Portada realizada por Laura Balderas. Mil gracias por tu apoyo incondicional.
MIL AÑOS CONTIGO
CAPÍTULO X
POR YURIKO YOKINAWA
CAPÍTULO X
POR YURIKO YOKINAWA
Neal le entregaba la documentación firmada en el plazo que Candy le había asignado… Sí, él tenía mucho que perder, si no lo hacía de manera voluntaria sería acusado de diversos delitos, uno de ellos, de incumplir con el contrato prematrimonial, el cual, debía pagar una indemnización. Le convenía aceptar la propuesta que George le había hecho: Cambio de residencia a otro estado con un puesto administrativo diferente al que anteriormente gozaba en otra empresa de diseño y moda. Descongelarían sus cuentas bancarias y le dejaría solamente un vehículo para que pudiera moverse sin problema alguno. Lo demás, dependería de él.
Tomó su móvil y llamó a Elisa. Con todo lo que le acontecía la había olvidado. Ese día salió muy molesto de su departamento que no pensó en las consecuencias futuras sobre su destino y el de su hijo. Candy le había dado un ultimátum para que firmara el divorcio no sin antes afirmar que ya sabía de la existencia de su amante tal como Elisa lo había dicho. Intentó varias veces, pero lo enviaba a buzón, llamó a la empresa, pero le notificaron que había presentado su renuncia y que recursos humanos ya la había finiquitado. Fue a su departamento, sacó la llave y la introdujo a la cerradura con miedo, lentamente abrió la puerta para darse cuenta de que su presentimiento era una realidad. Ella se había marchado sin dejar rastro.
La reunión que tuvieron en el Hotel Waldorf Astoria en su momento fue incómoda. Candy había reservado la suite presidencial, tenía todo planeado, cámaras y micrófonos escondidos sería el as bajo la manga en caso de que Neal se pusiera difícil para darle el divorcio y la justificación de despido para Elisa por abuso de confianza y relación sentimental entre compañeros de trabajo. Benjamín jugaba sentado sobre la alfombra de la sala a los pies de su madre. Candy rompió el hielo iniciando la conversación sobre su hijo… hasta que surgió la pregunta indiscreta y obligada… El padre del niño. Elisa se quedó muda por un momento y como pudo le dijo una verdad a medias. Candy no quería mentiras, falacias ni verdades a medias tintas. No le quedó de otra más que acorralarla y si tanto amor le tenía a su hijo le contaría absolutamente todo sobre su romance con Neal hasta ese mismo día si no quería terminar sin trabajo y vetada. A cambio, le ofreció un puesto laboral en otra empresa donde ella deseara y la compra de un departamento en caso de que decidiera cambiar de residencia. Así de simple, de una u otra forma perdería el sustento para su hijo, no había garantía que Neal respondiera con los gastos del niño ni mucho menos que hicieran una vida en caso de que se divorciara. –“Le voy a platicar por mi hijo, solo que a cambio quiero pedirle que agregue otros puntos a los ofrecimientos que me hace. Le pido que no haya represalias en contra de Neal, un mes para convencerlo de hablar con usted para que le pida el divorcio y así poder vivir juntos con nuestro hijo, él necesita de su padre”- A Candy se le estrujó el corazón, era un crimen utilizar al niño como medio para obtener un fin, pero no tenía alternativa. –“Todo dependerá de Neal Elisa, lo único que puedo hacer por tu hijo es darte el mes que me pides, cumpliendo el plazo corre la demanda de divorcio y será el que él decida y de todo corazón, deseo que tome la que le conviene. Te escucho, tenemos más tiempo que vida.”- Y Elisa habló para asegurar el futuro de su hijo y con la esperanza de que Neal le diera al fin un lugar en su vida.
Candy y Neal firmaban los últimos documentos donde legalmente rompían cualquier lazo marital. Los abogados presentes confirmaban el hecho, se despidieron de sus clientes y los dejaron a solas por si tenían algo qué decirse. Se despidieron el uno del otro con un abrazo. Neal se daba la vuelta para retirarse, pero Candy lo detuvo, le recordó que debía decirle en qué estado de los Estados Unidos deseaba trabajar y en lo que lo pensaba le daría un último regalo. De su bolsa sacó un sobre rosa pastel. Un gracias apenas audible escuchó. Miró el sobre por ambos lados y lo guardó en el bolsillo de su abrigo. No volvieron a verse.
Neal se dirigió al bar donde conoció a Elisa, copa tras copa bebía para intentar borrar lo ruin que había sido con ella, los extrañaba. No contestaba su teléfono y no tenía idea de donde buscarla, nunca le había preguntado más allá de su vida y ahora le mataba la preocupación por la estabilidad de ellos. Tarde se había dado cuenta que la amaba. Pidió una última ronda, ya estaba ebrio, buscó en su abrigo la cartera para pagar, al meter la mano en el bolsillo sintió el sobre que Candy le dio y lo sacó. Él comenzó a reír, colocó el sobre en la lámpara de la barra para ver si se traspasaba su contenido, la muy ladina lo había doblado muy bien. Lo abrió por curiosidad, ese regalo no le quitaría la agonía que sentía por no saber de su familia. Lo desdobló torpemente. Una dirección y un mensaje: “¡Sé feliz!” Quizá la dirección de una empresa con un puesto importante y volvió a reír por pensar en tonterías. Guardó la hoja en el sobre y lo metió a su bolsillo. Por hoy era suficiente. Oficialmente era soltero, si encontraba a Elisa y lo perdonaba le pediría matrimonio. Pagó la cuenta y se retiró a su departamento a descansar.
