Desde el claro de luna del profundo bosque, la Dryade amante del chico de cabellos oscuros y sonrisa encantadora, toma de entre los escritos de su hermana Dryade, su más preciada posesión.
Este maravilloso fic fué el primero que leí con Stear como personaje principal, caí seducida de inmediato por la redacción de este fic. Muy bien escrito, con la virtud de dejarte enganchada en cada capítulo, esperando con ansiedad el siguiente.
Jamás había experimentado la sensación de la calidez en el corazón que me dejó un joven emocionado por la llegada de los lunes, por besar la frente de una chica y el rubor que colorea sus mejillas al pensar al amor de su vida.
Una historia llena de valentía, dignidad, buen humor y amor, sin más les presento el capítulo 8 de este maravilloso fic escrito por Malinalli Coy
Capítulo 8 ¿Solos tú y yo?
-Fragmento-
Hacia finales del 1918 un desfile se llevaba a cabo en las calles principales de Londres. En realidad, no era un desfile propiamente dicho, era más bien el retorno de algunos pocos soldados que volvían de diferentes frentes. El pueblo se lanzó en completa algarabía con la esperanza de mirar si entre quienes volvían a casa estaba algún hijo, hermano, primo… Las tropas avanzaban con lentitud hacia sus diferentes cuarteles, algunos irían a la infantería, pero la mayoría se presentaría en la fuerza naval. El fin de la guerra se había anunciado una semana antes y estos eran los últimos batallones que regresaban a casa.
Candice miraba con interés a los jóvenes que desfilaban frente a ella. Su corazón latía a prisa. Todos tenían el rostro cansado, pero había algo en sus ojos que Candice no lograba comprender, probablemente era el confort que les producía el saber que estaban, hasta cierto punto, en casa.
Unos meses después de que dieran por desaparecido a su “esposo” le habían anunciado que había sido encontrado y que ahora estaba sirviendo en medio oriente; sin embargo, Candice y Alistear solo intercambiaron un poco de correspondencia desde entonces. Estando en el frente, Alistear sabía que su vida pendía de un hilo y no se atrevía a seguir hablándole de amor. Por su parte, justo cuando ella estaba dispuesta a arriesgarse con una relación con Stear, había recibido una carta de Albert. Ahora se sentía capaz de confesarle la fatalidad que Patricia estuvo por hacer; el saber que Alistear seguía con vida le hacía sentir que ahora podía encontrar en Candy una especie de apoyo moral; el joven patriarca detalló los acontecimientos en la mansión al enterarse de la desaparición de Stear y el claro contraste con la alegría que les produjo el enterarse meses después que Stear estaba vivo. Además, por supuesto, que se incrementaron las plegarias porque Candice y Alistear volviesen a casa sanos y salvos.
"Será mejor que hablemos cuando volvamos a vernos Candice, por el momento solo puedo decirte que no acepto tu decisión por separarte de mí. Te amo. Volveré a tu lado, espérame amor. Resolveremos esto juntos. Entiendo cómo te sientes. No lleves sola esta responsabilidad; permíteme ser yo quien arregle este nudo. Se hará a mi manera."
Esas eran las últimas palabras en la última carta de Alistear. Candy se preguntaba si el joven seguía pensando lo mismo después de dos años. Se preguntaba cuál había sido su reacción al enterarse de la reacción de Patty. Según Albert, Archie le había escrito lo mismo a su hermano pero él había sido muy discreto sobre el tema. Ahora era el momento de hablar claramente, de tomar una decisión.
- No sé cómo lograste convencerme de venir; en el hospital hay muchas cosas que podríamos hacer – le dijo a Diana con fastidio – ni siquiera conocemos a uno solo de estos muchachos. Me alegra que hayan vuelto y que este horror se haya terminado, pero tú y yo deberíamos estar en el hospital –. En realidad, Candy temía volver al hospital con las manos vacías, como siempre.
-Deja que alguien más trabaje Candy, desde hace tiempo que no tomas ni siquiera unas horas de descanso. Hoy deberías estar por llegar a tu casa en Chicago. Pronto estarías en los brazos de quienes amas, pero has preferido quedarte como voluntaria recibiendo los últimos heridos. Este es el primero de dos días que tienes para descansar después de tu jornada acumulada y seguramente estás pensando en quedarte encerrada en el hospital – Diana había insistido en repetidas ocasiones por convencer a la rubia de que descansara algunas veces y estaba entusiasmada de que esta vez la hubiese convencido. Los comentarios no pudieron continuar porque la feliz multitud se alborotaba con el contingente naval.
