Patricia O’Brien llevaba años preparando sus exposiciones.
Se consideraba a sí misma, una “artista conceptual”. Habiéndose recibido de Psicóloga, en cierto momento de su carrera había decidido llevar a cabo ciertos “experimentos” acerca del comportamiento humano, fusionándolos con el arte, que siempre le había gustado mucho.
Al principio, estas prácticas eran tomadas como terapias, para sus pacientes, que le daban muy buenos resultados.
Así, pronto las fotografías, esculturas y pinturas; realizadas tanto por ella como por sus pacientes, comenzaron a llenar su consultorio.
Su esposo le decía que muchas de ellas eran muy buenas, que podrían sin problema ser exhibidas en cualquier galería.
La idea no le desagradó y, contando con la debida autorización de los creadores o, participantes de las obras; pronto estaba montando exposiciones, con el interesantísimo plus, de poder realizar foros explicativos con sus ideas propias y sus estudios acerca de la psicología.
Ella era revolucionaria en su rama, y sus colegas alrededor del mundo ya reconocían su nombre; fuera con desagrado por considerarla “una mujer banal que trataba la profesión como un teatro”, y otros, como una verdadera eminencia en el tema.
Patricia estaba acostumbrada.
Atrás había quedado la jovencita apocada y triste que le tenía miedo a todo.
Pensar que sus primeros estudios, habían comenzado en la juventud, como una manera de ayudarse a sí misma a superar tantas cosas traumáticas que le habían sucedido… hasta que el tema le causó verdadero interés, convirtiéndose, a pesar de la protesta de sus padres tradicionalistas, en su carrera universitaria.
Ella, quería ayudar a los demás, como habían logrado ayudarla a ella.
Ahora que tenía todo ese conocimiento; quería legalizarlo, para poder ejercer de manera libre y ayudar a los demás, a su manera.
Temprano, en su práctica había entendido que, como mujer, no sería tan fácil ganarse el respeto de los profesionales de la rama; pero con sus ganas, sus buenas intenciones, y más adelante, con el apoyo incondicional de su esposo a quien conociera en la facultad; había logrado sobresalir haciendo de su profesión todo un éxito.
Una década después de comenzar a ponerlos en práctica, sus métodos habían resultado de maravilla, y sus pacientes se entregaban al experimento de la “terapia ocupacional artística” complacidos de saber que de ese modo, no solamente sanaban de culpas y traumas; sino que se sentían útiles a sí mismos y a la sociedad, y además lograban obtener algún ingreso monetario de algo que muchos habían comenzado a hacer como un simple hobby, una manera de distraerse.
Algunos hasta lograban hacerse un nombre como artistas.
Ella también terminó haciéndolo así; se volvió una artista que, más allá de piezas de arte que se podían adquirir por un precio, montaba “performances” que también eran experimentos sobre el comportamiento humano; y para los cuales, todos los asistentes que adquirían una entrada, debían firmar un documento legal donde autorizaban al uso de su imagen, y se atenían a las apreciaciones de la profesional.
Ahora, a poco más de quince años de haber comenzado con esta práctica, que la llevaba a representar y exponer en todo el mundo, una de sus performances más famosas estaba llevándose a cabo en París.
Patty, sentada en medio de un salón rodeada de espectadores, esperaba que las personas que quisieran, se acercaran a ella.
Ella los esperaba con los ojos cerrados, entre ella y el participante, se colocaba una ancha mesa.
El encuentro entre ella y el espectador que decidiera acercarse, duraba un minuto.
Un minuto en el que ambos se mirarían directamente a los ojos, para saber las reacciones que eso podría provocar en ella o en los otros.
Algunos, al mirarse en su profunda mirada café, naturalmente nostálgica, se echaban a llorar.
Otros fruncían el ceño, y al terminar el minuto partían acelerados; como si algo malo se hubiera disparado en ellos.
