La Máscara
La excitación vibra por mi cuerpo, puedo sentirla en la punta de mis dedos mientras ajusto la máscara en mi rostro. Observo mi apariencia en el espejo una vez, siento como las pulsaciones aumentan, desbocándose, latiendo en mi garganta. Me muerdo los labios, nerviosa. No puedo creer lo que estoy a punto de hacer, o que vaya a salirme con la mía.
La calle apenas y está iluminada por unos cuantos faroles. Creo divisar la puerta trasera del teatro. Pareciera estar semi abierta. A unos cuantos pasos de esta, la silueta del hombre que me espera. Él terminaba su cigarrillo, el pitillo encendido apenas alumbra su rostro, lleva antifaz.
-Buenas noches- le hago notar mi presencia. El hombre me enfrenta, pero no puedo verle. -¿Vengo a la fiesta del grupo Stratford?
Se acerca a mí en silencio, entretanto contengo el aliento.
-Su invitación
Su ronca voz resuena en el callejón, puedo sentir cómo se elevan los vellos de mi nuca. Con fingida tranquilidad, busco en mi pequeño bolso la carta de Terrence. La abro, sacando sólo la invitación, para luego extendérsela.
-Pase usted, señorita White- me devuelve el papel, señalando la puerta.
La luz del pasillo se enciende esporádicamente, haciendo dificultoso mi andar. El pasillo se comunica con varios más, que permanecen en penumbras. Puedo oír la algarabía unos metros adelante, sirviéndome de guía. El corredor se abre, dando a la parte trasera del proscenio. Las cortinas retraídas, luces tenues adornaban el ambiente, dándole un entorno romántico. Ya puedo distinguir a los invitados sin problemas. Hizo que mi memoria se remontara a los días del San Pablo, la fiesta de mayo, lleno de Romeos y Julietas. Observe con atención a los asistentes, hasta que…
-Viniste…
Tanta felicidad e ilusión en sus palabras, no pude evitar sonreír tras la máscara. Me gire para enfrentarlo. Estaba más alto, su pecho más amplio, su pelo corto, pero sus ojos brillaban con la misma intensidad de aquellos años. Ni siquiera me di cuenta, cuando mi mano ya estaba sobre su rostro, acariciándolo. Sonrió ante mi gesto. Intenté alejarme, mas no lo permitió. Tomando mi mano, me arrastró al centro del escenario, donde todos bailaban. Mezclándonos con la gente, haciéndonos girar al compás de la música, sentía mi resolución temblar ante su presencia. Yo venía con la predisposición de hacerlo perder el control, no todo lo contrario. Él me había vuelto una persona retorcida, y quería devolverle el favor.
Logré dominar mis emociones, actuando como lo tenía previsto. Me apegue a su cuerpo, acercando mi nariz a su cuello, absorbiendo su perfume. Pude sentir como se inclinaba, dándome más acceso. Me empine, apoyándome en él, hasta llegar a su oído.
-Eres tan dulce conmigo- susurré. - ¿Me traes algo de beber? - bese suavemente su lóbulo.
Me miró extrañado por unos segundos, no obstante al momento se movió hacia el sector donde estaban los bebestibles. Yo, me moví en sentido contrario, era hora de montar mi espectáculo. Detrás del cortinaje estaba él, esperándome. Me tomó fuerte por el cuello, llevándome a la pared más próxima. Removí mi máscara y le sonreí con sorna.
-Esto lo molera…
No pude terminar la frase. Mi boca estaba siendo invadida con fuerza, y mi mundo de cabeza. Su beso era rudo, fiero, caliente; lleno de desprecio y odio. No pude evitar gemir ante esta nueva experiencia.
-¿¡Qué estás haciendo!?
Pude oír las copas quebrarse contra el suelo. Terry saltó encima de mi acompañante, cayéndole a golpes. El director de la compañía, más otros personajes, trataban de separar a los dos hombres. Me coloque la máscara ante la estupefacta muchedumbre que me miraba con reproche. Hice una pequeña reverencia y me dispuse a salir.
-¡Candy! ¿Qué… por qué?
Podía oír sus gritos mientras avanzaba por el pasillo.
Las noticias de su matrimonio habían llegado a mis oídos. Rápidamente fui en busca de un periódico para verificar los comentarios. Ahí estaba “El afamado actor de Broadway se casaba con su eterna novia”. Llamé al chofer, era hora de hacer una visita.
William y Candy conversaban en el nuevo rosal de la actual mansión familiar. Mi corazón absolutamente henchido de tan tierna escena, y por la que vendría. Contemple con alegría como su felicidad se iba a tierra, mientras William le observaba preocupado.
-Eliza ¿puedes retirarte? – el tío abuelo me invitó a marchar.
Volví en silencio a mi vehículo, recreándome en el camino rememorando la cadena de eventos. Él había recibido la carta en la mansión Andley, y al ver el remitente la guardó. Mi suerte, el día que lo descubrí tratando de deshacerse de ella. Recordé cómo lo coaccione para que me ayudara en mi intento de venganza.
Hoy, después de muchos años, volvía a ser genuinamente feliz.
La puerta de mi habitación estaba semi abierta, como venía ocurriendo desde aquella noche. De pie frente a mi cama, me sonreía con malicia. Sobre esta, otra edición del diario matutino más la dichosa máscara. Él cargaba una peluca rubia en su mano derecha, y una botella de champaña en la izquierda.
-Tenemos que celebrar querida- su ronca voz, ahora, resonaba en mi interior.
