Mauretania de “Su gracia”
Capítulo uno
Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarashi y TOEI Animation Co., Tokio, 1976. Usados en este fic sin fines de lucro.
Capítulo 2. ...cuasi naves, velut umbra.
La incomodidad de los rayos solares que se filtraban indiscretos en la recámara para posarse suavemente sobre el rostro de Terrence lo obligó a abrir los ojos. Ya no estaba más en aquél maravilloso barco. No tenía 15 años y no paseaba por la cubierta… ya no tenía ese inquietante sabor a dulzura en su corazón. Volvió a su realidad, la luz le molestaba y la cabeza le dolía por la terrible resaca. A sus 37 años era un caballero de porte majestuoso, como si un triunfante prócer se hubiese escapado de las páginas de una novela de Dumas. Muchos caballeros estaban de acuerdo en que su porte y presencia eran mucho más fuertes que la de los príncipes herederos. Y muchas damas solían decir que además era el hombre más guapo de la corte. Afortunadamente para Terry, su padre aún vivía y él no tenía que aparecer con frecuencia en los eventos de la familia real. Aunque su padre ya le había advertido que deseaba dejarle sus funciones porque ya estaba muy cansado, Terry siempre tomaba la tangente.
Richard Grandchester insistía en dos cosas que esperaba de su primogénito: La que más le apremiaba era la urgencia de un heredero. Su hijo aparecía en la lista de los solteros más cotizados del mundo y el anciano corazón del duque anhelaba casi con desesperación la noticia de que su hijo estuviese comprometido, sin embargo, ese deseo no se cumplía ni siquiera con sus continuos ruegos de desposar a alguna aristócrata que cumpliese cabalmente con los requisitos para ser la duquesa de Grandchester algún día. Su segundo deseo, era que por fin su gracia dejase de decir que abdicaría en favor de su hermano, el primer hijo de su padre con la duquesa de Grandchester. Cada vez que lo mencionaban, era seguro que los caballeros se enfrascarían en acaloradas discusiones sin fin, llenas de aluviones de motivos por parte del duque de Grandchester. Su gracia terminaría retirándose tras un portazo y Su excelencia terminaría tirado en su sillón favorito, apretando una copa de whisky mientras pensaba:
-Eleonor, tenía que ser tu hijo, por su puesto.
El mozo de cámara de Terry abrió la puerta sin llamar. Entró sigilosamente, tratando de ser sutil en sus movimientos para no despertar al Lord, porque estaba seguro que amanecería de muy mal humor, como ocurría las pocas veces que lo había visto sucumbir al alcohol. Era consciente de que algo muy fuerte debía de haber acontecido, así que se dispuso a dejar al alcance de su señor el bello traje de tarde que le había encargado el día anterior, sus botas perfectamente lustradas, tal como a él le gustaban, la camisa de algodón egipcio y sus navajas y brochas para rasurar, porque su gracia no permitía que él lo rasurara; la única vez que se lo había permitido, el pobre hombre se había puesto tan nervioso que el rostro de su gracia terminó con una pequeña cicatriz en la parte baja de su mejilla izquierda.
Tal como el buen mozo presagió, Terrence estaba de muy mal humor. El joven se puso nervioso por tener que llamar su atención para entregarle un mensaje. Tomó valor, carraspeó un poco y encontró su voz:
-Su gracia – dijo aún con miedo – esta mañana el señor Woodruf ha dejado un mensaje para usted, con la instrucción de urgente.
Terry vio delante de él un mensaje cuidadosamente doblado sobre una charola de plata que su mozo le ofrecía mientras conservaba una pose de reverencia. A Terry lo exasperaba esa continua práctica de etiqueta. Trató de no darle importancia y tomó en sus manos el mensaje que tenía la facha de ser inquietante, de primera instancia Terry asumió que se trataba de una nota de negocios; lo desdobló con genuino interés y encontró la perfecta caligrafía de su hombre de negocios esta vez hecha un desorden, de hecho, eran dos hojas las que le había dejado. Se notaba que el mensaje había sido escrito a toda prisa, las letras se inclinaban hacia el frente y apenas y podían leerse.
Su gracia, tengo información de que el lote de esta tarde contiene un bello escritorio para cartas que se encontraba en la Regent Suit del Maury. Es todavía una de esas piezas que fueron labradas por uno de los 300 libaneses ebanistas que trajeron los de Tyne and War exclusivamente para el Mauretania. Aún pueden verse los delfines saltando y la concha marina sobre el libro, que como usted sabe bien, fue el sello de la compañía.
Debido a su interés en el mobiliario de esta suit en especial, me he permitido tomarme el día para ir personalmente a la subasta y pujar.
