Me han pasado muchas cosas, que jamás olvidare
pero de una estoy seguro: que por siempre te querré.
En mis sueños te veo, en mi mente estas y mi
Corazon te llevo…
Me acuerdo de ese momento, lleno de felicidad,
Ese instante en el que te conoci, y desde entonces
Aprendí a amar
pero de una estoy seguro: que por siempre te querré.
En mis sueños te veo, en mi mente estas y mi
Corazon te llevo…
Me acuerdo de ese momento, lleno de felicidad,
Ese instante en el que te conoci, y desde entonces
Aprendí a amar
Para mi Amiga Miena
Por: An Le Mon
Decimo capito
AGOSTO 1924
Devén comenzó a tener algunos altibajos en su salud, su desarrollo se mantenía algo estable. A pesar de sus capacidades diferentes, había rebasado la edad promedio, de un niño de su condición. Los últimos dos meses se le presentaron algunas complicaciones. Dado a su cardiopatía congénita, heredada por su madre y las bacterias, que sus deficientes pulmones habían contraído
Era un hermano atento y protector, cuando estaba en casa. Pues la mayor parte de estos meses, se la había pasado dentro del hospital central; acompañado por Candy y Terry. Sus padres, los cuales se quedaban dentro del hospital, siempre con la esperanza de regresar los tres a casa.
Leila su pequeña y traviesa hermana, siempre le hacías reír con sus ocurrencias. Aunque en algunas ocasiones sus ingeniosas travesuras, le hacían sacudir los nervios. Su hermano Yeray, siempre tenía listos los juegos para su regreso.
Después de haber sido tres veces internado, durante los dos últimos meses. Devén, se encontraba muy desgastado y cansado. Acompañado por sus padres y tíos. Esperaban impacientes, la llegada de la abuela Eleanor.
Ella era una abuela muy consentidora y siempre les llenaba de regalos. Para Eleanor no había diferencia, entre los hijos de sangre de Candy y Terry. Y su niño Devén, como ella lo llamaba.
Esa noche, Devén tuvo un ataque respiratorio, dejando impactados a sus hermanos. Candy y Terry ya acostumbrados. Si exaltarse, subieron al niño a su auto y partieron con rumbo al hospital. Donde ya eran esperados por los doctores, que ingresarían nuevamente a Devén.
Candy, se colocó su uniforme de enfermera. No le gustaba que su niño se sentiría solo, asi que siempre estaba ella presente, en la sala de respiración. Pero después de ver como su hijo sufría el tercer paro respiratorio, se optó por sacarla de la sala.
La rubia fue recibida por los brazos de Terry. Se le miraba en un estado desconcertante y no se podía mantener en pie. La condujo a unos de los sillones y con su rosario en mano, comenzaron su ya conocida plegaria, que siempre les acompañaban.
Era tan grande el dolor de ver sufrir a su pequeño, que ni siquiera se igualaba al que sintieron, cuando se separaron por cumplir con su palabra. Esta vez, Candy con el corazón en la mano, hablo en sus pensamientos con la madre de Devén [Susana si es tu voluntad tener a tu niño cerca de ti, te lo devuelvo. Pero que ya no sufra más]
Con todo el dolor de su corazón de madre. No de sangre, pero sí de espíritu. Dejaría ir a Devén. Impulsada por una fuerza mayor, tomo a Terry de la mano y lo encamino al cuarto de respiración, donde mantenían a al niño.
- Terry ¡es momento de soltar! – dijo la rubia mirando al pequeño niño que sufría su agonía – dejemos que lo que nos unió sea feliz y tome su camino de luz
Terry renuente se negaba a hablar con su hijo. El quería regresar a casa, con su chiquillo; como cada una de las veces que había sido hospitalizado.
Candy le tomo de la mano para darle fortaleza y con dulces palabras le hizo saber: “Terry, nuestro hijo está sufriendo, esta vez no es igual a las demás. Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva, o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado en tu corazón”.
