Continuando con los trabajos de nuestra Dryade Maly
hoy les traemos su más reciente trabajo.
Un fic diferente, con todos los ingredientes
necesarios para una gran historia.
El protagonista es
ARCHIBALD CORNWELL
Disfruten del primer capítulo de esta historia
.
Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarashi, TOEI Animation, Tokio 1976, usados en este fic sin fines de lucro.
Prólogo
Di por hecho que te tendría por siempre.
Apareciste frente a mí en los momentos más divertidos, también en los más tristes, incluso, en los más tortuosos.
Siempre noble, siempre fiel, siempre mi amigo.
Me regañaste en mis deslices, me protegiste en mis tristezas incluso de mi misma, me miraste apasionado.
Me quitaste de encima esos mal intencionados brabucones que se burlaron de mi inocencia en nuestra infancia, ¿lo recuerdas?.
Tu puño estuvo presto hacia quien me hiciera sufrir. Y la hoja de tu espada fue blandida por tus celos disfrazados de patriotismo.
Me tomaste en tus brazos en mi delirio, sanaste mi alma.
Fuiste refugio, fuiste amigo, fuiste incondicional; ¿Por qué nunca pude notarlo? ¿Por qué permití que te fueras de mi lado?
Te extraño.
Capítulo 1
Petit-maître
Petit-maître
Archivald Cornwell Andrew era un caballero exitoso de 34 años. Era uno de esos hombres célebres en Instagram. Sus seguidores se contaban por millones. Las chicas se deleitaban con su físico y los chicos, ellos lo tomaban como un objetivo, le miraban con celo, con envidia; pero siempre estaban al tanto de la última fotografía publicada.
Antes de las olimpiadas de Río ya tenía muchos seguidores, sin embargo, desde que una de las cámaras lo enfocó durante el desfile de apertura muchas chicas comenzaron a preguntar en sus redes la identidad de ese guapísimo hombre: atlético, de pelo largo y sedoso muy bien peinado, con ojos de miel y sonrisa autosuficiente. No faltó alguna indiscreta que lo conociera y le echara de cabeza. Ese fue el salto a la fama. Durante la ceremonia de premiación de esgrima, cuando pusieron su medalla de plata en el cuello, ya su cuenta de Instagram era una de las más populares en el mundo.
Por la prensa salieron a luz muchos detalles de este guapísimo hombre: Supieron que siempre había tenido una íntima relación con las cámaras. También se enteraron de otras cosas más: ¡Que es soltero! ¡Que no tiene compromiso! ¡Que enviudó muy joven!
Además, averiguaron que desde pequeño es un petimetre, que es el segundo heredero más poderoso de Chicago, que es un licenciado en leyes exitoso y representante legal del consorcio de su familia, que se da tiempo para pasar horas en el gimnasio, que nadie sabe más que él de relaciones públicas, que no necesita un asesor de imagen porque es un experto, que es políglota, que gusta de las artes, que no tiene vicio, que tiene una vida social envidiable, que compra en las tiendas más exclusivas que adora el esgrima, que odia el teatro, que también odia volar y que jamás regala rosas.
La pregunta que todos se hacían era si Archie – como le llamaban sus amigos más íntimos – tenía debilidad por las mujeres o si las mujeres tenían debilidad por él. Esa era la pregunta del millón. “Quizás el mundo nunca lo sabrá…” -bromeó un periodista. La única respuesta que recibían los micrófonos durante las entrevistas cuando se atrevían a preguntarle sobre su vida privada era una sonrisa llena de encanto, capaz de derretir a cualquier reportera.
Archie era alto, de finas facciones, de cabellera un poco más abajo de los hombros, con una barba de candado que enamoraba a cualquiera, con un cuerpo trabajado en los mejores gimnasios, asesorado por los entrenadores de élite.
Vivía solo; en un departamento lujoso de la exclusiva zona Gold Coast de Chicago. La decoración era más bien moderna, con el blanco como color base, combinado con detalles en rojo y negro. Su departamento estaba en el último piso de su edificio, tenía enormes ventanales que permitían el paso de la luz y además guiaban a las cortinas en sensuales bailes que lo invitaban a contemplar la bahía. En la azotea de su departamento tenía un delicado jardín; había pagado una fortuna a un paisajista, pero había valido la pena. Casi no pasaba tiempo en ese lugar, aunque le gustaba saber que estaba ahí.
En la sala, sin el más mínimo esfuerzo por esconder su vanidad, Archie poseía un enorme estante donde exhibía una envidiable colección pulcramente acomodada de premios de esgrima; desde su club local, sus campeonatos nacionales, hasta aquéllos organizados por la International Fencing Federation. Archie incluso estaba orgulloso de su medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Sin embargo, no era esta medalla la que ocupaba el lugar de honor de la colección. En el centro de la pared, en una caja larga de cristal al plomo italiano, con una lámpara de luz blanca, descansando sobre ganchos bañados de oro estaba una modesta espada, perfectamente afilada, la hoja había sido forjada nuevamente.
