Buenos días!!! Gracias por seguir leyendo, y por sus comentarios. A continuación les comparto el capitulo 3! Espero les guste.
Capitulos Anteriores:
Introduccion https://www.elainecandy.com/t27836-albertmania-fanfic-still-as-ever-introduccion-video-opening
Prologo: https://www.elainecandy.com/t27892-albertmania-fanfic-still-as-ever-prologo
Capitulo Uno: https://www.elainecandy.com/t27961-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-1#454074
Capitulo Dos: https://www.elainecandy.com/t28053-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-2#456189[/center]
Pero no corrió.
Se acercó a la encimera, y llenando la olla de nuevo, dijo hablando rápidamente:
- ¡No! ¡No veo a la tía abuela desde el año pasado cuando me invitaste a celebrar mi cumpleaños en Chicago con los niños del hogar! Andrés dijo lo que dijo, porque Annie, Patty y yo estábamos comentando una entrevista tuya que publicaron hace años y …
Albert se colocó a su lado cruzado de brazos e interrumpiéndola, dijo:
- ¿Una entrevista mía? – descruzó los brazos y se auto contestó: - ¡Ah! ¡Esa que tía me hizo conceder para aclarar las cosas que Neil dijo durante mi presentación en sociedad! ¡Que yo era un vagabundo!... y todo eso. Pero cuando me preguntaron si tenía novia, dije que no. ¿Acaso la revista publicó que si?
- ¡No! ¡No! – exclamó negando con las manos mirándolo de frente y mientras llevaba la olla hasta la estufa continúo diciendo: – ellos publicaron lo que dijiste. Pero como te decía, la entrevista es de hace un tiempo, así que nos estábamos preguntando si aún sería así, y eso fue todo.
- Oh… entiendo. - musitó y agregó sonriendo: - Menos mal te pregunté antes. Ya me estaba planteando irme a Chicago para reclamarle a tía Elroy que anduviera inventando cosas. – se apoyó en la encimera y agregó en tono quejoso: - Ahora se le ha metido en la cabeza que debo casarme pronto.
Candy sintió unas ligeras cosquillas de alivio en las mejillas al entender que no tenía novia. Pero a la vez sintió agite en su pecho al pensar que ya le exigían matrimonio. Encendiendo la estufa, dejó escapar la pregunta:
- ¿Y cuándo planeas casarte?
- Nunca. – soltó sonriendo divertido.
- ¡¿Cómo que nunca?! – exclamó boquiabierta girándose hacia él.
Albert sonrió, y se peinó hacía atrás con los dedos.
- Ya sabes como soy. Encuentro más atractivo pasar el tiempo pensando en que destino escoger para irme de vacaciones.
A Candy le alegró escucharlo decir eso. Pero para recordarse a sí misma que no sería así para siempre, pensó en voz alta:
- Pero vas a tener que casarte tarde o temprano.
- ¡No! ¡No me tortures recordándomelo! – exclamó sonriendo y cuando sus miradas se encontraron su corazón susurró: “ni haciéndome recordar que no podrá ser contigo.” Carraspeó y deseando ahuyentar esos pensamientos agregó: - mejor dime, ¿qué te parece irnos de viaje como regalo tardío de cumpleaños?
- ¡¿Un viaje?! – exclamó emocionada y nerviosa.
- Sí. Ya sabes que te mencioné en una carta que me gustaría que me acompañaras en mi próximo viaje. Y como tomaré un mes de vacaciones a partir del quince de junio, se me ocurrió volver a Republica Dominicana esta vez para hacer turismo contigo. ¡Es una isla caribeña preciosa donde puedes disfrutar tanto del mar, como de ríos y montañas! ¡Te va a encantar!
- ¡Oh! ¡Qué emoción!– exclamó dando una palmada, y con ojos brillantes soltó la pregunta: - ¿es donde estuviste cuando fuiste a África?
Albert sonrió y en tono bromista dijo:
- Algo me dice que no prestabas atención en clases de geografía.
- Yo sí. Pero nunca me hablaron de esa isla. ¿Es Europea?
Sonriendo, Albert refutó:
- Estoy seguro que en el colegio te dijeron que Republica Dominicana, es una isla del archipiélago de las Antillas Mayores que fue descubierta por Cristóbal Colon en 1492, y que en aquellas tierras vivió su hijo, Diego Colón, quien mandó a construir un palacio virreinal, que ha sido registrado en la historia como el primer palacio fortificado construido en el Nuevo Mundo. Así como también te debieron haber dicho que en Santo Domingo, su capital, se encuentran la primera Catedral, y la primera universidad, construidas en América.
- ¡Oh! Yo creía que la primera universidad de América fue construida en Estados Unidos. – dijo rascándose la cabeza.