Por un momento la rubia enfermera, siendo más bajita que la mayoría de las personas que daban la bienvenida a los soldados tuvo que ponerse de puntitas, levantó su cara con una necesidad que podía reconocer, de pronto su corazón latía acelerado y ella parecía comprender los motivos. Miró de un lado a otro con desesperado escrutinio mientras en su mente revivía cómo Diana la había traído al evento prácticamente a rastras.
Flashback
-Candy ¿No irás a ver el recibimiento de las tropas? – la animó Diana, aunque en el fondo sabía lo que ello significaba para su amiga.
Las tropas fueron y vinieron con frecuencia del mismo destino; al principio la rubia era la primera en estar en la calle y buscar en cada rostro de quienes volvían con la esperanza de localizar el de Stear, pero siempre volvía decepcionada al hospital. Hacía tiempo que no se paraba en la villa Cornwell. Dejó de ir durante el tiempo que sufrió la perdida de Stear y no soportó el dolor de estar sola en un lugar que lo único que hacía era recordárselo en cada rincón. Prefirió refugiarse en su trabajo para no pensar; probablemente de esa manera sus días pasarían más rápidos. Tampoco asistía ya a esos desfiles improvisados; ver marchar las tropas con rostros cansados y en ocasiones temerosos, no era la mejor forma de disminuir su pena.
-No Diana, prefiero quedarme a estudiar un rato; hay algunas dudas sobre rayos X que deseo investigar – le respondió con la esperanza de que su amiga desistiera.
-¡Por favor Candy acompáñame! Estoy segura que el doctor Taylor se sentirá feliz de poder explicarte más tarde cualquiera de tus duduas – trató de sonar animada para contagiar un poco de entusiasmo a su compañera.
Tan pronto como Candy escuchó el nombre del médico más indicado para guiarla en sus dudas la enfermera supo que debía pensarlo dos veces antes de acercarse a él. Un par de meses atrás había llegado al hospital y no perdía oportunidad para entablar una conversación con la joven de ojos esmeralda; se esforzaba constantemente por toparse con ella "casualmente" y llenarla de atenciones. Quizás Diana tenía razón: El médico no tendría inconveniente en ayudarle a comprender, probablemente sería mejor no mostrarse tan interesada en radiología, aunque en realidad era un tema que le fascinaba y el joven médico era una naciente autoridad en el tema.
Fue entonces que lo vio. Su corazón latía precipitadamente, parecía que se le fuese a salir del pecho ¡Era él! ¡Era él! Estaba segura. Esos ojos negros que se depositaban desconcertados sobre ella no podían ser de nadie más sino de él. Candy se apresuró a tratar de acercarse a la fila de enfrente, la más cercana a la calle por donde los soldados pasaban, trató de hacer a un lado a quienes le impedían estar cerca de su soldado favorito pero la multitud se lo impedía. Era una joven frágil tratándose de abrir paso en un muro de gente. Stear disminuyó la velocidad de su paso, solo una palabra estaba en su garganta, una palabra que no lograba salir. Su boca y sus ojos estaban abiertos con asombro, sin embargo, debido al paso del batallón lentamente la fue dejando atrás; vio la desesperación con que ella trataba de alcanzarlo, adivinó que estaba caminado de puntitas pues además tenía que estirar su cuello lo más posible para que sus ojos no perdieran de vista a Alistear Cornwell. Jamás la había visto tan hermosa, jamás había sido tan bella antes sus ojos, ese par de años apartados había sido magnífico para las femeninas formas de la chica que Alistear se moría por tener en sus brazos.
