Capítulo 6
Capítulo Final
Sentada en la sala, custodiada por Michael y Terry, Candy no veía la hora de que la merienda fuera servida. La señorita Pony se había levantado hace rato, alegando que se sentía perfecta, y ya andaba trajinando en la cocina.
—Atiende tus visitas, querida. No es bueno que los dejes solos mucho tiempo, solo Dios sabe lo que podría pasar. —Había dicho la anciana al tiempo que la empujaba hacia la sala.
Y ahí estaba, con las manos sobre el regazo, escuchando la plática de los dos hombres, o lo que pretendía ser una conversación, pues solo habían dicho las frases de rigor para no parecer mal educados. Y no es que Michael se estuviera esforzando tampoco, o quizá se debía a que ella no respondió más que un par de monosílabos a sus preguntas.
Terry, en cambio, estaba la mar de relajado, bebiendo su té con tranquilidad. Por lo menos en el exterior, porque por dentro quería arrancarle las manos al tal Michael. Más cuando vio que tomaba las de Candy y depositaba un sentido beso en los dedos femeninos.
Poco falto para que le mochara la mano.
Lo único que impidió que él ahora estuviera de camino a alguna penitenciaría, y Michael manco, fue que la rubia se zafó del contacto y enseguida lo había mirado asustada; como si la hubiese encontrado cometiendo una falta, como si el prometido fuera él y no el médico.
Si eso no era un indicio de los sentimientos de Candy, entonces él era un topo cegatón. Sonrió engreído tras la taza de té, observando el comportamiento de la pareja.
«No son pareja. Ella todavía no lleva puesto anillo alguno, así que no hay compromiso», depositó la taza sobre el platito con más fuerza de la que pretendía.
—¿Quieres otra taza? —preguntó Candy, e hizo amago de levantarse, viendo en la pregunta la excusa perfecta para escabullirse unos segundos.
«A ti, te quiero a ti», la respuesta casi fue pronunciada, mas se contuvo a tiempo.
—Sí, por favor.
Candy se levantó, tomó la bandeja con la tetera, la cual ella sabía que ya estaba vacía, y salió de la estancia tan rápido como la buena educación se lo permitió.
Ya solos, los dos hombres abandonaron la pose amigable.
—Sé a qué has venido —dijo Michael en un susurro, procurando que nadie más escuchara lo que tenía para decirle al actor.
—¿Sí? Y… según tú… ¿a qué he venido? —Terrence se recostó en el sillón y colocó la mano bajo su nariz para disimular la sonrisa burlona que tiraba de sus labios.
—No voy a permitirlo, Grandchester. Sí, sé quién eres —aclaró Michael, en un intento por mostrarse seguro ante el amor adolescente de su prometida—, lo sé y no me asusta. Candy va a ser mi esposa y no podrás impedirlo.
Terry se vio a si mismo levantándose del sillón y cayéndole a golpes al desgraciado matasanos. Por fortuna para el galeno, hace tiempo que dejó de ser un muchachito impulsivo, así que se contuvo y, apelando a todo su talento, compuso una expresión serena.
Estaba a punto de dar una de sus “amables” respuestas cuando la aparición de las damas lo hizo frenar su lengua. Mas nos sus pensamientos.
«Ya lo estoy haciendo, imbécil».
—Ya casi está lista la merienda —comentó la señorita Pony, exhibiendo una ancha sonrisa—. Michael, hijo —miró al susodicho y luego continuó—: ¿podrías revisar mis pulmones? Desde hace unos días me cuesta respirar acostada.
El doctor quien, al igual que Terry, se levantó por respeto a Pony y Candy, se apresuró a llevar a cabo el pedido de la anciana.
—Voy con ustedes —ofreció Candy al ver que se retiraban a la habitación de la mujer.
—No, hija, no es necesario. Además, no podemos dejar a nuestro invitado solo. —Pony miró a Terrence y este le regaló un guiño que ruborizó a la venerable señora.
Michael iba a hablar para impedir que su prometida se quedara sola con Terry, no obstante, Pony no le dio oportunidad. Lo tomó del brazo y se lo llevó por el pasillo.