- Pues no jovencita. Es como yo le acabo de decir. La Real y Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino, hoy Universidad Autónoma de Santo Domingo, primada de América, fue fundada el 28 de octubre de 1538, en Santo Domingo, República Dominicana, por orden del Papa Paulo II.
Candy sonrió y dijo:
- ¡Ya! ¡Me queda claro que tu si prestabas atención! Seguro si me lo dijeron, pero a mí no me gustaba estudiar historia, porque las fechas y nombres siempre se me enredaban.
Albert soltó una ligera carcajada, luego sonriendo dijo:
- Tengo que confesar, que más que estudiando, lo aprendí mientras hice un seminario de finanzas allí. Y la buena noticia para ti es que mientras paseamos por la isla, tú también aprenderás sin estudiar sobre su fascinante historia.
- ¡Qué bien! ¡Gracias por invitarme! – exclamó abrazándolo.
Por un segundo, Albert sintió que su corazón se saltó un latido.
Aquel abrazo, a diferencia de todos los que habían compartido desde que se conocían, disparó su sistema nervioso. No fue capaz de rodearla con sus brazos, temiendo que ella pudiera sentir el intenso palpitar de su corazón. La agarró por los hombros, y la separó despacio de sí.
- Yo… tengo que irme. – dijo con voz ronca, dando un paso atrás.
- ¡¿Tan pronto?! – exclamó incapaz de ocultar su asombro.
Literalmente, acababa de llegar.
Albert esquivó su mirada mientras una vocecita interna le preguntaba: “¿Qué excusa vas a dar para irte a menos de cinco minutos de llegar?” Y se turbó. Se preguntó mentalmente porque se sentía tan nervioso de repente. No tenía palabras. Solo sabía que quería huir. Como huyó cuando vivió con ella en Chicago, y al recuperar la memoria, se dio cuenta que se había enamorado de ella. Aquella vez, estuvo fuertemente tentado a fingir amnesia para siempre y quedarse con ella, pero ¿cómo podía? Albert el desmemoriado quizás no tuviera conciencia. Pero él, William Andrew, sí y debía regresar con su familia. Además ella era Candy. La dulce niña que había acogido bajo el seno de su familia y la adorable jovencita que le repitió una y otra vez que lo consideraba su “mejor amigo” y decía quererlo “como un hermano.” Incluso una vez le contestó una carta en la que si bien mencionó que aún le costaba creer que él era su príncipe de la colina, y que estaba feliz de tenerlo en su vida, también le agradeció que cuidara de ella y la protegiera como lo haría un padre, y firmó: “tu hija Candy.” Eso debió ser suficiente para matar todas sus ilusiones, y creyó que así había sido mientras intercambiaban cartas contándose su día a día con toda confianza, sin embargo, allí estaba, preguntándose qué pasaría si daba un paso hacia ella, rodeaba su cintura cubierta por su vestido blanco de flores rosadas, y buscaba sus labios. “¡No! ¡Basta!” se gritó mentalmente.
Miró hacía la ventana, y señalando hacía allí, improvisó.
- Sí… todas esas nubes grises son aviso de que lloverá pronto, y es peligroso conducir bajo la lluvia, y más de noche.
Candy reconoció que tenía razón. Aun así, poseída por un incontrolable deseo de retrasar su partida con voz apagada dijo:
- Pero al menos quédate hasta la cena.
- Me gustaría, pero no puedo. Tengo que irme.
De repente, Candy sonrió y cruzándose de brazos dijo:
- Me temo que no tienes más opción que quedarte.
Albert escuchó el suave murmulló del agua siendo arrastrada por el viento, y mirando hacía la ventana susurró:
- ¡Válgame Dios!
Llovía torrencialmente.
Tuvo que quedarse.
***
Diez días pasaron.
El lunes trece de Junio a las nueve de la mañana, George llegó al hogar de Pony en busca de Candy para llevarla a la mansión Andrew en Lakewood, donde la esperaba Albert, porque en dos días se irían de viaje. Cuando llegó a la mansión cerca del mediodía, le dijeron que él estaba en una reunión y decidiendo saludarlo más tarde, había subido a la habitación que siempre ocupaba cuando lo visitaba. Sintiéndose cansada de las casi tres horas de camino, se había recostado en la cama y cuando empezaba a quedarse dormida, escuchó el ruido de motores alejándose, así que se levantó, se acercó a la ventana, y al ver que los dos señores se iban, sonriendo susurró:
- ¡Por fin se van!
