7 años después.
POV TERRY.
Estoy dentro de la habitación de Candy, o Candice, ya no sé cómo llamarla. Algo más fuerte que la razón me carcome por dentro e impide que actúe sensatamente, lo sé, pero es parte de mí, de mi sentir, de mi carácter.
No es la primera vez que la visito por las noches, ni en su habitación. Hace 3 años que mis ojos y mi cuerpo empezaron a despertar ante su presencia, y exactamente 2 que mi padre me envió a una casa de chicas para hacerme “hombre”, para ese tiempo, ya mi mente estaba invadida por esa rubia atolondrada que me está volviendo loco.
Hace poco más de un año, qué ambos traspasamos los límites de una amistad normal, lo que sucedió en aquella aula vacía, fue producto de lo que nuestros cuerpos ya estaban sintiendo ante la cercanía que teníamos… Es increíble cómo esa niña que llegó hace 7 años a este lugar, declarándome la guerra, se me coló por debajo de la piel y muy dentro del corazón.
Cierro mis ojos y vuelvo a ese momento, uno que se convirtió en la gloria para mí.
FLASH BACK
–¿Cómo descubriste este lugar, pecosa? –Pregunté al ingresar a una antigua y abandonada Biblioteca, propiedad de los Grandchester.
–Digamos que tengo mis secretos…
–A veces tus secretos me dan miedo…
–¡Ahora resulta! El rebelde más feroz del colegio, espantado con los secretos de una dulce pecosa…
–¿Dulce? Eso tengo que corroborarlo…
–Pues hazlo. –Dijo ella llevando sus brazos atrás de mi cuello y acercando su boca a la mía, dándome permiso para besar sus labios.
Una noche antes habíamos hablado acerca de hacer esto, de querer dar su primer beso y saber qué se sentía, y está más que claro que me ofrecí a ser su maestro, pero estaba decidido a ser el único, no habrían más…
Tomé su cintura y la acerqué a mí, uniendo nuestros labios, donde comencé a moverme sobre ellos, gentilmente, dejando suaves besos sobre su grueso labio inferior. Ella comenzó a gemir sobre mi boca y empezamos a perder el control de nuestras reacciones.
Mis manos comenzaron a vagar por su espalda baja, muy cerca de sus redondas posaderas. Definitivamente Candy ya no era una niña, sus curvas superiores e inferiores se acoplaban muy bien a mi cuerpo, que, a mis 17 años, empezaba a madurar y afirmarse, gracias a las prácticas de equitación y esgrima.
Candy comenzó a moverse contra mí, haciendo que mi cuerpo fuera traspasado por olas eléctricas que me recorrieron de arriba a abajo, haciéndome gemir contra su cuello, el cual lamía lentamente, notando su pulso bajo mi lengua.
–En verdad eres dulce, pecosa. –Dije con voz afectada.
–Quiero que hagas algo… algo que aprendí en un… libro…
–¿Un libro? –Mi mente voló a Lolita y sus libros tan ilustrativos… ¿Se conocerán? No quise pensar más en eso, sino en su propuesta. –¿Qué es?
Mi atrevida rubia tomó mi mano y la llevó en medio de sus piernas.
–Quiero que… me toques… aquí.
Dijo con voz sensual y cargada de pasión. No tuvo que pedirle dos veces, mi mano cobró vida propia sobre su oculta feminidad, para luego encontrar su sensible botón. Mis dedos comenzaron a aplicar en ella lo que mis sueños húmedos habían deseado. Mientras una de mis manos jugueteaba con su lugar íntimo, deslizando mis dedos entre sus pliegues, mi otra mano apretujaba sus nalgas, acercándola a mi larga protuberancia que luchaba contra mi apretado pantalón.
Llevado por la excitación, mi boca capturó la suya, regalándonos un beso mojado y caliente, al tiempo que uno de mis dedos se deleitó con el calor de su húmeda y apretada entrada. No pasó mucho tiempo antes de sentir cómo sus paredes comenzaron a apretar mi dedo, entonces me prometí regalarme y regalarle la mejor primera experiencia sexual que pudiera tener, y que la hiciera desear más.
La separé de mí, notando el sonrojo de su rostro y calor de su cuerpo, sus labios hinchados a causa de mis besos, y la humedad entre mis manos.
–Voy a comprobar qué tan dulce eres, Candy.
Me quité el saco y lo coloqué sobre una vieja y sucia banca, para evitar que ensuciara su blanco uniforme, abrí sus piernas, deslicé mis manos por debajo de sus nalgas y empecé a bajar su ropa interior.
–¿Terry? –Me llamó con duda.
–Confía en mí, preciosa, te va a gustar.
