Respondiendo al reto de Lady Lyuva (Un fic para Tom), con un poco de retraso. Si no pasé el reto por esto, acepto la amonestación y el castigo correspondiente, siempre y cuando no sea nada visual, ya que soy una nulidad en ese tipo de trabajos.
Dedicado a mis queridas Musas; un fic para Tom y como me toca pasar la estafeta:
reto a Mimicat, a que nos traiga un fic de los tres paladines durante “tiempos felices en Lakewood.”
Dedicado a mis queridas Musas; un fic para Tom y como me toca pasar la estafeta:
reto a Mimicat, a que nos traiga un fic de los tres paladines durante “tiempos felices en Lakewood.”
El pajarito que se convirtió en fénix.
Era un muchacho criado en el campo. Amante de los animales y la naturaleza, llevaba una vida tranquila sumido en su rutina y el arduo trabajo que veía bien recompensado con la prosperidad de su rancho.
Poco quedaba del niño pequeño y esmirriado que había llegado al Rancho Steven’s cuando había sido adoptado por su ahora querido padre, el viudo señor Steven. Tom había crecido en esa tierra que amaba y que había hecho prosperar hasta ser uno de los ganaderos con más cabezas de animales en su haber. Aunado a la afición por los caballos de carreras, de los que se había convertido en uno de los criadores más prolíficos de la región. Y a pesar de que su fama se acrecentaba, Tom continuaba siendo un hombre sencillo que gustaba de seguir su rutina.
Trabajaba de sol a sol de lunes a viernes. Pero los sábados acostumbraba ir al pueblo, filtrear con alguna de las chicas bonitas que paseaban por la plazuela y quizá, invitar a almorzar a una o dos. Tom era considerado un gran partido y jamás escuchaba una negativa a pesar de ser un poco hosco en sus modales, pues tenía fama de portarse como caballero al menos, a la vista de todos. Jamás había puesto en entredicho la reputación de ninguna jovencita, aunque eso no significaba que en realidad fuese tan bien portado, solo que su padre lo había educado bien. Tenía fama de “ojo alegre”, pues nunca se le había visto dos sábados seguidos en compañía de la misma mujer.
Hacia la tarde-noche, regresaba al rancho. Su gente había terminado la jornada y acostumbraba tomar un par de cervezas con los hombres mientras charlaban. No les permitía emborracharse, si querían continuar la farra, tenían claro que debía ser fuera de la propiedad Steven’s.
En aquellas charlas, Tom conocía mejor a su gente: Sabía que Dalton recién se había estrenado como padre. Claro, él sería el padrino, como lo era de incontables chiquillos con quien se mostraba siempre generoso; que Joseph estaba próximo a casarse con Kate, quien laboraba en la cocina de la casa y que los cigarrillos que él fumaba sin cesar, se debía a los nervios de todo soltero que está próximo a dar el paso; que Johnny tenía el sueño de abrir su propia quesería algún día y que ahorraba con empeño aunque Tom le había propuesto apoyarlo en más de una ocasión. Los hombres de honor no buscaban ayuda para dirigir su vida y aunque Johnny no llegaba a los 20 años, Tom lo respetaba por aquel orgullo mostrado. Tom era considerado un patrón noble e interesado en su personal.
Cada domingo, desayunaba con su padre en una calma contrastante con el ajetreo de los demás días. Le ponía al tanto de los negocios y le pedía su opinión, pues aunque ya todos los menesteres del rancho eran su responsabilidad, respetaba enormemente la palabra de su padre.
Más tarde, iba al Hogar de Pony al dejar las compras que Dalton había realizado previamente. Para Tom era un pretexto de saludar a las mujeres que lo criaron casi desde bebé, escuchar algunas de las necesidades que podía ayudara cubrir y siempre jugaba un poco con los pequeños del hogar. Le ayudaba a mantener la mente clara y los pies sobre la tierra. Era regresar a sus raíces y no olvidarse de ellas a pesar de la prosperidad que lo envolvía ahora.
Fue uno de aquellos domingos cuando la vió por segunda vez. La primera había sido en aquella fiesta que Albert organizó en honor a Candy en el Hogar de Pony. Pero en aquella ocasión no había puesto atención debido al gusto de saludar a Annie luego de tantos años y de charlar con Candy, a quien había visto feliz y enamorada aunque el par de tórtolos aún no lo reconocía entonces. Todavía seguía a la espera de la carta en la que su hermana le comunicara su noviazgo con Albert, pero al parecer aún no se atrevían a dar aquel paso.
Pero aquel domingo, Thomas sí puso atención. Quizá porque presentía que aquella chica sería parte de su vida en adelante, de esa rutina que lo llevaba cada domingo al mismo lugar. O quizá porque nunca había conocido una muchacha que aparentaba tener un corazón viejo en un cuerpo lozano.
A Tom le recordó a un pajarito que había permanecido toda la vida encerrado en una jaula. Ahora, que dicha jaula no existía, el pequeño pajarillo parecía tener miedo de volar.
Se adivinaba que el pequeño pajarito había tenido tiempos de felicidad y de agonía reflejado en ese eterno luto de sus ropas negras. Porque solo una persona que ha sido feliz y luego lo ha perdido todo, puede tener en el rostro el eterno gesto de melancolía que siempre profería el rostro de la dulce chica.
-“¿Recuerdas a Paty? Es la nueva maestra del Hogar de Pony”, -había dicho la hermana María al presentarla. Apenas si lo miró. Era una muchacha que vestía elegante, seguro con una educación privilegiada, ¿Por qué había decidido trabajar en aquél inhóspito lugar? Algo que ocultar… Algo que borrar… No podría ser una de esas señoritas que iban a dejar a sus niños al orfanato, como si fuesen un error en sus impecables vidas. No, ese tipo de mujeres nunca se quedaban, ella en cambio, había decidido vivir allí y dar clases. Probablemente el sitio le confería la misma serenidad que a él. No podría saberlo, pero lo intuía. Tom era bueno leyendo a las jovencitas, aunque esta parecía ser muy distinta al tipo de mujeres que había conocido a lo largo de su vida.
Las primeras veces, apenas le dirigía la mirada y cruzaba con él solo lo necesario. Pero poco a poco la chica fue bajando sus defensas y adaptándose a la presencia del chico.
Tom había cuestionado a la señorita Pony sobre la actitud de Pajarito, como la llamaba en su fuero interno. Y ella con la sabiduría que conferían los años, solo le había pedido paciencia con ella. Siempre había estudiado en internados, no estaba acostumbrada a convivir con varones. Había salido de su país por la inminente llegada de la Gran guerra, donde había perdido seres queridos y ahora solo buscaba paz en su corazón. Qué mejor manera de hallarla que la vida en el campo y encima, compartiendo sus conocimientos con los niños. Era una buena obra con la que todos ganaban.
Pero Tom no pensaba lo mismo. Paty era muy joven para encontrarse confinada en una casita en medio de la nada. Necesitaba un poco de diversión, salir y conocer el mundo. Aunque quizá Pajarito conocía mejor el mundo que él mismo. Buscaba la forma de acercarse a ella y ayudarla a abrirse, pero parecía que nada tenían en común.
