Dos traguitos de té
Reto
Reto
—¿Cómo has podido qué cosa semejante pasara, Sarah? ¿Y en nuestra casa! — la perorata que se estaba montando el sr. Leagan por causa de lo que acaba de ver apenas minutos tenía la casa vibrando por el tono de voz tan elevado que estaba utilizando, Sarah estaba desconsolada por lo sucedido, pero se mantenía callada, en shock porque no podía con tanta carga.
Su marido hacia uso de palabras cargadas de ira y obscenidades y con justa razón mientras que ella solo se aflojaba el nudo del cordón que le mantenía el alto cuello de su vestido; se sentía sofocada, realmente asustada y entregada a la sola posibilidad que le entregaba la expectativa que hubiera podido ser su hija la que hubiera cogido con esa suerte, el solo pensarlo provocaban que gruesas lagrimas se extendieran cual cortina imperial por su rostro.
Se dejó caer sobre el enorme sillón que se utilizaba para las icónicas fotografías familiares, el dolor que cargaba en el pecho y los temblores que se apoderaron de sus piernas hacían polvo sus intentos de mantenerse en pie cual muralla.
Era cierto, muy cierto lo que decía su marido: ¿Cómo carajo ella dejó que todo aquello sucediera? Si la labor era tan simple como se escuchaba: vigilar a ambas niñas mientras estas disfrutaban de una muy entretenida fiesta de té; pero en vez de ello se metió a la casa hacer esas cosas banales de señoras que solo piensan que lo único importante es su guarda ropa.
¿Qué carajo le costaba dejar eso para otro día? ¡¿QUE?!
Sarah boqueaba por su error, un error del que solía pecar cualquiera cuando se trataba de niñas de tales edades, pero en ese momento de desasosiego no razonaba que esas cosas eran absolutamente normales.
*-*-*-*-*
Esa mañana la familia Britter habían ido a llevar a su adorable hija a que compartiera con Eliza; después de tanto rogar a sus padres para que la volvieran a llevar a la mansión de los Leagan, exponiendo lo mucho que se había divertido allá con los hermanitos a pesar del pequeño incidente con el caballo. Los señores Britter se sintieron tentado a negarse a tal petición por el puro temor que se apoderó de ellos en el mismísimo instante en que se enteraron que casi perdían a otra hija, pero la encantadora mirada que le dedicara su princesita con esos enormes ojos azules con vetas negras lo terminaron de convencer.
Los señores Britter tenían que resolver algunos pendientes antes de partir el dia después de ese hacia Nueva York por lo que se la dejaron a cargo a la señora Leagan, disculpándose por decima vez por tal imprudencia, como si ya no era suficiente haberlo hecho a través de la carta que notificaba la visita, y unas cuatro veces cuando llegaron y ahora en su despedida.
Annie, la dulce chica, se despedía de sus padres sacudiendo repetidas veces sus manos hasta que el carruaje de estos se perdió por el largo sendero, para luego ser arrastrada por la odiosa pelirroja hasta los jardines en donde la estaban esperando una mesa y algunas extensiones de estas en las cuales se podían apreciar un juego de porcelana el cual utilizarían para su maravillosa fiesta de té.
La pelirroja hizo un gesto con sus manos muy orgullosa por el decorado que ella misma había supervisado. Había seleccionado las mejores tazas, platos y demás objetos a utilizar entre la colección de las finas porcelanas que se gastaba su familia.
Los panecillos y algunas otras croquetas además del saborizante del té también habían sido sus ideas, quería todo perfecto para hacer sentir bien a su nueva amiga, ahora que estaba tomando cierta tamañito estaba concientizando que debía de expandir su circulo de amistad.
Quería borrar el triste episodio que protagonizó la chica esta el otro día por una «pequeña travesura» hecha por Neal y ella en su insólito capricho por desprenderse de una vez por toda de la rubia mojigata, pero la madre de Annie habia estropeado todo al exhortar que le era necesario únicamente una disculpa y no el merecido despido. Aun ese episodio le causaba cierta rabia, hizo una mueca con sus labios ante ese recuerdo para luego indicarle a su invitada que tomara asiento con un ademan.