He escuchado, que, acompañando a este escritorio hay una sencilla pero elegante estola de seda china, en perfectas condiciones, que fue olvidada por una de las usuarias de esta suit durante el viaje de la última semana de diciembre de 1912, que, según el folleto de la subasta, fue de Nueva York a Southampton y se retrasó un par de días debido al rescate de un barco pesquero. La estola permaneció en la oficina de objetos olvidados de Southampton; es política de la CUNARD colocar a los objetos olvidados una etiqueta que muestre el lugar y la fecha en que fueron dejados atrás para su posible devolución. Yo no sé si la dueña de la estola esté enterada, ignoro si aún viva, porque la empresa ha sido discreta en revelar su nombre, ni siquiera sé si aún tendrá interés en recuperar su estola puesto que jamás acudió a tratar de hacerlo. De hecho, aún no estoy seguro si ambos objetos se subastarán en dos pujas diferentes o si se subastarán como un solo objeto. Espero que sean objetos separados para pujar únicamente por el escritorio. No se preocupe, tengo presente el límite económico que usted me ha marcado.
Para cuando Terrence terminó de leer el mensaje ya su piel estaba completamente erizada. Sentía su sangre fluir por todas sus venas, su pulso estaba acelerado y por primera vez en su vida odió ese terrible aliento que lo acompañaba esta mañana.
-Pronto, Charles, debo salir.
-El baño está listo, su gracia – el mozo no había terminado de decir la frase cuando Terry ya estaba con el torso desnudo dirigiéndose a la tina.
-Ve a la cocina y dile a Marie que me envíe lo que ella sabe, dile que es una mañana difícil. Lo quiero aquí en menos de cinco minutos, corre.
Al salir del baño, Terrence encontró sus instrucciones cumplidas a la perfección. No entendía cómo, pero al parecer Marie ya tenía todo listo esperando tan solo por su orden. Se prometió que traería para su cocinera un sombrero nuevo esta misma tarde.
-¿Charles, dijo Woodruf hacia dónde se dirigía?
-Dijo que estaría en Hampton & Sons, en la Sainsbury Wing de la National Gallery.
-Perfecto, Charles, no sé qué haría sin ti. Gracias.
Aunque solo había invertido veinte minutos en su arreglo personal, Terry lucía justo como lo que era: Un hombre de noble cuna. Su andar era decidido, su mirada profunda estaba perdida todavía en medio del Atlántico, burlándose de una jovencita que iba detrás de su estola que era llevada por el viento entre la bruma, cuando lo encontró en la cubierta del barco, en uno de sus peores momentos.
Su chofer ya lo esperaba, abrió la puerta para él y su gracia se deslizó pronto en el asiento trasero. Tan pronto el auto comenzó a perderse hacia Londres, Terry optó por volver a sus memorias.
Estaba de pie en el Mauretania, dejando el tiempo pasar en la gran entrada de la cubierta A, recargado justo en una de las columnas frente a las majestuosas escaleras de nogal. Le parecía divertido mirar a las señoritas elegantes esforzándose por moverse naturalmente con sus ajustados corsés. Había abordado el barco en completo mutismo y pesadumbre, sin embargo, la presencia de esa jovencita pecosa que parecía revelarse a la época, le había devuelto un poco de fe.
Esa chica era totalmente diferente a todo.
Terry había descubierto que nunca llamaba a las mucamas para vestirse. Lo que le hacía adivinar que la señorita aristócrata que tenía por vecina seguramente no usaba corsé jamás -no pudo evitar reír sonrojado ante la idea-. Eso era algo completamente nuevo, puesto que Terry siempre se había rodeado de mujeres totalmente dispuestas a seguir las extravagantes normas de vestir de la Belle Époque. ¿Eso significaba acaso que si se atrevía a reunir al valor de tocar su cintura con cualquier pequeño pretexto, estaría prácticamente tocando la blanca piel que poseía? Un inexplicable deseo de verla nuevamente se apoderó del joven noble. Era un deseo extraño, era un deseo ardiente, necesitaba presentarse, quería que le sonriera, quería que ella lo acariciara y lo tratara con el mismo amor con que había tratado a la gaviota.
-Es increíble que esa gaviota haya sido tratada en una sola tarde con mucho más amor del que yo he sido tratado en mi vida. Y lo más increíble es que ese amor haya venido de una completa extraña – meditó triste.
Ahora lo sabía. La próxima vez que la viera, se acercaría a ella, quizás si buscaba dentro de sí un poco de ternura la encontraría y ella no se asustaría, como se asustaban todos los que lo rodeaban cuando lo veían aparecer cerca.
Estaba ensayando en su mente, como tantas veces lo hacía a escondidas frente al espejo de su cuarto:
-Buenas tardes – no… eso no funcionará. Quizás bastará solo con un “Hola, me llamo, Terry, ¿cómo está tu gaviota?”. Sí, creo que eso es más honesto y casual. Por supuesto, tendré que rogar porque no aparezca ningún mozo llamándome “Su gracia”, porque entonces saldrá corriendo de mi vida, estoy seguro.
