Capítulo I Terry Fics
Capítulo II Terry Fics
Capítulo I Candy Lovers
Capítulo II Candy Lovers
Mi agradecimiento a Kelly y Letty por permitirme publicar los dos primeros capítulos en su página.
Portada: Laura Balderas
ENTRE CARDOS Y NARCISOS
CAPÍTULO VII
NEAL LEAGAN
POR YURIKO YOKINAWA
CAPÍTULO VII
NEAL LEAGAN
POR YURIKO YOKINAWA
La historia no se podía repetir nuevamente, Neal Leagan sentía amar a la rubia, nunca había olvidado su suave y tersa piel, su aroma lo conservaba como si hubiera sido ayer. En ese tiempo era un joven inexperto cumpliendo un deseo y capricho de su hermana… le era indiferente, quería vengarse de todo aquello que la rubia les arrebató, le dolía lo que su hermana sufría y de las múltiples humillaciones que según él habían padecido antes y después de la adopción de la huérfana. Sintió mucha rabia cuando se casó con Granchester, su falto de control y el exceso de alcohol le hizo confesar que él había sido el primero, como era de esperarse, Terry estuvo a punto de matarlo, si no hubiera sido porque Albert llegó lo habría logrado. Candy no daba crédito a lo que veían sus ojos, necesitaba una explicación, Terry no era ese tipo de personas, ¿qué le habrá dicho como para que reaccionara así?
Neal fue trasladado al hospital Santa Juana en calidad de detenido. Sería un largo proceso penal, sobre todo por el tiempo que se había cometido el delito, no había sido en los Estados Unidos, no había testigos y la víctima no había visto a su victimario… No había una denuncia de por medio que la pudiera amparar. Se manejó de la manera más discreta, sin embargo, cuando las autoridades norteamericana e inglesa colaboraron en la investigación no encontraron nada. La hermana Grey había fallecido tres años atrás, las hermanas que estuvieron durante el cuidado de Candy coincidieron en la versión de los hechos y concordaba con su expediente estudiantil: “La alumna Candice White Andrew tuvo un encuentro vergonzoso y amoral con un alumno de ese instituto. El alumno fue dado de baja.”
No se le pudo comprobar nada a Neal, y estando en las condiciones en que se encontraba no se podía tomar como una confesión o testimonio de los hechos. Fue un largo proceso para la familia Granchester, un año y cuatro meses de terrible agonía e infierno, Candy había vuelto a caer en una depresión, las pesadillas que paulatinamente había desaparecido hicieron acto de presencia nuevamente pero ahora con rostro. Dormía pocas horas, el tiempo que disponía para su insomnio lo dedicaba en estudiar libros de medicina en lo que llegaba Terry del teatro, estando en casa se sentía protegida, solo con él, lo abrazaba en cuanto él cruzaba el umbral de la puerta, le daba de cenar y le preparaba la bañera, platicaban de su día, subían a su recámara tomados del brazo. Él siempre le regalaba la mejor de sus sonrisas.
Ambos se bañaban y cambiaban de ropa por separado, las caricias eran muy suaves y duraba hasta que ella revivía ese amargo día, pero los besos de ella le decían cuanto lo amaba, sentía su pasión, intentaba no profundizarlo para no espantarla, Terry la amaba más que su propia vida y esperaría el tiempo necesario hasta que ella se sintiera lista. La intimidad de ellos dos se encontraba resguardado en esas cuatro paredes, dormir con ella y sentir su calor le decía que había valido la pena esperar, ella intentaba no tener mucho contacto físico, solo lo abrazaba teniendo a una colcha como intermediario, por ende, él también tenía su colcha y no tanto porque tuviera frío, sino para que ella no notara su deseo y Candy tuviera la libertad de abrazarlo sin miedo. Terry sabía cómo luchaba internamente, se removía de las sábanas y se ponía en posición fetal, sollozaba silenciosamente, él la calmaba, le acariciaba su cabello y la abrazaba.
Él tampoco se sentía tranquilo, a pesar de que tenía guardias de seguridad y personal de servicio adecuado para su pecosa no le eran totalmente seguro para ella, era deber de él hacerla sentir protegida y lo había logrado, debía comenzar de cero. Por su posición social, Candy solicitó permiso indefinido en el hospital donde laboraba en lo que duraba el proceso judicial en contra de Neal Leagan, como resultó ser injusta a lo que se le denominaba justicia, Albert actuó de manera elegante sin mezclar una cosa con la otra. Lo envió a Brasil a supervisar los ingenios azucareros del corporativo Ardlay, no tenía nada que ver con la empresa dedicada a la banca y a la industria acerera, pero si quería mantener a distancia a Neal debía enviarlo lejos de los Estados Unidos. La amenaza de sacarlos de la sociedad comercial y cerrarle las puertas a cualquier trato con otros empresarios hasta dejarlos en la ruina era evidente. Albert era un alma noble pero muy fiero para defender a los suyos y los negocios.
La familia Leagan despidió a su heredero al puerto, para ellos era muy ruin lo que se le hacía, la huérfana lo había logrado otra vez… Por el momento tolerarían el engaño, no podían quedarse en la ruina y menos por una hija de nadie. Esperarían a que se calmaran las aguas para que su vástago pudiera regresar con la frente en alto. Lo que no sabían, era que jamás regresaría Neal a los Estados Unidos, al menos, vivo.
Neal desembarcó con el rostro hastiado, había sido un viaje tedioso, conforme habían pasado el caribe su mal humor se acrecentaba, no soportaba el incesante calor, la comida no era buena y el servicio pésimo, eso es lo que él escribió en una de sus primeras cartas para sus padres, tenía la esperanza de que pudieran convencer a William de permitirle regresar, ya que, según él, todo había sido un error al hacer confesiones sin dolo de un borracho enamorado que pretendía llamar la atención de aquella mujer casada con un actor, el cual, a palabras de él, Terry se había casado con ella por lástima para limpiar la deshonra e imagen de ella.