Ambas permanecían en silencio, Eliza hizo un mohín con sus labios al no ver el interés que dijeron los Britter en su misiva que su hija decía tener por volver a compartir otra tarde con ella, comenzaba a tomar en cuenta las palabras que le dijera su hermana con referencia a las sospechas que este tenia en que la tímida de Annie y la salvaje de la dama de establo se conocían desde antes, cosas que le pareció absurdo en un principio por lo que le pidió a Neal que no estuviera cerca del jardín pues podría perturbar a su invitada con sus ideas mal infundadas…
Eliza trataba de quebrantar el silencio con temas tan característico de ella que no hacían más que enmudecer aún más a la pelinegra si acaso eso era posible; Annie tan solo se dedicaba en asentir y en mirar a alrededor mientras mojaba sus labios con la infusión tibia que le habían servido. Eliza, con su mentor apoyado en una de sus manos, rodaba los ojos hastiada de esa chiquilla, hastiada de ese momento; nunca en su vida se había sentido tan aburrida por lo que se le ocurrió la idea de escapar de ahí al menos por unos minutos.
—Annie, iré a la cocina por un poco mas de té ¿Está bien?— y como lo supuso, la chica apenas atención le estaba prestando por lo que se fue mas enojada de lo que ya estaba con la tetera medio llena, misma que se encargaría de vaciar antes de llevarla a la cocina para dar la orden que se le preparara otra infusión, pero esta vez de una hoja que no estuviera en el menú preparado así le daría tiempo mas que suficiente para demorarse.
Annie se quedó pensativa, con su taza de te a medio camino mientras que con una de sus manos sostenía el pequeño plato blanco con pequeñas figuritas floreales de colores vareados; al verse sola como ya lo había previsto que después de un rato la malcriada de Eliza haría, Annie se puso de pies y se dirigió hasta la mesilla que contenían los panecillos y croquetas varias, de ahí tomó unos cuantos y los colocó en una servilleta y, junto a la taza con la infusión que nunca más probó después de la tercera, se dirigió hacia el establo donde estaba segura que se encontraría con su amiga.
—Candy— llamó esta muy despacito para no alebrestar a los equinos—Candy—volvió a llamar unas cuantas veces mas mientras se paseaba por el claro y mal oliente lugar y barría con la mirada el mismo.
Casi cae de bruces al toparse con un cuadro de heno, la taza de té tan solo vibró en sus manos, pero uno de los panecillos se le escapó y dio a para al suelo.
Al parecer Candy no estaba en ese lugar, por lo que decepcionada y con los parpados caídos, hizo ademan de retirada hasta que se topó con la silueta inconfundible de su amiga quien apenas venia llegado.
—¡Candy! —chilló la pelinegra de la emoción.
En la boca de Candy se formó una enorme «o» de la sorpresa que le provocó encontrarse allí con Annie. Corrió hacia ella al ver que esta no se animaba o no podía hacerlo, pues llevaba unas cuantas cosas que ocupaban sus manos y, a lo mejor, tenia miedo de que estas se le cayeran.
—Annie ¿Qué haces aquí? —preguntó con sus manos sobre el hombro de la pelinegra; luego, al percatarse de su atrevimiento, las quitó por el temor de que alguien la viera tomándose esas confianzas con la señorita Britter.
—Candy ¿Podríamos ir a otro lugar? es que necesito decirte algo…—la voz le vibraba por el simple hecho de estar tomando ese riesgo.
Candy asintió y le pidió que la acompañará. Sacó la cabeza y miro a todas partes para percatarse que nadie la viera salir del establo con Annie. Le hizo un gesto a su amiga para que saliera y juntas se condujeron hasta el baño que los empleados que trabajaban en la parte externa de la mansión Leagan tenían. Este era el sitio mas apropiado y el que sabia que nadie mas que los del servicio entrarían.
Annie entró con miedo a ese espacio el cual estaba invadido, en su mayoría, por un blanco absoluto, incluyendo el piso de donde resaltaban algunos diseños en negro. Tenia una tina situada en medio, de esta se podía apreciar unas patas doradas que le daban cierta elegancia y, al otro extremo de la habitación, un lava manos arrinconado a un lado de la puerta, y un pequeño espejo para amenizar el decorado.
Para ser el baño de los del servicio, en su mayoría hombre—suponía porque era el oficio que ocupaban las personas externas a la mansión—,este lucia realmente limpio aunque luego deparó que Candy también era parte de ese personal y no se le hizo difícil llegar a la conclusión de que era esta que lo mantenía de esa manera, le encantaba quedar bien con todos.
Oh, Candy, siempre tan dulce, siempre tan buena.