Stear comenzó a caminar mirando fijamente hacia atrás, después tornó su cuerpo y avanzó totalmente dejándose llevar por la tropa. Marchaba alejándose de la rubia sin perder de vista la inmaculada cofia blanca que seguía saltando entre la multitud con el deseo de acercarse. Alistear estaba feliz; en esos días de viaje no podía evitar estar nervioso por no saber nada sobre ella. No pudo avisarle sobre su regreso. Tan pronto como se dio la noticia de la firma de amnistía estuvo listo para presentarse ante sus superiores y estos le indicaron que esa misma tarde partirían a Londres. Pasaron varios minutos desde la última vez que viera a la enfermera, ya varios kilómetros atrás. Finalmente, Alistear no pudo ni siquiera saludar a la rubia pecosa. Ya no faltaba mucho para llegar a su cuartel y él había perdido de vista a Candy, por eso de vez en vez seguía mirando hacia atrás.
-¡Cornwell! –La voz de su superior, que lo miraba con enfado por la forma en que él caminaba hacia atrás (aunque en la misma dirección de sus compañeros) lo arrebató de su concentración por distinguir a Candy en el mar de gente. Un soldado que conocía a la pareja le había indicado al Mayor la relación entre el soldado y la enfermera, rápidamente, al ver la curiosidad con que el hombre los inspeccionaba le había explicado la ausencia del joven.
-¡Sí señor! – Stear trató de sonar tan convincente como le fue posible.
-¡Su tropa sargento! – le gritó el Mayor seriamente - ¡No olvide que ésta sigue siendo su tropa!
-¡Sí señor! – con voz alta y firme, Alistear tomó su lugar correcto al frente del batallón que avanzaba y trató de concentrase en el avance.
-¡Cornwell! – repitió furioso el Mayor.
-¡Señor!
-¡Mientras más pronto lleguemos al cuartel más pronto recibirá su baja! – el viejo oficial le sonrió paternalmente. Stear se paró en seco ¿Había escuchado bien? Sí, era un hecho, el infierno había terminado y pronto estaría en casa.
-¡Camina Stear! – sus compañeros le ayudaron a entender que todos deseaban terminar con esta pesadilla.
Alistear miró nuevamente al Mayor, que se tomó su tiempo para hacerle una seña con su cabeza en nuestra de consentimiento. Stear apretó las correas de la mochila que la habían asignado nuevamente y caminó erguido y con mayor gallardía entre las discretas bromas del resto de sus compañeros. Ella estaba bien. Él estaba seguro de que era ella.
Los peores días en la guerra no fueron aquéllos meses en que estuvo en coma. Los peores días fueron los de Mayo y Junio de 1917 en que hasta el frente llegaban noticias sobre los bombardeos de los que la vieja Londres había sido víctima. Verla ahora tan mujer, tan ensimismada en su mirada, le producía al joven una sensación de bienestar nunca antes experimentada.
Candy seguía sin poder creer lo que había sucedido, ¿Ese sargento tan gallardo era realmente Alistear Cornwell? ¿Había sido una alucinación? Probablemente su deseo de volver a verlo, el hecho de ver a quienes volvían del frente, la forma en que él la miraba… probablemente todo se había confabulado para crear ese hermoso sueño.
Una vez que los soldados dejaron de pasar por las calles la multitud que les dio la bienvenida se dispersó. Candy ya no pudo encontrar a Diana, pasó un par de horas sentada meditando sobre lo que había experimentado al volver a toparse con la mirada de ese par de ojos negros. Su estómago era como un revolotear de mariposas, su rostro se había sonrojado, ninguna palabra pudo escaparse de su boca; tal era el estado en que Alistear la había visto.
Respiró hondo, tragó saliva y limpió las últimas lágrimas; decidió que debía volver al hospital, pronto oscurecería, sería mejor apresurarse; aunque pensándolo bien, este era su día libre; por primera vez en dos años ella había tomado algunas horas para descansar, para apartarse un poco del sufrimiento de los jóvenes soldados.
En este momento ella no podía pensar en nada más que en Stear. Stear y su siempre buen humor, Stear y su ingenio, Stear y su deseo de protegerla, Stear y su idea de hacerse llamar paladines frente a la hermana María, Stear y su deseo de ser feliz… tomó su caja de la felicidad y recordó lo que Alistear le había dicho que sucedería cada vez que la escuchara "… te sentirás más feliz… " le había dicho, inexplicablemente había tenido razón, por primera vez la caja estaba sonando después de una par de años en que Candy se había negado a abrirla.
