Capítulo 5
Capítulo final
Capítulo 6
En la quietud de la noche Candice abrazaba la almohada. El sueño había huido de ella, y su mente no hacía otra cosa que rememorar, vez tras vez, el roce de los labios de Terry. Si cerraba los ojos, casi podía sentir la suavidad y calidez de estos sobre los suyos. En el momento que percibió que sería besada por él, debió alejarse, debió poner una gruesa barrera entre los dos, no obstante, su anhelante corazón no se lo permitió.
«Solo uno… solo esta vez», había pensado antes de soltar el vaso, que termino estrellado contra el piso, y posar las manos en los hombros de él.
Ilusa.
Después de ese vino otro. Más largo, más intenso, más profundo y, a la vez, más tierno.
Luego, llena de culpa, había huido a la seguridad de su habitación. Olvidándose incluso de los vidrios rotos en la sala. No salió hasta que fue hora de preparar la comida, para ayudar a Ruth, la mujer que apoya a la señorita Pony en ausencia de la hermana Lane. Pasó por la sala para limpiar su estropicio, pero alguien más ya lo había hecho.
La comida fue un suplicio. Terrence se había sentado junto a ella, y no perdía la oportunidad de rozarla en cada movimiento. O de susúrrale al oído.
«Tengo sed… me sirves un poco de agua… por favor». Muy inocente el pedido, para quien no lo conociera.
Se saltó la cena porque no se veía con fuerzas para sortear las argucias de Terry y, además, mostrarse indiferente.
«Cásate conmigo». La voz de Terry retumbó en su cabeza, haciendo eco de su pasada declaración.
«Sé mía para siempre, cásate conmigo», apretó los párpados con fuerza, como si con eso lograra callar la respuesta que sus labios se mueren por dar.
«¿Qué voy a hacer?», pensó entonces, sofocando con la almohada su llanto.
Su mente discurría entre los pasajes de sus más profundos anhelos, y los senderos de la culpa. Su conciencia la hería, recordándole que ella no era libre, que no podía permitir que lo sucedido horas atrás se repitiera.
Tenía que ser fuerte, se lo debía a Michael.
Su memoria trajo la imagen del médico en el momento exacto en que este le pidió matrimonio, un día antes de que la carta de Terry llegara.
Habían pasado un día agradable, como muchos otros desde que él prestaba sus servicios médicos a los niños del hogar. Acudía cada mes a hacer revisiones de rutina, y ella siempre viajaba con él; salvo esa ocasión en que ella estaba de vacaciones.
En el año que llevaban compartiendo como amigos, él fue muy correcto con ella, sin demostrarle sus intereses románticos. O quizá era que, tal como le dijo Pony, no ponía atención.
Michael era un buen hombre. Atento, educado, tenía mano con los niños y estaba enamorado de ella. En cambio, ella, sabía de sobra que nunca experimentaría amor por nadie. No esa clase de amor.
Sin embargo, no quería quedarse sola. Los años pasaban y, aunque apenas pasaba los veinte años, se sentía una solterona. Una vez soñó con tener una casa, niños, y un marido al que despedir en la puerta. Un marido que creyó ya nunca tendría. Ella quería una familia, alguien a quién llamar suyo. Hijos a los que arropar y nietos con los cuales envejecer.
Y Terry la había olvidado.
Fue por eso que ese día, luego de que él le revelara sus sentimientos, había aceptado su propuesta de matrimonio. Así, sin más, sin pensar. Cuando por la noche, con la cabeza fría, había reflexionado sobre su decisión, se engañó diciéndose que sentía cariño por el médico y que quería casarse con él.
Esa tarde, después de que le dieran la noticia a Pony, él había vuelto a Chicago con su palabra de matrimonio empeñada. Iba tan feliz, tan ilusionado… No, no podía herirlo de ese modo.
«¿Y a Terry sí?», la frase fue como un fogonazo que la dejó medio atontada.
«No, a Terry menos que nadie», admitió su corazón.
La almohada fue testigo del mudo llanto de su indecisión.
Al día siguiente, la actividad comenzó con los niños sentados a la mesa para tomar el desayuno. Pony continuaba indispuesta por lo que, mientras los niños desayunaban, Candy le llevó una bandeja para que ella hiciera lo propio.
