There´s a Possibility...
Candy se miró al espejo antes de salir de su camarote, el viaje había sido particularmente largo a pesar de que era la tercera ocasión que cruzaba ese enorme océano. Su rostro había cambiado relativamente poco, aun las pecas resaltaban en su naricilla respingona y aunque tenía facciones delicadas, había perdido la suavidad y la redondez de la adolescencia, sus rasgos ahora eran mas perfilados y estilizados, y con el corte a la moda a la altura de su quijada, lucía completamente diferente a la chiquilla revoltosa y de coletas que desde su tierna infancia fue. En algún momento de su juventud, presa de un deseo de dar carpetazo a un ciclo difícil de superar, decidió cortar sus rizos dorados y de alguna manera mediante esta acción pretendió ayudar a su corazón y a su espíritu a superar los tristes recuerdos.
¿Le gustaré así? ¿No habré exagerado al dejarlo tan corto?¨ pensó mientras lo acomodaba con su cepillo y se colocaba el pequeño sombrero mientras se daba un último vistazo al espejo antes de tomar su única maleta y salía para abandonar su transporte. Aun resonaban en su cabeza las palabras de Albert animándola a realizar una impensable odisea, quizá las mas atrevida y arriesgada de todas las aventuras que ella había realizado.
¨Mientras haya una posibilidad, tienes que intentarlo...¨
Sentía que las rodillas le temblaban mientras bajaba por la rampa y con nostálgica emoción veía el mismo lugar al que hacía tantos años había llegado como una niña con miedo pero con determinación de encontrar su lugar en el mundo. Como había cambiado ese lugar, con toda certeza los tiempos modernos eran evidentes tanto en los vehículos, como en los edificios y las personas. La guerra había transformado todo el mundo y Southampton no era la excepción. Paró a un taxi que pasó por ahí y le mostró la dirección que aparecía en el sobre que ella llevaba en su mano. El taxista le informó que la dirección estaba a poco mas de 3 horas de distancia por lo que el costo sería elevado, a lo que ella le respondió que no había problema alguno, que ella pagaría cualquiera que este fuera por lo que abordó el automóvil y se preparó para pensar en el lapso de tiempo de su viaje en lo que estaba a punto de hacer.
El camino de ida fue un deleite, el paisaje que recorrió era sencillamente esplendido, tal como ella recordaba que ese mítico lugar era, con sus calles antiguas de la ciudad portuaria y al salir de los limites urbanos, la magnificencia de la verde campiña. Cerró los ojos y rememoró con ternura a aquellos que formaron parte de sus vivencias en ese país. El personal del colegio, sus compañeros de estudios, el verano en Escocia. De alguna forma trataba de evadir lo que estaba a punto de hacer por estar absorta en memorias y eventos pasados. Selectivamente optó por pensar en cosas alegres, recuerdos chuscos y divertidos para no permitirse enturbiar su animo. El viaje se le fue en un santiamén y repentinamente, hete aquí estaba frente a la entrada de una hermosa casa con un adorable jardín en su frente, donde el color amarillo de un sinnúmero de narcisos la recibían junto con los brillos del sol del atardecer.
Después de pagar, atravesó el jardín pisando con suavidad los ladrillos del camino hacia la puerta. Con esfuerzo tragó saliva y respirando con dificultad, temblando cual ciervo recién nacido se quedó de frente a esta. De pronto no le pareció tan buena idea llegar de esa forma sorpresiva. Trastabilló ante la aldaba y respirando profundamente, la golpeó primero débilmente, se detuvo poniendo la frente contra la madera oscura resoplando e intentando recuperar el aliento, y nuevamente con más fuerza volvió a a hacerlo hasta que se sintió segura de que si había alguien adentro la habrían de escuchar. Del interior salía una música clásica muy bella que nuca había escuchado, así que estaba segura de que al menos había alguien ahí que le pudiera dar razón de él. Se sintió ridícula de pensar que quizá él en realidad no viviera en esa ubicación y que tal vez debía pensar en buscar algún hostal a donde dirigirse en caso de ser así... entonces oyó ruido de pasos aproximándose a la entrada y su corazón golpeteó con violencia en su pecho y sintió el impulso de darse la media vuelta y salir huyendo, sin embargo se contuvo enderezando su postura luchando por no permitirse llorar. Atendió la puerta una mujer algo entrada en años con el típico uniforme de servicio domestico, quien al verla le sonrió de forma muy cordial.