Si Tom hablaba de su orgullo, sus caballos, ella declaraba no saber montar. Si Tom mencionaba algún evento del pueblo, como algún baile, Paty ni se inmutaba. “No me gustan los bailes” declaró en una ocasión con la suficiente firmeza para que Tom le creyera.
Al ser una muchacha instruida, Tom pensó que podía pedirle recomendaciones sobre lectura, pero ella alegó no ser muy versada en el tema.
El acabose fue cuando Tom comentó en la comida del domingo, sus intenciones de comprar un tocadiscos para que los niños del Hogar pudiesen escuchar música. Simplemente ella salió corriendo con lágrimas en los ojos. El muchacho no sabía qué hacer ante tal exabrupto.
Acostumbrado estaba a que las mujeres hicieran de todo con tal de ganar su atención, le sorprendía que nada funcionase con Paty y al contrario, ahora había dicho algo que la molestaba al grado de hacerla llorar. ¡Qué difícil era intentar contentar a Pajarito! Pero no había imposibles para un hombre como él. Así que después de salir de su perplejidad, se excusó y quiso salir detrás de ella.
-Tom, déjala. Debe sacar su dolor o lo seguirá teniendo guardado en el corazón… -irrumpió la señorita Pony al ver su intención
-Madre, no puede pedirme eso. No soporto verla en ese estado. Ninguna mujer debería permanecer siempre en agonía. Es inhumano
-Los tiempos de Dios son perfectos. Ella sanará cuando sea conveniente para sí misma.
-Los caminos de Dios también son perfectos, hermana María. –Contratacó- Y Dios quiso que yo apareciera en su camino por algo. Y si ese algo es ayudarla de algún modo, no tenga duda de que lo haré
Tom permanecía de pie expectante. Un asentimiento de cabeza de la señorita Pony le hizo saber que le brindaba el beneficio de la duda. Y lo iba a aprovechar. Salió corriendo rumbo a la colina y no se equivocó. Paty se encontraba en aquel sitio sollozando.
Por un instante no supo qué hacer. Nunca había tenido que consolar a una chica. Pero luego recordó que cuando Candy iba a la colina para esconderse y llorar sin que nadie la viera, hacía un movimiento involuntario: se abrazaba a sí misma. Nunca se había atrevido a revelar su presencia porque sabía que la enfadaría. Pero ahora era muy tarde, Paty lo había visto y además sentía la imperiosa necesidad de hacerla sentir mejor. Sin dudarlo, la estrechó entre sus brazos y acarició su cabello susurrando palabras de consuelo. Y por una vez en mucho tiempo, Paty se dejó llevar.
Ella nunca había conocido un hombre tan fornido y mucho menos abrazado. Su piel bronceada le confería un aire sensual que Paty nunca había percibido en un muchacho. Porque a pesar de su gesto adusto, la coquetería en sus ojos miel, revelaba la verdadera edad de aquel hombre. Jamás imaginó que pudiera hablarle con dulzura con lo grave de su tono de voz y ni en sus sueños más locos imaginó que alguien como él, podría hacerla sentir segura con un simple abrazo.
En sus brazos se sentía en paz. Era como si estuviese hecha para amoldarse a ellos. Y su aroma a loción ambarada inundaba sus fosas nasales causándole un placer inusitado. Pequeños besos cubrían su frente y cuando se atrevió a mirarlo, los labios que momentos antes producían palabras de aliento, cubrieron los suyos.
La dulce actitud protectora de Tom, cambió a una posesiva y apasionada. Y ella, la chica tímida que apenas y se atrevía a hablarle en días pasados, abrazó el cuello masculino con un ansia que jamás había sentido mientras lo dejaba profundizar el beso. Sin embargo, cuando tomó conciencia de lo que hacía, se separó de tajo y le dio la espalda.
-¡Por Dios! ¡Apenas te conozco! ¡No… No puedo hacerle esto! –exclamó alarmada
Tom, intentando calmarse, no perdió detalle de sus palabras
-¿”Hacerle esto”? ¿A quién? ¿A un novio que no te ha visitado en semanas? ¿Qué te abandonó..?
-Que me abandonó… -repitió ella en un susurro
-¿Y quién es el imbécil que se atrevió? ¿Por qué quieres guardarle respeto si no está contigo?
-Stear. Se llamaba Alistear Cornwell y falleció en combate…
Tom recordó las palabras de la señorita Pony respecto a sus seres queridos fallecidos en la guerra y se sintió estúpido.
-¿Era tu esposo? ¿Por eso vistes siempre de negro?
-No. Ni siquiera llegamos a comprometernos…
Ante la mirada confundida del hombre frente a ella, Paty creyó que debía explicarse:
-Lo amaba…
-Sí. Eso está claro
-Nos conocimos muy jóvenes, en un colegio de mi natal Londres. Y estuvimos juntos mucho tiempo. En sus cartas, yo intuía que a su regreso formalizaríamos. Era un hombre dulce y bueno que no merecía lo que le pasó. Su coronel nos contó que no había querido matar a nadie en combate. Sí, toda su familia puso la misma cara de sorpresa que tú. Pero ese era Stear. El día de su funeral, quise morir ahí mismo. Pensé que nada valía la pena ya. Y luego, cuando vine aquí con Candy, tuve un presentimiento. Todo es tan hermoso aquí que quise quedarme. Sentí que en este lugar podría recuperar las ganas de vivir, que encontraría un sentido a mi vida. Lo hablé con mis padres y heme aquí.
-Pero Paty, si te la pasas encerrada
-El trabajo me ha fortalecido. La convivencia con los niños ha alegrado mi día a día. Estoy feliz aquí. No hagas que me arrepienta de mi decisión
-¿Lo dices por el beso que tan dispuesta correspondiste?
-¡No seas grosero!- respondió alzando la voz
-Solo digo la verdad. Pero no has dicho qué tiene que ver tu noviecito con la música o por qué te pusiste así.
-Candy me obsequió una caja de música que Stear construyó antes de partir al frente. Pensé que era todo lo que me quedaba de él y me aferré a ella durante mucho tiempo. Hasta que se descompuso.
-¿Y por eso los niños deben privarse de escuchar música?
-¡No! No quise hacer un drama de ello. Es solo que en ocasiones no puedo evitar sentirme triste. Intento aguantar por los niños, pero a veces siento que me ahogo, que no hay manera de dejar el dolor atrás. Y los recuerdos llegan en momentos inesperados…
-Entiendo. ¿Sabes lo que necesitas? Una cita conmigo
-No.. No estoy preparada, lo lamento
-Tu fogosidad me demostró otra cosa… -declaró con cinismo
-¡Si continúas faltándome al respeto, no volveré a dirigirte la palabra! –Exclamó la muchacha con las mejillas encendidas y cruzando los brazos
-Está bien, está bien. –aceptó el vaquero mostrando las palmas de las manos- Vamos a hacer una tregua. No puedo creer que una señorita educada como tú, no pueda recomendarme un buen libro
La chica suspiró audiblemente y comprendió que el cambio brusco de tema era intencional por parte de Tom ahora que había conseguido sacarle mucho más que las pocas palabras que cruzaba con él, en el almuerzo de los domingos.
-Lo mío era la ciencia. En el colegio, mis materias favoritas eran las referentes a la ciencia. Por ello me encanta hacer experimentos con los niños y estar en la naturaleza aprendiendo de ella.
