Capítulo I
Cascos
Dos niñas jugaban cerca de un río y a su vez, muy cerca del Hogar de Ponny, desde muy temprano habían decidido ir de día de campo y fue entonces que se habían llevado un mantel, una canasta, algunos emparedados y un poco de leche; era una mañana muy cálida y se encontraban tan ensimismadas en sus actividades de juego que no se dieron cuenta cuando unos jinetes se acercaban, eso lo supieron por el sonido de los cascos de los caballos que se habían acercado. De pronto, una de ellas le señaló a la otra un asustadizo conejo, el animalito presa del miedo de haber oído los cascos y de verse cara a cara con una de las niñas, corrió y corrió entre los matorrales tan rápido como pudo y cuando esperaba a que pasaran los caballos, uno de los jinetes que se dirigía por el camino al río, el caballo no logró esquivar al conejo y lo que menos esperaba era que detrás del animalito apareciese una niña, por lo que apenas y logró esquivarla haciendo que su caballo la saltara lo que ocasionó en la niña un tremendo susto y por lo mismo, se desmayó.
La otra niña presa del miedo de encontrarse en el paso del caballo gritó su nombre, pero con el ruido de los cascos, los relinchidos y el grito de hombres y niñas casi muere del susto, pero no, solo atinó a decir: “qué torpe”. Afortunadamente no le pasó nada, los señores se dirigieron hacia ambas niñas, uno encontró a una agazapada sobre el camino y otro corrió hacia la niña desmayada; así que acordaron que llevarían sus cosas y a las niñas a la casa de campo del patrón hasta que despertaran. La niña “accidentada” no entendía lo que pasaba y por lo mismo, comenzó a llorar y de tanto hacerlo, terminó por dormirse todo el camino.
Cuando los señores llegaron con las niñas a la casa de campo cercana al río, la matriarca de esa familia comenzó a dar órdenes: … que sí debían dejarlas en una misma habitación, que sí debían bañarlas o cambiarlas, la pobre de Casey, la mucama de la familia Brighter estaba que ya no podía atender tanta orden.
Muy entrada la tarde se escuchó un sonoro estornudo, después unos pasos de la ventana hacia donde se encontraba la cama, un portazo, pasos arriba y muy cerca de la puerta, un señor les prohibía la salida.
- ¡Déjenos ir! – decía una de las niñas, que ante todo la tenían agarrada de la mano.
- Pequeñas, ¿cómo se llaman? – preguntó el señor de la casa haciendo que las dos niñas se escondieran detrás del señor que las tenía agarradas.
- Mi amor, parece que tienen miedo… - susurra la matrona de la casa.
- Yo…yo soy… Candice White – dijo sin más.
- Y yo Annie… - dijo la otra niña, aún más temerosa que la primera.
- ¿Sólo Annie? – cuestionó la señora de la casa.
- Sí, no tenemos apellido – confirmó Candice respondiendo rápidamente.
- ¿No se saben su apellido? – quiso saber el señor de la casa.
- No, no tenemos apellido, somos huérfanas del Hogar de Ponny, ¿quién nos ha traído hasta aquí? – preguntó Candy.
- Mi esposo las ha traído hasta aquí – respondió la matrona, mirando a Annie.
- Esta ropa me queda bien… - dijo Candice, admirándose mucho.
- Nos queda, huele tan rico – susurró Annie, sintiéndola también.
- Es de mi hija Katherine – respondió la matrona admirando la inocencia de Annie.
- Y ¿dónde está su hija, señora? – preguntó Candy sin reservas.
- Murió hace unos años… respondió ocultando la mirada.
- Cuanto lo siento, no debimos preguntar… - dijo Annie tomándole la mano.
- Está muy bien, ustedes no sabían – responde ella, apenas sonriendo.
- Sí, no sabíamos, pero tampoco podemos importunar a las personas, la señorita Ponny dice que es impropio Candy – refiere Annie.
- La señorita Ponny se enojaría, sí Annie, recuérdamelo, ¡aguafiestas! – resopla Candy haciendo reír al señor Brighter.