Mientras se alejaban, Terry alcanzó a escuchar como esta enumeraba cada uno de sus achaques.
«Suerte que está de mi lado», pensó con una sonrisa irónica perfilando su boca.
Y Candy... huyó a la cocina.
Las manos le temblaban y el corazón no dejaba golpetearle frenético contra el torax. Necesitaba un tilo con urgencia. Si continuaba así, iría a parar a urgencias. Tenía las manos apoyadas en la mesa central, respiraba profundo, buscando tranquilizar a su alterado corazón.
Cuando sintió que era persona otra vez, se dio la vuelta para prepararse el té y regresar a la sala, no obstante, se encontró de frente con Terry.
—¿Nece… necesitas algo? —tartamudeó un poco y el sonrojo de sus mejillas atestiguó lo mucho que le afectaba la cercanía del actor.
—A ti —respondió él antes de pasar a la acción.
Candy sintió los brazos de Terrence rodearla, percibió cada musculo que se apretaba contra su cuerpo y por instinto cerró los ojos.
—Te necesito a ti, pecosa atolondrada —murmuró, justo antes de unir sus labios a los de ella.
Candy se prometió en silencio que esta era la despedida. Esta sería la última vez que besaría los suaves labios masculinos, la última vez que le acariciara la base del cuello y tiraría de las rebeldes hebras castañas. El último aliento que compartirían.
Terry saboreó unas gotas saladas, y supo que ella lloraba. Rompió el beso y llevó las manos al rostro femenino.
—No, no llores —musitó, estampando pequeños besos en los párpados cerrados de la joven.
—¿Por… por qué? —Candy abrió los ojos y conectó su mirada verde con la zafiro de él.
Terrence no ocupó que Candice le aclarara a qué se refería. La abrazó con fuerza y con la cara enterrada entre el cuello y cabello de ella, permitió que sus propias lágrimas afloraran.
—Por miedo —confesó sin abandonar la postura.
—Creí que me habías olvidado. —Las palabras brotaron solas, exponiendo su mayor temor.
—Yo creí lo mismo, por eso rompí decenas de cartas antes de que por fin me decidiera a enviarte una —retiró la cabeza del cálido nido de rizos rubios para enfocar sus ojos zafiros en los verdes de ella—. Te amo, Candy. No ha pasado un día sin que piense en ti. Ni un solo día dejé de añorarte, de arrepentirme…
—Terry, no…—Candice posó la mano derecha sobre la boca del actor—. Por favor, no hablemos de eso —pidió con la mirada vidriosa.
Terrence agarró la mano que lo silenciaba y besó la palma de esta.
Se quedaron quietos, sin hablar, tan solo bebiéndose la imagen del otro. Hablando con la mirada como tantas veces en el pasado.
Fuera de la cocina, Pony posó una mano sobre el brazo de Michael. No quería que él presenciara el encuentro, sin embargo, él parecía presentir algo porque, alegando que necesitaba su maletín médico, la dejó sola en la habitación. Ella salió tras él y terminaron en la puerta de la cocina, siendo testigos de lo que ocurría dentro.
Y ahora estaban parados en el pasillo, esperando.
Michael, aunque aparentaba calma, quería entrar y moler a golpes a Grandchester. Sin embargo, al escuchar el doloroso reclamo de Candy, supo que no tenía caso. El corazón de la joven ya tenía un elegido, y no era él.
—Señorita Pony… —La anciana no respondió, pero se mostró atenta al llamado—, dígale… dígale que la libero de su promesa —dio una última mirada a la puerta de la cocina y se fue, sintiendo que la cajita de terciopelo rojo, que lleva en la chaqueta, le quemaba el pecho.
La señorita Pony lo vio irse y se sintió terriblemente mal. El pobre Michael estaba sufriendo, no obstante, era mejor que sufriera ahora porque, si se casaban, ninguno de los tres sería feliz. Ahora él tenía la posibilidad de conocer a otra mujer que también le amara y lo hiciera todo lo feliz que se merece.
Se limpió las lágrimas que rodaron por sus mejillas y se asomó otra vez a la cocina.
—Sí, Terry —escuchó decir a Candy.