Escucharla hablar, seducía al chico de una forma que no había sentido con nadie. Y quiso seguir escuchándola a pesar de estar acostumbrado a ser el acompañante que más hablaba en todas las ocasiones.
-Podríamos ir a la librería del pueblo a buscar libros de ciencia. Para que enseñes a los niños. Y de paso, que nos recomienden algo para leer.
-No creo que sea buena idea…
-¡Debes hacerlo por los niños! No puedes ser egoísta ante la posibilidad de ampliar la biblioteca del Hogar
-Está bien – aceptó aún dándose cuenta del evidente chantaje
-Mañana
-Mañana…
-Tengo una condición
-¿Tú? Bien, dime – dijo con una pequeña sonrisa
-Puedes usar lo que quieras, siempre y cuando no vistas de color negro- pidió alzando las cejas
-¿En qué siglo crees que estamos? ¡Puedo vestir como más me guste!-respondió levantando el mentón
- Recuerda que lo haces por los niños, Paty.
-¡Argh! ¡Eres imposible Thomas! Pero yo tengo otra condición: No vuelvas a intentar besarme
El muchacho la observó cambiando su gesto juguetón por uno serio. Y sin embargo no tardó en responder
-Si es tu decisión, la respetaré
Al día siguiente, Tom pasó muy temprano por Paty. Llevaba una pequeña carreta a sabiendas de la aversión de la susodicha por montar a caballo. Enfundada en un vestido azúl marino, Tom pareció complacido luego de recorrerla con la mirada. Paty nunca se había sentido particularmente atractiva, pero la forma en que esa mirada la hizo sentir, fue una revelación. Por primera vez, se sentía una mujer atractiva y deseada aunque Tom no se había mostrado obsceno ni soez.
Fueron a la librería que aunque pequeña, podía conseguir títulos a pedido, por lo que Tom indicó a Paty que sugiriera algunos que podrían servir a sus pequeños alumnos. Se llevaron algunos cuentos infantiles y surtieron insumos de papelería que Paty en su papel de maestra, consideró útiles.
Tom la llevó luego a dar una vuelta por la plazuela donde él iba cada semana. Pintoresca y llena de gente, Paty se contagió el ambiente alegre de la gente. Ni siquiera parecía darse cuenta de las miradas que atraía. Era la primera vez que el señor Stevens iba al pueblo entre semana y acompañado además. Paty se dio cuenta de la admiración que Tom causaba entre las féminas que pasaban a su lado. Tomaron un helado mientras charlaban de trivialidades. Tom le contó algunas de sus travesuras de la niñez, habló de Candy, de Annie y eso hizo feliz a Paty. Ella le contó sobre su niñez en internados y cuanto le maravillaba ahora dar clase en un grupo mixto, aunque todos se consideraran hermanos, puesto que ella jamás tomó clases con varones.
De regreso al Hogar de Pony, le pidió pasar a cambiar de caballos al rancho, so pretexto de que los animales lucían cansados.
Para Paty fue una sorpresa darse cuenta la autoridad que la sola presencia de Tom imponía ante los trabajadores. Era un hombre muy respetado pero también apreciado. La familiaridad con que trataba a su personal, la cautivó. Acostumbrada a la frialdad en las conversaciones de su madre con el servicio o de su padre con sus socios comerciales, el simple hecho de que Tom saludara a todos por su nombre e hiciera comentarios no solo de su labor, sino mostrando su interés en asuntos de índole personal, le hizo darse cuenta del porqué resultaba un jefe tan popular.
Finalmente, emprendieron el camino al Hogar. Paty preguntó por un par de chiquillos que había alcanzado a ver correteando en el rancho y Tom le respondió que eran hijos de los trabajadores que vivían en los alrededores.
-¿Esos niños no asisten a la escuela?
-La escuela más cercana está en el pueblo. Muchos padres no desean arriesgar a sus hijos a emprender el camino solos. En especial desde que hace un par de años unos hermanitos desaparecieron.
-¿¡Pero cómo!?
-Era verano. Tiempo caluroso pero época de lluvias. La teoría más aceptada es que la corriente del río los arrastró. Regularmente los chiquillos no miden el peligro y seguramente caminaban a las orillas del río. No lo sé. Los buscamos durante semanas, meses quizá… El caso es que nadie desea que la tragedia se repita.
-Pero es importante que aprendan a leer, a hacer cuentas, a…
-¿Y quién va a enseñarles? Las maestras son señoritas de ciudad. Nadie quiere vivir en el campo.
-¡Yo podría! Si quieres, claro.
Tom la miró dubitativo. Eso o era un gran actor. La propuesta parecía caída del cielo.
-Si estás dispuesta a dar clases en el hogar, y luego ir al rancho a impartir más clases, yo mismo podría venir por ti.
-¡Pues no se diga más! Tenemos un trato
Y así, el presentimiento de Tom se había vuelto realidad. Paty era parte de su rutina ahora, puesto que el muchacho iba diariamente por ella para impartir clases en su rancho. Acondicionó un salón de clases, compró lo necesario y claro, para ello requirió otra salida al pueblo. Por primera vez, vieron a Tom Stevens pasear por la plazuela con la misma mujer dos veces seguidas. Y esas dos veces se convirtieron en tres, en cuatro… en incontables ocasiones de ir a surtirse de material escolar, de recoger los libros encargados, de mandar a hacer bancas especiales para el salón de clase y por supuesto, de ir a recogerlas.
-Patrón, Joseph puede ir a recoger las bancas que mandó a hacer- escuchó Paty un día
-No, Dalton. Esa tarea nos corresponde a la maestra y a mí. No seas metiche y vuelve al trabajo.
Paty se hallaba encantada con sus alumnos. Tanto en el hogar, como en el rancho, ella simplemente adoraba a los niños. Sus ocurrencias la habían hecho sentir viva otra vez.
Y le gustaba pasar las tardes en el rancho. Charlaba durante horas con el padre de Tom, que a pesar de ser mucho más tosco que su hijo, era un hombre inteligente que la ayudaba a entender las funciones de Tom y la prosperidad que había conseguido gracias a su trabajo.
También hablaba de su viudez y de su difunta esposa con una calma que Paty no creyó poder lograr nunca.
En ocasiones, Paty se quedaba a degustar los platillos “humildes y campiranos” –palabras de la cocinera- que gustaban al señor Stevens y por consiguiente, a Tom. En esas ocasiones, Paty entraba a la cocina y Kate le pasaba algunos tips y recetas sencillas que la chica agradecía para ayudar en las labores del Hogar de Pony. Las jóvenes habían hecho buenas migas y Paty ya era considerada una invitada especial en el futuro enlace de Kate con Joseph, uno de los trabajadores de confianza de Tom. Paty se había ofrecido a ayudarle en su arreglo el día de su boda, pues todas las muchachas de la región, admiraban su finura y elegancia.
Cuando el día llegó, Paty se encontraba en la habitación donde la novia se cambiaría, dentro del rancho Stevens. Tom les había permitido hacer la fiesta en una zona de su propiedad. Y Paty cumplía su promesa auxiliando a la muchacha en compañía de otras jóvenes que eran sus amigas cercanas
-¡Todo quedó muy bonito! El señor Stevens fue muy generoso al dejarlos hacer la boda aquí. –comentaba la hermana de Kate con entusiasmo
-Adornaron con muchas flores donde va a ser la ceremonia y eso que Joseph solo es un empleado, ¿Se imaginan cuando se case el señor Stevens?