- ¡Mi corazón! va a estar vacío pecas. Me niego a la posibilidad, de no volver a verlo – el castaño sin más fuerzas, se dejó caer de rodillas a un costado de la cama, donde se encontraba Devén. Golpeando el piso con los puños y con voz cargada de frustración dijo – es mío, es mi hijo y lo quiero
Su pecosa se acuclillo a su lado, tomándolo entre sus brazos, despacito le dijo al oído:” Tu corazón podrá estar vacío, porque no lo veras. O puede estar lleno del amor, por lo que compartiste. Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda, o puedes hacer lo que a él le gustaría: Sonreír, abrir los ojos, amar y seguí”.
Candy salió de la habitación, dejándolos solos. Debía despedirse y cerrar ciclos con Devén. Con su niño que le mostró que el dolor ajeno, puede hacernos más humano
- Cuando nos volvamos a ver, estoy seguro que me recordaras – un poco más sereno, Terry iniciaba su triste despedida - ¡Y, si! sonreirás, pues esos ángeles que te esperan, te contaran lo inútil que fui en un principio. Te platican sobre esa leche fría, que sin querer te di. Sobre el pipi que cayó en mi cara o tal vez sobre los buenos pulmones que tenías. Dabas unos buenos gritos, a media noche.
Hijo debemos de ser fuertes, es momento de que vaya con tu mama Susana. Ella al igual que tú, fue una guerrera. Sabes antes de morir, te tomo entre sus brazos y al verte dijo que eras una bendición.
Me pidió que cuidaría tu camino, hasta que se juntaran. Dijo que ella te esperaría, en el muelle de Chiloé. Ahí tu mami, estará gustosa de cruzar la barca acompañada de ti.
Siempre me preguntaste como era ella. Ahora es momento de que la conozcas. Tomará tu mano con fuerza y juntos avanzaran por el camino, que se les tiene trazado. Te amo mi bebe, pero te suelto. No te sientas mal si me miras doblarme, abatido por el dolor. Toma tu camino y se feliz, te lo mereces.
Terry, le deposito un beso sobre la frente de su niño, que en algún momento; paro su mundo de cabeza y ahora lo dejaba sin mundo. Soltó la pequeña mano de su Devén, la cual cayó frágil y sin fuerza, tal cual pajarito sin vuelo. En ese instante, el reloj se detuvo para el niño. Devén había cerrado su ciclo de vida terrenal.
Los tristes sollozos del castaño, hicieron la pecosa entrara y lo tomara entre sus brazos. Esta vez sería su pilar y no lo soltaría. Ya no era la chiquilla temerosa, de diecisiete años que había salido corriendo, esa noche de invierno. Dejándolo sin apoyo. Ahora y para siempre estaría a su lado
- ¡Hey! ¡guapo! Tranquilo – con lágrimas en los ojos, la rubia beso esos labios que tanto amaba – Tranquilo cariño, después de la tormenta, viene la calma. Ahora es momento de que salga. Se debe de preparar a Devén
Candy lo condujo a la puesta, cerro y se quedó a solas con el pequeño. Se acercó hasta él y le tomo en brazos. Aun sentía su cuerpo tibio. Entre lágrimas le dijo sus palabras de despedida:
“siempre serás uno de mis grandes amores. Me diste la luz, me diste alegrías y me enseñaste a amar. Soltarte no fue fácil, pero ahí está ella que te espera. ¡Es tu momento Susana! Cuídalo, mira que es un gran granuja. Se sabe roba el corazon de la gente. Adiós mi bebe Devén”.
El doctor Dunnes entro a la habitación, al mirar a Candy con su niño entre sus brazos, se le estrujo el alma.
- ¡No sabes cómo duele esto! ¡en verdad, es muy difícil! – la pecoso decía cada palabra, entre lágrimas y llena de dolor. – ya no sentiré sus caricias en mi rostro, su voz mandona ya sonara por la casa. Su habitación quedara vacía.
