MIL AÑOS CONTIGO
CAPÍTULO V
POR YURIKO YOKINAWA
INSPIRADA EN LA CANCIÓN DE RICARDO ARJONA “TARDE”
CAPÍTULO V
POR YURIKO YOKINAWA
INSPIRADA EN LA CANCIÓN DE RICARDO ARJONA “TARDE”
Campanadas de boda repicaba en dos catedrales de dos ciudades diferentes, dos parejas de jóvenes contraían nupcias a esa misma hora. Aparentemente enamorados se casaban, tenían años de conocerse y pocos años de ser novios. A pesar de que uno era empresario y la otra médico especialista, de conocer gente, viajar, tener pareja y ser socialmente conocidos jamás habían coincidido en su vida… solo en sueños podrían decir que se encontraban, sin embargo, no definían sus rostros. En varias ocasiones el sueño gratificante se volvía pesadilla, despertaban sudados, él optaba por bañarse para calmar su ansiedad y ella por llorar, creía que su actual y ahora esposo sería víctima de su presagio.
Candice White era hija única del matrimonio Ardley, sus padres habían heredado el corporativo que generaciones atrás había sido importante e influyente en los Estados Unidos, solo que alguien más poderoso casi los hace ir a la ruina y con el viernes negro de 1929 poco faltó para irse a la quiebra, vendieron lo que pudieron y se quedaron con lo necesario para sostener al menos su estilo de vida. Cambiaron el apellido y se declararon en quiebra para empezar de cero. Ya no eran banqueros. Con lo que habían recuperado apostaron por el negocio de la moda. Archibald Conrwell y su esposa Annie Britter decidieron incursionar en el diseño y creación de prendas sofisticadas para las necesidades propias de las clases sociales. Tuvieron éxito rotundo con los años, parecía ser que darle un cambio de nombre y giro al negocio le daba un respiro a la maldición que parecía ser que siempre llevarían a cuesta. Stear y Patty se habían retirado a Florida, ahí abrirían la primera tienda para vender las prendas elaboradas del corporativo Ardlay-Conrwell.
La leyenda negra decía que la maldición de esa familia había sido producto a raíz de la adopción de una niña que logró hechizar con su carisma a los miembros varones del clan que con el paso de los años los envolvió en una nube de desgracia envuelta en muerte y desintegración del mismo clan. El que en su momento era el patriarca, no pudo con los embates que el Duque de Granchester apoyado por la Corona Inglesa hicieron con el corporativo. Lograron que sus socios y accionistas se retirasen. La señora Elroy no soportó lo que ella llamó “desgracia” falleciendo una noche mientras dormía. La junta directiva al igual que la familia se desintegró llevándose la parte correspondiente que le tocaba. Se vendió Lakewood, siendo esta la última propiedad que en su momento era físicamente el recuerdo vivo de un pasado feliz. La mansión Leagan fue la primera en venderse, Elisa lloraba lágrimas de sangre: “¡Aun muerta no la dejaba ser feliz! Estaban en la ruina total. La familia del que era su prometido disolvió el futuro enlace. Sarah Leagan terminó en un hospital psiquiátrico y en 1929 su padre se suicidó. Ese mismo año también, fue la última vez que los hermanos Leagan volvieron a verse. Ella partió a rumbo desconocido como queriendo empezar una nueva vida lejos de la maldición de Candy y Terry Granchester. Neal, a pesar de estar preso conoció mediante correspondencia a la que ahora era su esposa concibiendo ambos un hijo. No los volvió a ver, ya que fue trasladado a Inglaterra a concluir su condena en una fría y solitaria celda de un castillo medieval hasta que falleció.