-¡Huy no! Ya parece que se va a casar. A él nadie lo podrá domar y con el genio que se carga, su palabra es la ley. Aunque muchas quisieran casarse con él, en realidad pocas lo aguantarían –declaró la amiga más dicharachera
Kate sintió que debía explicarle a Paty el porqué se expresaban así de Tom
-El patrón tenía fama de mujeriego –declaró un día la cocinera ante la indignación de Paty- Pero nunca había traído a una mujer a su casa. No lo deje ir, maestra. Muchas quisieran estar en su lugar, pero se nota que él solo tiene ojos para usted
-¿Usted es su novia? ¡Lo lamento mucho! ¡Yo y mi bocota! – se disculpó la amiga dicharachera con las mejillas arreboladas
-¡Qué tonterías dicen! Tom es un buen amigo y nada más.
-Ay maestra, no hay peor ciego, que el que no quiere ver. Si usted hubiera conocido antes al patrón, sabría que él hace muchas cosas por usted que nunca hacía por nadie. Hasta usted, cuando llegó, siempre venía de negro y ahora ¡mírese! Siempre viene muy guapa y en colores vivos
-Ni siquiera me había fijado en mi ropa- contestó con sinceridad. Se había quitado el luto por Stear y ni siquiera se había percatado ¿En qué momento ocurrió?
-Antes, el patrón salía solo al pueblo todos los sábados. Ahora, solo va si usted lo acompaña, pero no me haga caso, maestra. Solo piense ¿cómo se sentiría si la boda que se avecina no fuese la mía, sino la del patrón?
-Pero él y yo no…
-Me refiero al patrón con otra señorita. Piénselo, maestra
Las palabras de Kate, resonaron en la cabeza de Paty por largo rato. Salió a caminar para despejarse. Había querido muchísimo a Stear. Pensó en quitarse la vida cuando supo que él no volvería. Juró que no podría volver a amar a nadie así. Había sido un romance puro, inocente; pero la idea de que ella no había sido una razón lo suficiente poderosa para que él se quedara a su lado en vez de enlistarse, siempre había rondado su mente. Sin embargo, sabía que en el frente, ella siempre había estado presente para él, como descubrió con las cosas personales que enviaron a su familia. Incluso había pintado unos lentes a su avión en honor a los que ella usaba. Se los quitó y los observó. Stear… Ya no dolía con angustia apremiante el rememorarlo…
Angustia había sido la que sintió cuando Kate le metió la idea de que Tom se casara con otra. ¡No! No quería ni imaginarlo. ¿Cuándo? ¿Cuándo su corazón había cambiado de dueño? Apretó los anteojos con urgencia, intentando recordar el momento exacto, si es que existiera
Pensó en Tom. En lo fuerte que era y cuánto se preocupaba por ella. Su palabra no era ley con ella, siempre respetaba sus decisiones. Recordó su renuencia a montar y cómo él le mostró la nobleza de aquellos animales a los que temía. Y cuando la creyó preparada, llegó a recogerla sin la carreta, montado en un caballo y llevando otro consigo para que ella subiera. Incluso le había comprado una silla de mujer, especial para montar de lado y con falda. Y a pesar de poder permitirse ese tipo de gastos, que supo después, era bastante elevado, él lo tomaba como si no tuviera importancia. Era un hombre bueno y generoso, contrario a la idea inicial que tenía al verlo siempre con el gesto adusto que ahora solo podía ver dulce y tierno. O quizá solo la miraba a ella de esa manera. Y a pesar de que su contacto le hacía erizar la piel, siempre se sentía segura a su lado. Y como si lo invocara, pudo sentir su presencia. El aroma de su loción ambarada llegó hasta ella antes de escuchar su voz
-¡Paty! ¿Dónde estabas? Te he buscado por largo rato, te perdiste la ceremonia. ¿Sucede algo?
-No, Tom – respondió girando para verlo.- Solo me apetecía caminar para aclarar mis ideas
-¿Te encuentras bien, Pajarito?
-¿Cómo me llamaste? – preguntó con los ojos muy abiertos ante la turbación del chico
-¡Perdón! No era mi intención, es que… Es un apodo que te puse cuando te conocí –dijo pasándose la mano por el cabello, pues aquel día no llevaba sombrero
-¿Pajarito? ¿Por qué?
-Porque parecías un pajarito. Un pajarito pequeño que había vivido enjaulado. Un pajarito que anhelaba volar pero tenía miedo de hacerlo
-¿Volar? –preguntó con ironía – No, Tom. Este “pajarito” es muy pesado para volar
Las palabras que había usado Stear hacía muchos ayeres para no subirla a la avioneta que construyó. Pero antes de perderse en sus memorias, Tom la alzó en vilo y giró con ella en brazos
-¿Pesado? ¿Estás loca?
-¡Bájame! ¡El loco eres tú! ¡ahhh!
-Ja, ja, ja. Paty, no digas tonterías. Ahora eres un ave en pleno vuelo. Quien sabe, igual y un día decides irte de aquí a recorrer el mundo con tus alas nuevas
-¿Y si te dijera que este pajarito preferiría quedarse aquí y en vez de volar, prefiere montar?
Tom no podía creer lo que escuchaba. O mejor dicho, lo que esas palabras podían significar
-Paty… -susurró mirándola fijamente. De aquella manera que la hacía sentir hermosa, tan mujer como nadie la había hecho sentir -¿Te he dicho que hoy te ves preciosa con ese vestido lila?
-Gracias
El castaño acortó la distancia y al intentar tomar su mano, los anteojos que sujetaba se lo impidieron. Pero cambió el movimiento y en vez de entrelazar los dedos femeninos, acarició su brazo hasta llegar al cuello y luego a la mejilla
-Te ves muy guapa sin lentes. Pero me gustas más con ellos.
“Le gusto” fue lo único en que la chica pudo pensar al tiempo que bajaba la mirada pero Tom no se lo permitió, sujetando su mentón con suavidad
-No me gustaría que otro se refleje en tus ojos. Por eso cuando me enamoré de ti, me enamoré también de tus lentes.
Un jadeo ahogado fue lo único que le permitió expresar antes de tomar posesión de sus labios y volverla a besar…
-¿Te quedarías por mí, Pajarito? – preguntó recargando su frente en la de ella
-Decidí quedarme desde el momento en que me enamoré de ti, Tom
-¿Lo dices en serio? –preguntó con los ojos muy abiertos
-Sí, Tom. Pero ahora, vamos a la fiesta, que me perdí la ceremonia pero tengo muchas ganas de bailar
-Creí que no te gustaban los bailes –recordó arrugando el entrecejo
-No sé de qué hablas –dijo con fingida inocencia- pero justo ahora ¡Me muero por bailar toda la noche contigo!
Tom sonrió, pero antes de dejarla dar un paso, volvió a atraerla y la besó de nuevo, con esa necesidad que solo esa mujer le había hecho sentir.
