Ante la mirada confusa de Albert, George anunció devolviéndole la foto:
- Él se suicidó en prisión, esa misma noche.
Albert negó con la cabeza y expresó en voz alta el pensamiento:
- ¡Tengo muy claro el recuerdo de haberlo visto desangrándose al pie de la escalera!
George movió la cabeza pensativo, y dijo:
- Creo que estás confundido entre tus recuerdos y tus pesadillas.
Albert siguió negando con la cabeza y exclamó:
- ¡No! ¡No fue una pesadilla! ¡O sea sí! ¡Fue una horrible pesadilla! Pero no fue un sueño. – señaló hacía el ventanal y añadió: - ¡Estoy seguro de que él iba a lanzar a una mujer embarazada por esa ventana! ¡La única mujer que se atrevió a defenderme de los maltratos a los que ese hombre me sometía, mientras ustedes se lo permitían!
- ¡Espera Albert! ¡Veo que estás confundido en muchas cosas!
Albert caminó hasta el amplio sofá negro que ocupaba el lugar donde estuvo el mueble rojo de sus recuerdos, y sentándose dijo:
- ¡Tengo toda la tarde para que me liberes de mis confusiones! Siéntate y aclárame todo.
Aunque deseaba quedarse, Candy consideró que era mejor dejarlos solos, y susurró:
- Iré a ayudar a Dorothy con el almuerzo.
Albert se puso de pie y agarrándola por la muñeca, dijo mientras la llevaba al sofá:
- No. Quédate. Ya escuchaste mi versión de los hechos, escuchemos juntos lo que tiene que decir George.
- De acuerdo. – musitó acomodándose a su lado.
- Bien George. Siéntate y dime. Soy todo oído. – dijo mirándolo.
George tomó uno de los asientos del escritorio, se sentó y con voz calmada dijo:
- Empezaré por aclararte que nadie en la casa Andrew le permitía a Edward maltratarte. Es cierto que te golpeaba, pero lo supimos esa noche, porque antes, tú no decías nada. Incluso cuando la señora Rosmery o la señora Elroy te preguntaban por algún moretón extraño que veían en ti, solías decir que te caíste jugando. Supongo que Edward te amenazaba, y todos creíamos que él no te caía bien porque se creía con el derecho de regañarte cuando hacías travesuras, o prohibirte cosas como jugar en el jardín con tus mascotas.
- Él sentía que tenía derecho a hacer eso, porque tía Elroy y Rosmery se lo permitían. – dijo frio.
- La señora Elroy pensaba que él te hacía ese tipo de correcciones preocupado por tu educación, pero a tu hermana le disgustaba tanto o más que a ti que él se tomara esas atribuciones. Incluso esa noche en la que intentó secuestrarte, durante la cena, discutieron porque él había comentado que alguien le recomendó un colegio internado sacerdotal en Inglaterra que sería bueno para ti. Tú dijiste que no querías ir, y él dijo que eso no podías decidirlo tú. Y ella le dijo: “usted tampoco.” Él insistió diciendo que como sería tu padre al casarse con la señora Elroy, estaba decidiendo lo qué creía era lo mejor para ti, y ella le dijo que nunca sería tu padre, porque tu custodia la mantendrían ella y el señor Vicente Brown, y que mientras ella viviera tú jamás tendrías un padrastro, o una madrastra, porque tenías una hermana mayor que cuidaría de ti. Él le preguntó a la señora Elroy si eso era cierto, y tu hermana tiró los tenedores en la mesa y le dijo textualmente, tuteándolo por primera vez: “¡yo te estoy diciendo que es así! Así que si tus intenciones al casarte con tía Elroy eran convertirte en el padre de Albert, puedes mirar para otro lado, porque eso ¡jamás sucederá! Aun si yo confío en que tía Elroy cuidaría muy bien de mi pequeño hermano, ¡jamás lo dejaría con ella! mientras esté con el hombre que se atrevió a decirle en frente del ataúd de nuestro padre: “no te preocupes, lo olvidarás pronto porque casi no lo veías. Ya verás que yo seré un mejor padre para ti.”
- ¡¿Ese hombre estaba loco?! - preguntó Candy, sorprendida.
Albert sintió frio los hombros y la espalda.
