- ¡¡Apúrate Wen, que este es nuestro último aporteeeee!!
- Ya séééé Pollito apresurada, pero espérateeeee, déjame centrar las imágenes.
- ¡Dale Wen! Que se vea bien bonito.
- Ya vas a ver, Pollito ¡Va a quedar bien lindo!
-¿Ya está?
- Sip ¡Está listo!
- Ay Wen qué emoción, nos depsdimos muy bien de esta GF
- Como siempre mi querida Pollifrodi... como siempre.
Y con esta historia el equipo colaborativo de Pollifrodi en los fanarts, y Wendolyn Leagan en los escritos, se despide de ustedes, hasta el próximo año, esperando que Dios nos dé a todos salud y vida, para volver a encontrarnos una vez más en una nueva Guerra Florida.
Esperamos de todo corazón que todos nuestros escritos y fanarts hayan sido de su completo agrado, y que hayamos cumplido la misión que nos trae aquí cada año: entretenerlas y darles algo con lo que soñar.
¡Adiós, Foro Rosa! Y muchas gracias por todo
(Recuerda que puedes encontrar todos los fanarts de la Pollis en su página de Facebook POLLIFRODI PIC
Escocia, y sus castillos…
Si hay a lo largo y ancho del planeta Tierra, un sitio donde se cuentan fábulas y cuentos de hadas con solo respirar de su ambiente; ese sería sin duda alguna, Escocia.
La tierra de los lagos y las montañas. La tierra de los castillos.
Cada uno con su historia, cada uno con su leyenda propia.
Pero de entre todos, no hay otro que cuente con más leyendas y más magia en su interior, como el Castillo de “Marble Halls”; llamado así porque, de norte a sur, de este a oeste y de arriba abajo, sus grandes salones eran del más blanco mármol que ojo alguno habría podido contemplar.
También se le conocía como el castillo más embrujado de Escocia, por la cantidad de leyendas que de él habían brotado a través de los siglos.
Muertes, amores desdichados, fantasmas, apariciones, cuadros que se mueven, rosales que cambiaban de posición… Marble Halls es sin duda alguna, la fuente más prolífica de historias en toda Escocia…
Marble Halls fue construido durante la alta edad media, en medio de la cuenca de un lago, con la finalidad de mantener a los herederos sin tener contacto con las gentes “ínfimas” de las campiñas circundantes.
Durante las épocas de las guerras e invasiones, se transformó en un bastión inexpugnable donde todos los miembros de la familia se encontraban a salvo, mientras las gentes de los alrededores trataban a toda costa de defenderles. Sin embargo, nunca las puertas del castillo fueron abiertas para dar cabida a los humildes campesinos que les juraban vasallaje; ni siquiera cuando, en pleno ataque, se arrojaban al frío lago intentando nadar hacia sus lindes, suplicando auxilio.
Desde lo alto de las atalayas, un frío patriarca, observaba a la que era su gente, morir suplicando ayuda, tiñendo las aguas del cristalino lago de rojo carmín.
Observando la crueldad con la que, quien debía cuidarles como a niños, trataba a sus campesinos; el hijo mayor; el heredero del patriarcado, lejos de criarse con las mismas ideas que su padre, juró que cuando llegara su momento, él velaría por la gente de su feudo, sin descuidarlos nunca; asegurándose de proveerles protección así como ellos proveían el sustento para los que vivían a intramuros.
Disfrazado como un campesino, solía desde jovencito, burlar la vigilancia del castillo, y navegar sin hacer ruido alguno en una barca que mantenía escondida entre la maleza, hasta llegar a las costas del valle, y mezclarse entre la gente; para conocerles mejor, y saber de sus necesidades. Al conocer las opiniones que los pueblerinos tenían de “las gentes del castillo”, su corazón adolescente sufría en silencio, al saber que a causa del abandono del jefe, su padre; las personas les odiaban sin siquiera conocerles.
Con el tiempo, especialmente en las noches de crudo invierno, cuando los pobres sufren más, el joven futuro patriarca de Marble Halls, salía ataviado con su vestimenta tradicional; para prodigar amistad entre su familia y sus siervos, para que la gente conociera el lado bueno de su familia. Para que no les odiaran más, especialmente a él, que ya les amaba.
Pero su juego no pudo ser escondido por mucho más tiempo.
El padre, descubriendo lo que su heredero hacía; ordenó a los guardias cerrar todas las entradas del castillo, bajar al pueblo y destruir todos los botes que pudieran existir cerca de su hogar.
Cuando le vio, de pie en la costa del valle frente al castillo, desde las almenas le gritó: “¡No busques volver, este ya no es tu hogar! Has desobedecido mis órdenes de no salir y mezclarse con los ínfimos sirvientes ¡No eres más mi hijo, ni mi heredero! Quédate de ese lado del lago, ahora eres un campesino más.”
Ni siquiera las súplicas y lágrimas de su hermosa y dulce hija, ablandaron el corazón del frío patriarca de Marble Halls, quien buscando aplacar sus sollozos, decidió casarla con un primo suyo de inmediato.
Dicen que el joven se pasó días y noches enteras, ahí frente al lago, observando su lugar de nacimiento; esperando que su padre se condoliera de su dolor y le permitiera volver a casa; sin embargo, no se arrepentía de nada, sabía que no había hecho mal. La gente de los alrededores lo amaba y lo querían como a un amigo. Tanto, que incluso lo tomaron como su jefe ¡Como su Patriarca! Le invitaban a las villas y comarcas, le comunicaban planes y deseos, le consultaban sobre decisiones importantes.
Si ya caminaba por aquí… “¡Patriarca! Venga a comer a casa… ¡Patriarca! Le esperamos para la cosecha… ¡Patriarca..!”
Él tenía razón en no arrepentirse de haber salido de su castillo en medio del lago a conocer a su gente. Era feliz, aunque ahora vivía modestamente, lejos de los salones de mármol blanco de Marble Halls y sus mullidas camas y sus chimeneas. Ahora conocía el frío del invierno, ahora sabía cómo de duro se ganaba el sustento la gente; y más importante: cómo de duro se trabajaba en las campiñas para que la gente del castillo tuviera sustento sin esforzarse, sin embargo nada de eso él lamentaba.
Solo, a veces lo embargaba la nostalgia; y se lo solía ver, especialmente en las noches cuando veía la luz de un candil encendido arriba en una de las almenas. Él sabía que era la manera en que su hermana le decía que lo extrañaba y lo recordaba.
