PRIMER APORTE – PELOTON PECOCITAS
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Este es mi primer aporte como Subteniente del Pelotón Pecocitas.
Espero que disfruten este mini-shot de Terry, el segundo que he escrito para este personaje.
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Saludos a todas mis compañeras del Pelotón Pecocitas, especialmente a mi querida amiga y compañera Nerckka Andrew quien me invito hacer parte de su grupo en la Guerra Florida hace años, a mi querida amiga Maravilla121 de Fanfiction quien siempre me apoya leyendo mis borradores y a quería mi amiga Gissa Álvarez del grupo Amazonas de Terry.
Espero que disfruten este mini-shot de Terry, el segundo que he escrito para este personaje.
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Saludos a todas mis compañeras del Pelotón Pecocitas, especialmente a mi querida amiga y compañera Nerckka Andrew quien me invito hacer parte de su grupo en la Guerra Florida hace años, a mi querida amiga Maravilla121 de Fanfiction quien siempre me apoya leyendo mis borradores y a quería mi amiga Gissa Álvarez del grupo Amazonas de Terry.
El Último Vagón
Tambaleando bajo la fuerte tormenta de nieve, una joven silueta arrastraba temblando su vieja maleta. A pesar de las lágrimas que inundaban sus bellas esmeraldas y la abundante lluvia, pudo encontrar la vieja estación de aquella imponente ciudad que ella ahora odiaba, apretó su maleta con tristeza, frente a ella se encontraba su realidad. Miró a su alrededor, y sintió un intenso escalofrío. Que irónica era la vida, apenas unas horas antes ella había arribado con tantos sueños y ahora…todo era tan diferente. Gruesas lagrimas resbalaron por sus mojadas mejillas, tenía tanto dolor en su alma que ni el intenso frío la afectaba.
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— Basta, Candy, deja de llorar —, se regañaba con rabia mientras se limpiaba sus abundantes lágrimas. Suspiró profundamente y con determinación se encaminó a buscar su boleto. Torpemente busco dinero de su bolsa y pidió un boleto de regreso a casa, Chicago, su nuevo destino. Solo esperaba que esa misma noche encontrara un lugar para huir de aquel maldito lugar. Necesitaba salir cuanto antes. Sí, quería huir de aquella ciudad que le había roto su pobre corazón. Sonrió con amargura mientras esperaba su boleto. Era una tonta, el amor no era para ella, nuevamente estaba sola.
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El viejo empleado quien la miraba con lastima preparaba diligentemente el boleto para la guapa jovencita que tenía enfrente, ella seguía llorando en silencio atormentada mientras esperaba su tique. Meneó la cabeza, esa pobre joven probablemente era víctima de un barbaján, había visto tantos casos de esos en esa estación; venían con sueños y las que tenían suerte regresaban con el corazón roto, pero otras terminaban su joven vida en las frías calles de la ciudad vendiendo favores o siendo los nuevos juguetes de sus verdugos.
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Candy ajena a la lástima que ocasionaba su maltrecha imagen, seguía limpiándose esas tercas lagrimas que seguían brotando sin cesar de sus tristes ojos. El anciano hombre continuaba enfrascado en su trabajo mirándola de reojo, pobre chica, era digna de lastima. Un último sello se escuchó antes de entregarle su boleto.
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— Aquí tiene señorita.
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La rubia viajera pareció salir de su burbuja y volteo a verlo, tragó seco y tomó su preciado regreso a su casa.
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Un solitario, “Gracias ,” salió de la boca de la chica al tomarlo. Lo leyó rápidamente, y miró los letreros tristemente para guiar sus pasos. Arrastró nuevamente su vieja compañera y se encaminó hacia al tren. Estaba completamente empapada, pero ni el frío que calaba hasta sus huesos parecía sacarla de su intenso sufrimiento. Subió al primer vagón lentamente, sonrió con tristeza al ver el interior de aquel vagón; había tanta gente dentro de este. No meneó la cabeza ligeramente, ella no quería estar ahí, se bajó inmediatamente y se dirigió sus decisivos pasos al último compartimiento del tren.
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La gente que caminaba a su alrededor la miraba con lastima, sorprendidos al verla completamente mojada y con ese lloroso rostro que solo mostraba amargura y una soledad absoluta. Todo aquel que la mirara percibía que aquella guapa jovencita había perdido un ser querido; el duelo estaba marcado en su rostro y en su alma. Sí, así se sentía ella en ese momento, vacía. Terry ya no estaba en su vida, él le pertenecía a otra y ese era el sinsabor más intenso que ahora enfrentaba.