Algunos reían, otros no podían mantener la mirada. Otros no soportaban el minuto completo…
Algunos asistentes de la eminente psicóloga, tomaban nota muy atentos a las diferentes reacciones, tanto de los espectadores como de ella; otros de los asistentes, tomaban fotografías desde diferentes ángulos, para capturar las expresiones y reacciones; cosas que más adelante, ella analizaría con toda su pericia profesional, para poder exponer sus apreciaciones al público.
La seguridad era extrema, sus asistentes, e incluso su esposo observaba la puesta en escena, atento a cualquier cosa.
EL performance comenzaba; la apreciada perita se colocaba en posición; alguien medía el tiempo. Debía ser solamente un minuto.
Una a una las personas comenzaron a acercarse a ella. Le daban una señal para saber que ya tenía alguien frente a sí; ella abría los ojos y el experimento comenzaba.
Desde prudente distancia; el público observaba y comentaba sus propias apreciaciones.
Desde lejos, alguien observaba, con intenciones diferentes a la de cualquier espectador.
Sí, había pagado la entrada; y sí, también había firmado el documento, pero con un pseudónimo.
Su intención no era participar, simplemente quería verla, solo eso ¡Verla un momento!
Habían pasado más de 23 años y él solamente deseaba poder mirarla un momento. Nunca fue su intención participar ¡Es que ni siquiera iba con la intención de acercarse demasiado! Pero… fue inevitable.
Viendo cómo la gente pasaba uno a uno, y los minutos se iban sucediendo; 10… 20 personas… 25… la tentación, el golpeteo de su corazón, con más de 20 años de remordimientos, se iba haciendo cada vez más y más fuerte.
Sus pies se movieron solos; cuando se dio cuenta ya estaba sentado frente a ella.
Ella recibió el toque en el hombro que le indicaba que tenía alguien frente a sí; y cuando abrió los ojos ¡sintió como si cayera en un abismo!
Un abismo que la hizo sentir como si descendiera vertiginosamente; como un ascensor que se arranca de la polea que lo sostiene, y cae demasiado rápido, que le pone una presión insoportable en el pecho y ese vacío en el estómago, y que al ir bajando la golpeaba con cientos de recuerdos que llegaban como saetas a su memoria, cada una más dolorosa.
Su colegio de adolescencia… un baile ¡El baile de Mayo!... un tropiezo, que fue la primera vez que se fijaron en serio el uno en el otro…ella no lo podía creer.
Bajó la mirada un segundo, sabiendo que, bajo sus propias reglas, no debía hacerlo.
Sus gafas colgaban de una cadena sobre el pecho, y con las manos temblorosas las tomó y se las colocó de nuevo. Al igual que aquella primera vez, en esta ocasión, también necesitaba sus gafas para observarlo por completo.
Él, sería la primera persona, y quizá la única, a la que quería ver absolutamente.
Y sí, era él… con el cabello un poco largo y encanecido en exceso, para la edad que debía tener; delgado en extremo, las arrugas surcando sus comisuras y su entrecejo. Aquella cicatriz tan profunda cruzando su frente, que no la tenía antes… Estaba cambiado, bastante; y sin embargo no cabía duda de que era él. Era Stear…
En ese momento cayó ella en cuenta, como de repente, que habían pasado 23 años, y ella, quizá tampoco se veía mejor.
Pero Stear sonreía.
Le sonreía levemente, tristemente; y sus ojos se llenaban de lágrimas, al mismo tiempo que los de ella.
A pesar de que, ella lo había estipulado en el documento, como algo absolutamente prohibido; alargó sus manos a través de la mesa, como con ansia; como si con el gesto y la mirada le rogara ¡como si le suplicara que le permitiera tocarlo! para saber que era él, que no estaba soñando… que no era una aparición.
Él le sonrió con nostalgia, y no se negó.
Alargó sus manos y aferró, dulcemente, las de ella que temblaban como hojas al viento; asintiendo repetidamente, con leves movimientos de cabeza; como diciéndole “sí, no estás soñando… soy yo.”
