El amor de hermanos podía ser peligroso si se volvía obsesivo, y ella lo había llevado al extremo.
-¡¡POR QUÉ!?
La puerta se movía a un punto que Neal creyó cedería a los golpes. Aterrado, se apoyó contra ella, tratando de detener los embates.
-¿¡POR QUÉ!? ¿¡Por qué me hiciste esto a mí…!?- gritó Eliza.
Su hermana se había encargado de alejar a todos sus amigos, susurrando mentiras en los oídos dispuestos de sus padres, aludiendo que eran malas influencias. - ¿Para qué quieres amigos, si tienes a tu familia? ¿Si me tienes a mí? -solía decir. Nunca existió una mujer que estuviera a la altura de la alcurnia familiar. Eliza vivía conjurando a sus espaldas, condenándolo al más absoluto abandono. Él sólo se había cobrado con la misma moneda. Era lo justo, o al menos eso creía. Ella debía sufrir en eterna soledad.
-Fue tú culpa…
Dijo mirando al cuerpo inerte de su hermana, mientras rogaba a los cielos por fuerza, para que no se abriera la puerta.