Pasaba madrugadas enteras frente al castillo, aguantando el frío gélido de las montañas escocesas, sin más protección que el tartán de sus hombros; tocando la gaita para que ella, de lejos le escuchara.
Así le encontraron una fría mañana de otoño; sentado con la espalda apoyada a una roca, pálido y helado; con los morados dedos aún aferrados a su gaita y los violáceos labios, otrora rosados, muy cerca de la boquilla, y surcos salinos dibujados sobre sus mejillas. Había muerto de frío mientras tocaba para ella.
Las gentes de la campiña, le dieron un entierro digno del más amado de los reyes; y ni siquiera entonces se abrieron las puertas de Marble Halls, ni se vio a nadie atravesar el frío lago para dar un adiós al joven y amable heredero.
Desde entonces y durante algunos años, todas las noches se podía ver el candil que la bella y triste hermana del joven encendiera para su hermano en las almenas; hasta que un día, no lo vieron más. Y de la nada, un rosal comenzó a brotar a los costados de la torre norte, donde habían enterrado a la joven dama que murió de tristeza.
Todavía en la actualidad, puede verse por las caminos de las montañas, a un joven rubio llevando un tartán, lo ven llegar hasta la orilla del lago y la música espectral de su gaita se oye leve y lejana, pero hasta en el último rincón de aquella comarca escocesa; mientras que, en lo que queda de la última torre de Marble Halls, una lucecita misteriosa alumbra apenas la noche, entre la niebla…
En la época de las cruzadas, no era raro que los caballeros de brillante armadura que volvían a su hogar, presentaran sus armas ante los señores de los grandes feudos, jurando leal vasallaje a los jefes familiares, luchando en su nombre y defendiéndoles fielmente.
Esa es la historia del caballero aquel, que volviendo a su hogar en la comarca de Marble Halls, luego de servir bajo la Cruz de Jerusalén, perdió su corazón a causa de unos ojos verdes.
Cuando el joven volvía, aún con su armadura abollada y oxidada por los años de lucha, buscaba una mañana embarcarse para cruzar el lago hasta el castillo, cuando vio descender de una barca que venía, a una hermosa jovencita de sin par belleza.
El caballero había recorrido el mundo, y jamás había visto un ángel de tal castidad y hermosura; por eso se quedó estático, mirándola, quitándose el yelmo totalmente embelesado, embrujado por la magnificencia de sus formas y la dulzura del gracioso rostro pecoso de la adolescente.
Reaccionó tarde pues, luego de descender de la barca, la joven subió a un elegante carruaje y la vio partir.
Intentó correr a ella, pero solo alcanzó a verla pasar cerca de sí, quedándose grabada en su mente y corazón el rostro perfecto de aquella hada que parecía haber brotado del mismo lago.
Nunca logró conocer el nombre de la dama, pues al preguntar a los barqueros, ellos le respondían que no tenían autorización para revelar el nombre de nadie que saliera o entrara al castillo.
Pidió audiencia, se la concedieron y fue aceptado como vasallo y protector del feudo.
Durante su estancia en Marble Halls, preguntó innumerables veces por el nombre de la joven, pero al describirla, todos los encuestados, simplemente perdían interés en la conversación y se marchaban dejándole con la palabra en la boca; como si fuera un misterio, como si tuvieran prohibido revelar la personalidad de quien él ya llamaba “su señora”.
Buscaba por todo el castillo indicios de ella; en el salón de las pinturas, algún cuadro que la representara.
Una dama de tal elegancia y virtud, sin duda alguna debía pertenecer a la casa noble ¡Es que bien podría ser la princesa heredera de cualquier reino! Pero no hubo caso, no encontraba rastros de ella.
Día y noche, contemplaba los caminos desde las atalayas, esperando volver a ver el carruaje que se la llevara aquel día, pero no sucedió más.
Pronto, acaecieron las invasiones; y el caballero tal como había jurado, blandía su espada con denuedo y valor, bajo la bandera de Marble Halls y los colores del tartán de sus Señores.
En su corazón, guardaba el rostro de su dama, a la que amaba con pasión, y en su nombre (aunque no lo conociera) luchaba con gallardía, para proteger el castillo al que, él estaba convencido, algún día ella volvería.
Un mal día, su espada y su valor no fueron suficientes, y atacado a traición por la espalda, moría atravesado por una lanza enemiga.
Sus últimos pensamientos fueron para el recuerdo de aquel bello rostro pecoso, y se encomendó a la luz de aquellos ojos verdes para que le guiaran en el camino a sus ancestros.
Fue sepultado en la comarca de Marble Halls, envuelto en el tartán de sus patriarcas, con el símbolo familiar adornando su lápida.
Tiempo después y pasado el peligro de las invasiones, la misma dama, más mujer y más elegante, volvía a Marble Halls, una vez más, por una sola noche, para brindar satisfacción a uno de los herederos y cobrando en oro por sus excelentes servicios, sin saber nunca que un noble caballero, perdió su corazón por sus brillantes ojos verdes, y que en su corazón ella fue una princesa de cuentos de hadas, siendo solo una dama de vida galante.
En ciertas épocas del año, se cree que cercano a las fechas por las cuales el caballero de la leyenda muriera; los huéspedes del castillo solían ver andar por los anchos pasillos y los salones de mármol a un hermoso joven de semblante entristecido que, de la nada se acercaba a ellos y les preguntaba si conocían a la joven de sin par belleza que había robado su corazón, describiéndola en apasionado detalle; para cuando le respondían no conocer a la dama en cuestión, lograban ver el brillo de las lágrimas en sus ojos azules, para luego justo ante sus ojos, desaparecer en el acto, como si jamás hubiera estado ahí.
Es el alma en pena del caballero que, confundido de amor, que consagró su vida al recuerdo de una mujer, a la que nunca conoció.
Cuenta una de las muchas leyendas, que de los primeros patriarcas que habitaron Marble Halls, la triste historia de una dulce niña, a la que la dureza de corazón de un padre le separó de su amado hermano, y la entregó en nupcias a un primo, bastante mayor y que la trataba como un atarván.
No hubo lágrima ni súplica de rodillas que ablandara el corazón del duro regente; la joven se casó de inmediato, comenzando enseguida con su tormento. Cada noche colocaba una lamparilla en lo alto de las atalayas del castillo, sabiendo que su hermano, desterrado por desobedecer órdenes estrictas, la vería y tocaría su gaita para ella.