Una burbuja se cerró en torno a ellos; una burbuja donde todo el tiempo, las miradas, los murmullos de la gente; el tiempo mismo no existía y no solo se detenía, sino que los devolvía en el tiempo, 23 años atrás, a cuando eran jóvenes, inocentes, felices… Ese tiempo que ya no existe más y que la maldición de la guerra cambió para siempre.
Los espectadores se miraban entre ellos; los asistentes de la psicóloga/artista, de igual manera.
Y observaban al esposo, otro eminente terapeuta, que observaba la escena, con ojo más que clínico.
Alguien, como tal era su labor, dejaba plasmado el momento en una fotografía que, más adelante, ella atesoraría; y que serviría para demostrar que no mentía ni se había equivocado...
Las lágrimas rodaron por las mejillas de ella, y por la de él; y si no se pusieron de pie para fundirse en un apretado abrazo, es porque el asistente que tomaba el tiempo se acercó a él para tomar su hombro e indicarle que su tiempo se había terminado.
La burbuja que los envolvía, pareció explotar de manera tan triste.
Él miró y asintió a la persona que le indicaba que debía abandonar la silla.
Abandonó las manos de la mujer y se levantó, caminando lejos de ella, sonriéndole por última vez y después, no volvió a mirar atrás.
Ella bajó la mirada un instante. Se quedó mirándose las palmas abiertas de sus temblorosas manos que reposaban sobre las rodillas; respirando profundamente, acompasadamente, como si le faltara el aire. En su mente, corría detrás de él, lo alcanzaba, lo abrazaba con toda su fuerza; lo besaba, como jamás había podido hacerlo cuando lo tuvo a su lado, porque era una niña tímida y temerosa…
Pero no, se quedó ahí; porque el temblor que la recorría entera apenas le permitía respirar con normalidad, mucho menos iba permitirle mantenerse en pie.
Levantó la mirada y recorrió su alrededor; lo buscó en cada cara, en cada hendija, en cada esquina… Nada.
¿Había estado ahí o no? ¿Lo había visto o… se lo había imaginado?
Uno de sus asistentes le hizo un gesto con la cabeza; leyó el asombro en su mirada.
Buscó a su esposo, pero tampoco le encontró.
Le vio venir de pronto un poco agitado; este la miró con pesar y negó con la cabeza.
Ella comprendió. Su esposo conocía su historia; brillante como era ¡había adivinado de inmediato quién era aquel hombre! y había salido a intentar alcanzarlo. Pero era como si en realidad fuera solamente un fantasma del pasado.
Simplemente se había esfumado.
Pero con esto último, Patty pudo comprobar que en efecto, no había sido su imaginación ¡Stear estaba vivo! Y había estado ahí, frente a ella.
Le habría gustado poder preguntarle tantas cosas…
Ella limpió su rostro, respiró profundo e hizo un ademán indicando que estaba lista para continuar.
Tarde en la noche, llegaba a su hotel, apresurada.
Ni bien entró a la habitación, tomó el teléfono y pidió que le comunicaran con un número específico; al otro lado del océano.
- ¡Candy!... sí, Patty… Candy, Stear está vivo…No Candy, no estaba dormida y tuve un sueño, acabo de volver de mi performance, él se presentó ahí y… ¡No Candy, por favor, tú sabes que yo no bebo licor!… ¡¡Deja de gritar por Dios y escúchame!!... Stear está vivo, lo he visto ¡Lo he tocado! Era él, fue solo un minuto pero era él, lo reconocí apenas verlo. Está vivo, tienes que decirle a Archie y también a Albert… ¡No, Candy, me fue imposible preguntarle nada pero está vivo!... Aquí en París… Tienen que buscarlo, Candy… ¡Tienen que encontrarlo!
Patricia O’Brien, se retiró las gafas dejándolas caer al suelo y se cubrió los ojos con una mano, mientras se deshacía en llanto en el teléfono.