Ella llevaba su cabello recogido en una cola de caballo alta coronada con su cofia, su uniforme blanco y almidonado hacía un pequeño ruidito a cada paso, el discreto taconeo de sus botas se acentuaba con la soledad de la avenida. Ella estaba cabizbaja sin poder olvidar los ojos profundamente negros de aquel sargento que apenas había podido ver por unos segundos y que había creído era Stear, su Stear.
Dio la vuelta en la última calle antes de llegar al hospital, se quedó paralizada de miedo, ya era de noche, los minutos caminando habían dado paso al manto nocturno y una sombra corría hacia ella desde el otro lado de la esquina. Candy quiso salir de ese lugar solitario, pero la esquina más próxima era precisamente de la que provenía la sombra del hombre. Trató de conservar la serenidad, respiró profundo y siguió caminando, el hombre se detuvo cuando estuvo a corta distancia, lo mismo hizo ella, se contemplaron nuevamente sin poder emitir una sola palabra por un momento. Un cosquilleo delicioso recorrió el cuerpo de ambos, sus pasos avanzaron lentamente para cerrar la distancia con prudencia. Sus húmedos ojos se esforzaron por detener las lágrimas.
Fue cuando Alistar tuvo un tierno recuerdo y lo único que pudo hacer fue citar la primera conversación que tuvo con Candy; finalmente las lágrimas lo habían traicionado, sus manos temblaban, sus piernas se debilitaban ante el amor de su vida, se preguntó qué aspecto tendría
-:
-"¿Paseando sola, eh?*" – dijo después de tragar saliva, con su voz entrecortada. Anhelaba tomarla en sus brazos, pero estaba convertido en una estatua, lo único que pudo hacer fue sonreír.
-"No estoy paseando, me han dejado sola*" - Candy tampoco era totalmente dueña de sí misma, estaba a punto de arrojarse al cuello del soldado, pero le gustaba ese juego de palabras casi infantiles que Stear había iniciado.
-"¡Qué lástima…!*" – continuó Alistear. Por fin sus pies le obedecieron y cerró toda distancia con Candy. Sus labios estaban a unos cuantos centímetros de los labios de Candy – "Yo te llevaré a casa*"
-"Gracias*" – logró articular Candice, sin siquiera parpadear, estaba embelesada por la sonrisa de Stear; en el fondo siempre había tenido la certeza de que tarde o temprano volvería a verlo. Estaba segura de que volverían a casa y este era el día, como en la ocasión que se conocieron-. Solo espero no terminar en el fondo porque esta vez no sería el lago Michigan, sino el océano Atlántico – agregó con voz emocionada.
Stear le extendió la mano para invitarla a acompañarlo. Ella aceptó el gesto, sus dedos se entrelazaron y Alistear la rodeo en sus brazos mientras que ella se aferraba al cuerpo de su paladín con una necesidad nueva, la necesidad de sentirse mujer… una mujer amada por el hombre que su corazón desea.
Stear hundió su rostro en el cabello de Candice, amaba su olor a rosas y agradecía que no lo hubiese cambiado. La pareja sucumbió y finalmente el llanto se hizo presente; esta vez eran lágrimas de alegría, de felicidad, lágrimas que sabían a reencuentro y a la vez a incertidumbre. Se degustaban saladas, dulces y amargas en el fondo. Stear levantó su rostro muy despacio, aún con lágrimas en los ojos y con una sonrisa apenas esbozada en los labios acunó el rostro de Candy en sus manos, descansó su frente sobre la frente de ella mientras que ella también alcanzaba las manos del sargento y las acariciaba tiernamente traicionada también por sus lágrimas.
Alistear colocó su nariz sobre la de ella, por unos segundos parecidos a una eternidad estuvo bebiendo el aliento de ella. Sus labios, por alguna razón no podían terminar de encontrar los de Candy que a la vez que se ofrecían sedientos se recriminaban ese deseo; ese deseo abrupto e incontrolable de saborear los labios de Alistear Cornwell en un beso que no llegaba, que no llegaba…
Malinalli, para la Guerra Florida, Abril 2009.
Candy Candy, Cap 8 "Una invitación feliz", Mizuki e Igarashi, Toei Animation; Tokyo, 1976.
Este maravilloso fic fué el primero que leí con Stear como personaje principal, caí seducida de inmediato por la redacción de este fic. Muy bien escrito, con la virtud de dejarte enganchada en cada capítulo, esperando con ansiedad el siguiente.