Pensó Annie extendiéndole la taza a Candy quien se sorprendió por tal gesto; Candy se llevó la mano al pecho, señalándose asi misma con incredulidad al mismo tiempo que emulaba con sus labios un «¿para mi?» que solo retumbó en su mente pero que Annie supo interpretar perfectamente. Los labios de la rubia se estiraron en una sonrisa al ver como su amiga sacudía afirmativamente la cabeza.
Candy tomó lo que Annie le extendía con el pecho a punto de reventársele de la emoción pues no esperaba tal gesto de su amiga, de esa que le dijera hace unos días que debían mantener la distancia, pues el circulo al que ahora pertenecía no gustaban de las chicas que venía del Hogar de Pony.
Se hizo un lugar en el piso para disfrutar del manjar que se le diera pues suponía que era de mal agrado no mostrar cuanto le habia gustado el obsequio delante de la persona, aunque la verdad estaba hambrienta y el rugido que hiciera su barriga la había delatado.
—Espera, Candy…Que estúpida soy—manifestó Annie mientras buscaba algo en el pequeño bolsillo de su elegante vestido. —, casi paso por alto que no te gustan las cosas amargas, por lo que traigo un poco de azúcar para endulzar tu té. ¡Aquí esta! Toma Candy, que lo disfrute. —hizo una especie de asentimiento que parecia mas una reverencia.
—Gracias, Annie, fue un muy lindo gesto de tu parte ¿Sabes? Tengo la cinta que me dejaste atesorada en un muy buen lugar; gracias Annie, gracias por esto, significa mucho que te arriesgue de esta manera por mi.-le dio un mordisco a su panecillo para luego encargarse de echar la azúcar en su té.
—Me alegro que te gustará, Candy; es mi manera de disculparme por no haber tenido el coraje de defenderte ante mi madre y la señora Leagan...Lo lamento tanto.—los ojos se le colmaron de lagrimas.
—No hay nada que perdonar porque no fue tu culpa, fue culpa de esos malcriados chiquillos—dijo con rabia la rubia mientras tomaba de su taza, pero luego el gesto le cambió al decir—: Me imagino la cara que pondría la Eliza si sabe que estoy tomando de una de sus muy finísima tazas. —se llevó las manos a su cabeza y sacó la lengua.
—De seguro pondría cara de elefante—ambas rieron con ganas mientras hacían gestos con sus caras que suponían que haría la señorita Leagan si lograra enterarse hasta que un mareo interrumpió el gozo de la rubia.
—Annie…—decía la rubia mientras observaba que su entorno se desdibujaba más y más, la lengua le pesaba y, para rematar, la cabeza le daba vueltas. —Annie ¿Qué me pasa? — pero no escuchó respuesta alguna solo el sonido lejano de que algo se arrastraba o alguien se quejaba, así como hacían las personas cuando se cargaban algo pesado.
Candy recargó su cuerpo en la fría pared para soportar todo ese mal estar que, por alguna razón, la habia alcanzado justamente cuando estaba disfrutando del manjar que le habia llevado su amiga, su hermana.
Intentaba pronunciar palabra, pero sentía como la lengua cobraba tamaño y no le permitía entonar con claridad; la falta de oxigeno era cada vez mas incomoda, hacia inhalaciones a lo pendejo para llenar sus pulmones de un aire que no se dejaba atrapar.
Annie en su tarea apenas si ponía la mirada sobre la rubia que se peleaba con la vida para permanecer en esta; una extraña sensación—mezcla tristeza y alegría— la colmó.
Annie contaba los minutos mientras tarareaba una de esas cancioncillas que solian cantarle sus padres antes de dormir, cuando dio termino a la segunda canción fue a por la rubia: tomó los pies de esta he hizo una fuerza tremenda para deslizarla próximo a la tina.
Cargar con el peso de un peluche tamaño real no era el mismo que cargar con el peso muerto de una persona, y Annie se dio cuenta de eso en ese momento; aunque meter a su amiga en la tina fue tarea titánica nunca se dio por vencida.
—Ahora, Candy, te toca a ti darme un regalo a mi— mientras vertía uno por uno los envases de agua en la tina, cubriendo de apoco a la rubia que allí dentro se hallaba lánguida, con los colores abandonando su angelical cuerpo.
