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Debo confesar que ¡Tengo miedito de compartir esto! 
pero siendo que aprobó la revisión ( ¡Gracias, gracias Denicita ñeñe 
!) ¡Aquí voy!
El Juego de Eva
Por: Temperance
Portada: Deni TG
“Si tú me provocas, yo te respondo”.
La tenía acorralada entre la pared y mi cuerpo. No la iba a dejar escapar. Lleva una semana paseándose delante mío casi desnuda ¡Pues ahora sabrá que conmigo, nadie juega!
.
.
.
La primera vez que la vi, fue el martes. Estaba ayudando a bajar el material del camión repartidor. Tenía calor, así que, en la tercera vuelta, me quité la camisa. Al fin y al cabo, el encargado de obras nos había dicho que estábamos solos. El dueño de la casa trabajaba todo el día y su esposa, una mujer joven, pedante y antipática estaba de viaje. Así que seguí trabajando sin parar hasta el mediodía, solo el tiempo necesario para comer algo.
Verán, trabajo en una empresa de construcción, pero solo lo hago mientras consigo cumplir un sueño, el de ser actor, estoy en Los Ángeles para eso, Acudo a cada casting que mi agente me consigue. Ya estoy dándome a conocer gracias a los papeles secundarios de aquí y allá. Pero en lo que consigo un protagónico, hay que buscar el pan de otra manera o moriré de hambre y frío en las calles, por lo que, recomendado por el amigo de un amigo, estoy aquí.
En esta ocasión, junto con otros cinco trabajadores, estamos levantando un chalet de invitados en esta lujosa mansión en Beverly Hills.
Demasiado sudado, caminé hasta una llave de agua en el extremo opuesto del jardín, junto a la piscina, quería asearme un poco antes de ingerir mis alimentos. Abrí la llave, agarré la manguera, y dejé que el agua me refrescara un poco la cabeza, la espalda y los brazos. Todavía escurriendo el vital líquido por mi torso desnudo; regresaba hasta el área donde estaban los demás cuando ella estacionó un elegante y carísimo Tesla plateado descapotable a unos metros de mi.
Ignorándome, bajó de su auto. Yo me quedé como un idiota, admirandola. Era una hermosa mujer vestida con un conjunto de pantalón blanco muy, muy corto, blusa de seda rosa sin mangas, con un escote que permitía ver el nacimiento de unos senos turgentes. Mis ojos viajaron hasta las piernas blancas, las pantorrillas, y los delicados pies metidos en zapatos de tacón de aguja tan altos que le daban un toque de elegante sensualidad. Pero lo que más le impactó, cuando se quitó las gafas de sol, fueron sus ojos. Dos joyas verdes, grandes, con pestañas tan largas haciendo sombra a sus pómulos sonrosados, y ese cabello de bucles del color del oro.
Ella se me quedó mirando por unos segundos, primero sorprendida, luego desdeñosa. Apartando la mirada, se giró para tomar su bolso que estaba en el asiento de atrás, inclinándose un poco más, levantando el trasero redondo, hacia mí. Tuve que tragar saliva al notar como la prenda se le apretaba en las nalgas, marcando con claridad la tanga que había debajo.
Cuando se volvió hacia mí, me miró de arriba a abajo, se colocó los lentes en la blusa, el peso de estos hacía que el escote se pronunciara más, dejando ver el valle entre sus pechos, incluso pude ver la orilla de encaje de su sostén rosa. Luego, solo se fue meneando las caderas hasta llegar a la puerta de entrada.
Ese día, tuve que echarme agua como cinco veces, y no precisamente por el calor.
.
.
.
El miércoles al llegar, una mujer del servicio nos dijo que la señora de la casa llegó de su viaje antes de lo previsto. A mí me pareció que la chica estaba nerviosa, como con miedo, ya que nos recalcó que cualquier cosa que se nos ofreciera la llamaríamos a ella, en la cocina.
Nadie vio a la susodicha durante la jornada de trabajo, solo yo. Mis compañeros se fueron a las cinco en punto, yo siempre me voy media hora después, pues me gusta cerciorarme de que todo esté en resguardo.