Apenas vio como ellos atravesaban el portal, giró sobre sus talones, se alisó el pelo con un cepillo, alisó con las manos su falta amarilla con círculos blancos y salió de la habitación. Caminó por el pasillo tarareando una melodía. Cuando llegó a la biblioteca, encontró la puerta abierta, pero no entró inmediatamente porque escuchó a Albert gritar al teléfono: “… ¡¿Lo haces por inútil, o para fastidiarme?! ¡No importa lo urgente que hayan dicho que era, no debiste enviarlos a mi casa!“… “¡Deja de excusarte! ¡No tienes razón!” y colgó. Luego se quitó las gafas, las tiró sobre el escritorio, y respirando profundo, caminó hasta el ventanal con vista a su jardín.
Candy miró su amplia espalda hipnotizada, imaginando que se acercaba a él, le preguntaba cariñosamente con quien había discutido por teléfono, y él le decía que no era nada importante, y la abrazaba agradeciéndole su preocupación mientras la mecía en sus brazos.
Su pulso se aceleró, y se llevó la mano al pecho incapaz de dar un paso hacia él. “¡Vamos! ¡Candy! ¡Contrólate!” se dijo apretando los puños. Cerró los ojos, y se cuestionó mentalmente: “¿Qué tengo que hacer para dejar de ponerme nerviosa al pensar en él?” abrió los ojos, y se gritó: “¡Todo es culpa de Annie y Patty!” Lo miró otra vez, y se dijo: “No. En realidad todo cambió desde que él pasó la noche en el hogar de Pony.”
Aquella noche, diez días atrás, él había decidido esperar que la lluvia cesara para marcharse sin imaginar que llovería toda la noche, y se ofreció a ayudarla a preparar la cena. Aunque esa noche le tocaba prepararla a la señorita Pony, Candy aceptó encantada su ofrecimiento, y después de llevarle té a Annie y Patty, se quedó con él en la cocina. Después de cenar, mientras ella y Patty lavaban los platos, él se había sentado en la sala y contó cuentos a los niños que lo escucharon entusiasmados. Al terminar de lavar los platos, Patty dijo que se haría a dormir, y al regresar a la sala, Candy encontró a Albert sentado en el mueble, con Luna en brazos, mientras le cantaba una canción que decía: “Imagina tantas cosas que podrías ser y hacer, y visitar lugares que jamás soñaste. Imaginar nos hace sonreír.” Y ella había imaginado que estaba en la sala de la mansión de Lakewood, que él le cantaba a una niña rubia y ella le preguntaba: “¿ya se durmió mi bebé?” En ese momento Luna la vio, y susurró: “Candy” ella salió de su ensoñación, y al cruzar mirada con él su corazón dio un vuelco que casi saltaba por su garganta. “Supongo que es porque estoy feliz de verlo después de tanto tiempo” se había dicho, mientras tomaba a la niña en brazos temblando de nervios, y agradeció que él dijera que se iría a dormir, porque estaba cansado. Ella se había ido a su habitación diciéndose que aquel nerviosismo desaparecería en cuanto se acostara, pero aquella noche soñó con él, y no un sueño conversando mientras caminaban por la colina o el jardín de Lakewood como solía ser siempre que él la visitaba en sueños, sino uno en donde él la acorralaba en un rincón de la cocina del hogar de Pony, y se inclinaba hacía ella buscando sus labios, mientras ella cerraba los ojos anhelando que la besara. Había despertado antes de que sucediera, y frustrada y medio dormida aun, “porque debía estar dormida aun” se había dicho, había tirado la almohada contra la ventana, gritando: “¡Albert eres tan lento!” logrando espantar a Patty con quien compartía habitación, desde que ella se ofreció a trabajar como profesora en el hogar de Pony. Pensar en ese sueño, le imposibilitó sostener la mirada de Albert mientras se despedía de él a la mañana siguiente. Y aunque se dijo firmemente que no pensaría más en ese sueño, no pudo evitar tener otros parecidos, y suponía que la causa había sido, porque cuando le mencionó a sus amigas que Albert la había invitado al Caribe, Annie, después de recordarle que ella había viajado al hogar de Pony para pasar unos días con ella y Patty, le dijo: “Pero entiendo que irte al caribe a conquistar a tu príncipe de la colina es prioridad.” Ella negó rotundamente tener esas intenciones, pero sus sueños le daban un vistazo de las placenteras sensaciones que experimentaría si lograba conquistarlo.
- ¡Ay Dios! – musitó abanicándose con la mano, escapando de sus pensamientos.
Albert la escuchó, y se dio media vuelta.
- Oh… ¡Candy! ¡Ya estás aquí! – musitó dibujando una sonrisa.
Candy sonrió con nerviosismo y acercándose a él dijo:
- Ho… Hola… sí. Llegué hace un momento.
Él la abrazó, y manteniéndola en sus brazos, dijo:
- Lamento no haber podido recibirte inmediatamente cuando llegaste. – interrumpió el abrazo y agregó: - Estaba en una inesperada reunión gracias a Neil.
- ¿Con el discutías por teléfono? – preguntó entendiendo porque parecía tan molesto antes.
