POV CANDY.
Tres semanas en el Real Colegio y siento que mi vida se va apagando de a poco. Las niñas aquí son tan… estiradas, sin hablar de las “Hermanas", ya una no puede mirar siquiera a la derecha o izquierda porque “tal actitud" no es de una dama… “No corras", “no mires a nadie de frente", “muéstrate sumisa”, “no hables tanto", “no parpadees", “no respires"… ¡¡¡Bah, patrañas!!! ¿Cómo pueden sentirse bien con tantas reglas?
Cada día es lo mismo: despertar, oración matutina, el desayuno, clases con las religiosas, la comida, siesta, tiempo de pasear, tiempo de leer, la cena y dormir… ¿Momentos para socializar? Sólo después de las horas de clases, los intermedios, un poco durante los paseos y no más.
Gracias a esos pocos espacios, conocí a Anabeth Britter, o Annie, como le digo de cariño, y a Patricia O'Brian, dos chicas de familias prestigiosas que fueron enviadas para convertirse en “damas de sociedad”. Con las pocas pláticas que tenemos, he logrado sobrellevar este encierro, pero hoy, tengo una idea, y pienso ejecutarla durante el momento de paseo.
Después de la hora de comida, me encierro en mi habitación y finjo tomar la siesta, ¡qué cosa más aburrida!, así que para pasar el tiempo, tomo un libro de mitología griega y comienzo a explorarlo, al cabo de cinco minutos, me he dormido.
Despierto abruptamente al notar que alguien toca mi hombro, con mi mirada borrosa noto un bulto para luego soltar un grito al ver ante mí a una “Arpía", cuyas alas negras revolotean mientras toca mi cuerpo. Atenazada por el miedo, elevo mi voz aún más fuerte, descargando mi miedo y alterando al ser “ya no tan mitológico”, quien también se espanta y retrocede, mientras me tapó completamente, ocultándome de la aparición que tengo frente a mí.
–¡¡¡Auxilio!!! ¡¡¡Auxilio!!! ¡¡¡Un monstruo, un monstruo!!! –Grito a voz en pecho, mientras lucho con el personaje que intenta manotearme. –¡Suéltame! Ni pienses que me vas a llevarme.
En el intento por levantarme, me enredo con las sábanas y voy a dar de lleno al suelo, recibiendo de lleno el golpe que recibo en la frente, minutos después, veo a la arpía acercarse a mí y pasar sus manos sobre mi cara… Me sumo en el abismo con un último pensamiento: "seguramente seré llevada al inframundo…"
En medio de una nebulosa interior, oigo voces y ruidos. Quiero abrir los ojos, pero me duele la cabeza… ¿Qué sucedió? Trató de recordar, entonces todo se aclara: la arpía intentó llevarme, y yo luché vanamente, seguramente me extrajo el alma y... pero, ¿qué son esos ruidos? Agudizó el oído y escucho:
–Esta niña es una rebelde y le sobran pulmones, sin contar que es una perezosa, no despertaba y me vi en la necesidad de levantarla personalmente, y luego comenzó a gritar con histeria, llamándome arpía. –Se quejaba Sor Josephine, la encargada del ala F de las chicas, reconocí su voz inmediatamente. –¡No quiero volver a lidiar con ella! Lo mejor será que te encargue tú, Sor Margaret, con hoy fue suficiente.
–Entiendo hermana, no se preocupe, sé que le es difícil adaptarse a las niñas de esta edad, pues usted siempre ha trabajado con las señoritas de 15 a 16 años. Yo me ocuparé de esta área. Ahora puede marcharse, y sólo por hoy, guiar a las niñas al paseo, en tanto la señorita Ardlay despierta.
Cuando escuché la palabra paseo, me senté de golpe, ocasionando que un fuerte mareo invadiera mi cuerpo, menos mal que estoy en una camilla baja, de lo contrario, hubiera caído al suelo estrepitosamente.
–¡Señorita Ardlay! ¿Se encuentra bien?
Veo los rostros, preocupado de la hermana Margaret y molesto de la hermana Josephine, así que me propongo dar mi mejor actuación.
–Yo… no… ¿qué me sucedió? –Finjo demencia.
–¿A caso no recuerda lo que ocurrió? –Pregunta la hermana Margaret preocupada.
Como no deseo alarmarla y perder el momento de paseo, entonces rectifico.
–¡Sí claro! Creo que... recuerdo que... estaba soñando y... y... me caí de la cama.
–¿Soñando? –Pregunta Sor Josephine.
–Sí, creo que ese libro de mitología griega no es apto para antes de dormir, provoca pesadillas... En fin, —Salto de la camilla –lamento lo sucedido y como no deseo atrasarlas más en sus labores, me uniré a las chicas para el momento de paseo. Con su permiso hermanas. —Hago una perfecta reverencia y salgo del lugar antes de que puedan detenerme. El dolor en la cabeza persiste, pero sé que un “buen” paseo, calmará todo.
Me integro a las chicas, Annie y Patty están en otro grupo, hoy no les correspondió de mi lado. Empezamos a seguir a la hermana que nos guía y me voy quedando rezagada del grupo, con el pretexto de ir admirando el edificio. Cuando finalmente llegamos al área de las fuentes, cada una toma su lienzo y comienzan a dibujar lo que sea que consideren bello. Como yo no llevo material, y debido a mi reciente “accidente", se me permite explorar las zonas cercanas y tratar de encontrar algo bonito qué dibujar la próxima vez.
De a poco, me voy moviendo por el área, mientras observo cómo la hermana va guiando los dibujos de las chicas, distraída totalmente. Son pequeños pasitos, pero al final de mi larga espera, logro escaparme del aburrido grupo de pintura. Cuando me veo lejos del campo visual de todas, corro como loca hacia donde me lleven mis pies.