Jamás había experimentado la sensación de la calidez en el corazón que me dejó un joven emocionado por la llegada de los lunes, por besar la frente de una chica y el rubor que colorea sus mejillas al pensar al amor de su vida.
Una historia llena de valentía, dignidad, buen humor y amor, sin más les presento el capítulo 8 de este maravilloso fic escrito por Malinalli Coy
Capítulo 8 ¿Solos tú y yo?
-Fragmento-
Hacia finales del 1918 un desfile se llevaba a cabo en las calles principales de Londres. En realidad, no era un desfile propiamente dicho, era más bien el retorno de algunos pocos soldados que volvían de diferentes frentes. El pueblo se lanzó en completa algarabía con la esperanza de mirar si entre quienes volvían a casa estaba algún hijo, hermano, primo… Las tropas avanzaban con lentitud hacia sus diferentes cuarteles, algunos irían a la infantería, pero la mayoría se presentaría en la fuerza naval. El fin de la guerra se había anunciado una semana antes y estos eran los últimos batallones que regresaban a casa.
Candice miraba con interés a los jóvenes que desfilaban frente a ella. Su corazón latía a prisa. Todos tenían el rostro cansado, pero había algo en sus ojos que Candice no lograba comprender, probablemente era el confort que les producía el saber que estaban, hasta cierto punto, en casa.
Unos meses después de que dieran por desaparecido a su “esposo” le habían anunciado que había sido encontrado y que ahora estaba sirviendo en medio oriente; sin embargo, Candice y Alistear solo intercambiaron un poco de correspondencia desde entonces. Estando en el frente, Alistear sabía que su vida pendía de un hilo y no se atrevía a seguir hablándole de amor. Por su parte, justo cuando ella estaba dispuesta a arriesgarse con una relación con Stear, había recibido una carta de Albert. Ahora se sentía capaz de confesarle la fatalidad que Patricia estuvo por hacer; el saber que Alistear seguía con vida le hacía sentir que ahora podía encontrar en Candy una especie de apoyo moral; el joven patriarca detalló los acontecimientos en la mansión al enterarse de la desaparición de Stear y el claro contraste con la alegría que les produjo el enterarse meses después que Stear estaba vivo. Además, por supuesto, que se incrementaron las plegarias porque Candice y Alistear volviesen a casa sanos y salvos.
"Será mejor que hablemos cuando volvamos a vernos Candice, por el momento solo puedo decirte que no acepto tu decisión por separarte de mí. Te amo. Volveré a tu lado, espérame amor. Resolveremos esto juntos. Entiendo cómo te sientes. No lleves sola esta responsabilidad; permíteme ser yo quien arregle este nudo. Se hará a mi manera."
Esas eran las últimas palabras en la última carta de Alistear. Candy se preguntaba si el joven seguía pensando lo mismo después de dos años. Se preguntaba cuál había sido su reacción al enterarse de la reacción de Patty. Según Albert, Archie le había escrito lo mismo a su hermano pero él había sido muy discreto sobre el tema. Ahora era el momento de hablar claramente, de tomar una decisión.
- No sé cómo lograste convencerme de venir; en el hospital hay muchas cosas que podríamos hacer – le dijo a Diana con fastidio – ni siquiera conocemos a uno solo de estos muchachos. Me alegra que hayan vuelto y que este horror se haya terminado, pero tú y yo deberíamos estar en el hospital –. En realidad, Candy temía volver al hospital con las manos vacías, como siempre.
-Deja que alguien más trabaje Candy, desde hace tiempo que no tomas ni siquiera unas horas de descanso. Hoy deberías estar por llegar a tu casa en Chicago. Pronto estarías en los brazos de quienes amas, pero has preferido quedarte como voluntaria recibiendo los últimos heridos. Este es el primero de dos días que tienes para descansar después de tu jornada acumulada y seguramente estás pensando en quedarte encerrada en el hospital – Diana había insistido en repetidas ocasiones por convencer a la rubia de que descansara algunas veces y estaba entusiasmada de que esta vez la hubiese convencido. Los comentarios no pudieron continuar porque la feliz multitud se alborotaba con el contingente naval.