Susana Marlowe al final del día se quedó en el hospital para enfermos mentales, su defensa había acertado con el trastorno de “erotomanía”, su mal se agravó cuando se alivió de una hermosa niña, nunca se supo quién era el padre. La madre de la exactriz la crio, sin embargo, no le llevaba a la niña en los días de visita ya que solía divagar que era hija del que fuera en su momento su compañero de tablas. La señora Marlowe vivía de la pensión que recibía por parte de la compañía Stratford y de lo que le pagaban ahí mismo por los trajes que bordaba para los actores y como descendiente de su madre, la niña se convirtió en actriz. Siendo adolescente fue a conocerla, esa niña era ella misma, parecía revivir su pasado, al verla quiso prevenirla de su futuro. Ella no entendía, su abuela le había dicho que había enfermado de amor, pero no más de lo que realmente había sucedido. Dejó de visitarla cuando se convirtió en estrella de cine, quedando sola y abandonada esperando el regreso del que fuera su más grande amor de juventud. Porque ella así lo juró y prometió hasta que falleció de tristeza con una vieja fotografía que les tomaron cuando hacían las pruebas de vestuario para la promoción de la obra Romeo y Julieta.
Terrence Granchester, hijo único, de empresarios dedicados en la telecomunicaciones, descendiente lejano de la realeza inglesa, nacido en tierra americana… su historia familiar era muy amplia, la conocía bien, es por ello por lo que justificaba sus sueños con su pasado ancestral. Él era un chico idealista, con firmes convicciones, fuerte carácter y demasiado noble. Dirigía el negocio familiar que sus padres le habían dejado a cargo tres años atrás. No tenía opción, debía hacerlo, para eso había estudiado, aunque su hobbie era la actuación. Sabía de antemano que un pariente lejano había sido actor, pero su sueño había sido truncado de manera trágica, la madre de él había sido una actriz consagrada pero que pocos sabían el secreto del parentesco que había entre ellos. El padre, el más alto noble inglés en aquella época había renunciado a la nobleza cuatro años después del juicio de la muerte de su hijo y de haberse cerciorado de cerrarle todas las posibilidades de negocio a los Andrew volvió a América para casarse con la que había sido su primer amor e irse a vivir a Escocia donde tuvieron otro hijo varón. Y ahí estaba él, tenía un parecido sorprendente con su pariente lejano, incluso, tenía una novia actriz, el cual, ahora era su esposa.
Candy Blanca Ardlay era una chica rubia, pecosa, pequeña, con carisma, alegre y demasiado responsable. Desde muy pequeña se dedicaba a rescatar animalitos en apuros, los curaba para luego llevarlos al refugio de animales de la ciudad y fuera dado en adopción. Ella sería doctora, se dedicaría a ayudar a los más necesitados para sanarlos, darles consuelo y fortaleza en caso de que lo necesitasen. Solía asistir a los congresos anuales de medicina a nivel nacional, siempre estaba actualizada en lo que a ese ámbito se refiere, al tener una especialidad en oncología y una de las mejores solía estar ocupada la mayor parte del tiempo en el hospital. Ese año, la sede sería Nueva York. Su esposo no la pudo acompañar, de hecho, nunca la acompañaba a sus aburridas conferencias. Neal se quedaba en la empresa o hacía algún viaje laboral acompañado de su joven y bella secretaria ya que su esposa no le daba la pasión que requería. Él sentía su rechazo, aunque no se lo dijera, inicialmente lo tomó como parte de su falta de experiencia sexual, pero con el tiempo vio que la del problema era ella incluso para darle un hijo. La amaba, pero no lo suficiente como para serle fiel.
Terrence Granchester, salía de incógnito del teatro Stratford, la compañía era una de las más antiguas de la ciudad, reconocida porque mayormente sus presentaciones eran shakesperianas, amante de la actuación, solía representar cualquier papel secundario siempre y cuando su tiempo lo requiriera. Tenía participación en la empresa porque era accionista mayoritario. Fue ahí en donde conoció a su esposa Susana cuando era estudiante universitario. Parecía un deja vu, inicialmente sintió rechazo, pero conforme la fue tratando vio que era una chica dulce y de nobles sentimientos, demasiado sumisa para su gusto y eso no le gustaba, se había vuelto una persona dependiente, celosa e insegura. A pesar de que él le daba autonomía, ella había optado por dejar lo que amaba para convertirse en ama de casa. Terry se había convertido en su todo, su centro y su vida. Ante los ojos de la sociedad, era una pareja ejemplar, pero dentro de la casa se había roto la armonía entre ellos, la confianza, la comunicación y, sobre todo, el amor que un día dijeron tener. Si esto seguía así, él le pediría el divorcio, era lo más sano, se estaban haciendo daño. Lo único bueno que tenían es que no había hijos de por medio el cual tendrían que pelear ante los juzgados. Lo material, no le importaba, le daría lo correspondiente al contrato prenupcial firmado por ellos dos.