Largas noches pasó la joven, lejos del lecho matrimonial, sentada al pie de la ventana, percibiendo por medio del soplido del viento las dulces notas de la gaita de su amado hermano.
El marido, hombre inescrupuloso y por ende, desconfiado, no tardó en encelarse del cariño tan profundo que había entre los dos hermanos alejados por las circunstancias; en su pensamiento cruel y viciado, comenzó a sospechar que un enamoramiento pecaminoso había surgido entre ellos, y la tortura, física, verbal y emocional, comenzó para la dulce adolescente que tenía que verse a sí misma presa en su propia casa.
Cuando llegaron a Marble Halls las noticias de la triste muerte del heredero; la jovencita acababa de tener un bebé que no logró mitigar sus lágrimas de tristeza. El esposo al saberlo, no supo hacer algo más que intentar reclamar al Patriarca por haberlo casado con una mujer que no sabía cumplir como buena esposa, y que además, estaba enamorada de su hermano, aunque ya estuviera muerto.
La joven se defendió firmemente, pero el daño a su alma ya estaba hecho; fue por eso que cuando decidieron apartarla de la familia, y confinarla a una de las torres del castillo, ella no pronunció ninguna objeción. Poco le importaba lo que sucediera con ella; su hogar ya no le era grato.
Encomendó a su pequeño hijoal cariño y cuidado de las nanas y se dejó conducir; pero no pasó ni una noche en su encierro, pues más tardó el guardia en cerrar tras de sí la puerta, asegurándola con un grueso candado; que lo que tardó ella en arrojarse por la ventana de la torre al vacío.
De la sangre que brotó de sus heridas, nació un rosal; y en medio del rosal, emplazaron su propia tumba.
Durante mucho tiempo el rosal floreció sin inconvenientes; pero tardaron en darse cuenta de que raras propiedades tenían sus espinas.
Primero fue una de las doncellas del servicio, quien al cortar algunas para adornar los salones de mármol, se pinchara los dedos en un descuido. Fue presa de febriles alucinaciones y de una tristeza tan profunda que no le permitió continuar viviendo.
Fue hallada una mañana, flotando en el frío lago, no muy alejada de las lindes del castillo.
Dijeron que había sido un accidente; pero no pasaría demasiado tiempo antes de que otro suicidio acaeciera y muchos otros más. Todas las víctimas, eran personas que pocas horas antes, habían tenido contacto con el hermoso rosal.
Intentaron quitarlo, arrancarlo; pero solo conseguían hacerse daño y terminar con sus vidas más tarde.
Cercaron esa parte de la propiedad, pensando que eso detendría las desgracias; pero pronto, las rejas que lo rodeaban, se convirtieron en un hermoso portal, cubierto absolutamente de fragantes rosas de todos los colores; pero al que nadie quería acercarse.
Un día, una de las sirvientas vio el portal abierto, y al pequeño hijo de aquella dulce muerta jugando entre las cepas de fragantes rosas, cerca de su tumba.
Las nanas, desesperadas por la seguridad de su pequeño; corrieron a intentar sacarlo del lugar, y al llamarlo, vieron con horror como el niño corría feliz hacia ellas, pero en ese instante ¡obra magnífica del cielo! Ante sus propios ojos presenciaron cómo las apretadas cepas de rosas llenas de espinas, se abrían, apartándose ampliamente; dejando el camino libre, para que el pequeño (adoración de su casa y aún de su madre muerta) pudiera salir del lugar, sin sufrir ni un solo rasguño.
Desde entonces, el pequeño y más adelante, joven heredero del clan; era el único que podía entrar al lugar, ocuparse de mantener el rosal envenenado a raya, sin ser nunca contagiado por la terrible enfermedad de tristeza que embargaba a quienes eran heridos por sus terribles espinas.
Años después, una de las nietas del pequeño patriarca, estuvo comprometida en matrimonio con uno de sus primos, con quien les unía una preciosa amistad desde la infancia; Por eso, cuando les comunicaron que se casarían, los adolescentes no pusieron ninguna objeción, especialmente porque el joven novio, sí estaba genuinamente prendado de los verdes ojos de gatito travieso de la graciosa rubia pecosa.
Pero llegó de las tierras británicas, un joven duque que se prendó de la doncella, y ella, cuando miró sus potentes ojos azules, supo por primera vez lo que era en amor verdadero.
Comenzaron un romance que nació sin siquiera darse cuenta, y ella supo que las cosas que sentía cuando el duque la acariciaba y la besaba, jamás las sentiría por su primo, con quien se había criado como hermanos.
Una noche, el prometido de la joven encontró a los dos enamorados en la oscuridad; su prometida, en los brazos del ingrato huésped que traicionaba así la hospitalidad brindada en su castillo, mancillando la virtud de la doncella heredera.
le retó a un duelo singular que el joven duque aceptaría, si así lograba ganar para sí el derecho de desposar a la dueña de su corazón.
Al despuntar el alba, se encarnizaron haciendo brillar las espadas a la luz leve del amanecer, y la joven padecía, porque no deseaba que ninguno de ellos perdiera.
Al poco tiempo, el infeliz prometido, caía al suelo con el pecho atravesado.
Le enterraron en el lugar de las rosas, y como si hubiera sido ella la herida de muerte, y no él; la joven se hundió en una pesadumbre de la que no logró recuperarse.
La veían, de madrugada, vagar en ropa de cama, por los rosales envenenados que se apartaban a su paso para no herirla.
La joven no atendía razones, cual una proverbial Ofelia, hacía oídos sordos al hombre que ella amaba, y vagaba por ahí, perdida en alucinaciones, llorando por el muerto que quería con dulzura.
El duque partió, hundido en el dolor de ver a su amada enloquecida, encomendándola al cuidado de la gente del castillo hasta que él volviera por ella, porque la amaba tanto que la desposaría como fuera.
Cuando regresó, no la halló y nadie le dio razones de ella; él la buscó en el sitio donde sabía que sin duda la hallaría; y logró verla a lo lejos, abrazada de la tumba de su primo, más fría que el mármol de la lápida, con los ojos entreabiertos, aún húmedos por las lágrimas.
En las palmas de sus manos, habían clavadas cien espinas; ella misma había abrazado los rosales que, aunque le huían fueron alcanzados por sus manos; hundiéndose en una desolación que simplemente hizo que su corazón dejara de latir.