-¿No te parece que es muy temprano?- fingí prudencia. -¿Cómo vas a justificar esta ausencia a la pobre de Annie?- dije sonriendo mientras cerraba la puerta.
La calle apenas y está iluminada por unos cuantos faroles. Creo divisar la puerta trasera del teatro. Pareciera estar semi abierta. A unos cuantos pasos de esta, la silueta del hombre que me espera. Él terminaba su cigarrillo, el pitillo encendido apenas alumbra su rostro, lleva antifaz.
-Buenas noches- le hago notar mi presencia. El hombre me enfrenta, pero no puedo verle. -¿Vengo a la fiesta del grupo Stratford?
Se acerca a mí en silencio, entretanto contengo el aliento.
-Su invitación
Su ronca voz resuena en el callejón, puedo sentir cómo se elevan los vellos de mi nuca. Con fingida tranquilidad, busco en mi pequeño bolso la carta de Terrence. La abro, sacando sólo la invitación, para luego extendérsela.
-Pase usted, señorita White- me devuelve el papel, señalando la puerta.
La luz del pasillo se enciende esporádicamente, haciendo dificultoso mi andar. El pasillo se comunica con varios más, que permanecen en penumbras. Puedo oír la algarabía unos metros adelante, sirviéndome de guía. El corredor se abre, dando a la parte trasera del proscenio. Las cortinas retraídas, luces tenues adornaban el ambiente, dándole un entorno romántico. Ya puedo distinguir a los invitados sin problemas. Hizo que mi memoria se remontara a los días del San Pablo, la fiesta de mayo, lleno de Romeos y Julietas. Observe con atención a los asistentes, hasta que…
-Viniste…
Tanta felicidad e ilusión en sus palabras, no pude evitar sonreír tras la máscara. Me gire para enfrentarlo. Estaba más alto, su pecho más amplio, su pelo corto, pero sus ojos brillaban con la misma intensidad de aquellos años. Ni siquiera me di cuenta, cuando mi mano ya estaba sobre su rostro, acariciándolo. Sonrió ante mi gesto. Intenté alejarme, mas no lo permitió. Tomando mi mano, me arrastró al centro del escenario, donde todos bailaban. Mezclándonos con la gente, haciéndonos girar al compás de la música, sentía mi resolución temblar ante su presencia. Yo venía con la predisposición de hacerlo perder el control, no todo lo contrario. Él me había vuelto una persona retorcida, y quería devolverle el favor.
Logré dominar mis emociones, actuando como lo tenía previsto. Me apegue a su cuerpo, acercando mi nariz a su cuello, absorbiendo su perfume. Pude sentir como se inclinaba, dándome más acceso. Me empine, apoyándome en él, hasta llegar a su oído.
-Eres tan dulce conmigo- susurré. - ¿Me traes algo de beber? - bese suavemente su lóbulo.
Me miró extrañado por unos segundos, no obstante al momento se movió hacia el sector donde estaban los bebestibles. Yo, me moví en sentido contrario, era hora de montar mi espectáculo. Detrás del cortinaje estaba él, esperándome. Me tomó fuerte por el cuello, llevándome a la pared más próxima. Removí mi máscara y le sonreí con sorna.
-Esto lo molera…
No pude terminar la frase. Mi boca estaba siendo invadida con fuerza, y mi mundo de cabeza. Su beso era rudo, fiero, caliente; lleno de desprecio y odio. No pude evitar gemir ante esta nueva experiencia.
-¿¡Qué estás haciendo!?
Pude oír las copas quebrarse contra el suelo. Terry saltó encima de mi acompañante, cayéndole a golpes. El director de la compañía, más otros personajes, trataban de separar a los dos hombres. Me coloque la máscara ante la estupefacta muchedumbre que me miraba con reproche. Hice una pequeña reverencia y me dispuse a salir.
-¡Candy! ¿Qué… por qué?
Podía oír sus gritos mientras avanzaba por el pasillo.
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Las noticias de su matrimonio habían llegado a mis oídos. Rápidamente fui en busca de un periódico para verificar los comentarios. Ahí estaba “El afamado actor de Broadway se casaba con su eterna novia”. Llamé al chofer, era hora de hacer una visita.
William y Candy conversaban en el nuevo rosal de la actual mansión familiar. Mi corazón absolutamente henchido de tan tierna escena, y por la que vendría. Contemple con alegría como su felicidad se iba a tierra, mientras William le observaba preocupado.
-Eliza ¿puedes retirarte? – el tío abuelo me invitó a marchar.
Volví en silencio a mi vehículo, recreándome en el camino rememorando la cadena de eventos. Él había recibido la carta en la mansión Andley, y al ver el remitente la guardó. Mi suerte, el día que lo descubrí tratando de deshacerse de ella. Recordé cómo lo coaccione para que me ayudara en mi intento de venganza.
Hoy, después de muchos años, volvía a ser genuinamente feliz.
La puerta de mi habitación estaba semi abierta, como venía ocurriendo desde aquella noche. De pie frente a mi cama, me sonreía con malicia. Sobre esta, otra edición del diario matutino más la dichosa máscara. Él cargaba una peluca rubia en su mano derecha, y una botella de champaña en la izquierda.
-Tenemos que celebrar querida- su ronca voz, ahora, resonaba en mi interior.
-¿No te parece que es muy temprano?- fingí prudencia. -¿Cómo vas a justificar esta ausencia a la pobre de Annie?- dije sonriendo mientras cerraba la puerta.