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EXCESOS________________________________________________________________________________ Historia escrita para la GF 2019. Albert Lovers Secret Service. By Agente Janik
Y nuevamente los recuerdos lo amargaron llegando en el momento menos adecuado. Ella se fue un día, abandonándolo.
— Se fue, solo dijo que iría a donde fuera más útil — le informó la vieja vecina que en esos momentos se dedicaba a limpiar el departamento y tener todo en orden. — Se ofreció de voluntaria, ya sabe, para ir a la guerra… decía que aquí no quedaba nada para ella. Así que hizo su maleta, al otro día tomó su abrigo y se fue perdiéndose entre la neblina de la mañana.
Él suspiró fuertemente al escucharla.
Recordó sus rizos rubios y su sonrisa que él creyó que sería solo para él. Una profunda ira hizo que estrellara su puño contra la pared, dejando un hueco en la mampostería y una vieja asustada ante su temperamental arranque. Dejando su tarjeta donde se comprometía a pagar el daño y salió del viejo edificio llevándose un corazón roto y una mano adolorida con los nudillos sangrantes y punzantes.
Le había costado mucho encontrarla, parecería que se le había tragado la tierra, pero ella, Candy, fue muy inteligente. Cambió su nombre y dejó su antiguo departamento después de él la dejara, sabía que no debía hacerlo pero era lo correcto. Sus planes eran regresar lo más pronto posible y revelarle, de alguna manera, que había recuperado sus recuerdos y sus secretos. Regresarían a la mansión y la tía Elroy sería enviada a Lakewood en un retiro temprano de descanso.
Nunca sabría que pasó entre ellas, solo que Candy decidió dejar a la familia y sus comodidades pero estaba casi seguro que fue debido al apoyo incondicional de él como el tío abuelo para que ella asistiera a la escuela de enfermería y se convirtiera en una enfermera, un poco atolondrada pero muy capaz. Su trabajo en la clínica feliz le hizo hacerse de amistades que nunca la abandonaron y fueron las personas que la protegieron escondiéndola en sus propios hogares para que no la encontraran.
— Tenía miedo y un poco de resentimiento pero por ti, muchacho — dijo el bonachón doctor — Me hizo hacer un retrato tuyo con sus respectivas copias y los distribuyó entre la ciudad incluso viajó a los suburbios, creo que llegó a Lakewood y Rockstown… no sé qué encontró ahí pero llegó cambiada y triste. Quiso refugiarse en la mansión Andrew pero no la dejaron quedarse. Luego se fue a Europa, a ese infierno — terminó el buen doctor casi en un susurro, solo para él mismo.
Albert comprendió.
Y como nunca odió a Elroy Andrew.
Desde que murieron sus padres ella se hizo cargo de él, Rosemary y Anthony después llegaron Alistear y Archibald. El que los cuidara a todos no tendría forma o precio con que pagarse y por ello estaría agradecido. La intención fue buena pero la forma en que lo hizo, no. De ninguna manera justificaba sus años de soledad y aislamiento, solo teniendo a su hermana de compañera ocasional y su bebé hasta que ella también lo dejó. Ahí en la soledad, entendió que no quería lo mismo para sus sobrinos, los protegería de todos los que quisieran hacerles daño.
Desgraciadamente no pudo cumplir ninguna de sus propias promesas.
Por culpa de Elroy y su intransigencia.
Sabía que tenía que ir a Europa. Tendría que regresar nuevamente a ese infierno y la rescataría. Pero uno planea y el destino dispone. Y su viaje de alguna manera fue pospuesto una y otra vez.
El entierro simbólico de Stear, la tristeza de su prima Janice y la del propio Archie. El intento de suicidio de Patty hicieron que se quedara un poco más de tiempo sonriendo para sí mismo, se imaginó a una Candy con su peor cara de enojo, reprendiéndolo por no quedarse y cuidarlos tal como era sus deber. Una semana pronto se convirtió en un mes y luego en otro y así sucesivamente.
Se estaba desesperando.
Desde entonces trató de llenar ese vacío con el trabajo y con otras mujeres. Unas eran señoritas bastante educadas en el fino arte de cazar a un marido rico que resolviera todos sus caprichos. Todas frívolas y tontas. Otras eran mujeres maduras que con fina coquetería, dada por la experiencia de los años, intentaban seducirlo. Al fin hombre, cedió ante el deseo y la necesidad de su cuerpo… pero al final, ninguna sería como ella.
Ninguna como su preciosa rubia de cabellos rubios hechos de seda dorada y pecas. Con formas sugerentes propias de una mujer, sonriendo con sus labios pintados de rojo luciendo un modelo entallado a la cintura y a sus caderas, con ese sombrero con un bouquet de rosas, sosteniendo otro entre sus manos. Había sido dama de honor para Judy, su compañera enfermera y el momento fué inmortalizado en una foto a blanco y negro que era una joya. Conservaba una copia en el cajón de su despacho y otra cerca de su corazón.
Se la había robado a Archie quien previamente se la robó a Patty que estaba decidida a enviársela a Stear. Se reclmaron pero desde entonces compartieron el secreto. Cada uno tendría sus propios sueños con ella. Ambos estarían celosos uno del otro pero nunca se traicionarían. Como él le dijo a Archie, era una manera de aliviar sus penas.
Miró su reloj, debía apurarse si ya que tendría una cita con su amante en turno.