De rato en rato miro hacia atrás, para comprobar que nadie me haya seguido, cuando diviso una Colina con un gran árbol, incremento el paso hacia ella, estoy a punto de llegar al lugar que me hará feliz. Vuelvo a voltear hacia atrás y, de un momento a otro, estoy derrapando nuevamente sobre el suelo, volviendo a golpear mi rostro sin meter mano.
–¡Auch! –Escucho un quejido, esperen, ¿un quejido? Me levanto trastabillando y apenas guardando el equilibrio para no volver a caer. Me giró y veo a un chico sobándose las costillas. –¿Qué te pasa niña tonta? ¿Acaso no tienes ojos? –Me quedo atónita ante las palabras de este… grosero. Lo veo ponerse de pie con un cigarrillo en la mano, sacude su blanca camisa, marcada por la suela de mi zapato, da una calada al cigarrillo, camina hacia mí y suelta el humo sobre mi rostro. Al inhalarlo comienzo a toser y él a reír. –¡Niña tonta!
–Óyeme grosero, ¿qué te pasa? ¿Acaso no te han enseñado a respetar a una dama?
El niño lleva su mano a la barbilla, como si estuviera pensando y luego me responde…
–¡Por supuesto!
–¿Entonces por qué te comportas como un majadero conmigo?
–Me enseñaron a respetar a las damas, pero tú, Pecosa, no lo eres…
–¿Cómo te atreves a hablarme así? Pues si a esas vamos, tú tampoco eres un caballero.
–Nunca dije que lo fuera…
Empuñé mis manos, tratando de controlarme ante el insulto recibido por parte de ese igualado.
–Será mejor que te largues de este lugar si no quieres que las monjas se enteren que estabas fumando a escondidas.
–¿Quién té ha dicho que es a escondidas, Pecosa entrometida?
–¡¡¡Deja de decirme así!!! ¡¡¡Mi nombre es Candice, Can…di…ce!!! –Grité.
–Mala elección, un nombre demasiado dulce para una salvaje como tú.
No pudiendo soportar más, y sin el absoluto control de mi raciocinio, levanté mi puño y lo estrellé contra la mejilla del chiquillo arrogante, haciéndolo caer al suelo en el acto.
–¡¡¡Qué te pasa, niña estúpida!!! –Gritó.
Tomé posición de ataque, a la espera de la agresión del petulante niño, tal como lo hacía con mis primos cuando peleábamos, pero éste solo llevó su mano a su labio, de donde escurría un hilillo de sangre, hizo una mueca de desagrado, se levantó y se dirigió hacia el interior del bosque. Me quedé anonadada, esperaba enzarzarme en una lucha cuerpo a cuerpo, pero el muy cobarde huyó... sin evitarlo, una sonrisa empezó a dibujarse en mi rostro… El majadero ese se llevó una sopa de su propio chocolate.
Me dejé caer sobre el pasto, con los brazos debajo de mi cabeza, admirando el cielo que empezaba a atenuarse debido a la caída de la tarde… Para la próxima, trataría de escaparme más temprano y poder disfrutar del contacto con la naturaleza. Cerré mis ojos y empecé a escuchar los sonidos de alrededor, todo era muy relajante y… vivo, hasta que un grito me hizo brincar en mi lugar.
–¡Señorita Ardlay! ¿Cómo se atrevió a abandonar el grupo para venir, a solas, a este lugar tan retirado, y encima, en esa posición tan… indecente!
–Sor Josephine –Exclamé sobresaltada y tratando de armar una buena excusa. –yo me… me perdí…
–No parece perdida, señorita. Agradezco al cielo que el joven Grandchester me haya revelado su paradero, o seguramente me habría ganado una reprimenda por su causa.
–Hermana, déjeme aclarar…
–No quiero escuchar ningún tipo de explicación. Estará confinada a su habitación por una semana. Suficiente he tenido ya de usted. Ahora póngase en pie y sígame, la llevaré directamente a su alcoba.
Me puse de pie, con la cabeza gacha y la decepción en el pecho. ¿Por qué les molestaba tanto que yo pudiera pasar un momento a solas , rodeada de tanta belleza? Quise refutar, pero sabía que sería caso perdido con esta mujer tan malhumorada. Me decidí a no dejarme vencer, así que elevé mi cabeza, no tenía nada de qué avergonzarme.
Mientras caminaba, algo golpeó mi cabeza, pero no hice caso, sin embargo, otro objeto volvió a golpearme, entonces miré hacia arriba y vi al arrogante y majadero niño inglés, quien tenía una sonrisa maquiavélica dibujada en su rostro, de pronto, una frase que había omitido, volvió a mi memoria:
“Agradezco al cielo que el joven Grandchester me haya revelado su paradero…”.
La ira me golpeó con tanta fuerza que me detuve en el acto, haciendo que la religiosa también lo hiciera.
–¿Por qué se detiene?
–Por culpa de ese… –Dije señalado la rama del árbol donde lo había visto, pero ya no estaba ahí.
–¿De qué habla, señorita Ardlay?
–Yo… –solté un suspiro de resignación –De nada hermana, a veces hablo conmigo misma.
La monja me miró con cara de preocupación y volvió a emprender la marcha. Mientras la seguía, mi mente acababa de tomar una determinación:
“Malnacido Grandchester, ¿quieres guerra? Pues la tendrás… Conocerás de lo que es capaz una Ardlay, una niña Ardlay “
Esta vez, la sonrisa maquiavélica se dibujó en mi rostro…