- ¿Albert, que te pasa? – preguntó Candy más preocupada por como él temblaba, que por sus palabras.
Él volvió a tomar la foto en sus manos y con voz temblorosa, musitó:
- James… Annie… - Clavó la mirada en los ojos de la mujer, y sintiendo sus ojos aguarse, susurró: - ¿Qué les pasó?
Su voz se quebró, y se cubrió el rostro con ambas manos, llorando perturbado por retazos de recuerdos tan fugaces como los destellos de relámpagos. Escuchaba risas, la voz de la mujer de la foto diciéndole: “no estarás solo” mientras él veía un auto fúnebre alejarse. También escuchaba la voz de un hombre gritándole: “¡eres un maldito mocoso malcriado!” Y le llegaban imágenes de él llorando, abrazándose a la mujer de la foto, mientras un hombre de pelo negro se acercaba a él, haciendolo temblar de miedo.
Lloró apretando los puños, afectado por esos recuerdos.
- ¡Albert! – musitó Candy tocando su hombro, y él se abrazó a cintura.
Sin saber que más hacer, ni mucho menos que decir, Candy correspondió al abrazo y empezó a darle ligeras palmadas en su espalda tratando de consolarlo. Pero Albert seguía llorando mientras revivía en su memoria escenas de su pasado.
(Mayo 1898…)
En la biblioteca de la mansión Andrew en Lakewood, él estaba sentado en un gran sofá color carmesí, cantando mientras aplaudía y chocaba palmas una y otra vez con una mujer rubia y de ojos celestes.
“Las cortinas del palacio, ¡cio!… son de terciopelo azul, ¡zul! ¡Zul! Y entre cortes y cortinas, ¡nas! Va pasando un andaluz…
Él había dejado de cantar y aplaudir, y curioso preguntó:
- Tía Annie, ¿Qué es un andaluz?
Ella le acarició tiernamente la cabeza y contestó:
- Así le llaman a los habitantes de una ciudad española, que se llama Andalucía.
Él sonrió mostrando las ventanitas en sus encías producto de la mudanza de sus dientes y dijo:
- Ah… pensé que eran ángeles.
Ella sonrió, y en ese momento llamaron a la puerta. Era Marta, una joven de pelo castaño, que trabajaba en la mansión como nana de Anthony.
- Disculpe señora, ya que el niño Anthony durmió la siesta con usted esta tarde, he venido a preguntarle, ¿De casualidad la manta azul se encuentra en su habitación?
- Oh es posible. Iré a confirmar. – miró a Albert y sonriendo le dijo: - espérame aquí un momento corazón. Regreso enseguida.
Ella salió con la nana, y él se había sentado en el mueble detrás del escritorio. Arrancó una hoja en blanco de una libreta, tomó un bolígrafo, y dibujó un gran árbol de naranjas, debajo del cual, dibujó tres mujeres, dos hombres, dos niños, un perro y un gato. Cuando iba a dibujar el sol, la puerta de la biblioteca se abrió y un hombre de pelo negro entró. Al verlo, Albert soltó el bolígrafo, y con el papel en manos, se puso de pie y dijo:
- Ya me voy señor.
- ¡Ya me voy tío Edward! – dijo el hombre con aspereza tirando del cuello azul de marinerito de su camisa blanca, para apresurarlo a salir.
- Sí, tío Edward. – dijo retorciéndose para escapar de su tirón.
Él hombre lo soltó con brusquedad, y arrebatándole el dibujo, sonrió burlón y dijo:
- ¿Qué es esto? ¡Oh! Déjame adivinar. No estoy en ese precioso retrato familiar. – miró la hoja y agregó: - ¡ah! ¡No tengo que esforzarme mucho! Pusiste los nombres a ver… Rosmery, Tía Annie, Tía Elroy, Tío James, ¡Oh! ¿Este soy yo? ¡Ah no! Tío George. Y esta pequeña bolita sin gracia: “Anthony” – sonrió y dijo: - y esta personita que parece un chimpancé, ¡obviamente eres tú! – dobló el papel y dijo: - debo decir que eres fiel haciendo autorretratos, porque eres tal cual te dibujaste, un monito trepador de árboles, bueno para nada.
