La princesa Candice miraba emocionada el resultado final de la justa. El reino estaba en una sangrienta guerra con el imperio que buscaba absorberle como lo había hecho con tantos otros pequeños principados y ducados. El anciano rey, abuelo y tutor suyo en un intento desesperado por salvar la autonomía de sus ancestrales dominios, jugó la ultima carta que le quedaba bajo la maga. Hábil negociador, conocedor de la alquimia y dueño de una de las bibliotecas mas ricas del continente, era poseedor de una sabiduría privilegiada la cual le servía como herramienta para persuadir a amigos y enemigos, granjeandole al reino de Kiren alianzas que le habían permitido sobrevivir esa edad de violenta oscuridad. Reyes y señores de los más distintos feudos le buscaban para solicitar su ayuda de muchísimas maneras, a veces era una pócima para curar algún mal misterioso, a veces era la consulta de algún sueño inquietante, a veces era el consejo para alguna encrucijada estratégica, a veces los tiempos adecuados para una siembra o cosecha. La fama del Rey Sabio cruzaba los cuatro puntos cardinales. Pero sobre todo, bajo su cuidado estaba una joya de incalculable valor. Su bellísima nieta. Cuando el emperador Neildegarth fue en persona para decirle de una forma amable, que su reino y todas sus riquezas tenían sólo la opción de volverse un estado anexado y el ser degradado a un simple regente siguiendo sus ordenes y dando el tributo que todas las demas naciones estaban obligadas a dar. Tratándose de un tirano conocido ampliamente por su crueldad y salvajismo, que a la primer provocación torturaba hombres, mujeres y niños de forma indistinta para controlar a través del terror a pueblos enteros, fue una señal de lo importante que era este anciano para todos los que conocían su fama. Neildegarth llegó con su comitiva sin banderas de guerra y en plan de un dignatario que buscaba llegar a un acuerdo. El tirano deseaba contar en su grupo de esbirros con el valioso consejo del hombre más sabio del mundo libre.
Cuando Whilhelm mandó llamar a su nieta al enterarse que Neildegarth estaba a las puertas de su castillo sabía lo que debía hacer. La joven era la misma encarnación de las diosas de la antigüedad, su piel era de un blanco nacarado que resplandecía de una forma sobrenatural, sus labios y mejillas eran de un rosa intenso y los ojos eran verdes cual esmeraldas traídas desde oriente. Tenía una cauda de oro por cabellera, que despedía un olor a rosas que perfumaban la habitación donde ella llegara a encontrarse. Y su cuerpo, era de una exquisita perfección, de formas suaves que ella lucía de una forma casta, lo cual era aun más deslumbrante para cualquiera que hubiera tenido la oportunidad de verle. El rey viendo por la ventana del castillo el campamento del emperador, tomó una decisión de la que no estaba totalmente seguro, pero que viendo las circunstancias no le quedaba mas remedio que intentar para salvaguardar la seguridad del reino y la vida de los miles que vivían a la sombra de su justo gobierno.
Vio llegar a su amada nieta quien le sonrió con dulzura mostrando las dos hileras de perlas que formaban su dentadura. Se acercó a ella y hablóle al oído para que ningún viento maligno se llevará información de la delicada misión que estaba por encomendarle. La joven cerrando humildemente los ojos, asintió con valor una vez que hubo escuchado a su amado abuelo. Entonces ordenó que se abrieran las puertas de la fortaleza para permitir la entrada a la comitiva que acompañaría al soberano.