-Si señorita, diga usted?
-Disculpe usted, señora. Mi nombre es Candy White y estoy buscando al señor Terrence Granchester. Me pregunto si este es su domicilio?
-Oh si, señorita White, él vive aquí!
Candy sintió que sus mejillas le ardían de la vergüenza, la mujer sonrió con mas amplitud como si se percatará de sus sentimientos. Tragando saliva para intentar tranquilizarse y correspondiendo a la sonrisa, ella carraspeo.
-Oh que gusto saberlo, me temía que no fuera así, sabe? vengo desde lejos y me preguntaba si acaso estará en casa y podría recibirme.
-Claro que sí, señorita! Por favor, pase usted, permitame su maleta que con toda seguridad debe venir cansada. Por su acento asumo que usted viene de América!
Candy entró al cálido recibidor de la sencilla pero elegante residencia. La decoración era ecléctica, de muy buen gusto sin caer en excesos ni lujos, y el calor de una chimenea al fondo de una pequeña sala le resultó agradable por la hora en la que la frescura del atardecer comienza a calar. Se retiró la pamela y lo que vio sobre la chimenea le robó el aliento. Un cuadro al oleo de un paisaje que parecía haber sido tomado de su amado hogar de la niñez la hizo abrir la quijada en un gesto de sorpresa e incredulidad.
-Pase usted y tome asiento, señorita White, voy a llamar en este momento al señor. Con permiso.
Candy se acercó a ver con mas atención el cuadro tratando de contener el llanto por lo que este podía significar.
¨El no me ha olvidado, es verdad, su carta decía la verdad¨, pensó, y de pronto la idea absurda de venir sin avisarle ya no le pareció igual de descabellada. Había seguido con razón su instinto y la irracional necesidad de ir a pesar de no haber sido convocada. En una esquina del bello espacio un moderno gramophono interpretaba el intermezzo de la obra ¨Cavalleria Rusticana¨y ella cerró los ojos disfrutando de la belleza de la melodía que la hizo remontarse a momentos felices de su niñez en la naturaleza salvaje de Ilinois. Embelesada en esas remembranzas estaba, cuando un presentimiento la hizo voltear lentamente, como cuando se presiente que una entidad de otro mundo te acecha aun sabiendo que estas sola en una habitación. Lentamente giró y lo vio de pie en la entrada de la estancia.
-Candy... Terry dijo su nombre y su voz sonó como un eco metálico dentro de su cabeza aturdida. Abrió la boca pero ningún sonido salió de ella. Verlo de pie, después de tantos años, fue como un golpe directo a su pecho, retrocedió un poco para detenerse en la chimenea. Su proverbial valentía, arrojo y seguridad se esfumaron ante la visión de la persona que más había querido volver a ver en su vida.
El estaba más alto, su rostro cincelado, la quijada marcada y su cabello mas corto, conforme a su edad y madurez. Pero los ojos, los ojos eran los mismos, su mirada de sorpresa e incredulidad lo hicieron verse como un niño, sus hombros anchos y la perfección de su cuerpo se adivinaban completamente con el jersey de cashmere café y los pantalones de gabardina gris rata que llevaba puestos. Su postura corporal evidenciaba que no esperaba de ninguna manera semejante visita.
-Eres tú Candy! Repitió con un poco mas de fuerza en su voz sin atrever a moverse, ella sonrió nerviosa pero con una candidez infantil que a él le hizo sonreír de la misma manera. Pero aun así ella permanecía incapaz de articular ningún sonido.
-Candy, si no hablas creeré que me he vuelto loco y eres una visión que me visita del pasado! Dijo él con su tono desenfadado e insolente que ella tantas veces recordó de una forma natural y habitual.
-Terry! Finalmente pudo hablar pero incapaz de moverse. El sonrió y caminó hacia ella con cautela, como si temiera que pudiera desmaterializarse en cualquier momento.