- Deme mi dibujo, por favor. – dijo extendiéndole la mano.
- ¿Cómo se dice? – preguntó levantando el papel doblado en alto.
- Tío Edward, por favor deme mi dibujo.
Él hizo ademán de entregárselo, y retirando la mano antes de que lo tomara, le dijo:
- Deberías irte acostumbrando a llamarme papá, ya que me casaré muy pronto con tu tía Elroy, y tal como ella desea, me encargaré de enderezar tu camino, para que no seas un vagabundo como lo fue tu padre.
- Mi papá no era un vagabundo. – protestó a la defensiva.
- ¡Los adultos no se contradicen! – gritó seguido de una bofetada, que lo hizo llorar enseguida y agarrándolo por un brazo, lo sacudió y dijo: - ¡Y no llores! ¡Los hombres no lloran! - lo soltó de pronto y continuó burlón: - ¡Ja! ¿Qué digo hombre? ¡Si eres un maldito mocoso malcriado! Pero ya verás, ¡yo voy a enderezar tú camino! Te enviaré a un colegio de varones y ya veremos si aprenderás o no a ser un hombre de bien.
- Rosmery dijo que no me iré de aquí. – hipó, esforzándose en contener las lágrimas.
Edward pellizcó sus labios y gruñó:
- ¡Te he dicho que no me contradigas muchachito!
- ¡Ay! – se quejó tocándose su labio inferior, sintiendo ardor, esforzándose en no llorar como le fue ordenado.
Edward lo agarró por la barbilla, y haciéndolo mirarlo a los ojos, le dijo:
- Aunque ella diga que no, tú querida hermana solo está esperando que tu tía se case conmigo, para irse con su marido y su hijo y dejarte a nuestro cuidado. Y cuando eso suceda, - dándole palmadas en su mejilla derecha dijo: - vas a tener unos padres que te van a convertir en alguien digno de cargar el apellido Andrew. Ni tu tía, ni yo, permitiremos que imites las pendejadas que hacía tu padre. No vas a desperdiciar el dinero viajando por el mundo, ni regalándoselo a los pobres, como hacía el estúpido William.
- Mi papá no era estúpido. Él era bueno. - sollozó dejando caer gruesas gotas de lágrimas.
- Un bueno para nada. – dijo riéndosele en la cara, y en tono burlón agregó: - o bueno sí, hizo algo bueno. Obtuvo la inmensa fortuna que yo voy a disfrutar como se debe.
En ese momento la puerta se abrió. Annie estaba de regreso, y al verla, Albert corrió hacia ella inmediatamente y entre sollozos rogó:
- ¡Tía Annie! ¡Lléveme con usted y tío James! ¡Por favor!
- ¿Qué pasa cariño? – preguntó acariciando su rubia cabeza.
Albert señaló a Edward y agregó:
- ¡Él quiere mandarme lejos! ¡Y no quiero! ¡Por favor! ¡Lléveme con usted!
Edward sonrió y dijo:
- ¡Este niño! Todo lo que hice fue regañarlo porque estaba jugando con el papel que se usa para las cartas oficiales.
- ¡Me pegó tía! ¡él es malo! – sollozó Albert apretando fuerte la falda blanca estampada de flores rosadas que ella usaba.
Annie lo separó despacio de sí, y lo miró a la cara, aparte de su rostro bañado en lágrimas, notó la marca rojiza de dedos grabados en su pálida mejilla, vio un puntito de sangre en su labio inferior y el fuego de la ira se encendió dentro de su alma. Su mirada se topó con un moretón en su brazo derecho, y conteniendo a duras penas las ganas de acercarse a Edward y caerle a bofetadas, le dijo:
- Esto no se va a quedar así. – le acarició la mejilla a Albert, y susurró: - Ya no llores cariño. Todo estará bien. Vamos.
Abrió la puerta, pero Edward tiró de su pelo hacía dentro, sin soltarla, cerró la puerta y mostrando una navaja, gruñó:
- ¡Tú no vas a arruinar mis planes!
- ¡¿Se ha vuelto loco?! – exclamó mirando el arma blanca.
- ¡Tía! – gritó Albert al mismo tiempo.
