Hace un par de noche que el jefe de la mafia no conciliaba el sueño, pues algo mas que la batalla que se avecinaba en cuestión de hora ese habia convertidora el motivo de su insomnio. Era algo que lo tenia intranquilo por lo que hizo que sus queridas mafiosas se reunieran a horas tan tempranas de la mañana para discutir lo que había escuchado en el teatro: ¡Querían reemplazarlo!
Cilenita al escuchar esto saltó de su asiento con la firme intención de hacer entrar en razón como solo ella sabia al traidor de Robert Hathaway, Igzell la secundaba y dejó ver su fiel cuchilla rusa, pero Gezabel las detuvo al expresarle al orgulloso e intranquilo jefe de la mafia que a lo mejor todo se trataba de un mal entendido, y que esa excitación que, lo asaltaban cada vez que las fechas de la gran guerra se acercaba, lo habian hecho escuchar mal, finalizando su monologo con un abrazo que el jefe correspondió, con ello dejándolo un poco mas tranquilo, tanto que este cayó rendido en los brazos de Morfeo, no sin antes despachar a cada una a sus aposentos y extendiéndoles sus disculpas y su agradecimiento a las chicas.
Como si hubiera sido todo armado, las tres jovenes se reunieron en el jardín trasero donde destaparon una tumba donde se hallaban un arsenal de armas de todo tipo que las mafiosas tenían por si preparadas por si debían hacer misiones a las espaldas de su amado jefe, misma que se abría y se acomodaba por si sola con tan solo un «clic».
Cada una tomó las armas que mejor se ajustaban a su personalidad y modo de proceder.
Ninguna medió palabra, no se vio necesario ya que el objetivo era claro: La compañía Hathaway esa misma mañana caería, y ellas reconstruirían una nueva camuflada bajo el mismo nombre para que el jefe no se viera afectado; solo esperaban ser lo suficientemente rápidas para llegar mucho antes de que el jefe de la mafia Terrytana se despertara y así llegar a tiempo a la gran guerra que las mantendrían ocupadas por todo un mes.