-De verdad estas aquí, pecosa! Pero que sorpresa es que llegaras de esta forma, que no me avisaras para ir a recibirte al puerto, me siento tan confundido como contento, de hecho, no tomes este reproche a mal!
Se quedó a 1 metro de ella con los brazos colgando a los costados mientras ella levantaba sus manos unidas hasta su boca en un gesto infantil de travesura.
-Sorpresa Terry! Una risita escapó de su boca y él se llevó ambas manos a la cabeza con una expresión de alegre incredulidad.
-Ven acá, déjame abrazarte por que hasta que no lo haga me costará trabajo creer que de verdad estas aquí.
Ella se acercó a él y cerrando sus ojos acomodó su rostro en su pecho y él rodeó con mucho cuidado su espalda y cintura apretándola con gentileza. Ella acomodó sus brazos sobre el pecho del joven quien suspiró profundamente y se estuvieron varios minutos como en un intento de evitar que algún extraño acontecimiento los hiciera despertar de ese sueño. Finalmente él la tomó por los hombros y la separó para verla a la cara, ella levantó los ojos y se miraron intensamente. Las pupilas de Terry se dilataron de una forma sobrenatural. El disco de vinilo terminó la interpretación músical y el molesto ruido de la aguja del aparato invadió el silencio denso del momento, él se apartó con cuidado y reincorporándose de una forma educada, las lagrimas que parecieron estar a punto de brotar se detuvieron y el afablemente le volvió a sonreír mientras se dirigía al gramophono para darle la vuelta al disco y permitir que se escuchara ¨O sole mio¨ interpretada por el tenor Enrico Caruso.
Candy sonrió al escuchar la potente voz que salía del cono y Terry aprovechó para aligerar la intensidad del momento correspondiendo a la sonrisa.
-Que desconsiderado soy, Candy, debes venir muy cansada y seguramente tendrás hambre. Por favor, ven conmigo al comedor, le pediré a la señora Burton te caliente la sopa que hay en la estufa.
Ella se dejó llevar y la sensación que había subido a una montaña rusa crecía mas y mas. ¿Que le iba a decir, que demonios iba a decirle ahora? Ella, que era una charlatana capaz de desesperar hasta el interlocutor más paciente, ahora se sentía impedida a decir todo lo que había pensado durante su viaje.
-Gracias Terry, una sopa caliente me caerá bien.
Llegaron hasta la cocina donde la señora Burton esperaba con una sonrisa socarrona en su bondadoso rostro.
-Mary Ann, te presento a la Señorita Tarzan Pecoso de la que tanto te hablé.
-Señor Terry, déjeme decirle que nunca me imaginé que fuera tan hermosa!
-Así es, pero nunca me esperé que se cortaría el cabello, aunque te soy sincero, eso no disminuye su belleza.
Candy sintió como se le doblaban las rodillas de oír a Terry expresarse de esa forma de ella.
-Oh señora Burton, es usted muy amable, me siento abochornada! las mejillas de Candy brillaban cual manzanas rojas de pena.
Terry fue a quitar el disco dejando en silencio la casa para posteriormente sentarse juntos a la mesa del comedor, y degustaron el plato de delicioso alimento mientras de forma mas relajada, comenzaron a charlar poniéndose al día de lo que sus vidas habían sido los últimos años. Terry le preguntó por cada una de las personas que recordó, empezando por su gran amigo Albert, y se sorprendió de enorme manera al enterarse que él era el famoso abuelo Williams, el misterioso padre adoptivo de Candy. Ella le dio un sobre cerrado que este le había dado para Terry y le dijo que de acuerdo con las instrucciones de Albert, leyera su contenido cuando estuviera solo. La charla siguió en un tono superficial y de temas ligeros y alegres, hasta que terminaron de comer y se quedaron callados. Candy se quedó en silencio mirando su plato vacío. Terry la observaba con detenimiento, sin atreverse a decir nada, hasta que ella rompió el denso silencio.