Edward señaló a Albert con la navaja, y le dijo:
- ¡Cállate! ¡O caerás “accidentalmente” junto a ella por el balcón!
- ¡No! – musitó Annie, y agregó: - deja que él se vaya.
- ¡No! ¡Dejaré que vea lo que le puede pasar, si abre la boca! – dijo mientras caminaba con ella hacía el amplio ventanal de cristal que dirigía al balcón. Pasó el filo de la navaja por el vientre de Annie, y sonriendo burlón dijo: - ¡Es una lástima que morirás sin conocer a tu bebé! ¡Debiste hacerte la ciega!
Giró la manilla que cerraba la ventana y antes de que pudiera empujarla para abrirla, recibió un golpe en la cabeza de una lámpara voladora, seguido del grito:
- ¡Suéltela!
- ¡Idiota! – gritó mirando a Albert temblando detrás de él, quien fue que lanzó la lámpara.
Aprovechando ese momento de distracción, Annie le dio un golpe en la muñeca logrando que la navaja se le cayera inmediatamente. Al segundo, ella se giró y le clavó las uñas en los ojos.
- ¡Corre Albert! ¡Llama a alguien! – gritó mientras ejercía presión en las cuencas de los ojos de Edward.
- ¡De aquí no sale nadie! – gruñó Edward empujando a Annie.
Albert salió de la biblioteca.
- ¡Rose! ¡Tía Elroy! – gritaba mientras corría por el pasillo, mirando hacia atrás y al ver a Edward correr tras él, se paralizó y dando pequeños pasos atrás rogó: - ¡No me pegue señor!
Edward esbozó una sonrisa malévola y cargándolo en sus brazos se acercó a la barandilla de los escalones y dijo:
- No te pegaré. Esta vez, todos creerán que el monito de la familia se cayó al trepar por las escaleras.
- ¡Dios santo! ¡¿Qué estás haciendo Edward?! – gritó Elroy, desde el pie de las escaleras.
Su mirada fue de Elroy, a George, y a James que aparecieron desde el comedor. Al ver que los dos hombres subían las escaleras, gritó:
- ¡No se acerquen, o lo mato! ¡Quédense todos donde están!
- ¡Tía! ¡Ayúdame! – lloraba Albert, con sus piernas volando.
- ¡No puede ser! – susurró Elroy llevándose la mano al pecho.
- ¡Edward! ¡No cometas un error! ¡Entréganos al niño! - exclamó George.
Edward acercó a Albert a su pecho, y exclamó:
- ¡No cometan errores ustedes! Si quieren que se los devuelva sano y salvo, tendrán que pagarme por él.
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Te daré cualquier cosa! ¡Pero no lastimes a William! ¡Por favor! – exclamó Elroy.
- ¡Tía Elroy! – gritó Albert desesperado.
- ¡¿Me darán cualquier cosa?! ¿Algo así como cinco millones de dólares, y esta casa? – preguntó sonriendo burlón.
- ¡Todo lo que quieras!, pero dame a mi niño. ¡Por favor! – lloró Elroy moviendo los brazos.
Edward cargó a Albert en sus brazos, y dijo:
- Voy a pensar en su ofrecimiento. Por ahora me llevaré al niño y cuando piense bien en qué quiero, les avisaré. Háganse a un lado, y no intenten arrebatármelo, o correrá su sangre.
Dicho eso, se acercó a los escalones.
- ¡No quiero irme! ¡No quiero! – gritó Albert pataleando en sus brazos.
- ¡No! – gritaron todos.
Edward dio media vuelta y pisó en falso con el talón, cayendo hacía atrás. Albert escuchó una mezcla de “¡William!” y “¡Albert!” mientras todo se ponía negro a su alrededor.
Su último recuerdo de ese anochecer, fue haber entreabierto los ojos y ver a Edward tirado al pie de la escalera, y un charco de sangre alrededor de su cabeza.