Era tan modesta, que todo visitante al departamento se sentía sorprendido porque ocupase tal lugar en la colección, pero cuando preguntaban la razón lo único que tenían por respuesta era el silencio del heredero más codiciado de Chicago. Sólo él sabía por qué estaba ahí. Siempre recordándole su rechazo por cierto aristócrata inglés. La guardaba para no permitirse olvidar. Esa espada en la pared era la representación más fidedigna de su vida misma: La llevaba aún clavada en su alma y su herida no le permitía ser feliz. ¿Quitar la espada de la pared? Ni pensarlo.
Eran casi las once de la mañana, un sábado, Archie aún dormía, descansando la última noche de fiesta. Sobre su atlético cuerpo desnudo percibía el peso de una larga pierna femenina. Lo abrumaba, no recordaba el nombre de esta chica, siempre era una diferente. Aunque era muy elitista, siempre había una chica apropiada dispuesta a pasar la noche con él; algunas de ellas estaban enamoradas, otras eran aves de paso, pero ninguna, hasta el momento había logrado conquistar el corazón de ese hombre.
El teléfono celular sonó varias veces antes de que Archie decidiera que lo apagaría. Por fin su mano descubrió a tientas el dispositivo y con ojos cerrados encontró el botón de silencio. El hombre ni siquiera se desprendió del antifaz para dormir. Estaba dispuesto a seguir durmiendo cuando el teléfono empezó a vibrar, por fin se dignó a averiguar quién le llamaba.
-¡Rayos! – dijo molesto, aún entre sueños. Era el número telefónico de su tío Albert en la pantalla, con su sonriente fotografía teniendo como fondo el Serengueti.
Ignoró la llamada esperando que su tío se cansara.
Del otro lado del Atlántico, en Londres, su tío tamborileaba los dedos sobre su escritorio. Estaba seguro de lo que su sobrino había estado haciendo; ya no era un muchacho, pero se comportaba como tal. Era verdad que era un profesional en los negocios y que no debía de preocuparse por nada con Archie como representante legal del consorcio en el área de minería, pero su vida personal estaba vacía, no podía definirla como un lío porque era más bien… como un cabo suelto.
Pasaron dos minutos sin respuesta. Archie dejó de percibir la insistente llamada, suspiró aliviado, quitó la pierna de la chica sobre su cuerpo y se acurrucó muy lejos de ella, finalmente, la cama era muy grande, no tenía por qué soportar que alguien durmiera sobre él.
Estaba dispuesto a volver a dormir, cuando el teléfono comenzó a vibrar de nuevo. Supo que no tenía escapatoria, tenía que responder. Tomó el teléfono, se levantó de la cama del cuarto de visitas – porque Archie jamás compartiría su propia cama – y caminó sin preocuparse por cubrir su desnudez para dirigirse a su recámara.
-Dime tío – respondió aún con sueño.
-Gracias por responder – Albert tenía una sonrisa triunfal en su rostro, había ganado una vez más, no por nada era el empresario del año, según Forbes.
-Ajá – mientras abría las llaves para preparar la tina, Archie se espabiló tratando de prestar atención.
-Necesito… - esta vez sonaba un poco seria la voz, casi con dolor.
-¿Pasa algo, tío? ¿Hay alguna queja? – Archie solo podía pensar en los negocios. Hacía tiempo que no había asuntos familiares que le incumbieran. La vida de su familia podía desplomarse, a Archie nada de eso le importaba.
-No, Archie, no pasa nada. Bueno – titubeó antes de llenarse de valor –. Archie, necesito que me hagas llegar el acta de desaparición de Stear – sabía que estaba tocando una fibra muy delicada, así que le dio tiempo a su sobrino de reaccionar.
-¿Disculpa?
-Necesito el acta de desaparición de Stear – repitió con delicadeza.
Hubo un silencio en la línea. De pronto Archie estaba muy despierto. Stear, su hermano, su figura era lo único que le recordaba que había sido parte de una familia. Su hermano y su primo eran lo más cercano a una familia, pero ahora ya no estaban, él estaba solo.
-¿Archie, sigues ahí?
-Sí tío, aquí estoy – por fin reaccionó – ¿Para qué la necesitas?
-Archie, ya han pasado muchos años. No hemos encontrado a tu hermano. Es necesario que su herencia pase a tus manos.
-Pero tío, no…
-Archie, entiendo lo que sientes – Albert habló con comprensión – pero ya son más de 10 años; de hecho, muchos más. Por ley, debemos hacer los trámites para declarar muerto a Alistar – era claro que William Albert tenía un nudo en su garganta.
-Por favor tío, solo un poco más…
-No Archivald, debes continuar con tu vida…
Archie comprendió de inmediato que aquí venía uno de esos mini discursos del patriarca, así que decidió detenerlo:
-Está bien tío, te la enviaré esta tarde –. Colgó el teléfono sin decir más.