La fiesta seguía su curso, los pocos invitados, el cual, eran amigos y familiares muy cercanos disfrutaban amenamente el ambiente. Las madres de Candy se habían retirado con los niños a las habitaciones que les habían asignado para descansar. La señora Elroy ya había subido a sus respectiva recámara, no toleraba ver tanto circo entre actores y huérfanos. Tanta elegancia para esa gente sin clase. Se lamentaba el haber asistido y dejarse convencer por sus sobrinos. En cuanto los invitados se retirasen, ella haría lo mismo al día siguiente junto con los hermanos Leagan, no olvidaba tampoco que William le había recordado que no los quería cerca de Candy, en pocas palabras, sentía que ese joven al que amaba y que tenía el lugar como cabeza de la familia le estaba corriendo de su propia casa. Tenía la certeza que Candy de una u otra forma lo convencía de no ser la propiciadora de que Neal y Elisa en ocasiones solieran molestarla. En pocas palabras, Candy se hacía la víctima cuando era todo lo contrario.
Terry buscó el momento adecuado para apartarse del grupo y pedirle al mayordomo que llevara a Neal al despacho con el pretexto de una llamada telefónica, no había pasado por alto que Neal no le apartaba la vista a su esposa y en ocasiones de manera lasciva durante la fiesta. Se contuvo, no quería arruinar el momento de su esposa e invitados, así que en cuanto vio que Neal se dirigía al despacho, se excusó con la rubia para ir tras de él para enfrentarlo. Abrió la puerta de manera sigilosa, imaginaba que lo encontraría desparramado en el asiento por la cantidad de licor que había bebido, pero no fue así, él estaba frente al ventanal sirviéndose otra copa, le dio la impresión de que lo estaba esperando y no se equivocó:
-“Llegas tarde Granchester”- la lengua de Neal ya arrastraba las palabras apenas coherentes. –“Dime, ¿cómo te va en tu nueva vida de casado?- Neal voltea para mirar a su interlocutor, sus ojos reflejaban tristeza.
-“Eso no es de tu incumbencia y no debería ser de tu interés Neal”- Sentía que su sangre empezaba a hervir, la adrenalina empezaba a disparársele otra vez, quería tener más motivos para partirle la cara.
–“Sabías que mis intenciones con ella fueron verdaderas? Bueno… eso fue después de que me di cuenta de que… la amaba. Mi oportunidad fue el día de su supuesta presentación, el cual, astutamente el tío William lo encauzó hacía con mi hermana”-
-“¿A dónde quieres llegar? Al grano pequeña sabandija, ¡habla ya!”- Su paciencia se le estaba agotando. La carcajada de Neal lo desubicó.
-“¡Jajaja! Granchester, sé su secreto… ¿Te ha dicho que lo disfrutó? ¿La hubieras aceptado con un hijo? Tuvo suerte de no quedar en espera… creo que has de pasar por lo mismo ¿no?, siempre seré el primero en su vida”- Terry palideció, se sintió un completo imbécil, siempre subestimó a Neal. El agresor de Candy había estado cerca sin generar sospechas. De tres zancadas lo empujó.
-“Eres un hijo de…”- un golpe en el estómago y en el rostro fue suficiente para derribarlo nuevamente en cuanto pudo sentarse y carcajearse nuevamente, se colocó encima de él para seguir golpeándolo y decirle una sarta de improperios.
La primera en llegar al despacho fue Candy seguida por Albert a tiempo para sostenerla por lo que presenciaba. Elisa entró e intentó quitar a Terry de su hermano, al no lograrlo gritó desesperada para que lo dejara, que lo estaba matando. Los huéspedes y el resto de la familia se dirigieron alarmados al lugar de los hechos. Entre Archie y Stear quitaron a Terry, lo tenían bien sujetado de los brazos, ya que él amenazaba con matar a Neal. Candy miraba a su esposo con el rostro desencajado, no entendía qué sucedía ni qué lo hubiera motivado actuar con tanta violencia. Elisa, culpando a la rubia, le propinó una cachetada y se le fue a golpes al castaño gritándole asesino. La rubia no pudo más y se desmayó. La pelirroja se acuclilló para llorar sobre su hermano. Nadie entendía nada. Albert le pidió a Terry que saliera y se aseara en lo que él llevaba a su hija a su habitación. los hermanos Conrwell, Patty, Annie y Becky los acompañaron. Una semana después, el matrimonio Granchester regresaba a Nueva York.
El capataz de la hacienda “Dulcinea” le mostraba las grandezas de la región, para cualquiera que amara la tierra, la selva y el clima húmedo de la zona sería todo un paraíso, pero para Neal era todo lo contrario, sentía sofocarse por el calor, la lluvia constante en ciertas temporadas le agobiaba, extrañaba su casa, su antigua vida, no había estudiado tanto para terminar administrando cañales y un ingenio azucarero en medio de la nada. Solía saciar su soledad por un momento con alguna compañía femenina que tuviera rasgos parecidos a la mujer que jamás pudo tener. Se había vuelto una rutina su vida y lo agobiaba. Solía escribir por las noches cuando se encontraba en su soledad, en santa paz. A veces le dedicaba unas líneas a la rubia ojos esmeralda, solía confesarle su amor y cuan arrepentido estaba al querer obligarla a casarse con él, pero para la mente y el alma de Neal, consideraba que hubiera sido lo mejor, nombre, apellido, honor, linaje, amor, demasiado amor. Él no había hecho el intento de cortejarla, ni siquiera había hecho algo por ella y la única manera de compensarla por haberle robado su virtud y tranquilidad era casándose con ella, el cual, poco a poco la hubiera conquistado y, por último, enamorado… Pero no había contado con que el vagabundo de Albert era su tutor y que Granchester seguiría estando presente en la vida de Candy.