Metí mi rostro entre sus piernas y mi lengua comenzó a hacer su trabajo sobre su brillante perla. Sus pliegues estaban mojados, pero yo me había propuesto hacerlos chorrear con mi boca. Candy se aferró a mis cabellos y arqueó su espalda.
–Te… Terry…
Intensifiqué mis lametazos, aferrando sus caderas con fuerza, pues la pecosa estaba fuera de sí gimiendo en voz alta, tan suelta y libre como lo es toda ella. Una última succión sobre su hinchado botón, la hizo alcanzar el éxtasis de placer, regalándome su dulce néctar que bebí cual sediento en el desierto.
Mientras Candy volvía del paraíso, me deleité observando sus reacciones y me sentí complacido. Cuando sus ojos se abrieron, me miraron con ensoñación, y luego viajaron a mi dura erección, dibujando una sonrisa en la labios…
–Ahora te toca a ti. –Me dijo, sorprendiéndome. Tenía que descubrir qué libro había leído y quién se lo había mostrado, pero eso sería mucho después, ahora sus manos ya me tenían en el limbo…
FIN DEL FLASH BACK.
Ese fue el comienzo de nuestros encuentros, y desarrollo y descubrimiento de nuestra sexualidad. Nos hemos tocado, en muchas formas y lugares. Los besos necesitaban caricias, así que no las dejamos de lado. Fue un año de mucho descubrimiento para ambos, hasta hace dos semanas, cuando sus “tres paladines”, como ella les llama, llegaron al Saint Paul. Desde entonces, sus tiempos conmigo han mermado.
Hoy, cuando iba a buscarla a la “Segunda Colina", en medio del claro, la vi con su jardinero estrella, el tal Brower. Ese tipo no me agrada, se le nota a leguas que está prendado de ella, y no lo juzgo, pero no por ello lo apruebo, Candy es mi amiga, y más que eso… Verla a su lado no fue tanto el problema, sino ver cómo el muy cretino se atrevió a besarla, y no sólo eso, sino que ella le correspondió.
Sentí la ira corroerme las entrañas, y juro que, si no hubiera sido por los otros dos idiotas que aparecieron, seguramente habría molido a golpes al rubiecillo principesco. Me aparté del lugar, saltando la barda perimetral, y yéndome a refugiar al bar que tenía años sin visitar.
Ahora estoy aquí, con el alcohol corriendo por mis venas y los celos carcomiéndome la razón. Ella no está aquí, seguro está con los idiotas esos, y yo tiemblo de coraje al imaginar lo que puedan estar haciendo. Un ruido en la ventana me hace volver de mis pensamientos. Oigo la conversación que se desarrolla en el exterior.
–Gracias Tony, me la pasé muy bien.
–Yo también, preciosa, espero que nos veamos mañana, en nuestro sitio secreto.
–Así será, querido Tony.
–Te echaré de menos.
Ella soltó una risita.
–Nos veremos mañana… Regresa con cuidado. Descansa Tony.
Le dijo moviendo su mano e ingresando a su recámara. La veo entrar y cerrarla con llave. Cuando se giró hacia dentro, llevó sus manos al pecho en un sobresalto, ahogando un grito.
–¿Qué haces aquí, Terrence?
–La pregunta es, ¿dónde estabas?
–Eso no te interesa. –Dijo ella pasando a mi lado y metiéndose al baño, de donde salió con su bata de dormir. –Voy a dormir, ahora por favor sal de mi habitación.
–No me voy a ir a ningún lado, si tuviste tiempo para tu rubiecito afeminado, lo tendrás para mí, pues me dejaste plantado.
–Yo decido qué hacer con mi tiempo y con quiénes aprovecharlo.
–Antes eras la apestada de tu familia, y ahora eres su adoración, vaya caso.
–Mira quién viene a opinar, el bastardo de Grandchester. –Me dijo con gran amargura.
Sentí la sangre correrme rápidamente por las venas, y mi ira terminó por erupcionar. Me puse en pie y me dirigí hasta ella, tomándola por los hombros y zarandeándola con gran fuerza.
–Ahora ya te sientes con gran valor, ¿no es así? –Hablé con firmeza pero sin gritar. –¿Es que acaso ya tu “Tony" te hizo su mujer?
—Y si así fuera, ¿a ti qué te importa? Deberías preocuparte por tu prometida y no por lo que yo haga o deje de hacer… y para que lo sepas, sí, sí pasé un “buen" rato junto a Anthony, él sí sabe cómo tratar a una mujer, y aléjate de mí, apestas a alcohol.
Mi cabeza se llenó de una gran cantidad de humo negro que repentinamente se convirtió en rojo, y ya no fui capaz de pensar, ni siquiera me detuve a explicar lo de mi prometida. La tomé por el cuello y aplasté mis labios contra los de ella, descargando toda mi furia.