- Vamos pequeña, es el síndrome de la soledad. Pero en este momento debes de ser fuerte ¡por el! – con un movimiento de barbilla, indico el lugar donde esta Terry – sal y dale fuerzas, a tu engreído y altanero inglés.
Después de un triste y frió funeral Candy y Terry, se dirigían a su hogar. En silencio iban por la carretera. Mágicamente la lluvia que caía seso y en el cielo se pintó, un hermoso arcoíris.
Terry paro el andar del auto y bajan de él. Se volvieron a ver y se regalaron una sonrisa. Pero detrás de ella escondía un puchero. Se tomaron de la mano y en unísono gritaron a todo pulmón: “¡Adiós, hijo! ¡Adiós, Miena!”. Así se quedaron por un instante, mirando cómo se desvanecía el arcoíris
- ¡A casa pecas! – con un guiño, Terry invita a la rubia a continuar con su camino. El camino del amor, el camino que hoy por hoy, siguen busca su felicidad
Ella miro un charco de agua y le tiro un puntapié, cayendo el agua, sobre el rostro de Terry. El con el ceño fruncido pregunto: “¿no cambias verdad?”. Ella lo vio venir y corrió alrededor del auto. En cada charco se arrojaban agua. No les importo que siguiera la lluvia, pues había sol. Un hermoso e iluminado sol.
En memoria a Devén agosto 1924
Albert y Alexia solían apoyarlos, en el cuidado de los otros pequeños. Cuando Devén, tenía alguna recaída. Esperaban pacientes el regreso de los padres, los cuales siempre volvían felices a casa, con su amado hijo. Esta vez era diferente. Volverían, pero sin su pequeño.
Al llegar a su casa, sintieron la soledad. Una manita le hacía falta. No tenían ganas de entrar. Asi que se sentaron en el pórtico.
- Pecas ¡canta la canción! Esa la de las tortillas de Anís – a la mete de Candy, vino esa canción. Con la cual daba arrullo a su hermoso príncipe.
Ella comenzó a tararear la tonada, aun escuchaba la vocecita de su primer bebe, que siempre le acompañaba.
Terry, la comenzó a cantar, la rubia lo miraba con cara de desaprobación
- ¡Que feo cantas, grandchester! y ¡así no va! - Las risas de joven al no saber la tonada hizo que Albert saliera. tomo un lugar en medio de ellos y como siempre los encerró en sus brazos, sabia el dolor por el que pasaban, su pequeña y su rebelde inglés.
- Chicos sé que sus corazones están rotos – dijo el rubio con sus palabras tan patriarcales y maduras – pero, vamos a dar gracias, por estar completos y sanos, para esos dos angelitos; que tambien esperan con mucha ansiedad su llegada.
Con tristeza en la mirada, Albert continuo: “Sé que la soledad le pesara, deben de reponerse y presentarse maduros, ante esos guerrilleros. Sé que no lo volverán a ver, pero en su corazón si lo sentirán. Vamos a dentro y se bañan, parece que corrieron entre los charcos. ¡Espero que no se cierto mi conjetura!
Candy y Terry, entraron al hogar, fueron recibidos por sus torbellinos. Que ya habían sido preparados por Alexia. Así que no hubo preguntas. Solo juegos y charlas amenas.
Diciembre 31 de 1925
Una nueva luz llego al hogar de la familia Grandchester Andrew.
- ¡Hola, hermosa! – decía Terry, adentrándose en el cuarto del hospital, donde la pecosa descansaba. Se acercó a ella y deposito un suave beso en sus labios – ¿así que decidiste darme el regalo de aniversario? ¡pequeña pecosa!
La rubia demasiado agotada por el gran esfuerzo, que había hecho en su labor de parto. Solo sonreía
- ¡Ese niñito! Creo que acabo con las fuerzas de mi pequeña – decía Albert al pie de la puerta – Terry ¿piensas hacer tu equipo de caballerangos?