El duque, enloquecido por hallar a su amada muerta en la tumba de su rival, se echó la culpa de tan grande desgracia.
Por eso, cuando los rosales se cerraron en torno a él, engulléndolo completo; ni siquiera intentó pedir auxilio, y se entregó a la paz que tan terrible muerte le entregaba, si así lograba estar con su amada.
Nunca le volvieron a ver. Por la mañana recogieron el cadáver de la dulce niña, para enterrarla en el mismo sitio; pero el cuerpo del desafortunado duque no fue hallado jamás.
En los tiempos en que el Reino Unido era regido por Jorge I, visitó Marble Halls una de sus sobrinas más queridas y consentidas.
Llamada por la curiosidad, antes de contraer nupcias con un príncipe extranjero, la joven princesa quería conocer la bella tierra de Escocia, y sus castillos más afamados.
Había escuchado de la belleza de Marble Halls, especialmente de sus brillantes salones de mármol, por los que era muy famoso.
Ya el castillo no era lo que en sus primeros tiempos, pero su fama le precedía.
La doncella que le asignaron a la princesa, cumplía a cabalidad cada uno de sus caprichos.
Si tenía hambre, a la hora que fuera, la doncella le preparaba de comer; si quería salir al feudo, la doncella remaba la barca, si quería subir a las almenas de madrugada, la doncella le acompañaba… todo lo que la princesa deseara, era cumplido al instante.
Cuando la joven se topó con el portal de rejas, completamente florecido; quiso entrar de inmediato, pero no hubo manera de que las rejas cedieran, a pesar de que no tenían candado ni pestillo.
Los sirvientes le explicaron que ese era un pequeño cementerio familiar, al que hace años no entraba nadie; que lo único que hacían era podar, con mucho cuidado, las rosas que salían por entre las rejas. Pero ella neceaba con entrar al lugar.
Les obligó a que, a fuerza, abrieran las rejas; so pena de acusarlos con el nuevo patriarca del clan de haberla tratado con descortesía. Y si el patriarca no la escuchaba ¡seguro que su tío el rey, lo haría! Porque ella era su muy consentida.
Los sirvientes hicieron lo que se les ordenara.
No con poco esfuerzo, y empujando entre varios hombres, las rejas del portal fueron abiertas para que la caprichosa princesa pudiera entrar a ver las tumbas y regodearse con el perfume de las rosas que, contaba cierta leyenda muy antigua, parecían estar malditos; amargos, por haberse alimentado de los cadáveres sepultados, y de la tristeza de quienes derramaron lágrimas por ellos.
Como nadie quisiera acompañarla, ni siquiera su muy obediente doncella; la princesa entró al sitio ella sola.
Un largo pasadizo se abría ante ella, bordeado de rosas de hermosos colores.
No notó la princesa, que dentro de las rejas, no trinaban aves, ni se veía abejas libando polen. A sus pies, y sin que ella, embebida en su propia frivolidad, las notara; cientos de cadáveres de mariposas monarca, eran hechos polvo bajo los tacones de sus zapatitos de seda.
Llegó hasta las tumbas que yacían hace mucho ahí dentro y de pronto, una voz le llamó la atención.
Al voltear, un joven muy apuesto, alto y de piel muy blanca la miraba desde arriba de un árbol.
Sus ojos azules la miraban fijamente, y en sus labios apetecibles, una sonrisa traviesa de dibujaba.
Inevitablemente, la jovencita quedó prendada inmediatamente de la gallardía de aquel joven, quien se identificara de inmediato como el heredero de los Duques de Granchester; y se le hizo raro, pues conocía a los hijos ce los duques ella misma, pero en realidad en ese instante no le importó mucho. A decir verdad, ni siquiera se acordaba en ese instante de que ya estaba prometida en matrimonio; el joven descendió del árbol y besó el dorso de su mano, cosa que le hizo sentir mariposas en el estómago, y su cabeza pesada, teniéndolo solamente a él inundando su mente.
La joven se tomó del brazo del apuesto joven sin dejar de perderse en sus ojos azul zafiro, y él, la llevó consigo hasta lo profundo de los setos de las rosas, por un camino que nadie antes había recorrido; y no logró llegar a preguntarse ella ¿cómo es que el recinto podía ser tan profundo? Si desde afuera no se veía tan grande.
Con horror, los empleados miraron a la joven princesa vestida de rojo, caminar directo hasta las zarzas de las rosas, apretándose contra estas, derramando gruesos chorros de su sangre en la tierra, como si no sintiera nada; y mientras ellos gritaban llamando a la princesa, los setos se cerraron en torno a ella, engulléndola como en su momento sucediera con el joven duque.
Al instante, las rejas del portal se cerraron con un gran estruendo, y no hubo fuerza humana que lograra abrirlas otra vez.
El rey mandó a buscar a su adorada sobrina, mandando a podar todas las rosas del sitio sin ningúna piedad, pero jamás lograron hallarla.
Marble Halls fue desalojado y expropiado, teniendo sus patriarcas que abandonarlo; y aunque rogaron, suplicaron y al final, advirtieron a su rey que, si Marble Halls quedaba solo sin la supervisión de sus herederos, cosas terribles podrían suceder; el soberano no cejó en su empeño de expropiarlo y exiliarlos de las tierras altas escocesas, hacia sus propiedades en la capital Glasgow.
Marble Halls quedó solo y en silencio, guardando sus secretos y haciendo de sus víctimas a todos los curiosos que haciéndose los valientes, entraban a violar la quietud de sus salones de mármol.
El rosal una vez podado, volvió a crecer hasta estar completamente tupido en tan solo días.
La gente decía escuchar una gaita tocar en las noches invernales, y veían luces en lo alto del castillo, que hipnotizaban a los viajeros, haciéndoles adentrarse en el lago y morir ahogados.
Desde afuera, la gente veía a los tristes fantasmas del pasado, pasearse por las atalayas y los ventanales, llamando a todo aquel que se les quedara mirando.
Por eso, en secreto, los campesinos decidieron desviar los afluentes del lago, inundando la comarca, para que Marble halls quedara sepultado bajo sus frías aguas; pero no fue suficiente, y una de las torres, justamente de aquella de la cual se arrojara la triste hermana del primer desterrado, ha quedado ahí a la vista, como recordatorio mudo de que las familias que fueron malditas por la maldad de un corazón en contra de aquellos a quienes más debió amar; sigue acechando y mantiene aún presas sus almas dentro de sus muros de mármol, ahora inundados.