- ¿Qué dijo tía Elroy? – quiso saber, esforzándose en recordar, sin éxito.
George continuó diciendo:
- Después de pronunciar esas palabras, tu hermana se retiró de la mesa, y la señora Annie te invitó a hacer lo mismo junto a ella. Entonces la señora Elroy le dijo a Edward que ella había estado ignorando las señales que indicaban que él estaba obsesionado con la idea de convertirse en tu padre, porque quería creer que las personas que murmuraban que él aspiraba a ocupar tu lugar en las empresas hasta que fueras mayor de edad, solo estaban calumniando. Pero que en ese momento, estaba empezando a creer que tenían razón. Y que como él ya había escuchado de Rosmery, nunca se convertiría en tu padre, y también le anunció que cancelaría la boda, que estaba planeada a realizarse dos días más tarde.
- ¡Oh!... por eso ese hombre me trató peor que nunca ese día.
- Exactamente. Tú sabes lo severa y firme que es la señora Elroy, y ante el intento de Edward de explicarle que esas no eran sus intenciones, ella me ordenó que lo sacara de la casa, y él dijo que se iría, y subió, según dijo, a buscar sus cosas en su habitación.
- Pero entró a la biblioteca… - musitó Albert, y agregó con voz más firme: - ahora estoy seguro de que no le decía a nadie que él me pegaba, pero ¿también estoy equivocado al recordar que lo maté empujándolo por las escaleras?
- Así es. Ni siquiera lo empujaste. Cuando él se dirigió contigo a hacía las escaleras, la señora Rosmery lo atacó por la espalda para quitarle una navaja que él tenía, y la señora Annie te arrebató de los brazos de Edward y en su tiradera por retenerte y forcejeo con ambas mujeres, él pisó en falso con el talón, se tambaleó y cayó, pero esa caía no terminó con su vida.
- ¿Y el charco de sangre que vi? ¡Porque la vi George! – exclamó sintiendo frio en el estómago.
- Ahí es donde digo que quizás sea parte de tus pesadillas, pues él no sangró. O tal vez… - achicó los ojos y dijo: - Es posible que haya sangrado un poco cuando la señora Elroy lo golpeó. Porque él intentó levantarse, y ella tomó una de las pequeñas estatuillas de bronce que estaban en una de las repisas, y le pegó en la cabeza. Pero realmente no corrió tanta sangre. De hecho, siendo totalmente sincero, yo no recuerdo haber visto, aunque puede ser porque junto al señor James, corrí hacia la señora Annie y la señora Rosmery, que estaban arriba contigo.
Albert tragó saliva y bajando la mirada susurró:
- No recuerdo nada de eso.
- Te desmayaste. Y estuviste casi dos horas inconsciente. Cuando despertaste dijiste que tuviste un horrible sueño y contaste todo como si hubiera sido una pesadilla. El doctor que te atendió recomendó que te dejaran creer que así había sido.
- ¿Y decirme que el señor James y la señora Annie se tuvieron que ir porque viajaban temprano, también fue recomendación del doctor? ¿O les sucedió algo malo? - insistió en saber.
- La respuesta a ambas preguntas, es no. La señora Elroy decidió decirte eso, porque poco después de que la policía se llevara a Edward, a la señora Annie se le presentó el parto, y su esposo decidió llevarla a un hospital. La señora Elroy no quiso decírtelo para no preocuparte, además quería hablar con ellos antes de que volvieras a verlos, para advertirles de las recomendaciones del médico, de dejarte creer que lo que había sucedido fue un sueño. Pero no volvimos a saber de ellos, nunca más.
- ¿Por qué?
- No sabemos. Después de esa noche, no volvieron a ponerse en contacto con nosotros.
- ¡Qué raro! – musitó. Un pensamiento paranoico cruzó su mente, y lo dejó salir: - ¿Edward no habrá tenido cómplices que tal vez les hicieron daño?
- No. Como te dije, Edward se suicidó en prisión esa misma noche. Mientras lo esposaban le pidió perdón a Elroy argumentando que hizo lo que hizo desesperado porque estaba a punto de perderlo todo por unas deudas que tenía, y le prometió que si le daba otra oportunidad sería diferente. Ella le contestó escupiéndole la cara, fue la única vez que la he visto escupir en público. Y luego la policía se lo llevó. A la mañana siguiente los oficiales nos informaron que se había ahorcado en su celda en la madrugada.