Emocionada se llevó una mano al pecho y, esta vez, se desmayó de verdad.
Epílogo—Atiende tus visitas, querida. No es bueno que los dejes solos mucho tiempo, solo Dios sabe lo que podría pasar. —Había dicho la anciana al tiempo que la empujaba hacia la sala.
Y ahí estaba, con las manos sobre el regazo, escuchando la plática de los dos hombres, o lo que pretendía ser una conversación, pues solo habían dicho las frases de rigor para no parecer mal educados. Y no es que Michael se estuviera esforzando tampoco, o quizá se debía a que ella no respondió más que un par de monosílabos a sus preguntas.
Terry, en cambio, estaba la mar de relajado, bebiendo su té con tranquilidad. Por lo menos en el exterior, porque por dentro quería arrancarle las manos al tal Michael. Más cuando vio que tomaba las de Candy y depositaba un sentido beso en los dedos femeninos.
Poco falto para que le mochara la mano.
Lo único que impidió que él ahora estuviera de camino a alguna penitenciaría, y Michael manco, fue que la rubia se zafó del contacto y enseguida lo había mirado asustada; como si la hubiese encontrado cometiendo una falta, como si el prometido fuera él y no el médico.
Si eso no era un indicio de los sentimientos de Candy, entonces él era un topo cegatón. Sonrió engreído tras la taza de té, observando el comportamiento de la pareja.
«No son pareja. Ella todavía no lleva puesto anillo alguno, así que no hay compromiso», depositó la taza sobre el platito con más fuerza de la que pretendía.
—¿Quieres otra taza? —preguntó Candy, e hizo amago de levantarse, viendo en la pregunta la excusa perfecta para escabullirse unos segundos.
«A ti, te quiero a ti», la respuesta casi fue pronunciada, mas se contuvo a tiempo.
—Sí, por favor.
Candy se levantó, tomó la bandeja con la tetera, la cual ella sabía que ya estaba vacía, y salió de la estancia tan rápido como la buena educación se lo permitió.
Ya solos, los dos hombres abandonaron la pose amigable.
—Sé a qué has venido —dijo Michael en un susurro, procurando que nadie más escuchara lo que tenía para decirle al actor.
—¿Sí? Y… según tú… ¿a qué he venido? —Terrence se recostó en el sillón y colocó la mano bajo su nariz para disimular la sonrisa burlona que tiraba de sus labios.
—No voy a permitirlo, Grandchester. Sí, sé quién eres —aclaró Michael, en un intento por mostrarse seguro ante el amor adolescente de su prometida—, lo sé y no me asusta. Candy va a ser mi esposa y no podrás impedirlo.
Terry se vio a si mismo levantándose del sillón y cayéndole a golpes al desgraciado matasanos. Por fortuna para el galeno, hace tiempo que dejó de ser un muchachito impulsivo, así que se contuvo y, apelando a todo su talento, compuso una expresión serena.
Estaba a punto de dar una de sus “amables” respuestas cuando la aparición de las damas lo hizo frenar su lengua. Mas nos sus pensamientos.
«Ya lo estoy haciendo, imbécil».
—Ya casi está lista la merienda —comentó la señorita Pony, exhibiendo una ancha sonrisa—. Michael, hijo —miró al susodicho y luego continuó—: ¿podrías revisar mis pulmones? Desde hace unos días me cuesta respirar acostada.
El doctor quien, al igual que Terry, se levantó por respeto a Pony y Candy, se apresuró a llevar a cabo el pedido de la anciana.
—Voy con ustedes —ofreció Candy al ver que se retiraban a la habitación de la mujer.
—No, hija, no es necesario. Además, no podemos dejar a nuestro invitado solo. —Pony miró a Terrence y este le regaló un guiño que ruborizó a la venerable señora.
Michael iba a hablar para impedir que su prometida se quedara sola con Terry, no obstante, Pony no le dio oportunidad. Lo tomó del brazo y se lo llevó por el pasillo.
Mientras se alejaban, Terry alcanzó a escuchar como esta enumeraba cada uno de sus achaques.
«Suerte que está de mi lado», pensó con una sonrisa irónica perfilando su boca.