Despertó al medio día, la resaca lo estaba matando. Tomó dos aspirinas para la jaqueca, se dio un baño. Tomó la dirección que Candy le había proporcionado para ver si le convenía trabajar en California. Prácticamente estaba del otro lado del mapa norteamericano, a esa distancia jamás se toparían ni de chiste. Era muy caluroso para su gusto, lo conocía bien al igual que otros estados del país. En fin, escribió en el buscador una y otra vez y el mapa le direccionaba una vivienda particular. Confundido, volvió a darle otro vistazo pensando que quizá se había equivocado Candy en los datos. De pronto, enfocó su atención en las dos últimas palabras: “¡Sé feliz!” Hizo su reservación para el próximo vuelo a California, empacó unas cuantas mudas en una pequeña maleta deseando que su felicidad estuviera ahí y lo aceptara nuevamente en su vida.
Horas de viaje eterno, se hospedó en un hotel cercano. Esperó que cayera la tarde para buscarla. Se veía hermosa con Benjamín en sus brazos, no cabía duda de que él era el padre. Ella lo bajó, vio que caminaba solo. Se había perdido ese momento de su hijo. Ahora le daba la razón. Salió de su escondite para acercarse al jardín de la casa. El niño lo reconoció y diciéndole papá caminó hacia él estirando sus manitas para que lo cargara. Neal soltó el llanto, abrazó fuertemente a su primogénito y lo llenó de besos pidiéndole perdón a su vez. Elisa caminó hacia ellos llorosa, él estiró su brazo para acercarla a los dos. No había necesidad de palabras. Al fin serían una familia.
El funeral de Susana fue meramente familiar junto con amigos muy allegados a la pareja. La señora Marlowe y Terrence llevaron las cenizas a las Bahamas, tal como había sido su deseo, rentaron una avioneta y esparcieron sus restos en el cielo para que el aire la llevara libremente a descender sobre el azulado mar. Esa misma noche regresaron a Nueva York. La madre de Susana estaba desbastada, pero Terry no, se sentía bien y en paz consigo mismo. A pesar de que no fueron completamente felices él trató de dar lo mejor de sí hasta el último día de su vida. Siguió laborando normal en la empresa, el teatro lo dejó por un tiempo, la casa que donde vivió con ella, así como los bienes de Susana pasaron a manos de su madre. Deseaba dejar todo en orden junto con su pasado, ahora, era el hoy, el presente. Solo tenía que esperar por Candy, es por ello por lo que dejó de comunicarse con ella, no quería que tuviera la imagen de un marido devastado, pero tampoco deseaba que se sintiera presionada por un antiguo pasado. Si su destino era estar juntos lo estarían, tarde o temprano, así tuviera que esperar mil años más.
Candy se sintió liberada en cuanto le dieron el acta de divorcio. La vida se había encargado de conspirar con todos ellos haciéndolos infelices. No sentía culpa, si había que darle un empujón y ayuda a esa burla incierta del destino, lo haría, por ella, no podía estar con Neal, nunca se amaron, luego, encuentran a su par y ni uno de los dos tiene el valor para ser sinceros, quizá la conveniencia lo hacía estar a su lado y ella permanecía con él pensando que le era injusto dejarlo, así como así. Al hacer sus averiguaciones con la ayuda de Archie y George comprendió que a pesar de los años que llevaban viéndole la cara no le había dolido tanto como debía esperarse de una mujer engañada, así que lo resolvió de una manera inteligente y determinante. Neal era algo aferrado y testarudo, no dejaría su zona de confort, lo conocía bien, por eso, lo acorraló para que firmara el divorcio dándole a su vez una compensación, lo demás, correría por su cuenta. Lo mismo hizo con Elisa. Le daba tristeza su situación, es por ello por lo que también le ayudó, más que nada, por su hijo. Cuando Elisa le contó la decisión de Neal, supo que debía ponerlo en su lugar. Al final, Elisa le envió un correo electrónico agradeciendo lo que había hecho por ellos. Ahora estaban juntos con planes de casarse.
La doctora continuaba trabajando en el hospital, de repente iba a la empresa a saludar a su padre y ver las novedades que había en ella, tomó clases de yoga y adoptó un gato al que ahora era su compañero y confidente, vendió la casa y compró un departamento. Prácticamente sus actividades estaban agendadas y su día a día pasaba sin sentirlo, se había vuelto monótona, no aceptaba las invitaciones de sus compañeros a salir ni cortejo alguno. Ella esperaba que él se decidiera buscarla… ¿Cómo lo haría si no sabía de su estado civil actual? No, ella no se lo diría, si su destino era estar juntos, la vida se encargaría de ello, así tuviera que esperar mil años más.
-“¡Qué rápido pasa el tiempo!”-, decía la doctora cuando llegó al Congreso nacional de oncología con sede en Seattle. –“Hace un año estuve en Nueva York y lo conocí, como si hubiera sido de toda la vida lo amaba, como olvidar ese día cuando fuimos a la estación de trenes o cuando compartíamos un correo electrónico. No debo pensar en ello, quizás no es para mí…”-Candy abrió la puerta de su habitación de hotel, un enorme arreglo de rosas tapaba el rostro del botones del lugar. Confirmó su nombre, pidió que lo acomodara en la mesita de centro. Después de darle su propina y haberse retirado Candy corrió a buscar la tarjeta, su corazón palpitó más fuerte cuando lo leyó: “Las mejores promesas son esas que no hay que cumplir” No tenía remitente, era evidente quien lo enviaba y era claro qué quería decir. Se sentía como adolescente, ganas no le faltaba de enviarle un email, se contuvo, deseaba saber hasta dónde llegaría. Con la tarjeta en sus manos apoyado sobre su pecho, Candy comenzó a bailar de alegría, él estaba al pendiente de ella y si era como su amor del pasado, él la buscaría después de cumplir su duelo. ¿Y si él estaba en Seattle? La doctora nunca lo vio, mas, sin embargo, todos los días recibía rosas con una tarjeta con las mismas palabras.