Neil era experto en provocar esas reacciones en la gente.
- ¡Oh…! ¿Así pareció? - musitó esbozando una sonrisa, y rascándose la nuca explicó: - en realidad si me incomodé bastante porque hace una semana llamaron a Chicago desde una empresa de Houston para solicitar que les vendiera estas tierras…
- ¿Qué? ¿Vas a vender esta casa? – preguntó dando un paso atrás.
Él sonrió y contestó:
- No. Pero ellos quieren comprarla para construir una planta eléctrica, y me enojé con Neil porque él sabe que yo rechacé la venta. Pero porque ellos les dijeron que querían hablar conmigo urgentemente porque doblarían la oferta, a él se le ocurrió decirles que yo estaba en Lakewood y los envió aquí.
- ¡Ese Neil es un caso serio! ¡Qué bueno que no aceptaste! Porque no aceptaste, ¿cierto? – preguntó agarrando su antebrazo.
Albert sonrió, y poniendo una mano sobre la suya dijo:
- No Candy. No acepté. Y hablando de cosas más agradables, me alegro que ya estés aquí. – señaló a la mesa de centro del juego de muebles y dijo: - En cuanto termine de revisar esos documentos, nos iremos a almorzar y luego a comprar todo lo que necesitaremos para nuestro viaje.
- ¡Oh excelente! – susurró soltando su mano, y sintiendo un ligero cosquilleo en ella, dijo: - mientras trabajas, yo curiosearé un poco entre tus libros. Necesito que me prestes algunos para leer en el barco.
- Oh si, tomas todos los que gustes. – dijo sonriéndole.
- Eso pretendo. – contestó sacándole la punta de la lengua, y dando media vuelta, se dirigió hacia los estantes sonriendo.
Sonriendo feliz, Albert regresó a su asiento y se concentró en su trabajo. O trató. Porque ser consciente de que Candy estaba allí lo distraía, aunque ella se movía en silencio, él se descubría siguiéndola con la mirada. En un momento, la miró y la encontró hojeando un folder azul marino. Recordando que contenía sus certificados de talleres y seminarios en Finanzas y Economía sonrió y preguntó:
- ¿Encontraste un libro interesante?
Ella sonrió e intercambiando certificados, contestó:
- ¡Sí! ¡Descubrí que eras un estudiante brillante! ¡Todos tus diplomas tienen menciones honorificas!
- Dale las gracias a tía Elroy, y sus “¡si no obtienes notas sobresalientes, no te doy dinero para tus vacaciones!”
- ¡Vaya motivación eficiente! – exclamó riendo con ganas. Cerró el folder y se dispuso a colocarlo donde estaba, debajo de varios cuadernos. En su intento de ubicarlo en el mismo lugar del cual lo tomó, contó ocho cuadernos porque estaba después del octavo, y mientras mantuvo la fila levantada, tocó con el codo un pequeño cofre de madera que estaba cerca y se cayó. De él rodó una foto. - ¡Ups! ¡Lo siento! – susurró Candy mirando a Albert, descubriendo que él había vuelto a concentrarse en los documentos que revisaba. Después de acomodar el folder en su lugar, se agachó a recoger lo que estaba en el suelo. Dentro del cofre permanecieron varios sobres perfectamente acomodados. Ella tomó la foto y sonrió al reconocer a Albert con barbas, entre las cuatro personas que estaban en ella. él cargaba en sus brazos a un niño rubio que debía tener unos cuatro o cinco años. A su lado había una chica de larga y rubia cabellera, y junto a ella, un joven de rizos rubios. Aunque la foto era a blanco y negro, era evidente que todos eran rubios, y también fue evidente que estaban en el hogar de Pony, frente a la capilla, como era años atrás antes de que Albert hiciera remodelaciones en el hogar. Giró la foto y leyó en voz baja la leyenda: “Diciembre 1894. Navidad, hogar de Pony junto a Annie y James Sanford.” Candy miró a Albert trabajar, volvió a girar la foto de frente y mirando al señor barbudo, susurró: - la foto es vieja. Pero este señor se parece mucho a Albert, ¿acaso era su papá? – estuvo segura de que sí. Pero buscando confirmación se acercó a él y le preguntó directamente: - Albert, ¿ese señor era tu padre?
Albert se acomodó las gafas y en cuanto agarró la foto sonrió.
- Así es, él era mi padre. El niño en sus brazos soy yo – dijo acariciando su pequeño rostro y borrando su sonrisa, frunció el ceño y susurró: - y esas personas…
- Detrás dice que se llaman Annie y James Sandford. ¿Son parientes tuyos?
Albert sintió taquicardia. Miró a la mujer, y respirando agitadamente se quitó las gafas, y musitó:
- No los volví a ver nunca más. – la foto resbaló de su mano, y con la mirada perdida susurró tenso: - …ese hombre, ¿yo lo maté?