Todo estaba visiblemente presente, era el cumpleaños de Candy, Su hermana se lo había dicho, ella sería una de las hadas del festival de mayo, fecha que alguien le asignó, ella no merecía tal reconocimiento ni que su hermana dejara de ser el centro de atención, se había salvado de tanto y de todo se había beneficiado, ahora era una Andrew y estaba gozando el apellido en el Colegio San Pablo, su padre adoptivo le había dejado que tomara sus decisiones al permitirle escapar y regresar al hogar de Pony después de la muerte de Antony, se suponía que debía ser repudiada por ello, era evidente su culpabilidad. Candy sabía cómo manejar a aquel viejo y enfermo próximo a morir.
La maldad en ambos jóvenes no podría catalogarse así, era envidia disfrazada de malicia, ellos teniendo todo no eran felices, vivían en un mundo superficial, su padre constantemente de viaje y cuando estaba en casa se limitaba solo a comer con ellos, preguntarles de manera general sobre su día y volvía a encerrarse en el despacho. Sarah no hacía más que llevar la casa, cumplir los caprichos de sus hijos y estar en las tertulias con sus amigas de la sociedad. En cambio, Candy era feliz con lo poco que tenía, su seguridad y su forma de ser manifestaba que nunca le había hecho falta el amor, la facilidad de desenvolverse y hacer amigos sin portar un vestido con clase la hacía única. Luego, tuvo diferencias con sus primos por ella, la defendían por todas las maldades que le hacían a la rubia, luego, su último defensor, Terrence Granchester, la paliza que le propinó luego de que la emboscó con tres compañeros más, había pensado en vengarse pero no tenía idea del cómo hacerlo, ni siquiera imaginaba que entre ellos dos había una amistad, es por ello que lo observaba a discreción, tampoco se le enfrentaría de frente sino con una de sus tantas tretas, en lo que pensaba como hacerlo el futuro duque había cambiado su lado rebelde y tenía amistad con los hermanos Conrwell. Y fue ahí, donde sospechaba que algo tramaban y que su misma hermana no había dejado pasar ese mismo detalle.
Solo iba a darle un susto para que abandonara la escuela y renunciara a la familia, llevaba lo necesario, Candy era una chica menuda pero con mucha fuerza, ella siempre le aventajaba cuando tenía que ponerlo en su lugar, ahora, era al revés, él había crecido y tenía masa muscular, por ende, fuerza, pero por si las dudas y la resistencia, la adormecería con cloroformo… sucedió lo inevitable y no planeado, logró someterla por la espalda hasta que perdió el sentido, verla ahí tendida, frágil y a su merced, también había crecido y se veía muy desarrollada para su edad. Con un dedo secó una lágrima de la chica para luego deslizarla por el cuello hasta llegar a uno de sus senos, se detuvo, sonrió maliciosamente, esa mujer le estaba ocasionando que su hombría despertara, tomó los brazos de ella y las colocó arriba de su cabeza, con una mano él le sostenía sus muñecas y con la otra le levantaba el vestido… con toda la calma del mundo se acomodó sus ropas, se sacudió el polvo y colocó boca abajo a su prima adoptiva. Eso serías suficiente para que la mugrosa se marchara para siempre.
Las carcajadas de Elisa no se hicieron esperar en cuanto su hermano le había contado su osadía en el patio de descanso, jamás hubiera creído que Neal llegara a tanto, le dio un beso y abrazo, se acercó a su oído y en susurro le dijo que lo admiraba por haberle hecho el favor a una hija de Pony. Ambos se miraron y con una sonrisa sardónica continuaron con su conversación. Las campanas repiquetearon, los alumnos estaban regresando a sus salones, dos chicas corrían hacia la dirección de los hermanos Leagan gritando el nombre de la peliroja: “Elisa, Elisa, algo le sucedió a Candy, Terry Granchester la lleva a la enfermería y detrás de ellos van tus primos, Annie y Patty”. El rostro de Elisa de descolocó, Neal disimuló su risita irónica, sin querer, Granchester había caído en la ratonera. Solo era cuestión de esperar.
La noticia había corrido como reguero de pólvora y Elisa alentaba esos chismes diciendo que ella solía seducir a su primo fallecido, así que no le sorprendía que hubiera hecho lo mismo con Terry. Trataba decirlo con tal naturalidad y segura de sí misma que por dentro se estaba muriendo del coraje, parte de los rumores era que él se hacía responsable de lo sucedido en el bosque enmendando el haberle quitado su virtud y buen nombre de su apellido. Fue así como se le ocurrió la fantástica idea de impedirlo escribiéndole al mismo Duque de Granchester los acontecimientos y antecedentes impropios de su prima. Envió la carta con un mensajero y de manera anónima.
Neal no se preocupó mucho por el hecho, Candy sería expulsada y con seguridad repudiada. En cuanto a Terry, aun siendo hijo de quien fuera sería señalado, aunque se casara o no con la huérfana, el cual, viendo más allá de los acontecimientos y del anónimo que había enviado su hermana, veía imposible dicho enlace. Qué estúpido, asumir una culpa que no era suya, o era muy bueno o demasiado tonto, ¡No! Muy ingenioso para hacer rabiar a su respetable padre.