Terry se hospedó en el mismo hotel que la rubia, salía minutos antes que ella lo hiciera en su coche polarizado, se veía hermosa, ella luego se detenía, estaba seguro de que lo buscaba con la mirada, ¡Cómo deseaba bajarse, abrazarla y no dejarla ir! Debía ser paciente, ella todavía no cumplía su año de divorciada y él como viudo…La única forma de saber de ella era siguiendo sus pasos. Detestó a Neal por lo que le hizo a Candy, pero le dio seguridad cuando ella lo resolvió de manera estoica sin caer en una depresión. Se le hizo correcto no involucrarse en su situación ni verse oportunista, solo restaba esperar y ahora estaba ahí, con ella en el mismo hotel, tan cerca y tan lejos, solo deseaba que supiera que ahí estaba, que la seguía amando desde muchas vidas atrás, pero en esta ocasión, no habría promesas, solo hechos concretos.
El último día en la ciudad, había sido agotador, entre conferencias y hospital no le había dado tiempo para darse un respiro personal. Nadie la esperaba más que Cloe, pero ella estaba bien cuidada en casa de sus padres. Esa noche cenaría en el restaurante del hotel mientras pensaba qué lugares visitar. Cenaba con toda la calma del mundo, sus pensamientos fueron interrumpidos por unas notas de piano, un flashazo a su pasado se hizo presente en un salón de música en un colegio, un cuarto de piano en escocia donde recibió algunas clases. Instintivamente sus manos cobraron vida sobre el mantel tocando “Canción de cuna”. Disimuladamente buscaba el origen de la música. Un hombre que le daba la espalda con traje negro tocaba apasionadamente el instrumento en la planta alta del lugar. Cuando llegó, había terminado la canción y el hombre que había visto ya no estaba, solo un pequeño arreglo de narcisos con una tarjeta visible con su nombre en ella: “Ámame cómo odian los amantes”. De su bolso sacó un bolígrafo con una tarjeta de presentación y en ella escribió: “Si me buscas, ya sabes dónde encontrarme” desprendió un narciso del arreglo y sobre ella dejó la tarjeta y se marchó.
Decidió visitar el museo Chihuly Garden and Glass, después de terminar su recorrido compró dos variedades de rosas, una en especial le llamó la atención en cuanto la vio, coincidentemente se llamaba Dulce Candy, la guía decía que su creador lo hizo como regalo a un amor de juventud… También, adquirió un par de narcisos amarillos. El balcón de su departamento se vería muy bien con estas dos adquisiciones. Pidió que lo llevaran a su hotel. Finalizó su recorrido en La torre Space Needle. Tenía años que no iba a la Torre, sus padres solían frecuentar el restaurant cada que visitaban la ciudad, era un tour exprés, podías apreciar el lugar mientras comías sin moverte del asiento. –“¡Sería magnífico hacer un viaje familiar! Lo planearé y les diré, ya nos hace falta unas vacaciones”- Estaba entusiasmada, había mucho por hacer.
Candy le dio sus premios a Cloe, se había portado bien en casa de sus padres… Habían aceptado tomar esas vacaciones, ahora faltaba decirle a Annie, Archie, Patty y Stear. Un par de meses sería suficiente para arreglar todo, solo era cuestión que ellos aceptaran. Acomodó sus plantas en el balcón, compraría lo necesario para acondicionarlas, abrió sus maletas, resbalaron las tarjetas en cuanto el libro donde las guardó, Terry tenía una caligrafía perfecta, no se parecía a la de ella que siempre lo hacía con prisa. Ya no supo de él después de su viaje a Seattle, era una fecha clave, digno de celebrase, aunque sea de lejos. ¿Qué estaría haciendo él en este momento?
“Si me buscas, ya sabes dónde encontrarme” –“Claro que sí pecas y cuando te busque será para quedarme contigo, mientras tanto, me dedicaré a conquistarte, a enamorarte. Solo bastaría un gesto tuyo para tenerme en tu cama cada noche, un sí para llevarte al altar, un beso para desatar un huracán… porque contigo descubrí que hay amores eternos.”- El amor que sentía por ella rebasaba su ser, su alma, incluso su propia vida. Agradeció al mesero que le hizo llegar la misiva. Esa misma noche, regresó a Nueva York con esperanzas renovadas, ella le correspondía a su afecto y eso era suficiente para luchar por ella, por esperar por ella. Él ya sabía el cómo y el cuándo, solo era cuestión de tiempo.
Un mes de vacaciones en Europa con su familia, muy divertidas e inigualables. Tan bien lo pasaron que quedaron en hacerlo un ritual cada año. Volver al trabajo, tachar nuevamente cada día del calendario… un año del deceso de Susana… la duda de enviarle un email… apagó su dispositivo. Quizá más adelante, le daría su espacio… de mientras, seguiría tachando el calendario, sabía que él tarde o temprano la buscaría. Y fue más temprano que tarde, al día siguiente recibió un email de él: ¡HOLA! A partir de ese mensaje, retomaron su amistad.
La señora Marlowe fue la encargada de organizar el cabo de año de su hija, ella le solicitó hacerlo, quería darle el último adiós. Sería privado nuevamente. Unas cuántas palabras, videos, fotografías y recuerdos de Susana, música, comida y flores: -“…Un homenaje digno de una mujer que amaba la vida, que dio todo de sí como esposa, actriz, buena hija, mujer que amó hasta el último soplo de su vida…”- Las últimas palabras se atoraron en la garganta de la señora y soltó el llanto. Terry la abrazó para reconfortarla. Con una señal de él proyectaron el último video. El del adiós. Imágenes traslúcidas de ella en un bello paisaje escocés como sinónimo de la libertad, “The call of the mountains” de Eluveitie. Terry y Susana habían pasado su luna de miel en ese lugar y de todas las ciudades que visitaron, Escocia se había quedado en su corazón.