Dicen las gentes de la comarca, que en las noches de invierno, se escucha leve y lejana, la música misteriosa de una gaita, y en una de las ventanitas de la torre, se ve una llama espectral que baila, mientras todos los muertos de Marble Halls esperan con calma, entre el frío y la niebla, al heredero que decida rescatar los salones de mármol, del fondo de aquel lago helado.
(ESTE ES EL TEMA MUSICAL QUE INSPIRÓ EL TÍTULO DE ESTA HISTORIA.
POR FAVOR, TÓMATE UN RATITO Y ESCÚCHALO, ES HERMOSO)
Gracias por leer...
Si hay a lo largo y ancho del planeta Tierra, un sitio donde se cuentan fábulas y cuentos de hadas con solo respirar de su ambiente; ese sería sin duda alguna, Escocia.
La tierra de los lagos y las montañas. La tierra de los castillos.
Cada uno con su historia, cada uno con su leyenda propia.
Pero de entre todos, no hay otro que cuente con más leyendas y más magia en su interior, como el Castillo de “Marble Halls”; llamado así porque, de norte a sur, de este a oeste y de arriba abajo, sus grandes salones eran del más blanco mármol que ojo alguno habría podido contemplar.
También se le conocía como el castillo más embrujado de Escocia, por la cantidad de leyendas que de él habían brotado a través de los siglos.
Muertes, amores desdichados, fantasmas, apariciones, cuadros que se mueven, rosales que cambiaban de posición… Marble Halls es sin duda alguna, la fuente más prolífica de historias en toda Escocia…
Marble Halls fue construido durante la alta edad media, en medio de la cuenca de un lago, con la finalidad de mantener a los herederos sin tener contacto con las gentes “ínfimas” de las campiñas circundantes.
Durante las épocas de las guerras e invasiones, se transformó en un bastión inexpugnable donde todos los miembros de la familia se encontraban a salvo, mientras las gentes de los alrededores trataban a toda costa de defenderles. Sin embargo, nunca las puertas del castillo fueron abiertas para dar cabida a los humildes campesinos que les juraban vasallaje; ni siquiera cuando, en pleno ataque, se arrojaban al frío lago intentando nadar hacia sus lindes, suplicando auxilio.
Desde lo alto de las atalayas, un frío patriarca, observaba a la que era su gente, morir suplicando ayuda, tiñendo las aguas del cristalino lago de rojo carmín.
Observando la crueldad con la que, quien debía cuidarles como a niños, trataba a sus campesinos; el hijo mayor; el heredero del patriarcado, lejos de criarse con las mismas ideas que su padre, juró que cuando llegara su momento, él velaría por la gente de su feudo, sin descuidarlos nunca; asegurándose de proveerles protección así como ellos proveían el sustento para los que vivían a intramuros.
Disfrazado como un campesino, solía desde jovencito, burlar la vigilancia del castillo, y navegar sin hacer ruido alguno en una barca que mantenía escondida entre la maleza, hasta llegar a las costas del valle, y mezclarse entre la gente; para conocerles mejor, y saber de sus necesidades. Al conocer las opiniones que los pueblerinos tenían de “las gentes del castillo”, su corazón adolescente sufría en silencio, al saber que a causa del abandono del jefe, su padre; las personas les odiaban sin siquiera conocerles.
Con el tiempo, especialmente en las noches de crudo invierno, cuando los pobres sufren más, el joven futuro patriarca de Marble Halls, salía ataviado con su vestimenta tradicional; para prodigar amistad entre su familia y sus siervos, para que la gente conociera el lado bueno de su familia. Para que no les odiaran más, especialmente a él, que ya les amaba.
Pero su juego no pudo ser escondido por mucho más tiempo.
El padre, descubriendo lo que su heredero hacía; ordenó a los guardias cerrar todas las entradas del castillo, bajar al pueblo y destruir todos los botes que pudieran existir cerca de su hogar.
Cuando le vio, de pie en la costa del valle frente al castillo, desde las almenas le gritó: “¡No busques volver, este ya no es tu hogar! Has desobedecido mis órdenes de no salir y mezclarse con los ínfimos sirvientes ¡No eres más mi hijo, ni mi heredero! Quédate de ese lado del lago, ahora eres un campesino más.”
Ni siquiera las súplicas y lágrimas de su hermosa y dulce hija, ablandaron el corazón del frío patriarca de Marble Halls, quien buscando aplacar sus sollozos, decidió casarla con un primo suyo de inmediato.
Dicen que el joven se pasó días y noches enteras, ahí frente al lago, observando su lugar de nacimiento; esperando que su padre se condoliera de su dolor y le permitiera volver a casa; sin embargo, no se arrepentía de nada, sabía que no había hecho mal. La gente de los alrededores lo amaba y lo querían como a un amigo. Tanto, que incluso lo tomaron como su jefe ¡Como su Patriarca! Le invitaban a las villas y comarcas, le comunicaban planes y deseos, le consultaban sobre decisiones importantes.
Si ya caminaba por aquí… “¡Patriarca! Venga a comer a casa… ¡Patriarca! Le esperamos para la cosecha… ¡Patriarca..!”
Él tenía razón en no arrepentirse de haber salido de su castillo en medio del lago a conocer a su gente. Era feliz, aunque ahora vivía modestamente, lejos de los salones de mármol blanco de Marble Halls y sus mullidas camas y sus chimeneas. Ahora conocía el frío del invierno, ahora sabía cómo de duro se ganaba el sustento la gente; y más importante: cómo de duro se trabajaba en las campiñas para que la gente del castillo tuviera sustento sin esforzarse, sin embargo nada de eso él lamentaba.
Solo, a veces lo embargaba la nostalgia; y se lo solía ver, especialmente en las noches cuando veía la luz de un candil encendido arriba en una de las almenas. Él sabía que era la manera en que su hermana le decía que lo extrañaba y lo recordaba.
Pasaba madrugadas enteras frente al castillo, aguantando el frío gélido de las montañas escocesas, sin más protección que el tartán de sus hombros; tocando la gaita para que ella, de lejos le escuchara.
Así le encontraron una fría mañana de otoño; sentado con la espalda apoyada a una roca, pálido y helado; con los morados dedos aún aferrados a su gaita y los violáceos labios, otrora rosados, muy cerca de la boquilla, y surcos salinos dibujados sobre sus mejillas. Había muerto de frío mientras tocaba para ella.