- ¡Oh! – musitó Albert acariciando su cuello. Miró de uno a otro en la foto, luego miró a George y le preguntó: - Entonces, ¿qué crees habrá pasado con el señor James y la señora Annie?
- Sinceramente no sé. Como ahora comprenderás, después de ese acontecimiento la señora Elroy decidió que era necesario ocultar tu identidad para protegerte, y dos meses más tarde, te enviaron a Escocia a tomar clases particulares con el príncipe Guillermo. Yo fui a llevarte, y en el palacio me encontré con el conde Arturo que estaba en una reunión y le pregunté por el señor James suponiendo que habría regresado a Escocia, y me respondió que debía estar en algún lugar del mundo aprendiendo medicina natural, pues él era doctor, y quería visitar diferentes culturas para ampliar sus conocimientos, y supuse que así debió ser. Porque de hecho, aquella última vez que estuvieron aquí, acababan de regresar de Costa Rica.
- ¿Eran escoceses? – preguntó sorprendido.
- La señora Annie era estadounidenses. El señor James era escoses. De hecho, su padre es el conde de Forfarshire, Arturo Sandford.
- ¡Oh! ¡Entonces si le escribo al conde, podré ubicar el paradero de ellos! – exclamó con mirada brillante.
- No te lo garantizo, porque el conde lo desheredó y dijo que lo consideraba muerto, cuando él decidió dedicarse a la medicina en lugar de a los negocios familiares. Incluso se enemistó con tu padre porque le brindó trabajo y techo al joven James, cuando vino a estudiar a Estados Unidos.
- ¡Oh! - musitó Albert.
- Tal vez la señorita Pony sepa algo. – intervino Candy.
Albert y George la miraron al mismo tiempo.
- ¿La señorita Paulina? – preguntó George.
- Lo digo porque en la foto ellos están en el hogar de Pony. Supongo que ella los conocía, ¿no? – preguntó mirando a Albert.
Pero contestó George.
- No. Ellos fueron al hogar de Pony esa sola vez acompañando al señor Andrew a realizar unas donaciones.
- ¡Ah! Entiendo. – musitó Candy mirando a George.
Albert carraspeó y dijo:
- Como ha pasado mucho tiempo, quizás su padre lo perdonó, y ahora él está en Escocia. Por favor investígame sobre eso George. Me gustaría saber que ha sido de ellos. – se acarició el pecho y añadió: - esa mujer me salvó la vida, y me gustaría volver a verla al menos una vez, y darle las gracias que debí darle cuando era niño.
- De acuerdo. Hoy mismo empezaré a trabajar en ello. – dijo poniéndose en pie.
- ¡Gracias George! – exclamó Albert levantándose también y abrazándolo, dijo en tono más suave: - y gracias por despejar mis dudas. Por un momento sentí que mi cabeza explotaría.
George interrumpió el abrazo y palmeando sus hombros, dijo:
- Me alegra que estés mejor.
Albert sonrió, y dijo:
- En cuanto a la pregunta que te hizo subir aquí, dile a Dorothy que ponga mesa para tres.
- De acuerdo. Permiso. – dijo George, y salió de la biblioteca.
Cuando estuvieron a solas, Albert miró a Candy, y le dijo:
- El plan era que almorzáramos fuera mientras hacíamos las compras, pero me duele un poco la cabeza, y por eso decidí que almorcemos en casa. Más tarde, iremos directo a las compras.
- Me parece muy bien. Iré a buscarte unas pastillas para el dolor.
- No hace… fal…ta. – susurró “falta”, al ver que ella había salido ya de la biblioteca. Sonrió y sentándose murmuró: - Es un ligero dolor. Pero no estaría de más tomar algo.”
Recostó la cabeza en el espaldar mientras masajeaba su cien, y sin darse cuenta, preso de su agobio mental, empezó a quedarse dormido.
Candy regresó dos minutos después.
Había ido a su habitación en busca de la pastilla en su botiquín, y luego bajó a la cocina por un vaso con agua. Pensó que Albert estaba descansando la vista, y dibujando una sonrisa se acercó a él.