- ¿Quién es la señorita Ponny? – pregunta la señora Brighter.
- Es una monja que se encarga del cuidado de los huérfanos, es muy buena – refiere Annie con amor.
- Vaya, tienen toda una historia – resopló Fred un poco entusiasmado.
- ¡Huele rico! ¿Pueden convidarme un poco? – preguntó Candice, ya que no habían desayunado ni almorzado y ya tenían hambre.
- ¿Queda muy lejos el hogar de Ponny? ¿Annie? ¿Candy? – cuestionó el señor Brighter.
- No, detrás de la colina de donde nos encontraron – respondió Candy cuando terminó un gran bocado de carne.
- Fred – el señor Brighter salió del comedor y se dirigió a la biblioteca no sin antes llamar a uno de sus caballerangos. Escribió una nota y…
- Sí señor – Fred se dirigió hacia la puerta.
- Ve avisar que las niñas se quedaran aquí y que están muy bien, si preguntan invita a una de las hermanas a que venga por si desconfía – reiteró el señor Brighter.
- Aquí tienes, es cordero, te gustará pequeña – le dijo la señora Brighter a Annie.
- Muchas gracias, vamos a comer Annie – la apuró, Candy se dio cuenta de que la señora Brighter sólo veía a Annie detenidamente y eso le causó alegría.
- Sí – ambas asistieron.
- ¿Cuántos años tienen? – preguntó el señor Brighter.
- Siete años – respondió Candy apresuradamente.
- Seis, Candy – la corrigió Annie.
- Algo así… – resopló Annie.
Mientras esto sucedía en el Hogar de Ponny…
- Buenas noches - saludó Fred a la hermana María, quien fue la que abrió la puerta.
- Buenas noches señor, ¿que se le ofrece? ¿Puedo ayudarle en algo? - cuestionó la hermana con curiosidad.
- Mi nombre es Fred, vengo de parte del señor Brighter, las señoritas Annie y Candy se encuentran en la casa de campo del señor y señora Brighter, hermana – informa él tratando de dar la máxima información.
- ¿En dónde se encuentra eso? – quiere saber la hermana haciéndole una seña a una de las niñas para que llame a la señorita Ponny.
- En el bosque, como a dos leguas de aquí hermana – señala el lugar de donde viene.
- Y ¿estarán seguras? – pregunta ella, dudosa.
- Sí hermana, el señor no ha querido traerlas porque de camino nos podía caer la noche, como a me sucedió – responde enseñándole que las estrellas ya tenían tiempo en el firmamento.
- Bien, ¿será que puedo acompañarlo? Señorita Ponny, ¿podré dejarla esta noche al cuidado de los chicos o prefiere ir usted? – cuestiona a la señorita Ponny.
- Por supuesto hermana – la señorita Ponny se adelanta y la anima a que vaya ella.
- No hermana María, vaya usted, estoy segura de que estará usted bien – le da unas palmaditas y la envía ella.
- Bueno, denme unos minutos, voy por mi capa y a colocarme los zapatos refiere la hermana apresurada.
- Por supuesto, hermana – acepta Fred, sintiéndose incómodo.
- Dígales a mis niñas, señor Fred, que espero que estén bien – le da un mensaje.
- Por supuesto señorita Ponny, por cierto, el señor Brighter le manda esto, me dijo que debía esperar por la respuesta – le informó Fred tomando la nota de sus manos.
- Sí claro, espere, bien, dígale al señor Brighter que con mucho gusto puede venir cuando guste con su señora esposa – sí, a la señorita Ponny se le iluminó el rostro, al leer la nota del señor Brighter.
- Le agradezco señorita Ponny – se retiró y salió rápidamente de allí.
- ¡Estoy lista! Podemos irnos – accedió el hombre y comenzaron a caminar.
- Se cuida hermana María, espero que las niñas no estén dando problemas por allá – le recomendó la señorita Ponny a la hermana María.
- La espero afuera hermana – informó ajustando la montura del caballo que guiaría la carreta.
- Por supuesto, de Annie le aseguro que no lo hará, pero Candy… - la hermana María rodó los ojos.