- ¡Albert! – Con una gran alegría. Saludaron los chicos al mismo tiempo
- ¡Claro que no amigo! mira como ha quedado, mi chica esta vez – Terry reía al par con Albert. Al mirar a la enfermera, que venía con él bebe en brazos. El castaño dijo – ¡ y aquí esta, el galán de mami!
Sí que había sido grande ese bello bebe y sus ojos tan azules y vivarachos.
- ¿Y ya le tienen el nombre? – preguntaba el tío Albert, tomando al pequeño en brazos.
- ¡Albert! – con un gritito. Dijeron al mismo tiempo lo chicos
- ¡Si, díganme! ¡que necesitan! – el rubio no dejaba de mirar al pequeño.
– Se llamará ¡William Albert! – Dijo Terry. Tomando a su pecosa de la mano. Ella miraba al rubio, con un brillo especial en sus ojos
- ¡Gracias chicos! esto es un honor para mí – el rubio miro a su pequeña y le guiño un ojo, gracias le dijo solo con los labios.
Epilogo
30 de diciembre 1928
Terry llegaba de la habitación del pequeño Albert. Tenía la costumbre de quedarse dormido con ellos. Pero después, Terry lo llevaba con mucho cuidado a su cuarto. Les había robado el corazón, así que le consentían sus caprichitos.
- Muy bien señora ¡mona pecas! de grandchester, ha llegado la hora de ser una mujercita linda, con su marido – decía Terry, mientras se comía a besos el cuello de la rubia
- ¡Terry! soy tu esposa y me merezco que me digas ¡Candy! – refunfuñaba la pecosa dejándose amar
- Esta bien. Señora Candy, habrá sus hermosos los ojos. Platicaremos algunas cosas – entre risitas y caricias, se amaron tanto esa noche. Sus cuerpos quedaron rendidos, perdiéndose en el mundo de los sueños
Terry sintió sobre su rostro unas manos frías. Exaltado abrió los ojos y frente a él estaba su pequeño Devén. Miro hacia el gran ventanal y solo encontró, el crepúsculo de una madrugada fría
- ¿Deben? ¡hijo! ¡Como estas, mi niño! – cuestionaba Terry emocionado de poder mirar a su pequeño
- Papa, vine rápido. Te extrañe y me dejaron. Pero esto solo será por esta ocasión – Terry se levantó y tomo entre sus brazos a su pequeño – papa, Miena la encontré. Estaba jugando con sus amigos y al mirarme, se vino conmigo. Me llevo con mama Susana. Ella es bonita y dice que soy su tesoro
Terry con lágrimas en los ojos dijo: “mi hijito, me da gusto que este feliz y acompañado. Te e extrañado mucho, siempre a diario diría yo, te tengo presente en mis pensamientos. Te amo mi bebe, tu hiciste de mi un buen ser humano; tú, me cambiaste la vida.
- Papa a eso vine, ya no me llores. Yo estoy bien y contento. Juego con mama Susana y Miena – devén se separó del abrazo y tomo a Terry de las manos – papa tú y mama Candy, fueron lo mejor que la vida me dio. Dale un beso por mí. Ahora me voy. Estate tranquilo, estoy bien, feliz y contento.
A la mañana siguiente, Terry se despertó y sobresaltado se sentó en la cama. Confundido miraba a su pecosa. Ella dormía tranquilamente a su lado. La tomo entre sus brazos y le dio un beso en la frente.
Candy abrió sus verdes y hermosos ojos y con una sonrisa en los labios dijo; Devén ¿vino verdad?
El castaño asintió con el ceño fruncido. Esa pecosa era una gran bruja.
La puerta de la habitación, se abrió de un golpe y dos torbellinos llegaron. Entre besos y abrazos se daban los buenos días. Animosos los niños jalaban a los padres. Se tenía que alistar la cena del fin de año. Y la torta de pequeño Abert.
