Hola chicas guerreras, espero que esten muy bien, pido una disculpa por no no haber publicado ayer, pero aqui les traigo el siguiente capitulo, con el cual cerrare esta semana, así que nos vemos el proximo lunes... fuerza guerras.
ÍNDICE.
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
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CAPITULO 7
OASIS
Me sentía tan cómoda, como si estuviera sobre una nube de algodón, la temperatura era fresca y me llegaba un aroma muy familiar, cómo a flores, cómo a violetas. Sentía que me encontraba en mí habitación, en Lakewood, tal vez todo lo que había pasado en estos últimos días fue una especie de sueño, que se transformó en pesadilla, tal vez nunca fui aceptada en la SSMA y nunca conocí “al ángel y al diablo”. Tenía los ojos cerrados y a cada segundo me sentía más consiente, solo que no quería despegar los parpados, así que abracé una frazada, me acurruqué en ella, no tenía la textura de una cobija y su aroma era cítrico, muy agradable, sabía que no era la fragancia que utilizaría tía Paulette para ponerle a la ropa de cama, ahora que lo pienso era un aroma mucho más masculino, ¡Sí!, olía a hombre. Mis ojos se abrieron de golpe, al hacerlo pude notar que sobre mí había un hermoso cielo de colores azules y rosáceos, una especie de galaxia, estaba salpicado de estrellas, incluso se podía apreciar constelaciones, me pareció maravilloso, tan relajante, se miraba tan cerca que estiré mi mano queriendo alcanzar una brillante estrella.
- ¡Al fin despertaste! – una voz varonil me habló, yo me sobresalté y me incorporé de golpe para quedar sentada. Puede notar que era un lugar espacioso, y que aquello que yo pensé era una galaxia, solo era un proyector de luz que iluminaba el lugar y que se encontraba en la mesa de cristal en el centro de la sala. ¿Dónde estaba?, lo primero que hice fue asegurarme de tener la ropa puesta, ¡sí, estaba vestida!, me encontraba sentada en un sofá negro de piel, sentí algo en mí mano, lo sujeté y observé a detalle, mis ojos saltaron de sus órbitas, no era una frazada, ¡era una camisa de hombre!, la aventé lejos, muy lejos de mí, fue entonces que me di cuenta de que junto a dónde dormía había una mesa de esquina y sobre esta, se encontraba la maceta con las violetas que me había regalado tía Mary, mi corazón se sobresaltó al recordar quién tenía esa maceta, con desesperación volteé hacia dónde anteriormente me habían hablado, cerca del ventanal se encontraba un columpio colgante en forma de capullo y ahí estaba él, sentado y con los pies bien firmes en el suelo, acechándome con esos hermosos ojos que parecían brillar en la media oscuridad, como si fuera un felino que está próximo a cazar una presa.
- ¿Dónde estoy? – le cuestioné mientras me ponía de pie, solo para esconderme detrás del sofá.
- En mí departamento – me hizo saber, lo observé con atención, no creo que su intención fuera hacerme daño y tampoco es como que yo se lo fuera a permitir, tenía una guitarra sobre su regazo, las luces se reflejaban sobre su rostro y cabello, las chicas tenían razón, ¡era un Adonis!, su rostro parecía esculpido por algún dios, “no te dejes impresionar Candy”, me repetí un par de veces.
- ¿Qué hago aquí? – traté de ocultar mi nerviosismo, acomodé mi sudadera y me crucé de brazos.
- Te rescaté – sonrío, mientras rasgueaba las cuerdas de la guitarra, una hermosa melodía comenzó a escucharse, tocaba la guitarra de tal forma que parecía una especie de imán que te atraía hacia sí, lo supe porque empecé a caminar hasta donde él, sus facciones delataban cuanto disfrutaba tocar ese tipo de música, sus ojos aguamarina me miraron mientras yo me aproximaba, esbozó una sonrisa, y con la mirada me invitó a sentarme en el taburete que estaba frente a él, yo quería seguir preguntándole cosas, pero la magia que salía de sus manos al tocar el instrumento terminó por hacerme olvidar todos esos cuestionamientos, la agilidad que tenía en sus dedos era espectacular, de inmediato identifiqué que era música española, en el primer traste había un capo que sustituía la cejilla. Terry cerró los ojos, se sabía las notas de memoria, ¿a los cuántos años empezó a tocar la guitarra, para tener esa agilidad? – me pregunté, después de algunos cuantos acordes más dio el ultimo rasgueo para finalizar la melodía, para ese momento mis emociones estaban a flor de piel, tanto que se me erizaron los vellos del brazo, froté las mangas de la sudadera, como queriendo contener esa sensación. Nunca imaginé que tocara ¡flamenco!, no tiene ese aspecto, más bien yo creí que tocaba Rock o Metal, algo así, por lo visto no terminaría de sorprenderme.
- ¡Qué bien tocas! – no pude evitar decirle, espero no se lo tome como un alago, porque no lo era, ¿o sí?, sentí que la sangre se me subió a las mejillas.