En un arrebato el joven gomoso aventó su teléfono para destruirlo mientras se sentaba en la tina casi vacía. Odiaba la invasión a Afganistán y todo lo que tuviera que ver con ello. Aún estaba resentido con su hermano. ¿Cómo se había atrevido a dejarlo tan solo? Se negó a llorar una vez más. Stear no se lo merecía ¿acaso su hermano había pensado en él? ¿entonces, por qué él tenía que sufrir su pérdida?
-¿Decidió irse al infierno? ¡Pues que se vaya al infierno!
Sí: La prensa sabía lo que el hombre millonario deseaba que supieran. Pero no sabían absolutamente nada sobre él. Había mil cosas en su compungido corazón que solo aquéllos que lo conocían comprendían; lo único malo, era que solo había una persona en el mundo que podía asegurar tener ese privilegio: su tío; solo William Albert Andrew era capaz de reconocer aún a aquél chico con idílica adolescencia dentro de este nuevo Archivald.
La prensa, los “amigos”, los compañeros de trabajo, unos padres siempre ausentes, una vieja tía que parecía haberse quedado en el siglo pasado; ninguno de ellos podía ver dentro de Archie.
Nadie comprendía que si estaba soltero era porque así lo había decidido. Tampoco adivinaban que se sintió una bestia egoísta cuando su esposa murió porque lejos de sentir pesar indescriptible se había sentido aliviado. Su matrimonio lo ahogaba, quería mucho a su esposa, pero no la amaba y, cuando finalmente perdió la lucha contra el cáncer él se retiró a su recámara, no para llorar desconsolado, sino para estar solo y valorar ese peso que le era quitado de la espalda. Todos pensaban que era feliz con los millones que poseía, no podían discernir que él no quería ese dinero. Nadie imaginaba los millones que invertía en buscar a su hermano. Archie preferiría quedarse sin dinero si su hermano volvía a estar con él para aconsejarlo, para inventar de nuevo, para participar en la siguiente misión a Marte, para ser el capitán del vuelo.
Las horas que pasaba en el gimnasio, que le ayudaban a esculpir su cuerpo, no eran otra cosa sino el grito desesperado de la energía que por las noches lo invadía, que llenaba sus sábanas de humedad, frustrado por la ausencia que aún no reconocía, que se negaba a aceptar. Ella no le hacía falta. Él era feliz sin ella.
Era un astro en relaciones públicas y un desastre en relaciones íntimas. No era ya capaz de crear lazos estrechos. Se alejó de todos. Su vida era el trabajo.
Nadie imaginaba que su amor por el esgrima nació de un desafío personal: Nadie volvería a colocar una espada sobre su pecho, como aquélla tarde de verano escocés. Que nunca vería teatro de Shakespeare porque cierto actor de quinta le ponía los pelos de punta; habían pasado los años, pero seguía siendo un mal criado. Broadway lo aclamaba ¡ja! ¡se conforman con tan poco!
Nadie sabía que sus manos sudaban frío cuando viajaba en avión. Que prefería manejar miles de kilómetros, aunque fuese más cansado porque el pecho le dolía de recordarlo, de pensarlo, de extrañarlo, de añorarlo; de desearlo de nuevo consigo… a su hermano.
Y la preguntan que todos se hacían… Archie no era adicto a las mujeres. Sólo a una. Pero curiosamente, no quería saber nada de ella. Ella era como el alcohol a los alcohólicos en recuperación. Hacía años que no la miraba. Ella había estudiado medicina; tenía una especialidad en Medicina del Trabajo y trabajaba en aquélla mina que alguna visitó en su juventud; aquélla única ocasión en que se atrevió a hacer trabajo pesado solo para que ella estuviese tranquila. Las manos le dolían, no sabía tomar un cuchillo, pero ella lo necesitaba. Él haría cualquier cosa por verla sonreír.
Supo que vino al funeral de su hermana y él prefirió ignorarla amparado en la multitud de gente que lo acompañó en aquél día. Ni siquiera por curiosidad buscaba su nombre en las redes sociales. La última vez que Albert se atrevió a hablarle de ella fue cuando formalmente dejó de ser una Andrew; no entendía por qué su tío se lo decía, ¿acaso no se había dado cuenta que ella ya no le importaba?
-¿Ella te pidió que me dieras las gracias? Bueno, pues “de nada”. Si ella también quiere irse, que se vaya. La puerta está muy ancha.
Después de todo, quizás haber abogado por ella para que fuese parte de su familia no había sido la mejor idea. Qué bueno que ya no había tenido que volver a verla.
Malinalli, 10 de octubre 2016. -Comentarios en mi perfil -.
¿Qué les ha parecido la historia?
Fenomenal yo sé, Pueden seguir disfrutando de ella en este link
INFERNUM CAP 2
Y como siempre tenemos un regalito
REGALO AQUÍ