Eleanor entro a la habitación, con el pequeño Albert en brazos. Miro satisfecha la vida de su hijo Terry. Había logrado formar una hermosa familia, a lado de su gran amor Candy.
Fin.
Por: An Le Mon
Decimo capito
AGOSTO 1924
Devén comenzó a tener algunos altibajos en su salud, su desarrollo se mantenía algo estable. A pesar de sus capacidades diferentes, había rebasado la edad promedio, de un niño de su condición. Los últimos dos meses se le presentaron algunas complicaciones. Dado a su cardiopatía congénita, heredada por su madre y las bacterias, que sus deficientes pulmones habían contraído
Era un hermano atento y protector, cuando estaba en casa. Pues la mayor parte de estos meses, se la había pasado dentro del hospital central; acompañado por Candy y Terry. Sus padres, los cuales se quedaban dentro del hospital, siempre con la esperanza de regresar los tres a casa.
Leila su pequeña y traviesa hermana, siempre le hacías reír con sus ocurrencias. Aunque en algunas ocasiones sus ingeniosas travesuras, le hacían sacudir los nervios. Su hermano Yeray, siempre tenía listos los juegos para su regreso.
Después de haber sido tres veces internado, durante los dos últimos meses. Devén, se encontraba muy desgastado y cansado. Acompañado por sus padres y tíos. Esperaban impacientes, la llegada de la abuela Eleanor.
Ella era una abuela muy consentidora y siempre les llenaba de regalos. Para Eleanor no había diferencia, entre los hijos de sangre de Candy y Terry. Y su niño Devén, como ella lo llamaba.
Esa noche, Devén tuvo un ataque respiratorio, dejando impactados a sus hermanos. Candy y Terry ya acostumbrados. Si exaltarse, subieron al niño a su auto y partieron con rumbo al hospital. Donde ya eran esperados por los doctores, que ingresarían nuevamente a Devén.
Candy, se colocó su uniforme de enfermera. No le gustaba que su niño se sentiría solo, asi que siempre estaba ella presente, en la sala de respiración. Pero después de ver como su hijo sufría el tercer paro respiratorio, se optó por sacarla de la sala.
La rubia fue recibida por los brazos de Terry. Se le miraba en un estado desconcertante y no se podía mantener en pie. La condujo a unos de los sillones y con su rosario en mano, comenzaron su ya conocida plegaria, que siempre les acompañaban.
Era tan grande el dolor de ver sufrir a su pequeño, que ni siquiera se igualaba al que sintieron, cuando se separaron por cumplir con su palabra. Esta vez, Candy con el corazón en la mano, hablo en sus pensamientos con la madre de Devén [Susana si es tu voluntad tener a tu niño cerca de ti, te lo devuelvo. Pero que ya no sufra más]
Con todo el dolor de su corazón de madre. No de sangre, pero sí de espíritu. Dejaría ir a Devén. Impulsada por una fuerza mayor, tomo a Terry de la mano y lo encamino al cuarto de respiración, donde mantenían a al niño.
- Terry ¡es momento de soltar! – dijo la rubia mirando al pequeño niño que sufría su agonía – dejemos que lo que nos unió sea feliz y tome su camino de luz
Terry renuente se negaba a hablar con su hijo. El quería regresar a casa, con su chiquillo; como cada una de las veces que había sido hospitalizado.
Candy le tomo de la mano para darle fortaleza y con dulces palabras le hizo saber: “Terry, nuestro hijo está sufriendo, esta vez no es igual a las demás. Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva, o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado en tu corazón”.
- ¡Mi corazón! va a estar vacío pecas. Me niego a la posibilidad, de no volver a verlo – el castaño sin más fuerzas, se dejó caer de rodillas a un costado de la cama, donde se encontraba Devén. Golpeando el piso con los puños y con voz cargada de frustración dijo – es mío, es mi hijo y lo quiero
Su pecosa se acuclillo a su lado, tomándolo entre sus brazos, despacito le dijo al oído:” Tu corazón podrá estar vacío, porque no lo veras. O puede estar lleno del amor, por lo que compartiste. Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda, o puedes hacer lo que a él le gustaría: Sonreír, abrir los ojos, amar y seguí”.