Su esposo la abrazó con delicadeza, mientras al otro lado de la línea, Candy, quien aún no podía creer del todo lo que su amiga le decía, tampoco podía negarlo con certeza; las lágrimas, mezcla de nostalgia y esperanza le rodaban por las mejillas profusamente, rogando a Dios que fuera cierto, que su amigo Stear estuviera vivo ¡Que por fin volverían a verlo luego de tanto!
A varios kilómetros de ahí, un automóvil con varios oficiales vestidos de civil, estaba a punto de cruzar la frontera con Alemania.
Las órdenes: intentar infiltrarse entre las filas del “Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán”, o como se lo conocía coloquialmente, el partido “nazi”; para sabotear los planes del “Fürer”, que según el informante de las Naciones Aliadas, era de invadir Polonia dentro de solo un par de meses, con lujo de violencia. Acto, que podría traer resultados catastróficos a nivel de toda Europa, sino que a nivel mundial.
Si tenían éxito en la misión, y destruían los planes del Canciller Hitler; el mundo entero podría considerarse a salvo durante un tiempo más.
Pero si no… Si los descubrían; el desenlace sería fatídico, primero para ellos y luego para el resto de la humanidad.
- ¿Todo en orden, Cornwell? – preguntó uno de los oficiales, al percatarse del mutismo del compañero, que generalmente tiene una palabra amena y de ánimo.
- Positivo, Comandante… - respondió el oficial disfrazado, mientras sacaba sus lentes de un bolsillo y se los colocaba sobre el tabique - ¡Todo en orden!
Mientras la madrugada caía silenciosa, el automóvil cruzaba la frontera sin problemas. Stear, con la mirada perdida entre la oscuridad que reinaba al otro lado de la ventanilla del auto, se llevaba como recuerdo el haberla visto una vez más, y el calor de sus pequeñas manos nuevamente entre las suyas.
¡Le habría querido decir tantas cosas…!
Pero un minuto era tan poco, en especial para cualquier persona que viviera como él, y sin embargo, había sido todo lo que necesitaba para embarcarse nuevamente en la misión de intentar luchar por la paz de los que amaba…
Gracias por leer...
Se consideraba a sí misma, una “artista conceptual”. Habiéndose recibido de Psicóloga, en cierto momento de su carrera había decidido llevar a cabo ciertos “experimentos” acerca del comportamiento humano, fusionándolos con el arte, que siempre le había gustado mucho.
Al principio, estas prácticas eran tomadas como terapias, para sus pacientes, que le daban muy buenos resultados.
Así, pronto las fotografías, esculturas y pinturas; realizadas tanto por ella como por sus pacientes, comenzaron a llenar su consultorio.
Su esposo le decía que muchas de ellas eran muy buenas, que podrían sin problema ser exhibidas en cualquier galería.
La idea no le desagradó y, contando con la debida autorización de los creadores o, participantes de las obras; pronto estaba montando exposiciones, con el interesantísimo plus, de poder realizar foros explicativos con sus ideas propias y sus estudios acerca de la psicología.
Ella era revolucionaria en su rama, y sus colegas alrededor del mundo ya reconocían su nombre; fuera con desagrado por considerarla “una mujer banal que trataba la profesión como un teatro”, y otros, como una verdadera eminencia en el tema.
Patricia estaba acostumbrada.
Atrás había quedado la jovencita apocada y triste que le tenía miedo a todo.
Pensar que sus primeros estudios, habían comenzado en la juventud, como una manera de ayudarse a sí misma a superar tantas cosas traumáticas que le habían sucedido… hasta que el tema le causó verdadero interés, convirtiéndose, a pesar de la protesta de sus padres tradicionalistas, en su carrera universitaria.
Ella, quería ayudar a los demás, como habían logrado ayudarla a ella.
Ahora que tenía todo ese conocimiento; quería legalizarlo, para poder ejercer de manera libre y ayudar a los demás, a su manera.
Temprano, en su práctica había entendido que, como mujer, no sería tan fácil ganarse el respeto de los profesionales de la rama; pero con sus ganas, sus buenas intenciones, y más adelante, con el apoyo incondicional de su esposo a quien conociera en la facultad; había logrado sobresalir haciendo de su profesión todo un éxito.