Mientras Terry salía del teatro, Candy iba entrando, pasaron al lado uno del otro, mas, sin embargo, no se vieron, la estatura de ellos era evidente y ambos portaban lentes de sol. Pero, no significó que una descarga eléctrica les traspasara el corazón. La rubia llegó a la taquilla y cautelosamente volteó hacia la salida para ver al hombre con el que unos instantes antes había coincidido en su camino. Él también se había detenido, pero en cuanto vio que la rubia se giraba para verlo optó por irse del lugar. Los dos tenían la sensación de haberse visto antes pero no recordaban donde, tantos lugares frecuentados desde niños, porque no había manera de haberse conocido después de esa etapa, lo recordarían bien, quien sabe, ni siquiera pudieron verse el rostro completo como para afirmar tal cosa. Quizás, eran casualidades del destino.
Compró una entrada en la mejor platea, era la última presentación y cierre de temporada, no deseaba perderse la obra del mejor dramaturgo italiano de la ápoca. Le gustaba leer Shakespeare, sobre todo, la obra de Romeo y Julieta. Desde adolescente había idealizado un amor como el de ellos dos, fuerte, entregado, incondicional, sin máscaras… sin reservas. Pero en nadie lo encontró, ni siquiera su actual esposo le hacía sentir como Romeo. ¿Podría decirse que le era infiel? Posiblemente, sí. Neal no era como aquél que le robaba el sueño con un solo beso pero que la llevaba al mismo tiempo al infierno cuando se separaban por una causa desconocida jurándose a la distancia que algún día se encontrarían. ¿Por qué se había casado con él si no lo amaba? Por… ¿Costumbre?, ¿tiempo? ¿por miedo a quedarse sola? La respuesta era clara, confundió amor con compañía.
Terry se sentía desconcertado al sentir un deja vú en cuanto pasó junto a la rubia desconocida, él venía sumido en sus pensamientos, era fin de temporada de la obra Romeo y Julieta y cada fin de temporada cerraba escenificando el personaje protagónico, pensaba como convencer a su esposa para que lo acompañara a la obra y fiesta de clausura. Últimamente discutían por nada, parecía que no entendía sus mil y un ocupaciones, estaba a cargo de una empresa internacional, sus ratos libres lo dedicaban al teatro y aun así le daba tiempo a su esposa, jamás la había excluido en sus actividades, nunca le pidió que dejara el teatro, le ofreció un puesto en la empresa, inicialmente ella lo acompañaba en sus ensayos o iba de sorpresa a la empresa para invitarlo a comer. ¿En qué momento había cambiado los sentimientos de ambos? ¿ Qué había pasado realmente? ¿Por qué se había casado con ella si no la amaba? Él sentía que era la mujer a la que tanto se inventaba en sueños, a la que le había jurado encontrarse en otra vida. La que buscaba cada vez que salía de la ciudad. Pero no, no era ella, confundió con la cabeza lo que es del corazón.
Candy se dirigió a una de las tiendas del corporativo Ardlay-Conrwell para adquirir un vestido para la obra no sin antes pasar primero a saludar a su prima Annie… ella era la indicada para escoger el atuendo para la ocasión, era una de las mejores diseñadoras del país y también manejaban las mejores marcas exclusivas que en ni otro lado se podría encontrar. Platicaban de todo y nada mientras tomaban un café frío, Candy no era amante de la moda ni fanática en la administración de las empresas. Ella tenía sus acciones y su padre lo manejaba, tenía conocimiento porque su padre le había pedido que estudiara economía si deseaba ejercer la medicina. Ese era su patrimonio para cuando ellos faltasen. Su esposo podía manejar lo que a ella le correspondía, pero no, con lo que le correspondía le hacía ser socio mayoritario para la toma de decisiones. Neal, solamente tenía un puesto administrativo que le permitía cierta posición solo por ser el esposo de la hija de uno de los dueños de Ardlay-Conrwell.