Nadie iba por la huérfana, parecía que la habían olvidado, la tía Elroy no les mencionaba nada acerca del asunto, el tío abuelo no daba señales de vida. Lo único que sabían era que Candy estaba completamente incomunicada, era lo menos que podía recibir. Deseaban verla más humillada de lo que estaba. Elisa intentaba obtener información con sus primos, pero no le daban razón, no confiaban en ella. ¿Cuándo llegaría el momento? Y ese momento llegó, les cayó como balde de agua fría al enterarse que George además de llevarse a la rubia daba de baja también a los hermanos Conrwell dejándolos a ellos a la suerte de Dios y de sus padres. A pesar de todo, la hija de Pony seguía con privilegios. Ansiosos porque llegara el quinto domingo, fueron a reclamarle a la señora Elroy, la matriarca de manera parca les respondió argumentando que no era de ellos ni de su incumbencia. Las decisiones de William no eran cuestionables. Elisa apretaba sus puños, Neal solo seguía reforzando su sospecha que su hija adoptiva lo tenía manipulado a pesar de haber mancillado el buen nombre de la familia.
La señora Elroy retiró a los jóvenes Leagan cuando la guerra era más que eminente. Ellos no veían para cuando partir de ese lugar. Annie Britter y Patricia O’ Brian ya las habían dado de baja al igual que a otros compañeros, la rectora había sido sustituida y ellos continuaban en el Colegio como dos vulgares presos. Partieron de Southampton una semana antes que estallara la guerra en compañía de George Jhonson. No regresaron a Lakewood, su destino, Chicago, ahí emprenderían nuevamente sus estudios, así como lo estaban haciendo los Conrwell sin la compañía de Candy. Neal no desaprovechó la oportunidad de preguntarle a la mano derecha de su tío por la ubicación de su prima. George lo miró de soslayo y en pocas palabras le dijo que en su hogar al mismo tiempo que hacía una venia para retirarse del lugar. Neal se quedó confundido, Esperaba que Elisa tuviera más suerte y pudiera obtener una respuesta certera con los Conrwell.
Su hermana no consiguió saber qué había sido de la rubia, pero lo que, si era un hecho de que ella no estaba en Chicago, luego, preguntarían en la residencia Leagan en Lakewood… Al fin, había salido de sus vidas, debió regresar a su lugar de origen… Quizás el tío abuelo la había repudiado de manera discreta para no hacer un escándalo.
La vida continuó su curso, los hermanos Leagan estudiaron en un Colegio privado mientras los Conrwell lo hacían de manera particular. Al concluir, decidieron elegir la profesión que les ayudaría crecer la empresas a las que pertenecían. Neal estudió administración de empresas, se había mentalizado en ser un gran empresario y hacer crecer el negocio familiar. Una vida normal para cualquier joven de su edad. Estudios, amigas que le presentaba su hermana, nada serio, ellas eran muy simples y superficiales, salidas, fiestas, uno que otro exceso, nada que fuera a dañar su reputación, las reuniones familiares… podría decirse que su vida era perfecta, ni siquiera le preocupaba el amor.
Tampoco le importaba mucho el hecho de casarse con Candy, solo era un beneficio para su estatus social, tal vez porque a Candy nunca la vio entusiasmada con la idea, porque había perdido el brillo de sus ojos, la sonrisa o el mismo amor a la vida que solía profesar. ¿En qué momento la vio con ojos de amor? Sí, en la fiesta organizada por el gobernador de Chicago invitando al elenco de la compañía Stratford, pero lo confirmó en la celebración que William le organizó para presentarla oficialmente como su hija cuando la rubia cumplió veintiún años. Físicamente había cambiado, su rostro resplandecía con inocencia, se movía con finura, delicadeza… Se había convertido en toda una dama. Varias veces había intentado acercársele hasta que lo logró. De manera educada le ignoró. Lo entendió, ella no había olvidado el trato que le habían dado en el pasado, además, estaba Granchester marcando territorio, no la dejaba sola ni un momento hasta que su hermana había logrado llamar su atención y entretenerlo. Esa acción le costaría muy caro a Elisa y más tarde a él, en la boda de Candy, el cual había pagado su osadía con el destierro de la familia en Brasil.
William Albert algunas ocasiones visitaba la Hacienda Dulcinea, iba acompañado de la que ahora era su esposa Becky Castle, esta ocasión no era viaje de trabajo ni de placer. Neal se encontraba gravemente enfermo. El capataz había enviado un telegrama notificando la salud del patrón que cada día menguaba sus fuerzas. Inicialmente el moreno no le había prestado atención a ese simple resfriado que poco a poco se fue convirtiendo en influenza. Albert entró a su habitación, la escena que presenció no fue de su agradado, no era aquel chico de años atrás, su rostro pálido, el pecho hundido buscando obtener más oxígeno del tanque le proveía a sus pulmones, su delgadez significaba que la enfermedad lo había consumido completamente. La experiencia de Albert adquirida cuando estuvo trabajando como voluntario en África le decía que la muerte de su sobrino estaba próxima.
Albert se sentó a su lado, cambió las compresas con agua, le dirigió unas palabras de aliento, le leyó una carta de sus padres, al terminar, iba a empezar a leer la misiva de Elisa cuando Neal con dificultad abrió los ojos y arrastrando la palabra preguntó por Candy. –“Ella está bien, es feliz… te ha perdonado”—Sus ojos se oscurecieron, una leve sonrisa que transmitía paz y con una última exhalación Neal partía de la vida terrenal a otro plano desconocido. Albert cerró los ojos de su sobrino, hizo una oración mientras sus lágrimas escurrían. Nunca le había deseado mal alguno. Los padres de él jamás se lo perdonarían y Elisa, tampoco.
La familia de Neal esperaba que atracara el barco procedente de Brasil. Todos los pasajeros ya habían desembarcado, los últimos en bajar fue el matrimonio Andrew, vestidos de negro y con semblante desencajado encabezaban el frente de la caja mortuoria de Neal. Sarah Leagan caminó velozmente hacia ellos, el carrito que desplazaba el féretro fue detenido por los marinos en cuanto William lo pidió. Sarah Leagan se abalanzó sobre el cuerpo inerte de su hijo, sus brazos extendidos deseaban abrazarlo y llenarlo de mimos tal como solía hacerlo cuando era pequeño. Un llanto desgarrador rompía la tranquilidad del puerto. Elisa no pudo más y soltando el agarre de su padre caminó con zancadas largas hacia Albert. Su mirada de odio y dolor se fusionaba con todo el sentimentalismo que recorría en todo su ser.