- Pronto tendremos una en adopción… - le susurró la señorita Ponny.
- Eso es una buena noticia señorita Ponny, me voy, la veo mañana – se despide la hermana María que con ayuda de Fred se sube a la carreta.
- Salúdeme a Candy y Annie, que espero que se estén portando bien, sobre todo Candy… - terminó por gritar lo último.
- Sí señorita Ponny hasta pronto – la saludó desde lejos…
- Vaya con Dios, hermana María – ambas no descansaban de saludarse, sabían que Annie era pan comido, pero Candy…
Continuará…
La otra niña presa del miedo de encontrarse en el paso del caballo gritó su nombre, pero con el ruido de los cascos, los relinchidos y el grito de hombres y niñas casi muere del susto, pero no, solo atinó a decir: “qué torpe”. Afortunadamente no le pasó nada, los señores se dirigieron hacia ambas niñas, uno encontró a una agazapada sobre el camino y otro corrió hacia la niña desmayada; así que acordaron que llevarían sus cosas y a las niñas a la casa de campo del patrón hasta que despertaran. La niña “accidentada” no entendía lo que pasaba y por lo mismo, comenzó a llorar y de tanto hacerlo, terminó por dormirse todo el camino.
Cuando los señores llegaron con las niñas a la casa de campo cercana al río, la matriarca de esa familia comenzó a dar órdenes: … que sí debían dejarlas en una misma habitación, que sí debían bañarlas o cambiarlas, la pobre de Casey, la mucama de la familia Brighter estaba que ya no podía atender tanta orden.
Muy entrada la tarde se escuchó un sonoro estornudo, después unos pasos de la ventana hacia donde se encontraba la cama, un portazo, pasos arriba y muy cerca de la puerta, un señor les prohibía la salida.
- ¡Déjenos ir! – decía una de las niñas, que ante todo la tenían agarrada de la mano.
- Pequeñas, ¿cómo se llaman? – preguntó el señor de la casa haciendo que las dos niñas se escondieran detrás del señor que las tenía agarradas.
- Mi amor, parece que tienen miedo… - susurra la matrona de la casa.
- Yo…yo soy… Candice White – dijo sin más.
- Y yo Annie… - dijo la otra niña, aún más temerosa que la primera.
- ¿Sólo Annie? – cuestionó la señora de la casa.
- Sí, no tenemos apellido – confirmó Candice respondiendo rápidamente.
- ¿No se saben su apellido? – quiso saber el señor de la casa.
- No, no tenemos apellido, somos huérfanas del Hogar de Ponny, ¿quién nos ha traído hasta aquí? – preguntó Candy.
- Mi esposo las ha traído hasta aquí – respondió la matrona, mirando a Annie.
- Esta ropa me queda bien… - dijo Candice, admirándose mucho.
- Nos queda, huele tan rico – susurró Annie, sintiéndola también.
- Es de mi hija Katherine – respondió la matrona admirando la inocencia de Annie.
- Y ¿dónde está su hija, señora? – preguntó Candy sin reservas.
- Murió hace unos años… respondió ocultando la mirada.
- Cuanto lo siento, no debimos preguntar… - dijo Annie tomándole la mano.
- Está muy bien, ustedes no sabían – responde ella, apenas sonriendo.
- Sí, no sabíamos, pero tampoco podemos importunar a las personas, la señorita Ponny dice que es impropio Candy – refiere Annie.
- La señorita Ponny se enojaría, sí Annie, recuérdamelo, ¡aguafiestas! – resopla Candy haciendo reír al señor Brighter.
- ¿Quién es la señorita Ponny? – pregunta la señora Brighter.
- Es una monja que se encarga del cuidado de los huérfanos, es muy buena – refiere Annie con amor.
- Vaya, tienen toda una historia – resopló Fred un poco entusiasmado.
- ¡Huele rico! ¿Pueden convidarme un poco? – preguntó Candice, ya que no habían desayunado ni almorzado y ya tenían hambre.
- ¿Queda muy lejos el hogar de Ponny? ¿Annie? ¿Candy? – cuestionó el señor Brighter.