Justo al lado de las escaleras principales, estaba un hermoso trabajo de herrería, con pintura blanco ostión, salvaguardando los ligerísimos elevadores de aluminio que eran tan silenciosos que Terrence no se dio cuenta que uno de ellos se había activado. A él le pareció la imagen más gloriosa la que vislumbró una vez que las puertas se abrieron. Era la jovencita de la gaviota, envuelta en un maravilloso atuendo rojo, desbordando su floreciente sensualidad. Ella no usaba los largos vestidos de la época. Era una señorita rebelde, siempre sus faldas estaban debajo de la rodilla y eso permitía que el joven inglés mirara lo bien torneadas que estaban sus femeninas piernas, incluso, cubiertas por sus botas largas. Todas las chicas se esforzaban por cubrir sus encantos, pero esta linda jovencita parecía no encontrar maldad en mostrar sus piernas y lo mejor: En no usar corsé. Eso significaba que todos los atributos que saltaban a la vista no estaban siendo moldeados por varillas o ajustados listones. Eso también significaba que debajo de ese elegante traje que lo hipnotizaba estaba su piel.
La joven no reparó en los ojos zafiro que la contemplaban sin atreverse a acercarse a ella. Miró confundida y casi desesperada hacia una y otra dirección antes de decidir hacia dónde partir. Su inusual mascota, esta vez no estaba con ella, así que el chico por fin encontró valor para romper el silencio; sin embargo, justo cuando de sus labios iba a aparecer el saludo, notó un brillo de enojo en esas esmeraldas. El gesto de la chica estaba fruncido y los dientes apretados tanto como sus pequeños puños.
-¡Por aquí! – la escuchó decir antes de verla correr sin importarle llamar la atención de la apretada primera clase.
El joven se quedó con la dulce palabra en los labios, pero no se resignó a darse por vencido. La siguió y la vio entrar en la sala de lectura, ella hizo lo mismo que al salir del ascensor, miró con urgencia de un lado a otro sin abandonar la dureza de su gesto, luego la vio abandonar la sala y correr con prisa por el pasillo de observación para sin atreverse a pensarlo dos veces, abrir la sala de fumadores de primera clase, un salón destinado solamente a los caballeros. A Terry le pareció que un joven caballero se escondía del escrutinio de la jovencita. Era un joven rubio, se veía de muy buena cuna, era una lástima que Terry jamás prestara atención a los amigos de su padre pues estaba seguro que lo había visto en algún lado. Terry estaba dispuesto a defender a la entrometida de las protestas de los caballeros, pero la chica no se detuvo a escucharlos, cruzó la sala airosa para salir por la puerta que conducía a la sala de música con la misma urgencia.
-Cielos, esta chica sí que está en buena forma – dijo antes de reunir fuerza para seguirle el paso.
Finalmente la vio tomar el estrecho pasillo de la cubierta A. La cubierta destinada únicamente para la primera clase. Ella ya no lucía como un ángel. Ahora se había transfigurado en una especie de vengadora y Terry se divertía con la idea de que seguramente tenía súper poderes, quizás esa estola que flotaba en el aire alrededor de su cuello como respuesta a los rápidos movimientos de la chica se transformaría en una especie de espada cuando ella encontrara su objetivo.
El blanco pasillo, con sus delicadas monturas en las paredes y en las puertas enmarcaron perfecto el recorrido de la chica. La vio llamar gentilmente a la puerta, luego ella respiró profundo y, sin esperar la autorización para entrar abrió la puerta de la suit principal, la destinada únicamente a los dueños de la naviera que, aunque no era tan lujosa como la que ocupaba la joven, sí era una suit perfectamente funcional, elegante y hasta fastuosa. Terrence permaneció escondido detrás de la puerta, sucumbiendo a su curiosidad, pero sobre todo al naciente interés por esa joven que ahora abogaba ante el influyente pasajero para que desistiera de su egoísta idea de presionar al capitán para ignorar el llamado de auxilio de un pequeño barco pesquero que había naufragado.
Cuando comprendió que la joven no lograba nada y la conversación pronto terminaría Terry se alejó cauteloso de la puerta y esperó por la salida principal del pasillo, esperando verla aparecer. Trataría de animarla, trataría de arrancarle una sonrisa, trataría de ganarse su confianza. ¿Quién sabe, quizás querría ser su amiga?
Se desilusionó cuando la joven no apareció por ningún lado. Terrence esperó y esperó en vano.
-Quizás prefirió quedarse en su camarote, cuidando de su gaviota – concluyó. No entendía por qué esa jovencita había acaparado su atención al grado de tener necesidad por verla, por saberla bien.