Y Candy... huyó a la cocina.
Las manos le temblaban y el corazón no dejaba golpetearle frenético contra el torax. Necesitaba un tilo con urgencia. Si continuaba así, iría a parar a urgencias. Tenía las manos apoyadas en la mesa central, respiraba profundo, buscando tranquilizar a su alterado corazón.
Cuando sintió que era persona otra vez, se dio la vuelta para prepararse el té y regresar a la sala, no obstante, se encontró de frente con Terry.
—¿Nece… necesitas algo? —tartamudeó un poco y el sonrojo de sus mejillas atestiguó lo mucho que le afectaba la cercanía del actor.
—A ti —respondió él antes de pasar a la acción.
Candy sintió los brazos de Terrence rodearla, percibió cada musculo que se apretaba contra su cuerpo y por instinto cerró los ojos.
—Te necesito a ti, pecosa atolondrada —murmuró, justo antes de unir sus labios a los de ella.
Candy se prometió en silencio que esta era la despedida. Esta sería la última vez que besaría los suaves labios masculinos, la última vez que le acariciara la base del cuello y tiraría de las rebeldes hebras castañas. El último aliento que compartirían.
Terry saboreó unas gotas saladas, y supo que ella lloraba. Rompió el beso y llevó las manos al rostro femenino.
—No, no llores —musitó, estampando pequeños besos en los párpados cerrados de la joven.
—¿Por… por qué? —Candy abrió los ojos y conectó su mirada verde con la zafiro de él.
Terrence no ocupó que Candice le aclarara a qué se refería. La abrazó con fuerza y con la cara enterrada entre el cuello y cabello de ella, permitió que sus propias lágrimas afloraran.
—Por miedo —confesó sin abandonar la postura.
—Creí que me habías olvidado. —Las palabras brotaron solas, exponiendo su mayor temor.
—Yo creí lo mismo, por eso rompí decenas de cartas antes de que por fin me decidiera a enviarte una —retiró la cabeza del cálido nido de rizos rubios para enfocar sus ojos zafiros en los verdes de ella—. Te amo, Candy. No ha pasado un día sin que piense en ti. Ni un solo día dejé de añorarte, de arrepentirme…
—Terry, no…—Candice posó la mano derecha sobre la boca del actor—. Por favor, no hablemos de eso —pidió con la mirada vidriosa.
Terrence agarró la mano que lo silenciaba y besó la palma de esta.
Se quedaron quietos, sin hablar, tan solo bebiéndose la imagen del otro. Hablando con la mirada como tantas veces en el pasado.
Fuera de la cocina, Pony posó una mano sobre el brazo de Michael. No quería que él presenciara el encuentro, sin embargo, él parecía presentir algo porque, alegando que necesitaba su maletín médico, la dejó sola en la habitación. Ella salió tras él y terminaron en la puerta de la cocina, siendo testigos de lo que ocurría dentro.
Y ahora estaban parados en el pasillo, esperando.
Michael, aunque aparentaba calma, quería entrar y moler a golpes a Grandchester. Sin embargo, al escuchar el doloroso reclamo de Candy, supo que no tenía caso. El corazón de la joven ya tenía un elegido, y no era él.
—Señorita Pony… —La anciana no respondió, pero se mostró atenta al llamado—, dígale… dígale que la libero de su promesa —dio una última mirada a la puerta de la cocina y se fue, sintiendo que la cajita de terciopelo rojo, que lleva en la chaqueta, le quemaba el pecho.
La señorita Pony lo vio irse y se sintió terriblemente mal. El pobre Michael estaba sufriendo, no obstante, era mejor que sufriera ahora porque, si se casaban, ninguno de los tres sería feliz. Ahora él tenía la posibilidad de conocer a otra mujer que también le amara y lo hiciera todo lo feliz que se merece.
Se limpió las lágrimas que rodaron por sus mejillas y se asomó otra vez a la cocina.
—Sí, Terry —escuchó decir a Candy.
Emocionada se llevó una mano al pecho y, esta vez, se desmayó de verdad.
Última edición por Jari el Lun Abr 30, 2018 7:16 pm, editado 1 vez