Un día agotador para el empresario. Los lazos con la señora Marlowe prácticamente estaba terminado, así lo había decidido, las propiedades de Susana, así como sus cuentas bancarias las pasó a nombre de la que fue su suegra. Prefería mantenerla lejos porque era muy entrometida y no dudaba que interfiriera en la relación con Candy a sabiendas que ella en un inicio atendió la enfermedad de su hija y esta tuvo reacciones conductuales hacia con la doctora. Encendió su computadora, miraba las fotos de su amada. Ya no la seguía desde que Candy le escribió en la tarjeta de presentación en Seattle. Muy temprano le envió un mensaje, era el primer paso, ganar nuevamente su confianza y amistad. Empezaría con un “Hola”. Mensaje recibido, mensaje visto. Todo el día estuvo ansioso esperando su respuesta hasta que un mensaje de ella en la bandeja de entrada llegó: “Hola.”
De los emails diarios pasaron luego a ser mensajes telefónicos, platicaban tantas cosas, la relación entre ellos se iba afianzando, creaban lazos de amistad y de amor, aunque de ello no hablaran, de repente se peleaban, a él le gustaba incordiarla y ella no se dejaba. Sí, ellos se estaban conociendo hasta en sus peores momentos, se daban el tiempo. Tiempo que pasó sin que se dieran cuenta. Otro aniversario más, el divorcio de Candy. Le llevó tiempo decidirlo y la manera de como hacerlo lo mas fácil posible. Ella merecía también ser feliz y ahora lo era. Comenzó a recibir rosas y narcisos todos los días, una tarjeta con palabras diferentes, como migas de pan que la llevan por el camino leyó su última frase: “No te ofrezco la luna, solo quédate conmigo, no hay fortuna que valga el corazón que te daré” Se sonrojó más de lo que estaba, era la primera vez que le mandaba un arreglo tan grande y en el hospital, sus compañeros le vacilaban cada que pasaban en la recepción. Guardó la tarjeta, en la salida se llevaría su regalo y hablaría con Terry, le caería bien hacerle una llamada telefónica.
Se dio por vencida, no podía llevarse el arreglo, era muy grande y pesado. Decidió dejarlo en el hospital, le daba buena presentación a la entrada. Acomodó su maletín en el hombro mientras buscaba las llaves en su bolso, cuando lo encontró estaba por llegar a su vehículo, se detuvo en seco cuando vio a un hombre recargado en él leyendo un periódico, tomó aire para relajarse, sacó el gas lacrimógeno, conforme se acercaba al individuo hacía memoria de sus clases de autodefensa, tenía conocimiento de todas las mañas que los ladrones utilizaban para un asalto. –“¿Buscaba algo?”- fue la pregunta que la doctora hizo como distractor, estaba alerta por si su cómplice salía por otro lado. El hombre bajó lentamente su periódico, la sonrisa se le desvaneció cuando el gas pimienta hizo contacto con sus ojos. –“¡Por Dios Candy!- Fue lo que dijo colocándose las manos en el rostro. Candy le pedía perdón una y otra vez avergonzada y al mismo tiempo muerta de la risa. Le pidió que no se tallara, le ayudó abordar su vehículo para llevarlo a casa y contrarrestar los efectos de la sustancia.
-“Pensé que nuestro reencuentro sería algo más emotivo, incluso romántico pecas”- Le decía Terry sentado sobre el sofá con Cloe sobre sus piernas. –“Al menos será inolvidable”- Candy estaba mas relajada, ambos reían por el incidente. Terry hacía nota mental de no darle sorpresas sin avisarle previamente de su presencia, ella podría ser peligrosa si se lo proponía. Lo invitó a comer, era lo menos que podía hacer, ambos se encontraban nerviosos, es como si ya hubieran vivido ese instante, una ensoñación marital. El silencio se rompió. –“¿Aceptas mi corazón y te quedas conmigo para siempre?”- Se levantó de su asiento para dirigirse a ella, se hincó, tomó su mano y sin apartarle la mirada le propuso matrimonio. Abrió la cajita que contenía un anillo de compromiso. –“Sé que es muy pronto, que me estoy saltando el noviazgo, pero creo que ya hemos esperado mucho tiempo, otras vidas y la nuestra. Nos conocemos y nos amamos, aunque no lo hayamos dicho. Piénsalo, no necesitas decir nada ahora”- Candy se levantó con el rostro bañado en lágrimas, Terry se incorporó, la miraba con tanto amor esperando su respuesta en caso de que la hubiera. –“Eres un tonto, te habías tardado demasiado, pero entiendo la razón por la cual no lo hiciste antes”- -“Entonces es un…”- -“Sí mi amor, es un sí”- Ella se colgó de su cuello y lo besó. Como temía Terry, con un beso de ella no querría irse de su lado. Jamás habían besado así, con pasión, profundo, con el alma. Descargas internas recorrían sus cuerpos, si seguían así las ropa les estorbaría, lentamente se separaron y apoyaron sus frentes. –“Terminemos de comer, si no tienes otra cosa qué hacer, te invito a que me enseñes la ciudad”- Terry ya lo conocía, pero de la mano de ella era simplemente maravilloso. Regresaron ya tarde, entre beso y beso llegaron al departamento. “-No quiero irme”- -“No quiero que te vayas”- lo dijeron al mismo tiempo. Terry no se fue. Una semana mas tarde, los padres de Terry se encontraban en casa de los padres de Candy. Formalizaron el compromiso. Siendo adultos no podían decirle que sí y que no estaba bien. En seis meses se casarían por la Iglesia y el civil en chicago. De mientras, Terry viajaba cada fin de semana a visitar a su novia en lo que ella esperaba su traslado a Nueva York y afinaba los detalles de su boda.