Ahora su gracia se encontraba justo frente a la mesa del contramaestre, un pequeño cubículo semicircular hermosamente labrado, con la misma elegante herrería que vio en los elevadores, coronando la mesa. Frente a la mesa del contramaestre había un amplio paseo, pues era la cubierta principal, la del cuarto de control del capitán.
En ese momento escuchó el sonido de una de las chimeneas, era un sonido fuerte y alentador que liberaba esperanza. El ruido de pasos presurosos y de gritos de los marineros lo trajo a la realidad, prestó atención y entonces apareció ese dulce ángel, ya un poco más animada, acompañando al capitán hacia la cubierta de tercera clase. Terry se movió con curiosidad y comprendió todo: los marineros habían sido descubiertos y las maniobras que presenciaba ahora eran de rescate. Se sorprendió al descubrirse más interesado en la sonrisa de Candy que en los hombres que flotaban a la deriva en una balsa improvisada. Esta fue la primera vez que la vio sonreír y para su gracia fue como sentir la calidez de una puesta de sol veraniega.
-Tal como lo adiviné, ella luce mucho más bella al sonreír.
Terrence no se perdió ningún detalle de la joven pecosa. Descubrió que sus ojos bailaban con su sonrisa, que cuando levantaba su nariz las pecas parecían moverse, seguramente no eran pecas, sino las constelaciones de la bóveda celeste que Dios había puesto en su piel como sello de que era un ángel.
Decidió que esta tarde no se acercaría a ella. Ya eran demasiadas emociones y seguramente conocer al amor de su vida acabaría con la fuerza de su corazón.
-¿Pero qué estoy diciendo, ni siquiera me conoce, nunca me ha mirado y ya me etiqueté como el amor de su vida? Debo estar loco.
El joven decidió que también para él habían sido demasiadas emociones, así que se retiró a su habitación para descansar un poco. Fue hacia el ocaso cuando escuchó nuevamente los pasos de la pecosa resonando sus tacones en el pasillo. Estaba seguro que era ella porque la había seguido toda la mañana y ahora conocía el ritmo y el peso de su andar. Pero los pasos no se detuvieron en la entrada a su camarote, continuaron hasta llamar nuevamente a la puerta del mismo camarote que había visitado esta mañana. El corazón de Terry saltó con la sola presencia de la chica tan cerca de él. Salió a hurtadillas al pasillo y nuevamente logró escuchar la conversación de la chica.
Esta era la suit del señor Stanford, el mismo que apenas un par de horas antes lo había visitado en su camarote para pedirle que se uniera a su queja para evitar que el capitán se desviase de su ruta para acudir a un rescate de unos pescadores, argumentando que él tenía importantes negocios y que el rescate retrasaría su llegada a Londres un par de días. Terry nunca se había sentido tan feliz de negarle algo a alguien. Un par de días más en el Atlántico significaban un par de días más mirando a la señorita pecosa.
Terry entonces contempló a la jovencita venir hacia él con la misma prisa con que había estado yendo y viniendo de un lado a otro durante la mañana. La escuchó repetir una y otra vez “eso está mal…” ente sollozos. Tuvo que recargarse en la pared del pasillo para permitirle el libre paso. Ella iba tan absorta en su dolor y coraje que no percibió que su suave estola de seda se cayó, ni siquiera notó la presencia del heredero, pasó frente a él haciendo un ligero contacto de su cuerpo con el pecho del chico que la contemplaba sin saber qué hacer. La vio sufrir, percibió la tibieza de su cuerpo, se llenó con el aroma de su pelo y se acongojó con la tristeza de su voz, que hoy no cantaba, hoy lloraba.
La joven pasó de largo. Él heredero del duque de Grandchester estaba confundido y petrificado. Por fin, varios segundos después, cuando ella ya había desaparecido en el pasillo, Terry fue capaz de decir su nombre en un murmullo tan suave y tan cálido que su pecho dejó de tener frío por un breve y sagrado instante.
-Candy.
-Ya hemos llegado, su gracia – dijo el chofer, que ya tenía unos segundos abriendo la puerta del auto.
Terry salió de sus recuerdos. Secó una pequeña lágrima de su rostro y salió con su aire aristócrata. La presencia de su gracia, Lord Terrence de Grandchester no pasó desapercibida.
Miró la multitud que se había congregado convocada por la subasta y que tenía sus ojos clavados en él.
No tenía idea que la próxima puja por esa estola sería una de las más comentadas de la época. No tenía idea que no era el único interesado en tener esa estola en sus manos.
OOoOoOoOoOoOo
De mi escritorio: Gracias chicas!!! Espero que estén disfrutando esta historia. Es mi deseo que sea un minific, esperemos que así sea realmente. Muchas gracias por leer!!!
Malinalli, para la Guerra Florida. 3 de abril de 2018. Torreón, Coahuila, México.