Fue cuando ella apareció. En esta ocasión traía un bikini blanco, uno que no dejaba nada a la imaginación. Me miró con esos ojazos verde esmeralda mientras se quitaba la salida de baño transparente, me dio la espalda para colocarla sobre una tumbona cercana a ella, dándome de nuevo la visión de su bonito trasero. Me quedé sin aire. Luego, ella caminó hacia la orilla, ahora me ignoraba. Se lanzó al agua, comenzó a nadar dando brazadas largas, moviendo sus deliciosas piernas. De nuevo quedé hechizado. Cuando al fin sacó la cabeza volvió a mirarme, frunció el ceño, siguió nadando y me sentí un estúpido.
Al día siguiente, jueves, la doméstica se acercó a nosotros. El fregadero de la cocina estaba atascado, y el patrón, con nosotros ahí, pidió que alguien se hiciera cargo. La empleada, me veía mientras hablaba. No sé si me lo decía a mí o al encargado, pero fui yo el que entró a arreglar el desperfecto.
Estaba tirado en el piso, con medio cuerpo metido, revisando los tubos, y ella apareció de nuevo.
— Me temo que ha sido culpa mía — Las fibras capilares de mi antebrazo se me pusieron de punta al escuchar esa voz, una mezcla de dulzura y sensualidad.
Me impulse para salir de debajo. Ella estaba agachada, muy cerca mío. Tan cerca, que pude percibir el olor de su shampoo.
— ¿Lo ha arreglado? — Me preguntó.
No pude contestarle, sentía las bolas en la garganta cuando la vi. La forma en la que estaba agachada daba la impresión de que no traía nada de ropa encima. Hombros desnudos, cabello recogido de cualquier manera sobre su cabeza, descalza, mirándome con sus grandes ojos maquillados de manera que hacía resaltar sus rasgos ya hermosos. Aunque mirar creo no es la palabra correcta, ella parecía un felino a punto de abalanzarse a su presa. Y esa, parecía ser yo.
Apenas y logré balbucear algo, pero; ¡Cómo demonios hablar cuando, después de hacer un puchero con esa boquita que está para comérsela se puso de pie! ¡Santo señor! Desnuda no estaba, pero casi, solo tenía un trozo de tela azul envolviendo sus caderas junto con un top strapless negro, sin sostén… ¡Maldición! ¡No soy de piedra!
Ella chasqueó la lengua y me dio la espalda. La vista desde el piso fue… fue… ¡Wow! Cuando pude pararme tuve que ir al cuarto de baño más cercano a "liberar" la tensión.
.
.
.
El viernes cuando llegué ella salía de la casa, iba manejando su auto, con sus gafas de sol y su melena al viento. Regresó dos horas después con un grupo de personas entre hombres y mujeres. La fiesta se armó junto a la piscina, frente a nosotros, que trabajamos a pesar del ruido y la distracción.
Traté. Con toda mi fuerza de voluntad de ignorarla. Fue imposible. Ella se paseaba entre la gente con sus altos tacones, un traje de baño rosa y una copa de champagne en la mano. Sobresalía de entre todos a pesar de ser la más bajita.
Por la tarde, antes de irme, ella se puso a bailar. Era la diosa del amor en persona. Movía las caderas de un lado a otro de forma suave, sensual al tiempo que me miraba fijamente. Cómo si bailara para mí. Aparté los ojos para salir de su embrujo. Me fui pitando, como si el diablo me estuviera persiguiendo.
Ella era el diablo. Era la serpiente que tentó a Eva.
Hoy me convertí en Adán. Caí víctima de la tentación.
Por ser sábado solo trabajamos medio día. El encargado nos entregó a cada uno la paga correspondiente, solo que cuando llegó conmigo, me hizo un encargo que surgió de último momento, pagado por supuesto. No soy un experto, pero en cuestiones de plomería tengo más experiencia que mis compañeros. Debería haber olido la trampa desde el principio. El jueves fue una tubería atascada, hoy, era una fuga en uno de los baños de arriba.
Todavía con la ropa de trabajo, entré a la casa. Instruido por la sirvienta, subí las escaleras, la caja de herramientas en mano hasta el cuarto de aseo en la segunda planta. "La puerta del fondo", señaló la chica. Lo que no me dijo, era que para llegar al desperfecto tenía que entrar en la habitación de los dueños de la casa.
Cuando abrí la puerta, en lo primero que me fijé, es que era enorme, mi departamento cabía en ese cuarto.
Pasee mi vista buscando la puerta para el baño, entonces recordé que la empleada me dijo que no había puerta, que cruzara el vestidor en el centro y vería la tina, que es donde supuestamente estaba la fuga.