Campanadas de boda sonaba en la Catedral de San Nicolás, una pareja de enamorados sellaban con un beso una promesa de amor. El destino los había reencontrado tarde, pero la vida les había hecho justicia a sus treinta años y varias generaciones después. Un amor que estaba destinado para la eternidad en un lazo indestructible. –“¿Sabes mi amor? Ese día que regresamos a tu departamento después de pasear por la ciudad debo confesarte que yo quería dormir contigo esa y todas las noches, por eso te dije que no quería irme”- -“Déjame confesarte mi amor que ese día que regresamos esa noche a mi departamento yo no quería dormir sola, por eso te pedí que no te fueras”-
Tomó su móvil y llamó a Elisa. Con todo lo que le acontecía la había olvidado. Ese día salió muy molesto de su departamento que no pensó en las consecuencias futuras sobre su destino y el de su hijo. Candy le había dado un ultimátum para que firmara el divorcio no sin antes afirmar que ya sabía de la existencia de su amante tal como Elisa lo había dicho. Intentó varias veces, pero lo enviaba a buzón, llamó a la empresa, pero le notificaron que había presentado su renuncia y que recursos humanos ya la había finiquitado. Fue a su departamento, sacó la llave y la introdujo a la cerradura con miedo, lentamente abrió la puerta para darse cuenta de que su presentimiento era una realidad. Ella se había marchado sin dejar rastro.
La reunión que tuvieron en el Hotel Waldorf Astoria en su momento fue incómoda. Candy había reservado la suite presidencial, tenía todo planeado, cámaras y micrófonos escondidos sería el as bajo la manga en caso de que Neal se pusiera difícil para darle el divorcio y la justificación de despido para Elisa por abuso de confianza y relación sentimental entre compañeros de trabajo. Benjamín jugaba sentado sobre la alfombra de la sala a los pies de su madre. Candy rompió el hielo iniciando la conversación sobre su hijo… hasta que surgió la pregunta indiscreta y obligada… El padre del niño. Elisa se quedó muda por un momento y como pudo le dijo una verdad a medias. Candy no quería mentiras, falacias ni verdades a medias tintas. No le quedó de otra más que acorralarla y si tanto amor le tenía a su hijo le contaría absolutamente todo sobre su romance con Neal hasta ese mismo día si no quería terminar sin trabajo y vetada. A cambio, le ofreció un puesto laboral en otra empresa donde ella deseara y la compra de un departamento en caso de que decidiera cambiar de residencia. Así de simple, de una u otra forma perdería el sustento para su hijo, no había garantía que Neal respondiera con los gastos del niño ni mucho menos que hicieran una vida en caso de que se divorciara. –“Le voy a platicar por mi hijo, solo que a cambio quiero pedirle que agregue otros puntos a los ofrecimientos que me hace. Le pido que no haya represalias en contra de Neal, un mes para convencerlo de hablar con usted para que le pida el divorcio y así poder vivir juntos con nuestro hijo, él necesita de su padre”- A Candy se le estrujó el corazón, era un crimen utilizar al niño como medio para obtener un fin, pero no tenía alternativa. –“Todo dependerá de Neal Elisa, lo único que puedo hacer por tu hijo es darte el mes que me pides, cumpliendo el plazo corre la demanda de divorcio y será el que él decida y de todo corazón, deseo que tome la que le conviene. Te escucho, tenemos más tiempo que vida.”- Y Elisa habló para asegurar el futuro de su hijo y con la esperanza de que Neal le diera al fin un lugar en su vida.
Candy y Neal firmaban los últimos documentos donde legalmente rompían cualquier lazo marital. Los abogados presentes confirmaban el hecho, se despidieron de sus clientes y los dejaron a solas por si tenían algo qué decirse. Se despidieron el uno del otro con un abrazo. Neal se daba la vuelta para retirarse, pero Candy lo detuvo, le recordó que debía decirle en qué estado de los Estados Unidos deseaba trabajar y en lo que lo pensaba le daría un último regalo. De su bolsa sacó un sobre rosa pastel. Un gracias apenas audible escuchó. Miró el sobre por ambos lados y lo guardó en el bolsillo de su abrigo. No volvieron a verse.
Neal se dirigió al bar donde conoció a Elisa, copa tras copa bebía para intentar borrar lo ruin que había sido con ella, los extrañaba. No contestaba su teléfono y no tenía idea de donde buscarla, nunca le había preguntado más allá de su vida y ahora le mataba la preocupación por la estabilidad de ellos. Tarde se había dado cuenta que la amaba. Pidió una última ronda, ya estaba ebrio, buscó en su abrigo la cartera para pagar, al meter la mano en el bolsillo sintió el sobre que Candy le dio y lo sacó. Él comenzó a reír, colocó el sobre en la lámpara de la barra para ver si se traspasaba su contenido, la muy ladina lo había doblado muy bien. Lo abrió por curiosidad, ese regalo no le quitaría la agonía que sentía por no saber de su familia. Lo desdobló torpemente. Una dirección y un mensaje: “¡Sé feliz!” Quizá la dirección de una empresa con un puesto importante y volvió a reír por pensar en tonterías. Guardó la hoja en el sobre y lo metió a su bolsillo. Por hoy era suficiente. Oficialmente era soltero, si encontraba a Elisa y lo perdonaba le pediría matrimonio. Pagó la cuenta y se retiró a su departamento a descansar.
Despertó al medio día, la resaca lo estaba matando. Tomó dos aspirinas para la jaqueca, se dio un baño. Tomó la dirección que Candy le había proporcionado para ver si le convenía trabajar en California. Prácticamente estaba del otro lado del mapa norteamericano, a esa distancia jamás se toparían ni de chiste. Era muy caluroso para su gusto, lo conocía bien al igual que otros estados del país. En fin, escribió en el buscador una y otra vez y el mapa le direccionaba una vivienda particular. Confundido, volvió a darle otro vistazo pensando que quizá se había equivocado Candy en los datos. De pronto, enfocó su atención en las dos últimas palabras: “¡Sé feliz!” Hizo su reservación para el próximo vuelo a California, empacó unas cuantas mudas en una pequeña maleta deseando que su felicidad estuviera ahí y lo aceptara nuevamente en su vida.
Horas de viaje eterno, se hospedó en un hotel cercano. Esperó que cayera la tarde para buscarla. Se veía hermosa con Benjamín en sus brazos, no cabía duda de que él era el padre. Ella lo bajó, vio que caminaba solo. Se había perdido ese momento de su hijo. Ahora le daba la razón. Salió de su escondite para acercarse al jardín de la casa. El niño lo reconoció y diciéndole papá caminó hacia él estirando sus manitas para que lo cargara. Neal soltó el llanto, abrazó fuertemente a su primogénito y lo llenó de besos pidiéndole perdón a su vez. Elisa caminó hacia ellos llorosa, él estiró su brazo para acercarla a los dos. No había necesidad de palabras. Al fin serían una familia.