Ambas reían de las anécdotas que contaba Annie acerca de sus hijos, eran demasiado traviesos e inteligentes para su edad, habían nacido con el chip de la tecnología, decía la pelinegra cuando una de las empleadas tocó la puerta para informarle que una cliente había sufrido un desmayo. Candy pidió el botiquín de primeros auxilios y entre su bolso sacó un estetoscopio, siempre lo llevaba con ella por si llegase a usarlo y ese día era uno de ellos. -¿Qué fue lo que sucedió?- Preguntó Annie mientras Candy pedía a los curiosos que se retirasen mientras se agachaba para acercar su oído al corazón, al corroborar que latía puso el estetoscopio al pecho mientras medía el ritmo cardiaco y pulso. La mujer se encontraba muy pálida, tenía la presión baja, y un poco de fiebre. Al corroborar que no tenía daño por el golpe recibido por la caída, le pidió a un guardia de seguridad que la llevaran a la oficina para revisarla con calma.
Notó que su piel tenía pequeñas manchas apenas imperceptibles. No quería llegar a conclusiones sin antes poder cuestionar a la cliente sobre su estado de salud. Candy estuvo con ella hasta que se le bajó la fiebre. Annie había llamado por teléfono al esposo de la señora. -Está muy pálida y demasiado delgada Annie, tengo sospecha de su diagnóstico, aunque lo más sensato es que se haga unos estudios, puede ser muchas cosas y no quiero divagar en algo que no estoy segura- La mujer se removió del sillón donde la habían recostado, estaba volviendo en sí. Parpadeó en repetidas ocasiones, no reconocía el lugar ni recordaba qué le había pasado. Candy se acercó para tomarle la presión y temperatura. La mujer había recuperado el conocimiento y la conciencia. Como pudo se sentó y se arrinconó en la esquina del sillón, de la nada se alteró, la culpaba de algo que nunca entendió y le exigió que los dejara ser felices. Annie estaba asustada, le ofreció un vaso con agua, pero de un manotazo lo tiró cuando ella le acercaba el líquido. Candy decidió retirarse no sin antes dejarle las indicaciones que debía seguir el esposo de la señora.
Candice White era hija única del matrimonio Ardley, sus padres habían heredado el corporativo que generaciones atrás había sido importante e influyente en los Estados Unidos, solo que alguien más poderoso casi los hace ir a la ruina y con el viernes negro de 1929 poco faltó para irse a la quiebra, vendieron lo que pudieron y se quedaron con lo necesario para sostener al menos su estilo de vida. Cambiaron el apellido y se declararon en quiebra para empezar de cero. Ya no eran banqueros. Con lo que habían recuperado apostaron por el negocio de la moda. Archibald Conrwell y su esposa Annie Britter decidieron incursionar en el diseño y creación de prendas sofisticadas para las necesidades propias de las clases sociales. Tuvieron éxito rotundo con los años, parecía ser que darle un cambio de nombre y giro al negocio le daba un respiro a la maldición que parecía ser que siempre llevarían a cuesta. Stear y Patty se habían retirado a Florida, ahí abrirían la primera tienda para vender las prendas elaboradas del corporativo Ardlay-Conrwell.