Después de que ella saliera toda abatida de la mansión Leagan con el corazón atorado en un mismo ritmo por el susto llevado por el incidente de caballo y el haberse topado allí con Candy, los pensamientos de Annie solo se concentraron en la sola posibilidad de que a Candy se le escapara algo sobre que ella también perteneció al Hogar de Pony; aunque haya echo que la rubia le prometiera jamás decirlo luego de haberle explicado las razones que le expuso su madre sobre las consecuencias que acarrearía si eso algún dia llega a oído de la Elite, Annie desconfiaba en que Candy, por quedar bien con esa gente para la que trabajaba, mantuviera la promesa de su silencio y eso ella no lo podía permitir, por lo que planeo erradicar el problema.
En un principio sentía que estaba realmente exagerando con esa decisión por lo que lloraba hasta que los ojos le quedaran como dos huevos hervidos; pero luego especulaciones a través de imágenes y voces que se manifestaron en un momento en que medio observaba a su nana hacer polvo algunas raíces «para uso medicinales de la familia» le habia explicado la anciana a Annie cuya mente comenzó a rodar mientras hacia cada vez mas y mas pregunta sobre el uso de esos «polvos».
Continuaba tarareando alguna sonada ahora inventada mientras continuaba vertiendo el liquido y se mostraba impertérrita, como si estuviera en su casa, haciendo algunos de esos bordados que se le daban tan exquisitamente bien y no tratando de ahogar a alguien.
*-*-*-*
Afuera estaban todo el mundo loco buscándola.
Las gargantas de las personas dolían de tanto empeño que ponían en su llamado; todos, sirvientes y patrones, se unieron a la búsqueda de la bendita muchacha.
Hombres en caballos buscaban por el bosque y las mucamas dentro de la casa, mientras que los hermanitos Leagan quienes ya tenían sospecha de la relación que había entre la dama de establo y la tan aclamada señorita Britter, fueron al establo, pero no se encontraron con nada mas que pajas y caballos.
La última opción fue buscar entre los baños de los del servicio, fue Dorothy quien se encontró con la escena al escuchar un sollozo que de allí proviniera. La castaña se acercó lo mas rápido que sus piernas le permitían pues ya llevaban unas cuantas horas en el ejercicio laboral y sumándole la busca interminable de la señorita Britter ¿Cómo descansar?
Se encontró a la señorita acuclillada y con una de sus manos apoyada sobre la fría superficie blanca de la tina mientras tenia la otra mano metidas allí, haciendo circulo en un acto mecánico. Cuando la mucama entró a la aposento un asombro de horror se apoderaron de todo su ser; trataba de emular palabra pero su perplejidad no le permitían mas que mirar a la chiquilla que estaba muy campante jugando con el agua y luego a la otra que estaba flotando en la tina.
Un grito bastó para atraer a todos como moscas a ese sitio el cual fue el protagonista de un horroroso crimen.
El señor Leagan se abrió paso entre la cortina de gente que atestaba ese lugar y fue el que tuvo el coraje—de entre tantos hombres— de entrar de lleno para ver como el cuerpo de la rubia flotaba en la tina y Annie, a un lado, le hacia compañia.
—¿Que pasó aquí? — preguntó, pero nadie supo darle respuesta.
Una ola de murmullo se hizo lugar mientras que el sr. Leagan salía de aquella habitación echo una furia a buscar a su esposa, a quien arrastró para que viera lo que había provocado su descuido.
Sarah no dio crédito a lo que ante sus ojos se estrellaba.
—Yo…Yo no…nunca…esto no…—no podía hilar bien las palabras, la sorpresa y el asco no se lo permitían por lo que solo salió de allí verde de las náuseas que le provocó aquello.
—Llamen a los señores Britter, ¡PERO YA! —fue la orden del señor Leagan a lo que todos desalojaron el lugar lo más proto que pudieron.
Arrascando su cabeza y mordiéndose los sentimientos acumulados para que no se le nublaran la razón se acuclilló hasta a un lado de la chiquilla de los Britter y le ofreció la mano para que ella lo acompañara, evitando que sus ojos se volvieran a ver el cuerpo inerte de Candice.
Annie elevó el rostro para ver al dueño de aquellas manos que se le extendía y con esos dos botoncitos azules bailando al son de la tristeza observaba con cierto pesar al señor para luego terminar aceptando la invitación que le hacia este.
—Vamos chiquilla, tranquila, todo se resolverá…aquí nada pasó—y se retiró con la pelinegra en brazos.
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