Una vez dentro, el Rey ordenó que colocaran dos sillones de mismo tamaño y dignidad a la misma altura, bajando su trono desde el estrado donde el habitualmente presidia. Una vez sentados ambos soberanos al mismo nivel y después de haber realizado las presentaciones protocolarias, el rey Willhelm dio dos fuertes palmadas y por una puerta entró la bella princesa con un jarrón de oro en una mano y una copa del mismo material en la otra. El emperador la miró con admiración y avaricia, pero era tan frío y astuto que supo fingir para no demostrar estos sentimientos. Sin embargo, el sabio rey leyó como en un libro abierto la forma como las pupilas del poderoso varón miraron a su nieta. Ella se acercó directamente a él y tendiéndole la copa, la cual él aceptó solemnemente, procedió a llenarla sin mirar al soberano a los ojos. El olor a rosas entró por las narices de Neildegarth y su frió corazón latió como quizá´nunca lo había hecho. En un instante fugaz, ella no resistiendo la tentación, levantó sus ojos y se cruzaron con los del moreno que la miraba fijamente. Las gemas verdes centellearon y Neil sintió una puñalada en su pecho. Ella sonrió muy levemente, apenas elevó las comisura de sus labios de pétalo y haciendo una delicada reverencia, se retiró de la misma forma en la que había entrado.
-Su majestad, dijo el emperador, - La doncella que nos ha servido, me puede usted decir quien es?
Wilhelm con una voz suave y melodiosa le contestó sin trazo de malicia,- Es mi nieta la princesa Candice, mi Señor.
-Ya veo... dijo el hombre quien sentía que un fuego se había adueñado de sus entrañas y no quería permitirse que emociones inútiles le robaran la concentración que requería para negociar la rendición de un hombre que tenía el glamour legendario de ser el mas inteligente del mundo. El reconocía que su principal virtud era la matanza y la destrucción y deseaba ardientemente tener la capacidad estratégica para hacer de su imperio uno en el que ademas de que se le rigiese con miedo, hubiera concordia y de esta forma se fortaleciera sin riesgo de revueltas o luchas por independencia. Era vital para lograr sus planes que el Rey Sabio accediera de forma voluntaria a someterse al vasallaje.
-Su majestad, usted tiene un prestigio ancestral, no deseo ofender su sabiduría, vengo de una manera extraordinaria a solicitar doble su rodilla ante mi y seamos aliados para lograr extender el dominio de Ildenbul más allá de los montes del Zahme. Yo os prometo que pagaré vuestro peso en oro si permitís que vuestro reino se rija por las leyes del imperio. Debe usted confiar en que la justicia de mis leyes serán para prosperidad de todos sus súbditos.
Wilhelm seguía con su sonrisa diplomática, pero por dentro sabía que todo lo que el nefasto hombre decía eran mentiras, territorio que invadía, territorio en el que la sangre y los abusos cundían y destruían todo a su paso.
-Mi Señor, os agradezco en sobremanera su amable invitación, no dudo de sus buenas intenciones, sin embargo...
-Sin embargo que?
Whilhelm comenzó a toser como si se ahogara, haciendo una seña de disculpa a su interlocutor y presa del absceso de tos, volvió a aplaudir y la hermosa princesa regresó al salón llevando otra copa con la jarra la cual le entregó al rey llevándosela y a su vez volviendo hacia Neilgedard quien la vio con azoro mal disimulado mientras ella volvía a llenarle la copa. De nuevo volvió a mirarle, sonreirle brevemente y salir haciendo una reverencia.
-Mi señor, disculpadme pues soy viejo. Por favor, beba conmigo para poder aclararnos la garganta, que le ha parecido el aguamiel?
-Es verdadera ambrosía, su majestad.
Toda la velada de la negociación, el mismo procedimiento se repitió hasta que llegó el grado que Neildegarth ya se sentía alegre por el efecto del alcohol en el aguamiel. Llegó el momento en el estira y afloja, que el emperador exasperado de no ver sus deseos y peticiones concedidos, se le ocurrió una idea y la dijo en ese preciso instante.
-Concededme la mano de vuestra nieta, unamos los reinos, yo prometo respetar vuestra autonomía pero os pido como condición que la princesa sea mi consorte.
Wilhelm lo miró con la misma inescrutable expresión. El único gesto que hizo fue acariciarse la barba e inclinar la cabeza, al fin el tirano veía una reacción de parte del anciano que el interpretó como un probable si.
-Muy bien, mi señor, yo estaré dispuesto a concederos la mano de mi nieta, pero tengo dos condiciones para ello.