Interrumpió su abrazo con Candy, y apoyando los codos en el escritorio, apoyó la cabeza en sus manos, y sollozó:
- ¡Me dijeron que había sido un sueño, y lo creí! ¡Me dijeron que James y Annie se fueron sin despedirse, porque su barco salía en la madrugada!, ¡Y lo creí! ¡Dios mío! – se estrujó la cara desesperado y musitó: - ¿Será que esa mujer murió ese día y no me lo quisieron decir? Como tampoco me quisieron decir que maté a Edward.
- Seguro si fue un sueño Albert. Tu no serías capaz de matar ni siquiera a una mosca. – susurró Candy, segura de ello.
Él suspiró, se puso de pie y caminando hasta el ventanal, dijo:
- No fue un sueño. Tía Elroy enviudó antes de que yo naciera y cuando vino a Estados Unidos con mi padre, conoció a un hombre con él que se iba a volver a casar. Mientras papá vivía, ese hombre actuaba como si fuera a ser un tío político cariñoso, pero cuando papá murió, se transformó en un monstruo. Recuerdo que mientras yo veía el auto fúnebre alejarse con el cuerpo sin vida de mi padre, lloré, y él se acercó a decirme que los hombres no lloraban, y que no me preocupara porque él cuidaría de mí, y sustituiría a mi padre. Lloré más, revelado ante la idea de tener un nuevo padre, y recuerdo que desde entonces, me regañaba y me pegaba constantemente.
- ¿La señora Elroy permitía que te pegara? – preguntó incrédula, parándose a su lado.
Él se giró y mirándola dijo con su voz cargada de tristeza:
- Supongo que tanto ella como mi hermana, pensaban que él tenía razones para hacerlo. – se acercó al escritorio y tomando la foto nuevamente dijo: - en cambio esta mujer, le dije una sola vez que él me pegaba y se enfrentó a él. – miró hacía el ventanal y dijo: - la última vez que la vi, ella estaba junto a esa ventana, forcejeando con él, mientras yo corría a buscar ayuda porque él quería tirarla por el balcón. – miró hacía la puerta, y sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas mientras resumió: - él me siguió, me atrapó, intentó tirarme por las escaleras. Luego dijo que me llevaría con él y pediría dinero, entonces lo empujé y se murió. – miró a Candy a los ojos, y anunció: - lo maté Candy.
Candy no supo en que momento del relato había empezado a llorar, pero estaba llorando. Conmovida, lo abrazó y susurró:
- No lo mataste Albert. Fue un accidente.
Albert interrumpió el abrazo y mirándola a los ojos, preguntó:
- ¿Cómo puede ser un accidente, si yo lo empujé?
- En esa situación, te estabas defendiendo… y estoy segura que no pretendías que se muriera cuando lo empujaste.
- Tal vez sí. Porque lo odiaba. – dijo afligido.
Candy agarró sus manos y dijo:
- Estoy segura de que no. Eras un niño, estabas asustado, hasta yo lo hubiera empujado por las escaleras en una situación así, y soy una adulta a quien la ley juzgaría esa acción como “en defensa propia.” Así que no te culpes, ni te golpees tan duro. Eras un niño.
George apareció en ese momento. La puerta estaba abierta. Ambos lo miraron mientras él se acercaba diciendo:
- Albert, Dorothy necesita saber si almorzaras fuera o... - frunció el ceño y bajando la voz, preguntó: - ¿Qué pasó?
Albert soltó las manos de Candy. Se acercó a George a grandes zancadas con la foto en manos, y dijo:
- Qué bueno que subiste. Necesito que me digas, ¿qué pasó con Annie y James, la noche en que maté a Edward?
- ¿De qué estás hablando? – preguntó George desconcertado.
- ¡Del día que empujé al prometido de Tía Elroy por las escaleras de está mansión, cuando él intentó secuestrarme, y matar a esta mujer! – dijo alterado mostrándole la foto, y mientras George la observaba, agregó: - ¡Acabo de recordarlo todo y sé que estabas ahí! ¡No finjas que no sabes de qué o quienes te estoy hablando!
George lo miró a los ojos, y dijo:
- Sé de quienes me estás hablando, pero no entiendo que te hace pensar que mataste a Edward Miller esa noche.
Albert lo miró confundido.
- Continuará -
Él volvió a tomar la foto en sus manos y con voz temblorosa, musitó:
- James… Annie… - Clavó la mirada en los ojos de la mujer, y sintiendo sus ojos aguarse, susurró: - ¿Qué les pasó?