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Suspiró aliviada cuando llegó al último vagón, había muy poca gente, tambaleante buscó el último asiento, no quería compañeros que la molestaran. Quería estar sola, sí, sola con su amargura e intenso dolor. Así podría llorar su duelo por horas. Cerró sus ojos para esperar la hora de partida. A su mente llegaron cada una de las horas vividas con él en esa ciudad. Recordó sus risas, su melancolía…su aroma. Lo amaba tanto, pero él nunca sería de ella. Terry era de Susana, de esa joven actriz.
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— ¿Por qué Terry? —, pensó con amargura, cerró sus ojos con coraje y absoluta tristeza mientras apretaba sus puños hasta enterrarse sus uñas. Dolía recordar como ese hombre que ella amaba intensamente pasó a su lado como si ella no hubiera existido, con esa actriz en sus brazos ignorándola en la azotea del hospital. Sí maldita sea, la había ignorado. — Tú elegiste Terry…yo —, murmuró quedamente mientras suspiró intensamente, — …yo entendí. —, pensaba atormentada mientras volvía a sollozar quedamente. Ahí sola en el último vagón podía seguir llorando por horas, en ese lugar podría derramar toda su amargura. Ajenos al sufrimiento de la rubia pecosa, los pocos viajeros que la acompañaban en el último vagón esperaban junto a ella la salida a Chicago; faltaba poco para salir, unos minutos más y el tren saldría a Chicago, una vez más como lo hacía a diario.
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Un silbato anunció la salida, se escuchó unas exhalaciones de alegría entre los pasajeros, Candy los ignoró, a ella lo único que le importaba era irse, entre más pronto mejor. Un último pasajero entró antes de que el tren se pusiera lentamente en marcha. Candy suspiró satisfecha al escuchar el movimiento del tren, por fin dejaban esa maldita ciudad. Tragó seco al recordar que también lo dejaba a él, sus ojos se llenaron de lágrimas, ahí se quedaba su corazón también, se llevó sus manos al rostro. Dolía tanto perderlo, a su mente vinieron imágenes de ese amado hombre.
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De pronto alguien se sentó a su lado, Candy quien lloraba en silencio con los ojos cerrados, furiosa meneó la cabeza, era el colmo. ¿Por qué tenían que sentarse a su lado? El vagón estaba casi vacío, de todos los asientos que había, ¿por qué tenían que escoger el suyo? Molesta sin dirigirle una mirada al intruso o intrusa, trató de levantarse, no quería nadie a su lado; era mejor buscar un nuevo lugar para sentarse sola y seguir llorando su amor perdido, pero una fuerte mano se lo impidió. Extrañada y molesta volteó a verlo con sus ojos llenos de lágrimas lista para defenderse de tal agresión, pero lo que deslumbró entre sus llorosos ojos la dejaron helada.
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— Hola Tarzán Pecosa
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— Te..Terry —, musitó incrédula, no, eso no podía ser. De seguro estaba soñando. Se sentó, se llevó sus manos a los ojos tratando de borrar sus alucinaciones. No, él no podía estar ahí, su amado estaba con aquella actriz, en aquel maldito hospital. Él había elegido aquella chica, así se lo hizo sentir cuando la ignoró y cuando le ocultó la verdad. Sí, definitivamente estaba soñando, volvió abrir los ojos y se encontró con un mar embravecido que la miraba fijamente con esa sonrisa cínica que ella tanto amaba, parecía molesto, pero a la vez feliz por estar cerca de ella.
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Sus ojos se llenaron de lágrimas, dolía pensar en él, se estaba volviendo loca de tristeza, de impotencia y de amor, ya hasta lo estaba alucinando; esto era una pesadilla. Sin importarle quien la escuchara, lloró de impotencia como una niña desvalida atrayendo la mirada y atención de los demás viajeros quienes voltearon alarmados a ver la singular escena.
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— ¿Pero ¿qué le hace a esa chica, majadero? —, gritó furiosa una regordeta mujer.
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— ¿Necesita ayuda señorita? —, gritó un venerable anciano junto a su compañera quienes lo miraban acusadoramente.
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Terry volteó nervioso y sorprendido ante el airado ataque de los pasajeros, nunca imaginó que ella reaccionara de esa manera, y él que pensaba que su Tarzán Pecosa se echaría a sus brazos feliz por verlo llegar al último vagón por ella. Levantó las manos en son de paz, sin alterarse y usando sus excelentes dotes de actor les gritó.
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— Lo siento mucho, Can…quiero decir, mi esposa está feliz que llegase a tiempo, estuve a punto de perder el tren. Discúlpenos por favor.
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Airados y advirtiéndole con la mirada que estarían atentos a lo que hiciera, se giraron. Terry suspiró aliviado, a su lado, una llorona Candy seguía sin parar, estaba desconsolada. Verdaderamente se estaba volviendo loca por la pérdida de su amor.