- Continuará -
Se acercó a la encimera, y llenando la olla de nuevo, dijo hablando rápidamente:
- ¡No! ¡No veo a la tía abuela desde el año pasado cuando me invitaste a celebrar mi cumpleaños en Chicago con los niños del hogar! Andrés dijo lo que dijo, porque Annie, Patty y yo estábamos comentando una entrevista tuya que publicaron hace años y …
Albert se colocó a su lado cruzado de brazos e interrumpiéndola, dijo:
- ¿Una entrevista mía? – descruzó los brazos y se auto contestó: - ¡Ah! ¡Esa que tía me hizo conceder para aclarar las cosas que Neil dijo durante mi presentación en sociedad! ¡Que yo era un vagabundo!... y todo eso. Pero cuando me preguntaron si tenía novia, dije que no. ¿Acaso la revista publicó que si?
- ¡No! ¡No! – exclamó negando con las manos mirándolo de frente y mientras llevaba la olla hasta la estufa continúo diciendo: – ellos publicaron lo que dijiste. Pero como te decía, la entrevista es de hace un tiempo, así que nos estábamos preguntando si aún sería así, y eso fue todo.
- Oh… entiendo. - musitó y agregó sonriendo: - Menos mal te pregunté antes. Ya me estaba planteando irme a Chicago para reclamarle a tía Elroy que anduviera inventando cosas. – se apoyó en la encimera y agregó en tono quejoso: - Ahora se le ha metido en la cabeza que debo casarme pronto.
Candy sintió unas ligeras cosquillas de alivio en las mejillas al entender que no tenía novia. Pero a la vez sintió agite en su pecho al pensar que ya le exigían matrimonio. Encendiendo la estufa, dejó escapar la pregunta:
- ¿Y cuándo planeas casarte?
- Nunca. – soltó sonriendo divertido.
- ¡¿Cómo que nunca?! – exclamó boquiabierta girándose hacia él.
Albert sonrió, y se peinó hacía atrás con los dedos.
- Ya sabes como soy. Encuentro más atractivo pasar el tiempo pensando en que destino escoger para irme de vacaciones.
A Candy le alegró escucharlo decir eso. Pero para recordarse a sí misma que no sería así para siempre, pensó en voz alta:
- Pero vas a tener que casarte tarde o temprano.
- ¡No! ¡No me tortures recordándomelo! – exclamó sonriendo y cuando sus miradas se encontraron su corazón susurró: “ni haciéndome recordar que no podrá ser contigo.” Carraspeó y deseando ahuyentar esos pensamientos agregó: - mejor dime, ¿qué te parece irnos de viaje como regalo tardío de cumpleaños?
- ¡¿Un viaje?! – exclamó emocionada y nerviosa.
- Sí. Ya sabes que te mencioné en una carta que me gustaría que me acompañaras en mi próximo viaje. Y como tomaré un mes de vacaciones a partir del quince de junio, se me ocurrió volver a Republica Dominicana esta vez para hacer turismo contigo. ¡Es una isla caribeña preciosa donde puedes disfrutar tanto del mar, como de ríos y montañas! ¡Te va a encantar!
- ¡Oh! ¡Qué emoción!– exclamó dando una palmada, y con ojos brillantes soltó la pregunta: - ¿es donde estuviste cuando fuiste a África?
Albert sonrió y en tono bromista dijo:
- Algo me dice que no prestabas atención en clases de geografía.
- Yo sí. Pero nunca me hablaron de esa isla. ¿Es Europea?
Sonriendo, Albert refutó:
- Estoy seguro que en el colegio te dijeron que Republica Dominicana, es una isla del archipiélago de las Antillas Mayores que fue descubierta por Cristóbal Colon en 1492, y que en aquellas tierras vivió su hijo, Diego Colón, quien mandó a construir un palacio virreinal, que ha sido registrado en la historia como el primer palacio fortificado construido en el Nuevo Mundo. Así como también te debieron haber dicho que en Santo Domingo, su capital, se encuentran la primera Catedral, y la primera universidad, construidas en América.
- ¡Oh! Yo creía que la primera universidad de América fue construida en Estados Unidos. – dijo rascándose la cabeza.
- Pues no jovencita. Es como yo le acabo de decir. La Real y Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino, hoy Universidad Autónoma de Santo Domingo, primada de América, fue fundada el 28 de octubre de 1538, en Santo Domingo, República Dominicana, por orden del Papa Paulo II.
Candy sonrió y dijo:
- ¡Ya! ¡Me queda claro que tu si prestabas atención! Seguro si me lo dijeron, pero a mí no me gustaba estudiar historia, porque las fechas y nombres siempre se me enredaban.