- Gracias – dejó la guitarra en la otra mesa que estaba junto al columpio, ¿cuántas mesas tiene? – roncabas mucho, así que preferí acallar ese sonido con la guitarra – dijo muy serio, aunque en el fondo creo que se está burlando de mí.
- ¿Yo no ronco? – casi grité y me puse de pie.
- ¡Ah! – se acomodó en el columpio, cruzó la pierna – te equivocas – trató de sonar formal – todas las personas roncamos, es una acción natural del cuerpo – se estaba aguantando las ganas de carcajearse, lo noté porque apretaba los dientes – aunque unos más que otros – se puso de pie – como es tú caso, roncas más – al fin soltó la risa, ¡dios, hasta su risa es encantadora y contagiosa!, yo me puse en modo furioso - ¡vamos Chicago, es broma! – se puso de pie y caminó hacia lo que era la cocina.
- ¿Qué hago aquí? – le di la vuelta al tema de los ronquidos, estaba que me moría de vergüenza, ¿qué tal que si ronqué tan fuerte?
- Ya te lo dije – se acercó al refrigerador, lo abrió y sacó una botella de agua – ¡te rescaté! – se agachó y de una de las puertas que estaban en lo que era una barra que dividía la cocina del comedor, tomó dos vasos de vidrio y sirvió el agua – toma – arrastró el vaso por la barra de color negro – anda bebe – casi me ordenó, él agarró su vaso y empezó a beber.
- ¿Cómo llegué aquí? – cuestioné con toda la seriedad posible, tenía los brazos cruzados y el ceño fruncido.
- En mis brazos – explicó al tiempo que abría un poco los brazos, luego dejo el vaso vació.
- ¿En tus brazos? – me exalté ante la respuesta – no puede ser posible – él entornó los ojos parecía que no le gustaban los cuestionamientos, pero se topó con una persona muy preguntona.
- Ibas vagabundeando por la calle – comenzó a relatar – por “casualidad” – remarcó la última palabra, como para dejar en claro que no me iba siguiendo, cosa que dudo – te vi, hablabas con alguien y de repente te desmayaste – se humedeció los labios – si no hubiera corrido para sostenerte ahorita estarías en la sala de urgencias de algún hospital, con varios puntos en la frente – me dijo con cierto tono de preocupación – no podía dejarte tirada ahí en la calle – añadió – así que lo único que se me ocurrió fue traerte a mí departamento – sus palabras parecían sinceras, y eso me hizo sentir mal, creo que no era justo mi comportamiento.
- ¡Gracias! – dije en voz baja, pero con claridad para que él me escuchara – pero creo que es hora de que me vaya – miré al suelo y luego di la vuelta, no quería convertirme en una molestia para nadie.
- ¿No pensarás volver a dormir en el árbol? – sus palabras hicieron que me detuviera, no respondí nada, porque realmente no sabía que responder ya que no tenía ni la menor idea de a dónde ir.
- Mira… - titubeó – lo que te dije en la escuela era verdad – me sobresalté – puedes quedarte aquí, el tiempo que sea necesario – expresó con cierto nerviosismo, yo seguí sin responder – al menos esta noche – me propuso – ya pasan de las nueve, el Campus está cerrado y es peligroso que andes por ahí… sola – me volví para mirarlo.
- Gracias de nuevo – fue lo único que atiné a decir, mis ojos se cristalizaron.
- Por favor no vayas a llorar – respondió un poco contrariado, lo noté en su expresión corporal – que te parece sí te preparo la ducha, te bañas y te relajas mientras yo hago la cena. Asentí con la cabeza, él fue a su recámara, yo me senté en uno de los bancos altos que estaban frente a la barra, tomé el vaso de agua y le di un gran trago, en ese momento sonó mi teléfono, miré el identificador, era mi tía Mary, no podía dejar de responderle así que contesté.
- ¡Hola tía! – estaba más tranquila y se notaba en mí voz – bien, bastante bien, andaba algo ocupada hace un rato – por su tono de voz, noté que estaba preocupada por dónde me estaré hospedando, no podía decirle que me robaron todo el dinero que me dieron para sobrevivir un mes – sí, tía estoy bien, tuve que quedarme en un hotel, pero ya encontré alojamiento – le mentí, espero me crea – sí, está bien, mándame las otras maletas – no me quedó más que pedirle eso para que dejara de preocuparse – no, no, mejor mándalas directo a la oficina de paquetería, yo voy a recogerlas – no tenía una dirección que darle – me la paso en la escuela, es muy demandante y no hay quién las pueda recibir – me dolía mentirle a tía Mary, en ese momento apareció el “Adonis” – tía voy a bañarme – murmuré, no quería que a ese chico se le vinieran pensamientos… raros – igual, cuídate mucho, salúdame a tía Paulette… las extraño y las quiero mucho – dije para finalizar la llamada.