Los funerales de Neal Leagan se realizaron con la mayor discreción posible en Lakewood, sus restos fueron colocados en la cripta familiar a un costado de Antony Brower. La señora Elroy, los matrimonios Conrwell y Andrew se retiraron dejando a solas a los Leagan con un dolor amargo y un juramento de venganza por parte de Elisa.
Neal fue trasladado al hospital Santa Juana en calidad de detenido. Sería un largo proceso penal, sobre todo por el tiempo que se había cometido el delito, no había sido en los Estados Unidos, no había testigos y la víctima no había visto a su victimario… No había una denuncia de por medio que la pudiera amparar. Se manejó de la manera más discreta, sin embargo, cuando las autoridades norteamericana e inglesa colaboraron en la investigación no encontraron nada. La hermana Grey había fallecido tres años atrás, las hermanas que estuvieron durante el cuidado de Candy coincidieron en la versión de los hechos y concordaba con su expediente estudiantil: “La alumna Candice White Andrew tuvo un encuentro vergonzoso y amoral con un alumno de ese instituto. El alumno fue dado de baja.”
No se le pudo comprobar nada a Neal, y estando en las condiciones en que se encontraba no se podía tomar como una confesión o testimonio de los hechos. Fue un largo proceso para la familia Granchester, un año y cuatro meses de terrible agonía e infierno, Candy había vuelto a caer en una depresión, las pesadillas que paulatinamente había desaparecido hicieron acto de presencia nuevamente pero ahora con rostro. Dormía pocas horas, el tiempo que disponía para su insomnio lo dedicaba en estudiar libros de medicina en lo que llegaba Terry del teatro, estando en casa se sentía protegida, solo con él, lo abrazaba en cuanto él cruzaba el umbral de la puerta, le daba de cenar y le preparaba la bañera, platicaban de su día, subían a su recámara tomados del brazo. Él siempre le regalaba la mejor de sus sonrisas.
Ambos se bañaban y cambiaban de ropa por separado, las caricias eran muy suaves y duraba hasta que ella revivía ese amargo día, pero los besos de ella le decían cuanto lo amaba, sentía su pasión, intentaba no profundizarlo para no espantarla, Terry la amaba más que su propia vida y esperaría el tiempo necesario hasta que ella se sintiera lista. La intimidad de ellos dos se encontraba resguardado en esas cuatro paredes, dormir con ella y sentir su calor le decía que había valido la pena esperar, ella intentaba no tener mucho contacto físico, solo lo abrazaba teniendo a una colcha como intermediario, por ende, él también tenía su colcha y no tanto porque tuviera frío, sino para que ella no notara su deseo y Candy tuviera la libertad de abrazarlo sin miedo. Terry sabía cómo luchaba internamente, se removía de las sábanas y se ponía en posición fetal, sollozaba silenciosamente, él la calmaba, le acariciaba su cabello y la abrazaba.
Él tampoco se sentía tranquilo, a pesar de que tenía guardias de seguridad y personal de servicio adecuado para su pecosa no le eran totalmente seguro para ella, era deber de él hacerla sentir protegida y lo había logrado, debía comenzar de cero. Por su posición social, Candy solicitó permiso indefinido en el hospital donde laboraba en lo que duraba el proceso judicial en contra de Neal Leagan, como resultó ser injusta a lo que se le denominaba justicia, Albert actuó de manera elegante sin mezclar una cosa con la otra. Lo envió a Brasil a supervisar los ingenios azucareros del corporativo Ardlay, no tenía nada que ver con la empresa dedicada a la banca y a la industria acerera, pero si quería mantener a distancia a Neal debía enviarlo lejos de los Estados Unidos. La amenaza de sacarlos de la sociedad comercial y cerrarle las puertas a cualquier trato con otros empresarios hasta dejarlos en la ruina era evidente. Albert era un alma noble pero muy fiero para defender a los suyos y los negocios.
La familia Leagan despidió a su heredero al puerto, para ellos era muy ruin lo que se le hacía, la huérfana lo había logrado otra vez… Por el momento tolerarían el engaño, no podían quedarse en la ruina y menos por una hija de nadie. Esperarían a que se calmaran las aguas para que su vástago pudiera regresar con la frente en alto. Lo que no sabían, era que jamás regresaría Neal a los Estados Unidos, al menos, vivo.
Neal desembarcó con el rostro hastiado, había sido un viaje tedioso, conforme habían pasado el caribe su mal humor se acrecentaba, no soportaba el incesante calor, la comida no era buena y el servicio pésimo, eso es lo que él escribió en una de sus primeras cartas para sus padres, tenía la esperanza de que pudieran convencer a William de permitirle regresar, ya que, según él, todo había sido un error al hacer confesiones sin dolo de un borracho enamorado que pretendía llamar la atención de aquella mujer casada con un actor, el cual, a palabras de él, Terry se había casado con ella por lástima para limpiar la deshonra e imagen de ella.
La fiesta seguía su curso, los pocos invitados, el cual, eran amigos y familiares muy cercanos disfrutaban amenamente el ambiente. Las madres de Candy se habían retirado con los niños a las habitaciones que les habían asignado para descansar. La señora Elroy ya había subido a sus respectiva recámara, no toleraba ver tanto circo entre actores y huérfanos. Tanta elegancia para esa gente sin clase. Se lamentaba el haber asistido y dejarse convencer por sus sobrinos. En cuanto los invitados se retirasen, ella haría lo mismo al día siguiente junto con los hermanos Leagan, no olvidaba tampoco que William le había recordado que no los quería cerca de Candy, en pocas palabras, sentía que ese joven al que amaba y que tenía el lugar como cabeza de la familia le estaba corriendo de su propia casa. Tenía la certeza que Candy de una u otra forma lo convencía de no ser la propiciadora de que Neal y Elisa en ocasiones solieran molestarla. En pocas palabras, Candy se hacía la víctima cuando era todo lo contrario.