Por un momento la rubia enfermera, siendo más bajita que la mayoría de las personas que daban la bienvenida a los soldados tuvo que ponerse de puntitas, levantó su cara con una necesidad que podía reconocer, de pronto su corazón latía acelerado y ella parecía comprender los motivos. Miró de un lado a otro con desesperado escrutinio mientras en su mente revivía cómo Diana la había traído al evento prácticamente a rastras.
Flashback
-Candy ¿No irás a ver el recibimiento de las tropas? – la animó Diana, aunque en el fondo sabía lo que ello significaba para su amiga.
Las tropas fueron y vinieron con frecuencia del mismo destino; al principio la rubia era la primera en estar en la calle y buscar en cada rostro de quienes volvían con la esperanza de localizar el de Stear, pero siempre volvía decepcionada al hospital. Hacía tiempo que no se paraba en la villa Cornwell. Dejó de ir durante el tiempo que sufrió la perdida de Stear y no soportó el dolor de estar sola en un lugar que lo único que hacía era recordárselo en cada rincón. Prefirió refugiarse en su trabajo para no pensar; probablemente de esa manera sus días pasarían más rápidos. Tampoco asistía ya a esos desfiles improvisados; ver marchar las tropas con rostros cansados y en ocasiones temerosos, no era la mejor forma de disminuir su pena.
-No Diana, prefiero quedarme a estudiar un rato; hay algunas dudas sobre rayos X que deseo investigar – le respondió con la esperanza de que su amiga desistiera.
-¡Por favor Candy acompáñame! Estoy segura que el doctor Taylor se sentirá feliz de poder explicarte más tarde cualquiera de tus duduas – trató de sonar animada para contagiar un poco de entusiasmo a su compañera.
Tan pronto como Candy escuchó el nombre del médico más indicado para guiarla en sus dudas la enfermera supo que debía pensarlo dos veces antes de acercarse a él. Un par de meses atrás había llegado al hospital y no perdía oportunidad para entablar una conversación con la joven de ojos esmeralda; se esforzaba constantemente por toparse con ella "casualmente" y llenarla de atenciones. Quizás Diana tenía razón: El médico no tendría inconveniente en ayudarle a comprender, probablemente sería mejor no mostrarse tan interesada en radiología, aunque en realidad era un tema que le fascinaba y el joven médico era una naciente autoridad en el tema.
Fue entonces que lo vio. Su corazón latía precipitadamente, parecía que se le fuese a salir del pecho ¡Era él! ¡Era él! Estaba segura. Esos ojos negros que se depositaban desconcertados sobre ella no podían ser de nadie más sino de él. Candy se apresuró a tratar de acercarse a la fila de enfrente, la más cercana a la calle por donde los soldados pasaban, trató de hacer a un lado a quienes le impedían estar cerca de su soldado favorito pero la multitud se lo impedía. Era una joven frágil tratándose de abrir paso en un muro de gente. Stear disminuyó la velocidad de su paso, solo una palabra estaba en su garganta, una palabra que no lograba salir. Su boca y sus ojos estaban abiertos con asombro, sin embargo, debido al paso del batallón lentamente la fue dejando atrás; vio la desesperación con que ella trataba de alcanzarlo, adivinó que estaba caminado de puntitas pues además tenía que estirar su cuello lo más posible para que sus ojos no perdieran de vista a Alistear Cornwell. Jamás la había visto tan hermosa, jamás había sido tan bella antes sus ojos, ese par de años apartados había sido magnífico para las femeninas formas de la chica que Alistear se moría por tener en sus brazos.
Stear comenzó a caminar mirando fijamente hacia atrás, después tornó su cuerpo y avanzó totalmente dejándose llevar por la tropa. Marchaba alejándose de la rubia sin perder de vista la inmaculada cofia blanca que seguía saltando entre la multitud con el deseo de acercarse. Alistear estaba feliz; en esos días de viaje no podía evitar estar nervioso por no saber nada sobre ella. No pudo avisarle sobre su regreso. Tan pronto como se dio la noticia de la firma de amnistía estuvo listo para presentarse ante sus superiores y estos le indicaron que esa misma tarde partirían a Londres. Pasaron varios minutos desde la última vez que viera a la enfermera, ya varios kilómetros atrás. Finalmente, Alistear no pudo ni siquiera saludar a la rubia pecosa. Ya no faltaba mucho para llegar a su cuartel y él había perdido de vista a Candy, por eso de vez en vez seguía mirando hacia atrás.