- El baño está listo – Terry me hizo saber, yo me puse de pie, él me guío a su recámara, me alegraba tanto que hubiese un baño ahí, tendría algo de privacidad, cerró la puerta y yo me encargué de ponerle el seguro, no creo que sea un fisgón, pero más vale, mi mochila estaba sobre un reposet en piel color negro.
- ¿Acaso está obsesionado con los muebles de piel? – me dije a mí misma – tantos muebles para una sola persona se me hacen innecesarios – dije pensando en lo grande y lujoso que era su departamento, sobre la gran cama estaba una toalla y una bata de baño, también sandalias para baño, por cierto, demasiado grandes para mí, abrí la puerta y me quedé admirada de lo pulcro que estaba el cuarto de baño, todo era como el departamento un estilo… mmm como le dicen - ¡ah, sí!, minimalista – colgué la toalla y la bata en los ganchos que estaban junto a la ducha, abrí el cancel opaco, sentí que mi alma iba al cielo cuando vi que había una tina con agua caliente, me quité la ropa y no dudé en meterme, el agua estaba tan cálida y tenía un agradable aroma, supongo que puso sales, no eran florales, sino cítricas, no tan intensas ni masculinas. Me relajé y disfruté el baño, tomé el jabón y froté mi piel, se sentía tan bien y luego el champú en mí cabello, en verdad estaba muy agradecida con ese “joven diablo”, me reí de pensar en el sobrenombre que le puse y que me guardaría en secreto. Cuando finalmente el agua casi se enfrío, decidí a terminar el baño, me enjuagué el cuerpo y me sequé, me encontraba en su habitación buscando un pantalón holgado para ponerme, entre la poca ropa que llevaba, me estaba vistiendo cuando repentinamente sentí algo peludo en mis pies descalzos, miré al suelo y vi una bola de pelos grisáceos - ¡ahhhhh! – no pude evitar lanzar un grito, en ese momento escuché cómo por fuera le quitaron el seguro a la puerta, yo estaba en ropa interior y la bata muy lejos de mí, me quité la toalla de la cabeza y me cubrí el cuerpo.
- ¿Qué pasó? – Terry había entrado asustado, me miró y casi de inmediato desvió la vista, sus mejillas se sonrojaron, aunque no creo que tanto como las mías.
- ¡Hay una rata! – mis piernas temblaban, señalé a dónde había visto al roedor.
- ¿Rata? – en ese momento vi como el animal se subía por sus pantalones y camisa, hasta llegar a su hombro, me equivoqué, no era una rata si no una ardilla.
- Vístete – me ordenó, sin más salió de la recámara y cerró la puerta.
- ¿Qué diablos? – yo estaba anonadada por lo que acaba de ver. Ya no quise analizar más la situación, me dediqué a vestirme lo más rápido que pude, me cepillé el cabello y lo sujeté en una coleta, tía Mary siempre me regaña por hacer lo mismo cada que me baño, ahora ella no está para reprimirme. Aún abrumada salí de la habitación por el bochornoso momento que había pasado, Terry estaba en la cocina, los aromas que se desprendían de lo que cocinaba me hicieron casi babear, tenía bastante hambre.
- Terminaste – me miró de reojo, creo que él también estaba apenado por haber entrado de tal manera, pero no era todo era su culpa, quién me manda a gritar como histérica… bueno había un roedor en la habitación y yo le temo a las ratas.
- ¡Sí! – bajé la manga de mí blusa con la otra mano – gracias – me quedé quieta en el mismo lugar.
- ¡Ven, la cena esta lista! – me pidió que me acercara, en unos platos de cerámica blanca y cuadrados sirvió en cada uno un pedazo de pechuga de pollo asada, junto a una apetecible ensalada, en unos platos más pequeños había pasta al pesto. Me senté en un banco alto frente a la barra, él abrió el refrigerador, en los vasos de vidrio puso hielo y refresco de cola, en medio había un recipiente pequeño con algunas nueces. Entonces recordé a la ardilla.
- ¿Cómo es que tienes una ardilla? – le cuestioné, en ese momento el animalito subió a la barra y se postró frente a mí, como si supiera que estaba hablando de él.
- Es una larga historia – suspiró, luego se sentó en un banco alto quedando frente a mí – algún día te la contaré – comenzó a comer la pasta – ¿no piensas comer? – me miró y alzó una ceja interrogante.
- ¡Claro! – me sentía cohibida y no sabía por qué, tomé un cubierto, iba a tomar una porción de ensalada.
- ¡No, no, no! – él me quitó el plato de enfrente – esta es la comida de Clint, sonrió, yo me quedé boquiabierta – lo tuyo son las nueces – puso el recipiente con las semillas frente a mí, no sé qué cara puse, pero él se comenzó a carcajear. Y yo tal cual irritable estaba empecé a reclamarle sus bromas, no, yo no podría convivir con alguien así. Aunque debo de confesarlo, este chico “diablo”, me está haciendo la vida más fácil en esta ciudad, en este lugar tan lejano dónde me hace falta un amigo.
CONTINUARÁ…