Una década después de comenzar a ponerlos en práctica, sus métodos habían resultado de maravilla, y sus pacientes se entregaban al experimento de la “terapia ocupacional artística” complacidos de saber que de ese modo, no solamente sanaban de culpas y traumas; sino que se sentían útiles a sí mismos y a la sociedad, y además lograban obtener algún ingreso monetario de algo que muchos habían comenzado a hacer como un simple hobby, una manera de distraerse.
Algunos hasta lograban hacerse un nombre como artistas.
Ella también terminó haciéndolo así; se volvió una artista que, más allá de piezas de arte que se podían adquirir por un precio, montaba “performances” que también eran experimentos sobre el comportamiento humano; y para los cuales, todos los asistentes que adquirían una entrada, debían firmar un documento legal donde autorizaban al uso de su imagen, y se atenían a las apreciaciones de la profesional.
Ahora, a poco más de quince años de haber comenzado con esta práctica, que la llevaba a representar y exponer en todo el mundo, una de sus performances más famosas estaba llevándose a cabo en París.
Patty, sentada en medio de un salón rodeada de espectadores, esperaba que las personas que quisieran, se acercaran a ella.
Ella los esperaba con los ojos cerrados, entre ella y el participante, se colocaba una ancha mesa.
El encuentro entre ella y el espectador que decidiera acercarse, duraba un minuto.
Un minuto en el que ambos se mirarían directamente a los ojos, para saber las reacciones que eso podría provocar en ella o en los otros.
Algunos, al mirarse en su profunda mirada café, naturalmente nostálgica, se echaban a llorar.
Otros fruncían el ceño, y al terminar el minuto partían acelerados; como si algo malo se hubiera disparado en ellos.
Algunos reían, otros no podían mantener la mirada. Otros no soportaban el minuto completo…
Algunos asistentes de la eminente psicóloga, tomaban nota muy atentos a las diferentes reacciones, tanto de los espectadores como de ella; otros de los asistentes, tomaban fotografías desde diferentes ángulos, para capturar las expresiones y reacciones; cosas que más adelante, ella analizaría con toda su pericia profesional, para poder exponer sus apreciaciones al público.
La seguridad era extrema, sus asistentes, e incluso su esposo observaba la puesta en escena, atento a cualquier cosa.
EL performance comenzaba; la apreciada perita se colocaba en posición; alguien medía el tiempo. Debía ser solamente un minuto.
Una a una las personas comenzaron a acercarse a ella. Le daban una señal para saber que ya tenía alguien frente a sí; ella abría los ojos y el experimento comenzaba.
Desde prudente distancia; el público observaba y comentaba sus propias apreciaciones.
Desde lejos, alguien observaba, con intenciones diferentes a la de cualquier espectador.
Sí, había pagado la entrada; y sí, también había firmado el documento, pero con un pseudónimo.
Su intención no era participar, simplemente quería verla, solo eso ¡Verla un momento!
Habían pasado más de 23 años y él solamente deseaba poder mirarla un momento. Nunca fue su intención participar ¡Es que ni siquiera iba con la intención de acercarse demasiado! Pero… fue inevitable.
Viendo cómo la gente pasaba uno a uno, y los minutos se iban sucediendo; 10… 20 personas… 25… la tentación, el golpeteo de su corazón, con más de 20 años de remordimientos, se iba haciendo cada vez más y más fuerte.
Sus pies se movieron solos; cuando se dio cuenta ya estaba sentado frente a ella.
Ella recibió el toque en el hombro que le indicaba que tenía alguien frente a sí; y cuando abrió los ojos ¡sintió como si cayera en un abismo!
Un abismo que la hizo sentir como si descendiera vertiginosamente; como un ascensor que se arranca de la polea que lo sostiene, y cae demasiado rápido, que le pone una presión insoportable en el pecho y ese vacío en el estómago, y que al ir bajando la golpeaba con cientos de recuerdos que llegaban como saetas a su memoria, cada una más dolorosa.