Y ciertamente, así era. Ahí estaba, la llave dorada goteando dentro de una fina pieza de porcelana. Apenas di cuatro pasos cuando escuché la llave correr. Giré la cabeza hacia la izquierda y… ella estaba en la ducha, con la cabeza hacia atrás dejando que el agua resbalara por su cuerpo menudo. La caja de herramientas cayó al piso haciendo ruido, entonces ella se volvió hacia mí, mirándome a través de la mampara de cristal transparente. En lugar de gritarme o taparse, comenzó a tocarse. Debí irme de inmediato. No pude. Me quedé congelado al ver cómo ella se acariciaba un pecho. Mis ojos se abrieron todo lo que daban al verla. Abrí la boca al tiempo que ella abrió las piernas, exhibiendo aquella parte que indica que es una mujer. El corazón comenzó a bombear más fuerte en mi pecho, la sangre se me acumuló entre las piernas cuando ella se introdujo dos dedos dentro de sí misma. No soy voyerista, pero en ese momento estaba alcanzando tal grado de excitación sexual al verla masturbarse que en cualquier momento el pantalón me reventaría. Ella gemía más fuerte. La intromisión, cada vez más rápida. Estaban a punto… los dos… y ella… se detuvo. Abrió la puerta, salió y se acercó hacia mí, pensé que me golpearía. No lo hizo. Contrario a eso se chupó el dedo que momentos antes le daba placer. Fue ahí que ya no aguanté más. La agarre por los hombros y la acorrale.
— Llevas una semana jugando conmigo muñeca, y no soy un juguete.
— Señora Ardlay igualado — Me espetó sin inmutarse. Cómo si no estuviera desnuda y atrapada.
Soy solo un hombre. Uno con una enorme erección. Y no pensaba quedarme así.
Atrapé su boca en un beso profundo. Agarrándola del pelo. Excitado a más no poder. Ella me correspondió de igual manera. Ardiente, voraz. La tomé en mis brazos, ella no protestó, la llevé a la cama y la tiré sobre el colchón. Me fui directo a esos pechos ni tan grandes, ni tan chicos, del tamaño exacto para mi mano. En respuesta me mordió el hombro, pasó su lengua desde mi cuello hasta mi oreja mientras su rodilla estimulaba aún más mi inflamado miembro.
En la cama, la diferencia de estatura era lo de menos. Ella es de complexión pequeña, yo soy un hombre grande, y aún no sé, cómo es que me tiene a su merced. En un momento me comía sus tetas, y al siguiente ella se colocaba a horcajadas sobre mí, con su trasero en mi cara. Yo solo pude agarrarme a sus caderas cuando bajó la bragueta de mis pantalones vaqueros, sacó mi pene, se inclinó sobre él, y se lo metió a la boca ¡Dios Todopoderoso! ¡Esa lengua! ¡Sus dientes! Mi pelvis se levantaba ante cada lamida.
"Pruébame", la escuché decir. ¡Si que lo hice! Ella me comía, y yo me la comía a ella.
Los dos nos venimos al mismo tiempo. Ella se llevó todo de mi. Yo nunca había probado néctar más delicioso.
Se quitó de encima mío, pero solo para guarecerse en mi pecho. Respiraba agitada, incluso temblaba.
Unos minutos después, se apoyó sobre un codo, y me habló.
— ¿Cómo te llamas? — Me preguntó, al tiempo que metía sus manos dentro de mi camiseta, acariciando mi abdomen.
— Terry — Respondí, comenzando a excitarme otra vez.
— Yo soy Candy, y creo que tú y yo nos vamos a divertir bastante — Dijo con una sonrisa perversa ahora tomando entre sus manos mi virilidad.
.
.
.
El tiempo que trabajé en la mansión Ardlay, tuve sexo salvaje con la señora de la casa. Todos los días al finalizar la jornada laboral. A veces dentro de la casa, otras dentro de la construcción a medio hacer junto a la piscina, una vez lo hicimos en el despacho de Albert Ardlay, el marido de Candy, yo no quería, pero ella me dijo, que si su esposo se tiraba a Karen, su secretaria, ahí mismo, ella solo quería corresponderle y ¿Quien era yo para negarle un capricho?
Fin.
pero siendo que aprobó la revisión ( ¡Gracias, gracias Denicita ñeñe !) ¡Aquí voy! 