La leyenda negra decía que la maldición de esa familia había sido producto a raíz de la adopción de una niña que logró hechizar con su carisma a los miembros varones del clan que con el paso de los años los envolvió en una nube de desgracia envuelta en muerte y desintegración del mismo clan. El que en su momento era el patriarca, no pudo con los embates que el Duque de Granchester apoyado por la Corona Inglesa hicieron con el corporativo. Lograron que sus socios y accionistas se retirasen. La señora Elroy no soportó lo que ella llamó “desgracia” falleciendo una noche mientras dormía. La junta directiva al igual que la familia se desintegró llevándose la parte correspondiente que le tocaba. Se vendió Lakewood, siendo esta la última propiedad que en su momento era físicamente el recuerdo vivo de un pasado feliz. La mansión Leagan fue la primera en venderse, Elisa lloraba lágrimas de sangre: “¡Aun muerta no la dejaba ser feliz! Estaban en la ruina total. La familia del que era su prometido disolvió el futuro enlace. Sarah Leagan terminó en un hospital psiquiátrico y en 1929 su padre se suicidó. Ese mismo año también, fue la última vez que los hermanos Leagan volvieron a verse. Ella partió a rumbo desconocido como queriendo empezar una nueva vida lejos de la maldición de Candy y Terry Granchester. Neal, a pesar de estar preso conoció mediante correspondencia a la que ahora era su esposa concibiendo ambos un hijo. No los volvió a ver, ya que fue trasladado a Inglaterra a concluir su condena en una fría y solitaria celda de un castillo medieval hasta que falleció.
Susana Marlowe al final del día se quedó en el hospital para enfermos mentales, su defensa había acertado con el trastorno de “erotomanía”, su mal se agravó cuando se alivió de una hermosa niña, nunca se supo quién era el padre. La madre de la exactriz la crio, sin embargo, no le llevaba a la niña en los días de visita ya que solía divagar que era hija del que fuera en su momento su compañero de tablas. La señora Marlowe vivía de la pensión que recibía por parte de la compañía Stratford y de lo que le pagaban ahí mismo por los trajes que bordaba para los actores y como descendiente de su madre, la niña se convirtió en actriz. Siendo adolescente fue a conocerla, esa niña era ella misma, parecía revivir su pasado, al verla quiso prevenirla de su futuro. Ella no entendía, su abuela le había dicho que había enfermado de amor, pero no más de lo que realmente había sucedido. Dejó de visitarla cuando se convirtió en estrella de cine, quedando sola y abandonada esperando el regreso del que fuera su más grande amor de juventud. Porque ella así lo juró y prometió hasta que falleció de tristeza con una vieja fotografía que les tomaron cuando hacían las pruebas de vestuario para la promoción de la obra Romeo y Julieta.
Terrence Granchester, hijo único, de empresarios dedicados en la telecomunicaciones, descendiente lejano de la realeza inglesa, nacido en tierra americana… su historia familiar era muy amplia, la conocía bien, es por ello por lo que justificaba sus sueños con su pasado ancestral. Él era un chico idealista, con firmes convicciones, fuerte carácter y demasiado noble. Dirigía el negocio familiar que sus padres le habían dejado a cargo tres años atrás. No tenía opción, debía hacerlo, para eso había estudiado, aunque su hobbie era la actuación. Sabía de antemano que un pariente lejano había sido actor, pero su sueño había sido truncado de manera trágica, la madre de él había sido una actriz consagrada pero que pocos sabían el secreto del parentesco que había entre ellos. El padre, el más alto noble inglés en aquella época había renunciado a la nobleza cuatro años después del juicio de la muerte de su hijo y de haberse cerciorado de cerrarle todas las posibilidades de negocio a los Andrew volvió a América para casarse con la que había sido su primer amor e irse a vivir a Escocia donde tuvieron otro hijo varón. Y ahí estaba él, tenía un parecido sorprendente con su pariente lejano, incluso, tenía una novia actriz, el cual, ahora era su esposa.
Candy Blanca Ardlay era una chica rubia, pecosa, pequeña, con carisma, alegre y demasiado responsable. Desde muy pequeña se dedicaba a rescatar animalitos en apuros, los curaba para luego llevarlos al refugio de animales de la ciudad y fuera dado en adopción. Ella sería doctora, se dedicaría a ayudar a los más necesitados para sanarlos, darles consuelo y fortaleza en caso de que lo necesitasen. Solía asistir a los congresos anuales de medicina a nivel nacional, siempre estaba actualizada en lo que a ese ámbito se refiere, al tener una especialidad en oncología y una de las mejores solía estar ocupada la mayor parte del tiempo en el hospital. Ese año, la sede sería Nueva York. Su esposo no la pudo acompañar, de hecho, nunca la acompañaba a sus aburridas conferencias. Neal se quedaba en la empresa o hacía algún viaje laboral acompañado de su joven y bella secretaria ya que su esposa no le daba la pasión que requería. Él sentía su rechazo, aunque no se lo dijera, inicialmente lo tomó como parte de su falta de experiencia sexual, pero con el tiempo vio que la del problema era ella incluso para darle un hijo. La amaba, pero no lo suficiente como para serle fiel.