- Albert. – lo llamó en un susurro tocando su hombro, pero él respondió dejando caer la cabeza hacia adelante, rendido por el sueño. Dándose cuenta de que dormía, Candy lo recostó apoyándole la cabeza en el brazo del mueble, luego le quitó los zapatos, y se sentó frente a él, en el suelo. Le quitó la foto de las manos, y mirándolo a él en brazos de su padre, musitó: - ¡Que tierno se ve! Se nota que era un niño muy dulce. – Se giró para mirarlo dormir y arrodillándose le peinó las gruesas cejas, luego acarició desde su frente hasta la punta de su nariz, y deteniéndose allí susurró: - debiste estar muy asustado, ese día.
- Demasiado. - musitó abriendo los ojos despacio. Su sueño había sido espantado, por el aleteo que sintió en su estómago, cuando ella tocaba su rostro. Candy retiró la mano dejándolo con un ligero cosquilleo en la nariz, y esforzándose en restarle importancia a esas sensaciones, clavó la mirada en el techo, y continuó diciendo: - aunque resulte increíble, hace un momento volví a sentir el mismo pánico que en aquel entonces. Temblé como si ese hombre estaba frente a mí, amenazándome otra vez.
Sintiéndose un poco nerviosa por haber sido sorprendida tocando su rostro, Candy se mantuvo arrodillada, y sentándose sobre sus talones, apoyó las manos en sus muslos, y dijo:
- Esos recuerdos estaban escondidos en tu memoria. Y según leí una vez en un libro de medicina cuando tenías amnesia, cuando un recuerdo perdido vuelve, por un instante puedes sentir que fue ayer, algo que sucedió hace muchos años, e incluso pensar que estás en el lugar, o tienes la edad, que tenías en ese tiempo.
Albert acomodó su antebrazo en su frente, cerró los ojos y dijo en voz baja:
- Y es cierto. Lo experimenté cuando recuperé mi memoria aquella vez, y hoy de nuevo. Por un momento, me sentí como un niño de siete años, aterrado de que ese hombre atravesara esa puerta y se me acercara. – abrió los ojos, retiró la mano, y manteniendo la mirada en el techo, añadió: - Y luego me agobió pensar que lo había matado.
Candy se inclinó hacia adelante, y siguiendo el impulso de tocarle el cabello que caía sobre su frente, dijo suavemente:
- ¿Te sientes mejor ahora que despejaste esas dudas de tu cabeza?
Él giró la cabeza para mirarla y dibujando una ligera sonrisa, dijo:
- Mucho mejor. Y una vez más, me has sorprendido con tu actitud.
- ¿Mi actitud? – preguntó sintiendo el pulso acelerarse de pronto.
Iba a retirar la mano, pero él la agarró y apretándola suavemente dijo:
- Antes de que supieras que yo hablaba de un suceso de mi infancia al decir que maté a alguien, dijiste que debí estar soñando, porque no sería capaz de matar una mosca.
- Porque es así. ¡Eres la persona más buena del mundo! – dijo mirándolo a los ojos.
Él sonrió y preguntó:
- ¿Cómo puedes estar tan segura de eso, incluso todas las veces en que yo mismo lo he dudado?
Candy sintió un cosquilleo en el estómago, y esquivando su mirada, susurró nerviosa:
- Siempre has sido muy bueno conmigo.
Albert sonrió y acariciando con un dedo el dorso de su mano, dijo con voz profunda:
- Porque tú siempre sacas lo mejor de mí.
Candy lo miró, y se perdió en la intensidad del azul de su mirada, que la miraban en ese momento con la misma dulzura de siempre, pero ella notó algo más que no podía definir con palabras, pero que la hipnotizó, Y sin pensar, porque si lo hubiera pensado no lo habría hecho, acercó su rostro al suyo y posó sus labios sobre los suyos.
- Continuará -
Capitulos Anteriores:
- Él se suicidó en prisión, esa misma noche.
Albert negó con la cabeza y expresó en voz alta el pensamiento:
- ¡Tengo muy claro el recuerdo de haberlo visto desangrándose al pie de la escalera!