Aquella noche, bailaron sin cesar. Rieron y brindaron, haciendo partícipes a todos de su noviazgo. Paty se sintió muy feliz. Y algunos meses después, su propia boda se llevaría a cabo en ese mismo lugar, pero en ese momento, ambos se permitieron disfrutar de ese amor recién aceptado que los hacía sentir vivos y que había hecho resurgir la personalidad alegre y sencilla de Paty, cual fénix de sus cenizas.
Sí, la hermana María tenía razón después de todo, “los tiempos de Dios, habían resultado perfectos”.
Fin.
Poco quedaba del niño pequeño y esmirriado que había llegado al Rancho Steven’s cuando había sido adoptado por su ahora querido padre, el viudo señor Steven. Tom había crecido en esa tierra que amaba y que había hecho prosperar hasta ser uno de los ganaderos con más cabezas de animales en su haber. Aunado a la afición por los caballos de carreras, de los que se había convertido en uno de los criadores más prolíficos de la región. Y a pesar de que su fama se acrecentaba, Tom continuaba siendo un hombre sencillo que gustaba de seguir su rutina.
Trabajaba de sol a sol de lunes a viernes. Pero los sábados acostumbraba ir al pueblo, filtrear con alguna de las chicas bonitas que paseaban por la plazuela y quizá, invitar a almorzar a una o dos. Tom era considerado un gran partido y jamás escuchaba una negativa a pesar de ser un poco hosco en sus modales, pues tenía fama de portarse como caballero al menos, a la vista de todos. Jamás había puesto en entredicho la reputación de ninguna jovencita, aunque eso no significaba que en realidad fuese tan bien portado, solo que su padre lo había educado bien. Tenía fama de “ojo alegre”, pues nunca se le había visto dos sábados seguidos en compañía de la misma mujer.
Hacia la tarde-noche, regresaba al rancho. Su gente había terminado la jornada y acostumbraba tomar un par de cervezas con los hombres mientras charlaban. No les permitía emborracharse, si querían continuar la farra, tenían claro que debía ser fuera de la propiedad Steven’s.
En aquellas charlas, Tom conocía mejor a su gente: Sabía que Dalton recién se había estrenado como padre. Claro, él sería el padrino, como lo era de incontables chiquillos con quien se mostraba siempre generoso; que Joseph estaba próximo a casarse con Kate, quien laboraba en la cocina de la casa y que los cigarrillos que él fumaba sin cesar, se debía a los nervios de todo soltero que está próximo a dar el paso; que Johnny tenía el sueño de abrir su propia quesería algún día y que ahorraba con empeño aunque Tom le había propuesto apoyarlo en más de una ocasión. Los hombres de honor no buscaban ayuda para dirigir su vida y aunque Johnny no llegaba a los 20 años, Tom lo respetaba por aquel orgullo mostrado. Tom era considerado un patrón noble e interesado en su personal.
Cada domingo, desayunaba con su padre en una calma contrastante con el ajetreo de los demás días. Le ponía al tanto de los negocios y le pedía su opinión, pues aunque ya todos los menesteres del rancho eran su responsabilidad, respetaba enormemente la palabra de su padre.
Más tarde, iba al Hogar de Pony al dejar las compras que Dalton había realizado previamente. Para Tom era un pretexto de saludar a las mujeres que lo criaron casi desde bebé, escuchar algunas de las necesidades que podía ayudara cubrir y siempre jugaba un poco con los pequeños del hogar. Le ayudaba a mantener la mente clara y los pies sobre la tierra. Era regresar a sus raíces y no olvidarse de ellas a pesar de la prosperidad que lo envolvía ahora.
Fue uno de aquellos domingos cuando la vió por segunda vez. La primera había sido en aquella fiesta que Albert organizó en honor a Candy en el Hogar de Pony. Pero en aquella ocasión no había puesto atención debido al gusto de saludar a Annie luego de tantos años y de charlar con Candy, a quien había visto feliz y enamorada aunque el par de tórtolos aún no lo reconocía entonces. Todavía seguía a la espera de la carta en la que su hermana le comunicara su noviazgo con Albert, pero al parecer aún no se atrevían a dar aquel paso.
Pero aquel domingo, Thomas sí puso atención. Quizá porque presentía que aquella chica sería parte de su vida en adelante, de esa rutina que lo llevaba cada domingo al mismo lugar. O quizá porque nunca había conocido una muchacha que aparentaba tener un corazón viejo en un cuerpo lozano.
A Tom le recordó a un pajarito que había permanecido toda la vida encerrado en una jaula. Ahora, que dicha jaula no existía, el pequeño pajarillo parecía tener miedo de volar.
Se adivinaba que el pequeño pajarito había tenido tiempos de felicidad y de agonía reflejado en ese eterno luto de sus ropas negras. Porque solo una persona que ha sido feliz y luego lo ha perdido todo, puede tener en el rostro el eterno gesto de melancolía que siempre profería el rostro de la dulce chica.
-“¿Recuerdas a Paty? Es la nueva maestra del Hogar de Pony”, -había dicho la hermana María al presentarla. Apenas si lo miró. Era una muchacha que vestía elegante, seguro con una educación privilegiada, ¿Por qué había decidido trabajar en aquél inhóspito lugar? Algo que ocultar… Algo que borrar… No podría ser una de esas señoritas que iban a dejar a sus niños al orfanato, como si fuesen un error en sus impecables vidas. No, ese tipo de mujeres nunca se quedaban, ella en cambio, había decidido vivir allí y dar clases. Probablemente el sitio le confería la misma serenidad que a él. No podría saberlo, pero lo intuía. Tom era bueno leyendo a las jovencitas, aunque esta parecía ser muy distinta al tipo de mujeres que había conocido a lo largo de su vida.
Las primeras veces, apenas le dirigía la mirada y cruzaba con él solo lo necesario. Pero poco a poco la chica fue bajando sus defensas y adaptándose a la presencia del chico.
Tom había cuestionado a la señorita Pony sobre la actitud de Pajarito, como la llamaba en su fuero interno. Y ella con la sabiduría que conferían los años, solo le había pedido paciencia con ella. Siempre había estudiado en internados, no estaba acostumbrada a convivir con varones. Había salido de su país por la inminente llegada de la Gran guerra, donde había perdido seres queridos y ahora solo buscaba paz en su corazón. Qué mejor manera de hallarla que la vida en el campo y encima, compartiendo sus conocimientos con los niños. Era una buena obra con la que todos ganaban.
Pero Tom no pensaba lo mismo. Paty era muy joven para encontrarse confinada en una casita en medio de la nada. Necesitaba un poco de diversión, salir y conocer el mundo. Aunque quizá Pajarito conocía mejor el mundo que él mismo. Buscaba la forma de acercarse a ella y ayudarla a abrirse, pero parecía que nada tenían en común.
Si Tom hablaba de su orgullo, sus caballos, ella declaraba no saber montar. Si Tom mencionaba algún evento del pueblo, como algún baile, Paty ni se inmutaba. “No me gustan los bailes” declaró en una ocasión con la suficiente firmeza para que Tom le creyera.
Al ser una muchacha instruida, Tom pensó que podía pedirle recomendaciones sobre lectura, pero ella alegó no ser muy versada en el tema.