El funeral de Susana fue meramente familiar junto con amigos muy allegados a la pareja. La señora Marlowe y Terrence llevaron las cenizas a las Bahamas, tal como había sido su deseo, rentaron una avioneta y esparcieron sus restos en el cielo para que el aire la llevara libremente a descender sobre el azulado mar. Esa misma noche regresaron a Nueva York. La madre de Susana estaba desbastada, pero Terry no, se sentía bien y en paz consigo mismo. A pesar de que no fueron completamente felices él trató de dar lo mejor de sí hasta el último día de su vida. Siguió laborando normal en la empresa, el teatro lo dejó por un tiempo, la casa que donde vivió con ella, así como los bienes de Susana pasaron a manos de su madre. Deseaba dejar todo en orden junto con su pasado, ahora, era el hoy, el presente. Solo tenía que esperar por Candy, es por ello por lo que dejó de comunicarse con ella, no quería que tuviera la imagen de un marido devastado, pero tampoco deseaba que se sintiera presionada por un antiguo pasado. Si su destino era estar juntos lo estarían, tarde o temprano, así tuviera que esperar mil años más.
Candy se sintió liberada en cuanto le dieron el acta de divorcio. La vida se había encargado de conspirar con todos ellos haciéndolos infelices. No sentía culpa, si había que darle un empujón y ayuda a esa burla incierta del destino, lo haría, por ella, no podía estar con Neal, nunca se amaron, luego, encuentran a su par y ni uno de los dos tiene el valor para ser sinceros, quizá la conveniencia lo hacía estar a su lado y ella permanecía con él pensando que le era injusto dejarlo, así como así. Al hacer sus averiguaciones con la ayuda de Archie y George comprendió que a pesar de los años que llevaban viéndole la cara no le había dolido tanto como debía esperarse de una mujer engañada, así que lo resolvió de una manera inteligente y determinante. Neal era algo aferrado y testarudo, no dejaría su zona de confort, lo conocía bien, por eso, lo acorraló para que firmara el divorcio dándole a su vez una compensación, lo demás, correría por su cuenta. Lo mismo hizo con Elisa. Le daba tristeza su situación, es por ello por lo que también le ayudó, más que nada, por su hijo. Cuando Elisa le contó la decisión de Neal, supo que debía ponerlo en su lugar. Al final, Elisa le envió un correo electrónico agradeciendo lo que había hecho por ellos. Ahora estaban juntos con planes de casarse.
La doctora continuaba trabajando en el hospital, de repente iba a la empresa a saludar a su padre y ver las novedades que había en ella, tomó clases de yoga y adoptó un gato al que ahora era su compañero y confidente, vendió la casa y compró un departamento. Prácticamente sus actividades estaban agendadas y su día a día pasaba sin sentirlo, se había vuelto monótona, no aceptaba las invitaciones de sus compañeros a salir ni cortejo alguno. Ella esperaba que él se decidiera buscarla… ¿Cómo lo haría si no sabía de su estado civil actual? No, ella no se lo diría, si su destino era estar juntos, la vida se encargaría de ello, así tuviera que esperar mil años más.
-“¡Qué rápido pasa el tiempo!”-, decía la doctora cuando llegó al Congreso nacional de oncología con sede en Seattle. –“Hace un año estuve en Nueva York y lo conocí, como si hubiera sido de toda la vida lo amaba, como olvidar ese día cuando fuimos a la estación de trenes o cuando compartíamos un correo electrónico. No debo pensar en ello, quizás no es para mí…”-Candy abrió la puerta de su habitación de hotel, un enorme arreglo de rosas tapaba el rostro del botones del lugar. Confirmó su nombre, pidió que lo acomodara en la mesita de centro. Después de darle su propina y haberse retirado Candy corrió a buscar la tarjeta, su corazón palpitó más fuerte cuando lo leyó: “Las mejores promesas son esas que no hay que cumplir” No tenía remitente, era evidente quien lo enviaba y era claro qué quería decir. Se sentía como adolescente, ganas no le faltaba de enviarle un email, se contuvo, deseaba saber hasta dónde llegaría. Con la tarjeta en sus manos apoyado sobre su pecho, Candy comenzó a bailar de alegría, él estaba al pendiente de ella y si era como su amor del pasado, él la buscaría después de cumplir su duelo. ¿Y si él estaba en Seattle? La doctora nunca lo vio, mas, sin embargo, todos los días recibía rosas con una tarjeta con las mismas palabras.
Terry se hospedó en el mismo hotel que la rubia, salía minutos antes que ella lo hiciera en su coche polarizado, se veía hermosa, ella luego se detenía, estaba seguro de que lo buscaba con la mirada, ¡Cómo deseaba bajarse, abrazarla y no dejarla ir! Debía ser paciente, ella todavía no cumplía su año de divorciada y él como viudo…La única forma de saber de ella era siguiendo sus pasos. Detestó a Neal por lo que le hizo a Candy, pero le dio seguridad cuando ella lo resolvió de manera estoica sin caer en una depresión. Se le hizo correcto no involucrarse en su situación ni verse oportunista, solo restaba esperar y ahora estaba ahí, con ella en el mismo hotel, tan cerca y tan lejos, solo deseaba que supiera que ahí estaba, que la seguía amando desde muchas vidas atrás, pero en esta ocasión, no habría promesas, solo hechos concretos.