Su voz se quebró, y se cubrió el rostro con ambas manos, llorando perturbado por retazos de recuerdos tan fugaces como los destellos de relámpagos. Escuchaba risas, la voz de la mujer de la foto diciéndole: “no estarás solo” mientras él veía un auto fúnebre alejarse. También escuchaba la voz de un hombre gritándole: “¡eres un maldito mocoso malcriado!” Y le llegaban imágenes de él llorando, abrazándose a la mujer de la foto, mientras un hombre de pelo negro se acercaba a él, haciendolo temblar de miedo.
Lloró apretando los puños, afectado por esos recuerdos.
- ¡Albert! – musitó Candy tocando su hombro, y él se abrazó a cintura.
Sin saber que más hacer, ni mucho menos que decir, Candy correspondió al abrazo y empezó a darle ligeras palmadas en su espalda tratando de consolarlo. Pero Albert seguía llorando mientras revivía en su memoria escenas de su pasado.
(Mayo 1898…)
En la biblioteca de la mansión Andrew en Lakewood, él estaba sentado en un gran sofá color carmesí, cantando mientras aplaudía y chocaba palmas una y otra vez con una mujer rubia y de ojos celestes.
“Las cortinas del palacio, ¡cio!… son de terciopelo azul, ¡zul! ¡Zul! Y entre cortes y cortinas, ¡nas! Va pasando un andaluz…
Él había dejado de cantar y aplaudir, y curioso preguntó:
- Tía Annie, ¿Qué es un andaluz?
Ella le acarició tiernamente la cabeza y contestó:
- Así le llaman a los habitantes de una ciudad española, que se llama Andalucía.
Él sonrió mostrando las ventanitas en sus encías producto de la mudanza de sus dientes y dijo:
- Ah… pensé que eran ángeles.
Ella sonrió, y en ese momento llamaron a la puerta. Era Marta, una joven de pelo castaño, que trabajaba en la mansión como nana de Anthony.
- Disculpe señora, ya que el niño Anthony durmió la siesta con usted esta tarde, he venido a preguntarle, ¿De casualidad la manta azul se encuentra en su habitación?
- Oh es posible. Iré a confirmar. – miró a Albert y sonriendo le dijo: - espérame aquí un momento corazón. Regreso enseguida.
Ella salió con la nana, y él se había sentado en el mueble detrás del escritorio. Arrancó una hoja en blanco de una libreta, tomó un bolígrafo, y dibujó un gran árbol de naranjas, debajo del cual, dibujó tres mujeres, dos hombres, dos niños, un perro y un gato. Cuando iba a dibujar el sol, la puerta de la biblioteca se abrió y un hombre de pelo negro entró. Al verlo, Albert soltó el bolígrafo, y con el papel en manos, se puso de pie y dijo:
- Ya me voy señor.
- ¡Ya me voy tío Edward! – dijo el hombre con aspereza tirando del cuello azul de marinerito de su camisa blanca, para apresurarlo a salir.
- Sí, tío Edward. – dijo retorciéndose para escapar de su tirón.
Él hombre lo soltó con brusquedad, y arrebatándole el dibujo, sonrió burlón y dijo:
- ¿Qué es esto? ¡Oh! Déjame adivinar. No estoy en ese precioso retrato familiar. – miró la hoja y agregó: - ¡ah! ¡No tengo que esforzarme mucho! Pusiste los nombres a ver… Rosmery, Tía Annie, Tía Elroy, Tío James, ¡Oh! ¿Este soy yo? ¡Ah no! Tío George. Y esta pequeña bolita sin gracia: “Anthony” – sonrió y dijo: - y esta personita que parece un chimpancé, ¡obviamente eres tú! – dobló el papel y dijo: - debo decir que eres fiel haciendo autorretratos, porque eres tal cual te dibujaste, un monito trepador de árboles, bueno para nada.
- Deme mi dibujo, por favor. – dijo extendiéndole la mano.
- ¿Cómo se dice? – preguntó levantando el papel doblado en alto.
- Tío Edward, por favor deme mi dibujo.