Ella forcejeó, golpeando mi pecho y arañando mis brazos, pero soy mucho más fuerte y la sometí apresándola contra mi cuerpo, sin dejar de castigar su boca con la mía, al cabo de unos minutos, ella tomaba fuertemente mis cabellos entre sus manos, yo no sentía dolor, al menos no físico.
–¿Te acostaste con Brower? –Pregunté recostándola en la cama.
–Jamás lo sabrás. –Rebatió acercando mi rostro al suyo y besándome con gran fuerza.
–Te aseguro que lo sabré, tú eres mía, soy el primero y único que te ha tocado donde nadie más lo ha hecho, ni siquiera el sol.
–Deja de hablar, y bésame. –Demandó.
Mi boca volvió a descender a la suya y por su largo cuello. Estas caricias eran recurrentes entre nosotros, mis manos y boca tocándola por donde más placer sentía, pellizcando sus pezones, su coño mojado… probándola como nadie más lo había hecho… yo le había enseñado lo que sabía, y sólo de imaginar lo que Brower pudo haberle hecho, volví a llenarme de rabia.
Dejé que mi mano siguiera acariciando su coño palpitante, mientras con la otra desabrochaba el pantalón y extraía mi endurecido miembro. Luego acaricié sus abultados senos y empecé a cernirme sobre ella, besándola con pasión y abriendo sus piernas con mis rodillas, ella no se quejó, estábamos en una lucha de poder y placer, muchas otras veces habíamos hecho esto, frotarnos el uno contra el otro para alcanzar la cima del éxtasis.
–Te lo pregunto por última vez, Candice. ¿Te acostaste con Brower?
Ella abrió sus ojos y sus oscuras esmeraldas me miraron con resentimiento y dolor, y luego respondió.
–Sí Terrence, hoy Tony me hizo su mujer, y practiqué con él todo lo que me has enseñado, así como seguramente tú le enseñas a tu prometida todo lo que sabes.
Lleno de celos, tomé su cabeza entre mis manos y le dije:
–El podrá haber sido el primero, pero a mí jamás podrás olvidarme.
Apresé su boca con la mía y, sin que ella lo esperara, me clavé en su interior, rompiendo duramente su barrera virginal y arrancando un gemido de dolor, de pronto, la conciencia me alcanzó… Me quedé inmóvil sobre ella, viéndola derramar lágrimas, seguramente de dolor y… vergüenza, echó su rostro a un lado y dejó que la humedad mojara su cara.
–Candy… yo… tú dijiste…
–Sí esta ha de ser nuestra despedida, termina lo que empezaste, Grandchester.
–Candy, mírame, por favor, yo no quise…
–No quisiste, pero ya no hay marcha atrás… Ahora puedes vanagloriarte, te has robado mi virtud, pues al menos dame un recuerdo mejor que esto…
El corazón se me oprimió ante sus palabras, y tragué grueso para ahogar las lágrimas que amenazaban con salir.
–Pecosa, mírame, no fue el mejor comienzo, no fue así como lo soñé entre nosotros, pero yo… yo… te amo, y te deseo como a nadie más.
Ella comenzó a removerse debajo de mí y a golpear mi pecho y rostro, yo me dejé hacer.
–Eres un idiota, animal, bruto, bestia… te atreviste a llevarte mi virtud a sabiendas de que vas a casarte con otra, eres ruin, canalla…
Dejé que me insultara y golpeara tanto como quiso, y cuando se controló, y el llanto cesó, le hablé con la mayor suavidad posible:
–Pecosa…
–Yo también te amo Terry, no debería, pero lo hago, y no me importa ser la otra, no me importa haber perdido mi virginidad contigo… Disfrutaré este momento mientras dure. –Dijo acariciando mi cara. –Ahora, termina lo que empezaste. –Pidió besando mis labios.
El beso empezó a tornarse intenso. La ropa estorbó y nos desnudamos entre caricias y más besos. Las manos tocaron, jugaron y conocieron rincones que nunca antes habían sido explorados. Dejé que mi falo se clavara en su interior, mientras su estrecha y húmeda cavidad me succionaba completo.
La noche fue corta para amarnos, unas veces suave, otras veces rudo, pero siempre con el conocimiento de que era por y con amor. Sus carnes se volvieron una con las mías. Sus manos arañaron y su boca lamió y bebió de mí, de mi semilla… Esa noche, Candy y yo nos hicimos uno.
A la mañana siguiente, tuvimos que volver a nuestras típicas actividades, pero en medio de la cama, una mancha roja daba testimonio de lo que pasó entre la pecosa y yo… Ahora, nadie más podría quitármela, NADIE…
Última edición por Felicity Grand el Mar Abr 20, 2021 12:49 am, editado 1 vez