QUINTO APORTE EN SOLITARIO
Después de unos días calurosos, fue muy agradable recibir un poco de lluvia. Todos en el departamento agradecieron las tardes lluviosas, aunque no había mucho por hacer afuera. Así que mientras que algunos decidieron dedicarse a leer o tomar una siesta, Adriana aprovechó el momento para preparar el siguiente aporte.
Sentada en la sala, admiraba distraída la lluvia a través del balcón buscando inspiración. En eso, una figura se acercó hasta ella.
"¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo?"
"¡Terry! Casi me caigo dl susto por tu culpa... ¡No vuelvas a hacerlo!"
"Jajaja... así debes tener la conciencia. Qué culpa tengo yo que andes embobada cuando yo solamente te hice una pregunta".
"Para tu información, no estaba embobada sino en pleno ensueño... ahhhh..." Y Adriana volvió a enajenarse en su nube rosa.
Cruzándose de brazos, Terry supo que la razón de esto definitivamente tenía que ver con cierto chico rubio que por supuesto no era Albert. Así que alzando una ceja, intuyó que era probable que su amiga estuviera buscando inspiración para un aporte.
"Verte así sólo significa una cosa: que el siguiente aporte tampoco será para mí". Su rostro expresó descontento.
"Si ya sabes, ¿entonces para qué preguntas?"
"¡Ah! Y ahora resulta que no lo niegas?"
"Pero, ¿por qué habría de negarlo? Además, te lo deje bien claro el otro día, la Tía Abuela quiere aparecer en la próxima historia y por supuesto que a la Tía no se le puede negar nada. ¿No crees?"
Entrecerrando los ojos, Terry supo que tenía que hacer algo. Ya casi dos terceras partes del mes habían pasado y si no hacía algo para convencer a su amiga, se quedaría sin aportes. Así que no hubo otro remedio, aunque no quisiera tendría que alegar.
"Y si le dijeras que no, ¿qué pasaría?"
"Te aseguro que no querrás saber. Déjame ver". Adriana se quedó pensativa por unos instante. "Primero, la Tía haría el berrinche de su vida y todos allá en Chicago sufrirían con su mal humor..."
"Eso no importa, mientras no seamos nosotros". Adriana lo miró asombrada, mientras el dibujaba una gran sonrisa sarcástica.
"Luego, aparte de que tomaría el primer avión hasta acá, una vez aquí, habrían ciertos cambios en el departamento..."
"¿Cómo cuáles?"
"Ahí te van. Número uno, tendrías que mudarte de habitación para que ella ocupara la tuya. Lo más seguro es que te fueras a dormir con Archie, Stear y el Pulgo... quiero decir Neal. Aunque no sé si fuera posible ya que parece que están un poco apretados ahí".
"¿Y por qué debo ser yo quien ceda mi habitación?"
"Simple, de todos nosotros eres el único que tiene habitación exclusivamente para ti. Todos los demás compartimos: los chicos con el señorito, Candy está conmigo y Tío Albert con... ahhhhh... bueno, con mi Amorcito... quiero decir, Anthony". Y Adriana volvió a enajenarse pensando en aquellos ojos azules.
"..." Terry solamente dibujó una sonrisa y tuvo que contenerse el reír. Viéndola así de ilusionada pensando en el otro chico, entendió que era imposible alegar de eso con ella. Así que meneando la cabeza, tuvo que carraspear para sacarla de su nube.
"En fin, como dicen por ahí, se hace lo que se puede". Dijo ella volviendo a la realidad.
"Pues entonces deja de embobarte y haz algo, como escribir un aporte para mí".
"¿Eres o te haces? Ya te dije que este es para Anthony porque también sale la Tía. Pero si quieres le puedo decir que te ceda el lugar y compartas el protagonismo con la Tía Elroy. Aunque te advierto que aquí tendrás que abrazarla y todo..."
"¿Qué que?" Terry estaba sorprendido. "¡Ni loco!"
"¿No te animarías a darle aunque fuera uno chiquito?"
"¡Debes estar bromeando, ni aunque me pagaran!"
"No exageres, ¡ni es para tanto! Piensa en ella como en tu querida Tía".
"¡Alucinas si crees que voy a hacerlo".
"Pues, sobre aviso no hay engaño, así que decide, o abrazas a la Tía en una escena o esperas a un futuro aporte".
"¡Paso sin ver!"
"Pues no es tan malo, si en verdad insistes, puedes aunque sea darle un abrazo fingido solamente... aunque no entiendo si es tan buena..."
"¡No, gracias! Primero muerto. Hasta podría abrazar al Pulgoso... digo al señorito antes que a tu Tía."
"Per si es re linda".
"¡Eso crees tú!"
"Si es tan tan dulce como la azúcar y tan buena como el pan..."
"En verdad que alucinas". Finalmente respondió alejándose de ahí y una vez frente a su habitación, agregó, "No, señor, no cuentes conmigo. Así que dile a tu 'Amorcito' que disfrute de su abrazo, yo me voy de aquí".
Y sin decir más, Terry desapareció tras la puerta. El pobre de sólo pensar que tendría que abrazar a la tía hasta le dieron agruras...
Adriana solamente se le quedó mirando y cuando por fin desapareció, soltó a reír a carcajadas.
"En fin, si supiera que la historia se da cuando mi Amorcito estaba peque.... uhhhh tan hermoso".
En eso se escuchó una de las puerta y el dueño de esos suspiros apareció de repente.
"¡Anthony!" Adriana no cabía de la emoción al verlo.
"Creí escuchar que Terry estaba aquí contigo".
"Si, andaba como siempre de terco alegando algo, pero hoy se le 'arruinó' el berrinche".
"¿Y se puede saber cómo lo lograste?" Anthony dibujó tan linda sonrisa que Adriana solamente se le quedó mirando totalmente embobada.
Anthony tuvo que carraspear varias veces para que ella pudiera recobrar la compostura. "Ah, sí..." Roja como tal cual tomate al ser descubierta, pronto le explicó. "Fue gracias a la Tía Abuela".
"¿La Tía Abuela?"
"Ajá, así como lo ves. A veces solamente necesitamos traerla a escena para poner orden. Ven conmigo y ya verás". Le dijo ella y Anthony sospechando algo divertido se sentó con ella.
"Por cierto, ¿sabes por qué la leche está desapareciendo tan rápido del refri? Ya es la tercera vez esta semana que voy al súper".
"No, en realidad no sé porque yo no tomo leche".
"Ni yo tampoco. Tal vez tenemos un 'gato' entre nosotros y no lo sabemos".