Candy salió de la habitación, dejándolos solos. Debía despedirse y cerrar ciclos con Devén. Con su niño que le mostró que el dolor ajeno, puede hacernos más humano
- Cuando nos volvamos a ver, estoy seguro que me recordaras – un poco más sereno, Terry iniciaba su triste despedida - ¡Y, si! sonreirás, pues esos ángeles que te esperan, te contaran lo inútil que fui en un principio. Te platican sobre esa leche fría, que sin querer te di. Sobre el pipi que cayó en mi cara o tal vez sobre los buenos pulmones que tenías. Dabas unos buenos gritos, a media noche.
Hijo debemos de ser fuertes, es momento de que vaya con tu mama Susana. Ella al igual que tú, fue una guerrera. Sabes antes de morir, te tomo entre sus brazos y al verte dijo que eras una bendición.
Me pidió que cuidaría tu camino, hasta que se juntaran. Dijo que ella te esperaría, en el muelle de Chiloé. Ahí tu mami, estará gustosa de cruzar la barca acompañada de ti.
Siempre me preguntaste como era ella. Ahora es momento de que la conozcas. Tomará tu mano con fuerza y juntos avanzaran por el camino, que se les tiene trazado. Te amo mi bebe, pero te suelto. No te sientas mal si me miras doblarme, abatido por el dolor. Toma tu camino y se feliz, te lo mereces.
Terry, le deposito un beso sobre la frente de su niño, que en algún momento; paro su mundo de cabeza y ahora lo dejaba sin mundo. Soltó la pequeña mano de su Devén, la cual cayó frágil y sin fuerza, tal cual pajarito sin vuelo. En ese instante, el reloj se detuvo para el niño. Devén había cerrado su ciclo de vida terrenal.
Los tristes sollozos del castaño, hicieron la pecosa entrara y lo tomara entre sus brazos. Esta vez sería su pilar y no lo soltaría. Ya no era la chiquilla temerosa, de diecisiete años que había salido corriendo, esa noche de invierno. Dejándolo sin apoyo. Ahora y para siempre estaría a su lado
- ¡Hey! ¡guapo! Tranquilo – con lágrimas en los ojos, la rubia beso esos labios que tanto amaba – Tranquilo cariño, después de la tormenta, viene la calma. Ahora es momento de que salga. Se debe de preparar a Devén
Candy lo condujo a la puesta, cerro y se quedó a solas con el pequeño. Se acercó hasta él y le tomo en brazos. Aun sentía su cuerpo tibio. Entre lágrimas le dijo sus palabras de despedida:
“siempre serás uno de mis grandes amores. Me diste la luz, me diste alegrías y me enseñaste a amar. Soltarte no fue fácil, pero ahí está ella que te espera. ¡Es tu momento Susana! Cuídalo, mira que es un gran granuja. Se sabe roba el corazon de la gente. Adiós mi bebe Devén”.
El doctor Dunnes entro a la habitación, al mirar a Candy con su niño entre sus brazos, se le estrujo el alma.
- ¡No sabes cómo duele esto! ¡en verdad, es muy difícil! – la pecoso decía cada palabra, entre lágrimas y llena de dolor. – ya no sentiré sus caricias en mi rostro, su voz mandona ya sonara por la casa. Su habitación quedara vacía.
- Vamos pequeña, es el síndrome de la soledad. Pero en este momento debes de ser fuerte ¡por el! – con un movimiento de barbilla, indico el lugar donde esta Terry – sal y dale fuerzas, a tu engreído y altanero inglés.
Después de un triste y frió funeral Candy y Terry, se dirigían a su hogar. En silencio iban por la carretera. Mágicamente la lluvia que caía seso y en el cielo se pintó, un hermoso arcoíris.