Albert soltó una ligera carcajada, luego sonriendo dijo:
- Tengo que confesar, que más que estudiando, lo aprendí mientras hice un seminario de finanzas allí. Y la buena noticia para ti es que mientras paseamos por la isla, tú también aprenderás sin estudiar sobre su fascinante historia.
- ¡Qué bien! ¡Gracias por invitarme! – exclamó abrazándolo.
Por un segundo, Albert sintió que su corazón se saltó un latido.
Aquel abrazo, a diferencia de todos los que habían compartido desde que se conocían, disparó su sistema nervioso. No fue capaz de rodearla con sus brazos, temiendo que ella pudiera sentir el intenso palpitar de su corazón. La agarró por los hombros, y la separó despacio de sí.
- Yo… tengo que irme. – dijo con voz ronca, dando un paso atrás.
- ¡¿Tan pronto?! – exclamó incapaz de ocultar su asombro.
Literalmente, acababa de llegar.
Albert esquivó su mirada mientras una vocecita interna le preguntaba: “¿Qué excusa vas a dar para irte a menos de cinco minutos de llegar?” Y se turbó. Se preguntó mentalmente porque se sentía tan nervioso de repente. No tenía palabras. Solo sabía que quería huir. Como huyó cuando vivió con ella en Chicago, y al recuperar la memoria, se dio cuenta que se había enamorado de ella. Aquella vez, estuvo fuertemente tentado a fingir amnesia para siempre y quedarse con ella, pero ¿cómo podía? Albert el desmemoriado quizás no tuviera conciencia. Pero él, William Andrew, sí y debía regresar con su familia. Además ella era Candy. La dulce niña que había acogido bajo el seno de su familia y la adorable jovencita que le repitió una y otra vez que lo consideraba su “mejor amigo” y decía quererlo “como un hermano.” Incluso una vez le contestó una carta en la que si bien mencionó que aún le costaba creer que él era su príncipe de la colina, y que estaba feliz de tenerlo en su vida, también le agradeció que cuidara de ella y la protegiera como lo haría un padre, y firmó: “tu hija Candy.” Eso debió ser suficiente para matar todas sus ilusiones, y creyó que así había sido mientras intercambiaban cartas contándose su día a día con toda confianza, sin embargo, allí estaba, preguntándose qué pasaría si daba un paso hacia ella, rodeaba su cintura cubierta por su vestido blanco de flores rosadas, y buscaba sus labios. “¡No! ¡Basta!” se gritó mentalmente.
Miró hacía la ventana, y señalando hacía allí, improvisó.
- Sí… todas esas nubes grises son aviso de que lloverá pronto, y es peligroso conducir bajo la lluvia, y más de noche.
Candy reconoció que tenía razón. Aun así, poseída por un incontrolable deseo de retrasar su partida con voz apagada dijo:
- Pero al menos quédate hasta la cena.
- Me gustaría, pero no puedo. Tengo que irme.
De repente, Candy sonrió y cruzándose de brazos dijo:
- Me temo que no tienes más opción que quedarte.
Albert escuchó el suave murmulló del agua siendo arrastrada por el viento, y mirando hacía la ventana susurró:
- ¡Válgame Dios!
Llovía torrencialmente.
Tuvo que quedarse.
***
Diez días pasaron.
El lunes trece de Junio a las nueve de la mañana, George llegó al hogar de Pony en busca de Candy para llevarla a la mansión Andrew en Lakewood, donde la esperaba Albert, porque en dos días se irían de viaje. Cuando llegó a la mansión cerca del mediodía, le dijeron que él estaba en una reunión y decidiendo saludarlo más tarde, había subido a la habitación que siempre ocupaba cuando lo visitaba. Sintiéndose cansada de las casi tres horas de camino, se había recostado en la cama y cuando empezaba a quedarse dormida, escuchó el ruido de motores alejándose, así que se levantó, se acercó a la ventana, y al ver que los dos señores se iban, sonriendo susurró:
- ¡Por fin se van!
Apenas vio como ellos atravesaban el portal, giró sobre sus talones, se alisó el pelo con un cepillo, alisó con las manos su falta amarilla con círculos blancos y salió de la habitación. Caminó por el pasillo tarareando una melodía. Cuando llegó a la biblioteca, encontró la puerta abierta, pero no entró inmediatamente porque escuchó a Albert gritar al teléfono: “… ¡¿Lo haces por inútil, o para fastidiarme?! ¡No importa lo urgente que hayan dicho que era, no debiste enviarlos a mi casa!“… “¡Deja de excusarte! ¡No tienes razón!” y colgó. Luego se quitó las gafas, las tiró sobre el escritorio, y respirando profundo, caminó hasta el ventanal con vista a su jardín.