El acabose fue cuando Tom comentó en la comida del domingo, sus intenciones de comprar un tocadiscos para que los niños del Hogar pudiesen escuchar música. Simplemente ella salió corriendo con lágrimas en los ojos. El muchacho no sabía qué hacer ante tal exabrupto.
Acostumbrado estaba a que las mujeres hicieran de todo con tal de ganar su atención, le sorprendía que nada funcionase con Paty y al contrario, ahora había dicho algo que la molestaba al grado de hacerla llorar. ¡Qué difícil era intentar contentar a Pajarito! Pero no había imposibles para un hombre como él. Así que después de salir de su perplejidad, se excusó y quiso salir detrás de ella.
-Tom, déjala. Debe sacar su dolor o lo seguirá teniendo guardado en el corazón… -irrumpió la señorita Pony al ver su intención
-Madre, no puede pedirme eso. No soporto verla en ese estado. Ninguna mujer debería permanecer siempre en agonía. Es inhumano
-Los tiempos de Dios son perfectos. Ella sanará cuando sea conveniente para sí misma.
-Los caminos de Dios también son perfectos, hermana María. –Contratacó- Y Dios quiso que yo apareciera en su camino por algo. Y si ese algo es ayudarla de algún modo, no tenga duda de que lo haré
Tom permanecía de pie expectante. Un asentimiento de cabeza de la señorita Pony le hizo saber que le brindaba el beneficio de la duda. Y lo iba a aprovechar. Salió corriendo rumbo a la colina y no se equivocó. Paty se encontraba en aquel sitio sollozando.
Por un instante no supo qué hacer. Nunca había tenido que consolar a una chica. Pero luego recordó que cuando Candy iba a la colina para esconderse y llorar sin que nadie la viera, hacía un movimiento involuntario: se abrazaba a sí misma. Nunca se había atrevido a revelar su presencia porque sabía que la enfadaría. Pero ahora era muy tarde, Paty lo había visto y además sentía la imperiosa necesidad de hacerla sentir mejor. Sin dudarlo, la estrechó entre sus brazos y acarició su cabello susurrando palabras de consuelo. Y por una vez en mucho tiempo, Paty se dejó llevar.
Ella nunca había conocido un hombre tan fornido y mucho menos abrazado. Su piel bronceada le confería un aire sensual que Paty nunca había percibido en un muchacho. Porque a pesar de su gesto adusto, la coquetería en sus ojos miel, revelaba la verdadera edad de aquel hombre. Jamás imaginó que pudiera hablarle con dulzura con lo grave de su tono de voz y ni en sus sueños más locos imaginó que alguien como él, podría hacerla sentir segura con un simple abrazo.
En sus brazos se sentía en paz. Era como si estuviese hecha para amoldarse a ellos. Y su aroma a loción ambarada inundaba sus fosas nasales causándole un placer inusitado. Pequeños besos cubrían su frente y cuando se atrevió a mirarlo, los labios que momentos antes producían palabras de aliento, cubrieron los suyos.
La dulce actitud protectora de Tom, cambió a una posesiva y apasionada. Y ella, la chica tímida que apenas y se atrevía a hablarle en días pasados, abrazó el cuello masculino con un ansia que jamás había sentido mientras lo dejaba profundizar el beso. Sin embargo, cuando tomó conciencia de lo que hacía, se separó de tajo y le dio la espalda.
-¡Por Dios! ¡Apenas te conozco! ¡No… No puedo hacerle esto! –exclamó alarmada
Tom, intentando calmarse, no perdió detalle de sus palabras
-¿”Hacerle esto”? ¿A quién? ¿A un novio que no te ha visitado en semanas? ¿Qué te abandonó..?
-Que me abandonó… -repitió ella en un susurro
-¿Y quién es el imbécil que se atrevió? ¿Por qué quieres guardarle respeto si no está contigo?
-Stear. Se llamaba Alistear Cornwell y falleció en combate…
Tom recordó las palabras de la señorita Pony respecto a sus seres queridos fallecidos en la guerra y se sintió estúpido.
-¿Era tu esposo? ¿Por eso vistes siempre de negro?
-No. Ni siquiera llegamos a comprometernos…
Ante la mirada confundida del hombre frente a ella, Paty creyó que debía explicarse:
-Lo amaba…
-Sí. Eso está claro
-Nos conocimos muy jóvenes, en un colegio de mi natal Londres. Y estuvimos juntos mucho tiempo. En sus cartas, yo intuía que a su regreso formalizaríamos. Era un hombre dulce y bueno que no merecía lo que le pasó. Su coronel nos contó que no había querido matar a nadie en combate. Sí, toda su familia puso la misma cara de sorpresa que tú. Pero ese era Stear. El día de su funeral, quise morir ahí mismo. Pensé que nada valía la pena ya. Y luego, cuando vine aquí con Candy, tuve un presentimiento. Todo es tan hermoso aquí que quise quedarme. Sentí que en este lugar podría recuperar las ganas de vivir, que encontraría un sentido a mi vida. Lo hablé con mis padres y heme aquí.
-Pero Paty, si te la pasas encerrada
-El trabajo me ha fortalecido. La convivencia con los niños ha alegrado mi día a día. Estoy feliz aquí. No hagas que me arrepienta de mi decisión
-¿Lo dices por el beso que tan dispuesta correspondiste?
-¡No seas grosero!- respondió alzando la voz
-Solo digo la verdad. Pero no has dicho qué tiene que ver tu noviecito con la música o por qué te pusiste así.
-Candy me obsequió una caja de música que Stear construyó antes de partir al frente. Pensé que era todo lo que me quedaba de él y me aferré a ella durante mucho tiempo. Hasta que se descompuso.
-¿Y por eso los niños deben privarse de escuchar música?
-¡No! No quise hacer un drama de ello. Es solo que en ocasiones no puedo evitar sentirme triste. Intento aguantar por los niños, pero a veces siento que me ahogo, que no hay manera de dejar el dolor atrás. Y los recuerdos llegan en momentos inesperados…
-Entiendo. ¿Sabes lo que necesitas? Una cita conmigo
-No.. No estoy preparada, lo lamento
-Tu fogosidad me demostró otra cosa… -declaró con cinismo
-¡Si continúas faltándome al respeto, no volveré a dirigirte la palabra! –Exclamó la muchacha con las mejillas encendidas y cruzando los brazos
-Está bien, está bien. –aceptó el vaquero mostrando las palmas de las manos- Vamos a hacer una tregua. No puedo creer que una señorita educada como tú, no pueda recomendarme un buen libro
La chica suspiró audiblemente y comprendió que el cambio brusco de tema era intencional por parte de Tom ahora que había conseguido sacarle mucho más que las pocas palabras que cruzaba con él, en el almuerzo de los domingos.
-Lo mío era la ciencia. En el colegio, mis materias favoritas eran las referentes a la ciencia. Por ello me encanta hacer experimentos con los niños y estar en la naturaleza aprendiendo de ella.
Escucharla hablar, seducía al chico de una forma que no había sentido con nadie. Y quiso seguir escuchándola a pesar de estar acostumbrado a ser el acompañante que más hablaba en todas las ocasiones.
-Podríamos ir a la librería del pueblo a buscar libros de ciencia. Para que enseñes a los niños. Y de paso, que nos recomienden algo para leer.