"Pues que yo sepa, el único 'gato' por aquí es Archie por el apodo que le dieron..."
En eso los fueron interrumpidos por un maullido. Volviéndose hacia el balcón, se quedaron en silencio para comprobarlo.
"¿Oíste eso?"
"Tal vez es el minino del vecino". Le comentó el rubio.
"No creo, porque esta mañana le pregunté y me dijo que no. El otro departamento está vacío... a menos que los últimos inquilinos hayan abandonado a su mascota".
"Pues, no creo. ¿Quién haría algo así?"
"Tienes razón, tal vez sea el gato de algún otro vecino".
Y sin prestar más atención, ambos se pusieron a trabajar en el aporte y mientras que Anthony le ayudaba dándole ideas. Adriana... bueno aparte de suspirar sin parar y perderse en esos bellos, preciosos, inigualables, profundos, expresivos, tiernos... ahhh... mejor aquí le paramos... ojos azules, ella trataba de terminar con el aporte.
¡Hola a todos!
Espero que sigan disfrutando de su día/tarde/noche. Hoy vengo con un minific dedicado a mi personaje favorito (creo que con todo lo que han leído no les han quedado dudas de quién es, ¿no?). En fin, espero que disfruten de esta historia que escribí con mucho cariño, aunque es un poco triste. (Buahhhh)
Seguimos en contacto y estén al pendiente de la firma alusiva.
Un abrazo
RECUERDOS EN EL ROSEDAL
Esa tarde fue la primera vez en su vida que había compartido algo tan íntimo. Era muy probable que se diera debido a que esa pequeña le inspiraba mucha confianza. Sí, tal vez era eso.
Ya solo en su habitación, Anthony se acercó de nuevo a aquellas rosas que le habían traído tan dulce recuerdo. Desde que le había hablado a Candy sobre su madre, le fue imposible no pensar en ella.
Un pensamiento lo llevó a otro y pronto, una cascada de recuerdos lo fue envolviendo para remontarlo a esa época de su niñez en donde fue tan feliz.
Así fue como de repente, se encontró con la nube de recuerdos de esos días y ésta la fue envolviendo lentamente.
---------
El pequeño Anthony tendría unos cuatro o cinco años, no recordaba bien al ser tan difícil ubicar las memorias en una temporada de su vida tan lejana, una que pareciera que estuviera cubierta por la espesa bruma del tiempo.
Esos fueron momentos felices y la causa de su alegría fue nada menos que una gentil dama de cabellos dorados y ojos como esmeralda. Esa delicada figura a la que siempre se le encontraba en el Rosedal, la que llamaba su madre.
Por esos días, era muy raro ver a Rosemary fuera de su habitación y fueron contadas las ocasiones en que ella se aventuraba a estar en el jardín. Por lo que ella misma le había dicho antes, el chico entendió que era delicada de salud y por ende, siempre se sentía débil y cansada. Aún así, su férreo carácter la animaba a seguir cuidando de lo que era su gran pasión: sus amadas rosas.
Anthony podía recordar con claridad muchos detalles de los últimos días que pasó al lado de su madre. Tanto era así que si cerraba los ojos, la podía ver claramente rodeada por sus flores y sonriéndole dulcemente.
Al rememorar esa época, entonces el joven rubio se dirigió sin pensarlo al lugar mismo en donde solía pasar largo rato con ella. Sin embargo, el Rosedal se veía distinto y parecía ahora estar cambiando de color muy a su pesar. Numerosos pétalos ya habían comenzando a volar por todo el lugar ante la más tenue brisa, y ese era el claro indicio de que el otoño ya estaba haciendo estragos en las delicadas flores.
Esto no era algo nuevo para él, ya que había sido testigo de este cambio muchas veces en el pasado y por tanto, era consciente de que muy pronto todas y cada una de ellas comenzarían a marchitarse en su preparación para el crudo invierno.
Suspirando sin poder controlarlo, Anthony supo que pronto todo aquello se volvería gris y sin vida. Sin embargo, ¿qué podía hacer? La naturaleza debía seguir su curso.
Con delicadeza, pasó su mano por las Dulce Candy que tenía al frente y al contacto de su caricia, pétalos comenzaron a caer.
¡Diantres! Aún su más preciada creación estaba muriendo.
En eso y sin pensarlo, un insospechado impulso lo llevó a agacharse para recoger los delicados pétalos. Uno a uno los fue tomando con cuidado para colocarlos en la palma de su mano.
Fue en ese momento que comenzó a recordar algo que había estado olvidado en un paraje recóndito de su mente. Esto que estaba haciendo ya lo había hecho antes y sin proponérselo, un 'deja vu' de aquellas memorias que habían sido olvidadas vinieron a su mente y se presentaron ante su sorpresa, tan claras como eran las del día anterior.
Así que sin querer, comenzó a recordar.
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Se trataba también de un tarde de otoño y para entonces las flores comenzaba a perder estaban sus pétalos. No obstante, en esa ocasión, aquel pequeño niño que recién se estaba despertado de su siesta, se sintió sumamente inquieto. Por alguna razón que no entendió, Anthony albergó en su interior un mal presentimiento debido a un mal sueño tuvo.
Desesperado al encontrase solo en la habitación, salió corriendo del lugar buscando a su madre. Primero fue a la alcoba de ella, pero la encontró vacía.
"Debe estar en el jardín". Se dijo así mismo el pequeño y sin demora salió de la mansión.
La estuvo llamando por un rato, pero no hubo repuesta. Sin darse por vencido, continuó adelante con su búsqueda. Se dirigió por el Rosedal donde ella acostumbraba a estar, extrañamente no se le veía por ningún lado.
El chico anduvo por varias de las veredas y sin éxito, llegó hasta donde estaba la fuente situada en medio del paraje. Cansado y sintiéndose triste, se sentó a la orilla mientras miraba a su alrededor para tratar de distinguir cuál era la parte del inmenso jardín que le faltaba por revisar.
En eso, se escuchó una voz y la curiosidad lo llevó hasta donde parecía provenir. En ese entonces era raro tener visitas en la mansión, y por esa razón, en verdad lo intrigó. Más aún porque aquella voz que parecía ser la de otro chico, le era totalmente desconocida.
Por esa época, Anthony era un niño tímido y no acostumbraba a hablar con extraños. Debido a eso se fue acercando sigilosamente para poder pasar desapercibido ante el extraño y con cuidado, se escondió detrás de los arbustos.
Curioso, se acercó lo más que le fue posible, pero solamente pudo distinguir la silueta y la espalda de ese chico. Extrañado, se quedó inmóvil por un rato para poder escuchar mejor de lo que hablaba y así, poder descubrir su identidad.