George movió la cabeza pensativo, y dijo:
- Creo que estás confundido entre tus recuerdos y tus pesadillas.
Albert siguió negando con la cabeza y exclamó:
- ¡No! ¡No fue una pesadilla! ¡O sea sí! ¡Fue una horrible pesadilla! Pero no fue un sueño. – señaló hacía el ventanal y añadió: - ¡Estoy seguro de que él iba a lanzar a una mujer embarazada por esa ventana! ¡La única mujer que se atrevió a defenderme de los maltratos a los que ese hombre me sometía, mientras ustedes se lo permitían!
- ¡Espera Albert! ¡Veo que estás confundido en muchas cosas!
Albert caminó hasta el amplio sofá negro que ocupaba el lugar donde estuvo el mueble rojo de sus recuerdos, y sentándose dijo:
- ¡Tengo toda la tarde para que me liberes de mis confusiones! Siéntate y aclárame todo.
Aunque deseaba quedarse, Candy consideró que era mejor dejarlos solos, y susurró:
- Iré a ayudar a Dorothy con el almuerzo.
Albert se puso de pie y agarrándola por la muñeca, dijo mientras la llevaba al sofá:
- No. Quédate. Ya escuchaste mi versión de los hechos, escuchemos juntos lo que tiene que decir George.
- De acuerdo. – musitó acomodándose a su lado.
- Bien George. Siéntate y dime. Soy todo oído. – dijo mirándolo.
George tomó uno de los asientos del escritorio, se sentó y con voz calmada dijo:
- Empezaré por aclararte que nadie en la casa Andrew le permitía a Edward maltratarte. Es cierto que te golpeaba, pero lo supimos esa noche, porque antes, tú no decías nada. Incluso cuando la señora Rosmery o la señora Elroy te preguntaban por algún moretón extraño que veían en ti, solías decir que te caíste jugando. Supongo que Edward te amenazaba, y todos creíamos que él no te caía bien porque se creía con el derecho de regañarte cuando hacías travesuras, o prohibirte cosas como jugar en el jardín con tus mascotas.
- Él sentía que tenía derecho a hacer eso, porque tía Elroy y Rosmery se lo permitían. – dijo frio.
- La señora Elroy pensaba que él te hacía ese tipo de correcciones preocupado por tu educación, pero a tu hermana le disgustaba tanto o más que a ti que él se tomara esas atribuciones. Incluso esa noche en la que intentó secuestrarte, durante la cena, discutieron porque él había comentado que alguien le recomendó un colegio internado sacerdotal en Inglaterra que sería bueno para ti. Tú dijiste que no querías ir, y él dijo que eso no podías decidirlo tú. Y ella le dijo: “usted tampoco.” Él insistió diciendo que como sería tu padre al casarse con la señora Elroy, estaba decidiendo lo qué creía era lo mejor para ti, y ella le dijo que nunca sería tu padre, porque tu custodia la mantendrían ella y el señor Vicente Brown, y que mientras ella viviera tú jamás tendrías un padrastro, o una madrastra, porque tenías una hermana mayor que cuidaría de ti. Él le preguntó a la señora Elroy si eso era cierto, y tu hermana tiró los tenedores en la mesa y le dijo textualmente, tuteándolo por primera vez: “¡yo te estoy diciendo que es así! Así que si tus intenciones al casarte con tía Elroy eran convertirte en el padre de Albert, puedes mirar para otro lado, porque eso ¡jamás sucederá! Aun si yo confío en que tía Elroy cuidaría muy bien de mi pequeño hermano, ¡jamás lo dejaría con ella! mientras esté con el hombre que se atrevió a decirle en frente del ataúd de nuestro padre: “no te preocupes, lo olvidarás pronto porque casi no lo veías. Ya verás que yo seré un mejor padre para ti.”
- ¡¿Ese hombre estaba loco?! - preguntó Candy, sorprendida.
Albert sintió frio los hombros y la espalda.
- ¿Qué dijo tía Elroy? – quiso saber, esforzándose en recordar, sin éxito.