Dado que no podía tener a los niños solos durante mucho tiempo, dejó a la anciana desayunando en su habitación y se dio prisa en regresar al comedor. Estaba por llegar a su destino cuando la imponente figura de Terrence apareció en su campo de visión. Estaba de brazos cruzados con el hombro izquierdo apoyado en la pared.
Mientras caminaba hacia él, fue inevitable que sus ojos recorrieran lo bien que le quedaba la camisa, la cual se arrugaba en los bíceps y antebrazos. Sintió las mejillas calientes, y casi tropieza cuando él le sonrió.
—Buenos días, pecosa —saludó Terrence, enderezándose, cuando ella estuvo a su lado.
—Buenos días. —Candy le ofreció una sonrisa tímida e hizo intento de continuar su camino, no obstante, el cuerpo de Terry ocupaba casi todo el pasillo.
Terrence inclinó el cuerpo hacia adelante, solo unos cuantos grados que hicieron que a Candy se le erizaran los vellos del cuello.
—Espero que tu noche haya sido mejor que la mía —susurró en el oído femenino y luego, como si nada, la rodeó para ir a su habitación.
Mientras caminaba por el pasillo, simulando que no tenía los nervios hechos una ensortijada maraña, Terry volvió la vista atrás un segundo; le complació ver que ella seguía clavada en el mismo sitio. Sonriendo entró a su alcoba.
La noche anterior, había tenido una larga conversación con la señorita Pony. En su desesperación tuvo la intención de irrumpir en la habitación de la pecosa, pero la oportuna intervención de la anciana lo salvó de cometer una locura; como secuestrarla en medio de la noche.
Gracias a eso, logró conocer más detalles sobre el supuesto compromiso. Porque sí, para él, ese compromiso no existía. ¿Qué clase de compromiso es ese si ni siquiera hay un anillo? Al parecer, el medicucho había actuado por impulso y no estaba preparado para realizar la pregunta.
Abrió su maleta y de esta extrajo la cajita de terciopelo azul que viajó con él desde Nueva York. Él sí que venía preparado. Ella no había aceptado su torpe propuesta de matrimonio, todavía, pero tampoco dijo que no. Y como que se llamaba Terrence Graham Grandchester que, antes de que cayera el sol, estaría adornando el dedo anular de Candy.
Sin embargo, a media tarde, un automóvil se paró fuera del hogar. Y Terry supo que era el momento de la verdad. Su contendiente estaba ahí, para reclamar lo que, ilusamente, creía que era suyo.
continuará...
«Solo uno… solo esta vez», había pensado antes de soltar el vaso, que termino estrellado contra el piso, y posar las manos en los hombros de él.
Ilusa.
Después de ese vino otro. Más largo, más intenso, más profundo y, a la vez, más tierno.
Luego, llena de culpa, había huido a la seguridad de su habitación. Olvidándose incluso de los vidrios rotos en la sala. No salió hasta que fue hora de preparar la comida, para ayudar a Ruth, la mujer que apoya a la señorita Pony en ausencia de la hermana Lane. Pasó por la sala para limpiar su estropicio, pero alguien más ya lo había hecho.
La comida fue un suplicio. Terrence se había sentado junto a ella, y no perdía la oportunidad de rozarla en cada movimiento. O de susúrrale al oído.
«Tengo sed… me sirves un poco de agua… por favor». Muy inocente el pedido, para quien no lo conociera.
Se saltó la cena porque no se veía con fuerzas para sortear las argucias de Terry y, además, mostrarse indiferente.
«Cásate conmigo». La voz de Terry retumbó en su cabeza, haciendo eco de su pasada declaración.
«Sé mía para siempre, cásate conmigo», apretó los párpados con fuerza, como si con eso lograra callar la respuesta que sus labios se mueren por dar.
«¿Qué voy a hacer?», pensó entonces, sofocando con la almohada su llanto.
Su mente discurría entre los pasajes de sus más profundos anhelos, y los senderos de la culpa. Su conciencia la hería, recordándole que ella no era libre, que no podía permitir que lo sucedido horas atrás se repitiera.
Tenía que ser fuerte, se lo debía a Michael.
Su memoria trajo la imagen del médico en el momento exacto en que este le pidió matrimonio, un día antes de que la carta de Terry llegara.
Habían pasado un día agradable, como muchos otros desde que él prestaba sus servicios médicos a los niños del hogar. Acudía cada mes a hacer revisiones de rutina, y ella siempre viajaba con él; salvo esa ocasión en que ella estaba de vacaciones.