Cuál fue su sorpresa al darse cuenta de que su madre también estaba ahí. Al parecer ambos charlaban amenamente entre risas.
"Sabes, eres mucho más linda cuando ríes que cuando lloras..." Le escuchó decir.
Estas fueron las palabras del extraño que por una razón desconocida, impactaron a Anthony al escucharlas. Unas que de alguna manera quedarían grabadas en su memoria por siempre y que jamás olvidaría.
"Lo siento, es que no puedo controlarme ante la emoción de verte. ¡Te extraño tanto!"
El pequeño frunció el ceño desconcertado. ¿Quién era esa persona y por qué su madre le estaba diciendo esto?
Decidido a saber quién era ese chico, Anthony intentó mover unas rosas a un lado y fue entonces que al contacto de sus pequeñas manos, los pétalos se deshojaron. Al ver que por su descuido las flores perdían su encanto, su inocencia lo llevó a pensar que tal vez si las recogía podría de alguna manera colocarlas de nuevo en el tallo.
Sin tardanza, se dio a la tarea de recolectarlas.
En eso, mientras tomaba delicadamente los pétalos, pudo escuchar claramente más sobre la conversación.
"Lo siento, debo irme".
"Por favor, quédate un poco más". Le imploró ella.
"La Tía Abuela dice que debo regresar a Chicago. Yo le dije que prefería quedarme aquí contigo, pero se negó rotundamente".
"No la culpes. Ella sólo está haciendo lo que es mejor para ti. Por favor, nunca lo dudes".
"Es que me siento tan solo..." Esto fue algo que alertó al pequeño niño y en eso, dejando a un lado su encomienda de recuperar los pétalos, levantó la mirada.
Fue precisamente en ese momento que Anthony pudo darse cuenta de que su madre se acercó al muchacho y con ternura, lo tomaba de las manos. Luego, lo acercó a ella para abrazarlo tiernamente.
Justo ahí fue que Anthony pudo verlo. Era tan rubio como él mismo y casi tan alto como lo era Rosemary. Sin embargo debido al arbusto que tenía al frente, no alcanzaba a distinguir bien su rostro.
Algo en su interior le hizo sentir celos. Anthony siempre creyó que él era el único para su madre. Así que sin poder controlarse, se levantó súbitamente y al hacerlo sin querer los arbustos se movieron, alertando a su madre y al muchacho de que alguien más se encontraba ahí con ellos.
Rápidamente el desconocido se apartó de ella y volviéndose hacia donde provenía el ruido, buscaba nerviosamente al intruso.
Entonces, a Anthony le fue posible verlo claramente y al verlo de frente no podía creerlo, ese chico era casi idéntico a él. Las facciones, el color de cabello, su tono de piel...
No obstante, prontamente aquel muchacho se cubrió los ojos con unos anteojos ahumados verdes, mientras se despedía.
"Debo irme, alguien podría verme".
"Prométeme que volverás pronto..." Y para sorpresa de Anthony, Rosemary comenzó a acariciarle el rostro, "no demores mucho en venir a verme, mi querido Bert".
Aquel muchacho solamente le sonrió para después depositarle rápidamente un beso en la mejilla y salir casi corriendo de ahí. Entonces, Anthony fue testigo de algo que nunca alcanzó a comprender del todo: los ojos de su madre se empañaron con lágrimas de dolor y hasta pudo ver cuando una de ellas rodaba por su mejilla.
Anonadado ente la tristeza de su madre, el pequeño no pudo contenerse y llamándola desesperado, se dirigió a su lado dejando caer los pétalos que tan diligentemente había recogido antes, en su carrera hacia ella.
A Rosemary le sorprendió ver a su pequeño saliendo de entre los arbustos y corriendo a su lado. Rápidamente ella se limpió las lágrimas con el dorso de su mano para que el chico no notara su tristeza.
"¿Qué sucede, Anthony?" Le preguntó dulcemente tratando de dibujar una sonrisa.
El niño sin responderle, solamente alzó sus brazos para que ella lo tomara entre los suyos. Una vez en su regazo, el pequeño se dejó llevar por la melancolía que emanaba su madre y se soltó a llorar con sentimiento.
Rosemary no pudo más que abrazarlo con fuerza al tiempo que le decía dulcemente que no llorara.
Ya más calmado el chico por fin le dijo, "No quiero que estés triste, mamá".
La tierna Rosemary nunca supo que su hijo había sido testigo del singular encuentro que ella tuvo ese día con el misterioso jovencito. Siempre creyó que Anthony la había visto llorar, pero que el niño nunca supo la causa.
Obviamente esto no fue así, ya que Anthony fue luego testigo de varios encuentros entre ellos. Aunque eran breves y en un lugar apartado, Anthony se pudo percatar de ellos perfectamente.
No obstante, el hecho de que el pequeño hubiese visto al extraño en varias ocaciones en el jardín con su madre después del primer encuentro, al parecer cambió su actitud con respecto a él. Por alguna razón llegó a creer que ese chico se sentía solo y que su madre lo ayudaba a superar este sentimiento, haciéndole compañía. Eventualmente ya no le importó el compartir el cariño de Rosemary.
Aun así y con el paso del tiempo, la salud de Rosemary fue empeorando al punto de que Anthony no podía pensar en nada más que estar a su lado. Por lo que pronto se olvidó de aquellos encuentros.
Tristemente, su madre murió poco después.
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Desgraciadamente, la vida para Anthony dio un giro inesperado. Debido a la profesión de marino de su padre y poco después de los funerales, éste dejó a su único hijo al cuidado de la Tía Elroy. Al parecer, eso era lo mejor para el pequeño.
Por esa razón, el niño quedó a cargo de la anciana y sería ella la que se haría cargo de su vida, educación y ciertamente, su futuro.
Así y todo, en una fría tarde de invierno, pasaría algo extraordinario que la estoica anciana jamás olvidaría.
Anthony se encontraba en el salón con la Tía Abuela. Últimamente la anciana dedicaba mucho de su tiempo al cuidado del niño, a pesar de sus numerosas ocupaciones. El que el pequeño estuviera solo sin la compañía de su madre y de un padre ausente por los viajes, le preocupaba mucho.
El solitario chico pasaba mucho tiempo jugando en silencio mientras que la Tía Abuela lo acompañaba. Sin embargo, esa tarde un repentino recuerdo llevó a Anthony a pensar en aquel jovencito que había visto con su madre. Así que dejando su barco de madera a un lado, se dirigió al lado de la anciana.
"Tía, ¿cuándo vendrá el chico de los anteojos?" Preguntó con inocencia.
