de la mano de ese hombre se puso a la defensiva, incluso después de que Albert y Archie le dijeron algo que la pareja no alcanzó a escuchar, el chico conservó los puños cerrados y los dientes apretados.
-Creo que ya entiendo a lo que se refiere Albert – murmuró Terry al oído de Candy totalmente conmovido – parece que quiere “señor engreído, suelte a mi madre”.
-A mí más bien me parece que quiere tomar su fuete y ahuyentarnos, tal como ahuyentaste a Neal aquella tarde en el colegio, tiene el mismo desafío en los ojos.
-¿Cómo has podido con él, señorita pecosa?
-Igual que como pude contigo.
-Pobre… - miró a su hijo y tradujo sus sentimientos –. Está celoso porque te tengo de la mano, Candy – su voz fue analítica –. Creo que nunca te había visto con nadie ¿verdad?
-Nunca, por supuesto – ella trató de liberarse, pero Terry se lo impidió. Se detuvo a una distancia prudente y por supuesto que Candy también lo hizo. El joven estaba temblando, pero solo su padre podía notarlo.
Terry trató de pensar rápido, tratando de adivinar qué es lo que él hubiera deseado en un momento así, por lo que simplemente le sonrió y le extendió una mano, como una invitación para que se acercara.
El chico se acercó pausado, como reconociendo el terreno que pisaba. Pero eso sí, sin dejar de mirar a la pareja frente a él. Ese hombre tenía fuerza en su mirada y al mismo tiempo una infinita ternura. Pareciera como si estuviera muy necesitado de amor. La forma en que ahora abrazaba a su madre, tal como si quisiera protegerla y al mismo él también quisiera protegerse era nueva para el chico. Jamás había visto así a su madre tampoco. Refugiada en él, como un animalito herido gravemente que busca alivio. Él nunca había visto las heridas de su madre. Ella siempre había sido fuerte, independiente, pero abrazando a ese hombre era otra… ahora, aunque la veía herida, le parecía más fuerte que nunca.
-Quiero abrazarte, Terry – esa era una voz segura, una voz en la que el chico hallaba consuelo. Ese hombre frente a él parecía adivinar lo que realmente deseaba en su corazón.
Siempre había añorado la presencia de su padre, aunque sus tíos se esmeraran por ser paternales con él. ¿Si había amado tanto a su madre, por qué no estaba con ella, con ellos?
Finalmente, el jovencito llegó al alcance de sus padres y Terry lo recibió en un abrazo profundo en el que envolvió también a Candy. Todo era nuevo para los tres, pero se sentía como la gloria misma. Había mucho que decir, había mucho que debían aclarar, pero había también mucho tiempo para eso. Terry se prometió que sería el mejor esposo y padre del mundo mientras percibía cómo el latir de sus corazones acompasaban sus respiraciones y se convertían en uno solo.
Está de sobra explicar el gozo del Duque de Grandchester cuando supo de la existencia de su nieto. Para su beneplácito era idéntico a su hijo, es decir, idéntico a Eleonor y lo amó desde el primer instante. Se convirtió en un abuelo modelo y consentidor, que se la pasaba solapando a su nieto en sus ocurrencias y Terry se vio en la necesidad de ser él quien pusiera límites a ese chico que era tan rebelde como él.
Lo único que entristecía al abuelo era saber que pese al rancio abolengo de su familia, el primogénito de su hijo no podría jamás heredar su título, tampoco ninguno de los títulos de cortesía que su familia había acumulado a través de su antigüedad (la familia Grandchester era de las pocas antiquísimas familias cuyo apellido era el mismo que su título y poseía títulos de cortesía de marqués, conde y vizconde); su nieto ni siquiera podría usar un tratamiento menor, por haber nacido fuera del matrimonio, pero eso parecía no importarle en lo más mínimo al jovencito. A decir verdad, Terry muchas veces deseó también haber él nacido fuera del matrimonio, pero sus padres sí se habían casado, aunque fue algo muy secreto.
-Si yo no hubiese sido el heredero aparente, seguro que mi padre me habría dejado hacer lo mismo que le permite a mi hijo.
El Duque de Grandchester organizó la boda a pesar de las protestas de los novios que hubieran preferido mil veces algo discreto, pero eso no era suficiente para el corazón del anciano que se moría por saldar todas las cuentas con su hijo. Hizo detener por un par de semanas del desguace del Mauritania, contrató el mejor organizador de bodas y convirtió el viejo salón de fiestas en el más elegante salón de baile.
En medio de la algarabía de la boda, mientras la orquesta tocaba swing, Terry tomó a su esposa y la sacó del salón. La llevó al corredor de observación, ahí donde tuvieron su primera conversación.
-Yo ya te había visto – le confesó.
-¿De qué hablas?
-Aquella noche, aquí mismo. Yo ya sabía quién eras tú y ya había decidido que yo sería el amor de tu vida – se rio de su confesión. Lucía extremadamente guapo con ese rubor en el rostro – esa noche me quedé con ganas de besarte, no pienso dejar que me vuelva a suceder.
Terrences tomó a su esposa y la besó con la mayor dulzura primero, después tuvo que hacer gala de todo su autocontrol para que el beso que se había convertido en apasionado no se convirtiera en una entrega plena, quizás otro día se inmiscuiría a hurtadillas en el Mauretania, no esta noche, con tanta gente, era imposible. Afortunadamente, el desguace necesitaría mucho tiempo.
Justo nueve meses después, el Duque de Grandchester tuvo en sus brazos a Richard Grandchester, Conde de Saint Vincent, el heredero aparente del Marqués de Saint Vincent -su padre-.
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De mi escritorio: Gracias bellas amigas por haberle dado una oportunidad a esta pequeña historia que aunque fue pequeñita me obligó a buscar información sobre el Mauretania, sus interiores, sus planos, sus acabados, sus colores. Quizás no lo usé mucho en la historia, pero siempre es necesario para saber dónde y cómo están mis personajes.
Malinalli., para la Guerra Florida. 5 de abril de 2018. Torreón, Coahuila, México.