Capítulo uno
Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarashi y TOEI Animation Co., Tokio, 1976. Usados en este fic sin fines de lucro.
Capítulo 2. ...cuasi naves, velut umbra.
La incomodidad de los rayos solares que se filtraban indiscretos en la recámara para posarse suavemente sobre el rostro de Terrence lo obligó a abrir los ojos. Ya no estaba más en aquél maravilloso barco. No tenía 15 años y no paseaba por la cubierta… ya no tenía ese inquietante sabor a dulzura en su corazón. Volvió a su realidad, la luz le molestaba y la cabeza le dolía por la terrible resaca. A sus 37 años era un caballero de porte majestuoso, como si un triunfante prócer se hubiese escapado de las páginas de una novela de Dumas. Muchos caballeros estaban de acuerdo en que su porte y presencia eran mucho más fuertes que la de los príncipes herederos. Y muchas damas solían decir que además era el hombre más guapo de la corte. Afortunadamente para Terry, su padre aún vivía y él no tenía que aparecer con frecuencia en los eventos de la familia real. Aunque su padre ya le había advertido que deseaba dejarle sus funciones porque ya estaba muy cansado, Terry siempre tomaba la tangente.
Richard Grandchester insistía en dos cosas que esperaba de su primogénito: La que más le apremiaba era la urgencia de un heredero. Su hijo aparecía en la lista de los solteros más cotizados del mundo y el anciano corazón del duque anhelaba casi con desesperación la noticia de que su hijo estuviese comprometido, sin embargo, ese deseo no se cumplía ni siquiera con sus continuos ruegos de desposar a alguna aristócrata que cumpliese cabalmente con los requisitos para ser la duquesa de Grandchester algún día. Su segundo deseo, era que por fin su gracia dejase de decir que abdicaría en favor de su hermano, el primer hijo de su padre con la duquesa de Grandchester. Cada vez que lo mencionaban, era seguro que los caballeros se enfrascarían en acaloradas discusiones sin fin, llenas de aluviones de motivos por parte del duque de Grandchester. Su gracia terminaría retirándose tras un portazo y Su excelencia terminaría tirado en su sillón favorito, apretando una copa de whisky mientras pensaba:
-Eleonor, tenía que ser tu hijo, por su puesto.
El mozo de cámara de Terry abrió la puerta sin llamar. Entró sigilosamente, tratando de ser sutil en sus movimientos para no despertar al Lord, porque estaba seguro que amanecería de muy mal humor, como ocurría las pocas veces que lo había visto sucumbir al alcohol. Era consciente de que algo muy fuerte debía de haber acontecido, así que se dispuso a dejar al alcance de su señor el bello traje de tarde que le había encargado el día anterior, sus botas perfectamente lustradas, tal como a él le gustaban, la camisa de algodón egipcio y sus navajas y brochas para rasurar, porque su gracia no permitía que él lo rasurara; la única vez que se lo había permitido, el pobre hombre se había puesto tan nervioso que el rostro de su gracia terminó con una pequeña cicatriz en la parte baja de su mejilla izquierda.
Tal como el buen mozo presagió, Terrence estaba de muy mal humor. El joven se puso nervioso por tener que llamar su atención para entregarle un mensaje. Tomó valor, carraspeó un poco y encontró su voz:
-Su gracia – dijo aún con miedo – esta mañana el señor Woodruf ha dejado un mensaje para usted, con la instrucción de urgente.
Terry vio delante de él un mensaje cuidadosamente doblado sobre una charola de plata que su mozo le ofrecía mientras conservaba una pose de reverencia. A Terry lo exasperaba esa continua práctica de etiqueta. Trató de no darle importancia y tomó en sus manos el mensaje que tenía la facha de ser inquietante, de primera instancia Terry asumió que se trataba de una nota de negocios; lo desdobló con genuino interés y encontró la perfecta caligrafía de su hombre de negocios esta vez hecha un desorden, de hecho, eran dos hojas las que le había dejado. Se notaba que el mensaje había sido escrito a toda prisa, las letras se inclinaban hacia el frente y apenas y podían leerse.
Su gracia, tengo información de que el lote de esta tarde contiene un bello escritorio para cartas que se encontraba en la Regent Suit del Maury. Es todavía una de esas piezas que fueron labradas por uno de los 300 libaneses ebanistas que trajeron los de Tyne and War exclusivamente para el Mauretania. Aún pueden verse los delfines saltando y la concha marina sobre el libro, que como usted sabe bien, fue el sello de la compañía.
Debido a su interés en el mobiliario de esta suit en especial, me he permitido tomarme el día para ir personalmente a la subasta y pujar.