Dejando su costura a un lado, la matriarca miró extrañada al pequeño sin saber a quién se refería.
"Sí, ese chico de ojos verdes que está siempre en el jardín con mamá".
"¿Chico de ojos verdes? A menos que te refieras a alguien de la servidumbre, no sé de quién hablas, Anthony".
"¿No te acuerdas, Tía? Es el chico rubio al que le dijiste que debía regresar a Chicago".
Emilia abrió los ojos de par en par, dándose perfecta cuenta de quién estaba hablando.
Era obvio para ella que el pequeño en efecto, había visto en alguna ocasión al otro jovencito y de alguna manera, confundió el tono de los ojos del muchacho por el del color de las gafas que ese chico acostumbraba llevar.
Así que carraspeando, al tiempo que trataba de controlar su sorpresa, lo acarició en el rostro.
"Es alguien sin importancia, hijo. Te aseguro que nunca lo volverás a ver. Anda, sigue jugando con el barco que te trajo tu padre".
Obedeciéndola, el niño regresó hasta su juguete, pero después de unos minutos, volvió a romper el silencio.
"Estaba pensando que también él debe estar muy triste por mamá. Lo escuché decir que se sentía muy solo... quizás si viene a jugar conmigo, se sienta mejor".
En eso, Anthony se volvió a mirar a la Tía Abuela y pudo distinguir como una sombra de tristeza cubrió el rostro de la anciana. Emilia trataba de contenerse, pero aún así sus ojos brillaban por las lágrimas contenidas.
Rápidamente, Anthony fue a su lado y en su desesperación de causarle tristeza, la abrazó lo más fuerte que pudo.
"Lo siento, Tía. No quise ponerte triste".
Y dejándose llevar por lo que sentía, el pequeño comenzó a llorar con sentimiento.
En esos días las emociones están a flor de piel para Anthony y era común verlo llorando de esta manera. Verlo así de triste y aferrándose a ella, conmovió a Emilia hasta lo más profundo de su ser y la anciana tampoco pudo contenerse más, comenzando a llorar quedamente con él.
En un tierno abrazo, los dos compartieron el dolor y la melancolía que su gran pérdida les causaba.
Esa sería la última vez que Anthony mencionaría al otro chico al entender que era un tema que traía tristeza a la que ahora era como su madre, su querida Tía Abuela.
Por esta razón y con los años, el recuerdo se fue quedando atrás y muy pronto se perdió en el olvido.
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Mirando fijamente aquellos pétalos en su mano, el ahora joven rubio entendió que probablemente aquel muchacho al que solamente pudo ver clara y brevemente en una ocasión, fuera la clave para descubrir la identidad del 'Príncipe' del que Candy le había hablado.
El medallón de Candy y el parecido que él mismo parecía tener con ese otro chico, le decían que ciertamente debía de tratarse de ese muchacho del que vio su rostro tan sólo por unos breves momentos en su niñez. Para Anthony, no había duda.
Además, el que ambos tuvieran ese aparente parecido le indicaba ciertamente que se trataba de otro Ardley... uno al parecer le era totalmente desconocido, porque hasta donde recordaba, jamás había visto a alguien con esa descripción.
Aun así, era imperante encontrarlo, ya que aparentemente en el presente ese muchacho se interponía en su camino hacía lo que tanto anhelaba. En especial, después de su charla con Candy y en donde ella le hablara de ese supuesto 'Príncipe'. Por eso era imperante descubrir su identidad.
Decidido a saber cuál de los Ardley había ganado el corazón de Candy, entonces se dirigió hasta la biblioteca. Seguramente ahí encontraría algo, una pista para descubrir de quién se trataba.
Horas después, Anthony cerraba un tanto frustrado el libro que contenía la ilustre genealogía de su familia. Por alguna razón que le era desconocida, por ningún lado pudo encontrar alguna información o pista sobre aquel chico. Pensativo, se preguntaba si alguna vez le sería posible descubrir su identidad. Quería y ansiaba saberlo, ya que su felicidad dependía de ello. Por lo que no se daría por vencido.
Pero mientras tanto, había algo más importante por saber, ya que ante todo tenía que asegurarse de los sentimientos de la pequeña. Ella era ahora lo más importante en su vida y no dudaba en que tendría que hablar seriamente con Candy antes de dar el siguiente paso.
El día de presentación de la chica como parte de la familia se aproximaba y Anthony pensó que sería el momento ideal para hacerlo.
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Galopando junto a Candy en esa tibia tarde de otoño, Anthony supo que había llegado el momento de hablar de frente. Era sumamente importante aclararlo todo antes de seguir adelante con sus planes. Aún en contra de sus deseos, tuvo que volver a mencionar al que consideraba de alguna manera su rival.
"Dime una cosa, Candy. ¿Ese Príncipe que conociste era igual a mí?"
"Así es, Anthony".
"Tengo una idea. Cuando era pequeño otro chico de ojos verdes estaba siempre con mi madre..."
En eso, al recordar a aquel chico en ese momento, la mente de Anthony se despejó y por fin le fue posible tener frente a él la tan ansiada respuesta.
"¡Ya comprendo!" Exclamó emocionado.
Tal como si hubiese sido una revelación, ahora no le quedaba duda de quién se trataba.
Sí, ahora todo quedaba claro. ¿Cómo es que no se había dado cuenta antes? Anthony sonrió ante el hecho de que ese chico estaba más cerca de él de lo que hubiese imaginado.
En definitiva, justo en ese momento había dado con la identidad de aquel alusivo joven y ahora que ya no era un misterio, estaba decidido que iría en su búsqueda para hablar con él y dejarle en claro sus intenciones con Candy. No quería que nadie ni nada se interpusiera en sus planes.
Aunque al presente esto ya no era algo de lo que debiera preocuparse, especialmente cuando Candy allí mismo hacía tan sólo unos minutos, le había confesado que no importando quién fuese el otro muchacho, él era su único 'Príncipe'.
No podía creerlo, a pesar de todo, ella lo había elegido a él. ¡Era tan dichoso!
Anthony siguió galopando, sintiendo cómo el viento lo acariciaba con la tibieza de la tarde. Con el corazón latiendo de emoción, supo que desde ahora en adelante nada ni nadie se interpondría en su camino.
En definitiva, la hora de ser completamente feliz y de jamás volverse a sentirse solo, había llegado. Era claro que sus más grandes anhelos en la vida estaban por cumplirse y apenas y podía esperar para lograr todos y cada uno de ellos.
La promesa del comienzo de una nueva etapa para Anthony, parecía estar por cumplirse. Su momento hacia la tan ansiada felicidad, por fin había llegado.