Terrence Granchester, salía de incógnito del teatro Stratford, la compañía era una de las más antiguas de la ciudad, reconocida porque mayormente sus presentaciones eran shakesperianas, amante de la actuación, solía representar cualquier papel secundario siempre y cuando su tiempo lo requiriera. Tenía participación en la empresa porque era accionista mayoritario. Fue ahí en donde conoció a su esposa Susana cuando era estudiante universitario. Parecía un deja vu, inicialmente sintió rechazo, pero conforme la fue tratando vio que era una chica dulce y de nobles sentimientos, demasiado sumisa para su gusto y eso no le gustaba, se había vuelto una persona dependiente, celosa e insegura. A pesar de que él le daba autonomía, ella había optado por dejar lo que amaba para convertirse en ama de casa. Terry se había convertido en su todo, su centro y su vida. Ante los ojos de la sociedad, era una pareja ejemplar, pero dentro de la casa se había roto la armonía entre ellos, la confianza, la comunicación y, sobre todo, el amor que un día dijeron tener. Si esto seguía así, él le pediría el divorcio, era lo más sano, se estaban haciendo daño. Lo único bueno que tenían es que no había hijos de por medio el cual tendrían que pelear ante los juzgados. Lo material, no le importaba, le daría lo correspondiente al contrato prenupcial firmado por ellos dos.
Mientras Terry salía del teatro, Candy iba entrando, pasaron al lado uno del otro, mas, sin embargo, no se vieron, la estatura de ellos era evidente y ambos portaban lentes de sol. Pero, no significó que una descarga eléctrica les traspasara el corazón. La rubia llegó a la taquilla y cautelosamente volteó hacia la salida para ver al hombre con el que unos instantes antes había coincidido en su camino. Él también se había detenido, pero en cuanto vio que la rubia se giraba para verlo optó por irse del lugar. Los dos tenían la sensación de haberse visto antes pero no recordaban donde, tantos lugares frecuentados desde niños, porque no había manera de haberse conocido después de esa etapa, lo recordarían bien, quien sabe, ni siquiera pudieron verse el rostro completo como para afirmar tal cosa. Quizás, eran casualidades del destino.
Compró una entrada en la mejor platea, era la última presentación y cierre de temporada, no deseaba perderse la obra del mejor dramaturgo italiano de la ápoca. Le gustaba leer Shakespeare, sobre todo, la obra de Romeo y Julieta. Desde adolescente había idealizado un amor como el de ellos dos, fuerte, entregado, incondicional, sin máscaras… sin reservas. Pero en nadie lo encontró, ni siquiera su actual esposo le hacía sentir como Romeo. ¿Podría decirse que le era infiel? Posiblemente, sí. Neal no era como aquél que le robaba el sueño con un solo beso pero que la llevaba al mismo tiempo al infierno cuando se separaban por una causa desconocida jurándose a la distancia que algún día se encontrarían. ¿Por qué se había casado con él si no lo amaba? Por… ¿Costumbre?, ¿tiempo? ¿por miedo a quedarse sola? La respuesta era clara, confundió amor con compañía.