Terry paro el andar del auto y bajan de él. Se volvieron a ver y se regalaron una sonrisa. Pero detrás de ella escondía un puchero. Se tomaron de la mano y en unísono gritaron a todo pulmón: “¡Adiós, hijo! ¡Adiós, Miena!”. Así se quedaron por un instante, mirando cómo se desvanecía el arcoíris
- ¡A casa pecas! – con un guiño, Terry invita a la rubia a continuar con su camino. El camino del amor, el camino que hoy por hoy, siguen busca su felicidad
Ella miro un charco de agua y le tiro un puntapié, cayendo el agua, sobre el rostro de Terry. El con el ceño fruncido pregunto: “¿no cambias verdad?”. Ella lo vio venir y corrió alrededor del auto. En cada charco se arrojaban agua. No les importo que siguiera la lluvia, pues había sol. Un hermoso e iluminado sol.
En memoria a Devén agosto 1924
Albert y Alexia solían apoyarlos, en el cuidado de los otros pequeños. Cuando Devén, tenía alguna recaída. Esperaban pacientes el regreso de los padres, los cuales siempre volvían felices a casa, con su amado hijo. Esta vez era diferente. Volverían, pero sin su pequeño.
Al llegar a su casa, sintieron la soledad. Una manita le hacía falta. No tenían ganas de entrar. Asi que se sentaron en el pórtico.
- Pecas ¡canta la canción! Esa la de las tortillas de Anís – a la mete de Candy, vino esa canción. Con la cual daba arrullo a su hermoso príncipe.
Ella comenzó a tararear la tonada, aun escuchaba la vocecita de su primer bebe, que siempre le acompañaba.
Terry, la comenzó a cantar, la rubia lo miraba con cara de desaprobación
- ¡Que feo cantas, grandchester! y ¡así no va! - Las risas de joven al no saber la tonada hizo que Albert saliera. tomo un lugar en medio de ellos y como siempre los encerró en sus brazos, sabia el dolor por el que pasaban, su pequeña y su rebelde inglés.
- Chicos sé que sus corazones están rotos – dijo el rubio con sus palabras tan patriarcales y maduras – pero, vamos a dar gracias, por estar completos y sanos, para esos dos angelitos; que tambien esperan con mucha ansiedad su llegada.
Con tristeza en la mirada, Albert continuo: “Sé que la soledad le pesara, deben de reponerse y presentarse maduros, ante esos guerrilleros. Sé que no lo volverán a ver, pero en su corazón si lo sentirán. Vamos a dentro y se bañan, parece que corrieron entre los charcos. ¡Espero que no se cierto mi conjetura!
Candy y Terry, entraron al hogar, fueron recibidos por sus torbellinos. Que ya habían sido preparados por Alexia. Así que no hubo preguntas. Solo juegos y charlas amenas.
Diciembre 31 de 1925
Una nueva luz llego al hogar de la familia Grandchester Andrew.
- ¡Hola, hermosa! – decía Terry, adentrándose en el cuarto del hospital, donde la pecosa descansaba. Se acercó a ella y deposito un suave beso en sus labios – ¿así que decidiste darme el regalo de aniversario? ¡pequeña pecosa!
La rubia demasiado agotada por el gran esfuerzo, que había hecho en su labor de parto. Solo sonreía
- ¡Ese niñito! Creo que acabo con las fuerzas de mi pequeña – decía Albert al pie de la puerta – Terry ¿piensas hacer tu equipo de caballerangos?
- ¡Albert! – Con una gran alegría. Saludaron los chicos al mismo tiempo
- ¡Claro que no amigo! mira como ha quedado, mi chica esta vez – Terry reía al par con Albert. Al mirar a la enfermera, que venía con él bebe en brazos. El castaño dijo – ¡ y aquí esta, el galán de mami!
Sí que había sido grande ese bello bebe y sus ojos tan azules y vivarachos.
- ¿Y ya le tienen el nombre? – preguntaba el tío Albert, tomando al pequeño en brazos.