Candy miró su amplia espalda hipnotizada, imaginando que se acercaba a él, le preguntaba cariñosamente con quien había discutido por teléfono, y él le decía que no era nada importante, y la abrazaba agradeciéndole su preocupación mientras la mecía en sus brazos.
Su pulso se aceleró, y se llevó la mano al pecho incapaz de dar un paso hacia él. “¡Vamos! ¡Candy! ¡Contrólate!” se dijo apretando los puños. Cerró los ojos, y se cuestionó mentalmente: “¿Qué tengo que hacer para dejar de ponerme nerviosa al pensar en él?” abrió los ojos, y se gritó: “¡Todo es culpa de Annie y Patty!” Lo miró otra vez, y se dijo: “No. En realidad todo cambió desde que él pasó la noche en el hogar de Pony.”
Aquella noche, diez días atrás, él había decidido esperar que la lluvia cesara para marcharse sin imaginar que llovería toda la noche, y se ofreció a ayudarla a preparar la cena. Aunque esa noche le tocaba prepararla a la señorita Pony, Candy aceptó encantada su ofrecimiento, y después de llevarle té a Annie y Patty, se quedó con él en la cocina. Después de cenar, mientras ella y Patty lavaban los platos, él se había sentado en la sala y contó cuentos a los niños que lo escucharon entusiasmados. Al terminar de lavar los platos, Patty dijo que se haría a dormir, y al regresar a la sala, Candy encontró a Albert sentado en el mueble, con Luna en brazos, mientras le cantaba una canción que decía: “Imagina tantas cosas que podrías ser y hacer, y visitar lugares que jamás soñaste. Imaginar nos hace sonreír.” Y ella había imaginado que estaba en la sala de la mansión de Lakewood, que él le cantaba a una niña rubia y ella le preguntaba: “¿ya se durmió mi bebé?” En ese momento Luna la vio, y susurró: “Candy” ella salió de su ensoñación, y al cruzar mirada con él su corazón dio un vuelco que casi saltaba por su garganta. “Supongo que es porque estoy feliz de verlo después de tanto tiempo” se había dicho, mientras tomaba a la niña en brazos temblando de nervios, y agradeció que él dijera que se iría a dormir, porque estaba cansado. Ella se había ido a su habitación diciéndose que aquel nerviosismo desaparecería en cuanto se acostara, pero aquella noche soñó con él, y no un sueño conversando mientras caminaban por la colina o el jardín de Lakewood como solía ser siempre que él la visitaba en sueños, sino uno en donde él la acorralaba en un rincón de la cocina del hogar de Pony, y se inclinaba hacía ella buscando sus labios, mientras ella cerraba los ojos anhelando que la besara. Había despertado antes de que sucediera, y frustrada y medio dormida aun, “porque debía estar dormida aun” se había dicho, había tirado la almohada contra la ventana, gritando: “¡Albert eres tan lento!” logrando espantar a Patty con quien compartía habitación, desde que ella se ofreció a trabajar como profesora en el hogar de Pony. Pensar en ese sueño, le imposibilitó sostener la mirada de Albert mientras se despedía de él a la mañana siguiente. Y aunque se dijo firmemente que no pensaría más en ese sueño, no pudo evitar tener otros parecidos, y suponía que la causa había sido, porque cuando le mencionó a sus amigas que Albert la había invitado al Caribe, Annie, después de recordarle que ella había viajado al hogar de Pony para pasar unos días con ella y Patty, le dijo: “Pero entiendo que irte al caribe a conquistar a tu príncipe de la colina es prioridad.” Ella negó rotundamente tener esas intenciones, pero sus sueños le daban un vistazo de las placenteras sensaciones que experimentaría si lograba conquistarlo.
- ¡Ay Dios! – musitó abanicándose con la mano, escapando de sus pensamientos.
Albert la escuchó, y se dio media vuelta.
- Oh… ¡Candy! ¡Ya estás aquí! – musitó dibujando una sonrisa.
Candy sonrió con nerviosismo y acercándose a él dijo:
- Ho… Hola… sí. Llegué hace un momento.
Él la abrazó, y manteniéndola en sus brazos, dijo:
- Lamento no haber podido recibirte inmediatamente cuando llegaste. – interrumpió el abrazo y agregó: - Estaba en una inesperada reunión gracias a Neil.
- ¿Con el discutías por teléfono? – preguntó entendiendo porque parecía tan molesto antes.
Neil era experto en provocar esas reacciones en la gente.
- ¡Oh…! ¿Así pareció? - musitó esbozando una sonrisa, y rascándose la nuca explicó: - en realidad si me incomodé bastante porque hace una semana llamaron a Chicago desde una empresa de Houston para solicitar que les vendiera estas tierras…
- ¿Qué? ¿Vas a vender esta casa? – preguntó dando un paso atrás.