Terry se sentía desconcertado al sentir un deja vú en cuanto pasó junto a la rubia desconocida, él venía sumido en sus pensamientos, era fin de temporada de la obra Romeo y Julieta y cada fin de temporada cerraba escenificando el personaje protagónico, pensaba como convencer a su esposa para que lo acompañara a la obra y fiesta de clausura. Últimamente discutían por nada, parecía que no entendía sus mil y un ocupaciones, estaba a cargo de una empresa internacional, sus ratos libres lo dedicaban al teatro y aun así le daba tiempo a su esposa, jamás la había excluido en sus actividades, nunca le pidió que dejara el teatro, le ofreció un puesto en la empresa, inicialmente ella lo acompañaba en sus ensayos o iba de sorpresa a la empresa para invitarlo a comer. ¿En qué momento había cambiado los sentimientos de ambos? ¿ Qué había pasado realmente? ¿Por qué se había casado con ella si no la amaba? Él sentía que era la mujer a la que tanto se inventaba en sueños, a la que le había jurado encontrarse en otra vida. La que buscaba cada vez que salía de la ciudad. Pero no, no era ella, confundió con la cabeza lo que es del corazón.
Candy se dirigió a una de las tiendas del corporativo Ardlay-Conrwell para adquirir un vestido para la obra no sin antes pasar primero a saludar a su prima Annie… ella era la indicada para escoger el atuendo para la ocasión, era una de las mejores diseñadoras del país y también manejaban las mejores marcas exclusivas que en ni otro lado se podría encontrar. Platicaban de todo y nada mientras tomaban un café frío, Candy no era amante de la moda ni fanática en la administración de las empresas. Ella tenía sus acciones y su padre lo manejaba, tenía conocimiento porque su padre le había pedido que estudiara economía si deseaba ejercer la medicina. Ese era su patrimonio para cuando ellos faltasen. Su esposo podía manejar lo que a ella le correspondía, pero no, con lo que le correspondía le hacía ser socio mayoritario para la toma de decisiones. Neal, solamente tenía un puesto administrativo que le permitía cierta posición solo por ser el esposo de la hija de uno de los dueños de Ardlay-Conrwell.
Ambas reían de las anécdotas que contaba Annie acerca de sus hijos, eran demasiado traviesos e inteligentes para su edad, habían nacido con el chip de la tecnología, decía la pelinegra cuando una de las empleadas tocó la puerta para informarle que una cliente había sufrido un desmayo. Candy pidió el botiquín de primeros auxilios y entre su bolso sacó un estetoscopio, siempre lo llevaba con ella por si llegase a usarlo y ese día era uno de ellos. -¿Qué fue lo que sucedió?- Preguntó Annie mientras Candy pedía a los curiosos que se retirasen mientras se agachaba para acercar su oído al corazón, al corroborar que latía puso el estetoscopio al pecho mientras medía el ritmo cardiaco y pulso. La mujer se encontraba muy pálida, tenía la presión baja, y un poco de fiebre. Al corroborar que no tenía daño por el golpe recibido por la caída, le pidió a un guardia de seguridad que la llevaran a la oficina para revisarla con calma.
Notó que su piel tenía pequeñas manchas apenas imperceptibles. No quería llegar a conclusiones sin antes poder cuestionar a la cliente sobre su estado de salud. Candy estuvo con ella hasta que se le bajó la fiebre. Annie había llamado por teléfono al esposo de la señora. -Está muy pálida y demasiado delgada Annie, tengo sospecha de su diagnóstico, aunque lo más sensato es que se haga unos estudios, puede ser muchas cosas y no quiero divagar en algo que no estoy segura- La mujer se removió del sillón donde la habían recostado, estaba volviendo en sí. Parpadeó en repetidas ocasiones, no reconocía el lugar ni recordaba qué le había pasado. Candy se acercó para tomarle la presión y temperatura. La mujer había recuperado el conocimiento y la conciencia. Como pudo se sentó y se arrinconó en la esquina del sillón, de la nada se alteró, la culpaba de algo que nunca entendió y le exigió que los dejara ser felices. Annie estaba asustada, le ofreció un vaso con agua, pero de un manotazo lo tiró cuando ella le acercaba el líquido. Candy decidió retirarse no sin antes dejarle las indicaciones que debía seguir el esposo de la señora.
CONTINUARÁ.
Última edición por Yuriko Yokinawa el Lun Mayo 18, 2020 10:31 pm, editado 8 veces