Terry buscó el momento adecuado para apartarse del grupo y pedirle al mayordomo que llevara a Neal al despacho con el pretexto de una llamada telefónica, no había pasado por alto que Neal no le apartaba la vista a su esposa y en ocasiones de manera lasciva durante la fiesta. Se contuvo, no quería arruinar el momento de su esposa e invitados, así que en cuanto vio que Neal se dirigía al despacho, se excusó con la rubia para ir tras de él para enfrentarlo. Abrió la puerta de manera sigilosa, imaginaba que lo encontraría desparramado en el asiento por la cantidad de licor que había bebido, pero no fue así, él estaba frente al ventanal sirviéndose otra copa, le dio la impresión de que lo estaba esperando y no se equivocó:
-“Llegas tarde Granchester”- la lengua de Neal ya arrastraba las palabras apenas coherentes. –“Dime, ¿cómo te va en tu nueva vida de casado?- Neal voltea para mirar a su interlocutor, sus ojos reflejaban tristeza.
-“Eso no es de tu incumbencia y no debería ser de tu interés Neal”- Sentía que su sangre empezaba a hervir, la adrenalina empezaba a disparársele otra vez, quería tener más motivos para partirle la cara.
–“Sabías que mis intenciones con ella fueron verdaderas? Bueno… eso fue después de que me di cuenta de que… la amaba. Mi oportunidad fue el día de su supuesta presentación, el cual, astutamente el tío William lo encauzó hacía con mi hermana”-
-“¿A dónde quieres llegar? Al grano pequeña sabandija, ¡habla ya!”- Su paciencia se le estaba agotando. La carcajada de Neal lo desubicó.
-“¡Jajaja! Granchester, sé su secreto… ¿Te ha dicho que lo disfrutó? ¿La hubieras aceptado con un hijo? Tuvo suerte de no quedar en espera… creo que has de pasar por lo mismo ¿no?, siempre seré el primero en su vida”- Terry palideció, se sintió un completo imbécil, siempre subestimó a Neal. El agresor de Candy había estado cerca sin generar sospechas. De tres zancadas lo empujó.
-“Eres un hijo de…”- un golpe en el estómago y en el rostro fue suficiente para derribarlo nuevamente en cuanto pudo sentarse y carcajearse nuevamente, se colocó encima de él para seguir golpeándolo y decirle una sarta de improperios.
La primera en llegar al despacho fue Candy seguida por Albert a tiempo para sostenerla por lo que presenciaba. Elisa entró e intentó quitar a Terry de su hermano, al no lograrlo gritó desesperada para que lo dejara, que lo estaba matando. Los huéspedes y el resto de la familia se dirigieron alarmados al lugar de los hechos. Entre Archie y Stear quitaron a Terry, lo tenían bien sujetado de los brazos, ya que él amenazaba con matar a Neal. Candy miraba a su esposo con el rostro desencajado, no entendía qué sucedía ni qué lo hubiera motivado actuar con tanta violencia. Elisa, culpando a la rubia, le propinó una cachetada y se le fue a golpes al castaño gritándole asesino. La rubia no pudo más y se desmayó. La pelirroja se acuclilló para llorar sobre su hermano. Nadie entendía nada. Albert le pidió a Terry que saliera y se aseara en lo que él llevaba a su hija a su habitación. los hermanos Conrwell, Patty, Annie y Becky los acompañaron. Una semana después, el matrimonio Granchester regresaba a Nueva York.
El capataz de la hacienda “Dulcinea” le mostraba las grandezas de la región, para cualquiera que amara la tierra, la selva y el clima húmedo de la zona sería todo un paraíso, pero para Neal era todo lo contrario, sentía sofocarse por el calor, la lluvia constante en ciertas temporadas le agobiaba, extrañaba su casa, su antigua vida, no había estudiado tanto para terminar administrando cañales y un ingenio azucarero en medio de la nada. Solía saciar su soledad por un momento con alguna compañía femenina que tuviera rasgos parecidos a la mujer que jamás pudo tener. Se había vuelto una rutina su vida y lo agobiaba. Solía escribir por las noches cuando se encontraba en su soledad, en santa paz. A veces le dedicaba unas líneas a la rubia ojos esmeralda, solía confesarle su amor y cuan arrepentido estaba al querer obligarla a casarse con él, pero para la mente y el alma de Neal, consideraba que hubiera sido lo mejor, nombre, apellido, honor, linaje, amor, demasiado amor. Él no había hecho el intento de cortejarla, ni siquiera había hecho algo por ella y la única manera de compensarla por haberle robado su virtud y tranquilidad era casándose con ella, el cual, poco a poco la hubiera conquistado y, por último, enamorado… Pero no había contado con que el vagabundo de Albert era su tutor y que Granchester seguiría estando presente en la vida de Candy.
Todo estaba visiblemente presente, era el cumpleaños de Candy, Su hermana se lo había dicho, ella sería una de las hadas del festival de mayo, fecha que alguien le asignó, ella no merecía tal reconocimiento ni que su hermana dejara de ser el centro de atención, se había salvado de tanto y de todo se había beneficiado, ahora era una Andrew y estaba gozando el apellido en el Colegio San Pablo, su padre adoptivo le había dejado que tomara sus decisiones al permitirle escapar y regresar al hogar de Pony después de la muerte de Antony, se suponía que debía ser repudiada por ello, era evidente su culpabilidad. Candy sabía cómo manejar a aquel viejo y enfermo próximo a morir.