Él hizo ademán de entregárselo, y retirando la mano antes de que lo tomara, le dijo:
- Deberías irte acostumbrando a llamarme papá, ya que me casaré muy pronto con tu tía Elroy, y tal como ella desea, me encargaré de enderezar tu camino, para que no seas un vagabundo como lo fue tu padre.
- Mi papá no era un vagabundo. – protestó a la defensiva.
- ¡Los adultos no se contradicen! – gritó seguido de una bofetada, que lo hizo llorar enseguida y agarrándolo por un brazo, lo sacudió y dijo: - ¡Y no llores! ¡Los hombres no lloran! - lo soltó de pronto y continuó burlón: - ¡Ja! ¿Qué digo hombre? ¡Si eres un maldito mocoso malcriado! Pero ya verás, ¡yo voy a enderezar tú camino! Te enviaré a un colegio de varones y ya veremos si aprenderás o no a ser un hombre de bien.
- Rosmery dijo que no me iré de aquí. – hipó, esforzándose en contener las lágrimas.
Edward pellizcó sus labios y gruñó:
- ¡Te he dicho que no me contradigas muchachito!
- ¡Ay! – se quejó tocándose su labio inferior, sintiendo ardor, esforzándose en no llorar como le fue ordenado.
Edward lo agarró por la barbilla, y haciéndolo mirarlo a los ojos, le dijo:
- Aunque ella diga que no, tú querida hermana solo está esperando que tu tía se case conmigo, para irse con su marido y su hijo y dejarte a nuestro cuidado. Y cuando eso suceda, - dándole palmadas en su mejilla derecha dijo: - vas a tener unos padres que te van a convertir en alguien digno de cargar el apellido Andrew. Ni tu tía, ni yo, permitiremos que imites las pendejadas que hacía tu padre. No vas a desperdiciar el dinero viajando por el mundo, ni regalándoselo a los pobres, como hacía el estúpido William.
- Mi papá no era estúpido. Él era bueno. - sollozó dejando caer gruesas gotas de lágrimas.
- Un bueno para nada. – dijo riéndosele en la cara, y en tono burlón agregó: - o bueno sí, hizo algo bueno. Obtuvo la inmensa fortuna que yo voy a disfrutar como se debe.
En ese momento la puerta se abrió. Annie estaba de regreso, y al verla, Albert corrió hacia ella inmediatamente y entre sollozos rogó:
- ¡Tía Annie! ¡Lléveme con usted y tío James! ¡Por favor!
- ¿Qué pasa cariño? – preguntó acariciando su rubia cabeza.
Albert señaló a Edward y agregó:
- ¡Él quiere mandarme lejos! ¡Y no quiero! ¡Por favor! ¡Lléveme con usted!
Edward sonrió y dijo:
- ¡Este niño! Todo lo que hice fue regañarlo porque estaba jugando con el papel que se usa para las cartas oficiales.
- ¡Me pegó tía! ¡él es malo! – sollozó Albert apretando fuerte la falda blanca estampada de flores rosadas que ella usaba.
Annie lo separó despacio de sí, y lo miró a la cara, aparte de su rostro bañado en lágrimas, notó la marca rojiza de dedos grabados en su pálida mejilla, vio un puntito de sangre en su labio inferior y el fuego de la ira se encendió dentro de su alma. Su mirada se topó con un moretón en su brazo derecho, y conteniendo a duras penas las ganas de acercarse a Edward y caerle a bofetadas, le dijo:
- Esto no se va a quedar así. – le acarició la mejilla a Albert, y susurró: - Ya no llores cariño. Todo estará bien. Vamos.
Abrió la puerta, pero Edward tiró de su pelo hacía dentro, sin soltarla, cerró la puerta y mostrando una navaja, gruñó:
- ¡Tú no vas a arruinar mis planes!
- ¡¿Se ha vuelto loco?! – exclamó mirando el arma blanca.
- ¡Tía! – gritó Albert al mismo tiempo.
Edward señaló a Albert con la navaja, y le dijo:
- ¡Cállate! ¡O caerás “accidentalmente” junto a ella por el balcón!
- ¡No! – musitó Annie, y agregó: - deja que él se vaya.