Su colegio de adolescencia… un baile ¡El baile de Mayo!... un tropiezo, que fue la primera vez que se fijaron en serio el uno en el otro…ella no lo podía creer.
Bajó la mirada un segundo, sabiendo que, bajo sus propias reglas, no debía hacerlo.
Sus gafas colgaban de una cadena sobre el pecho, y con las manos temblorosas las tomó y se las colocó de nuevo. Al igual que aquella primera vez, en esta ocasión, también necesitaba sus gafas para observarlo por completo.
Él, sería la primera persona, y quizá la única, a la que quería ver absolutamente.
Y sí, era él… con el cabello un poco largo y encanecido en exceso, para la edad que debía tener; delgado en extremo, las arrugas surcando sus comisuras y su entrecejo. Aquella cicatriz tan profunda cruzando su frente, que no la tenía antes… Estaba cambiado, bastante; y sin embargo no cabía duda de que era él. Era Stear…
En ese momento cayó ella en cuenta, como de repente, que habían pasado 23 años, y ella, quizá tampoco se veía mejor.
Pero Stear sonreía.
Le sonreía levemente, tristemente; y sus ojos se llenaban de lágrimas, al mismo tiempo que los de ella.
A pesar de que, ella lo había estipulado en el documento, como algo absolutamente prohibido; alargó sus manos a través de la mesa, como con ansia; como si con el gesto y la mirada le rogara ¡como si le suplicara que le permitiera tocarlo! para saber que era él, que no estaba soñando… que no era una aparición.
Él le sonrió con nostalgia, y no se negó.
Alargó sus manos y aferró, dulcemente, las de ella que temblaban como hojas al viento; asintiendo repetidamente, con leves movimientos de cabeza; como diciéndole “sí, no estás soñando… soy yo.”
Una burbuja se cerró en torno a ellos; una burbuja donde todo el tiempo, las miradas, los murmullos de la gente; el tiempo mismo no existía y no solo se detenía, sino que los devolvía en el tiempo, 23 años atrás, a cuando eran jóvenes, inocentes, felices… Ese tiempo que ya no existe más y que la maldición de la guerra cambió para siempre.
Los espectadores se miraban entre ellos; los asistentes de la psicóloga/artista, de igual manera.
Y observaban al esposo, otro eminente terapeuta, que observaba la escena, con ojo más que clínico.
Alguien, como tal era su labor, dejaba plasmado el momento en una fotografía que, más adelante, ella atesoraría; y que serviría para demostrar que no mentía ni se había equivocado...
Las lágrimas rodaron por las mejillas de ella, y por la de él; y si no se pusieron de pie para fundirse en un apretado abrazo, es porque el asistente que tomaba el tiempo se acercó a él para tomar su hombro e indicarle que su tiempo se había terminado.
La burbuja que los envolvía, pareció explotar de manera tan triste.
Él miró y asintió a la persona que le indicaba que debía abandonar la silla.
Abandonó las manos de la mujer y se levantó, caminando lejos de ella, sonriéndole por última vez y después, no volvió a mirar atrás.
Ella bajó la mirada un instante. Se quedó mirándose las palmas abiertas de sus temblorosas manos que reposaban sobre las rodillas; respirando profundamente, acompasadamente, como si le faltara el aire. En su mente, corría detrás de él, lo alcanzaba, lo abrazaba con toda su fuerza; lo besaba, como jamás había podido hacerlo cuando lo tuvo a su lado, porque era una niña tímida y temerosa…
Pero no, se quedó ahí; porque el temblor que la recorría entera apenas le permitía respirar con normalidad, mucho menos iba permitirle mantenerse en pie.
Levantó la mirada y recorrió su alrededor; lo buscó en cada cara, en cada hendija, en cada esquina… Nada.
¿Había estado ahí o no? ¿Lo había visto o… se lo había imaginado?