La maldad en ambos jóvenes no podría catalogarse así, era envidia disfrazada de malicia, ellos teniendo todo no eran felices, vivían en un mundo superficial, su padre constantemente de viaje y cuando estaba en casa se limitaba solo a comer con ellos, preguntarles de manera general sobre su día y volvía a encerrarse en el despacho. Sarah no hacía más que llevar la casa, cumplir los caprichos de sus hijos y estar en las tertulias con sus amigas de la sociedad. En cambio, Candy era feliz con lo poco que tenía, su seguridad y su forma de ser manifestaba que nunca le había hecho falta el amor, la facilidad de desenvolverse y hacer amigos sin portar un vestido con clase la hacía única. Luego, tuvo diferencias con sus primos por ella, la defendían por todas las maldades que le hacían a la rubia, luego, su último defensor, Terrence Granchester, la paliza que le propinó luego de que la emboscó con tres compañeros más, había pensado en vengarse pero no tenía idea del cómo hacerlo, ni siquiera imaginaba que entre ellos dos había una amistad, es por ello que lo observaba a discreción, tampoco se le enfrentaría de frente sino con una de sus tantas tretas, en lo que pensaba como hacerlo el futuro duque había cambiado su lado rebelde y tenía amistad con los hermanos Conrwell. Y fue ahí, donde sospechaba que algo tramaban y que su misma hermana no había dejado pasar ese mismo detalle.
Solo iba a darle un susto para que abandonara la escuela y renunciara a la familia, llevaba lo necesario, Candy era una chica menuda pero con mucha fuerza, ella siempre le aventajaba cuando tenía que ponerlo en su lugar, ahora, era al revés, él había crecido y tenía masa muscular, por ende, fuerza, pero por si las dudas y la resistencia, la adormecería con cloroformo… sucedió lo inevitable y no planeado, logró someterla por la espalda hasta que perdió el sentido, verla ahí tendida, frágil y a su merced, también había crecido y se veía muy desarrollada para su edad. Con un dedo secó una lágrima de la chica para luego deslizarla por el cuello hasta llegar a uno de sus senos, se detuvo, sonrió maliciosamente, esa mujer le estaba ocasionando que su hombría despertara, tomó los brazos de ella y las colocó arriba de su cabeza, con una mano él le sostenía sus muñecas y con la otra le levantaba el vestido… con toda la calma del mundo se acomodó sus ropas, se sacudió el polvo y colocó boca abajo a su prima adoptiva. Eso serías suficiente para que la mugrosa se marchara para siempre.
Las carcajadas de Elisa no se hicieron esperar en cuanto su hermano le había contado su osadía en el patio de descanso, jamás hubiera creído que Neal llegara a tanto, le dio un beso y abrazo, se acercó a su oído y en susurro le dijo que lo admiraba por haberle hecho el favor a una hija de Pony. Ambos se miraron y con una sonrisa sardónica continuaron con su conversación. Las campanas repiquetearon, los alumnos estaban regresando a sus salones, dos chicas corrían hacia la dirección de los hermanos Leagan gritando el nombre de la peliroja: “Elisa, Elisa, algo le sucedió a Candy, Terry Granchester la lleva a la enfermería y detrás de ellos van tus primos, Annie y Patty”. El rostro de Elisa de descolocó, Neal disimuló su risita irónica, sin querer, Granchester había caído en la ratonera. Solo era cuestión de esperar.
La noticia había corrido como reguero de pólvora y Elisa alentaba esos chismes diciendo que ella solía seducir a su primo fallecido, así que no le sorprendía que hubiera hecho lo mismo con Terry. Trataba decirlo con tal naturalidad y segura de sí misma que por dentro se estaba muriendo del coraje, parte de los rumores era que él se hacía responsable de lo sucedido en el bosque enmendando el haberle quitado su virtud y buen nombre de su apellido. Fue así como se le ocurrió la fantástica idea de impedirlo escribiéndole al mismo Duque de Granchester los acontecimientos y antecedentes impropios de su prima. Envió la carta con un mensajero y de manera anónima.
Neal no se preocupó mucho por el hecho, Candy sería expulsada y con seguridad repudiada. En cuanto a Terry, aun siendo hijo de quien fuera sería señalado, aunque se casara o no con la huérfana, el cual, viendo más allá de los acontecimientos y del anónimo que había enviado su hermana, veía imposible dicho enlace. Qué estúpido, asumir una culpa que no era suya, o era muy bueno o demasiado tonto, ¡No! Muy ingenioso para hacer rabiar a su respetable padre.
Nadie iba por la huérfana, parecía que la habían olvidado, la tía Elroy no les mencionaba nada acerca del asunto, el tío abuelo no daba señales de vida. Lo único que sabían era que Candy estaba completamente incomunicada, era lo menos que podía recibir. Deseaban verla más humillada de lo que estaba. Elisa intentaba obtener información con sus primos, pero no le daban razón, no confiaban en ella. ¿Cuándo llegaría el momento? Y ese momento llegó, les cayó como balde de agua fría al enterarse que George además de llevarse a la rubia daba de baja también a los hermanos Conrwell dejándolos a ellos a la suerte de Dios y de sus padres. A pesar de todo, la hija de Pony seguía con privilegios. Ansiosos porque llegara el quinto domingo, fueron a reclamarle a la señora Elroy, la matriarca de manera parca les respondió argumentando que no era de ellos ni de su incumbencia. Las decisiones de William no eran cuestionables. Elisa apretaba sus puños, Neal solo seguía reforzando su sospecha que su hija adoptiva lo tenía manipulado a pesar de haber mancillado el buen nombre de la familia.