George continuó diciendo:
- Después de pronunciar esas palabras, tu hermana se retiró de la mesa, y la señora Annie te invitó a hacer lo mismo junto a ella. Entonces la señora Elroy le dijo a Edward que ella había estado ignorando las señales que indicaban que él estaba obsesionado con la idea de convertirse en tu padre, porque quería creer que las personas que murmuraban que él aspiraba a ocupar tu lugar en las empresas hasta que fueras mayor de edad, solo estaban calumniando. Pero que en ese momento, estaba empezando a creer que tenían razón. Y que como él ya había escuchado de Rosmery, nunca se convertiría en tu padre, y también le anunció que cancelaría la boda, que estaba planeada a realizarse dos días más tarde.
- ¡Oh!... por eso ese hombre me trató peor que nunca ese día.
- Exactamente. Tú sabes lo severa y firme que es la señora Elroy, y ante el intento de Edward de explicarle que esas no eran sus intenciones, ella me ordenó que lo sacara de la casa, y él dijo que se iría, y subió, según dijo, a buscar sus cosas en su habitación.
- Pero entró a la biblioteca… - musitó Albert, y agregó con voz más firme: - ahora estoy seguro de que no le decía a nadie que él me pegaba, pero ¿también estoy equivocado al recordar que lo maté empujándolo por las escaleras?
- Así es. Ni siquiera lo empujaste. Cuando él se dirigió contigo a hacía las escaleras, la señora Rosmery lo atacó por la espalda para quitarle una navaja que él tenía, y la señora Annie te arrebató de los brazos de Edward y en su tiradera por retenerte y forcejeo con ambas mujeres, él pisó en falso con el talón, se tambaleó y cayó, pero esa caía no terminó con su vida.
- ¿Y el charco de sangre que vi? ¡Porque la vi George! – exclamó sintiendo frio en el estómago.
- Ahí es donde digo que quizás sea parte de tus pesadillas, pues él no sangró. O tal vez… - achicó los ojos y dijo: - Es posible que haya sangrado un poco cuando la señora Elroy lo golpeó. Porque él intentó levantarse, y ella tomó una de las pequeñas estatuillas de bronce que estaban en una de las repisas, y le pegó en la cabeza. Pero realmente no corrió tanta sangre. De hecho, siendo totalmente sincero, yo no recuerdo haber visto, aunque puede ser porque junto al señor James, corrí hacia la señora Annie y la señora Rosmery, que estaban arriba contigo.
Albert tragó saliva y bajando la mirada susurró:
- No recuerdo nada de eso.
- Te desmayaste. Y estuviste casi dos horas inconsciente. Cuando despertaste dijiste que tuviste un horrible sueño y contaste todo como si hubiera sido una pesadilla. El doctor que te atendió recomendó que te dejaran creer que así había sido.
- ¿Y decirme que el señor James y la señora Annie se tuvieron que ir porque viajaban temprano, también fue recomendación del doctor? ¿O les sucedió algo malo? - insistió en saber.
- La respuesta a ambas preguntas, es no. La señora Elroy decidió decirte eso, porque poco después de que la policía se llevara a Edward, a la señora Annie se le presentó el parto, y su esposo decidió llevarla a un hospital. La señora Elroy no quiso decírtelo para no preocuparte, además quería hablar con ellos antes de que volvieras a verlos, para advertirles de las recomendaciones del médico, de dejarte creer que lo que había sucedido fue un sueño. Pero no volvimos a saber de ellos, nunca más.
- ¿Por qué?
- No sabemos. Después de esa noche, no volvieron a ponerse en contacto con nosotros.
- ¡Qué raro! – musitó. Un pensamiento paranoico cruzó su mente, y lo dejó salir: - ¿Edward no habrá tenido cómplices que tal vez les hicieron daño?
- No. Como te dije, Edward se suicidó en prisión esa misma noche. Mientras lo esposaban le pidió perdón a Elroy argumentando que hizo lo que hizo desesperado porque estaba a punto de perderlo todo por unas deudas que tenía, y le prometió que si le daba otra oportunidad sería diferente. Ella le contestó escupiéndole la cara, fue la única vez que la he visto escupir en público. Y luego la policía se lo llevó. A la mañana siguiente los oficiales nos informaron que se había ahorcado en su celda en la madrugada.
- ¡Oh! – musitó Albert acariciando su cuello. Miró de uno a otro en la foto, luego miró a George y le preguntó: - Entonces, ¿qué crees habrá pasado con el señor James y la señora Annie?