Uno de sus asistentes le hizo un gesto con la cabeza; leyó el asombro en su mirada.
Buscó a su esposo, pero tampoco le encontró.
Le vio venir de pronto un poco agitado; este la miró con pesar y negó con la cabeza.
Ella comprendió. Su esposo conocía su historia; brillante como era ¡había adivinado de inmediato quién era aquel hombre! y había salido a intentar alcanzarlo. Pero era como si en realidad fuera solamente un fantasma del pasado.
Simplemente se había esfumado.
Pero con esto último, Patty pudo comprobar que en efecto, no había sido su imaginación ¡Stear estaba vivo! Y había estado ahí, frente a ella.
Le habría gustado poder preguntarle tantas cosas…
Ella limpió su rostro, respiró profundo e hizo un ademán indicando que estaba lista para continuar.
Tarde en la noche, llegaba a su hotel, apresurada.
Ni bien entró a la habitación, tomó el teléfono y pidió que le comunicaran con un número específico; al otro lado del océano.
- ¡Candy!... sí, Patty… Candy, Stear está vivo…No Candy, no estaba dormida y tuve un sueño, acabo de volver de mi performance, él se presentó ahí y… ¡No Candy, por favor, tú sabes que yo no bebo licor!… ¡¡Deja de gritar por Dios y escúchame!!... Stear está vivo, lo he visto ¡Lo he tocado! Era él, fue solo un minuto pero era él, lo reconocí apenas verlo. Está vivo, tienes que decirle a Archie y también a Albert… ¡No, Candy, me fue imposible preguntarle nada pero está vivo!... Aquí en París… Tienen que buscarlo, Candy… ¡Tienen que encontrarlo!
Patricia O’Brien, se retiró las gafas dejándolas caer al suelo y se cubrió los ojos con una mano, mientras se deshacía en llanto en el teléfono.
Su esposo la abrazó con delicadeza, mientras al otro lado de la línea, Candy, quien aún no podía creer del todo lo que su amiga le decía, tampoco podía negarlo con certeza; las lágrimas, mezcla de nostalgia y esperanza le rodaban por las mejillas profusamente, rogando a Dios que fuera cierto, que su amigo Stear estuviera vivo ¡Que por fin volverían a verlo luego de tanto!
A varios kilómetros de ahí, un automóvil con varios oficiales vestidos de civil, estaba a punto de cruzar la frontera con Alemania.
Las órdenes: intentar infiltrarse entre las filas del “Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán”, o como se lo conocía coloquialmente, el partido “nazi”; para sabotear los planes del “Fürer”, que según el informante de las Naciones Aliadas, era de invadir Polonia dentro de solo un par de meses, con lujo de violencia. Acto, que podría traer resultados catastróficos a nivel de toda Europa, sino que a nivel mundial.
Si tenían éxito en la misión, y destruían los planes del Canciller Hitler; el mundo entero podría considerarse a salvo durante un tiempo más.
Pero si no… Si los descubrían; el desenlace sería fatídico, primero para ellos y luego para el resto de la humanidad.
- ¿Todo en orden, Cornwell? – preguntó uno de los oficiales, al percatarse del mutismo del compañero, que generalmente tiene una palabra amena y de ánimo.
- Positivo, Comandante… - respondió el oficial disfrazado, mientras sacaba sus lentes de un bolsillo y se los colocaba sobre el tabique - ¡Todo en orden!
Mientras la madrugada caía silenciosa, el automóvil cruzaba la frontera sin problemas. Stear, con la mirada perdida entre la oscuridad que reinaba al otro lado de la ventanilla del auto, se llevaba como recuerdo el haberla visto una vez más, y el calor de sus pequeñas manos nuevamente entre las suyas.
¡Le habría querido decir tantas cosas…!
Pero un minuto era tan poco, en especial para cualquier persona que viviera como él, y sin embargo, había sido todo lo que necesitaba para embarcarse nuevamente en la misión de intentar luchar por la paz de los que amaba…
Gracias por leer...
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