Él sonrió y contestó:
- No. Pero ellos quieren comprarla para construir una planta eléctrica, y me enojé con Neil porque él sabe que yo rechacé la venta. Pero porque ellos les dijeron que querían hablar conmigo urgentemente porque doblarían la oferta, a él se le ocurrió decirles que yo estaba en Lakewood y los envió aquí.
- ¡Ese Neil es un caso serio! ¡Qué bueno que no aceptaste! Porque no aceptaste, ¿cierto? – preguntó agarrando su antebrazo.
Albert sonrió, y poniendo una mano sobre la suya dijo:
- No Candy. No acepté. Y hablando de cosas más agradables, me alegro que ya estés aquí. – señaló a la mesa de centro del juego de muebles y dijo: - En cuanto termine de revisar esos documentos, nos iremos a almorzar y luego a comprar todo lo que necesitaremos para nuestro viaje.
- ¡Oh excelente! – susurró soltando su mano, y sintiendo un ligero cosquilleo en ella, dijo: - mientras trabajas, yo curiosearé un poco entre tus libros. Necesito que me prestes algunos para leer en el barco.
- Oh si, tomas todos los que gustes. – dijo sonriéndole.
- Eso pretendo. – contestó sacándole la punta de la lengua, y dando media vuelta, se dirigió hacia los estantes sonriendo.
Sonriendo feliz, Albert regresó a su asiento y se concentró en su trabajo. O trató. Porque ser consciente de que Candy estaba allí lo distraía, aunque ella se movía en silencio, él se descubría siguiéndola con la mirada. En un momento, la miró y la encontró hojeando un folder azul marino. Recordando que contenía sus certificados de talleres y seminarios en Finanzas y Economía sonrió y preguntó:
- ¿Encontraste un libro interesante?
Ella sonrió e intercambiando certificados, contestó:
- ¡Sí! ¡Descubrí que eras un estudiante brillante! ¡Todos tus diplomas tienen menciones honorificas!
- Dale las gracias a tía Elroy, y sus “¡si no obtienes notas sobresalientes, no te doy dinero para tus vacaciones!”
- ¡Vaya motivación eficiente! – exclamó riendo con ganas. Cerró el folder y se dispuso a colocarlo donde estaba, debajo de varios cuadernos. En su intento de ubicarlo en el mismo lugar del cual lo tomó, contó ocho cuadernos porque estaba después del octavo, y mientras mantuvo la fila levantada, tocó con el codo un pequeño cofre de madera que estaba cerca y se cayó. De él rodó una foto. - ¡Ups! ¡Lo siento! – susurró Candy mirando a Albert, descubriendo que él había vuelto a concentrarse en los documentos que revisaba. Después de acomodar el folder en su lugar, se agachó a recoger lo que estaba en el suelo. Dentro del cofre permanecieron varios sobres perfectamente acomodados. Ella tomó la foto y sonrió al reconocer a Albert con barbas, entre las cuatro personas que estaban en ella. él cargaba en sus brazos a un niño rubio que debía tener unos cuatro o cinco años. A su lado había una chica de larga y rubia cabellera, y junto a ella, un joven de rizos rubios. Aunque la foto era a blanco y negro, era evidente que todos eran rubios, y también fue evidente que estaban en el hogar de Pony, frente a la capilla, como era años atrás antes de que Albert hiciera remodelaciones en el hogar. Giró la foto y leyó en voz baja la leyenda: “Diciembre 1894. Navidad, hogar de Pony junto a Annie y James Sanford.” Candy miró a Albert trabajar, volvió a girar la foto de frente y mirando al señor barbudo, susurró: - la foto es vieja. Pero este señor se parece mucho a Albert, ¿acaso era su papá? – estuvo segura de que sí. Pero buscando confirmación se acercó a él y le preguntó directamente: - Albert, ¿ese señor era tu padre?
Albert se acomodó las gafas y en cuanto agarró la foto sonrió.
- Así es, él era mi padre. El niño en sus brazos soy yo – dijo acariciando su pequeño rostro y borrando su sonrisa, frunció el ceño y susurró: - y esas personas…
- Detrás dice que se llaman Annie y James Sandford. ¿Son parientes tuyos?
Albert sintió taquicardia. Miró a la mujer, y respirando agitadamente se quitó las gafas, y musitó:
- No los volví a ver nunca más. – la foto resbaló de su mano, y con la mirada perdida susurró tenso: - …ese hombre, ¿yo lo maté?
- Continuará -
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Introduccion https://www.elainecandy.com/t27836-albertmania-fanfic-still-as-ever-introduccion-video-opening
Prologo: https://www.elainecandy.com/t27892-albertmania-fanfic-still-as-ever-prologo
Capitulo Uno: https://www.elainecandy.com/t27961-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-1#454074
Capitulo Dos: https://www.elainecandy.com/t28053-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-2#456189[/center]