Neildegarth se revolvió molesto en su sillón, acaso el viejo se atrevía a condicionar sus deseos? Que no se daba cuenta de que en el momento que a él se le pegara la real gana podía dar la orden para que su ejercito derrumbara su fortaleza y no dejara piedra sobre piedra de ella, sin embargo, le divirtió la osadía de este y decidió escuchar sus "condiciones".
-Muy bien, su majestad, hágame usted el favor de decirme cuales son.
-La primera es que en caso de que usted gane la mano de mi nieta, no sea sólo consorte, sino que sea reina coregente.
Neildegarth parpadeo perplejo por la osadía de la petición.
-Y la segunda??
-Que se bata en duelo con mi sobrino para ganar la mano de mi nieta.
Neildegarth soltó una carcajada por lo absurdo de las palabras del anciano, pero al verlo imperturbable como un ser de otro mundo, paró lentamente de reír y su orgullo mordió el anzuelo, al calor del alcohol y el recuerdo de la sobrehumana belleza de la princesa.
-Muy bien, su majestad. Acepto vuestras condiciones, y juro ante los dioses que tiene mi palabra que honraré con mi propia vida el acuerdo que estamos haciendo esta noche.
Wilhelm asintió con la cabeza y volvió a aplaudir, la princesa ingresó por última vez a rellenar las copas y Neildegarth la miró sin reparo como un gavilán que observa al conejo que va a devorar.
Se pusieron en pie, llamaron a sus ministros, firmaron el tratado y sellaron el acuerdo con sangre mezclada con cera de vela con la que impusieron sus sellos reales.
Al día siguiente, se preparó el área para la justa. El primo de la princesa Ser Anthon Baylehlm era el campeón del reino que lucharía con el invasor, el tirano estaba listo en su extremo montado en su caballo y con su lanza preparada para atacar a su contrincante. Las armaduras bruñidas brillaban al sol y los poderosos corceles esperaban ansiosos la indicación para emprender la carrera. En el palco de honor el Rey Wilhelm y la princesa Candice observaban a la espera que el juez de la justa diera el grito de inicio. Las trompetas sonaron avisando a los jinetes se prepararan y el juez ordenó a los pajes dejaran caer los estandartes para que los caballeros corrieran desbocadamente para estrellar sus lanzas. El ruido de los cascos de los corceles y su respiración resonó en el palenque. Finalmente la lanza del emperador dio en el casco del infortunado caballero cuya cabeza salió volando hasta el otro extremo de la pista. Nieldegarth celebró ante el silencio de la corte que presenció el horroroso resultado de la justa. Montando con orgullo su corcel negro, el tirano se acercó hasta donde estaba el soberano de pie junto a su nieta quien le esperaba para darle la guirnalda de VICTORIOSO.
Retirándose el casco, levantó su lanza como señal de triunfo y miró con deseo al trofeo viviente que le correspondió con la misma intensidad en la mirada.
-Reina mía! dijo Neildegaarth, y todos los presentes rompieron en gritos de júbilo y celebración, olvidándose del pobre joven cuyo cuerpo yacía en la arena.
Ese día se celebró los esponsales del soberano y la princesa, la nombraron Candice primera, emperatriz de
de Ildenbul.
Esa noche el emperador poseyó como un desquiciado a la virginal joven, quien dócilmente le permitó tomar completa y absoluta posesión de su cuerpo, cosa que a él enloqueció y embrujó a un grado que ninguna de sus múltiples cortesanas y concubinas había logrado. Viajó con ella hasta su capital y construyó una hermosa torre para hacerla el aposento real de su amada "corona", como él la llamaba. Los súbditos del reino coincidían que desde la llegada de la reina a la vida del conquistador, su crueldad se había vuelto menos sanguinaria ya que seguía los consejos del Rey justo de Kiren. Sin embargo, nunca cejó en sus constantes invasiones las que él personalmente, gozoso de ir a la batalla y derramar sangre con su propia mano, asistía, no sin antes subir a la cámara de la reina donde vestido con su armadura, poseía con lujuria a su amada ante un espejo de plata bruñida, para llevarse a la matanza el recuerdo del rostro de Candice jadeando de placer mientras la hacía suya.
Última edición por Maga Cafi el Mar Mayo 05, 2020 9:07 am, editado 2 veces