Las gentes de la campiña, le dieron un entierro digno del más amado de los reyes; y ni siquiera entonces se abrieron las puertas de Marble Halls, ni se vio a nadie atravesar el frío lago para dar un adiós al joven y amable heredero.
Desde entonces y durante algunos años, todas las noches se podía ver el candil que la bella y triste hermana del joven encendiera para su hermano en las almenas; hasta que un día, no lo vieron más. Y de la nada, un rosal comenzó a brotar a los costados de la torre norte, donde habían enterrado a la joven dama que murió de tristeza.
Todavía en la actualidad, puede verse por las caminos de las montañas, a un joven rubio llevando un tartán, lo ven llegar hasta la orilla del lago y la música espectral de su gaita se oye leve y lejana, pero hasta en el último rincón de aquella comarca escocesa; mientras que, en lo que queda de la última torre de Marble Halls, una lucecita misteriosa alumbra apenas la noche, entre la niebla…
En la época de las cruzadas, no era raro que los caballeros de brillante armadura que volvían a su hogar, presentaran sus armas ante los señores de los grandes feudos, jurando leal vasallaje a los jefes familiares, luchando en su nombre y defendiéndoles fielmente.
Esa es la historia del caballero aquel, que volviendo a su hogar en la comarca de Marble Halls, luego de servir bajo la Cruz de Jerusalén, perdió su corazón a causa de unos ojos verdes.
Cuando el joven volvía, aún con su armadura abollada y oxidada por los años de lucha, buscaba una mañana embarcarse para cruzar el lago hasta el castillo, cuando vio descender de una barca que venía, a una hermosa jovencita de sin par belleza.
El caballero había recorrido el mundo, y jamás había visto un ángel de tal castidad y hermosura; por eso se quedó estático, mirándola, quitándose el yelmo totalmente embelesado, embrujado por la magnificencia de sus formas y la dulzura del gracioso rostro pecoso de la adolescente.
Reaccionó tarde pues, luego de descender de la barca, la joven subió a un elegante carruaje y la vio partir.
Intentó correr a ella, pero solo alcanzó a verla pasar cerca de sí, quedándose grabada en su mente y corazón el rostro perfecto de aquella hada que parecía haber brotado del mismo lago.
Nunca logró conocer el nombre de la dama, pues al preguntar a los barqueros, ellos le respondían que no tenían autorización para revelar el nombre de nadie que saliera o entrara al castillo.
Pidió audiencia, se la concedieron y fue aceptado como vasallo y protector del feudo.
Durante su estancia en Marble Halls, preguntó innumerables veces por el nombre de la joven, pero al describirla, todos los encuestados, simplemente perdían interés en la conversación y se marchaban dejándole con la palabra en la boca; como si fuera un misterio, como si tuvieran prohibido revelar la personalidad de quien él ya llamaba “su señora”.
Buscaba por todo el castillo indicios de ella; en el salón de las pinturas, algún cuadro que la representara.
Una dama de tal elegancia y virtud, sin duda alguna debía pertenecer a la casa noble ¡Es que bien podría ser la princesa heredera de cualquier reino! Pero no hubo caso, no encontraba rastros de ella.
Día y noche, contemplaba los caminos desde las atalayas, esperando volver a ver el carruaje que se la llevara aquel día, pero no sucedió más.
Pronto, acaecieron las invasiones; y el caballero tal como había jurado, blandía su espada con denuedo y valor, bajo la bandera de Marble Halls y los colores del tartán de sus Señores.
En su corazón, guardaba el rostro de su dama, a la que amaba con pasión, y en su nombre (aunque no lo conociera) luchaba con gallardía, para proteger el castillo al que, él estaba convencido, algún día ella volvería.
Un mal día, su espada y su valor no fueron suficientes, y atacado a traición por la espalda, moría atravesado por una lanza enemiga.
Sus últimos pensamientos fueron para el recuerdo de aquel bello rostro pecoso, y se encomendó a la luz de aquellos ojos verdes para que le guiaran en el camino a sus ancestros.
Fue sepultado en la comarca de Marble Halls, envuelto en el tartán de sus patriarcas, con el símbolo familiar adornando su lápida.
Tiempo después y pasado el peligro de las invasiones, la misma dama, más mujer y más elegante, volvía a Marble Halls, una vez más, por una sola noche, para brindar satisfacción a uno de los herederos y cobrando en oro por sus excelentes servicios, sin saber nunca que un noble caballero, perdió su corazón por sus brillantes ojos verdes, y que en su corazón ella fue una princesa de cuentos de hadas, siendo solo una dama de vida galante.
En ciertas épocas del año, se cree que cercano a las fechas por las cuales el caballero de la leyenda muriera; los huéspedes del castillo solían ver andar por los anchos pasillos y los salones de mármol a un hermoso joven de semblante entristecido que, de la nada se acercaba a ellos y les preguntaba si conocían a la joven de sin par belleza que había robado su corazón, describiéndola en apasionado detalle; para cuando le respondían no conocer a la dama en cuestión, lograban ver el brillo de las lágrimas en sus ojos azules, para luego justo ante sus ojos, desaparecer en el acto, como si jamás hubiera estado ahí.
Es el alma en pena del caballero que, confundido de amor, que consagró su vida al recuerdo de una mujer, a la que nunca conoció.
Cuenta una de las muchas leyendas, que de los primeros patriarcas que habitaron Marble Halls, la triste historia de una dulce niña, a la que la dureza de corazón de un padre le separó de su amado hermano, y la entregó en nupcias a un primo, bastante mayor y que la trataba como un atarván.
No hubo lágrima ni súplica de rodillas que ablandara el corazón del duro regente; la joven se casó de inmediato, comenzando enseguida con su tormento. Cada noche colocaba una lamparilla en lo alto de las atalayas del castillo, sabiendo que su hermano, desterrado por desobedecer órdenes estrictas, la vería y tocaría su gaita para ella.
Largas noches pasó la joven, lejos del lecho matrimonial, sentada al pie de la ventana, percibiendo por medio del soplido del viento las dulces notas de la gaita de su amado hermano.
El marido, hombre inescrupuloso y por ende, desconfiado, no tardó en encelarse del cariño tan profundo que había entre los dos hermanos alejados por las circunstancias; en su pensamiento cruel y viciado, comenzó a sospechar que un enamoramiento pecaminoso había surgido entre ellos, y la tortura, física, verbal y emocional, comenzó para la dulce adolescente que tenía que verse a sí misma presa en su propia casa.