El Juego de Eva
Por: Temperance
Portada: Deni TG
“Si tú me provocas, yo te respondo”.
La tenía acorralada entre la pared y mi cuerpo. No la iba a dejar escapar. Lleva una semana paseándose delante mío casi desnuda ¡Pues ahora sabrá que conmigo, nadie juega!
.
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La primera vez que la vi, fue el martes. Estaba ayudando a bajar el material del camión repartidor. Tenía calor, así que, en la tercera vuelta, me quité la camisa. Al fin y al cabo, el encargado de obras nos había dicho que estábamos solos. El dueño de la casa trabajaba todo el día y su esposa, una mujer joven, pedante y antipática estaba de viaje. Así que seguí trabajando sin parar hasta el mediodía, solo el tiempo necesario para comer algo.
Verán, trabajo en una empresa de construcción, pero solo lo hago mientras consigo cumplir un sueño, el de ser actor, estoy en Los Ángeles para eso, Acudo a cada casting que mi agente me consigue. Ya estoy dándome a conocer gracias a los papeles secundarios de aquí y allá. Pero en lo que consigo un protagónico, hay que buscar el pan de otra manera o moriré de hambre y frío en las calles, por lo que, recomendado por el amigo de un amigo, estoy aquí.
En esta ocasión, junto con otros cinco trabajadores, estamos levantando un chalet de invitados en esta lujosa mansión en Beverly Hills.
Demasiado sudado, caminé hasta una llave de agua en el extremo opuesto del jardín, junto a la piscina, quería asearme un poco antes de ingerir mis alimentos. Abrí la llave, agarré la manguera, y dejé que el agua me refrescara un poco la cabeza, la espalda y los brazos. Todavía escurriendo el vital líquido por mi torso desnudo; regresaba hasta el área donde estaban los demás cuando ella estacionó un elegante y carísimo Tesla plateado descapotable a unos metros de mi.
Ignorándome, bajó de su auto. Yo me quedé como un idiota, admirandola. Era una hermosa mujer vestida con un conjunto de pantalón blanco muy, muy corto, blusa de seda rosa sin mangas, con un escote que permitía ver el nacimiento de unos senos turgentes. Mis ojos viajaron hasta las piernas blancas, las pantorrillas, y los delicados pies metidos en zapatos de tacón de aguja tan altos que le daban un toque de elegante sensualidad. Pero lo que más le impactó, cuando se quitó las gafas de sol, fueron sus ojos. Dos joyas verdes, grandes, con pestañas tan largas haciendo sombra a sus pómulos sonrosados, y ese cabello de bucles del color del oro.
Ella se me quedó mirando por unos segundos, primero sorprendida, luego desdeñosa. Apartando la mirada, se giró para tomar su bolso que estaba en el asiento de atrás, inclinándose un poco más, levantando el trasero redondo, hacia mí. Tuve que tragar saliva al notar como la prenda se le apretaba en las nalgas, marcando con claridad la tanga que había debajo.
Cuando se volvió hacia mí, me miró de arriba a abajo, se colocó los lentes en la blusa, el peso de estos hacía que el escote se pronunciara más, dejando ver el valle entre sus pechos, incluso pude ver la orilla de encaje de su sostén rosa. Luego, solo se fue meneando las caderas hasta llegar a la puerta de entrada.
Ese día, tuve que echarme agua como cinco veces, y no precisamente por el calor.
.
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.
El miércoles al llegar, una mujer del servicio nos dijo que la señora de la casa llegó de su viaje antes de lo previsto. A mí me pareció que la chica estaba nerviosa, como con miedo, ya que nos recalcó que cualquier cosa que se nos ofreciera la llamaríamos a ella, en la cocina.
Nadie vio a la susodicha durante la jornada de trabajo, solo yo. Mis compañeros se fueron a las cinco en punto, yo siempre me voy media hora después, pues me gusta cerciorarme de que todo esté en resguardo.
Fue cuando ella apareció. En esta ocasión traía un bikini blanco, uno que no dejaba nada a la imaginación. Me miró con esos ojazos verde esmeralda mientras se quitaba la salida de baño transparente, me dio la espalda para colocarla sobre una tumbona cercana a ella, dándome de nuevo la visión de su bonito trasero. Me quedé sin aire. Luego, ella caminó hacia la orilla, ahora me ignoraba. Se lanzó al agua, comenzó a nadar dando brazadas largas, moviendo sus deliciosas piernas. De nuevo quedé hechizado. Cuando al fin sacó la cabeza volvió a mirarme, frunció el ceño, siguió nadando y me sentí un estúpido.