-No creo que sea buena idea…
-¡Debes hacerlo por los niños! No puedes ser egoísta ante la posibilidad de ampliar la biblioteca del Hogar
-Está bien – aceptó aún dándose cuenta del evidente chantaje
-Mañana
-Mañana…
-Tengo una condición
-¿Tú? Bien, dime – dijo con una pequeña sonrisa
-Puedes usar lo que quieras, siempre y cuando no vistas de color negro- pidió alzando las cejas
-¿En qué siglo crees que estamos? ¡Puedo vestir como más me guste!-respondió levantando el mentón
- Recuerda que lo haces por los niños, Paty.
-¡Argh! ¡Eres imposible Thomas! Pero yo tengo otra condición: No vuelvas a intentar besarme
El muchacho la observó cambiando su gesto juguetón por uno serio. Y sin embargo no tardó en responder
-Si es tu decisión, la respetaré
Al día siguiente, Tom pasó muy temprano por Paty. Llevaba una pequeña carreta a sabiendas de la aversión de la susodicha por montar a caballo. Enfundada en un vestido azúl marino, Tom pareció complacido luego de recorrerla con la mirada. Paty nunca se había sentido particularmente atractiva, pero la forma en que esa mirada la hizo sentir, fue una revelación. Por primera vez, se sentía una mujer atractiva y deseada aunque Tom no se había mostrado obsceno ni soez.
Fueron a la librería que aunque pequeña, podía conseguir títulos a pedido, por lo que Tom indicó a Paty que sugiriera algunos que podrían servir a sus pequeños alumnos. Se llevaron algunos cuentos infantiles y surtieron insumos de papelería que Paty en su papel de maestra, consideró útiles.
Tom la llevó luego a dar una vuelta por la plazuela donde él iba cada semana. Pintoresca y llena de gente, Paty se contagió el ambiente alegre de la gente. Ni siquiera parecía darse cuenta de las miradas que atraía. Era la primera vez que el señor Stevens iba al pueblo entre semana y acompañado además. Paty se dio cuenta de la admiración que Tom causaba entre las féminas que pasaban a su lado. Tomaron un helado mientras charlaban de trivialidades. Tom le contó algunas de sus travesuras de la niñez, habló de Candy, de Annie y eso hizo feliz a Paty. Ella le contó sobre su niñez en internados y cuanto le maravillaba ahora dar clase en un grupo mixto, aunque todos se consideraran hermanos, puesto que ella jamás tomó clases con varones.
De regreso al Hogar de Pony, le pidió pasar a cambiar de caballos al rancho, so pretexto de que los animales lucían cansados.
Para Paty fue una sorpresa darse cuenta la autoridad que la sola presencia de Tom imponía ante los trabajadores. Era un hombre muy respetado pero también apreciado. La familiaridad con que trataba a su personal, la cautivó. Acostumbrada a la frialdad en las conversaciones de su madre con el servicio o de su padre con sus socios comerciales, el simple hecho de que Tom saludara a todos por su nombre e hiciera comentarios no solo de su labor, sino mostrando su interés en asuntos de índole personal, le hizo darse cuenta del porqué resultaba un jefe tan popular.
Finalmente, emprendieron el camino al Hogar. Paty preguntó por un par de chiquillos que había alcanzado a ver correteando en el rancho y Tom le respondió que eran hijos de los trabajadores que vivían en los alrededores.
-¿Esos niños no asisten a la escuela?
-La escuela más cercana está en el pueblo. Muchos padres no desean arriesgar a sus hijos a emprender el camino solos. En especial desde que hace un par de años unos hermanitos desaparecieron.
-¿¡Pero cómo!?
-Era verano. Tiempo caluroso pero época de lluvias. La teoría más aceptada es que la corriente del río los arrastró. Regularmente los chiquillos no miden el peligro y seguramente caminaban a las orillas del río. No lo sé. Los buscamos durante semanas, meses quizá… El caso es que nadie desea que la tragedia se repita.
-Pero es importante que aprendan a leer, a hacer cuentas, a…
-¿Y quién va a enseñarles? Las maestras son señoritas de ciudad. Nadie quiere vivir en el campo.
-¡Yo podría! Si quieres, claro.
Tom la miró dubitativo. Eso o era un gran actor. La propuesta parecía caída del cielo.
-Si estás dispuesta a dar clases en el hogar, y luego ir al rancho a impartir más clases, yo mismo podría venir por ti.
-¡Pues no se diga más! Tenemos un trato
Y así, el presentimiento de Tom se había vuelto realidad. Paty era parte de su rutina ahora, puesto que el muchacho iba diariamente por ella para impartir clases en su rancho. Acondicionó un salón de clases, compró lo necesario y claro, para ello requirió otra salida al pueblo. Por primera vez, vieron a Tom Stevens pasear por la plazuela con la misma mujer dos veces seguidas. Y esas dos veces se convirtieron en tres, en cuatro… en incontables ocasiones de ir a surtirse de material escolar, de recoger los libros encargados, de mandar a hacer bancas especiales para el salón de clase y por supuesto, de ir a recogerlas.
-Patrón, Joseph puede ir a recoger las bancas que mandó a hacer- escuchó Paty un día
-No, Dalton. Esa tarea nos corresponde a la maestra y a mí. No seas metiche y vuelve al trabajo.
Paty se hallaba encantada con sus alumnos. Tanto en el hogar, como en el rancho, ella simplemente adoraba a los niños. Sus ocurrencias la habían hecho sentir viva otra vez.
Y le gustaba pasar las tardes en el rancho. Charlaba durante horas con el padre de Tom, que a pesar de ser mucho más tosco que su hijo, era un hombre inteligente que la ayudaba a entender las funciones de Tom y la prosperidad que había conseguido gracias a su trabajo.
También hablaba de su viudez y de su difunta esposa con una calma que Paty no creyó poder lograr nunca.
En ocasiones, Paty se quedaba a degustar los platillos “humildes y campiranos” –palabras de la cocinera- que gustaban al señor Stevens y por consiguiente, a Tom. En esas ocasiones, Paty entraba a la cocina y Kate le pasaba algunos tips y recetas sencillas que la chica agradecía para ayudar en las labores del Hogar de Pony. Las jóvenes habían hecho buenas migas y Paty ya era considerada una invitada especial en el futuro enlace de Kate con Joseph, uno de los trabajadores de confianza de Tom. Paty se había ofrecido a ayudarle en su arreglo el día de su boda, pues todas las muchachas de la región, admiraban su finura y elegancia.
Cuando el día llegó, Paty se encontraba en la habitación donde la novia se cambiaría, dentro del rancho Stevens. Tom les había permitido hacer la fiesta en una zona de su propiedad. Y Paty cumplía su promesa auxiliando a la muchacha en compañía de otras jóvenes que eran sus amigas cercanas
-¡Todo quedó muy bonito! El señor Stevens fue muy generoso al dejarlos hacer la boda aquí. –comentaba la hermana de Kate con entusiasmo
-Adornaron con muchas flores donde va a ser la ceremonia y eso que Joseph solo es un empleado, ¿Se imaginan cuando se case el señor Stevens?