He escuchado, que, acompañando a este escritorio hay una sencilla pero elegante estola de seda china, en perfectas condiciones, que fue olvidada por una de las usuarias de esta suit durante el viaje de la última semana de diciembre de 1912, que, según el folleto de la subasta, fue de Nueva York a Southampton y se retrasó un par de días debido al rescate de un barco pesquero. La estola permaneció en la oficina de objetos olvidados de Southampton; es política de la CUNARD colocar a los objetos olvidados una etiqueta que muestre el lugar y la fecha en que fueron dejados atrás para su posible devolución. Yo no sé si la dueña de la estola esté enterada, ignoro si aún viva, porque la empresa ha sido discreta en revelar su nombre, ni siquiera sé si aún tendrá interés en recuperar su estola puesto que jamás acudió a tratar de hacerlo. De hecho, aún no estoy seguro si ambos objetos se subastarán en dos pujas diferentes o si se subastarán como un solo objeto. Espero que sean objetos separados para pujar únicamente por el escritorio. No se preocupe, tengo presente el límite económico que usted me ha marcado.
Para cuando Terrence terminó de leer el mensaje ya su piel estaba completamente erizada. Sentía su sangre fluir por todas sus venas, su pulso estaba acelerado y por primera vez en su vida odió ese terrible aliento que lo acompañaba esta mañana.
-Pronto, Charles, debo salir.
-El baño está listo, su gracia – el mozo no había terminado de decir la frase cuando Terry ya estaba con el torso desnudo dirigiéndose a la tina.
-Ve a la cocina y dile a Marie que me envíe lo que ella sabe, dile que es una mañana difícil. Lo quiero aquí en menos de cinco minutos, corre.
Al salir del baño, Terrence encontró sus instrucciones cumplidas a la perfección. No entendía cómo, pero al parecer Marie ya tenía todo listo esperando tan solo por su orden. Se prometió que traería para su cocinera un sombrero nuevo esta misma tarde.
-¿Charles, dijo Woodruf hacia dónde se dirigía?
-Dijo que estaría en Hampton & Sons, en la Sainsbury Wing de la National Gallery.
-Perfecto, Charles, no sé qué haría sin ti. Gracias.
Aunque solo había invertido veinte minutos en su arreglo personal, Terry lucía justo como lo que era: Un hombre de noble cuna. Su andar era decidido, su mirada profunda estaba perdida todavía en medio del Atlántico, burlándose de una jovencita que iba detrás de su estola que era llevada por el viento entre la bruma, cuando lo encontró en la cubierta del barco, en uno de sus peores momentos.
Su chofer ya lo esperaba, abrió la puerta para él y su gracia se deslizó pronto en el asiento trasero. Tan pronto el auto comenzó a perderse hacia Londres, Terry optó por volver a sus memorias.
Estaba de pie en el Mauretania, dejando el tiempo pasar en la gran entrada de la cubierta A, recargado justo en una de las columnas frente a las majestuosas escaleras de nogal. Le parecía divertido mirar a las señoritas elegantes esforzándose por moverse naturalmente con sus ajustados corsés. Había abordado el barco en completo mutismo y pesadumbre, sin embargo, la presencia de esa jovencita pecosa que parecía revelarse a la época, le había devuelto un poco de fe.
Esa chica era totalmente diferente a todo.
Terry había descubierto que nunca llamaba a las mucamas para vestirse. Lo que le hacía adivinar que la señorita aristócrata que tenía por vecina seguramente no usaba corsé jamás -no pudo evitar reír sonrojado ante la idea-. Eso era algo completamente nuevo, puesto que Terry siempre se había rodeado de mujeres totalmente dispuestas a seguir las extravagantes normas de vestir de la Belle Époque. ¿Eso significaba acaso que si se atrevía a reunir al valor de tocar su cintura con cualquier pequeño pretexto, estaría prácticamente tocando la blanca piel que poseía? Un inexplicable deseo de verla nuevamente se apoderó del joven noble. Era un deseo extraño, era un deseo ardiente, necesitaba presentarse, quería que le sonriera, quería que ella lo acariciara y lo tratara con el mismo amor con que había tratado a la gaviota.
-Es increíble que esa gaviota haya sido tratada en una sola tarde con mucho más amor del que yo he sido tratado en mi vida. Y lo más increíble es que ese amor haya venido de una completa extraña – meditó triste.
Ahora lo sabía. La próxima vez que la viera, se acercaría a ella, quizás si buscaba dentro de sí un poco de ternura la encontraría y ella no se asustaría, como se asustaban todos los que lo rodeaban cuando lo veían aparecer cerca.
Estaba ensayando en su mente, como tantas veces lo hacía a escondidas frente al espejo de su cuarto:
-Buenas tardes – no… eso no funcionará. Quizás bastará solo con un “Hola, me llamo, Terry, ¿cómo está tu gaviota?”. Sí, creo que eso es más honesto y casual. Por supuesto, tendré que rogar porque no aparezca ningún mozo llamándome “Su gracia”, porque entonces saldrá corriendo de mi vida, estoy seguro.