-Terry, debes preguntarte con justa razón por que estoy aquí de esta forma tan abrupta. Yo... yo tenía que venir de esta forma, como en un salto de fe sin esperar nada y entregando todo, después de haber recibido tu carta.
-Candy...
-Yo... yo... nunca dejé de amarte. No tienes idea de cuanto soñé con poder volverte a ver, cuan doloroso fue para mi todo lo que nos pasó, cuantas veces tuve que convencerme de que hice lo correcto al irme... y cuantas veces me arrepentí también de ello. Cuantas veces quise decirte lo mucho que te admiraba por ser un hombre cabal y con un valor incomparable por hacer lo que debías... y muchas veces le pedí a Dios que fueras feliz a su lado...
-Por favor Candy, no sigas, te lo pido...
-Perdóname, Terry, no se si lo que hice estuvo bien, solo puedo pedirte que me perdones por haberme marchado, por no haber podido hacer nada para que las cosas fueran diferentes.
Terry la miró fijamente y ella reconoció esa mirada que le erizaba los vellos de la nuca, el duro y violento Terry del colegio que se ocultaba detrás de esa fachada de cinismo para ocultar un corazón herido y vulnerable. El se mordió los labios y cerró los ojos para no decir algo que evidentemente le molestaba. Ella respiró con fuerza para continuar hablando.
-Yo tenía que decirte a la cara que nada ha cambiado en mi, tenía que verte en persona, hacer este viaje sin ninguna esperanza ni garantía para decirte que cada día que viví lejos de ti te amé con todo mi corazón. No espero nada, Terry, vengo a verte sin ninguna expectativa ni ninguna petición, sólo siguiendo este sentimiento que debía honrar, aunque sea sólo un momento y marcharme después si es necesario.
¨Por fin lo dije, por fin lo hice!¨ pensó, y agachó la mirada al ver que él tenía la misma expresión de dureza en su faz.
El volvió a mirarla, se puso de pie y se acercó a ella, poniéndose a su lado de la mesa y la tomó de la mano, ella dócilmente se dejó guiar, la puso de pie frente a el y le levantó el rostro con los dedos en la barbilla.
-Candy, se requiere ser muy valiente para hacer lo que tu has hecho, para atreverte a dar todo por alguien como lo hiciste siempre. Yo se que tu te fuiste para ayudarme a Cumplir con un deber imposible de evadir, ahora lo puedo entender aunque mucho tiempo, te soy sincero, viví resentido por lo que en mi inmadurez creí fue por desinterés o desamor tuyo.
Candy lanzó un sollozo, la manera dulce y triste con la que le miraron esos ojos azul oscuro la desarmaron.
-Yo te amo, mi pecosa, nunca en ningún momento dejé de hacerlo y tuve que aprender a vivir con ese amor guardado en mi para ser alguien digno de merecerte, aunque no estuvieras a mi lado. Cuando ella falleció, no quise ofenderla ni ofenderte buscándote de inmediato, no sabía si tú ya me habías olvidado pero aun así, algo mas grande que yo me obligó a mandarte esa carta. No te imaginas como le doy las gracias a quien haya sido por haberme obligado a hacerlo a pesar de mi temor a no recibir una respuesta que me favoreciera. Y mucho menos llegue a soñar que esta fuera tu llegada a mi casa...
Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Candy, y los ojos de él se anegaron también.
-Si te beso, no vas a golpearme, pecosa?
-Terry!
El acercó sus labios con ternura, ella cerró los ojos entreabriendo la boca y se fundieron en un beso alucinante.