Después de unos días calurosos, fue muy agradable recibir un poco de lluvia. Todos en el departamento agradecieron las tardes lluviosas, aunque no había mucho por hacer afuera. Así que mientras que algunos decidieron dedicarse a leer o tomar una siesta, Adriana aprovechó el momento para preparar el siguiente aporte.
Sentada en la sala, admiraba distraída la lluvia a través del balcón buscando inspiración. En eso, una figura se acercó hasta ella.
"¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo?"
"¡Terry! Casi me caigo dl susto por tu culpa... ¡No vuelvas a hacerlo!"
"Jajaja... así debes tener la conciencia. Qué culpa tengo yo que andes embobada cuando yo solamente te hice una pregunta".
"Para tu información, no estaba embobada sino en pleno ensueño... ahhhh..." Y Adriana volvió a enajenarse en su nube rosa.
Cruzándose de brazos, Terry supo que la razón de esto definitivamente tenía que ver con cierto chico rubio que por supuesto no era Albert. Así que alzando una ceja, intuyó que era probable que su amiga estuviera buscando inspiración para un aporte.
"Verte así sólo significa una cosa: que el siguiente aporte tampoco será para mí". Su rostro expresó descontento.
"Si ya sabes, ¿entonces para qué preguntas?"
"¡Ah! Y ahora resulta que no lo niegas?"
"Pero, ¿por qué habría de negarlo? Además, te lo deje bien claro el otro día, la Tía Abuela quiere aparecer en la próxima historia y por supuesto que a la Tía no se le puede negar nada. ¿No crees?"
Entrecerrando los ojos, Terry supo que tenía que hacer algo. Ya casi dos terceras partes del mes habían pasado y si no hacía algo para convencer a su amiga, se quedaría sin aportes. Así que no hubo otro remedio, aunque no quisiera tendría que alegar.
"Y si le dijeras que no, ¿qué pasaría?"
"Te aseguro que no querrás saber. Déjame ver". Adriana se quedó pensativa por unos instante. "Primero, la Tía haría el berrinche de su vida y todos allá en Chicago sufrirían con su mal humor..."
"Eso no importa, mientras no seamos nosotros". Adriana lo miró asombrada, mientras el dibujaba una gran sonrisa sarcástica.
"Luego, aparte de que tomaría el primer avión hasta acá, una vez aquí, habrían ciertos cambios en el departamento..."
"¿Cómo cuáles?"
"Ahí te van. Número uno, tendrías que mudarte de habitación para que ella ocupara la tuya. Lo más seguro es que te fueras a dormir con Archie, Stear y el Pulgo... quiero decir Neal. Aunque no sé si fuera posible ya que parece que están un poco apretados ahí".
"¿Y por qué debo ser yo quien ceda mi habitación?"
"Simple, de todos nosotros eres el único que tiene habitación exclusivamente para ti. Todos los demás compartimos: los chicos con el señorito, Candy está conmigo y Tío Albert con... ahhhhh... bueno, con mi Amorcito... quiero decir, Anthony". Y Adriana volvió a enajenarse pensando en aquellos ojos azules.
"..." Terry solamente dibujó una sonrisa y tuvo que contenerse el reír. Viéndola así de ilusionada pensando en el otro chico, entendió que era imposible alegar de eso con ella. Así que meneando la cabeza, tuvo que carraspear para sacarla de su nube.
"En fin, como dicen por ahí, se hace lo que se puede". Dijo ella volviendo a la realidad.
"Pues entonces deja de embobarte y haz algo, como escribir un aporte para mí".
"¿Eres o te haces? Ya te dije que este es para Anthony porque también sale la Tía. Pero si quieres le puedo decir que te ceda el lugar y compartas el protagonismo con la Tía Elroy. Aunque te advierto que aquí tendrás que abrazarla y todo..."
"¿Qué que?" Terry estaba sorprendido. "¡Ni loco!"
"¿No te animarías a darle aunque fuera uno chiquito?"
"¡Debes estar bromeando, ni aunque me pagaran!"
"No exageres, ¡ni es para tanto! Piensa en ella como en tu querida Tía".
"¡Alucinas si crees que voy a hacerlo".
"Pues, sobre aviso no hay engaño, así que decide, o abrazas a la Tía en una escena o esperas a un futuro aporte".
"¡Paso sin ver!"
"Pues no es tan malo, si en verdad insistes, puedes aunque sea darle un abrazo fingido solamente... aunque no entiendo si es tan buena..."
"¡No, gracias! Primero muerto. Hasta podría abrazar al Pulgoso... digo al señorito antes que a tu Tía."
"Per si es re linda".
"¡Eso crees tú!"
"Si es tan tan dulce como la azúcar y tan buena como el pan..."
"En verdad que alucinas". Finalmente respondió alejándose de ahí y una vez frente a su habitación, agregó, "No, señor, no cuentes conmigo. Así que dile a tu 'Amorcito' que disfrute de su abrazo, yo me voy de aquí".
Y sin decir más, Terry desapareció tras la puerta. El pobre de sólo pensar que tendría que abrazar a la tía hasta le dieron agruras...
Adriana solamente se le quedó mirando y cuando por fin desapareció, soltó a reír a carcajadas.
"En fin, si supiera que la historia se da cuando mi Amorcito estaba peque.... uhhhh tan hermoso".
En eso se escuchó una de las puerta y el dueño de esos suspiros apareció de repente.
"¡Anthony!" Adriana no cabía de la emoción al verlo.
"Creí escuchar que Terry estaba aquí contigo".
"Si, andaba como siempre de terco alegando algo, pero hoy se le 'arruinó' el berrinche".
"¿Y se puede saber cómo lo lograste?" Anthony dibujó tan linda sonrisa que Adriana solamente se le quedó mirando totalmente embobada.
Anthony tuvo que carraspear varias veces para que ella pudiera recobrar la compostura. "Ah, sí..." Roja como tal cual tomate al ser descubierta, pronto le explicó. "Fue gracias a la Tía Abuela".
"¿La Tía Abuela?"
"Ajá, así como lo ves. A veces solamente necesitamos traerla a escena para poner orden. Ven conmigo y ya verás". Le dijo ella y Anthony sospechando algo divertido se sentó con ella.
"Por cierto, ¿sabes por qué la leche está desapareciendo tan rápido del refri? Ya es la tercera vez esta semana que voy al súper".
"No, en realidad no sé porque yo no tomo leche".
"Ni yo tampoco. Tal vez tenemos un 'gato' entre nosotros y no lo sabemos".
"Pues que yo sepa, el único 'gato' por aquí es Archie por el apodo que le dieron..."