- Sinceramente no sé. Como ahora comprenderás, después de ese acontecimiento la señora Elroy decidió que era necesario ocultar tu identidad para protegerte, y dos meses más tarde, te enviaron a Escocia a tomar clases particulares con el príncipe Guillermo. Yo fui a llevarte, y en el palacio me encontré con el conde Arturo que estaba en una reunión y le pregunté por el señor James suponiendo que habría regresado a Escocia, y me respondió que debía estar en algún lugar del mundo aprendiendo medicina natural, pues él era doctor, y quería visitar diferentes culturas para ampliar sus conocimientos, y supuse que así debió ser. Porque de hecho, aquella última vez que estuvieron aquí, acababan de regresar de Costa Rica.
- ¿Eran escoceses? – preguntó sorprendido.
- La señora Annie era estadounidenses. El señor James era escoses. De hecho, su padre es el conde de Forfarshire, Arturo Sandford.
- ¡Oh! ¡Entonces si le escribo al conde, podré ubicar el paradero de ellos! – exclamó con mirada brillante.
- No te lo garantizo, porque el conde lo desheredó y dijo que lo consideraba muerto, cuando él decidió dedicarse a la medicina en lugar de a los negocios familiares. Incluso se enemistó con tu padre porque le brindó trabajo y techo al joven James, cuando vino a estudiar a Estados Unidos.
- ¡Oh! - musitó Albert.
- Tal vez la señorita Pony sepa algo. – intervino Candy.
Albert y George la miraron al mismo tiempo.
- ¿La señorita Paulina? – preguntó George.
- Lo digo porque en la foto ellos están en el hogar de Pony. Supongo que ella los conocía, ¿no? – preguntó mirando a Albert.
Pero contestó George.
- No. Ellos fueron al hogar de Pony esa sola vez acompañando al señor Andrew a realizar unas donaciones.
- ¡Ah! Entiendo. – musitó Candy mirando a George.
Albert carraspeó y dijo:
- Como ha pasado mucho tiempo, quizás su padre lo perdonó, y ahora él está en Escocia. Por favor investígame sobre eso George. Me gustaría saber que ha sido de ellos. – se acarició el pecho y añadió: - esa mujer me salvó la vida, y me gustaría volver a verla al menos una vez, y darle las gracias que debí darle cuando era niño.
- De acuerdo. Hoy mismo empezaré a trabajar en ello. – dijo poniéndose en pie.
- ¡Gracias George! – exclamó Albert levantándose también y abrazándolo, dijo en tono más suave: - y gracias por despejar mis dudas. Por un momento sentí que mi cabeza explotaría.
George interrumpió el abrazo y palmeando sus hombros, dijo:
- Me alegra que estés mejor.
Albert sonrió, y dijo:
- En cuanto a la pregunta que te hizo subir aquí, dile a Dorothy que ponga mesa para tres.
- De acuerdo. Permiso. – dijo George, y salió de la biblioteca.
Cuando estuvieron a solas, Albert miró a Candy, y le dijo:
- El plan era que almorzáramos fuera mientras hacíamos las compras, pero me duele un poco la cabeza, y por eso decidí que almorcemos en casa. Más tarde, iremos directo a las compras.
- Me parece muy bien. Iré a buscarte unas pastillas para el dolor.
- No hace… fal…ta. – susurró “falta”, al ver que ella había salido ya de la biblioteca. Sonrió y sentándose murmuró: - Es un ligero dolor. Pero no estaría de más tomar algo.”
Recostó la cabeza en el espaldar mientras masajeaba su cien, y sin darse cuenta, preso de su agobio mental, empezó a quedarse dormido.
Candy regresó dos minutos después.
Había ido a su habitación en busca de la pastilla en su botiquín, y luego bajó a la cocina por un vaso con agua. Pensó que Albert estaba descansando la vista, y dibujando una sonrisa se acercó a él.