Se dió un baño rápido y cambió su traje por otro más elegante y sofisticado. La llevaría a cenar y luego a un teatro de burlesque, en una especie de mascarada donde solo los influyentes y ricos de Chicago asistirían y después de eso, lo que pasara estaba bien para él.
Ella fue quien tomó la iniciativa, claramente ansiosa que la función terminara así que no se hizo el difícil. En la suite de uno de sus hoteles pronto la tenía desnuda y complaciente, lista para él. No hubo caricias ni besos previos, puso a su amante boca abajo y la penetró en un solo movimiento, sabía que estaba más que húmeda y excitada para recibirlo sin ningún problema.
Sus embestidas pronto se hicieron erráticas pero aún poderosas hasta que ella alcanzó su culminación, se sintió asqueado de solo usarla pero en el fondo sabía que él también era utilizado. Él también llegaría pronto a su clímax, así que en un esfuerzo sobrehumano ralentizó sus movimientos.
Fué un poco liberador hacerlo. El poder contenerse y prolongar su éxtasis. Sí, era liberador pero al final solo fué parte de su juego, en un círculo infinito de pasión y deseo para ocultar sus verdaderas frustraciones.
El dolor que se negaba a abandonar.
Él sabía que solo estaría en paz hasta reencontrarse con ella y decirle lo que por años llevaba guardado en su corazón, ya sea en el cielo o en el infierno, le daba igual… siempre y cuando fuera a su lado.
Empezó a mover sus caderas con desenfreno, desesperado por terminar y beber uno o dos vasos de whiskey en la biblioteca de la mansión o terminar la botella, como últimamente lo estaba haciendo. Los jadeos y gemidos apagados le decían que su amante estaba disfrutando próxima a correrse de nuevo. Esto provocó que su sexo endurecido se sintiera más inhiesto y fue que decidió dejarse ir.
Por unos instantes, la mujer bajo su cuerpo no era otra más que ella.
La quimera pecosa que le robó el corazón y no se lo devolvió. La que con lágrimas en los ojos y sonrisas dulces le curó sus heridas y lo embriagó con su perfume de rosas. La mujer de ojos de jade, sonrisa contagiosa, de curvas incipientes pero ya generosas. La chica de labios llenos y rosados listos para ser besados… y que ahora lo había dejado.
Apretó el cuerpo de su amante hacia el suyo buscando en su hendidura humedecida hasta encontrar ese punto sensible y masajeó con rudeza logrando que ella se estremeciera en un poderoso orgasmo. Sentía los calambres de su carne cálida alrededor de su hombría dándole lo último de su esfuerzo por satisfacerlo pero pronto colapsó dejando un cuerpo flojo sobre las sábanas arrugadas pero él no había culminado.
Solo unos momentos, pensó suplicando en silencio. Estaba a punto de correrse. Tenía que seguir pensando en ella. Se enteró solo hace tres semanas.
Aún así redoblaría sus esfuerzos hasta encontrarla y entonces le reclamaría por dejarlo. Le reclamaría muy enojado por haberse quedado en el último vagón de ese tren de Bélgica a Francia y atreverse a morir intentando salvar a otros, para luego tomarla entre sus brazos y besarla hasta dejarla sin aliento.
Le reclamaría por no darle la oportunidad de llorarle ante su tumba.
Porque no había quedado nada de ella por recuperar.
Solo un medallón con la insignia de su príncipe y el crucifijo de una de sus madres alrededor de lo que seguramente serían sus manos. Y que llegaron a él moviendo sus influencias y junto con esos tesoros, su diario y cartas, algunas baratijas que eran adorados por ella y que él guardaba en la biblioteca.
Gritó, lloró y se castigó negándose a dejar ir su dolor.
Desde entonces él aceleraría su muerte disfrutando de los excesos, follando y bebiendo a sabiendas que su vida sería corta, ya sea por intervención divina o por su propia mano. No sabía cuándo o como llegaría su final pero mientras su dinero y vigor le dejaran deleitarse con lo más selecto y discreto, se divertiría y se arrepentiría, como siempre, hasta terminar bebiendo en la soledad de la biblioteca donde estaba también su despacho, sacaría esa foto y la besaría pidiendo perdón por guardar sus secretos por no ser el príncipe valiente que ella siempre buscó y que sin saberlo vivió por un tiempo a su lado, enamorándolo tan profundamente y para siempre.
Se vistió sin ceremonias, llevando el nudo del lazo del cuello suelto. Le sonrió a la dulce mucama que seguramente limpiaría las huellas de esa noche. Buscó en su cartera dejándole una buena propina en recepción, saludó al viejo portero que sonrió discretamente moviendo la cabeza, algo divertido. Albert sabía que él se aseguraría de conseguir un auto de alquiler confiable que llevara a su amante segura a casa.
Encendió un cigarrillo, mirando el cielo estrellado y aspiró el humo cálido mientras sus pasos se perdían resonando en las baldosas de la acera. Tal vez esta sería su noche de suerte y alguien le hiciera el favor de enviarlo junto a ella. Tenía todo preparado y listo con Georges para cuando algo así pasara, había dejado a todos muy bien acomodados.
Mientras él se divertiría aunque sus amigos cercanos y familia pusieran el grito en el cielo ante sus excesos.
Y tal vez un día, el destino le concediera ese milagro tan anhelado.
Tzitziki Janik ALSS GF 2019
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