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— Candy por favor cálmate —, le dijo al oído mientras la abrazaba con cuidado. Ella al escuchar la varonil voz y sentir unos fuertes brazos sobre ella, se quedó paralizada. No, ahora ya hasta sentía sus brazos sobre ella, ahora si la iban a mandar a un manicomio.
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Alarmado levantó el amado rostro para reflejarse en esos llorosos ojos, tenía que hacer reaccionar a Candy. Le dio pequeños besos en su bello rostro tratando de hacerla reaccionar. Ella se estremeció ante el ataque tierno que recibía.
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Entre lágrimas ella lo miró sorprendida, era él. Ese rostro que ella pensó que nunca volvería a verlo, no estaba soñando, él en verdad estaba con ella.
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— Teeryy…tú aquí? ¿Pero y ella, Susana?
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Él sonrió dulcemente.
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— Nada, ella esta con su familia y yo con la mía…tú eres mi familia, la única persona que me importa, eres tú, la mujer de mi vida.
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Ella lo miró sorprendida
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— Pero tú —, bajó la mirada con tristeza y amargamente dijo —, tú la elegiste Terry, ahí en el hospital. Yo entendí, no tienes nada que hacer aquí
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Terry suspiró frustrado, y enojado con el mismo. Fue un soberano estúpido nunca debió de actuar de esa manera.
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— Perdóname Candy, fui un estúpido, en ese momento mi honor habló, pero mi corazón es el que habla en este momento —, musitó mientras le levantaba el rostro nuevamente y le limpiaba amoroso las lágrimas que corrían en su amado rostro. Terry se llevó la mano a su saco mientras ella susurro angustiada.
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— Terry…ella te ama.
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— No Candy, ella ama a el actor, no la persona. He hablado con ella y su madre y han entendido que yo nunca le he dado más que una simple amistad de compañeros. Sí, ella me salvó la vida, pero yo no puedo y no debo estar con una persona que no amo. La apoyare económicamente, pero yo no tengo ninguna obligación más. Así como ella me salvó la vida, otra persona me la pudo salvar o ella misma se la pudo salvar a alguien más.
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Candy lloraba en silencio mientras Terry la miraba fijamente, su conciencia le decía que no podía vivir con él mientras aquella joven vivía incapacitada, pero su corazón también viviría incapacitado sin su amor. No, lo sentía mucho, pero Terry era su vida, lo amaba sobre todas las cosas. Que Dios la ayudara con ese amor y la perdonara porque ella quería ser feliz.
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Terry volvió a limpiar sus lágrimas con sus largos dedos.
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— Yo no la amo Candy, ni nunca la amaré. Si yo me quedo a lado de alguien que ni siquiera conozco, la odiaré más de lo que ya la odio en este momento, ¿te imaginas que clase de infierno viviría Candy?
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— Pero Terry ella te salvó, ella te... —, él la interrumpió serio.
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— Dime una cosa Candy, ¿acaso tendría que casarme con una abuelita, un hombre o una mujer casada porque esa persona me salvó de morir?
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— ¡No! —, rápidamente le contestó. Él sonrió, parecía que por fin Candy estaba reaccionando, eso era lo que su madre, Eleonor Baker le dijo a él para que reaccionara. Su Tarzán Pecosa actuó de la misma manera que él, esto era lo que espera de ella, era el momento.
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— Sé que esta no es la manera más romántica que tenía planeada — dijo con la voz quebrada por la emoción mientras abría la pequeña cajita y sacaba un pequeño anillo. La miró a los ojos fijamente y tomó la mano de ella delicadamente.
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— Candy White Andrew, ¿quieres ser la esposa de este tonto enamorado? Te prometo amarte y respetarte todos los días de mi vida, dime que aceptas, por favor.
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La joven rubia temblorosa dejó que el galante joven pusiera el sencillo solitario en su frágil dedo al mismo tiempo que le dedicaba una mirada amorosa.
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— Este tonto enamorado también te promete que tratará de enmendar sus errores todos los días de su vida. Nunca Candy dejaré que los problemas nos separen; tampoco guardaré secretos que puedan poner en peligro nuestra relación. Cuando te fuiste, sentí que el mundo se acaba para mí. Dime Candy, ¿aceptas ser mi esposa mi dulce Tarzán Pecosa?
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— Sí Terry acepto ser tu esposa —, contestó con una sonrisa y su mirada llena de lágrimas. Ambos jóvenes se fundieron en un intenso abrazo y sellaron su promesa de amor con un tierno beso que el joven inglés se encargó de convertirlo en un apasionado beso.
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Con aquella demostración de amor, una historia que pareciera que se cerraba comenzaba nuevamente a escribirse en el último vagón de aquel solitario tren rumbo a Chicago.
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Fin
Última edición por stormaw el Dom Abr 28, 2019 2:43 am, editado 1 vez