Justo al lado de las escaleras principales, estaba un hermoso trabajo de herrería, con pintura blanco ostión, salvaguardando los ligerísimos elevadores de aluminio que eran tan silenciosos que Terrence no se dio cuenta que uno de ellos se había activado. A él le pareció la imagen más gloriosa la que vislumbró una vez que las puertas se abrieron. Era la jovencita de la gaviota, envuelta en un maravilloso atuendo rojo, desbordando su floreciente sensualidad. Ella no usaba los largos vestidos de la época. Era una señorita rebelde, siempre sus faldas estaban debajo de la rodilla y eso permitía que el joven inglés mirara lo bien torneadas que estaban sus femeninas piernas, incluso, cubiertas por sus botas largas. Todas las chicas se esforzaban por cubrir sus encantos, pero esta linda jovencita parecía no encontrar maldad en mostrar sus piernas y lo mejor: En no usar corsé. Eso significaba que todos los atributos que saltaban a la vista no estaban siendo moldeados por varillas o ajustados listones. Eso también significaba que debajo de ese elegante traje que lo hipnotizaba estaba su piel.
La joven no reparó en los ojos zafiro que la contemplaban sin atreverse a acercarse a ella. Miró confundida y casi desesperada hacia una y otra dirección antes de decidir hacia dónde partir. Su inusual mascota, esta vez no estaba con ella, así que el chico por fin encontró valor para romper el silencio; sin embargo, justo cuando de sus labios iba a aparecer el saludo, notó un brillo de enojo en esas esmeraldas. El gesto de la chica estaba fruncido y los dientes apretados tanto como sus pequeños puños.
-¡Por aquí! – la escuchó decir antes de verla correr sin importarle llamar la atención de la apretada primera clase.
El joven se quedó con la dulce palabra en los labios, pero no se resignó a darse por vencido. La siguió y la vio entrar en la sala de lectura, ella hizo lo mismo que al salir del ascensor, miró con urgencia de un lado a otro sin abandonar la dureza de su gesto, luego la vio abandonar la sala y correr con prisa por el pasillo de observación para sin atreverse a pensarlo dos veces, abrir la sala de fumadores de primera clase, un salón destinado solamente a los caballeros. A Terry le pareció que un joven caballero se escondía del escrutinio de la jovencita. Era un joven rubio, se veía de muy buena cuna, era una lástima que Terry jamás prestara atención a los amigos de su padre pues estaba seguro que lo había visto en algún lado. Terry estaba dispuesto a defender a la entrometida de las protestas de los caballeros, pero la chica no se detuvo a escucharlos, cruzó la sala airosa para salir por la puerta que conducía a la sala de música con la misma urgencia.
-Cielos, esta chica sí que está en buena forma – dijo antes de reunir fuerza para seguirle el paso.
Finalmente la vio tomar el estrecho pasillo de la cubierta A. La cubierta destinada únicamente para la primera clase. Ella ya no lucía como un ángel. Ahora se había transfigurado en una especie de vengadora y Terry se divertía con la idea de que seguramente tenía súper poderes, quizás esa estola que flotaba en el aire alrededor de su cuello como respuesta a los rápidos movimientos de la chica se transformaría en una especie de espada cuando ella encontrara su objetivo.
El blanco pasillo, con sus delicadas monturas en las paredes y en las puertas enmarcaron perfecto el recorrido de la chica. La vio llamar gentilmente a la puerta, luego ella respiró profundo y, sin esperar la autorización para entrar abrió la puerta de la suit principal, la destinada únicamente a los dueños de la naviera que, aunque no era tan lujosa como la que ocupaba la joven, sí era una suit perfectamente funcional, elegante y hasta fastuosa. Terrence permaneció escondido detrás de la puerta, sucumbiendo a su curiosidad, pero sobre todo al naciente interés por esa joven que ahora abogaba ante el influyente pasajero para que desistiera de su egoísta idea de presionar al capitán para ignorar el llamado de auxilio de un pequeño barco pesquero que había naufragado.
Cuando comprendió que la joven no lograba nada y la conversación pronto terminaría Terry se alejó cauteloso de la puerta y esperó por la salida principal del pasillo, esperando verla aparecer. Trataría de animarla, trataría de arrancarle una sonrisa, trataría de ganarse su confianza. ¿Quién sabe, quizás querría ser su amiga?
Se desilusionó cuando la joven no apareció por ningún lado. Terrence esperó y esperó en vano.
-Quizás prefirió quedarse en su camarote, cuidando de su gaviota – concluyó. No entendía por qué esa jovencita había acaparado su atención al grado de tener necesidad por verla, por saberla bien.