Al día siguiente, jueves, la doméstica se acercó a nosotros. El fregadero de la cocina estaba atascado, y el patrón, con nosotros ahí, pidió que alguien se hiciera cargo. La empleada, me veía mientras hablaba. No sé si me lo decía a mí o al encargado, pero fui yo el que entró a arreglar el desperfecto.
Estaba tirado en el piso, con medio cuerpo metido, revisando los tubos, y ella apareció de nuevo.
— Me temo que ha sido culpa mía — Las fibras capilares de mi antebrazo se me pusieron de punta al escuchar esa voz, una mezcla de dulzura y sensualidad.
Me impulse para salir de debajo. Ella estaba agachada, muy cerca mío. Tan cerca, que pude percibir el olor de su shampoo.
— ¿Lo ha arreglado? — Me preguntó.
No pude contestarle, sentía las bolas en la garganta cuando la vi. La forma en la que estaba agachada daba la impresión de que no traía nada de ropa encima. Hombros desnudos, cabello recogido de cualquier manera sobre su cabeza, descalza, mirándome con sus grandes ojos maquillados de manera que hacía resaltar sus rasgos ya hermosos. Aunque mirar creo no es la palabra correcta, ella parecía un felino a punto de abalanzarse a su presa. Y esa, parecía ser yo.
Apenas y logré balbucear algo, pero; ¡Cómo demonios hablar cuando, después de hacer un puchero con esa boquita que está para comérsela se puso de pie! ¡Santo señor! Desnuda no estaba, pero casi, solo tenía un trozo de tela azul envolviendo sus caderas junto con un top strapless negro, sin sostén… ¡Maldición! ¡No soy de piedra!
Ella chasqueó la lengua y me dio la espalda. La vista desde el piso fue… fue… ¡Wow! Cuando pude pararme tuve que ir al cuarto de baño más cercano a "liberar" la tensión.
.
.
.
El viernes cuando llegué ella salía de la casa, iba manejando su auto, con sus gafas de sol y su melena al viento. Regresó dos horas después con un grupo de personas entre hombres y mujeres. La fiesta se armó junto a la piscina, frente a nosotros, que trabajamos a pesar del ruido y la distracción.
Traté. Con toda mi fuerza de voluntad de ignorarla. Fue imposible. Ella se paseaba entre la gente con sus altos tacones, un traje de baño rosa y una copa de champagne en la mano. Sobresalía de entre todos a pesar de ser la más bajita.
Por la tarde, antes de irme, ella se puso a bailar. Era la diosa del amor en persona. Movía las caderas de un lado a otro de forma suave, sensual al tiempo que me miraba fijamente. Cómo si bailara para mí. Aparté los ojos para salir de su embrujo. Me fui pitando, como si el diablo me estuviera persiguiendo.
Ella era el diablo. Era la serpiente que tentó a Eva.
Hoy me convertí en Adán. Caí víctima de la tentación.
Por ser sábado solo trabajamos medio día. El encargado nos entregó a cada uno la paga correspondiente, solo que cuando llegó conmigo, me hizo un encargo que surgió de último momento, pagado por supuesto. No soy un experto, pero en cuestiones de plomería tengo más experiencia que mis compañeros. Debería haber olido la trampa desde el principio. El jueves fue una tubería atascada, hoy, era una fuga en uno de los baños de arriba.
Todavía con la ropa de trabajo, entré a la casa. Instruido por la sirvienta, subí las escaleras, la caja de herramientas en mano hasta el cuarto de aseo en la segunda planta. "La puerta del fondo", señaló la chica. Lo que no me dijo, era que para llegar al desperfecto tenía que entrar en la habitación de los dueños de la casa.
Cuando abrí la puerta, en lo primero que me fijé, es que era enorme, mi departamento cabía en ese cuarto.
Pasee mi vista buscando la puerta para el baño, entonces recordé que la empleada me dijo que no había puerta, que cruzara el vestidor en el centro y vería la tina, que es donde supuestamente estaba la fuga.