La señora Elroy retiró a los jóvenes Leagan cuando la guerra era más que eminente. Ellos no veían para cuando partir de ese lugar. Annie Britter y Patricia O’ Brian ya las habían dado de baja al igual que a otros compañeros, la rectora había sido sustituida y ellos continuaban en el Colegio como dos vulgares presos. Partieron de Southampton una semana antes que estallara la guerra en compañía de George Jhonson. No regresaron a Lakewood, su destino, Chicago, ahí emprenderían nuevamente sus estudios, así como lo estaban haciendo los Conrwell sin la compañía de Candy. Neal no desaprovechó la oportunidad de preguntarle a la mano derecha de su tío por la ubicación de su prima. George lo miró de soslayo y en pocas palabras le dijo que en su hogar al mismo tiempo que hacía una venia para retirarse del lugar. Neal se quedó confundido, Esperaba que Elisa tuviera más suerte y pudiera obtener una respuesta certera con los Conrwell.
Su hermana no consiguió saber qué había sido de la rubia, pero lo que, si era un hecho de que ella no estaba en Chicago, luego, preguntarían en la residencia Leagan en Lakewood… Al fin, había salido de sus vidas, debió regresar a su lugar de origen… Quizás el tío abuelo la había repudiado de manera discreta para no hacer un escándalo.
La vida continuó su curso, los hermanos Leagan estudiaron en un Colegio privado mientras los Conrwell lo hacían de manera particular. Al concluir, decidieron elegir la profesión que les ayudaría crecer la empresas a las que pertenecían. Neal estudió administración de empresas, se había mentalizado en ser un gran empresario y hacer crecer el negocio familiar. Una vida normal para cualquier joven de su edad. Estudios, amigas que le presentaba su hermana, nada serio, ellas eran muy simples y superficiales, salidas, fiestas, uno que otro exceso, nada que fuera a dañar su reputación, las reuniones familiares… podría decirse que su vida era perfecta, ni siquiera le preocupaba el amor.
Tampoco le importaba mucho el hecho de casarse con Candy, solo era un beneficio para su estatus social, tal vez porque a Candy nunca la vio entusiasmada con la idea, porque había perdido el brillo de sus ojos, la sonrisa o el mismo amor a la vida que solía profesar. ¿En qué momento la vio con ojos de amor? Sí, en la fiesta organizada por el gobernador de Chicago invitando al elenco de la compañía Stratford, pero lo confirmó en la celebración que William le organizó para presentarla oficialmente como su hija cuando la rubia cumplió veintiún años. Físicamente había cambiado, su rostro resplandecía con inocencia, se movía con finura, delicadeza… Se había convertido en toda una dama. Varias veces había intentado acercársele hasta que lo logró. De manera educada le ignoró. Lo entendió, ella no había olvidado el trato que le habían dado en el pasado, además, estaba Granchester marcando territorio, no la dejaba sola ni un momento hasta que su hermana había logrado llamar su atención y entretenerlo. Esa acción le costaría muy caro a Elisa y más tarde a él, en la boda de Candy, el cual había pagado su osadía con el destierro de la familia en Brasil.
William Albert algunas ocasiones visitaba la Hacienda Dulcinea, iba acompañado de la que ahora era su esposa Becky Castle, esta ocasión no era viaje de trabajo ni de placer. Neal se encontraba gravemente enfermo. El capataz había enviado un telegrama notificando la salud del patrón que cada día menguaba sus fuerzas. Inicialmente el moreno no le había prestado atención a ese simple resfriado que poco a poco se fue convirtiendo en influenza. Albert entró a su habitación, la escena que presenció no fue de su agradado, no era aquel chico de años atrás, su rostro pálido, el pecho hundido buscando obtener más oxígeno del tanque le proveía a sus pulmones, su delgadez significaba que la enfermedad lo había consumido completamente. La experiencia de Albert adquirida cuando estuvo trabajando como voluntario en África le decía que la muerte de su sobrino estaba próxima.
Albert se sentó a su lado, cambió las compresas con agua, le dirigió unas palabras de aliento, le leyó una carta de sus padres, al terminar, iba a empezar a leer la misiva de Elisa cuando Neal con dificultad abrió los ojos y arrastrando la palabra preguntó por Candy. –“Ella está bien, es feliz… te ha perdonado”—Sus ojos se oscurecieron, una leve sonrisa que transmitía paz y con una última exhalación Neal partía de la vida terrenal a otro plano desconocido. Albert cerró los ojos de su sobrino, hizo una oración mientras sus lágrimas escurrían. Nunca le había deseado mal alguno. Los padres de él jamás se lo perdonarían y Elisa, tampoco.
La familia de Neal esperaba que atracara el barco procedente de Brasil. Todos los pasajeros ya habían desembarcado, los últimos en bajar fue el matrimonio Andrew, vestidos de negro y con semblante desencajado encabezaban el frente de la caja mortuoria de Neal. Sarah Leagan caminó velozmente hacia ellos, el carrito que desplazaba el féretro fue detenido por los marinos en cuanto William lo pidió. Sarah Leagan se abalanzó sobre el cuerpo inerte de su hijo, sus brazos extendidos deseaban abrazarlo y llenarlo de mimos tal como solía hacerlo cuando era pequeño. Un llanto desgarrador rompía la tranquilidad del puerto. Elisa no pudo más y soltando el agarre de su padre caminó con zancadas largas hacia Albert. Su mirada de odio y dolor se fusionaba con todo el sentimentalismo que recorría en todo su ser.
Los funerales de Neal Leagan se realizaron con la mayor discreción posible en Lakewood, sus restos fueron colocados en la cripta familiar a un costado de Antony Brower. La señora Elroy, los matrimonios Conrwell y Andrew se retiraron dejando a solas a los Leagan con un dolor amargo y un juramento de venganza por parte de Elisa.
CONTINUARÁ
Última edición por Yuriko Yokinawa el Miér Jun 03, 2020 8:04 am, editado 3 veces