En el año que llevaban compartiendo como amigos, él fue muy correcto con ella, sin demostrarle sus intereses románticos. O quizá era que, tal como le dijo Pony, no ponía atención.
Michael era un buen hombre. Atento, educado, tenía mano con los niños y estaba enamorado de ella. En cambio, ella, sabía de sobra que nunca experimentaría amor por nadie. No esa clase de amor.
Sin embargo, no quería quedarse sola. Los años pasaban y, aunque apenas pasaba los veinte años, se sentía una solterona. Una vez soñó con tener una casa, niños, y un marido al que despedir en la puerta. Un marido que creyó ya nunca tendría. Ella quería una familia, alguien a quién llamar suyo. Hijos a los que arropar y nietos con los cuales envejecer.
Y Terry la había olvidado.
Fue por eso que ese día, luego de que él le revelara sus sentimientos, había aceptado su propuesta de matrimonio. Así, sin más, sin pensar. Cuando por la noche, con la cabeza fría, había reflexionado sobre su decisión, se engañó diciéndose que sentía cariño por el médico y que quería casarse con él.
Esa tarde, después de que le dieran la noticia a Pony, él había vuelto a Chicago con su palabra de matrimonio empeñada. Iba tan feliz, tan ilusionado… No, no podía herirlo de ese modo.
«¿Y a Terry sí?», la frase fue como un fogonazo que la dejó medio atontada.
«No, a Terry menos que nadie», admitió su corazón.
La almohada fue testigo del mudo llanto de su indecisión.
Al día siguiente, la actividad comenzó con los niños sentados a la mesa para tomar el desayuno. Pony continuaba indispuesta por lo que, mientras los niños desayunaban, Candy le llevó una bandeja para que ella hiciera lo propio.
Dado que no podía tener a los niños solos durante mucho tiempo, dejó a la anciana desayunando en su habitación y se dio prisa en regresar al comedor. Estaba por llegar a su destino cuando la imponente figura de Terrence apareció en su campo de visión. Estaba de brazos cruzados con el hombro izquierdo apoyado en la pared.
Mientras caminaba hacia él, fue inevitable que sus ojos recorrieran lo bien que le quedaba la camisa, la cual se arrugaba en los bíceps y antebrazos. Sintió las mejillas calientes, y casi tropieza cuando él le sonrió.
—Buenos días, pecosa —saludó Terrence, enderezándose, cuando ella estuvo a su lado.
—Buenos días. —Candy le ofreció una sonrisa tímida e hizo intento de continuar su camino, no obstante, el cuerpo de Terry ocupaba casi todo el pasillo.
Terrence inclinó el cuerpo hacia adelante, solo unos cuantos grados que hicieron que a Candy se le erizaran los vellos del cuello.
—Espero que tu noche haya sido mejor que la mía —susurró en el oído femenino y luego, como si nada, la rodeó para ir a su habitación.
Mientras caminaba por el pasillo, simulando que no tenía los nervios hechos una ensortijada maraña, Terry volvió la vista atrás un segundo; le complació ver que ella seguía clavada en el mismo sitio. Sonriendo entró a su alcoba.
La noche anterior, había tenido una larga conversación con la señorita Pony. En su desesperación tuvo la intención de irrumpir en la habitación de la pecosa, pero la oportuna intervención de la anciana lo salvó de cometer una locura; como secuestrarla en medio de la noche.
Gracias a eso, logró conocer más detalles sobre el supuesto compromiso. Porque sí, para él, ese compromiso no existía. ¿Qué clase de compromiso es ese si ni siquiera hay un anillo? Al parecer, el medicucho había actuado por impulso y no estaba preparado para realizar la pregunta.
Abrió su maleta y de esta extrajo la cajita de terciopelo azul que viajó con él desde Nueva York. Él sí que venía preparado. Ella no había aceptado su torpe propuesta de matrimonio, todavía, pero tampoco dijo que no. Y como que se llamaba Terrence Graham Grandchester que, antes de que cayera el sol, estaría adornando el dedo anular de Candy.
Sin embargo, a media tarde, un automóvil se paró fuera del hogar. Y Terry supo que era el momento de la verdad. Su contendiente estaba ahí, para reclamar lo que, ilusamente, creía que era suyo.
continuará...
Capítulo final
Última edición por Jari el Jue Abr 26, 2018 6:28 pm, editado 1 vez