-¡Huy no! Ya parece que se va a casar. A él nadie lo podrá domar y con el genio que se carga, su palabra es la ley. Aunque muchas quisieran casarse con él, en realidad pocas lo aguantarían –declaró la amiga más dicharachera
Kate sintió que debía explicarle a Paty el porqué se expresaban así de Tom
-El patrón tenía fama de mujeriego –declaró un día la cocinera ante la indignación de Paty- Pero nunca había traído a una mujer a su casa. No lo deje ir, maestra. Muchas quisieran estar en su lugar, pero se nota que él solo tiene ojos para usted
-¿Usted es su novia? ¡Lo lamento mucho! ¡Yo y mi bocota! – se disculpó la amiga dicharachera con las mejillas arreboladas
-¡Qué tonterías dicen! Tom es un buen amigo y nada más.
-Ay maestra, no hay peor ciego, que el que no quiere ver. Si usted hubiera conocido antes al patrón, sabría que él hace muchas cosas por usted que nunca hacía por nadie. Hasta usted, cuando llegó, siempre venía de negro y ahora ¡mírese! Siempre viene muy guapa y en colores vivos
-Ni siquiera me había fijado en mi ropa- contestó con sinceridad. Se había quitado el luto por Stear y ni siquiera se había percatado ¿En qué momento ocurrió?
-Antes, el patrón salía solo al pueblo todos los sábados. Ahora, solo va si usted lo acompaña, pero no me haga caso, maestra. Solo piense ¿cómo se sentiría si la boda que se avecina no fuese la mía, sino la del patrón?
-Pero él y yo no…
-Me refiero al patrón con otra señorita. Piénselo, maestra
Las palabras de Kate, resonaron en la cabeza de Paty por largo rato. Salió a caminar para despejarse. Había querido muchísimo a Stear. Pensó en quitarse la vida cuando supo que él no volvería. Juró que no podría volver a amar a nadie así. Había sido un romance puro, inocente; pero la idea de que ella no había sido una razón lo suficiente poderosa para que él se quedara a su lado en vez de enlistarse, siempre había rondado su mente. Sin embargo, sabía que en el frente, ella siempre había estado presente para él, como descubrió con las cosas personales que enviaron a su familia. Incluso había pintado unos lentes a su avión en honor a los que ella usaba. Se los quitó y los observó. Stear… Ya no dolía con angustia apremiante el rememorarlo…
Angustia había sido la que sintió cuando Kate le metió la idea de que Tom se casara con otra. ¡No! No quería ni imaginarlo. ¿Cuándo? ¿Cuándo su corazón había cambiado de dueño? Apretó los anteojos con urgencia, intentando recordar el momento exacto, si es que existiera
Pensó en Tom. En lo fuerte que era y cuánto se preocupaba por ella. Su palabra no era ley con ella, siempre respetaba sus decisiones. Recordó su renuencia a montar y cómo él le mostró la nobleza de aquellos animales a los que temía. Y cuando la creyó preparada, llegó a recogerla sin la carreta, montado en un caballo y llevando otro consigo para que ella subiera. Incluso le había comprado una silla de mujer, especial para montar de lado y con falda. Y a pesar de poder permitirse ese tipo de gastos, que supo después, era bastante elevado, él lo tomaba como si no tuviera importancia. Era un hombre bueno y generoso, contrario a la idea inicial que tenía al verlo siempre con el gesto adusto que ahora solo podía ver dulce y tierno. O quizá solo la miraba a ella de esa manera. Y a pesar de que su contacto le hacía erizar la piel, siempre se sentía segura a su lado. Y como si lo invocara, pudo sentir su presencia. El aroma de su loción ambarada llegó hasta ella antes de escuchar su voz
-¡Paty! ¿Dónde estabas? Te he buscado por largo rato, te perdiste la ceremonia. ¿Sucede algo?
-No, Tom – respondió girando para verlo.- Solo me apetecía caminar para aclarar mis ideas
-¿Te encuentras bien, Pajarito?
-¿Cómo me llamaste? – preguntó con los ojos muy abiertos ante la turbación del chico
-¡Perdón! No era mi intención, es que… Es un apodo que te puse cuando te conocí –dijo pasándose la mano por el cabello, pues aquel día no llevaba sombrero
-¿Pajarito? ¿Por qué?
-Porque parecías un pajarito. Un pajarito pequeño que había vivido enjaulado. Un pajarito que anhelaba volar pero tenía miedo de hacerlo
-¿Volar? –preguntó con ironía – No, Tom. Este “pajarito” es muy pesado para volar
Las palabras que había usado Stear hacía muchos ayeres para no subirla a la avioneta que construyó. Pero antes de perderse en sus memorias, Tom la alzó en vilo y giró con ella en brazos
-¿Pesado? ¿Estás loca?
-¡Bájame! ¡El loco eres tú! ¡ahhh!
-Ja, ja, ja. Paty, no digas tonterías. Ahora eres un ave en pleno vuelo. Quien sabe, igual y un día decides irte de aquí a recorrer el mundo con tus alas nuevas
-¿Y si te dijera que este pajarito preferiría quedarse aquí y en vez de volar, prefiere montar?
Tom no podía creer lo que escuchaba. O mejor dicho, lo que esas palabras podían significar
-Paty… -susurró mirándola fijamente. De aquella manera que la hacía sentir hermosa, tan mujer como nadie la había hecho sentir -¿Te he dicho que hoy te ves preciosa con ese vestido lila?
-Gracias
El castaño acortó la distancia y al intentar tomar su mano, los anteojos que sujetaba se lo impidieron. Pero cambió el movimiento y en vez de entrelazar los dedos femeninos, acarició su brazo hasta llegar al cuello y luego a la mejilla
-Te ves muy guapa sin lentes. Pero me gustas más con ellos.
“Le gusto” fue lo único en que la chica pudo pensar al tiempo que bajaba la mirada pero Tom no se lo permitió, sujetando su mentón con suavidad
-No me gustaría que otro se refleje en tus ojos. Por eso cuando me enamoré de ti, me enamoré también de tus lentes.
Un jadeo ahogado fue lo único que le permitió expresar antes de tomar posesión de sus labios y volverla a besar…
-¿Te quedarías por mí, Pajarito? – preguntó recargando su frente en la de ella
-Decidí quedarme desde el momento en que me enamoré de ti, Tom
-¿Lo dices en serio? –preguntó con los ojos muy abiertos
-Sí, Tom. Pero ahora, vamos a la fiesta, que me perdí la ceremonia pero tengo muchas ganas de bailar
-Creí que no te gustaban los bailes –recordó arrugando el entrecejo
-No sé de qué hablas –dijo con fingida inocencia- pero justo ahora ¡Me muero por bailar toda la noche contigo!
Tom sonrió, pero antes de dejarla dar un paso, volvió a atraerla y la besó de nuevo, con esa necesidad que solo esa mujer le había hecho sentir.
Aquella noche, bailaron sin cesar. Rieron y brindaron, haciendo partícipes a todos de su noviazgo. Paty se sintió muy feliz. Y algunos meses después, su propia boda se llevaría a cabo en ese mismo lugar, pero en ese momento, ambos se permitieron disfrutar de ese amor recién aceptado que los hacía sentir vivos y que había hecho resurgir la personalidad alegre y sencilla de Paty, cual fénix de sus cenizas.
Sí, la hermana María tenía razón después de todo, “los tiempos de Dios, habían resultado perfectos”.
Fin.