- Albert. – lo llamó en un susurro tocando su hombro, pero él respondió dejando caer la cabeza hacia adelante, rendido por el sueño. Dándose cuenta de que dormía, Candy lo recostó apoyándole la cabeza en el brazo del mueble, luego le quitó los zapatos, y se sentó frente a él, en el suelo. Le quitó la foto de las manos, y mirándolo a él en brazos de su padre, musitó: - ¡Que tierno se ve! Se nota que era un niño muy dulce. – Se giró para mirarlo dormir y arrodillándose le peinó las gruesas cejas, luego acarició desde su frente hasta la punta de su nariz, y deteniéndose allí susurró: - debiste estar muy asustado, ese día.
- Demasiado. - musitó abriendo los ojos despacio. Su sueño había sido espantado, por el aleteo que sintió en su estómago, cuando ella tocaba su rostro. Candy retiró la mano dejándolo con un ligero cosquilleo en la nariz, y esforzándose en restarle importancia a esas sensaciones, clavó la mirada en el techo, y continuó diciendo: - aunque resulte increíble, hace un momento volví a sentir el mismo pánico que en aquel entonces. Temblé como si ese hombre estaba frente a mí, amenazándome otra vez.
Sintiéndose un poco nerviosa por haber sido sorprendida tocando su rostro, Candy se mantuvo arrodillada, y sentándose sobre sus talones, apoyó las manos en sus muslos, y dijo:
- Esos recuerdos estaban escondidos en tu memoria. Y según leí una vez en un libro de medicina cuando tenías amnesia, cuando un recuerdo perdido vuelve, por un instante puedes sentir que fue ayer, algo que sucedió hace muchos años, e incluso pensar que estás en el lugar, o tienes la edad, que tenías en ese tiempo.
Albert acomodó su antebrazo en su frente, cerró los ojos y dijo en voz baja:
- Y es cierto. Lo experimenté cuando recuperé mi memoria aquella vez, y hoy de nuevo. Por un momento, me sentí como un niño de siete años, aterrado de que ese hombre atravesara esa puerta y se me acercara. – abrió los ojos, retiró la mano, y manteniendo la mirada en el techo, añadió: - Y luego me agobió pensar que lo había matado.
Candy se inclinó hacia adelante, y siguiendo el impulso de tocarle el cabello que caía sobre su frente, dijo suavemente:
- ¿Te sientes mejor ahora que despejaste esas dudas de tu cabeza?
Él giró la cabeza para mirarla y dibujando una ligera sonrisa, dijo:
- Mucho mejor. Y una vez más, me has sorprendido con tu actitud.
- ¿Mi actitud? – preguntó sintiendo el pulso acelerarse de pronto.
Iba a retirar la mano, pero él la agarró y apretándola suavemente dijo:
- Antes de que supieras que yo hablaba de un suceso de mi infancia al decir que maté a alguien, dijiste que debí estar soñando, porque no sería capaz de matar una mosca.
- Porque es así. ¡Eres la persona más buena del mundo! – dijo mirándolo a los ojos.
Él sonrió y preguntó:
- ¿Cómo puedes estar tan segura de eso, incluso todas las veces en que yo mismo lo he dudado?
Candy sintió un cosquilleo en el estómago, y esquivando su mirada, susurró nerviosa:
- Siempre has sido muy bueno conmigo.
Albert sonrió y acariciando con un dedo el dorso de su mano, dijo con voz profunda:
- Porque tú siempre sacas lo mejor de mí.
Candy lo miró, y se perdió en la intensidad del azul de su mirada, que la miraban en ese momento con la misma dulzura de siempre, pero ella notó algo más que no podía definir con palabras, pero que la hipnotizó, Y sin pensar, porque si lo hubiera pensado no lo habría hecho, acercó su rostro al suyo y posó sus labios sobre los suyos.
- Continuará -
Capitulos Anteriores:
Introduccion https://www.elainecandy.com/t27836-albertmania-fanfic-still-as-ever-introduccion-video-opening
Prologo: https://www.elainecandy.com/t27892-albertmania-fanfic-still-as-ever-prologo
Capitulo Uno: https://www.elainecandy.com/t27961-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-1#454074
Capitulo Dos: https://www.elainecandy.com/t28053-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-2#456189
Capitulo Tres: https://www.elainecandy.com/t28160-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-3#458338
Capitulo Cuatro: https://www.elainecandy.com/t28297-albertmania-fanfic-still-as-ever-capitulo-4#461254
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Próxima actualización, el sábado.