En eso los fueron interrumpidos por un maullido. Volviéndose hacia el balcón, se quedaron en silencio para comprobarlo.
"¿Oíste eso?"
"Tal vez es el minino del vecino". Le comentó el rubio.
"No creo, porque esta mañana le pregunté y me dijo que no. El otro departamento está vacío... a menos que los últimos inquilinos hayan abandonado a su mascota".
"Pues, no creo. ¿Quién haría algo así?"
"Tienes razón, tal vez sea el gato de algún otro vecino".
Y sin prestar más atención, ambos se pusieron a trabajar en el aporte y mientras que Anthony le ayudaba dándole ideas. Adriana... bueno aparte de suspirar sin parar y perderse en esos bellos, preciosos, inigualables, profundos, expresivos, tiernos... ahhh... mejor aquí le paramos... ojos azules, ella trataba de terminar con el aporte.
¡Hola a todos!
Espero que sigan disfrutando de su día/tarde/noche. Hoy vengo con un minific dedicado a mi personaje favorito (creo que con todo lo que han leído no les han quedado dudas de quién es, ¿no?). En fin, espero que disfruten de esta historia que escribí con mucho cariño, aunque es un poco triste. (Buahhhh)
Seguimos en contacto y estén al pendiente de la firma alusiva.
Un abrazo
RECUERDOS EN EL ROSEDAL
Esa tarde fue la primera vez en su vida que había compartido algo tan íntimo. Era muy probable que se diera debido a que esa pequeña le inspiraba mucha confianza. Sí, tal vez era eso.
Ya solo en su habitación, Anthony se acercó de nuevo a aquellas rosas que le habían traído tan dulce recuerdo. Desde que le había hablado a Candy sobre su madre, le fue imposible no pensar en ella.
Un pensamiento lo llevó a otro y pronto, una cascada de recuerdos lo fue envolviendo para remontarlo a esa época de su niñez en donde fue tan feliz.
Así fue como de repente, se encontró con la nube de recuerdos de esos días y ésta la fue envolviendo lentamente.
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El pequeño Anthony tendría unos cuatro o cinco años, no recordaba bien al ser tan difícil ubicar las memorias en una temporada de su vida tan lejana, una que pareciera que estuviera cubierta por la espesa bruma del tiempo.
Esos fueron momentos felices y la causa de su alegría fue nada menos que una gentil dama de cabellos dorados y ojos como esmeralda. Esa delicada figura a la que siempre se le encontraba en el Rosedal, la que llamaba su madre.
Por esos días, era muy raro ver a Rosemary fuera de su habitación y fueron contadas las ocasiones en que ella se aventuraba a estar en el jardín. Por lo que ella misma le había dicho antes, el chico entendió que era delicada de salud y por ende, siempre se sentía débil y cansada. Aún así, su férreo carácter la animaba a seguir cuidando de lo que era su gran pasión: sus amadas rosas.
Anthony podía recordar con claridad muchos detalles de los últimos días que pasó al lado de su madre. Tanto era así que si cerraba los ojos, la podía ver claramente rodeada por sus flores y sonriéndole dulcemente.
Al rememorar esa época, entonces el joven rubio se dirigió sin pensarlo al lugar mismo en donde solía pasar largo rato con ella. Sin embargo, el Rosedal se veía distinto y parecía ahora estar cambiando de color muy a su pesar. Numerosos pétalos ya habían comenzando a volar por todo el lugar ante la más tenue brisa, y ese era el claro indicio de que el otoño ya estaba haciendo estragos en las delicadas flores.
Esto no era algo nuevo para él, ya que había sido testigo de este cambio muchas veces en el pasado y por tanto, era consciente de que muy pronto todas y cada una de ellas comenzarían a marchitarse en su preparación para el crudo invierno.
Suspirando sin poder controlarlo, Anthony supo que pronto todo aquello se volvería gris y sin vida. Sin embargo, ¿qué podía hacer? La naturaleza debía seguir su curso.
Con delicadeza, pasó su mano por las Dulce Candy que tenía al frente y al contacto de su caricia, pétalos comenzaron a caer.
¡Diantres! Aún su más preciada creación estaba muriendo.
En eso y sin pensarlo, un insospechado impulso lo llevó a agacharse para recoger los delicados pétalos. Uno a uno los fue tomando con cuidado para colocarlos en la palma de su mano.
Fue en ese momento que comenzó a recordar algo que había estado olvidado en un paraje recóndito de su mente. Esto que estaba haciendo ya lo había hecho antes y sin proponérselo, un 'deja vu' de aquellas memorias que habían sido olvidadas vinieron a su mente y se presentaron ante su sorpresa, tan claras como eran las del día anterior.
Así que sin querer, comenzó a recordar.
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Se trataba también de un tarde de otoño y para entonces las flores comenzaba a perder estaban sus pétalos. No obstante, en esa ocasión, aquel pequeño niño que recién se estaba despertado de su siesta, se sintió sumamente inquieto. Por alguna razón que no entendió, Anthony albergó en su interior un mal presentimiento debido a un mal sueño tuvo.
Desesperado al encontrase solo en la habitación, salió corriendo del lugar buscando a su madre. Primero fue a la alcoba de ella, pero la encontró vacía.
"Debe estar en el jardín". Se dijo así mismo el pequeño y sin demora salió de la mansión.
La estuvo llamando por un rato, pero no hubo repuesta. Sin darse por vencido, continuó adelante con su búsqueda. Se dirigió por el Rosedal donde ella acostumbraba a estar, extrañamente no se le veía por ningún lado.
El chico anduvo por varias de las veredas y sin éxito, llegó hasta donde estaba la fuente situada en medio del paraje. Cansado y sintiéndose triste, se sentó a la orilla mientras miraba a su alrededor para tratar de distinguir cuál era la parte del inmenso jardín que le faltaba por revisar.
En eso, se escuchó una voz y la curiosidad lo llevó hasta donde parecía provenir. En ese entonces era raro tener visitas en la mansión, y por esa razón, en verdad lo intrigó. Más aún porque aquella voz que parecía ser la de otro chico, le era totalmente desconocida.
Por esa época, Anthony era un niño tímido y no acostumbraba a hablar con extraños. Debido a eso se fue acercando sigilosamente para poder pasar desapercibido ante el extraño y con cuidado, se escondió detrás de los arbustos.
Curioso, se acercó lo más que le fue posible, pero solamente pudo distinguir la silueta y la espalda de ese chico. Extrañado, se quedó inmóvil por un rato para poder escuchar mejor de lo que hablaba y así, poder descubrir su identidad.