- ¡No! ¡Dejaré que vea lo que le puede pasar, si abre la boca! – dijo mientras caminaba con ella hacía el amplio ventanal de cristal que dirigía al balcón. Pasó el filo de la navaja por el vientre de Annie, y sonriendo burlón dijo: - ¡Es una lástima que morirás sin conocer a tu bebé! ¡Debiste hacerte la ciega!
Giró la manilla que cerraba la ventana y antes de que pudiera empujarla para abrirla, recibió un golpe en la cabeza de una lámpara voladora, seguido del grito:
- ¡Suéltela!
- ¡Idiota! – gritó mirando a Albert temblando detrás de él, quien fue que lanzó la lámpara.
Aprovechando ese momento de distracción, Annie le dio un golpe en la muñeca logrando que la navaja se le cayera inmediatamente. Al segundo, ella se giró y le clavó las uñas en los ojos.
- ¡Corre Albert! ¡Llama a alguien! – gritó mientras ejercía presión en las cuencas de los ojos de Edward.
- ¡De aquí no sale nadie! – gruñó Edward empujando a Annie.
Albert salió de la biblioteca.
- ¡Rose! ¡Tía Elroy! – gritaba mientras corría por el pasillo, mirando hacia atrás y al ver a Edward correr tras él, se paralizó y dando pequeños pasos atrás rogó: - ¡No me pegue señor!
Edward esbozó una sonrisa malévola y cargándolo en sus brazos se acercó a la barandilla de los escalones y dijo:
- No te pegaré. Esta vez, todos creerán que el monito de la familia se cayó al trepar por las escaleras.
- ¡Dios santo! ¡¿Qué estás haciendo Edward?! – gritó Elroy, desde el pie de las escaleras.
Su mirada fue de Elroy, a George, y a James que aparecieron desde el comedor. Al ver que los dos hombres subían las escaleras, gritó:
- ¡No se acerquen, o lo mato! ¡Quédense todos donde están!
- ¡Tía! ¡Ayúdame! – lloraba Albert, con sus piernas volando.
- ¡No puede ser! – susurró Elroy llevándose la mano al pecho.
- ¡Edward! ¡No cometas un error! ¡Entréganos al niño! - exclamó George.
Edward acercó a Albert a su pecho, y exclamó:
- ¡No cometan errores ustedes! Si quieren que se los devuelva sano y salvo, tendrán que pagarme por él.
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Te daré cualquier cosa! ¡Pero no lastimes a William! ¡Por favor! – exclamó Elroy.
- ¡Tía Elroy! – gritó Albert desesperado.
- ¡¿Me darán cualquier cosa?! ¿Algo así como cinco millones de dólares, y esta casa? – preguntó sonriendo burlón.
- ¡Todo lo que quieras!, pero dame a mi niño. ¡Por favor! – lloró Elroy moviendo los brazos.
Edward cargó a Albert en sus brazos, y dijo:
- Voy a pensar en su ofrecimiento. Por ahora me llevaré al niño y cuando piense bien en qué quiero, les avisaré. Háganse a un lado, y no intenten arrebatármelo, o correrá su sangre.
Dicho eso, se acercó a los escalones.
- ¡No quiero irme! ¡No quiero! – gritó Albert pataleando en sus brazos.
- ¡No! – gritaron todos.
Edward dio media vuelta y pisó en falso con el talón, cayendo hacía atrás. Albert escuchó una mezcla de “¡William!” y “¡Albert!” mientras todo se ponía negro a su alrededor.
Su último recuerdo de ese anochecer, fue haber entreabierto los ojos y ver a Edward tirado al pie de la escalera, y un charco de sangre alrededor de su cabeza.
Interrumpió su abrazo con Candy, y apoyando los codos en el escritorio, apoyó la cabeza en sus manos, y sollozó:
- ¡Me dijeron que había sido un sueño, y lo creí! ¡Me dijeron que James y Annie se fueron sin despedirse, porque su barco salía en la madrugada!, ¡Y lo creí! ¡Dios mío! – se estrujó la cara desesperado y musitó: - ¿Será que esa mujer murió ese día y no me lo quisieron decir? Como tampoco me quisieron decir que maté a Edward.