Y ciertamente, así era. Ahí estaba, la llave dorada goteando dentro de una fina pieza de porcelana. Apenas di cuatro pasos cuando escuché la llave correr. Giré la cabeza hacia la izquierda y… ella estaba en la ducha, con la cabeza hacia atrás dejando que el agua resbalara por su cuerpo menudo. La caja de herramientas cayó al piso haciendo ruido, entonces ella se volvió hacia mí, mirándome a través de la mampara de cristal transparente. En lugar de gritarme o taparse, comenzó a tocarse. Debí irme de inmediato. No pude. Me quedé congelado al ver cómo ella se acariciaba un pecho. Mis ojos se abrieron todo lo que daban al verla. Abrí la boca al tiempo que ella abrió las piernas, exhibiendo aquella parte que indica que es una mujer. El corazón comenzó a bombear más fuerte en mi pecho, la sangre se me acumuló entre las piernas cuando ella se introdujo dos dedos dentro de sí misma. No soy voyerista, pero en ese momento estaba alcanzando tal grado de excitación sexual al verla masturbarse que en cualquier momento el pantalón me reventaría. Ella gemía más fuerte. La intromisión, cada vez más rápida. Estaban a punto… los dos… y ella… se detuvo. Abrió la puerta, salió y se acercó hacia mí, pensé que me golpearía. No lo hizo. Contrario a eso se chupó el dedo que momentos antes le daba placer. Fue ahí que ya no aguanté más. La agarre por los hombros y la acorrale.
— Llevas una semana jugando conmigo muñeca, y no soy un juguete.
— Señora Ardlay igualado — Me espetó sin inmutarse. Cómo si no estuviera desnuda y atrapada.
Soy solo un hombre. Uno con una enorme erección. Y no pensaba quedarme así.
Atrapé su boca en un beso profundo. Agarrándola del pelo. Excitado a más no poder. Ella me correspondió de igual manera. Ardiente, voraz. La tomé en mis brazos, ella no protestó, la llevé a la cama y la tiré sobre el colchón. Me fui directo a esos pechos ni tan grandes, ni tan chicos, del tamaño exacto para mi mano. En respuesta me mordió el hombro, pasó su lengua desde mi cuello hasta mi oreja mientras su rodilla estimulaba aún más mi inflamado miembro.
En la cama, la diferencia de estatura era lo de menos. Ella es de complexión pequeña, yo soy un hombre grande, y aún no sé, cómo es que me tiene a su merced. En un momento me comía sus tetas, y al siguiente ella se colocaba a horcajadas sobre mí, con su trasero en mi cara. Yo solo pude agarrarme a sus caderas cuando bajó la bragueta de mis pantalones vaqueros, sacó mi pene, se inclinó sobre él, y se lo metió a la boca ¡Dios Todopoderoso! ¡Esa lengua! ¡Sus dientes! Mi pelvis se levantaba ante cada lamida.
"Pruébame", la escuché decir. ¡Si que lo hice! Ella me comía, y yo me la comía a ella.
Los dos nos venimos al mismo tiempo. Ella se llevó todo de mi. Yo nunca había probado néctar más delicioso.
Se quitó de encima mío, pero solo para guarecerse en mi pecho. Respiraba agitada, incluso temblaba.
Unos minutos después, se apoyó sobre un codo, y me habló.
— ¿Cómo te llamas? — Me preguntó, al tiempo que metía sus manos dentro de mi camiseta, acariciando mi abdomen.
— Terry — Respondí, comenzando a excitarme otra vez.
— Yo soy Candy, y creo que tú y yo nos vamos a divertir bastante — Dijo con una sonrisa perversa ahora tomando entre sus manos mi virilidad.
.
.
.
El tiempo que trabajé en la mansión Ardlay, tuve sexo salvaje con la señora de la casa. Todos los días al finalizar la jornada laboral. A veces dentro de la casa, otras dentro de la construcción a medio hacer junto a la piscina, una vez lo hicimos en el despacho de Albert Ardlay, el marido de Candy, yo no quería, pero ella me dijo, que si su esposo se tiraba a Karen, su secretaria, ahí mismo, ella solo quería corresponderle y ¿Quien era yo para negarle un capricho?
Fin.
oigan y la foto esta 
TODO UN MANJAR 
esto fue muuuuy intenso que calors,
, mas que candente 
. Ni modo , al que le den pan que llore, que creía la Candy que Terry se iba a quedar con las ganas 
y como dice la cancioncita "si me buscas tú a mí 
, me podras encontrar 
y mira que lo ENCONTRÓ 