Cuál fue su sorpresa al darse cuenta de que su madre también estaba ahí. Al parecer ambos charlaban amenamente entre risas.
"Sabes, eres mucho más linda cuando ríes que cuando lloras..." Le escuchó decir.
Estas fueron las palabras del extraño que por una razón desconocida, impactaron a Anthony al escucharlas. Unas que de alguna manera quedarían grabadas en su memoria por siempre y que jamás olvidaría.
"Lo siento, es que no puedo controlarme ante la emoción de verte. ¡Te extraño tanto!"
El pequeño frunció el ceño desconcertado. ¿Quién era esa persona y por qué su madre le estaba diciendo esto?
Decidido a saber quién era ese chico, Anthony intentó mover unas rosas a un lado y fue entonces que al contacto de sus pequeñas manos, los pétalos se deshojaron. Al ver que por su descuido las flores perdían su encanto, su inocencia lo llevó a pensar que tal vez si las recogía podría de alguna manera colocarlas de nuevo en el tallo.
Sin tardanza, se dio a la tarea de recolectarlas.
En eso, mientras tomaba delicadamente los pétalos, pudo escuchar claramente más sobre la conversación.
"Lo siento, debo irme".
"Por favor, quédate un poco más". Le imploró ella.
"La Tía Abuela dice que debo regresar a Chicago. Yo le dije que prefería quedarme aquí contigo, pero se negó rotundamente".
"No la culpes. Ella sólo está haciendo lo que es mejor para ti. Por favor, nunca lo dudes".
"Es que me siento tan solo..." Esto fue algo que alertó al pequeño niño y en eso, dejando a un lado su encomienda de recuperar los pétalos, levantó la mirada.
Fue precisamente en ese momento que Anthony pudo darse cuenta de que su madre se acercó al muchacho y con ternura, lo tomaba de las manos. Luego, lo acercó a ella para abrazarlo tiernamente.
Justo ahí fue que Anthony pudo verlo. Era tan rubio como él mismo y casi tan alto como lo era Rosemary. Sin embargo debido al arbusto que tenía al frente, no alcanzaba a distinguir bien su rostro.
Algo en su interior le hizo sentir celos. Anthony siempre creyó que él era el único para su madre. Así que sin poder controlarse, se levantó súbitamente y al hacerlo sin querer los arbustos se movieron, alertando a su madre y al muchacho de que alguien más se encontraba ahí con ellos.
Rápidamente el desconocido se apartó de ella y volviéndose hacia donde provenía el ruido, buscaba nerviosamente al intruso.
Entonces, a Anthony le fue posible verlo claramente y al verlo de frente no podía creerlo, ese chico era casi idéntico a él. Las facciones, el color de cabello, su tono de piel...
No obstante, prontamente aquel muchacho se cubrió los ojos con unos anteojos ahumados verdes, mientras se despedía.
"Debo irme, alguien podría verme".
"Prométeme que volverás pronto..." Y para sorpresa de Anthony, Rosemary comenzó a acariciarle el rostro, "no demores mucho en venir a verme, mi querido Bert".
Aquel muchacho solamente le sonrió para después depositarle rápidamente un beso en la mejilla y salir casi corriendo de ahí. Entonces, Anthony fue testigo de algo que nunca alcanzó a comprender del todo: los ojos de su madre se empañaron con lágrimas de dolor y hasta pudo ver cuando una de ellas rodaba por su mejilla.
Anonadado ente la tristeza de su madre, el pequeño no pudo contenerse y llamándola desesperado, se dirigió a su lado dejando caer los pétalos que tan diligentemente había recogido antes, en su carrera hacia ella.
A Rosemary le sorprendió ver a su pequeño saliendo de entre los arbustos y corriendo a su lado. Rápidamente ella se limpió las lágrimas con el dorso de su mano para que el chico no notara su tristeza.
"¿Qué sucede, Anthony?" Le preguntó dulcemente tratando de dibujar una sonrisa.
El niño sin responderle, solamente alzó sus brazos para que ella lo tomara entre los suyos. Una vez en su regazo, el pequeño se dejó llevar por la melancolía que emanaba su madre y se soltó a llorar con sentimiento.
Rosemary no pudo más que abrazarlo con fuerza al tiempo que le decía dulcemente que no llorara.
Ya más calmado el chico por fin le dijo, "No quiero que estés triste, mamá".
La tierna Rosemary nunca supo que su hijo había sido testigo del singular encuentro que ella tuvo ese día con el misterioso jovencito. Siempre creyó que Anthony la había visto llorar, pero que el niño nunca supo la causa.
Obviamente esto no fue así, ya que Anthony fue luego testigo de varios encuentros entre ellos. Aunque eran breves y en un lugar apartado, Anthony se pudo percatar de ellos perfectamente.
No obstante, el hecho de que el pequeño hubiese visto al extraño en varias ocaciones en el jardín con su madre después del primer encuentro, al parecer cambió su actitud con respecto a él. Por alguna razón llegó a creer que ese chico se sentía solo y que su madre lo ayudaba a superar este sentimiento, haciéndole compañía. Eventualmente ya no le importó el compartir el cariño de Rosemary.
Aun así y con el paso del tiempo, la salud de Rosemary fue empeorando al punto de que Anthony no podía pensar en nada más que estar a su lado. Por lo que pronto se olvidó de aquellos encuentros.
Tristemente, su madre murió poco después.
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Desgraciadamente, la vida para Anthony dio un giro inesperado. Debido a la profesión de marino de su padre y poco después de los funerales, éste dejó a su único hijo al cuidado de la Tía Elroy. Al parecer, eso era lo mejor para el pequeño.
Por esa razón, el niño quedó a cargo de la anciana y sería ella la que se haría cargo de su vida, educación y ciertamente, su futuro.
Así y todo, en una fría tarde de invierno, pasaría algo extraordinario que la estoica anciana jamás olvidaría.
Anthony se encontraba en el salón con la Tía Abuela. Últimamente la anciana dedicaba mucho de su tiempo al cuidado del niño, a pesar de sus numerosas ocupaciones. El que el pequeño estuviera solo sin la compañía de su madre y de un padre ausente por los viajes, le preocupaba mucho.
El solitario chico pasaba mucho tiempo jugando en silencio mientras que la Tía Abuela lo acompañaba. Sin embargo, esa tarde un repentino recuerdo llevó a Anthony a pensar en aquel jovencito que había visto con su madre. Así que dejando su barco de madera a un lado, se dirigió al lado de la anciana.
"Tía, ¿cuándo vendrá el chico de los anteojos?" Preguntó con inocencia.