- Seguro si fue un sueño Albert. Tu no serías capaz de matar ni siquiera a una mosca. – susurró Candy, segura de ello.
Él suspiró, se puso de pie y caminando hasta el ventanal, dijo:
- No fue un sueño. Tía Elroy enviudó antes de que yo naciera y cuando vino a Estados Unidos con mi padre, conoció a un hombre con él que se iba a volver a casar. Mientras papá vivía, ese hombre actuaba como si fuera a ser un tío político cariñoso, pero cuando papá murió, se transformó en un monstruo. Recuerdo que mientras yo veía el auto fúnebre alejarse con el cuerpo sin vida de mi padre, lloré, y él se acercó a decirme que los hombres no lloraban, y que no me preocupara porque él cuidaría de mí, y sustituiría a mi padre. Lloré más, revelado ante la idea de tener un nuevo padre, y recuerdo que desde entonces, me regañaba y me pegaba constantemente.
- ¿La señora Elroy permitía que te pegara? – preguntó incrédula, parándose a su lado.
Él se giró y mirándola dijo con su voz cargada de tristeza:
- Supongo que tanto ella como mi hermana, pensaban que él tenía razones para hacerlo. – se acercó al escritorio y tomando la foto nuevamente dijo: - en cambio esta mujer, le dije una sola vez que él me pegaba y se enfrentó a él. – miró hacía el ventanal y dijo: - la última vez que la vi, ella estaba junto a esa ventana, forcejeando con él, mientras yo corría a buscar ayuda porque él quería tirarla por el balcón. – miró hacía la puerta, y sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas mientras resumió: - él me siguió, me atrapó, intentó tirarme por las escaleras. Luego dijo que me llevaría con él y pediría dinero, entonces lo empujé y se murió. – miró a Candy a los ojos, y anunció: - lo maté Candy.
Candy no supo en que momento del relato había empezado a llorar, pero estaba llorando. Conmovida, lo abrazó y susurró:
- No lo mataste Albert. Fue un accidente.
Albert interrumpió el abrazo y mirándola a los ojos, preguntó:
- ¿Cómo puede ser un accidente, si yo lo empujé?
- En esa situación, te estabas defendiendo… y estoy segura que no pretendías que se muriera cuando lo empujaste.
- Tal vez sí. Porque lo odiaba. – dijo afligido.
Candy agarró sus manos y dijo:
- Estoy segura de que no. Eras un niño, estabas asustado, hasta yo lo hubiera empujado por las escaleras en una situación así, y soy una adulta a quien la ley juzgaría esa acción como “en defensa propia.” Así que no te culpes, ni te golpees tan duro. Eras un niño.
George apareció en ese momento. La puerta estaba abierta. Ambos lo miraron mientras él se acercaba diciendo:
- Albert, Dorothy necesita saber si almorzaras fuera o... - frunció el ceño y bajando la voz, preguntó: - ¿Qué pasó?
Albert soltó las manos de Candy. Se acercó a George a grandes zancadas con la foto en manos, y dijo:
- Qué bueno que subiste. Necesito que me digas, ¿qué pasó con Annie y James, la noche en que maté a Edward?
- ¿De qué estás hablando? – preguntó George desconcertado.
- ¡Del día que empujé al prometido de Tía Elroy por las escaleras de está mansión, cuando él intentó secuestrarme, y matar a esta mujer! – dijo alterado mostrándole la foto, y mientras George la observaba, agregó: - ¡Acabo de recordarlo todo y sé que estabas ahí! ¡No finjas que no sabes de qué o quienes te estoy hablando!
George lo miró a los ojos, y dijo:
- Sé de quienes me estás hablando, pero no entiendo que te hace pensar que mataste a Edward Miller esa noche.
Albert lo miró confundido.
- Continuará -
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Prologo: https://www.elainecandy.com/t27892-albertmania-fanfic-still-as-ever-prologo
Capitulo Uno: https://www.elainecandy.com/t27961-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-1#454074
Capitulo Dos: https://www.elainecandy.com/t28053-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-2#456189
Capitulo Tres: https://www.elainecandy.com/t28160-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-3#458338