Terry no podía dar crédito a lo que estaba pasándole, esa misma sensación surrealista la vivió pero de una forma totalmente opuesta cuando ocurrió el accidente de Susana casi 5 años antes. Probó en su boca el sabor de las lagrimas de la joven, y con la mano derecha acarició su mejilla mientras que con la otra la tomaba por la cintura para inclinarla y pegarla a su pecho. Ella subió con suavidad sus manos a la nuca y entremezcló sus dedos en el cabello sedoso del muchacho. La señora Burton vio de reojo la escena y se imaginó lo que estaba a punto de pasar, cerró con sumo cuidado la puerta de la cocina mientras que los amantes seguían trenzados en un beso que poco a poco fue aumentando de intensidad. Terry abrió la boca dejándose llevar por las emociones que por años estuvo reprimiendo, y Candy no pudo resistirse ante la fuerza demoledora del deseo frustrado que cargó el mismo tiempo. Correspondió ciegamente a la invasión que él realizó por cada rincón de su boca, ella ya participaba también ciegamente de la danza de los labios y lenguas, suspiros y gemidos. El subió sus manos hasta la cabellera y metió sus dedos entre los rizos y acarició con intensidad su cabeza mientras que ella tocaba su pecho y costados palpando cada centímetro de estos. El jadeó y volvió a tomarla por la cintura y acercó su vientre al de ella meciéndose con un cadencioso movimiento. Con los ojos cerrados, ambos, comenzaron a besarse el rostro, quijada, mejillas, cuello. Escalofríos recorrieron al unísono sus cuerpos.
-Oh por Dios, dime que es cierto esto que esta pasando Candy... dime que es verdad que estas aquí, mi amor...
-Terry, esto no es un sueño, esto no es una fantasía, vida mía...
-Candy, no puedo decirte, no tengo palabras para explicarte lo que tu significas para mi. Te amo tanto, te amo tanto... Esta casa la compré pensando en ti...
Candy se sintió desfallecer, sus piernas le fallaron y se prendió del cuerpo ardoroso del joven quien la apretó aun más y se dobló hacia ella para sostenerla.
-Mi amor, me muero de amor por ti, te he deseado tanto, te he necesitado tanto, no puedo parar.
Candy sintió que su vientre ardía, que su pecho golpeteaba, nunca se imaginó estar así ni en sus mas alocados sueños. Terry tenía su boca en su pecho y la tela de su discreto vestido le estorbaba por que deseaba con desesperación sentir sus labios sobre su piel. Cuando Terry sintió como ella apretaba ansiosamente su cabeza contra sus senos perdió completamente el control y la tomó en brazos llevándola apresuradamente a su cuarto. Ella ocultó su rostro en el cuello del muchacho mientras él dejaba correr las lagrimas incapaz de seguir conteniendolas. Entraron a una habitación cálida y palpitando ambos por la adrenalina de pie ante la cama de cuatro postes, volvieron a besarse en un trance de seducción desquiciante y deliciosa lujuria. Sus ojos se miraban mientras el comenzó a desabrochar los botones del vestido de seda. Conforme la piel nívea de su escote comenzó a salir a la superficie, él la cubrió de besos, percibiendo en la piel de sus labios como se le erizaban los poros y los gemidos de Candy resonaron dulcemente en las paredes que parecían absorber el calor despedido por sus cuerpos. Ella con ansiedad le sacó el sueter y la camisa interior dejandole el torso libre. El se separó un poco para ver el pecho desnudo que ella con pudor intentó cubrir con sus manos mientras cerraba los ojos y su boca estaba entreabierta respirando agitadamente por el aire que comenzaba a faltarle. Las mejillas sonrosadas, el hueso del esternón subiendo y bajando, el momento había llegado. El tomó ambas manos para apartarlas y así poder contemplar su frágil belleza en toda su plenitud, y obligarla a ella le tocase el pecho.
-Mírame, Candy, mírame por favor... gimió él, ella le obedeció. El brillo de sus ojos fue como gasolina en la hoguera y él volvió a acercarse para abrazarla y besarla uniendo los torsos desnudos, cayeron al lecho y él la colocó en un abrazo al centro de la cama, donde se acomodó entre la suave piel de los muslos color perla. Con la boca recorrió el cuello y bajó en cada uno de los pezones, los cuales lamió deleitándose en el sabor de esa piel que incandescente le parecía la cosa mas exquisita que había probado alguna vez. Candy seguía acariciando su cabeza, clavando con dulzura sus uñas en el cuero cabelludo y la espalda mientras que él bajaba cada vez mas hacia su ombligo. La falda la desabotonó y junto con la pantaleta la bajó descubriendo el hermoso vello de su monte de venus. Vio como la piel de su vientre temblaba de deseo en un pequeño orgasmo, el olor de su placer de inmediato fue algo que pudo reconocer, mientras palpaba los muslos acercó su nariz a su flor. Con suma delicadeza acercó sus labios y dio un suave beso a la parte mas oculta de Candy, quien miraba al techo gozándose en las caricias que recibía. Terry tomó con ambas manos la frágil cintura y volvió a besar con mas profundidad los pliegues de piel rosada percibiendo el sabor de mujer que de ella emanaba.