- ¡Albert! – con un gritito. Dijeron al mismo tiempo lo chicos
- ¡Si, díganme! ¡que necesitan! – el rubio no dejaba de mirar al pequeño.
– Se llamará ¡William Albert! – Dijo Terry. Tomando a su pecosa de la mano. Ella miraba al rubio, con un brillo especial en sus ojos
- ¡Gracias chicos! esto es un honor para mí – el rubio miro a su pequeña y le guiño un ojo, gracias le dijo solo con los labios.
Epilogo
30 de diciembre 1928
Terry llegaba de la habitación del pequeño Albert. Tenía la costumbre de quedarse dormido con ellos. Pero después, Terry lo llevaba con mucho cuidado a su cuarto. Les había robado el corazón, así que le consentían sus caprichitos.
- Muy bien señora ¡mona pecas! de grandchester, ha llegado la hora de ser una mujercita linda, con su marido – decía Terry, mientras se comía a besos el cuello de la rubia
- ¡Terry! soy tu esposa y me merezco que me digas ¡Candy! – refunfuñaba la pecosa dejándose amar
- Esta bien. Señora Candy, habrá sus hermosos los ojos. Platicaremos algunas cosas – entre risitas y caricias, se amaron tanto esa noche. Sus cuerpos quedaron rendidos, perdiéndose en el mundo de los sueños
Terry sintió sobre su rostro unas manos frías. Exaltado abrió los ojos y frente a él estaba su pequeño Devén. Miro hacia el gran ventanal y solo encontró, el crepúsculo de una madrugada fría
- ¿Deben? ¡hijo! ¡Como estas, mi niño! – cuestionaba Terry emocionado de poder mirar a su pequeño
- Papa, vine rápido. Te extrañe y me dejaron. Pero esto solo será por esta ocasión – Terry se levantó y tomo entre sus brazos a su pequeño – papa, Miena la encontré. Estaba jugando con sus amigos y al mirarme, se vino conmigo. Me llevo con mama Susana. Ella es bonita y dice que soy su tesoro
Terry con lágrimas en los ojos dijo: “mi hijito, me da gusto que este feliz y acompañado. Te e extrañado mucho, siempre a diario diría yo, te tengo presente en mis pensamientos. Te amo mi bebe, tu hiciste de mi un buen ser humano; tú, me cambiaste la vida.
- Papa a eso vine, ya no me llores. Yo estoy bien y contento. Juego con mama Susana y Miena – devén se separó del abrazo y tomo a Terry de las manos – papa tú y mama Candy, fueron lo mejor que la vida me dio. Dale un beso por mí. Ahora me voy. Estate tranquilo, estoy bien, feliz y contento.
A la mañana siguiente, Terry se despertó y sobresaltado se sentó en la cama. Confundido miraba a su pecosa. Ella dormía tranquilamente a su lado. La tomo entre sus brazos y le dio un beso en la frente.
Candy abrió sus verdes y hermosos ojos y con una sonrisa en los labios dijo; Devén ¿vino verdad?
El castaño asintió con el ceño fruncido. Esa pecosa era una gran bruja.
La puerta de la habitación, se abrió de un golpe y dos torbellinos llegaron. Entre besos y abrazos se daban los buenos días. Animosos los niños jalaban a los padres. Se tenía que alistar la cena del fin de año. Y la torta de pequeño Abert.
Eleanor entro a la habitación, con el pequeño Albert en brazos. Miro satisfecha la vida de su hijo Terry. Había logrado formar una hermosa familia, a lado de su gran amor Candy.
Fin.
Amor eterno (Gustavo Adolfo Bécquer)
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la Tierra
Como un débil cristal.
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la Tierra
Como un débil cristal.
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.
Bien, chicas hermosas. este es el final de mi historia. Les agradezco infinitamente haberme acompañarme en este mi escrito. Comenzó como un reto y se creo una linda historia. Les quiere An Le Mon