-¡Cornwell! –La voz de su superior, que lo miraba con enfado por la forma en que él caminaba hacia atrás (aunque en la misma dirección de sus compañeros) lo arrebató de su concentración por distinguir a Candy en el mar de gente. Un soldado que conocía a la pareja le había indicado al Mayor la relación entre el soldado y la enfermera, rápidamente, al ver la curiosidad con que el hombre los inspeccionaba le había explicado la ausencia del joven.
-¡Sí señor! – Stear trató de sonar tan convincente como le fue posible.
-¡Su tropa sargento! – le gritó el Mayor seriamente - ¡No olvide que ésta sigue siendo su tropa!
-¡Sí señor! – con voz alta y firme, Alistear tomó su lugar correcto al frente del batallón que avanzaba y trató de concentrase en el avance.
-¡Cornwell! – repitió furioso el Mayor.
-¡Señor!
-¡Mientras más pronto lleguemos al cuartel más pronto recibirá su baja! – el viejo oficial le sonrió paternalmente. Stear se paró en seco ¿Había escuchado bien? Sí, era un hecho, el infierno había terminado y pronto estaría en casa.
-¡Camina Stear! – sus compañeros le ayudaron a entender que todos deseaban terminar con esta pesadilla.
Alistear miró nuevamente al Mayor, que se tomó su tiempo para hacerle una seña con su cabeza en nuestra de consentimiento. Stear apretó las correas de la mochila que la habían asignado nuevamente y caminó erguido y con mayor gallardía entre las discretas bromas del resto de sus compañeros. Ella estaba bien. Él estaba seguro de que era ella.
Los peores días en la guerra no fueron aquéllos meses en que estuvo en coma. Los peores días fueron los de Mayo y Junio de 1917 en que hasta el frente llegaban noticias sobre los bombardeos de los que la vieja Londres había sido víctima. Verla ahora tan mujer, tan ensimismada en su mirada, le producía al joven una sensación de bienestar nunca antes experimentada.
Candy seguía sin poder creer lo que había sucedido, ¿Ese sargento tan gallardo era realmente Alistear Cornwell? ¿Había sido una alucinación? Probablemente su deseo de volver a verlo, el hecho de ver a quienes volvían del frente, la forma en que él la miraba… probablemente todo se había confabulado para crear ese hermoso sueño.
Una vez que los soldados dejaron de pasar por las calles la multitud que les dio la bienvenida se dispersó. Candy ya no pudo encontrar a Diana, pasó un par de horas sentada meditando sobre lo que había experimentado al volver a toparse con la mirada de ese par de ojos negros. Su estómago era como un revolotear de mariposas, su rostro se había sonrojado, ninguna palabra pudo escaparse de su boca; tal era el estado en que Alistear la había visto.
Respiró hondo, tragó saliva y limpió las últimas lágrimas; decidió que debía volver al hospital, pronto oscurecería, sería mejor apresurarse; aunque pensándolo bien, este era su día libre; por primera vez en dos años ella había tomado algunas horas para descansar, para apartarse un poco del sufrimiento de los jóvenes soldados.
En este momento ella no podía pensar en nada más que en Stear. Stear y su siempre buen humor, Stear y su ingenio, Stear y su deseo de protegerla, Stear y su idea de hacerse llamar paladines frente a la hermana María, Stear y su deseo de ser feliz… tomó su caja de la felicidad y recordó lo que Alistear le había dicho que sucedería cada vez que la escuchara "… te sentirás más feliz… " le había dicho, inexplicablemente había tenido razón, por primera vez la caja estaba sonando después de una par de años en que Candy se había negado a abrirla.
Ella llevaba su cabello recogido en una cola de caballo alta coronada con su cofia, su uniforme blanco y almidonado hacía un pequeño ruidito a cada paso, el discreto taconeo de sus botas se acentuaba con la soledad de la avenida. Ella estaba cabizbaja sin poder olvidar los ojos profundamente negros de aquel sargento que apenas había podido ver por unos segundos y que había creído era Stear, su Stear.