-Oh Terry, vine a decirte que te amo, que no estoy completa sin ti, que quiero estar contigo... que...
Terry subió hacia ella y volvió a besar sus labios mientras sus manos la tomaban por las caderas y se movía entre ellas, aun tenía su pantalón y Candy sin pudor metió sus dedos entre la pretina y la piel de su trasero.
-Aquí estas, Candy y se que no te vas a ir nunca. No te lo voy a permitir, amor mío... Déjame entrar en ti, te lo ruego, déjame entrar mi amor...
El la miró a los ojos separándose un poco, y vio como una leve capa de sudor cubría el rostro de Candy que jadeaba por la excitación y su peso sobre ella. La joven sin quitar la vista de sus ojos dirigió sus dedos hacia el botón de su pantalón y abriéndolo, lo ayudó a bajarlo. Terry se apartó un poco y quitándoselo junto con su pantaloncillo, se acomodó entre sus piernas. Candy no vio su miembro, lo sintió en su centro mientras seguían mirándose fijamente a los ojos. Terry comenzó a dejarse ir a través de la carne apretada de su feminidad, los gemidos eran suaves, se mordió los labios mientras arqueaba el cuerpo luchando por hacerse un espacio en ella, mientras que la joven sentía que la vida se le escapaba en ese momento de intenso éxtasis, cerraba los ojos y las lagrimas volvieron a correr y no sabía si eran de placer o dolor, ya no importaba nada mientras él se movía guiándola en esa suave marea en la que la cama se había convertido. Iban y venían entre besos, fundiendo sus alientos, eran una mezcla sensual de sudor, dedos, cabellos.
-Amor mío, que feliz me haces, estoy en el cielo en este mismo momento, me voy a morir, me voy a morir!
-Terry, Terry por favor no me sueltes, no me dejes nunca, por favor, por favor...!
El la apretó sintiendo como culminaba derramándose en ella, Candy sintió el calor que le invadió las entrañas y apretó tanto los ojos que le pareció que iba a quedarse ciega por los destellos que vio en ese instante de placer extremo. Lo escuchó ahogar un grito, y finalmente se desvanecieron uno en brazos del otro...
Pasaron unos minutos mientras se acariciaban con ternura, ella contra su pecho y él con los ojos cerrados, imaginando en su cabeza una suave melodía que sonaba desde un rincón lejano. Sus cuerpos húmedos y agotados se quedaron así en silencio, reconociéndose y reclamándose como una tierra prometida que finalmente había sido conquistada después de llanto y sufrimiento.
-Gracias por estar aquí, Candy, gracias por confiar en mi... no se que hice para merecer este regalo, este tesoro que me has concedido. Cásate conmigo, mi bella Julieta. Mañana mismo...
-Si, vine a casarme contigo, a eso vine, a darte todo de mi, mi dulce Romeo... gracias por aceptarme a tu lado, que feliz me has hecho!
Se volvieron a besar, y desde la sala escucharon el ¨Pax de deus¨de Tchaikovsky, que la señora Burton puso en el gramophono para aderezar la dulce noche que ella sabía los jóvenes enamorados estaban disfrutando, después de los años de injusta separación mientras ella sonreía sentada en su mecedora, mirando las estrellas del cielo a través del ventanal y a su vez recordando cuando también en su lejana juventud amó intensamente y fue correspondida.
Ofrezco una disculpa por que debí bajar la publicación original pues no estaba completa, espero puedan perdonarme y agradezco su comprensión
GRACIAS POR LEER!
GRACIAS POR LEER!
Última edición por Maga Cafi el Sáb Mayo 02, 2020 7:45 pm, editado 1 vez