Dejando su costura a un lado, la matriarca miró extrañada al pequeño sin saber a quién se refería.
"Sí, ese chico de ojos verdes que está siempre en el jardín con mamá".
"¿Chico de ojos verdes? A menos que te refieras a alguien de la servidumbre, no sé de quién hablas, Anthony".
"¿No te acuerdas, Tía? Es el chico rubio al que le dijiste que debía regresar a Chicago".
Emilia abrió los ojos de par en par, dándose perfecta cuenta de quién estaba hablando.
Era obvio para ella que el pequeño en efecto, había visto en alguna ocasión al otro jovencito y de alguna manera, confundió el tono de los ojos del muchacho por el del color de las gafas que ese chico acostumbraba llevar.
Así que carraspeando, al tiempo que trataba de controlar su sorpresa, lo acarició en el rostro.
"Es alguien sin importancia, hijo. Te aseguro que nunca lo volverás a ver. Anda, sigue jugando con el barco que te trajo tu padre".
Obedeciéndola, el niño regresó hasta su juguete, pero después de unos minutos, volvió a romper el silencio.
"Estaba pensando que también él debe estar muy triste por mamá. Lo escuché decir que se sentía muy solo... quizás si viene a jugar conmigo, se sienta mejor".
En eso, Anthony se volvió a mirar a la Tía Abuela y pudo distinguir como una sombra de tristeza cubrió el rostro de la anciana. Emilia trataba de contenerse, pero aún así sus ojos brillaban por las lágrimas contenidas.
Rápidamente, Anthony fue a su lado y en su desesperación de causarle tristeza, la abrazó lo más fuerte que pudo.
"Lo siento, Tía. No quise ponerte triste".
Y dejándose llevar por lo que sentía, el pequeño comenzó a llorar con sentimiento.
En esos días las emociones están a flor de piel para Anthony y era común verlo llorando de esta manera. Verlo así de triste y aferrándose a ella, conmovió a Emilia hasta lo más profundo de su ser y la anciana tampoco pudo contenerse más, comenzando a llorar quedamente con él.
En un tierno abrazo, los dos compartieron el dolor y la melancolía que su gran pérdida les causaba.
Esa sería la última vez que Anthony mencionaría al otro chico al entender que era un tema que traía tristeza a la que ahora era como su madre, su querida Tía Abuela.
Por esta razón y con los años, el recuerdo se fue quedando atrás y muy pronto se perdió en el olvido.
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Mirando fijamente aquellos pétalos en su mano, el ahora joven rubio entendió que probablemente aquel muchacho al que solamente pudo ver clara y brevemente en una ocasión, fuera la clave para descubrir la identidad del 'Príncipe' del que Candy le había hablado.
El medallón de Candy y el parecido que él mismo parecía tener con ese otro chico, le decían que ciertamente debía de tratarse de ese muchacho del que vio su rostro tan sólo por unos breves momentos en su niñez. Para Anthony, no había duda.
Además, el que ambos tuvieran ese aparente parecido le indicaba ciertamente que se trataba de otro Ardley... uno al parecer le era totalmente desconocido, porque hasta donde recordaba, jamás había visto a alguien con esa descripción.
Aun así, era imperante encontrarlo, ya que aparentemente en el presente ese muchacho se interponía en su camino hacía lo que tanto anhelaba. En especial, después de su charla con Candy y en donde ella le hablara de ese supuesto 'Príncipe'. Por eso era imperante descubrir su identidad.
Decidido a saber cuál de los Ardley había ganado el corazón de Candy, entonces se dirigió hasta la biblioteca. Seguramente ahí encontraría algo, una pista para descubrir de quién se trataba.
Horas después, Anthony cerraba un tanto frustrado el libro que contenía la ilustre genealogía de su familia. Por alguna razón que le era desconocida, por ningún lado pudo encontrar alguna información o pista sobre aquel chico. Pensativo, se preguntaba si alguna vez le sería posible descubrir su identidad. Quería y ansiaba saberlo, ya que su felicidad dependía de ello. Por lo que no se daría por vencido.
Pero mientras tanto, había algo más importante por saber, ya que ante todo tenía que asegurarse de los sentimientos de la pequeña. Ella era ahora lo más importante en su vida y no dudaba en que tendría que hablar seriamente con Candy antes de dar el siguiente paso.
El día de presentación de la chica como parte de la familia se aproximaba y Anthony pensó que sería el momento ideal para hacerlo.
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Galopando junto a Candy en esa tibia tarde de otoño, Anthony supo que había llegado el momento de hablar de frente. Era sumamente importante aclararlo todo antes de seguir adelante con sus planes. Aún en contra de sus deseos, tuvo que volver a mencionar al que consideraba de alguna manera su rival.
"Dime una cosa, Candy. ¿Ese Príncipe que conociste era igual a mí?"
"Así es, Anthony".
"Tengo una idea. Cuando era pequeño otro chico de ojos verdes estaba siempre con mi madre..."
En eso, al recordar a aquel chico en ese momento, la mente de Anthony se despejó y por fin le fue posible tener frente a él la tan ansiada respuesta.
"¡Ya comprendo!" Exclamó emocionado.
Tal como si hubiese sido una revelación, ahora no le quedaba duda de quién se trataba.
Sí, ahora todo quedaba claro. ¿Cómo es que no se había dado cuenta antes? Anthony sonrió ante el hecho de que ese chico estaba más cerca de él de lo que hubiese imaginado.
En definitiva, justo en ese momento había dado con la identidad de aquel alusivo joven y ahora que ya no era un misterio, estaba decidido que iría en su búsqueda para hablar con él y dejarle en claro sus intenciones con Candy. No quería que nadie ni nada se interpusiera en sus planes.
Aunque al presente esto ya no era algo de lo que debiera preocuparse, especialmente cuando Candy allí mismo hacía tan sólo unos minutos, le había confesado que no importando quién fuese el otro muchacho, él era su único 'Príncipe'.
No podía creerlo, a pesar de todo, ella lo había elegido a él. ¡Era tan dichoso!
Anthony siguió galopando, sintiendo cómo el viento lo acariciaba con la tibieza de la tarde. Con el corazón latiendo de emoción, supo que desde ahora en adelante nada ni nadie se interpondría en su camino.
En definitiva, la hora de ser completamente feliz y de jamás volverse a sentirse solo, había llegado. Era claro que sus más grandes anhelos en la vida estaban por cumplirse y apenas y podía esperar para lograr todos y cada uno de ellos.
La promesa del comienzo de una nueva etapa para Anthony, parecía estar por cumplirse. Su momento hacia la tan ansiada felicidad, por fin había llegado.