Dio la vuelta en la última calle antes de llegar al hospital, se quedó paralizada de miedo, ya era de noche, los minutos caminando habían dado paso al manto nocturno y una sombra corría hacia ella desde el otro lado de la esquina. Candy quiso salir de ese lugar solitario, pero la esquina más próxima era precisamente de la que provenía la sombra del hombre. Trató de conservar la serenidad, respiró profundo y siguió caminando, el hombre se detuvo cuando estuvo a corta distancia, lo mismo hizo ella, se contemplaron nuevamente sin poder emitir una sola palabra por un momento. Un cosquilleo delicioso recorrió el cuerpo de ambos, sus pasos avanzaron lentamente para cerrar la distancia con prudencia. Sus húmedos ojos se esforzaron por detener las lágrimas.
Fue cuando Alistar tuvo un tierno recuerdo y lo único que pudo hacer fue citar la primera conversación que tuvo con Candy; finalmente las lágrimas lo habían traicionado, sus manos temblaban, sus piernas se debilitaban ante el amor de su vida, se preguntó qué aspecto tendría
-:
-"¿Paseando sola, eh?*" – dijo después de tragar saliva, con su voz entrecortada. Anhelaba tomarla en sus brazos, pero estaba convertido en una estatua, lo único que pudo hacer fue sonreír.
-"No estoy paseando, me han dejado sola*" - Candy tampoco era totalmente dueña de sí misma, estaba a punto de arrojarse al cuello del soldado, pero le gustaba ese juego de palabras casi infantiles que Stear había iniciado.
-"¡Qué lástima…!*" – continuó Alistear. Por fin sus pies le obedecieron y cerró toda distancia con Candy. Sus labios estaban a unos cuantos centímetros de los labios de Candy – "Yo te llevaré a casa*"
-"Gracias*" – logró articular Candice, sin siquiera parpadear, estaba embelesada por la sonrisa de Stear; en el fondo siempre había tenido la certeza de que tarde o temprano volvería a verlo. Estaba segura de que volverían a casa y este era el día, como en la ocasión que se conocieron-. Solo espero no terminar en el fondo porque esta vez no sería el lago Michigan, sino el océano Atlántico – agregó con voz emocionada.
Stear le extendió la mano para invitarla a acompañarlo. Ella aceptó el gesto, sus dedos se entrelazaron y Alistear la rodeo en sus brazos mientras que ella se aferraba al cuerpo de su paladín con una necesidad nueva, la necesidad de sentirse mujer… una mujer amada por el hombre que su corazón desea.
Stear hundió su rostro en el cabello de Candice, amaba su olor a rosas y agradecía que no lo hubiese cambiado. La pareja sucumbió y finalmente el llanto se hizo presente; esta vez eran lágrimas de alegría, de felicidad, lágrimas que sabían a reencuentro y a la vez a incertidumbre. Se degustaban saladas, dulces y amargas en el fondo. Stear levantó su rostro muy despacio, aún con lágrimas en los ojos y con una sonrisa apenas esbozada en los labios acunó el rostro de Candy en sus manos, descansó su frente sobre la frente de ella mientras que ella también alcanzaba las manos del sargento y las acariciaba tiernamente traicionada también por sus lágrimas.
Alistear colocó su nariz sobre la de ella, por unos segundos parecidos a una eternidad estuvo bebiendo el aliento de ella. Sus labios, por alguna razón no podían terminar de encontrar los de Candy que a la vez que se ofrecían sedientos se recriminaban ese deseo; ese deseo abrupto e incontrolable de saborear los labios de Alistear Cornwell en un beso que no llegaba, que no llegaba…
Malinalli, para la Guerra Florida, Abril 2009.
Candy Candy, Cap 8 "Una invitación feliz", Mizuki e Igarashi, Toei Animation; Tokyo, 1976.
Sé que suspiraron tanto como yo al leer este capítulo, y para seguir con esta celebración les traemos un regalo
Quienes ya leyeron el fic sabrán a qué escena pertenece
Para ganarla deberán decirnos cuál es su escena favorita del fic NO DE ESTE CAPÍTULO 8 Y... QUE NO HAYA SIDO MENCIONADA EN UN COMENTARIO ANTERIOR.
Esto es muy importante por que si se repite no podremos entregarla
Estos son los links de este fic
AVANTI
CAPÍTULO 1
¡Seguimos con nuestra celebración!
Última edición por Mimicat Cornwell el Sáb Abr 21, 2018 9:13 pm, editado 3 veces