Ahora su gracia se encontraba justo frente a la mesa del contramaestre, un pequeño cubículo semicircular hermosamente labrado, con la misma elegante herrería que vio en los elevadores, coronando la mesa. Frente a la mesa del contramaestre había un amplio paseo, pues era la cubierta principal, la del cuarto de control del capitán.
En ese momento escuchó el sonido de una de las chimeneas, era un sonido fuerte y alentador que liberaba esperanza. El ruido de pasos presurosos y de gritos de los marineros lo trajo a la realidad, prestó atención y entonces apareció ese dulce ángel, ya un poco más animada, acompañando al capitán hacia la cubierta de tercera clase. Terry se movió con curiosidad y comprendió todo: los marineros habían sido descubiertos y las maniobras que presenciaba ahora eran de rescate. Se sorprendió al descubrirse más interesado en la sonrisa de Candy que en los hombres que flotaban a la deriva en una balsa improvisada. Esta fue la primera vez que la vio sonreír y para su gracia fue como sentir la calidez de una puesta de sol veraniega.
-Tal como lo adiviné, ella luce mucho más bella al sonreír.
Terrence no se perdió ningún detalle de la joven pecosa. Descubrió que sus ojos bailaban con su sonrisa, que cuando levantaba su nariz las pecas parecían moverse, seguramente no eran pecas, sino las constelaciones de la bóveda celeste que Dios había puesto en su piel como sello de que era un ángel.
Decidió que esta tarde no se acercaría a ella. Ya eran demasiadas emociones y seguramente conocer al amor de su vida acabaría con la fuerza de su corazón.
-¿Pero qué estoy diciendo, ni siquiera me conoce, nunca me ha mirado y ya me etiqueté como el amor de su vida? Debo estar loco.
El joven decidió que también para él habían sido demasiadas emociones, así que se retiró a su habitación para descansar un poco. Fue hacia el ocaso cuando escuchó nuevamente los pasos de la pecosa resonando sus tacones en el pasillo. Estaba seguro que era ella porque la había seguido toda la mañana y ahora conocía el ritmo y el peso de su andar. Pero los pasos no se detuvieron en la entrada a su camarote, continuaron hasta llamar nuevamente a la puerta del mismo camarote que había visitado esta mañana. El corazón de Terry saltó con la sola presencia de la chica tan cerca de él. Salió a hurtadillas al pasillo y nuevamente logró escuchar la conversación de la chica.
Esta era la suit del señor Stanford, el mismo que apenas un par de horas antes lo había visitado en su camarote para pedirle que se uniera a su queja para evitar que el capitán se desviase de su ruta para acudir a un rescate de unos pescadores, argumentando que él tenía importantes negocios y que el rescate retrasaría su llegada a Londres un par de días. Terry nunca se había sentido tan feliz de negarle algo a alguien. Un par de días más en el Atlántico significaban un par de días más mirando a la señorita pecosa.
Terry entonces contempló a la jovencita venir hacia él con la misma prisa con que había estado yendo y viniendo de un lado a otro durante la mañana. La escuchó repetir una y otra vez “eso está mal…” ente sollozos. Tuvo que recargarse en la pared del pasillo para permitirle el libre paso. Ella iba tan absorta en su dolor y coraje que no percibió que su suave estola de seda se cayó, ni siquiera notó la presencia del heredero, pasó frente a él haciendo un ligero contacto de su cuerpo con el pecho del chico que la contemplaba sin saber qué hacer. La vio sufrir, percibió la tibieza de su cuerpo, se llenó con el aroma de su pelo y se acongojó con la tristeza de su voz, que hoy no cantaba, hoy lloraba.
La joven pasó de largo. Él heredero del duque de Grandchester estaba confundido y petrificado. Por fin, varios segundos después, cuando ella ya había desaparecido en el pasillo, Terry fue capaz de decir su nombre en un murmullo tan suave y tan cálido que su pecho dejó de tener frío por un breve y sagrado instante.
-Candy.
-Ya hemos llegado, su gracia – dijo el chofer, que ya tenía unos segundos abriendo la puerta del auto.
Terry salió de sus recuerdos. Secó una pequeña lágrima de su rostro y salió con su aire aristócrata. La presencia de su gracia, Lord Terrence de Grandchester no pasó desapercibida.
Miró la multitud que se había congregado convocada por la subasta y que tenía sus ojos clavados en él.
No tenía idea que la próxima puja por esa estola sería una de las más comentadas de la época. No tenía idea que no era el único interesado en tener esa estola en sus manos.
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De mi escritorio: Gracias chicas!!! Espero que estén disfrutando esta historia. Es mi deseo que sea un minific, esperemos que así sea realmente. Muchas gracias por leer!!!
Malinalli, para la Guerra Florida. 3 de abril de 2018. Torreón, Coahuila, México.