Cuando llegaron a Marble Halls las noticias de la triste muerte del heredero; la jovencita acababa de tener un bebé que no logró mitigar sus lágrimas de tristeza. El esposo al saberlo, no supo hacer algo más que intentar reclamar al Patriarca por haberlo casado con una mujer que no sabía cumplir como buena esposa, y que además, estaba enamorada de su hermano, aunque ya estuviera muerto.
La joven se defendió firmemente, pero el daño a su alma ya estaba hecho; fue por eso que cuando decidieron apartarla de la familia, y confinarla a una de las torres del castillo, ella no pronunció ninguna objeción. Poco le importaba lo que sucediera con ella; su hogar ya no le era grato.
Encomendó a su pequeño hijoal cariño y cuidado de las nanas y se dejó conducir; pero no pasó ni una noche en su encierro, pues más tardó el guardia en cerrar tras de sí la puerta, asegurándola con un grueso candado; que lo que tardó ella en arrojarse por la ventana de la torre al vacío.
De la sangre que brotó de sus heridas, nació un rosal; y en medio del rosal, emplazaron su propia tumba.
Durante mucho tiempo el rosal floreció sin inconvenientes; pero tardaron en darse cuenta de que raras propiedades tenían sus espinas.
Primero fue una de las doncellas del servicio, quien al cortar algunas para adornar los salones de mármol, se pinchara los dedos en un descuido. Fue presa de febriles alucinaciones y de una tristeza tan profunda que no le permitió continuar viviendo.
Fue hallada una mañana, flotando en el frío lago, no muy alejada de las lindes del castillo.
Dijeron que había sido un accidente; pero no pasaría demasiado tiempo antes de que otro suicidio acaeciera y muchos otros más. Todas las víctimas, eran personas que pocas horas antes, habían tenido contacto con el hermoso rosal.
Intentaron quitarlo, arrancarlo; pero solo conseguían hacerse daño y terminar con sus vidas más tarde.
Cercaron esa parte de la propiedad, pensando que eso detendría las desgracias; pero pronto, las rejas que lo rodeaban, se convirtieron en un hermoso portal, cubierto absolutamente de fragantes rosas de todos los colores; pero al que nadie quería acercarse.
Un día, una de las sirvientas vio el portal abierto, y al pequeño hijo de aquella dulce muerta jugando entre las cepas de fragantes rosas, cerca de su tumba.
Las nanas, desesperadas por la seguridad de su pequeño; corrieron a intentar sacarlo del lugar, y al llamarlo, vieron con horror como el niño corría feliz hacia ellas, pero en ese instante ¡obra magnífica del cielo! Ante sus propios ojos presenciaron cómo las apretadas cepas de rosas llenas de espinas, se abrían, apartándose ampliamente; dejando el camino libre, para que el pequeño (adoración de su casa y aún de su madre muerta) pudiera salir del lugar, sin sufrir ni un solo rasguño.
Desde entonces, el pequeño y más adelante, joven heredero del clan; era el único que podía entrar al lugar, ocuparse de mantener el rosal envenenado a raya, sin ser nunca contagiado por la terrible enfermedad de tristeza que embargaba a quienes eran heridos por sus terribles espinas.
Años después, una de las nietas del pequeño patriarca, estuvo comprometida en matrimonio con uno de sus primos, con quien les unía una preciosa amistad desde la infancia; Por eso, cuando les comunicaron que se casarían, los adolescentes no pusieron ninguna objeción, especialmente porque el joven novio, sí estaba genuinamente prendado de los verdes ojos de gatito travieso de la graciosa rubia pecosa.
Pero llegó de las tierras británicas, un joven duque que se prendó de la doncella, y ella, cuando miró sus potentes ojos azules, supo por primera vez lo que era en amor verdadero.
Comenzaron un romance que nació sin siquiera darse cuenta, y ella supo que las cosas que sentía cuando el duque la acariciaba y la besaba, jamás las sentiría por su primo, con quien se había criado como hermanos.
Una noche, el prometido de la joven encontró a los dos enamorados en la oscuridad; su prometida, en los brazos del ingrato huésped que traicionaba así la hospitalidad brindada en su castillo, mancillando la virtud de la doncella heredera.
le retó a un duelo singular que el joven duque aceptaría, si así lograba ganar para sí el derecho de desposar a la dueña de su corazón.
Al despuntar el alba, se encarnizaron haciendo brillar las espadas a la luz leve del amanecer, y la joven padecía, porque no deseaba que ninguno de ellos perdiera.
Al poco tiempo, el infeliz prometido, caía al suelo con el pecho atravesado.
Le enterraron en el lugar de las rosas, y como si hubiera sido ella la herida de muerte, y no él; la joven se hundió en una pesadumbre de la que no logró recuperarse.
La veían, de madrugada, vagar en ropa de cama, por los rosales envenenados que se apartaban a su paso para no herirla.
La joven no atendía razones, cual una proverbial Ofelia, hacía oídos sordos al hombre que ella amaba, y vagaba por ahí, perdida en alucinaciones, llorando por el muerto que quería con dulzura.
El duque partió, hundido en el dolor de ver a su amada enloquecida, encomendándola al cuidado de la gente del castillo hasta que él volviera por ella, porque la amaba tanto que la desposaría como fuera.
Cuando regresó, no la halló y nadie le dio razones de ella; él la buscó en el sitio donde sabía que sin duda la hallaría; y logró verla a lo lejos, abrazada de la tumba de su primo, más fría que el mármol de la lápida, con los ojos entreabiertos, aún húmedos por las lágrimas.
En las palmas de sus manos, habían clavadas cien espinas; ella misma había abrazado los rosales que, aunque le huían fueron alcanzados por sus manos; hundiéndose en una desolación que simplemente hizo que su corazón dejara de latir.
El duque, enloquecido por hallar a su amada muerta en la tumba de su rival, se echó la culpa de tan grande desgracia.
Por eso, cuando los rosales se cerraron en torno a él, engulléndolo completo; ni siquiera intentó pedir auxilio, y se entregó a la paz que tan terrible muerte le entregaba, si así lograba estar con su amada.
Nunca le volvieron a ver. Por la mañana recogieron el cadáver de la dulce niña, para enterrarla en el mismo sitio; pero el cuerpo del desafortunado duque no fue hallado jamás.