El último día en la ciudad, había sido agotador, entre conferencias y hospital no le había dado tiempo para darse un respiro personal. Nadie la esperaba más que Cloe, pero ella estaba bien cuidada en casa de sus padres. Esa noche cenaría en el restaurante del hotel mientras pensaba qué lugares visitar. Cenaba con toda la calma del mundo, sus pensamientos fueron interrumpidos por unas notas de piano, un flashazo a su pasado se hizo presente en un salón de música en un colegio, un cuarto de piano en escocia donde recibió algunas clases. Instintivamente sus manos cobraron vida sobre el mantel tocando “Canción de cuna”. Disimuladamente buscaba el origen de la música. Un hombre que le daba la espalda con traje negro tocaba apasionadamente el instrumento en la planta alta del lugar. Cuando llegó, había terminado la canción y el hombre que había visto ya no estaba, solo un pequeño arreglo de narcisos con una tarjeta visible con su nombre en ella: “Ámame cómo odian los amantes”. De su bolso sacó un bolígrafo con una tarjeta de presentación y en ella escribió: “Si me buscas, ya sabes dónde encontrarme” desprendió un narciso del arreglo y sobre ella dejó la tarjeta y se marchó.
Decidió visitar el museo Chihuly Garden and Glass, después de terminar su recorrido compró dos variedades de rosas, una en especial le llamó la atención en cuanto la vio, coincidentemente se llamaba Dulce Candy, la guía decía que su creador lo hizo como regalo a un amor de juventud… También, adquirió un par de narcisos amarillos. El balcón de su departamento se vería muy bien con estas dos adquisiciones. Pidió que lo llevaran a su hotel. Finalizó su recorrido en La torre Space Needle. Tenía años que no iba a la Torre, sus padres solían frecuentar el restaurant cada que visitaban la ciudad, era un tour exprés, podías apreciar el lugar mientras comías sin moverte del asiento. –“¡Sería magnífico hacer un viaje familiar! Lo planearé y les diré, ya nos hace falta unas vacaciones”- Estaba entusiasmada, había mucho por hacer.
Candy le dio sus premios a Cloe, se había portado bien en casa de sus padres… Habían aceptado tomar esas vacaciones, ahora faltaba decirle a Annie, Archie, Patty y Stear. Un par de meses sería suficiente para arreglar todo, solo era cuestión que ellos aceptaran. Acomodó sus plantas en el balcón, compraría lo necesario para acondicionarlas, abrió sus maletas, resbalaron las tarjetas en cuanto el libro donde las guardó, Terry tenía una caligrafía perfecta, no se parecía a la de ella que siempre lo hacía con prisa. Ya no supo de él después de su viaje a Seattle, era una fecha clave, digno de celebrase, aunque sea de lejos. ¿Qué estaría haciendo él en este momento?
“Si me buscas, ya sabes dónde encontrarme” –“Claro que sí pecas y cuando te busque será para quedarme contigo, mientras tanto, me dedicaré a conquistarte, a enamorarte. Solo bastaría un gesto tuyo para tenerme en tu cama cada noche, un sí para llevarte al altar, un beso para desatar un huracán… porque contigo descubrí que hay amores eternos.”- El amor que sentía por ella rebasaba su ser, su alma, incluso su propia vida. Agradeció al mesero que le hizo llegar la misiva. Esa misma noche, regresó a Nueva York con esperanzas renovadas, ella le correspondía a su afecto y eso era suficiente para luchar por ella, por esperar por ella. Él ya sabía el cómo y el cuándo, solo era cuestión de tiempo.
Un mes de vacaciones en Europa con su familia, muy divertidas e inigualables. Tan bien lo pasaron que quedaron en hacerlo un ritual cada año. Volver al trabajo, tachar nuevamente cada día del calendario… un año del deceso de Susana… la duda de enviarle un email… apagó su dispositivo. Quizá más adelante, le daría su espacio… de mientras, seguiría tachando el calendario, sabía que él tarde o temprano la buscaría. Y fue más temprano que tarde, al día siguiente recibió un email de él: ¡HOLA! A partir de ese mensaje, retomaron su amistad.
La señora Marlowe fue la encargada de organizar el cabo de año de su hija, ella le solicitó hacerlo, quería darle el último adiós. Sería privado nuevamente. Unas cuántas palabras, videos, fotografías y recuerdos de Susana, música, comida y flores: -“…Un homenaje digno de una mujer que amaba la vida, que dio todo de sí como esposa, actriz, buena hija, mujer que amó hasta el último soplo de su vida…”- Las últimas palabras se atoraron en la garganta de la señora y soltó el llanto. Terry la abrazó para reconfortarla. Con una señal de él proyectaron el último video. El del adiós. Imágenes traslúcidas de ella en un bello paisaje escocés como sinónimo de la libertad, “The call of the mountains” de Eluveitie. Terry y Susana habían pasado su luna de miel en ese lugar y de todas las ciudades que visitaron, Escocia se había quedado en su corazón.
Un día agotador para el empresario. Los lazos con la señora Marlowe prácticamente estaba terminado, así lo había decidido, las propiedades de Susana, así como sus cuentas bancarias las pasó a nombre de la que fue su suegra. Prefería mantenerla lejos porque era muy entrometida y no dudaba que interfiriera en la relación con Candy a sabiendas que ella en un inicio atendió la enfermedad de su hija y esta tuvo reacciones conductuales hacia con la doctora. Encendió su computadora, miraba las fotos de su amada. Ya no la seguía desde que Candy le escribió en la tarjeta de presentación en Seattle. Muy temprano le envió un mensaje, era el primer paso, ganar nuevamente su confianza y amistad. Empezaría con un “Hola”. Mensaje recibido, mensaje visto. Todo el día estuvo ansioso esperando su respuesta hasta que un mensaje de ella en la bandeja de entrada llegó: “Hola.”