- No, detrás de la colina de donde nos encontraron – respondió Candy cuando terminó un gran bocado de carne.
- Fred – el señor Brighter salió del comedor y se dirigió a la biblioteca no sin antes llamar a uno de sus caballerangos. Escribió una nota y…
- Sí señor – Fred se dirigió hacia la puerta.
- Ve avisar que las niñas se quedaran aquí y que están muy bien, si preguntan invita a una de las hermanas a que venga por si desconfía – reiteró el señor Brighter.
- Aquí tienes, es cordero, te gustará pequeña – le dijo la señora Brighter a Annie.
- Muchas gracias, vamos a comer Annie – la apuró, Candy se dio cuenta de que la señora Brighter sólo veía a Annie detenidamente y eso le causó alegría.
- Sí – ambas asistieron.
- ¿Cuántos años tienen? – preguntó el señor Brighter.
- Siete años – respondió Candy apresuradamente.
- Seis, Candy – la corrigió Annie.
- Algo así… – resopló Annie.
Mientras esto sucedía en el Hogar de Ponny…
- Buenas noches - saludó Fred a la hermana María, quien fue la que abrió la puerta.
- Buenas noches señor, ¿que se le ofrece? ¿Puedo ayudarle en algo? - cuestionó la hermana con curiosidad.
- Mi nombre es Fred, vengo de parte del señor Brighter, las señoritas Annie y Candy se encuentran en la casa de campo del señor y señora Brighter, hermana – informa él tratando de dar la máxima información.
- ¿En dónde se encuentra eso? – quiere saber la hermana haciéndole una seña a una de las niñas para que llame a la señorita Ponny.
- En el bosque, como a dos leguas de aquí hermana – señala el lugar de donde viene.
- Y ¿estarán seguras? – pregunta ella, dudosa.
- Sí hermana, el señor no ha querido traerlas porque de camino nos podía caer la noche, como a me sucedió – responde enseñándole que las estrellas ya tenían tiempo en el firmamento.
- Bien, ¿será que puedo acompañarlo? Señorita Ponny, ¿podré dejarla esta noche al cuidado de los chicos o prefiere ir usted? – cuestiona a la señorita Ponny.
- Por supuesto hermana – la señorita Ponny se adelanta y la anima a que vaya ella.
- No hermana María, vaya usted, estoy segura de que estará usted bien – le da unas palmaditas y la envía ella.
- Bueno, denme unos minutos, voy por mi capa y a colocarme los zapatos refiere la hermana apresurada.
- Por supuesto, hermana – acepta Fred, sintiéndose incómodo.
- Dígales a mis niñas, señor Fred, que espero que estén bien – le da un mensaje.
- Por supuesto señorita Ponny, por cierto, el señor Brighter le manda esto, me dijo que debía esperar por la respuesta – le informó Fred tomando la nota de sus manos.
- Sí claro, espere, bien, dígale al señor Brighter que con mucho gusto puede venir cuando guste con su señora esposa – sí, a la señorita Ponny se le iluminó el rostro, al leer la nota del señor Brighter.
- Le agradezco señorita Ponny – se retiró y salió rápidamente de allí.
- ¡Estoy lista! Podemos irnos – accedió el hombre y comenzaron a caminar.
- Se cuida hermana María, espero que las niñas no estén dando problemas por allá – le recomendó la señorita Ponny a la hermana María.
- La espero afuera hermana – informó ajustando la montura del caballo que guiaría la carreta.
- Por supuesto, de Annie le aseguro que no lo hará, pero Candy… - la hermana María rodó los ojos.
- Pronto tendremos una en adopción… - le susurró la señorita Ponny.
- Eso es una buena noticia señorita Ponny, me voy, la veo mañana – se despide la hermana María que con ayuda de Fred se sube a la carreta.
- Salúdeme a Candy y Annie, que espero que se estén portando bien, sobre todo Candy… - terminó por gritar lo último.
- Sí señorita Ponny hasta pronto – la saludó desde lejos…
- Vaya con Dios, hermana María – ambas no descansaban de saludarse, sabían que Annie era pan comido, pero Candy…
Continuará…