La princesa caprichosa
En los tiempos en que el Reino Unido era regido por Jorge I, visitó Marble Halls una de sus sobrinas más queridas y consentidas.
Llamada por la curiosidad, antes de contraer nupcias con un príncipe extranjero, la joven princesa quería conocer la bella tierra de Escocia, y sus castillos más afamados.
Había escuchado de la belleza de Marble Halls, especialmente de sus brillantes salones de mármol, por los que era muy famoso.
Ya el castillo no era lo que en sus primeros tiempos, pero su fama le precedía.
La doncella que le asignaron a la princesa, cumplía a cabalidad cada uno de sus caprichos.
Si tenía hambre, a la hora que fuera, la doncella le preparaba de comer; si quería salir al feudo, la doncella remaba la barca, si quería subir a las almenas de madrugada, la doncella le acompañaba… todo lo que la princesa deseara, era cumplido al instante.
Cuando la joven se topó con el portal de rejas, completamente florecido; quiso entrar de inmediato, pero no hubo manera de que las rejas cedieran, a pesar de que no tenían candado ni pestillo.
Los sirvientes le explicaron que ese era un pequeño cementerio familiar, al que hace años no entraba nadie; que lo único que hacían era podar, con mucho cuidado, las rosas que salían por entre las rejas. Pero ella neceaba con entrar al lugar.
Les obligó a que, a fuerza, abrieran las rejas; so pena de acusarlos con el nuevo patriarca del clan de haberla tratado con descortesía. Y si el patriarca no la escuchaba ¡seguro que su tío el rey, lo haría! Porque ella era su muy consentida.
Los sirvientes hicieron lo que se les ordenara.
No con poco esfuerzo, y empujando entre varios hombres, las rejas del portal fueron abiertas para que la caprichosa princesa pudiera entrar a ver las tumbas y regodearse con el perfume de las rosas que, contaba cierta leyenda muy antigua, parecían estar malditos; amargos, por haberse alimentado de los cadáveres sepultados, y de la tristeza de quienes derramaron lágrimas por ellos.
Como nadie quisiera acompañarla, ni siquiera su muy obediente doncella; la princesa entró al sitio ella sola.
Un largo pasadizo se abría ante ella, bordeado de rosas de hermosos colores.
No notó la princesa, que dentro de las rejas, no trinaban aves, ni se veía abejas libando polen. A sus pies, y sin que ella, embebida en su propia frivolidad, las notara; cientos de cadáveres de mariposas monarca, eran hechos polvo bajo los tacones de sus zapatitos de seda.
Llegó hasta las tumbas que yacían hace mucho ahí dentro y de pronto, una voz le llamó la atención.
Al voltear, un joven muy apuesto, alto y de piel muy blanca la miraba desde arriba de un árbol.
Sus ojos azules la miraban fijamente, y en sus labios apetecibles, una sonrisa traviesa de dibujaba.
Inevitablemente, la jovencita quedó prendada inmediatamente de la gallardía de aquel joven, quien se identificara de inmediato como el heredero de los Duques de Granchester; y se le hizo raro, pues conocía a los hijos ce los duques ella misma, pero en realidad en ese instante no le importó mucho. A decir verdad, ni siquiera se acordaba en ese instante de que ya estaba prometida en matrimonio; el joven descendió del árbol y besó el dorso de su mano, cosa que le hizo sentir mariposas en el estómago, y su cabeza pesada, teniéndolo solamente a él inundando su mente.
La joven se tomó del brazo del apuesto joven sin dejar de perderse en sus ojos azul zafiro, y él, la llevó consigo hasta lo profundo de los setos de las rosas, por un camino que nadie antes había recorrido; y no logró llegar a preguntarse ella ¿cómo es que el recinto podía ser tan profundo? Si desde afuera no se veía tan grande.
Con horror, los empleados miraron a la joven princesa vestida de rojo, caminar directo hasta las zarzas de las rosas, apretándose contra estas, derramando gruesos chorros de su sangre en la tierra, como si no sintiera nada; y mientras ellos gritaban llamando a la princesa, los setos se cerraron en torno a ella, engulléndola como en su momento sucediera con el joven duque.
Al instante, las rejas del portal se cerraron con un gran estruendo, y no hubo fuerza humana que lograra abrirlas otra vez.
El rey mandó a buscar a su adorada sobrina, mandando a podar todas las rosas del sitio sin ningúna piedad, pero jamás lograron hallarla.
Marble Halls fue desalojado y expropiado, teniendo sus patriarcas que abandonarlo; y aunque rogaron, suplicaron y al final, advirtieron a su rey que, si Marble Halls quedaba solo sin la supervisión de sus herederos, cosas terribles podrían suceder; el soberano no cejó en su empeño de expropiarlo y exiliarlos de las tierras altas escocesas, hacia sus propiedades en la capital Glasgow.
Marble Halls quedó solo y en silencio, guardando sus secretos y haciendo de sus víctimas a todos los curiosos que haciéndose los valientes, entraban a violar la quietud de sus salones de mármol.
El rosal una vez podado, volvió a crecer hasta estar completamente tupido en tan solo días.
La gente decía escuchar una gaita tocar en las noches invernales, y veían luces en lo alto del castillo, que hipnotizaban a los viajeros, haciéndoles adentrarse en el lago y morir ahogados.
Desde afuera, la gente veía a los tristes fantasmas del pasado, pasearse por las atalayas y los ventanales, llamando a todo aquel que se les quedara mirando.
Por eso, en secreto, los campesinos decidieron desviar los afluentes del lago, inundando la comarca, para que Marble halls quedara sepultado bajo sus frías aguas; pero no fue suficiente, y una de las torres, justamente de aquella de la cual se arrojara la triste hermana del primer desterrado, ha quedado ahí a la vista, como recordatorio mudo de que las familias que fueron malditas por la maldad de un corazón en contra de aquellos a quienes más debió amar; sigue acechando y mantiene aún presas sus almas dentro de sus muros de mármol, ahora inundados.
Dicen las gentes de la comarca, que en las noches de invierno, se escucha leve y lejana, la música misteriosa de una gaita, y en una de las ventanitas de la torre, se ve una llama espectral que baila, mientras todos los muertos de Marble Halls esperan con calma, entre el frío y la niebla, al heredero que decida rescatar los salones de mármol, del fondo de aquel lago helado.
(ESTE ES EL TEMA MUSICAL QUE INSPIRÓ EL TÍTULO DE ESTA HISTORIA.
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