De los emails diarios pasaron luego a ser mensajes telefónicos, platicaban tantas cosas, la relación entre ellos se iba afianzando, creaban lazos de amistad y de amor, aunque de ello no hablaran, de repente se peleaban, a él le gustaba incordiarla y ella no se dejaba. Sí, ellos se estaban conociendo hasta en sus peores momentos, se daban el tiempo. Tiempo que pasó sin que se dieran cuenta. Otro aniversario más, el divorcio de Candy. Le llevó tiempo decidirlo y la manera de como hacerlo lo mas fácil posible. Ella merecía también ser feliz y ahora lo era. Comenzó a recibir rosas y narcisos todos los días, una tarjeta con palabras diferentes, como migas de pan que la llevan por el camino leyó su última frase: “No te ofrezco la luna, solo quédate conmigo, no hay fortuna que valga el corazón que te daré” Se sonrojó más de lo que estaba, era la primera vez que le mandaba un arreglo tan grande y en el hospital, sus compañeros le vacilaban cada que pasaban en la recepción. Guardó la tarjeta, en la salida se llevaría su regalo y hablaría con Terry, le caería bien hacerle una llamada telefónica.
Se dio por vencida, no podía llevarse el arreglo, era muy grande y pesado. Decidió dejarlo en el hospital, le daba buena presentación a la entrada. Acomodó su maletín en el hombro mientras buscaba las llaves en su bolso, cuando lo encontró estaba por llegar a su vehículo, se detuvo en seco cuando vio a un hombre recargado en él leyendo un periódico, tomó aire para relajarse, sacó el gas lacrimógeno, conforme se acercaba al individuo hacía memoria de sus clases de autodefensa, tenía conocimiento de todas las mañas que los ladrones utilizaban para un asalto. –“¿Buscaba algo?”- fue la pregunta que la doctora hizo como distractor, estaba alerta por si su cómplice salía por otro lado. El hombre bajó lentamente su periódico, la sonrisa se le desvaneció cuando el gas pimienta hizo contacto con sus ojos. –“¡Por Dios Candy!- Fue lo que dijo colocándose las manos en el rostro. Candy le pedía perdón una y otra vez avergonzada y al mismo tiempo muerta de la risa. Le pidió que no se tallara, le ayudó abordar su vehículo para llevarlo a casa y contrarrestar los efectos de la sustancia.
-“Pensé que nuestro reencuentro sería algo más emotivo, incluso romántico pecas”- Le decía Terry sentado sobre el sofá con Cloe sobre sus piernas. –“Al menos será inolvidable”- Candy estaba mas relajada, ambos reían por el incidente. Terry hacía nota mental de no darle sorpresas sin avisarle previamente de su presencia, ella podría ser peligrosa si se lo proponía. Lo invitó a comer, era lo menos que podía hacer, ambos se encontraban nerviosos, es como si ya hubieran vivido ese instante, una ensoñación marital. El silencio se rompió. –“¿Aceptas mi corazón y te quedas conmigo para siempre?”- Se levantó de su asiento para dirigirse a ella, se hincó, tomó su mano y sin apartarle la mirada le propuso matrimonio. Abrió la cajita que contenía un anillo de compromiso. –“Sé que es muy pronto, que me estoy saltando el noviazgo, pero creo que ya hemos esperado mucho tiempo, otras vidas y la nuestra. Nos conocemos y nos amamos, aunque no lo hayamos dicho. Piénsalo, no necesitas decir nada ahora”- Candy se levantó con el rostro bañado en lágrimas, Terry se incorporó, la miraba con tanto amor esperando su respuesta en caso de que la hubiera. –“Eres un tonto, te habías tardado demasiado, pero entiendo la razón por la cual no lo hiciste antes”- -“Entonces es un…”- -“Sí mi amor, es un sí”- Ella se colgó de su cuello y lo besó. Como temía Terry, con un beso de ella no querría irse de su lado. Jamás habían besado así, con pasión, profundo, con el alma. Descargas internas recorrían sus cuerpos, si seguían así las ropa les estorbaría, lentamente se separaron y apoyaron sus frentes. –“Terminemos de comer, si no tienes otra cosa qué hacer, te invito a que me enseñes la ciudad”- Terry ya lo conocía, pero de la mano de ella era simplemente maravilloso. Regresaron ya tarde, entre beso y beso llegaron al departamento. “-No quiero irme”- -“No quiero que te vayas”- lo dijeron al mismo tiempo. Terry no se fue. Una semana mas tarde, los padres de Terry se encontraban en casa de los padres de Candy. Formalizaron el compromiso. Siendo adultos no podían decirle que sí y que no estaba bien. En seis meses se casarían por la Iglesia y el civil en chicago. De mientras, Terry viajaba cada fin de semana a visitar a su novia en lo que ella esperaba su traslado a Nueva York y afinaba los detalles de su boda.
Campanadas de boda sonaba en la Catedral de San Nicolás, una pareja de enamorados sellaban con un beso una promesa de amor. El destino los había reencontrado tarde, pero la vida les había hecho justicia a sus treinta años y varias generaciones después. Un amor que estaba destinado para la eternidad en un lazo indestructible. –“¿Sabes mi amor? Ese día que regresamos a tu departamento después de pasear por la ciudad debo confesarte que yo quería dormir contigo esa y todas las noches, por eso te dije que no quería irme”- -“Déjame confesarte mi amor que ese día que regresamos esa noche a mi departamento yo no quería dormir sola, por eso te pedí que no te fueras”-
FIN
Un eterno agradecimiento a las chicas que leyeron mis letras, sobre todo, a las que llegaron hasta el final, el inicio fue algo trágico y dramático y por esa razón dejaron inconclusa la historia. Aveces, es necesario llegar a un parte aguas que nos haga hacer cambios en nuestras vidas para llegar al punto álgido de lo que es nuestra felicidad. Eso es lo que le pasó a nuestros protagonistas, a pesar de que intentaron estar juntos las circunstancias les impidió un final para siempre, luego, reencontrarse tarde cuando pensamos que la vida se nos está pasando cuando el corazón nos dice que no es así y nos quedamos en el hubiera. Laura me hizo el favor de hacer unas firmas de regalo para ustedes con mucho cariño. Si gustan, pueden tomarlo en el enlace que les pondré Firma de regalo. Con amor, Terry. Muchas gracias nuevamente, les mando un abrazo fuerte. Saludos.